“Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales»
La dominación masculina» (1998), Pierre Bourdieu[1].
Durante mucho tiempo, en Enfermería, todas las miradas y la atención han estado focalizadas de manera casi exclusiva en el ámbito anglosajón en general y en el estadounidense en particular.
Sin duda las aportaciones que han realizado al desarrollo y visibilización de la Enfermería y las enfermeras son indiscutibles y representan una referencia mundial. Florence Nightingale[2], Virginia Henderson[3], Dorothea Orem[4], Martha Rogers[5], Callistra Roy[6], Jean Watson[7]… son solo algunas de las enfermeras anglosajonas que a través de sus postulados y teorías han logrado establecer criterios, normas, comportamientos… de la atención enfermera que han trascendido más allá de sus contextos de origen para asumirse como modelos a aplicar en ámbitos geográficos, históricos y culturales muy diferentes al suyo.
Sin entrar a cuestionar la oportunidad o idoneidad de dichas traslaciones teóricas a nuestra realidad social y profesional y la de otros países como los iberoamericanos, lo bien cierto es que su poder de atracción y de fascinación han hecho que sus planteamientos hayan sido prácticamente adoptados como dogma de fe por parte de las enfermeras docentes y por extensión de las gestoras y las asistenciales, aunque en muchas ocasiones costase encajar las citadas teorías en un realidad que distaba y sigue distando mucho de la que es propia de las citadas autoras.
Tanta es la fascinación que provocan que casi todas ellas, sino la totalidad de las mismas, son conocidas e incluso reconocidas por la mayoría de las enfermeras, sobre todo de aquellas que iniciaron sus estudios en la universidad va a hacer ya 45 años en España y que en muchos países de Latinoamérica hace bastantes más años.
Este hecho, en sí mismo, no tendría mayor trascendencia sino fuese porque tal referencia empieza y acaba en dichas enfermeras, no siendo capaces las mismas enfermeras que las reconocen de identificar referentes de su propio contexto o de aquellos que podrían resultar más próximos por cultura, tradición e historia.
Este hecho que en sí mismo ya es suficientemente significativo se acompaña de otro no menos relevante como es el de la lengua nativa de todas estas teóricas, es decir, el inglés, que por otra parte ha pasado a ser considerada la lengua científica internacional por excelencia.
Nuevamente no voy a entrar a cuestionar si esta elección y lo que la misma supone es acertada o no, pues no me corresponde hacerlo más allá de mi opinión personal, alejada del riguroso análisis que la cuestión requiere.
Pero no me resisto a hacer una valoración de conjunto sobre cómo estas cuestiones han afectado, afectan o pueden afectar a la evolución de la Enfermería y al comportamiento que las enfermeras, tanto españolas como iberoamericanas, adoptan sobre ellas mismas y su aportación específica a la sociedad.
Es cierto que la evolución histórica de la Enfermería en España y me atrevo a decir que, en Iberoamérica, ha estado marcada por una clara subsidiariedad a la profesión médica con lo que ello supuso durante muchos años de despersonalización profesional evidente y, por tanto, de ausencia real de referentes. Tanto es así que se asumieron, en muchas ocasiones, como referentes propios los que eran de la medicina de igual manera que se hizo con el paradigma que marcó el devenir profesional de las enfermeras como profesionales secundarias de los médicos.
Esta dependencia, que supuso un claro secuestro de la identidad autónoma enfermera, llevó a que muchas enfermeras sufriesen un particular síndrome de Estocolmo[8], por el que se malinterpreta el paternalismo que habitualmente ha acompañado a esta subsidiariedad como un acto de humanidad por parte de los médicos que la ejercían, mantenían y se resistían a abandonar.
Esta dependencia, secuestro, al que estuvimos sometidas las enfermeras determinó nuestro aislamiento y que el mismo provocase una ausencia absoluta de referencias para construir una identidad propia.
En los planes de estudio de Enfermería en la Universidad, se incorporan las teorías enfermeras a las que aludía al inicio de mi reflexión y con ellas a sus autoras como enfermeras líderes y referentes. Ante la ausencia de referencias propias, desviar la mirada hacia quienes habían dispuesto del tiempo, el apoyo, la voluntad y el conocimiento para construir teorías, se consideró que era un acierto e incluso una oportunidad para lograr el necesario desarrollo y autonomía que nos habían sido usurpados durante tanto tiempo. En Latinoamérica, además, la mayor proximidad geográfica, que no cultural, con EEUU actuó como una losa en el avance propio de la Enfermería, al tener casi como exclusiva referencia para su identidad profesional y disciplinar a dichas enfermeras.
El problema es que de manera paralela no se produjo una corriente de pensamiento propio que permitiese ir desplazando las teorías anglosajonas por teorías propias que estuviesen adecuadas y necesariamente contextualizadas a los entornos iberoamericanos que sin duda requieren de valoraciones, aproximaciones, análisis y respuestas tan diferentes como divergentes con las del mundo anglosajón.
Se prefirió caer en la seducción de una ciencia que aún se nos antojaba lejana y que provocaba una hipnosis que tenía tanto de admiración como de desconocimiento, abrazando con pasión desmedida lo que no se estaba en condición ni de entender ni de aplicar tal como se nos trasladaba a través de manuales con gran éxito de ventas que llenaban estanterías de bibliotecas sin que ello asegurase que se entendiesen ni tan siquiera se leyesen, más allá de la obligación derivada de los planes de estudio en los que eran de obligada memorización.
Como referencia eran y siguen siendo necesarias. Pero no como teorías de aplicación sistemática como en muchas ocasiones se pretende. Dicha estandarización teórica se extiende a los planes de cuidados con lo que supone de pérdida en la individualización y singularidad de los mismos como si fuese posible establecer el prêt à porter en los cuidados profesionales enfermeros y sustituir con ello la “confección a medida” que requieren.
La prueba concluyente de la no aplicabilidad práctica a nuestros contextos fue que la teoría de mayor éxito, al menos en España, fue la de Virginia Henderson de necesidades básicas que no ofrece excesivos problemas de contextualización, aunque tampoco aporta mucho más de lo que el sentido común en la prestación de cuidados profesionales es capaz de hacer desde una perspectiva o paradigma, además, muy cercano al médico. En su defecto, en todo caso, se utilizan los patrones funcionales de Majorie Gordon[9] que no es una teoría enfermera y permite huir de la rigidez que imponen las mismas en su aplicación práctica.
Todo lo cual, por otra parte, no hace sino ahondar en la brecha existente entre teoría y práctica, pues la aplicación de estas teorías decae de manera progresiva hasta su práctica desaparición en cuanto las enfermeras se incorporan al ámbito asistencial, quedando tan solo en un recuerdo en el mejor de los casos o en el olvido más absoluto. Debido, en parte, al modelo de los propios sistemas nacionales de salud que dejan poco espacio para este tipo de aplicaciones teóricas y en parte a la propia renuncia de las enfermeras de la atención, por no identificar en su aplicación un valor añadido a la prestación de cuidados.
Así mismo, no deja de ser cuanto menos curioso que ninguna de las teorías de las que al menos han llegado a nuestros entornos, hayan sido desarrolladas por parte de ningún enfermero y que sin embargo quienes mayoritariamente han ocupado durante mucho tiempo puestos de dirección hayan sido hombres que no han sido capaces o no han querido desarrollar ninguna de estas teorías en sus ámbitos de gestión, lo que debería ser motivo de análisis ante lo que muchos consideran son visiones diferentes de la Enfermería en función del género y no de aspectos disciplinares o profesionales.
Esta clara dicotomía, contradicción o contraposición en la forma de entender la Enfermería provoca discursos absolutamente irracionales y misóginos por parte de ciertos personajes enrocados en sus cargos de supuesta representación y amparados o protegidos por organizaciones que teóricamente representan a todas las enfermeras. Así y ante las inaceptables manifestaciones realizadas por un representante del colectivo médico en las que considera un problema la feminización del sector de la medicina[10], alguien que representa a miles de enfermeras apuntilla que no tan solo está de acuerdo con lo manifestado, sino que en Enfermería pasa lo mismo y que el sistema no está previsto para la incorporación masiva de la mujer[11], como si ello fuese un anacronismo y en un discurso claramente contradictorio e irracional con lo que ha sido y es la propia historia de la Enfermería. Es lo que tiene hablar de Enfermería sin sentirse enfermera y siéndolo por el simple hecho de poseer un título. Este es otro grave problema que nos limita y contradice permanentemente.
Evidentemente no voy a entrar en el discurso zafio, facilón y machista de estos personajes, pero no deja de ser una consecuencia de esa falta de criterio teórico de la propia disciplina que sigue luchando por una autonomía que no ha abandonado el síndrome de Estocolmo y sigue agonizando en su propia falta de identidad y sentimiento de pertenencia.
En cuanto a la segunda cuestión que planteaba en torno a la lengua dominante en la literatura científica en general y enfermera en particular, me voy a referir a los datos desde los que plantear un cambio de lo que considero una tiranía o dictadura lingüística, que no tan solo podría lograrse, sino que debería plantearse como una propuesta a tener en cuenta de manera muy seria.
No porque considere que el inglés no pueda ser una lengua vehicular, sino porque existe un espacio geográfico y cultural como el iberoamericano que además comparte las lenguas portuguesa y española que les permitiría, como de hecho ya lo hace en ciertos aspectos, construir un contexto de Enfermería muy potente e influyente, que supusiera la base de una realidad enfermera propia y conjunta con especificidades que enriquecieran el paradigma enfermero sobre el que basar no tan solo teorías sino realidades de cuidados.
El inglés es hablado por 372 millones de personas nativas, mientras que el español lo es por 492 millones de nativos y el portugués por 270 millones. Esto supone que el contexto iberoamericano reúne a 762 millones de nativos entre portugués y español que son lenguas que siendo diferentes no dificultan el entendimiento como lo demuestran las múltiples actividades y publicaciones científicas que utilizan ambas lenguas de manera conjunta. Es decir, el doble de personas nativas de las que hablan inglés. Teniendo en cuenta, además, que el crecimiento de personas que hablan español en el mundo es del 70% desde 1991 y sigue creciendo.
No parece muy lógico, por tanto, que se siga postergando a ambas lenguas en congresos, jornadas, simposios, cursos, publicaciones… como sucede sistemáticamente en la actualidad. Más aún cuando las producciones y aportaciones realizadas en inglés no garantizan una calidad que, sin embargo, se otorga casi automáticamente por el hecho de hacerlo en dicha lengua, dándoles un valor inicial que no siempre tienen, al tiempo que, se quiera o no, dificulta la difusión y posibilidad de compartir con la gran mayoría de las enfermeras que podrían incorporar las pruebas aportadas a su actividad. Un hecho que supone una clara barrera o dificultad el necesario e imprescindible acceso de la producción científica entre la mayoría de enfermeras. El problema es que esto choca contra el mercantilismo científico anglosajón que se ha montado y que actúa como un muro de contención ante cualquier intento por crear un espacio propio de conocimiento no anglosajón, contando además con el beneplácito de las Universidades y otras organizaciones que han caído en el perverso juego de la industria editorial que cada vez les limita y subyuga más.
Por su parte, se exige que las enfermeras no anglosajonas dominemos el inglés como lengua para difundir nuestras aportaciones fuera de nuestras fronteras, mientras las enfermeras anglosajonas no tan solo no lo hacen, sino que no realizan el más mínimo esfuerzo por comunicarse en otra lengua que no sea la suya, en un nuevo y clamoroso ejemplo de la tiranía lingüística anglosajona.
Otro dato que demuestra el inaudito dominio anglosajón en Enfermería es la renuncia a valorar a sus propios referentes en el contexto iberoamericano en favor de las referentes anglosajonas de manera casi exclusiva.
Por ejemplo, las enfermeras de los países que conforman el espacio iberoamericano a las que se les concede el máximo reconocimiento académico, Doctor/a Honoris Causa, son una anécdota si nos ceñimos al número de ellas a las que se les otorga por parte de las Universidades de dicho espacio y un absoluto desierto si hablamos de Universidades de cualquier otro contexto en general y del anglosajón en particular. Sin embargo, son múltiples las enfermeras anglosajonas que no tan solo son premiadas con este alto reconocimiento académico, sino que algunas de ellas, además repiten en diferentes Universidades como si no existiesen otras figuras a las que reconocer. Lo que sin duda es una claro y manifiesto desprecio hacia la aportación, valía y visibilización de las enfermeras iberoamericanas que contribuye, junto a lo ya comentado, a seguir valorizando a enfermeras anglosajonas o a sus aportaciones, por encima de cualesquiera otras, en gran medida por el simple hecho de anglosajón/a. Aceptar este hecho, sin más, es creer y aceptar que no existen enfermeras iberoamericanas con aportaciones y capacidades contrastadas a nivel nacional e internacional que les permita ser reconocidas. El grave defecto, por tanto, es que hablan español o portugués, lo que parece ser razón más que suficiente para excluirlas de cualquier posibilidad en este y en otros muchos sentidos.
No pretendo desvalorizar en absoluto a las enfermeras anglosajonas y mucho menos al idioma que comparten. Pero me resisto a aceptar que a la inversa no se actúe con idéntica actitud y. Pero mucho más me duele comprobar como el simple hecho de ser anglosajona supone un plus muy importante de valoración y respeto en contraposición al que se tiene con las enfermeras iberoamericanas. Como si el lugar de nacimiento y la lengua utilizada para comunicarse fueran aval suficiente e incluso imprescindible para reconocer el talento y la excelencia.
De fuera vendrán que de casa nos tirarán, reza un dicho popular que se ajusta de manera idónea a lo planteado.
Tenemos, como enfermeras, el conocimiento, el rigor, la capacidad, la motivación … suficientes. Pero además contamos con un contexto geográfico en el que compartimos lenguas que nos permiten crear un espacio de crecimiento científico global que de respuesta a las necesidades sentidas de las personas, familias y comunidad que se plantean en dicho contexto y poder compartirlo sin ningún tipo de complejos con otros contextos en igualdad de condiciones. Seguir asumiendo como propio lo que no deja de ser una prótesis intelectual y científica nos anula e invisibiliza. Actuemos pues con valentía que no con temeridad para hacer frente al reto y ser capaces de construir este necesario contexto enfermero iberoamericano con nuestras lenguas, nuestras tradiciones y nuestra historia, como aspectos definitorios del mismo. Identifiquemos y valoremos a nuestras/os referentes sin renunciar a la identificación de refrentes de otros contextos, pero evitando la fagocitación de estos sobre los nuestros.
[1] Sociólogo francés, de los más destacados de la época contemporánea.
[2] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional contemporánea y creadora del primer modelo conceptual de enfermería.
[3] Enfermera teorizadora que incorporó los principios fisiológicos y psicológicos a su concepto personal de enfermería.
[4] Teórica de la enfermería Moderna y creadora de la Teoría enfermera del déficit de autocuidado, conocida también como Modelo de Orem.
[5] Enfermera, investigadora, teórica y autora estadounidense.
[6] Religiosa, teórica, profesora y autora de enfermería. Es conocida por haber creado el modelo de adaptación de Roy. En 2007 fue designada «Leyenda Viviente» por la Academia Americana de Enfermería.
[7] Enfermera estadounidense que se convirtió en una destacada teórica contemporánea en el ámbito de su profesión.
[8] El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo1 con su secuestrador o retenedor.
[9] Teórica y profesora estadounidense de enfermería que creó la evaluación de enfermería conocida como patrones funcionales de salud de Gordon
[10] https://www.niusdiario.es/espana/andalucia/20221011/presidente-consejo-andaluz-colegios-medicos-polemicas-declaraciones-feminizacion-medicina-problema_18_07687621.html
[11] https://twitter.com/nurseofblood/status/1580797123557175298?s=48&t=UbXj1IdOpiJPIbwQBenV1A
Excelente escrito, con una profunda crítica a las teorías de enfermería provenientes de las enfermeras anglosajonas y la postura “cómoda” poco propositlva de las de America Latina o de habla ispana, que invita a actuar es consecuencia para poseer nuestras propias estratégicas teóricas contextualizabas para nuestras carscterísticas y necesidades para avanza y lograr la tan anhelada autonomía profesional