“El robo está siempre asociado a la idea del poder.”
Fernando Sabater[1]
LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN
Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno
Parece como si siempre estuviésemos insatisfechos con lo que tenemos, lo que nos lleva a desear fervientemente aquello que otros tienen. Pero no porque de lo que disponemos sea negativo o poco valioso, sino simplemente que, por el hecho de tenerlo, disfrutarlo e incluso ser seña de identidad de quien lo tiene hace que se pierda el interés e incluso se abandone y renuncie su posesión con tal de buscar fervientemente la manera de alcanzar lo que otros tienen, sin saber si quiera si eso que anhelamos realmente nos puede hacer felices o vamos a saber manejarlo para que nos aporte beneficios. Tan solo nos ciega el conseguirlo. Lo de menos es el porqué, para qué, cómo… con tal de lograrlo. Y ya se sabe que nido abandonado, nido perdido.
También se da, en este mismo sentido, el deseo por lo ajeno, pero sin que se renuncie a lo que ya se posee, pretendiendo acaparar todo aquello que se entiende puede darle, a quien lo busca, reclama o usurpa, como mayor notoriedad o poder, al tiempo que resta valor a quien se le quita. Al igual que decía anteriormente lo de menos es saber qué hacer con lo logrado, lo importante es poseerlo y debilitar a quien lo poseía.
Finalmente se trata de quitar a alguien algo que forma parte de ella, es decir, robar.
Siguiendo el hilo con el que he iniciado mi reflexión y siendo consciente de que la misma puede ser sensible y causar debate, considero que no debo rehuir el mismo pues hacerlo significaría en sí mismo una clara postura de indiferencia o de conformidad con lo que está sucediendo.
En el caso del abandono, cuando no renuncia, a lo que se posee por el deseo, no siempre razonable ni razonado, de acceder a aquello que se considera mejor o más valioso, nos encontramos lamentablemente y en una proporción que es ciertamente preocupante, con el caso de las enfermeras que no tan solo no valoran la identidad que les proporciona los cuidados profesionales por considerarlos menores o secundarios, sino que deciden renunciar a ellos para, por una parte caer en los brazos de la técnica que les fascina y les mantiene en posiciones de refugio y confort de las que se resisten a escapar. Pero además existen quienes no conformes con esa idolatría tecnológica se empeñan en reclamar ciertas competencias que, ligadas a la técnica, lo son de otras disciplinas lo que provoca de inmediato una reacción defensiva en quienes se sienten amenazados con el intento de apropiación que, además, entienden como indebida e incluso delictiva.
En ese intento al que, por otra parte, dan pábulo en muchas ocasiones, representantes profesionales enfermeros estableciendo una cruzada para lograr el ansiado pendón de conquista, se abandona claramente aquello que les es propio y da identidad a la profesión a la que pertenecen, es decir los cuidados, que quedan claramente desprotegidos y carentes de amparo profesional. Lo que, sin embargo, no significa en ningún caso que ya no sean necesarios o que haya desaparecido la demanda que de los mismos hacen las personas, las familias y la comunidad.
Ese abandono voluntario, totalmente incomprensible y temerario, no pasa desapercibido por quienes tienen interés en colonizarlos asumiendo su competencia y responsabilidad desde posiciones, en apariencia al menos, de menor entidad profesional, disciplinar y científica, pero con un claro interés por ellos sin que exista una reacción defensiva acorde a la pérdida que supone, al estar entretenidas en batallas de supuestamente mayor entidad o importancia. De tal manera que finalmente unas medran y las otras merman. Todo ello, además, con impertérrita pasividad e indolencia de quienes dicen representar a las enfermeras o precisamente por considerar que la defensa pasa por la inacción que conduzca a la pérdida de lo propio en la desigual y no siempre comprensible guerra por lo ajeno.
Con este planteamiento, desde luego, no estoy queriendo trasladar que las enfermeras no sean competentes para asumir otras competencias y responsabilidades a las que le son propias. Lo que considero que no tiene sentido alguno es hacerlo desde la renuncia de lo propio por pensar que lo ajeno es mejor y de mayor valor. Las competencias no se ganan con batallas, aunque estas sean incruentas, sino con razonamiento y evidencias científicas además de respeto y consenso en el logro de las mismas cuando estas son compartidas o están siendo abandonadas por otros como hacemos nosotras con los cuidados.
Alguien, por tanto, puede interpretar que nuestras reivindicaciones por la denominada prescripción enfermera, por ejemplo, no tendrían sentido según mi planteamiento. Pero nada más alejado de la realidad. Las enfermeras venimos “prescribiendo”, o indicando, como han impuesto los médicos, de manera alegal desde hace muchísimo tiempo fármacos y productos sanitarios relacionados con nuestras competencias profesionales autónomas, con el beneplácito, por otra parte, de quienes ahora se rasgan las vestiduras y nos llevan ante los tribunales. Por tanto, lo que se reclama es la legalización y normalización de una situación que no beneficia a ninguna de las partes desde la alegalidad y que repercute negativamente en quienes son receptores de la atención recibida, por parte de unos y otros.
Por su parte, en el caso del deseo por lo ajeno, quien o quienes lo ejercen no necesariamente suele requerir el abandono de lo deseado por parte de quien es du dueño o cuanto menos lo posee. Simplemente deciden hacerlo suyo y para ello utilizan cualquier estrategia o estratagema para conseguirlo sin importarles lo más mínimo si para aquello que pretenden hacer suyo son competentes, si les corresponde y quieren realmente hacerlo, si les es posible asumirlo y ni tan siquiera si es ético.
La última que, por supuesto no única muestra de lo que digo, es la anunciada fundación por parte del Colegio de Médicos de Madrid de un comité científico para instaurar la cultura del cuidado, establecer un Código de Cuidados y detectar las necesidades de la población vulnerable[2]. ¿Alguien puede tan siquiera imaginar la respuesta que tendría que alguna organización enfermera anunciara la fundación de una comisión o comité para establecer un Código Farmacológico o de Cirugía?
Este anuncio además de ser una clara y descarada provocación supone un abordaje manifiestamente beligerante contra la identidad enfermera al pretender, no ya cuidar que podría ser algo que siempre han podido hacer y a lo que han renunciado sistemáticamente, sino por la maniquea y mezquina pretensión anunciada de crear un conjunto de normas y reglas sobre los cuidados, que es lo que significa hacer un Código de Cuidados según la Real Academia de la Lengua Española (RAE).
Es decir, los mismos que siempre identificaron los cuidados, que es lo que hacen las enfermeras, como algo absolutamente secundario, irrelevante, subsidiario, ligado a las cualidades femeninas como la dulzura, la abnegación, la docilidad, la obediencia, la resignación, la sumisión y que tan bien dejaron por escrito en sus múltiples textos para la formación de las enfermeras durante siglos, ahora quieren regular los cuidados[3], [4], [5], [6], [7], [8], [9], ahora quieren hacerlo suyo estableciendo, desde la prepotencia y el autoritarismo del poder que han logrado imponer a lo largo de su desarrollo profesional con su absolutismo ilustrado de todo para el paciente pero sin el paciente. Algo que choca frontalmente con lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros.
Pero ni el abandono de competencias, por una parte, ni la colonización de espacios o la apropiación de competencias por otra, obedecen tan solo a lo ya comentado. Es decir, la dejación de unas y el oportunismo o el descaro de otras/os.
Porque, como suelo decir, nada es casual y todo es causal. Así pues, a la falta de valoración propia sobre aquello que se hace, o debiera hacerse, hay que añadir la ausencia absoluta de reconocimiento por parte de las instituciones del valor de los cuidados profesionales enfermeros, lo que justifica que estén relegados y no se plantee en ningún caso su institucionalización como si se hace con la curación ejercida por los médicos. De esta manera se genera una diferencia de trato, oportunidades, reconocimiento y valoración de las enfermeras y su aportación singular por parte de las instituciones y sus responsables por el exclusivo hecho de ser enfermeras. No es que ellas no quieran o no puedan es que, permanentemente, se les impide crecer, avanzar, visibilizarse y aportar su competencia y conocimientos en tantos ámbitos y puestos de responsabilidad que siguen ocupados en exclusiva por quienes se consideran únicos dueños de la sanidad, aunque permanentemente trafiquen con la salud con absoluta impunidad. Por su parte se sigue consintiendo la vigencia de leyes y normas que benefician a unos y perjudican a otras generando una absoluta falta de equidad que se mantiene sin rubor y lo que es peor aún sin rigor alguno, siendo la presión y el poder de los ocupas institucionales lo que perpetua tal situación de desigualdad.
Esta circunstancia que, por mucho que sea una constante no puede ni debe naturalizarse hasta el extremo de considerarla normal, lleva a que, por una parte las enfermeras cada vez se identifiquen menos con lo que, paradójicamente, es su seña de identidad, los cuidados y, sin embargo, queden fascinadas con las técnicas y la tecnología al margen de los cuidados, siendo esta una de las causas de la evidente deshumanización que ahora se quiere recuperar desde posicionamientos absolutamente alejados del cuidado. Siendo la forma que identifican como posible solución a ser mejor valoradas y, por tanto, a acceder a un desarrollo que, sin embargo, no tan solo no será posible, sino que les generará, de mantenerlo, una creciente dependencia y subsidiariedad a la técnica y a quien la controla y domina.
Esto lleva a que se generen cada vez mayores espacios de abandono de cuidados que son aprovechados por quienes, siendo profesionales de la enfermería, identifican a las enfermeras como enemigas de su desarrollo por lo que reclaman competencias de cuidados que identifican como propios, pero sin que tengan realmente una capacitación profesional que les haga competentes más allá de la realización de la actividad relacionada con dichas competencias, pero no su responsabilidad que corresponde a las enfermeras por mucho que la abandonen.
Esta es, por tanto, una muestra más de la desidia de las administraciones y de quienes ocupando puestos de responsabilidad y gestión, lo único que logran es generar espacios de conflicto con sus decisiones o sus no decisiones, que tan grave es lo uno como lo otro. La ausencia de una adecuada regulación y ordenación profesional, contribuye a la permanente confrontación entre las profesionales que formando parte de la Enfermería se sitúan en planos diferentes de la misma como si fuese posible identificar diferentes “Enfermerías”.
La fascinación tecnológica que padecen las enfermeras, por otra parte, les sitúa en un paradigma ajeno a la hora de dar respuestas a las necesidades de las personas, abandonando con ello el paradigma desde el que los cuidados adquieren sentido y ciencia, lo que provoca respuestas en base a premisas falsas.
En todo este proceso, viene sucediendo que los cuidados son identificados cada vez con mayor intensidad como un valor importante por parte de la sociedad, al contrario de lo que sucede con quienes deberían ser sus mayores valedoras, las enfermeras. Por una parte, porque la propia evolución de la sociedad y los cambios a los que está sometida, epidemiológicos, demográficos, económicos, culturales…, demandan cada vez más cuidados profesionales. La pandemia, por su parte, entre otras muchas cosas y efectos ha dejado un clarísimo contexto de cuidados que parece que tan solo las/os políticas/os y las/os gestoras/es son incapaces de ver o, lo que es peor, se niegan a ver.
Ante esta situación en que los cuidados adquieren una dimensión de reconocimiento y demanda cada vez mayor, sin que lamentablemente las enfermeras sean capaces de liderarla y quienes pueden y deben favorecerlo se sitúan en la inacción mas absoluta, surgen amigos de lo ajeno que identifican la oportunidad de hacer suyo aquello que nunca quisieron pero que ahora anhelan y para lo que están dispuestos a regular lo que, quien tendría que hacerlo no lo hace.
El oportunista y mentiroso anuncio de una estrategia de cuidados hecha por la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, de haber sido sido cumplido, posiblemente, no hubiese dejado espacio para el abordaje que se ha emprendido desde el Colegio de Médicos de Madrid y que, hasta la fecha parece no ha tenido respuesta por parte de ninguna organización de las que al menos en teoría representan a las enfermeras, lo que también contribuye a que no sea identificado con la gravedad que realmente tiene.
Este desolador panorama de luchas, asaltos, robos y dejaciones sin duda contribuye a un descrédito en la valoración, reconocimiento y visibilidad de lo que es el verdadero tesoro de las enfermeras, es decir, los cuidados, que tristemente abandonan para cambiarlo por los brillos engañosos de la tecnología y los cantos de sirena de unos supuestos beneficios que tan solo les conducirán a encallar en el mejor de los casos o naufragar irremediablemente en el peor y más probable de ellos. Cuestión que es aprovechada por los piratas de la sanidad para hacerse con el botín que tras tanto tiempo a la vista han descubierto ahora como valioso para sus intereses. Sin que ello quiera decir que con el mismo vayan a favorecer a las personas, las familias y la comunidad. Tan solo lo utilizarán como complemento de su narcisismo profesional y como trofeo de sus abordajes en el mar de la confusión generada por unas/os y otras/os y con el beneplácito o la connivencia de las/os guardianas/es de la paz y el orden en el mismo.
Recuperemos lo que es nuestro y defendámoslo desde el rigor y la ciencia enfermera sino queremos caer nuevamente en la despersonalización y falta de identidad que provocará la pérdida de los cuidados como consecuencia de nuestro abandono y nuestra confusión.
No es buena cosa dejar camino real por vereda, pues a buen seguro no nos llevará donde deseamos y lo haremos en peores condiciones, si es que no nos perdemos.
[1] Filósofo, profesor de Filosofía y escritor español.
[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/el-icomem-insta-establecer-un-codigo-cuidados.html
[3] “…y con estas consideraciones debe ir a una práctica intensiva. Repetir muchas veces las cosas para que, si las hace bien, salgan mejor. Procurar adquirir agilidad en el trabajo, educar sus manos a la dulzura, en una palabra dedicar todos sus afanes a la máxima perfección” (Manual de la enfermera, 1940)
[4] “La enfermera tiene por misión el atender a los enfermos, y todos los cuidados que haya que prestarles, sean de la clase que sean. Médicos, higiénicos, personales, corresponden a la misma: debe ser el único intermediario entre el médico y el enfermo, la única persona que entre en contacto con éste” (Manual de la enfermera, 1952)
[5] “Los médicos tendrán auxiliares instruidos, que cumplan sus indicaciones.” (1907)
[6] “El médico es el sabio, es el que entiende más que todos, es el que manda….” (1919)
[7] “Para con sus superiores, la enfermera, ha de ser sumisa y obediente. No ha de discutir las órdenes que reciba. Si alguna cosa cree que no puede cumplir o tiene escrúpulos de que pueda estar mal indicada, por observaciones que puede recibir del estado del enfermo después de dictada, tiene que hacerlo saber al médico directamente, sin intermediarios, y sobre todo con modestia, para que pueda ser rectificada después” (1940)
[8] “Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales” (1975)
[9] “Por ello hemos de procurar que los conocimientos teóricos se reduzcan a los límites precisos de nociones e incluso de definiciones tan solo… Creemos que debemos conseguir ayudantes técnicos sanitarios poco sabios, pero en cambio, hábiles y precisos en el ejercicio de la profesión y siempre con la conciencia de la función que deben llevar en relación con el médico, el enfermo y la sociedad” (J. Alvarez Sierra y Manchón: Historia de la profesión, 1955)