OBSOLESCENCIA DEL SISTEMA vs OBSOLESCENCIA ENFERMERA

A todas/os las enfermeras jóvenes que creen que el cambio es posible y a todas las enfermeras que en su momento contribuyeron al cambio que nos permite estar donde estamos.

 

“La fragilidad del cristal no indica debilidad sino calidad.”

Jena Malone[1]

 

Pareciera que los paréntesis vacacionales como el que acabamos de pasar sirviesen, además de para descansar y desconectar de la rutina habitual, para depurar, limpiar y renovar situaciones previas contaminadas o nocivas que generan malestar.

Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. La desconexión, o cuanto menos su intento, no logra desactivar la acción nociva de los acontecimientos, hechos o situaciones, que suponen un claro desequilibrio en la salud profesional que, en muchas ocasiones, puede derivar también en la personal y colectiva.

La pandemia, además de otras muchas valoraciones y consecuencias, se identificó por muchos, como un punto de inflexión importante en la oportunidad de valoración, reconocimiento, visibilización e impulso de la acción específica enfermera. Las no siempre sinceras muestras de apoyo e incluso alabanza, sobre todo por parte de políticas/os y responsables sanitarias/os, contrastaba con los mensajes trasladados por quienes habían tenido oportunidad de ser atendidas/os y cuidadas/os por las enfermeras que identificaban de manera clara y nada artificial y artificiosa el valor de los cuidados en sus procesos de sufrimiento, dolor e incluso muerte. Los cuidados profesionales adquirieron una dimensión hasta entonces poco habitual. Y todo ello hacía pensar, o soñar, que el momento de las enfermeras había llegado.

Pero como la misma pandemia, los momentos de intensa alegría por lo que se oía y decía iban acompañados de otros en los que el olvido e incluso el desprecio hacia las enfermeras eran evidentes, lo que provocaba picos de contagio de esperanza o frustración que impedían claramente estabilizar esa hipotética situación de equilibrio sobre la que construir el desarrollo disciplinar/profesional.

Son muchos los ejemplos que podemos enumerar y que son patentes, pero no es mi intención incidir en ellos por cuanto, por una parte, ya lo he hecho en otras reflexiones anteriores o porque sería entrar en ese bucle perverso de reproches por el que se nos acusa de victimismo, precisamente por parte de quienes son claros artífices de los ataques más o menos sibilinos, más o menos alevosos, pero sin duda, ataques. No quiero, por tanto, darles la oportunidad de que utilicen de manera interesada y oportunista dicho argumento, por mucho que sea real. Ese, precisamente, es su juego de intrigas y mentiras.

Sin embargo, sí que considero que es imprescindible reflexionar sobre lo que está pasando en la profesión enfermera y por qué no somos capaces de afrontar con la suficiente energía y determinación las situaciones que se plantean y provocan una clara debilidad en la Enfermería en la que, sus profesionales, las enfermeras, parecen sumidas en un letargo del que da la impresión, no saben o no quieren despertar. No sé bien si por miedo, por pereza, o por desinterés a tener que enfrentarse a una realidad que ignoran o, cuanto menos, asumen como inevitable. En cualquiera de los supuestos es terriblemente preocupante.

Lo bien cierto es que desde ese aturdimiento en el que nos encontramos actuamos mecánicamente y contribuimos con ello a perpetuar los males que el actual modelo del Sistema Nacional de Salud (SNS), en el que mayoritariamente trabajamos, se resiste a abandonar y desterrar para dejar paso a unos cambios tan profundos como necesarios. Resistencia que está alimentada, muy bien alimentada, por parte de quienes tienen la responsabilidad de actuar para que esos cambios se produzcan.

Cambios en los que, a nadie se le escapa, las enfermeras tenemos mucho que decir y que aportar. Precisamente por eso, la resistencia sea mayor y las presiones corporativistas para que no se produzcan aumenten significativamente.

Y en este punto quisiera detenerme para compartir lo que considero es la generación de un campo de realidad virtual o de realidad líquida, tal como apuntaba magníficamente el filósofo Bauman, en la que nada es lo que parece, o nada parece lo que es.

Me explico. Desde antes de la pandemia se está construyendo un mensaje lastimero, pero muy efectivo, todo hay que decirlo y reconocerlo, por el que se traslada una falta de médicos en el SNS, acompañado de un no menos efectista componente de sobrecarga que deriva en una saturación de los servicios. Por su parte las enfermeras que vienen reclamando una adecuación de las ratios que nos aproxime a los indicadores de la mayoría de los países de la OCDE donde ocupamos los últimos puestos, no hemos sido capaces de que nuestro discurso sea, no tan solo tenido en consideración, sino ni tan siquiera identificado como valorable. Pero la realidad, la sólida la actual, es tozuda y no deja resquicios ni para la duda ni para la manipulación burda desde las que se pretende crear un escenario que no tan solo beneficie a los de siempre, sino que perjudique también a los de siempre, es decir, a las personas, las familias y la comunidad, no nos engañemos, más allá de agravios comparativos en los que no tengo intención de entrar, pero que inevitablemente se tiende a rescatar con objeto, precisamente, de desmontar la realidad e incorporar su realidad virtual.

En cualquier caso, como sucede con los encausados en los juicios, estos tienen el derecho a mentir para defenderse, por lo tanto, el problema no está tanto en quien construye el mensaje, aunque sea en base a la mentira o el engaño, sino en quien lo acepta como válido y en base al mismo toma una decisión que favorece la petición. Es decir, la culpa no es tanto de quien miente como de quien se deja engañar.

Todos los indicadores determinan claramente que el problema del SNS no es de falta de médicos, sino de obsolescencia del modelo. Obsolescencia que no es programada, pero no por ello deja de ser evidente. Lo que sucede es que los cambios a los que apunta la realidad social, económica, demográfica, cultural… tienden a una demanda de atención que no tanto de asistencia muy diferente a la que ha venido siendo la característica principal del actual modelo, es decir, asistencialista, medicalizado, fragmentado, paternalista… que no por mucho repetirlo y reconocerlo acaba de ser interiorizado como un mal que hay que cambiar. Modelo, todo hay que decirlo, creado, mantenido y apoyado por quienes ahora dicen necesitar de muchos más profesionales para seguir manteniéndolo sin asumir la necesidad de cambios más allá de algunos retoques de maquillaje que enmascaren su decrepitud.

El modelo, que muchos, al menos quienes asumen las evidencias científicas como elemento imprescindible en las que sustentar y argumentar los cambios, es contrapesado por otros que como argumento usan el mensaje victimista y falso de la falta de profesionales.

Según el principio de Arquímides, un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado.

En base a dicho principio físico, si incorporamos más profesionales, de una masa importante, de los que el recipiente que los aloja permite contener, el fluido rebosará y se perderá. Sin embargo, si equilibramos los profesionales que deben incorporarse al fluido, en base a su masa y peso que no hay que confundir con falta de valor o reconocimiento, el fluido, es decir el modelo, sufrirá un empuje hacia arriba sin que se provoquen rebosamientos innecesarios, manteniendo un equilibrio y una mejor distribución del espacio en el que se hayan.

Incorporar más profesionales, sin más , por tanto, no es la solución a los males que aquejan al SNS. Se trata de analizar, medir, ponderar, valorar y evaluar, cuáles son las necesidades, qué es lo que hay que hacer, quién lo tiene que hacer, cómo lo tienen que hacer y cuándo lo tienen que hacer. Que es el resultado de planificar adecuadamente para tomar decisiones responsables, eficaces, efectivas y eficientes y no aquellas que están determinadas por los intereses de unos u otros.

Lo fácil, lo aparente, lo rentable políticamente, es aumentar recursos, como respuesta a las presiones de quienes construyen el discurso de carencia y de quienes se lo creen y con ello engañan a la sociedad.

Lo que hay que hacer es aquello que una dirección general como la de ordenación profesional no hace, es decir, ordenar. Saber qué profesionales son más necesarios y quienes menos en unos ámbitos, escenarios o contextos que en otros, que necesidades serán capaces de atender unos u otros, que respuestas se necesitarán para equilibrar los déficits y limitar los excesos que eviten que se produzca la pérdida de fluido u obligue a tener que cambiar el continente que lo alberga con el consiguiente gasto que dicho cambio generaría sin que el mismo garantizase la normal distribución de pesos en el mismo.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que estamos ante un sistema de vasos comunicantes que obliga a una distribución de los pesos en su interior que permita el flujo sin que haya excesos o carencias en unos u otros, lo que permitirá la continuidad de la atención en general y de los cuidados en particular.

No se puede ser ajeno a realidades que por repetidas deben obligar a detenerse para analizarlas y corregir aquellos aspectos que indudablemente están generando déficits importantes que, paradójicamente, son utilizados por quienes con su actitud los provocan y mantienen más allá del sentido común.

Es una evidencia la reducción progresiva de médicos que acceden a la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, que ni consideran atractiva profesional ni económicamente, por razones que no vienen al caso, aunque las sospechemos. Por su parte es una realidad clamorosa el desinterés de los médicos especialistas en pediatría para ocupar plazas de atención primaria, que es el pago a una mala decisión cuando se puso en marcha la AP en España. Por tanto, no cuadra este hecho con la insistente demanda de aumento de plazas de médicos y pediatras en atención primaria y mucho menos con la resistencia a aumentar el número de plazas de enfermeras en dicho ámbito. Lo que provoca un evidente desequilibrio en la respuesta a las necesidades de salud de la población y un evidente descontento de las/os profesionales que trabajan en AP. Situación por otra parte que se resisten a reconocer y a admitir que su postura ni les beneficia a ellos ni permite que otras opciones den respuesta a su falta de cobertura o a una realizada sin interés ni convicción, lo que claramente repercutirá en la calidad de la asistencia que presten. Es decir, hacen como el perro del hortelano, que ni comen ni dejan comer. Pero ahí están y ahí les dejan estar. 

En Atención Hospitalaria, por su parte, se suman aspectos sangrantes como la turnicidad, la falta de conciliación familiar, la ausencia de estrategia de cuidaos… que obligan a un replanteamiento del modelo organizativo tanto para paliar estos disruptores laborales como para permitir la prestación de unos cuidados de calidad no tanto en función de la enfermedad como de la complejidad de los mismos.

Por otra parte, seguir, a estas alturas, insistiendo en la dotación de profesionales en base a una supuesta y absolutamente fallida e irreal “paridad disciplinar”, según la cual se establecen relaciones de 1:1 o 2:1… (Médico-enfermera) tan solo obedece bien a una absoluta falta de conocimiento o a una torpe gestión que, en ambos casos, no responde adecuadamente a las necesidades reales de la población a la que se debe atender y que debería ser el único y exclusivo criterio utilizado para asignar profesionales, tal como indican tanto las evidencias científicas como recomiendan organismos internacionales tan poco sospechosos de tener intereses concretos en este tema como la OMS. A pesar de lo cual la reticencia en este tipo de decisiones viene a incorporar un nuevo elemento de falta de coherencia y mediocridad, posiblemente en un intento salomónico de satisfacer a todas las partes, aunque para ello sea preciso matar a quien menos culpa tiene, en este caso, a las personas a las que se atiende.

Ante este delirio, nos encontramos con planteamientos discursivos de quienes, en una aparente diligencia en su gestión, determinan que la necesidad de plazas de especialistas de medicina requiere de estudios previos que permitan identificar las necesidades de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) a convocar, pero que no se haga lo mismo para las plazas de Enfermeras Internas Residentes (EIR), lo que conduce a que estas últimas se determinen en base a criterios políticos, de conveniencia o interés y no de necesidades reales. Más aún cuando posteriormente las enfermeras que realizan la formación especializada no son contratadas/os como tales especialistas. Lo que supone un claro fraude de ley, al estar gastando dinero público para cuestiones que posteriormente no suponen una recuperación de la inversión realizada y privar de unos cuidados de calidad a la población al no contratar a dichas/os especialistas.

Por otra parte, y continuando con las ocurrencias que se plantean como soluciones mágicas, se aumenta el número de estudiantes en las universidades como si con ello se fuesen a resolver los problemas del SNS, cuando lo que realmente provocará será una nueva y dramática confusión al no haberse realizado dicho aumento en base a análisis rigurosos sobre las necesidades y la definición de los puestos a cubrir y quién debe y cómo acceder a ellos, en base a su formación de grado o especializada. Al tiempo que se habla de Enfermería de Práctica Avanzada, en un SNS que no tan solo no avanza, sino que nos sitúa en tiempos que ya entendíamos superados. Tiempos y escenarios en los que la humanización tan solo se queda en una etiqueta, un eslogan o una anécdota que nos mecaniza y nos distancia del cuidado para aproximarnos a la técnica descarnada y aséptica.

A todo ello se añaden esperpénticas concesiones políticas para crear nuevas e innecesarias titulaciones que en apariencia vengan a cubrir las graves deficiencias de atención que la pandemia tan solo puso en evidencia generalizada, pero que ya existían previamente, aunque nadie se preocupó ni interesó en paliar o mejorar. Así pues, se trata de nuevos parches con los que maquillar la ineficaz e ineficiente planificación y gestión, en este caso, de las residencias de personas adultas mayores. Todo ello teniendo en cuenta que existen profesionales altamente cualificadas/os y competentes que podrían y deberían dar cobertura de calidad a las necesidades de estas instituciones. Pero, una vez más, el discurso engañoso y mentiroso de quienes hacen de la salud un negocio, arrastran a las/os decisoras/es políticas/os a plantear soluciones adaptadas a sus necesidades empresariales en lugar de a las de las personas a las que debe atenderse. Un nuevo ejemplo de engaño para beneficiar a los mentirosos y perjudicar a los receptores de la atención.

Mientras todo esto sucede se sigue actuando desde la contemplación que, aunque pueda conllevar indignación, no es suficiente para hacer cambiar las decisiones de quienes tienen la responsabilidad del servicio público, haciendo un público servicio de sus puestos para responder a presiones y mentiras.

No tardará mucho la respuesta unánime de determinados profesionales en forma de airada, aunque sea legal y respetada protesta para defender sus planteamientos engañosos que terminen de decidir a quienes suelen caer rendidos ante tales manifestaciones de poder exclusivo y excluyente.

No me extrañaría nada que se intentase arrastrar a las enfermeras hacia este movimiento de protesta en un intento por aumentar su dimensión. Pero sumarse supondría un claro error al caer en la trampa del engaño que acabaría fagocitando la demanda enfermera, cuando no siendo señaladas como oportunistas.

Por otra parte, se sigue aludiendo a la necesaria unidad de la profesión, pero al mismo tiempo se siguen llevando a cabo acciones unilaterales sin compartir con todas las partes o bien se cae en la inhibición o el silencio ante situaciones que ponen en cuestión, cuando no en riesgo, a la profesión, lo que provoca en las enfermeras una postura de indiferencia que supone una gran amenaza para el desarrollo enfermero.

En una reciente actividad científica sobre el liderazgo enfermero junior, se puso de manifiesto la necesidad de aprovechar el gran potencial de la juventud y la imprescindible articulación con la experiencia de las enfermeras senior y sobre todo con las líderes y referentes antes de que el desánimo y el abandono de unos u otros nos lleven a una situación de difícil retorno, ante la identificación de las graves amenazas que están poniendo en cuestionamiento a la enfermería como profesión y como disciplina.

Volviendo al inicio de mi planteamiento, cuando hacía referencia a la pandemia, ésta, lejos de haberse comportado como una oportunidad para nuestro posicionamiento se ha convertido en una excusa para nuestro cuestionamiento por parte de muchos ámbitos de decisión política y sanitaria.

Posiblemente haga falta una gran llamada para que toda la profesión enfermera, sea del ámbito que sea y sea junior o senior, genere un debate que derive del pensamiento crítico y conduzca a planteamientos positivos que, desde la diversidad e incluso la diferencia, nos permitan identificar nuestras oportunidades y fortalezas, que sin duda las tenemos, para hacer frente a las amenazas y debilidades que evidentemente existen y nos están llevando a un estado de desánimo que favorece precisamente los planteamientos y los intereses de quienes las provocan, mantienen y alimentan.

Considero que aún estamos a tiempo, pero también creo que cada vez tenemos menos tiempo para reaccionar y actuar. De nosotras y solamente de nosotras depende contribuir al cambio del modelo que nos atrapa y constriñe, para vencer su obsolescencia antes que el sistema nos conduzca a nuestra propia obsolescencia.

[1]   Actriz, música y fotógrafa estadounidense (1984)