DÍA INTERNACIONAL DE LAS ENFERMERAS El valor de hacer oír nuestra voz

Dedicado a todas las enfermeras

 

El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar.

Winston Churchill.[1]

 

Un año más nos disponemos a celebrar el día internacional de las Enfermeras. Debería, y debe, ser motivo de alegría y satisfacción por todo lo que es y significa el hecho de ser y sentirnos enfermeras. Ese sentimiento de orgullo y pertenencia que supone la esencia de una profesión con identidad propia y definida.

Pero más allá de lo que supone la celebración, más o menos festiva, considero que debe ser motivo también de reflexión y análisis sobre nuestra realidad presente y futura. Realidad que no puede desprenderse del pasado que nos ha situado donde estamos y que siempre debe ser referencia de tributo y agradecimiento a quienes lo hicieron posible con su esfuerzo, compromiso e implicación y de mejora permanente en el necesario e imprescindible desarrollo de nuestra disciplina/profesión.

El presente, más allá de lo que cada cual pueda sentir, expresar o interpretar, en función de sus experiencias, vivencias, realidades o expectativas, debe ser valorado de manera colectiva para que pueda tener la dimensión que, desde mi punto de vista, requiere dicho análisis.

No se trata de edulcorar la realidad con motivo de la celebración, lo que sin duda enmascararía al menos parte de dicha realidad, ni de fustigarse indolentemente pensando que todo es malo y requiere de un castigo purificador que lejos de mejorar nada, posiblemente contribuiría a enmascarar igualmente la realidad.

Así pues, ni todo es bueno ni todo malo. Ni blanco ni negro. No se trata de establecer dicotomías que distorsionen los múltiples matices que existen entre cada una de las opciones extremas y que contribuirán a dar una dimensión mucho más ajustada de nuestra realidad. De la de todas/os y no tan solo la de unas/os pocas/os ni tan siquiera de un contexto determinado, porque ya se sabe que la música va por barrios.

Tampoco se trata de hacer ahora una relación, a modo de listado, de las cosas buenas y malas que permita identificar, desde una perspectiva meramente cuantitativa, el valor de las enfermeras.

Entre otras cosas porque el valor de las enfermeras va mucho más allá del lugar que puede ocupar en una supuesta escala que sin duda obviará múltiples aspectos que impedirán tener una visión de conjunto ajustada a la realidad y no al orden de uno más de los innumerables rankings que tanto gustan en la sociedad actual.

Si hablamos del valor de las enfermeras y recurriendo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), podemos identificar diferentes entradas para este término que nos pueden ayudar a determinar el mismo.

Así tenemos como primera acepción “Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite”, que considero puede ajustarse en gran medida a lo que, de las enfermeras se puede y se debe esperar, en tanto en cuanto las competencias enfermeras desarrolladas con la capacidad de prestar cuidados tienen el claro objetivo de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad y a proporcionar el bienestar necesario para vivir en salud, entendida esta, tal como expresara Jordi Gol[2], como “aquella manera de vivir que es autónoma, que es solidaria y que es feliz”.

Otra de las definiciones hace referencia a la “cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente”. Y siendo evidente que las enfermeras no somos cosas materiales no es menos cierto que prestamos un servicio profesional que es remunerado y que determina la diferencia con una prestación voluntario vocacional que durante tanto tiempo ha estado asimilada la prestación enfermera y que, en cierto modo, ha supuesto una clara merma en cuanto a la valoración que de nuestros servicios se hace y de la traducción en un salario justo y ajustado a la preparación y competencia que nos aleje de la aún presente interpretación del cuidado como aquel que queda circunscrito al ámbito doméstico.

El “alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase”, es otra de las acepciones de la palabra valor y debemos tener en cuenta la importancia que tiene la identidad enfermera y su proyección no tan solo profesional sino también social, dado que tanto el cuidado profesional como quienes lo prestan, las enfermeras, tienen una clara y significativa importancia en la salud de las personas, las familias y la comunidad que va mucho más allá de una simple relación sanitaria, para situarse en un ámbito de atención integral, integrado e integrador.

La “fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos” nuevamente nos permite modificar la inanimada virtud de las cosas por la vital de las enfermeras y sus cuidados profesionales, dada la indudable fuerza que tanto como profesionales tienen las enfermeras como la que se deriva de la prestación de sus cuidados profesionales para generar cambios positivos en la vida de las personas atendidas que se traducen en claros efectos de salud y saludables.

Por último, pero no por ello menos importante, se define valor como aquella “persona que posee o a la que se le atribuyen cualidades positivas para desarrollar una determinada actividad”. Las enfermeras poseen, en tanto adquieren, cualidades en forma de competencias específicas, generales y transversales que les permiten adquirirlas a través de los conocimientos científicos que posteriormente se traducen en habilidades y destrezas para desarrollar su actividad profesional autónoma en muy diferentes ámbitos y contextos.

De todo lo dicho se desprende, considero sin miedo a equivocarme, que las enfermeras tenemos valor intrínseco, entendido el mismo como aquel que como enfermeras aportamos y tan solo nosotras estamos en condiciones de hacer.

Otra cosa es que este valor sepamos, por una parte, identificarlo y asumirlo como propio ya que resulta necesario e imprescindible que esto suceda para lograr el valor reconocido por parte, tanto de las organizaciones, instituciones, empresas… donde desarrollamos nuestra actividad, como por parte de la sociedad a la que atendemos. Tan solo desde esa autovaloración o autoestima, seremos capaces de dar valor, proyectarlo y que sea visible y reconocido.

Esperar a que el valor nos sea dado sin que al mismo seamos capaces de otorgarle la dimensión científica, profesional, disciplinar, investigadora, docente y humanística que tiene, nos llevará a una permanente insatisfacción y a su consecuente discurso lastimero que impide poner en acción el valor real como enfermeras.

En este día de conmemoración es importante que festejemos y compartamos la alegría de ser enfermeras. Pero no es menos importante que reflexionemos sobre qué es lo que estamos haciendo como tales y cómo lo estamos haciendo. Caer en la rutina de la inercia generada en algún momento nos conduce a una ralentización progresiva que acaba en parálisis. Necesitamos impulsar permanentemente nuestra energía para, desde la misma, ser capaces de dar respuestas cargadas de valor y que nos reporten valor.

No es cierto que no tengamos posibilidades. Las tenemos, pero debemos movilizarlas, activarlas, asumirlas, potenciarlas y desarrollarlas para lograr tener una voz para liderar que consiga que las/os decisoras/es políticas/os crean y se convenzan de la necesidad de invertir en enfermeras con el objetivo de lograr respetar los derechos que garanticen una salud global que se aleje del asistencialismo, de las respuestas localistas, de la fragmentación, de la enfermedad, de la inequidad… y se aproxime a una atención integral, una focalización en salud, una participación activa de la comunidad que permita su empoderamiento a través de su autodeterminación, autogestión, autonomía y autocuidado. En la medida en que seamos capaces de lograrlo, a través del liderazgo del cuidado, alcanzaremos el empoderamiento profesional que nos otorga valor propio, claro y diferenciado para contribuir, junto a otros profesionales y agentes de salud comunitarios, a dar respuestas eficaces, eficientes y saludables.

Identificar nuestras debilidades no es un signo de debilidad, al contrario, es un primer paso para activar nuestras fortalezas. Obviarlas o ignorarlas es tanto como alimentar las primeras y sumir en la inanición a las segundas. El equilibrio entre lo bueno y lo malo, o lo menos bueno, nos tiene que llevar a superar unas y potenciar otras. Las amenazas, por su parte, estando presentes no pueden suponer tampoco una excusa para la inacción o el lamento permanente. Existen oportunidades y debemos no tan solo aprovecharlas sino incluso generarlas para revertir y contener las amenazas.

No se trata, muchas veces, de crear nuevos recursos, nuevas opciones, nuevos espacios, sino de aprovechar la potencialidad de los que existen. Aunque puedan estar mal utilizados, no quiere decir que no se pueda revertir tal situación y hacerlos eficaces y útiles para que aporten valor. Pero para ello hay que implicarse y no tan solo quejarse y reclamar. Es una labor y responsabilidad de construcción colectiva.

Creer que todo debe ser fácil es como fiarlo todo en exclusiva a la fe o a la suerte. Hacerlo desde la fe, las creencias o la confianza en que algo sucederá para cambiar no es suficiente. Como dice el refrán, a Dios rogando, pero con el mazo dando, es decir, acción para hacer que las creencias se transformen en concreciones de desarrollo, avance y consolidación que den valor.

La suerte, por su parte, como única alternativa de logro, es una apuesta perdedora y es, además, la excusa perfecta de los mediocres. La suerte, en todo caso, hay que buscarla, facilitarla, promoverla a través del trabajo, el compromiso y la implicación constantes que finalmente permitirán alcanzar fines, metas u objetivos. Si a esto queremos llamarle suerte, vale, pero el valor lo alcanzaremos, más allá de la suerte, lo haremos por nuestro esfuerzo, empeño y dedicación.

Felicidades a todas las enfermeras que dan valor a la Enfermería para, a través de ella, dar valor a los cuidados y que estos den valor a la salud.

El valor como activo intangible de la aportación enfermera es la mejor forma de hacer oír nuestra voz y de hacer visible nuestra identidad y liderazgo. Y es también la mejor manera de celebrar nuestro día internacional.

Disfrutemos de lo que somos y lo que aportamos y trabajemos por mejorarlo y darle cada vez mayor VALOR.

[1]  Político británico (1874-1965)

[2] Jordi Gol i Gurina, médico catalán (1924-1985)