“La gente suele decir que tal o cual persona no se ha encontrado todavía a sí mismo. Pero la autonomía no es algo que uno encuentra, es algo que uno crea.”.
Thomas Szasz[1].
Mucho se ha hablado y escrito sobre los males, problemas, dificultades o barreras que afectan a las enfermeras y sobre cómo los afrontamos desde las diferentes organizaciones de representación enfermera o desde la percepción, interpretación y posicionamiento individual y colectivo, al margen de dichas organizaciones.
No es mi intención hacer un listado de los agravios, ataques, olvidos, desconsideraciones o desprecios de los que somos objeto, que son muchos y variados ni tampoco de cuáles son sus causas que, se me permitirá, no se pueden ni deben achacar exclusivamente a la mezquindad ajena, lo que automáticamente anula la necesaria e imprescindible autocrítica, sin la cual va a resultar muy difícil salir de la tela de araña en la que metafórica, pero realmente nos encontramos presas y sin libertad de movimientos para actuar y sin que, en muchas ocasiones, esto signifique que una maligna araña pueda o quiera devorarnos como representación de un imaginario o deseado enemigo que justifique nuestra parálisis en dicha tela de araña.
Pero sí que me parece razonable, e incluso necesario, reflexionar sobre cuáles pueden ser las causas por las que caemos presas en tan pegajosa y paralizante tela, y por qué no sabemos o no queremos liberarnos de la misma o por qué no existe ayuda eficaz para hacerlo o no somos capaces de identificar y elegir a quienes lo hagan posible. Todo lo cual nos lleva a una situación en la que parece como si finalmente nos sintiésemos cómodas en esa trampa paralizante.
Esta misma semana, en un Congreso sobre Cuidados en el que participé, me trasladaban que lo que nos faltaba, lo que nos hacía falta a las enfermeras era autonomía. Realmente que se siga planteando como carencia la autonomía profesional achacándola a males externos no identificados o supuestamente malintencionados para que no lo seamos, me produce una profunda tristeza, al tiempo que genera en mí una reacción de absoluto rechazo por considerarlo un lamento lastimero sin fundamento y ligado a un falso argumento con el que justificar dicha ausencia de autonomía.
La autonomía va ligada de manera totalmente inseparable a una asunción de responsabilidad. No podemos hablar de competencias sin que exista responsabilidad para que estas no se queden tan solo en una declaración de intenciones que en algunos casos y ocasiones acabamos por abandonar al no identificarlas como propias e irrenunciables.
La responsabilidad, por su parte y con ella la autonomía por la que aparentemente se suspira, conlleva asumir riesgos. Los riesgos de tomar decisiones propias que es lo que caracteriza a la autonomía. Pretender, por lo tanto, que la autonomía sea una dádiva o una concesión gratuita y generosa sin que la misma suponga un posicionamiento claro, firme, riguroso y científico en la que avalar nuestras decisiones es una absoluta irresponsabilidad al tiempo que la mejor manera para que la autonomía continúe siendo un obscuro objeto de deseo y una excusa en la que amparar un victimismo tan inútil como irreal.
Lo he dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo, lo que somos y seamos depende fundamentalmente de nosotras mismas. No continuemos en ese juego de buscar un culpable como quien busca a Wally en una abigarrada y confusa imagen en la que se confunde y esconde. Porque al contrario de lo que sucede con Wally, que podemos llegar a identificarlo, no conseguiremos encontrar al culpable de nuestra falta de autonomía porque no existe más allá de nuestra imaginación o nuestro particular collage de sospechas.
Pero, a parte de nuestra personal intriga individual y colectiva como enfermeras, es importante saber o cuanto menos analizar qué esperamos y qué hacen realmente nuestras/os representantes profesionales en sus diferentes ámbitos u organizaciones.
Lo que se espera de ellas/os es ciertamente difícil, tanto de relatar como de analizar, pues posiblemente haya tantos deseos, expectativas, realidades, peticiones, exigencias… como enfermeras somos. Cada cual desde su foro interno y por qué no decirlo desde sus intereses particulares, puede esperar respuestas que les satisfagan. Es lícito y respetable que cada cual plantee sus deseos. Pero como sucede con la búsqueda de culpables en el juego de Wally en este caso no es razonable seguir creyendo que las peticiones pueden seguir haciéndose como quien escribe la carta a los Reyes Magos. En primer lugar, porque por mucho que nos gusten y nos evoquen felices recuerdos de niñez, los Reyes Magos no existen y quienes, en este caso, debieran asumir el rol de padres benefactores, ni lo son, ni se comportan como tales. Entre otras cosas porque nuestros padres nos eligieron o cuanto menos decidieron aceptarnos como hijos y ser nuestros protectores y educadores al tiempo que nos creaban ilusiones y las mantenían con el sueño, su sueño, de vernos y hacernos felices. Lo que inicialmente puede ser identificado como un engaño y una desilusión al descubrir la verdadera identidad de los Reyes Magos finalmente se transforma en una ilusión adquirida, asumida y transmitida que se perpetua en el tiempo de generación en generación y en ningún caso supone una renuncia a la paternidad por parte de quien se siente defraudado en el momento de descubrir la suplantación de identidad. Las cartas que por otra parte se escriben, dan rienda suelta a los deseos de poseer aquello que más ilusión hace, al entender que la magia de los monarcas lo puede lograr todo, aunque no siempre se vean cumplidos por razones que todos identificamos sin que signifique una automática renuncia a seguir escribiendo, año tras año, una nueva carta con idéntica o renovada ilusión de obtener, de las regias figuras orientales, aquello que se pide en las mismas con la esperanza de que finalmente nos sea concedido.
Todo lo contrario sucede con quienes son nuestros representantes profesionales, que lo son porque nosotras, como enfermeras, tenemos la capacidad de elegirlas/os y exigirles que den respuestas a nuestras necesidades profesionales que en ningún caso pueden ser consideradas como ilusiones o fantasías. Por lo tanto, nuestras/os representantes lo son o deberían serlo en tan en cuanto nos impliquemos realmente en su elección, cuando no en su sustitución a través de un compromiso mayor que nos sitúe como sus posibles relevos. Porque no hacerlo es asumir que otras/os lo hagan por nosotras y que sus propuestas no coincidan con nuestros deseos o expectativas. Y al contrario de lo que sucede con los Reyes Magos, la decepción por lo que aportan las/os representantes, se transforma en una renuncia, ignorancia o desprecio hacia ellas/os. Pero lo realmente grave no es tanto el rechazo que dichas/os representantes generen, sino el que se provoca de manera indirecta hacia las instituciones que, al menos en teoría representan y que nos representan como profesionales, pero también como profesión, ciencia o disciplina.
Permanecer siempre en la queja permanente desde el anonimato y la pasividad no resolverá nuestros problemas, ni servirá para cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo o consideramos que no es justo, razonable, adecuado, proporcional o ético y que, por tanto, supone un prejuicio tanto para las enfermeras como para el ejercicio de su actividad y como consecuencia para la calidad y calidez de los cuidados que prestamos. Los lamentos, al no traducirse en acciones que provoquen en las/os representantes un temor a ser reemplazados acaban por naturalizarse y no tenerse en cuenta, asumiéndolos como parte de su proceso natural que los llevará a perpetuarse en sus cargos y, lo que es peor, a perpetuar sus vicios y con ello a enviciar sus decisiones, que lejos de solucionar los problemas de las enfermeras los cronifican o los ignoran. Más aún, si consideran que los mismos pueden causarles a ellos unos problemas que hagan peligrar sus puestos. Finalmente acaban tejiendo la tela de araña en la que caen las enfermeras presas de su propia indecisión, pasividad y conformismo, mientras las/os tejedoras/es observan con indiferencia, pero con vigilancia a quienes o no saben salir o finalmente se acomodan en la trampa tendida. Mientras tanto ellas/os seguirán apareciendo como salvadoras/es mediante discursos vanos, vacíos, engañosos, tramposos, pomposos e inútiles, queriendo hacer creer que les preocupa y ocupa la Enfermería y las enfermeras, mientras se aferran a sus puestos en aparentes procesos democráticos que realmente esconden estratagemas que garantizan su continuidad a través de estómagos agradecidos y cadenas de favores.
Seguir creyendo en los Reyes Magos es bueno e inofensivo a pesar del engaño que todos, salvo los más pequeños, conocemos y asumimos. Seguir aguantando a representantes mediocres, ineficaces, grises, trepas, oportunistas, mentirosas/os e incluso poco éticos o corruptos es algo que no podemos seguir consintiendo y que, por tanto, tenemos no ya la opción, sino la obligación de eliminar. Por una parte, para depurar responsabilidades y eliminar a quienes no tan solo no trabajan en favor de las enfermeras, sino que lo hacen en su contra o incluso en su propio y exclusivo beneficio. Por otra parte, para poder dignificar y poner en su justo y merecido lugar a las instituciones u organizaciones que representan y desde las que nos representan. No hacerlo es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Pues no tan solo nos ahogamos en nuestros lamentos, sino que permitimos que queden sin respuesta ni solución los problemas que limitan nuestro crecimiento, visibilidad y reconocimiento.
Los Colegios Profesionales, las Sociedades Científicas, las Academias, los sindicatos, las Facultades, de enfermeras o de Enfermería, según los casos, son necesarios y deben ser respetados y defendidos por todas las enfermeras como instituciones u organizaciones desde las que se nos represente y defienda. Quienes acceden a las mismas deben ser elegidos en función de sus capacidades, méritos, propuestas, proyectos, actos… y someterse a una permanente evaluación que permita su relevo en caso de no cumplir con las expectativas creadas o por cumplimiento de un periodo razonable que permita el saludable relevo en los puestos. Pero además hace falta que se acuda a votar de manera mayoritaria para elegir la mejor opción.
No se trata de establecer guerras o batallas para derrocar a nadie. Pero si de convencerse de la necesidad de que, de todas las enfermeras depende que nuestras/os representantes lo sean y actúen como tales realmente. Para ello es imprescindible que activemos nuestra respuesta individual y colectiva impidiendo, por una parte, caer en la trampa de la conformidad y por otra que nos sitúe como verdaderas decisoras para elegir a quienes tomarán decisiones que nos valoricen y visibilicen.
Tan solo así seremos capaces de abandonar victimismos, vencer sospechas infundadas, cesar en nuestros llantos y en nuestras protestas sin fundamento.
Asumamos nuestra responsabilidad y desde la misma alcancemos la autonomía que nos haga libres para elegir a quienes nos representen en cualquier organización o institución que tenga como fin u objetivo la defensa, el desarrollo o el fortalecimiento de la Enfermería o las enfermeras.
Hagamos oír nuestra voz, para poder exigir que la voz de nuestras/os representantes sea lo voz de la convicción, de la unidad, de la acción y de la capacidad de cambio y no la voz del engaño, el oportunismo, la confrontación y el beneficio interesado a espaldas de la profesión y sus profesionales.
Reclamar autonomía cuando se deja escapar, secuestrar o amordazar la capacidad de ejercer la autonomía para elegir a nuestras/os representantes es clamar en el desierto y permitir que la ansiada autonomía siga siendo tan solo una petición realizada desde el lamento, el victimismo y la comodidad de una zona que se considera de confort, cuando realmente es una zona de alcanfor [2]. Es como el niño que llora y coge rabietas pidiendo deseos que no van a poder ser cumplidos por quienes realmente son los Reyes Magos, es decir, sus padres, que posiblemente no hayan sabido o querido explicarle que hay determinados deseos que ni tan siquiera los Reyes Magos pueden conceder.
Despertemos del letargo, de la supuesta comodidad, de la indiferencia o de la indolencia. No nos engañemos pensando que nuestra mejor manera de protestar es inhibirse, abstenerse, pasar… creyendo que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Porque nuestro silencio, nuestra quietud, nuestra pasividad es, sin quererlo, el mayor apoyo, el mejor impulso y la mayor coartada para quienes se aferran a puestos en los que tan solo se representan a sí mismas/os.
En breve seguro que hay procesos electorales en organizaciones e instituciones, muy próximas a nosotras, en los que, desde la implicación y el compromiso directos, a través de candidaturas o bien a través de la votación libre, responsable y autónoma nos permitirán ser o elegir a representantes que verdaderamente nos representen y crean en lo que van a representar.
Solo desde la autonomía que nos da la capacidad de elección seremos capaces de ser autónomas y responsables de nuestros actos. Ello supone asumir riesgos, por supuesto, pero no hay mayor riesgo tanto para nosotras individualmente como para el conjunto de la profesión enfermera que permitir con nuestra actitud que nos manejen y manipulen.
Ya hay ejemplos en los que ese cambio se ha producido y está aportando una frescura, transparencia, acción, visibilidad, reconocimiento y representatividad reales que se proyecta en logros concretos de eficacia y respeto hacia las enfermeras y sus legítimos derechos profesionales y que van mucho más allá de los estrictamente laborales. Por lo tanto, no estamos hablando de una quimera de una utopía, ni tan siquiera de una ilusión, sino de una realidad que no tan solo es deseable sino posible. A estas alturas ya no es razonable seguir pensando que los Reyes Magos existen más allá de las fechas con las que se acaba la Navidad. Esos Reyes Magos son portadores de ilusión y fantasía y a las enfermeras nos hace falta concreción y realidad que nos permitan recuperar la ilusión en nosotras mismas y en nuestras posibilidades. Esa es nuestra autonomía, por la que debemos actuar en lugar de llorar.
No nos dejemos deslumbrar por las cabalgatas que los impostores, con los recursos que nosotras aportamos, monten para deslumbrar nuevamente con lentejuelas, regalos y prebendas, con el único objetivo de seguir manteniéndose.
Creer que no es posible cambiar es una renuncia que ni podemos ni debemos permitirnos. Cada cual que, desde su posicionamiento, su convicción, su deseo, su forma de entender la profesión…, de manera autónoma elija a quienes quiere que le representen. Que asuma ese riesgo. No hacerlo nos pone a todas en riego, además de ser muy poco ético.
Seamos pragmáticas sin renunciar a los valores, vehementes desde el respeto, exigentes con argumentos, firmes pero flexibles, comprometidas sin condicionantes, reflexivas y críticas, coherentes y comprensivas. Pero seamos y exijamos ser y poder ser como merecemos a quienes van a tener la capacidad de hacerlo y decidirlo.
[1] Médico psiquiatra húngaro, Profesor Emérito de Psiquiatría en la Universidad de New York (EEUU) y físico graduado con honores en la Universidad de Cincinnati (Ohio, EEUU).
[2] El alcanfor es una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre. Se usa como bálsamo y con otros propósitos medicinales.