“Con un gran poder a menudo llega una gran confusión”
Dan Allen[1]
La palabra “ocultismo” deriva de la voz latina occultus, que significa ‘oculto, clandestino, escondido, secreto’, y que proviene de occulere (‘ocultar’). Por su parte por confusionismo se entiende la falta de claridad en una idea o en un discurso, en especial si se produce intencionadamente.
Parece como si ambas palabras, más concretamente ambas acciones, fuesen utilizadas de forma muy particular por determinados sectores de la profesión enfermera, con el objetivo de esconder secretos o mantener en la clandestinidad determinadas acciones, lo que sin duda genera una gran confusión dada la falta de claridad y transparencia que de manera intencionada se genera.
Es cierto que el modo de actuar de nuestros representantes, o de quienes están ocupando los puestos de representación, que es cosa diferente, no siempre se han caracterizado por su ética ni tan siquiera por su estética. Pero últimamente la falta de pudor a la hora de tomar decisiones en beneficio propio, o de no tomarlas para beneficio de la profesión ha alcanzado tal grado de desfachatez que resulta incluso indecente.
Siendo grave esto que comento, aún me preocupa más la anestesia colectiva que padece la profesión enfermera. Parece como si hubiese alcanzado el umbral de la tolerancia a la corrupción, la mentira y el engaño y prefiriese naturalizar las situaciones pensando que forman parte de la normalidad y que nada ni nadie puede cambiarlo.
Porque llegados a este punto la capacidad de respuesta se reduce y se favorece la perpetuidad de los comportamientos ocultistas y de confusión que anulan la reacción al ser controlada, manipulada y distorsionada por quienes ejercen un poder absolutista y despótico que tratan de maquillar desde sus puestos de poder con recursos que paradójicamente aportamos todas/os, de manera cautiva, lo que provoca otra efecto colateral aún mucho más grave como es el desprecio hacia las instituciones u organismos desde los que los profesionales del ocultismo y la confusión ejercen como okupas. Porque en su maquiavélico proceder logran que el rechazo, la rabia y el descontento se focalice en las instituciones y no en quienes las representan, lo que supone un daño que ni tan siquiera el cambio de protagonistas, muchas veces, consigue repararlo y revertir las sensaciones y sentimientos hacia las mismas.
No son las instituciones quienes ocultan o confunden. No son las responsables de la inacción irresponsable o de la acción mediocre. Porque las instituciones, como tales, no tan solo son necesarias, sino que resultan fundamentales para el desarrollo, consolidación y valoración de las enfermeras. Las instituciones tienen un valor que trasciende al egocentrismo, populismo, autoritarismo, protagonismo y muchos más “ismos” de quienes acceden a ellas con engaños y trampas que pertrechan desde el manoseo indecente que hacen de la libertad y la democracia que desprecian y vulneran con sus actuaciones, de tal manera que como dijera Harry Truman “si no les puedes convencer, confúndelos”[2].
Dicho lo cual tampoco podemos creer que toda la culpa es exclusivamente de quienes actúan con tanta desfachatez. Porque la actitud de indolencia que asumimos creyendo que no se puede hacer nada o que son otros quienes lo tienen que hacer, unido a la falta de reconocimiento, respeto y apoyo hacia quienes siendo referentes y líderes se desprecian o incluso atacan, favorecen no tan solo tales actitudes sino su naturalización.
Son muchos los casos y demasiadas las personas que los protagonizan, pero recientemente se están acumulando los ejemplos de este tipo de actuaciones más propias de sectas que de instituciones de representación profesional.
Ante los ataques permanentes de los que estamos siendo objeto las enfermeras quienes debieran responder con contundencia se refugian en sus palacios, pagados por todas/os, para maquinar desde el ocultismo respuestas absolutamente ineficaces y ausentes de argumentación o permanecer en el anonimato de la displicencia, el inmovilismo y la conformidad, como si no fuese con ellas/os, mientras el deterioro de la profesión es cada vez mayor.
Aislamiento de sectores profesionales, científicos o de influencia, que consideran peligrosos para sus intereses y que son prácticamente los únicos que alzan la voz y cuestionan con argumentos las decisiones que se toman en despachos ministeriales, parlamentarios, del senado, de consejerías o gerencias y que ante la perspectiva cada vez mayor de falta de resistencia por parte de las enfermeras, son cada vez más agresivas contra las competencias enfermeras en general y contra los cuidados profesionales enfermeros en particular.
Estrategias orquestadas en la oscuridad del secretismo para lograr mantenerse en el poder, mediante procesos electorales totalmente manipulados en los que se recaban votos ya cumplimentados de manera personalizada utilizando las siglas de una organización de representación y supuesta defensa profesional, como votos teóricamente por correo no desde la voluntad individual de quienes los emiten sino desde la captación fraudulenta de quienes los buscan y consiguen desde el ocultismo y la confusión. Haciendo que quienes masivamente decidieron cambiar con su voto una realidad corrupta tuvieran que aguantar una falta de respeto más al tener que esperar durante horas para depositar su voto en una única urna dispuesta para un colegio con más de 50.000 potenciales votantes. Todo lo cual arroja unos resultados totalmente controlados que ponen de manifiesto de manera tan clara como burda la manipulación del voto al obtener la candidatura continuista la absoluta mayoría del voto por correo, es decir el captado por los interesados, mientras la candidatura alternativa obtenía la mayoría del voto presencial que en ningún caso y mucho menos dadas las condiciones que se establecieron, lograron acercarse al número de votos supuestamente emitidos por correo, que ni tan siquiera se permitieron cotejar, en un nuevo y patético ejemplo de ocultismo y de absurda e increíble disociación entre un tipo de voto y otro.
Pero nuevamente surge la duda. ¿Es responsabilidad, este engaño, tan solo de quien lo comete? ¿Ninguna/o de las/os miles de enfermeras a las que se solicitó el voto tuvo dudas en cuanto a la legalidad del proceso? ¿Tan perfecta es la estrategia de engaño que nadie se dio cuenta, ni denunció el proceso de recogida de votos? ¿Una carpeta y un bolígrafo son suficiente prebenda para regalar un voto que debe decidir quien le represente? ¿Tan poco importa el destino de la institución que representa a la profesión?
Porque sería una irresponsabilidad pensar que tan solo son culpables quienes actúan fraudulentamente para lograr su objetivo, en la creencia de que la inacción, la indiferencia y el conformismo que contribuye desde la omisión a que lo logren no es también un ejercicio de complicidad tan necesaria como evitable. Quien esté libre de culpa que arroje la primera piedra.
Si cuanto menos reflexionásemos sobre lo que pasa y sobre cuál podría ser la aportación responsable que, desde la libertad absoluta de elección, adoptásemos en base al conocimiento y el pensamiento crítico de lo que supone tomar una u otra decisión, posiblemente el resultado sería bien diferente en todos estos órganos de representación.
El argumento de que se pertenece por obligación a hacerlo es tan manido como inconsistente. Pues si bien se puede debatir la obligatoriedad o no de pertenencia, lo que no se puede obviar es lo que supone individual y colectivamente dicha pertenencia para el desarrollo, la identidad, el valor y la referencia, tanto a nivel profesional como institucional o social.
Porque el ocultismo y la confusión también es ejercida por parte de las enfermeras cuando renuncian a defender su identidad y su orgullo de pertenencia a la profesión que, no lo olvidemos, eligieron bien por vocación, convicción o elección simple. Elección que, desde el momento de tomarla, suponía un compromiso con la profesión, su imagen y su proyección. Una elección que no puede quedar circunscrita a una simple relación laboral por la que se obtiene un salario. Porque esa actitud supone una negación y una renuncia a ser y sentirse enfermera, convirtiéndolo en un mero acto mercantil acientífico y ausente de ética que significa dejar en manos de quienes tienen otros intereses el decidir por nosotras.
No se trata de que todas las enfermeras seamos activistas. Pero si, al menos, que seamos coherentes con lo que somos y a quienes nos debemos, las personas, las familias y la comunidad, para desde esa coherencia apoyar a quienes defienden la profesión para evitar que quienes quieren lucrarse a costa de las enfermeras no lo logren tan impunemente como lo hacen.
Ocultar y confundir nuestra aportación específica, los cuidados profesionales enfermeros, enmascarándolos o no reconociéndolos como propios supone que los mismos sean reclamados por quienes están al acecho para asumirlos y hacerlos suyos. Porque negar los cuidados enfermeros, desde los más básicos a los más complejos, no va a representar en ningún caso que los mismos desaparezcan. Los cuidados siempre van a ser necesarios. Lo que debemos tener en cuenta es que abandonar su responsabilidad es poner en peligro la necesidad de las enfermeras. Porque las enfermeras les damos sentido, conocimiento y humanismo a los cuidados, pero si no cuidamos esa identidad propia, los cuidados pueden llegar a ser prestados por otros profesionales. Finalmente, la sociedad lo que requiere y demanda son cuidados, si nosotras como enfermeras no somos capaces de que dicha sociedad los relacione con nosotras como las únicas capaces de prestarlos con calidad, calidez y humanismo, la sociedad acabará por identificarlos con quienes los hayan asumido tras nuestra renuncia. Y las enfermeras sin cuidados no aportaremos valor y sin valor no seremos conocidas ni reconocidas. No confundamos pues a la población con nuestras derivas y nuestras debilidades y seamos capaces de liderar con claridad y transparencia los cuidados que nos identifican.
Pero además debemos de ser conscientes de que nuestra responsabilidad con los cuidados no se limita exclusivamente a su prestación. Dicha responsabilidad está ligada a la necesidad de alimentarlos con evidencias científicas que sean capaces de aportarles calidad y capacidad de respuesta a las necesidades de salud de la población. Pensar que cuidar en un acto mecánico, rutinario y pasivo es la mejor manera de ocultarlo y restarle el valor científico que le corresponde y se debe exigir.
Si además no somos capaces de transmitir a las futuras enfermeras el valor de los cuidados desde esa perspectiva científica a la vez que humanista, tampoco ellas tendrán la competencia, al menos inicial, de identificarla, valorarla, cuidarla y desarrollarla, entrando en un proceso de deterioro progresivo de los cuidados que difícilmente soportarán la exigencia de responder con calidad a las necesidades de salud.
Por tanto, se trata de todo un proceso dinámico, activo, continuo y continuado de mejora sin el que perderemos la capacidad de ser referentes y por tanto deberemos asumir el riesgo o la consecuencia de quedar ocultas en la indiferencia de nuestra aportación. Y desde dicha indiferencia no tendremos capacidad de exigir, ni de reclamar ser reconocidas y valoradas. Es decir, todo conduce a una triste realidad de confusión y ocultismo del que será muy difícil salir si no remediamos ser absorbidas por ese torbellino de mediocridad y lo que es peor de mediocres interesados en obtener beneficios a costa de las enfermeras.
Ni las/os políticas/os, ni las/os gerentes, ni los medios de comunicación, ni la comunidad, van a hacer esfuerzos por visibilizarnos. Unos porque ocultándonos logran dar respuestas más eficientes, aunque estas sean menos eficaces y efectivas. Otros porque sus intereses pasan por responder a necesidades al margen de la calidad. Están quienes ni saben ni muestran interés por lo que somos o aportamos más allá de la noticia que pueda darles notoriedad en base a número de consumidores, Por último están quienes tan solo quieren ver respondidas sus demandas con satisfacción y siendo respetados, con independencia de que se llamen enfermeras, técnicos o coordinadores de cuidados.
Lo que no hagamos nosotras como enfermeras para salir a la luz y evitar la confusión, no lo va a hacer nadie. Es más, tratarán por todos lo medios que quedemos ocultas como ya se ha hecho tras denominaciones tan confusas como rastreadoras, vacunadoras, operadoras, según las cuales trasciende a título de importancia la tarea realizada sobre quien es responsable de llevarla a cabo desde el rigor científico y la calidad de la atención.
¿Hasta cuándo vamos a mantener nuestra indiferencia? ¿Cuánto tiempo vamos a tardar en ser invisibles con nuestra actitud de ocultismo y confusión? ¿Seguiremos pensando que la culpa siempre es de los demás sin asumir nuestra cuota de responsabilidad profesional? ¿Dejaremos que la mediocridad, la corrupción y la hipocresía sigan identificando a quienes se mantienen y perpetúan como referentes de muchas instituciones enfermeras? ¿El ocultismo y la confusión van a seguir siendo el refugio de nuestra propia incapacidad de respuesta?
Son interrogantes duras, que requieren respuestas valientes. No es un relato pesimista. Creo firmemente en la capacidad de las enfermeras. Pero dudo de la voluntad para activarla, en parte como consecuencia del hartazgo y la pérdida de fe en quienes dicen ser nuestros referentes, pero en parte también, por la pasividad con la que actuamos pensando que no hay manera de solucionarlo.
Tan solo recuperemos nuestra identidad y con ella nuestra fortaleza para afrontar los cambios que necesitamos para salir de este ocultismo y confusión que nos limita y nos cuestiona. Confiemos en nuestras/os líderes y apoyemos sus acciones para hacer frente a quienes se creen inmunes a cualquier fracaso por entender que lo controlan todo desde la manipulación y el engaño.
Es posible y deseable. Creámoslo y lo lograremos.
[1] Director de cine
[2]Trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1953
Excelente publicación