¿EL PRINCIPIO DEL FIN O POR FIN EL PRINCIPIO?

“Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio.”

Epicuro[1]

 

Mucho se ha venido hablando estas últimas semanas de verano y vacaciones, para quienes han tenido la ocasión de disfrutarlas, sobre las enfermeras y su papel, competencias, funciones, rol… que de todo ha habido, en el ámbito de la Atención Primaria fundamentalmente.

Se ha hablado, propuesto y determinando, por parte de quienes además no han sido, precisamente, defensores de las enfermeras y su aportación a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque lamentablemente lo han hecho desde el oportunismo, la precipitación, la urgencia y, sobre todo, la ocurrencia en sustitución de la evidencia como elementos imprescindibles de su estrategia como ahora expondré.

Plantear como se hizo la sustitución de médicos por enfermeras ante la supuesta y cacareada falta de médicos en Atención Primaria es un acto de absoluta incoherencia, mediocre gestión, ausente planificación, total desconocimiento o de una mezquindad absoluta para generar un enfrentamiento que distrajera la mirada, precisamente, de quienes actúan con tanto desprecio hacia las/os profesionales y hacia la población a la que, supuestamente, pretenden proteger con tales medidas[2].

La verdad es que lo fácil, lo inmediato, es pensar que se trata realmente de una torpeza sin precedentes. Pero esto no encaja en la magnitud de la medida propuesta y en la posibilidad y creencia de que no exista nadie en la consejería de salud de Madrid con capacidad de decisión que tenga un mínimo de inteligencia para impedir que se proponga algo tan descabellado como inapropiado. Por lo tanto, y posiblemente sea lo que más miedo da, considero que lo sucedido obedece justamente a un acto pensado, planificado y ejecutado con estivalidad y alevosía con el objetivo de hacer daño.

Pero ¿daño a quién? Cabe preguntarse. Pues en primer lugar al sistema público de atención haciendo creer a la población que el mismo es ineficaz e ineficiente y con ello reforzar la creencia de una sanidad privada salvadora y supuestamente altruista que está dispuesta a ofrecer sus servicios para beneficiar a la ciudadanía.

¿Y cómo hacerlo sin que se identifique como una demolición del sistema público y una clara apuesta por el privado? Pues utilizando a las/os profesionales como chivo expiatorio y arma arrojadiza.

La secuencia, pues, es la siguiente.

En primer lugar, se hace creer a la ciudadanía que existe una carencia de médicos para atender a los centros de salud. Carencia no por falta real de médicos en cuanto a número, sino como consecuencia de las condiciones tanto laborales como profesionales que hacen que los médicos rechacen de manera cada vez mayor incorporarse en los Centros de Salud. De esta manera se da a entender que, a pesar de los esfuerzos realizados por las/os gestoras/es sanitarias/os, como brazo armado de las/os ideólogas/os políticas que deciden la estrategia, son los médicos quienes tienen la culpa de esa carencia y de las consecuencias que la misma provoca en la atención a las personas, las familias y la comunidad.

Pero para reforzar su maléfico plan, incorporan una nueva y demoledora acción que afecta a las enfermeras sin que, claro está, las enfermeras participasen de la misma ni en su planteamiento ni mucho menos en su planificación y ejecución.

Se trata de trasladar la responsabilidad de atención, ante la falta de médicos, a las enfermeras.

Y esto merece un análisis que vaya más allá de la simple y torpe reacción inmediata que es lo que generó la misma una vez conocida. Porque, realmente, es una propuesta envenenada que ni el mismo Príncipe de Maquiavelo hubiese sido capaz de pertrechar con tanta malicia como éxito.

En primer lugar, al trasladar la responsabilidad de atención a las enfermeras, se consigue un doble objetivo. Por una parte, se pretende hacer creer la confianza que se deposita en las enfermeras para asumir dichas competencias. Confianza que no tan solo no es real, sino que se ha venido demostrando de manera sistemática que nunca se ha tenido en ellas.

Por otra parte, y no menos maquiavélica, se logra enfrentar a los médicos con las enfermeras al identificar los primeros que se están invadiendo sus competencias por parte de las segundas. De esta manera el foco de atención se desplaza de quién toma la decisión hacia quienes se les asignan competencias que ni habían solicitado asumir ni participaron en su planteamiento. Toda una estrategia de despiste y de desgaste de quienes en teoría debían resolver los problemas de atención que las/os responsables de gestionarlo ni querían ni sabían, posiblemente también, cómo llevar a cabo.

Pero aún hay más. El mensaje que se traslada a la población, lejos de ser tranquilizador y garantizar la cobertura de atención, lo que provoca es un rechazo hacia las enfermeras por no considerarlas competentes para asumir la posible demanda de atención con lo que su valoración y reconocimiento se resiente al tiempo que son identificadas como intrusas que quieren ejercer de médicos sin serlo. Por otra parte, y sin que este fuese un objetivo de la trama, la ciudadanía, lejos de ver a los médicos como unos desertores que no quieren trabajar en Atención Primaria, que es lo que se pretendía, pasan a ser identificados como víctimas del sistema y de la administración al quedar a ojos de la comunidad como los profesionales que se les ataca y se les usurpan competencias.

Y como colofón nos encontramos con ciertos sectores de la enfermería que identifican esa concesión competencial como un favor de la administración y a su vez como un ataque sin sentido por parte de los médicos al interpretar que no quieren dejarles crecer como profesionales y adoptando un victimismo absurdo. Todo lo cual contribuye al objetivo marcado por las/os ideólogas/os de quedar indemnes por su acción y que todo el peso de las críticas se focalice en médicos y enfermeras.

Hecho este análisis de la secuencia es necesario también dejar claros diferentes aspectos sin los que sin duda estaría contribuyendo al objetivo marcado por los estrategas de la confusión.

Lo primero de todo es que en ningún momento pretendo trasladar el que las enfermeras no puedan asumir competencias que, hasta la fecha, han sido identificadas como de exclusividad médica. Esto sería tanto como ir contra las evidencias científicas y la propia evolución de las profesiones tal y como se demuestra en múltiples ejemplos de países en los que esto no tan solo está asumido, sino que forma parte de la normalidad de atención a la población. Por lo tanto, el problema no es si las enfermeras son o no competentes, que lo son, sino de qué manera se regula, instaura y normaliza a través de un debate riguroso y científico entre las partes. El problema viene determinado por la falta de diálogo y por la torticera forma de gestionar las situaciones que, además, no son nuevas.

Así mismo, no puede ni debe trasladarse que la atención que se ofrece a la población es una sustitución, porque en sí misma esta definición ya conlleva implícitamente la condición de intrusismo e invasión competencial. No se trata, por tanto, de que las enfermeras puedan sustituir a los médicos en determinadas competencias para aliviarles de su carga o para paliar su falta de recursos. La asunción de competencias va ligada a conocimiento y responsabilidad y no a una cesión gratuita y puntual derivada de una carencia asistencial de la que ni son responsables ni tienen obligación alguna de asumir.

Mientras todo esto sucede, las/os mismas/os que provocan esta kafkiana situación, impiden que las especialistas de enfermería familiar y comunitaria, que se forman con dinero público, se incorporen a la Atención Primaria para asumir competencias que permitirían regular con eficacia y eficiencia muchas de las carencias y debilidades que actualmente tiene el sistema público como consecuencia de la gestión llevada a cabo y las constantes barreras y dificultades que se provocan para que se produzca un cambio tan necesario como deseable, pero que supondría un obstáculo a las intenciones privatizadoras, por lo que la mejor defensa es un buen ataque.

Las enfermeras por su parte no podemos admitir la manipulación como herramienta para la gestión de las organizaciones porque con ello contribuiremos a los objetivos de desestabilización del sistema público, al pobre desarrollo profesional que es artificialmente manejado por intereses políticos y a la debilitación de nuestra imagen social y el empobrecimiento del valor de los cuidados prestados. Ante todo lo cual no hay que olvidar, y es necesario destacar, están contribuyendo las enfermeras gestoras que contribuyen con su acción u omisión a que se lleven a cabo estrategias tan insensatas y dañinas, siendo cómplices necesarias y solícitas de su desarrollo.

A todo ello hay que añadir el torpe y también interesado abordaje que de la situación realizaron determinados medios de comunicación. Lejos de hacer un análisis riguroso de lo acontecido, contribuyeron a la desvalorización de las enfermeras al identificarlas como intrusas e incapaces de responder a las demandas de salud de la población, ridiculizando la situación en su patético abordaje. Mientras tanto, las críticas hacia la administración quedaron claramente diluidas y alejadas del verdadero objetivo de la decisión adoptada tal y como ya he planteado, al situarlas en un segundo plano.

Pero aún hay más. Los órganos de representación de las enfermeras tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias al centrar sus críticas sobre aquello que interpretaron como un ataque a las enfermeras por parte de los médicos exclusivamente, dejando indemnes a quienes son las/os verdaderas/os y exclusivas/os responsables de tan lamentable como bien diseñada estrategia de descrédito del sistema público y de sus trabajadoras/es.

Por su parte los médicos cayeron en la trampa que les tendieron instrumentalizándoles para que centrasen sus críticas hacia las enfermeras, mientras eran señalados como culpables de las carencias del sistema por no querer ocupar plazas de Atención Primaria. Lo que por otra parte viene a visibilizar otro de los graves problemas que actualmente padece la Atención Primaria que ha sido tan castigada y desvirtuada, siendo cada vez menor el número de profesionales que quieren trabajar en ella, sobre todo los médicos que no se sienten ni atraídos ni realizados a pesar de haber contribuido de manera clara en la medicalización y asistencialismo del modelo imperante y que ven los cambios propuestos en la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria como una amenaza en lugar de como una oportunidad para su desarrollo profesional, centrado en la enfermedad, la curación y la tecnología, lo que justifica la gran cantidad de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) de Medicina Familiar y Comunitaria que quedan desiertas en las convocatorias anuales de especialidades médicas. Y, paradójicamente, a pesar de ello se resisten y alzan airadas voces contra cualquier posibilidad o intento de que las enfermeras asuman competencias que ellos no quieren realizar. Es decir, son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer.

Toda esta maraña de acciones y omisiones premeditadas y estudiadas concienzudamente acaban por generar un contexto de crispación que enfrenta a todos contra todos menos contra quienes la provocan.

Mientras sigamos preocupadas/os por aspectos corporativos sin tener en cuenta las consecuencias que decisiones como las apuntadas tienen para el desarrollo profesional y la salud de las personas, las familias y la comunidad, resultará muy difícil que logremos identificar y trasladar nuestro verdadero rol profesional y generar una imagen de prestigio y respeto interprofesional y social. Caer en las provocaciones claramente intencionadas tan solo nos sitúa en el foco de todas las críticas y daña claramente nuestra imagen.

Identificar a médicos o enfermeras, en función de quienes lo hagan, como enemigos en lugar de actuar desde el respeto y de manera coordinada y transdisciplinar para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades y demandas de la población y lograr que el sistema público de salud recupere la confianza y la calidad que en algún momento se identificaba como seña de identidad, es la mejor manera de apoyar, aunque sea involuntaria o inconscientemente, a cuestionar el sistema y a sus profesionales y con ello a perder la confianza de la ciudadanía y dar argumentos a quienes tienen como principal fin la privatización del sistema y la reversión del mismo a un modelo de beneficencia para pobres.

Y ante esto, que puede interpretarse e incluso denunciarse como un ataque muy particular en un territorio autonómico concreto, se adoptan u omiten decisiones por parte de quienes, al menos en teoría, defienden el sistema público, que contribuyen a alentar y reforzar medidas como las expuestas. Así nos encontramos con la incomprensible pero real inacción del Ministerio de Universidades a la hora de resolver un proceso como el de la prueba de acceso a la especialidad de enfermería familiar y comunitaria que se llevó a cabo en diciembre del pasado año, utilizando el silencio tramposo, mentiroso e indecente como toda respuesta a lo que es un derecho de las enfermeras, pero también de la población a la que se le está privando de tener una atención de calidad. O el no menos escandaloso silencio de la ministra de Sanidad a la promesa de creación de una Estrategia de Cuidados hecha pública por ella misma también en el mes de diciembre del pasado año, aprovechando el cierre de la campaña Nursing Now. Lo que ha demostrado ser un oportunismo sin voluntad política alguna de hacerlo realidad cuando nos encontramos en un contexto de cuidados que se ha hecho aún más patente tras la pandemia y que urge liderar, siendo las enfermeras quienes en mejores condiciones están para hacerlo.

Para concluir este análisis y reflexión tan solo me queda plantear si todo lo que está sucediendo no puede suponer el principio del fin no tan solo de la Atención Primaria sino también de la aportación cuidadora de las enfermeras o por el contrario puede ser el punto de inflexión que permita poner fin a tanto desmán para iniciar el principio de una nueva realidad.

Si continuamos esperando a que nos den las respuestas nos podemos encontrar casi con absoluta seguridad con el fin ya definitivo. Así pues, el principio depende, en gran medida, de la postura, determinación y decisión que como enfermeras adoptemos. De cómo afrontemos ese deseable y deseado principio, tan necesario como imprescindible, puede suponer el fin de lo que está ocurriendo.

Tal como dijera Julio Cortázar[3], “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

[1]   Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) 341 a. C​ – 271/270 a. C

[2] chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.newtral.es/wp-content/uploads/2022/06/PROCEDIMIENTO-ACTUACION-ANTE-AUSENCIA-DE-MEDICO-300522.pdf?x24211  

[3] Escritor y traductor argentino (26 agosto 1914-12 agosto 1984)