¿UNA PAREJA PERFECTA?

                                                                 Hacer nuestras vidas fáciles y agradables: éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia.

Jean-Jacques Rousseau[1]

 

Durante muchos años se ha tratado trasladado, tanto a médicos, enfermeras como a otras/os profesionales y a la sociedad en general que la unidad médico/enfermera era un ideal.

Otra cosa diferente es quién lo traslada y con qué intenciones lo hacía, claro está.

Hacer un análisis exhaustivo de esta cuestión me llevaría un tiempo y un espacio de los que no dispongo además de que tampoco es el objetivo de mi reflexión.

Pero no se pueden eludir determinados aspectos que sin duda tienen una clara incidencia en dicha relación que, ni es idílica, ni perfecta, ni objetiva, ni desinteresada, ni equitativa, ni respetuosa, ni necesaria, ni tolerable.

Los médicos que se erigieron como protagonistas únicos de la sanidad despreciaron las aportaciones específicas que las enfermeras aportaban a las personas a las que consideraban de su exclusividad, identificándolas como sus pacientes y de nadie más. Desde esta perspectiva y a lo largo de los años se establecieron normas, muchas de ellas por repetición y costumbre que no por legislación, que situaban a las enfermeras como solícitas y serviles acompañantes para responder a sus necesidades de apoyo o servicio, contribuyendo así a reforzar su imagen de clasismo, poder y autoridad en contraposición a la de subsidiariedad, inferioridad y entrega de las enfermeras como sus “perfectas parejas” de conveniencia.

No tan solo era la utilización de las enfermeras como fieles y leales servidoras sino el absoluto dominio que sobre su formación y lo que debían, no tan solo hacer sino también pensar, tenían. Se les inculcaba lo que debía ser su comportamiento como enfermeras y su relación con quienes se les trasladaba eran seres superiores a los que se les debía respeto, obediencia y veneración.

Como muestra tan solo cabe destacar algunos de los textos que se les transmitía en su formación que, evidentemente, era de exclusiva propiedad de los médicos y que formaban parte de manuales en los que se plasmaban y transmitían las ideologías dominantes “…el médico es superior del ATS por dignidad y por ciencia…”[2]

Pero además tenía que quedar claramente establecido cuál era el papel que debían desempeñar desde su relación como pareja y como parte del estereotipo profesional que se había establecido profesional y socialmente. Para ello decidieron desterrar la identidad enfermera, que en muchos países ya estaba profesionalizada y con una imagen muy definida, para evitar perder el protagonismo exclusivo alcanzado, y crearon, como hiciera el Dr. Frankenstein, un ser según su ideal que denominaron Ayudante Técnico Sanitario (ATS), que reunía de manera muy exacta lo que de ellas se esperaba. Es decir, que fuesen como ya lo eran, sus ayudantes y como tales se comportasen; que se dedicasen a lo técnico lo que no precisa de conocimientos ni de ciencia sino tan solo de rutina, mecanización y obediencia; y finalmente sanitarios para que quedase clara su adscripción a lo que ellos consideraban su domino absoluto y en el que nada ni nadie tenía capacidad de influir. Así pues, crearon la figura perfecta a sus intereses. La pareja perfecta se garantizaba en términos de total dominio y evitaba cualquier intento de posible autonomía o identidad específica. Pero olvidaron los cuidados que al considerarlos algo menor, ligado al género y limitado al ámbito doméstico, no consideraron necesario eliminar, lo que finalmente sería lo que lograría rescatar la verdadera imagen y aportación de las enfermeras que trataron de eliminar como tales.

Lo dicho se tiene que acompañar de un análisis de la perspectiva de género que de manera tan evidente como radical influía en todo el proceso de manipulación profesional.

La influencia de la dictadura en torno al papel de la mujer en la sociedad española acompañada y reforzada por la iglesia católica que no tan solo reforzaba dicho rol, sino que además lo relacionaba con sentimientos de culpa, resignación y entrega, que tanto se ligaron al rol cuidador de la mujer permitieron reforzar la criatura creada en el laboratorio médico a espaldas de la realidad internacional que no tan solo ignoraban, sino que también negaban y ocultaban como instrumentos que contribuían a su maléfico plan de sometimiento, lo que se recogía en determinados textos que se utilizaban para su formación con afirmaciones como: “La santificación por medio de la ayuda y el cuidado de los enfermos, es el motivo principal que lleva a la práctica de la Enfermería, influyendo en gran manera en la prestación de los cuidados, la fe, la superstición y el misticismo”[3]

Para reforzar su hoja de ruta separaron la formación de ATS en escuelas masculinas y femeninas que, en el primero de los casos dependían de las Facultades de Medicina y en el segundo de órdenes religiosas. De esta manera, por una parte, domaban el impulso androgénico de quienes en muchas ocasiones consideraban como médicos frustrados o en el mejor de los casos mini médicos, formándoles como fieles escuderos de su ciencia y profesión, pero manteniendo claros los límites en los que podían y debían moverse y que se ajustaban claramente a esa concepción de Ayudantes que habían creado. Por otra las ATS femeninas eran formadas e instruidas como DIOS manda, es decir, Dóciles, Incondicionales Obedientes y Sumisas, para mantener y respetar escrupulosamente el papel de pareja perfecta, que además debía ser simpática. Los preceptos del machismo imperante, por tanto, quedaban garantizados y con ellos la posición que las ATS como mujeres que eran debían ocupar en la sociedad, pero también y de manera muy clara en el ámbito médico de la Sanidad “entrenando mujeres servidoras, disciplinadas y con corazón sensible, cuyo sentido de responsabilidad implicaba el cumplir actividades pero evitando los juicios, los discernimientos y la crítica”[4] Nada, ni nadie podía perturbar ni poner en peligro este principio fundamental de relación de sexos fundamental para reforzar la imagen de pareja perfecta tanto en el matrimonio como en la relación médico/ATS, que por otra parte tantas bodas propiciaron.

Esta formación por sexos, además, constituía el principal argumento para la asignación de plazas en hospitales y ambulatorios, de tal manera que las ATS ejercían su papel de perfectas parejas en las consultas de los médicos en las denominadas instituciones abiertas y en las unidades de cuidados de los hospitales. Mientras que los ATS se encargaban de las Técnicas en los ambulatorios y en la Atención Pública Domiciliaria (APD) y en los servicios centrales de hospitales (Urgencias, Laboratorio, Rayos…), lo que permitía un control absoluto y una perpetuación de la aparente pareja perfecta que tanto les gustaba mantener, controlar y trasladar.

Pero el conocimiento, la ciencia, la disciplina, la información… al igual que la libertad que llegaban de otros países y que circulaban en artículos y textos académicos y de pensamiento, aunque fuese en lenguas reprimidas por la dictadura, no pudieron dominarlas, retenerlas, limitarlas ni controlarlas. Lo que, unido al fin de la dictadura política, que no tanto profesional, permitió que las ATS recuperasen su sentimiento profesional como enfermeras y liderasen un proceso de recuperación de su identidad, pero también que su formación no estuviese al margen de la Universidad. Ni las resistencias de quienes veían peligrar su dominio absolutista ni de quienes lograron, desde planteamientos autoritarios, paternalistas y machistas aún presentes en muchos sectores de la sociedad, contener la fuerza de la razón, la coherencia y la ciencia, lograron evitar que se derribasen algunas de las barreras que mantenían claramente posicionamientos de posesión y posesivos sobre las mujeres en general y las ATS en particular.

Los cambios alcanzados con la incorporación de la enfermería en la Universidad si bien lograron modificar algunos aspectos sustanciales en cuanto a la formación que recibían las futuras enfermeras no logró establecer unas relaciones de igualdad y respeto entre la pareja perfecta que se seguía manteniendo y reivindicando, por parte de algunos sectores profesionales.

La denigrante denominación de ATS fue sustituida, al menos formalmente, por la de Diplomado Universitario de Enfermería (DUE) que a pesar de seguir ocultando la denominación enfermera, al menos recuperaba a Enfermería como disciplina/ciencia. Pero el daño causado tras tantos años de utilización perduraba. En las/os profesionales, especialmente entre los varones como mecanismo de defensa ante la denominación de enfermeras que se empezaba a recuperar y que rechazaban. Por contra las ATS acogieron con mayor satisfacción y convicción su denominación genuina y real como enfermeras. Por su parte la sociedad, aunque no tenía claro a que respondían las siglas de ATS, las había interiorizado y utilizaba como identificación clara de lo que hacían, es decir, ayudar y ser muleta de los médicos. Recientemente leía, las palabras de una enfermera, que en su intento por alabar el trabajo de las enfermeras decía que “eran la mano derecha de los médicos”, es decir una prótesis de estos, aunque pudiesen ser zurdos. Todo ello favorecía tanto la falta de referencia por parte de la población como de sentimiento de orgullo por parte de las/os profesionales que seguían apostando por fiarlo todo a una cuestión de vocación e incluso advocación, tan mediatizada por la iglesia católica, no tanto hacia lo que eran o podían aportar, como de lo que suponían y podían reportar a sus “parejas”. De tal manera que impedía romper la dinámica subsidiaria y dependiente de la pareja perfecta, aunque ahora fuesen DUE.

El paso del tiempo, pero, sobre todo, el cambio del modelo de Asistencia Médica Primaria (AMP) por el de Atención Primaria de Salud (APS) y la aprobación de la Ley General de Sanidad de 1986, supuso un claro avance en la identificación de un espacio propio y autónomo de atención por parte de las enfermeras que se incorporaron a los primeros centros de salud con ilusión y motivación, aunque con una clara falta de formación que tuvieron que adquirir con posterioridad a su incorporación.

Inicialmente, sin embargo, continuaba esa inercia “matrimonial” que mantenía la figura de la pareja perfecta, aunque cada vez más se identificasen diferencias de criterio y planteamiento, en cuanto a las respuestas que debían darse, a cómo debían darse (desde un lenguaje próximo, empático y de escucha activa en la atención directa con las personas), desde dónde debía hacerse (desde las consultas enfermeras) y quienes debían darlas (las enfermeras con plena autonomía). A pesar de ello se mantenía la idea de pareja, en un intento por mantener unas formas que ni eran necesarias ni justificables y que suponían, o una relación de circunstancias que en muchas ocasiones escondía una rebeldía profesional por parte de algunas enfermeras o de conformidad asumida por la comodidad de otras al no querer asumir responsabilidad, o un intento de apariencia por parte de los médicos, en el mantenimiento de la pareja perfecta de la que tanto les gustaba presumir aunque realmente ni creyesen en ella, ni la respetasen, haciendo de ella tan solo un elemento más de su pavoneo o el blanco de sus iras al identificarlas como intrusas que invadían su espacio y cuestionaban su poder absoluto.

La cada vez mayor y mejor formación en enfermería y la posibilidad de desarrollar de manera autónoma su actividad profesional sin la necesidad de hacerlo como respuesta al cumplimiento de las indicaciones u órdenes médicas, fue proporcionando un espacio de crecimiento profesional y una identidad propia cada vez mayor que además era reconocida de manera muy positiva por la población.

De igual forma que ya no era necesaria la unión matrimonial para que las mujeres pudiesen tener un desarrollo pleno en todos los ámbitos de su vida y teniendo en cuenta que además existía el derecho a una ruptura del vínculo cuando no se daban las condiciones de una convivencia satisfactoria para ambas partes a través del divorcio, las enfermeras ya no precisaban de una relación que fuese más allá de la estrictamente laboral en base a criterios profesionales y de respeto y no de autoridad y sometimiento.

Pero esta nueva realidad no siempre fu ni aceptada ni asumida por todas/os. Unos porque se resistían a abandonar el control sobre quienes seguían considerando inferiores y sus ayudantes y sin capacidad de decisión propia. Otras porque, bien por temor, bien por conveniencia, bien por inercia, preferían seguir siendo dependientes de su pareja.

Los permanentes mensajes sobre la importancia del trabajo en equipo, siguen aún chocando con las posturas radicales de quienes se resisten numantinamente a asumir un trato, consideración y relación de y en igualdad, haciendo de ello, algunas organizaciones médicas, una cruzada con permanentes denuncias judiciales por supuesto intrusismo e invasión de competencias, en un intento desesperado por seguir manteniendo una posición de autoritarismo y control absoluto. Lo que no deja de ser cuanto menos curioso, dado que lo que denuncian que se invade es aquello que o bien no quieren hacer, o cuando otros lo hacen lo reclaman como exclusivo o quieren que lo hagan otros pero como cumplimiento a sus órdenes. En resumen, son como el perro del hortelano que ni comen ni dejan comer.

Un claro ejemplo de lo dicho se demostró cuando se estableció la organización de la actividad enfermera en APS por sectores de población en base a la cual cada enfermera tenía asignada una población de referencia pero también una demarcación geográfica concreta de su zona básica en la que se identificaban los recursos comunitarios y se establecían indicadores ponderados de carga de trabajo en base a la tipología de población asignada (infantil, adulta o adulta mayor), de las características comunitarias (vulnerabilidad, marginalidad…) y estableciendo isócronas de distancia con el centro de salud. De esta manera cada enfermera era responsable de dar atención integral (en cualquier ciclo vital de las personas) a la población asignada con independencia del cupo médico, lo que obligaba a mantener una comunicación con todos y entre todos y no solo con “su pareja”. Se trataba claramente de una organización centrada en las personas y la comunidad y no en los intereses de los médicos. Esta ruptura de la pareja perfecta inmediatamente generó el rechazo de quienes se sintieron agraviados en su orgullo y en su narcisismo exacerbado, así como en su sentimiento de propiedad cuando verbalizaban que ya no tenían a su enfermera.

Como si de la iglesia se tratase, se tomaron medidas para restablecer las parejas que “libertinamente” habían decidido separarse. Para ello inventaron las famosas y tan dañinas UBA (Unidad Básica Asistencial) o UME (Unidad Médico Enfermera), mediante las cuales se volvía a establecer una relación poblacional en base al cupo médico y no de las necesidades de la población. Pero además se restablecía la unión entre médico/enfermera que incluso pasó a autorizar “el adulterio” al establecer una relación de una enfermera por cada dos médicos en una clara y contradictoria decisión que tan solo obedece a intereses corporativistas a margen de la coherencia, el sentido común y las principales recomendaciones de organizaciones como la OMS y que nos sitúan a la cola de países con menor número de enfermeras por cada 100.000 habitantes y a la cabeza de los que tienen, por el contrario, mayor número de médicos.

Por otra parte, están quienes quieren mostrar una imagen más permisiva en la relación de trabajo desde la asunción del trabajo autónomo de las enfermeras y la necesidad de establecer vínculos de comunicación que vehiculicen la actividad profesional que sustituyan a las órdenes y la obediencia. Pero se trata, en muchas ocasiones de una imagen impostada que obedece tan solo a la necesidad de adaptar su imagen a lo que parece identificarse como correcto. Recientemente en unas jornadas, al ser preguntado un joven médico sobre cuál era su relación con las enfermeras, contestó “yo estoy muy contento con mi enfermería”, lo que demuestra que no tan solo no se ha cambiado de actitud, sino que además se piensa que el maquillaje que le aplican da una imagen de tolerancia y respeto que está muy lejos de ser real y de comportarse como tal, además de mantener y alimentar su obsesiva manía posesiva. Están también quienes consideran que trabajan en equipo y al ser preguntados al respecto responden que “ellos colaboran” de igual manera que sucede en las parejas cuando se trata de identificar el grado de implicación de los hombres en las tareas domésticas y se interpreta como participación responsable e igualitaria lo que no deja de ser una colaboración puntual e interesada. En ambos casos, el profesional y el digamos doméstico, lo que trasluce es un trato de desigualdad. No se trata de colaborar sino de participar activamente y en igualdad en el objetivo común que debe haberse consensuado previamente. Lo contrario supone seguir manteniendo una autoridad impuesta e impostada en base al sexo o la profesión de quienes la ejercen en esa hipotética e idealizada pareja perfecta

Es habitual que las decisiones tomadas en una unidad hospitalaria o en un centro de salud sigan estando supeditadas al criterio de la actividad médica y de quienes la ejercen y por lo tanto la organización obedece a intereses de estos y no a los de las personas a las que se atiende, lo que conduce nuevamente a un comportamiento de autoritarismo disciplinar y no de racionalización, eficacia y eficiencia como permanentemente se demuestra. El horario del pase de vistas médicas, la toma de constantes, la higiene de las personas ingresadas… obedecen a necesidades de los médicos al margen del bienestar de las personas o la organización general de la unidad. De igual manera que el horario de las consultas enfermeras o incluso la disponibilidad de espacios para llevarlas a cabo están sujetos a las necesidades de los médicos y no de criterios de gestión ni del tiempo ni de los espacios disponibles.

Creo que a estas alturas nadie discute la importancia de la interrelación entre los diferentes profesionales de los equipos de trabajo y la necesidad de establecer vínculos de comunicación permeable y fluida que facilite la toma de decisiones compartidas en base a la identificación y priorización de necesidades de las personas, las familias y la comunidad. Pero esto no puede ni debe confundirse con la idea que para lograrlo es imprescindible establecer una unidad de pareja que por artificial y forzada resulta mayoritariamente nociva para la propia pareja y para quienes son destinatarios de su atención.

Los matrimonios por conveniencia ya se sabe a qué conducen y quienes son las perjudicadas directas y las/os perjudicadas/os indirectos. Seguir manteniendo patriarcados profesionales (al margen del sexo de sus componentes) claramente autoritarios y excluyentes tan solo beneficia a quienes lo ejercen y provocan importantes daños en quienes son sometidos y en quienes son destinatarios de los cuidados.

En pleno siglo XXI deberíamos identificar que la igualdad y la equidad deben impregnar cualquier ámbito de trabajo y de relación personal y laboral, dejando atrás viejos, rancios y caducos comportamientos desde los que difícilmente se logrará respeto ni autoridad y si rechazo y debilidad. Los tiempos del miedo y la posesión ejercida desde el mismo ya tan solo son vestigios que no se puede consentir sigan siendo replicados por nuevas generaciones incorporando viejos comportamientos disfrazados para disimular.

Por su parte quienes siguen aceptando y asumiendo la subsidiariedad profesional con una actitud de conformismo y sumisión están participando no tan solo de un claro ataque a la dignidad profesional sino también a un inaceptable acoso ejercido desde el abuso de una autoridad inexistente por mucho que se deje ejercer.

Las parejas perfectas no pueden imponerse y deben ser contrarrestadas con aportaciones basadas en evidencias científicas, con conocimiento, pensamiento crítico, análisis y debate, formación e investigación que permitan consolidar la ciencia enfermera y ofertar los mejores cuidados a las personas, las familias y la comunidad desde un trabajo transdisciplinar basado en el respeto.

Las palabras de Rouseu que encabezan esta entrada y que puede parecer que están superadas, encajan perfectamente en la reflexión que a continuación hago y que lamentablemente nos sitúan en una posición que cuanto menos nos deberían hacer pensar y reflexionar sobre dónde estamos y qué podemos o debemos hacer. 
En cualquier caso nadie puede entender que esto es aplicable a todos o que todos actúan de igual manera. Las relaciones han mejorado y se han aclarado. Pero sin que ello signifique que ni han existido ni que sigan dándose casos que no deben pasarse por alto ni por una ni por otra parte de la supuesta pareja.

 

 

[1]  Escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista, y aunque fue definido como un ilustrado, presentó profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración (1712-1778).

[2] Domínguez Alcón, 1986

[3]Carrasco, C., Márquez y Arena, J. (2005). Antropología Enfermera y perspectiva de género. Cultura de cuidados,9 (15): 52-59

[4]Gómez-Bustamente, E.M. (2012). La enfermería en Colombia: una mirada desde la sociología de las profesiones. Aquichan, (12), 42-52. Recuperado dehttp://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74124091005