TELECUIDADOS
Del Dormilón a Blade Runner
Se ha vuelto terriblemente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad.
Albert Einstein [1]
Parece que va a resultar difícil desprenderse de la influencia de la pandemia. Entre otras muchas cosas nos ha dejado el debate abierto sobre la utilización de la tecnología en la atención directa a la salud de las personas.
En este debate, muchas veces artificial, interesado y oportunista, hay quienes se han apresurado a poner nombres que correlacionen de manera directa e inequívoca la utilización de la tecnología con una actividad profesional concreta y, por tanto, con la profesión o disciplina a la que supuestamente pertenece, o al menos esa parece la intención.
Telemedicina, telesalud, teleasistencia… son tan solo algunos de estos conceptos que emergen con fuerza y que, sobre todo, la empresa sanitaria privada se ha lanzado a publicitar de manera extensa y extensiva como si fuese la solución a todos los males posibles, como manera de captar clientes a través de mensajes velados en ocasiones pero también directos sobre la oportunidad que les ofrece ante la lentitud del sistema público y con ofertas más propias de grandes almacenes que de organizaciones de la salud.
La aparición de empresas sanitarias ha crecido de manera exponencial y la oferta que trasladan es cada vez más agresiva al tiempo que confusa. Sin duda se dirige a un sector de población muy concreto. Personas jóvenes o adultas mayores sanas que sepan utilizar las tecnologías y renuncien a la atención directa por motivos de falta de tiempo y de rentabilidad. El producto parece redondo. Todo parece poderse hacer desde un dispositivo electrónico. La población adulta mayor, no siempre familiarizada con la tecnología, con patologías crónicas y polimedicación en muchos casos, no es objeto de interés porque no suponen negocio. Para ellos ya está el sistema público.
El despliegue mediático de estas empresas lucrativas, no lo olvidemos, obedece a crear una nueva necesidad en las personas que requieren atención a través de la tecnología y sin necesidad de disponer de espacios ni horarios restringidos de acceso, lo que se traslada como la gran oferta de servicio. Por su parte algunas/os profesionales, responsables de esa atención, pueden planificar su actividad con absoluta libertad , lo que favorece compatibilizar su trabajo en un puesto de la sanidad pública, que en muchos casos tienen y no quieren perder, con esta nueva modalidad que enmascara su exclusividad. Curiosamente las/os mismas/os que protestan por tener que atender telefónica o virtualmente en su actividad pública, abrazan con denostado interés la realizada en las empresas privadas.
Pero la sanidad pública también se ha apuntado a la moda virtual propiciada por la pandemia y con el mantra de “ha venido para quedarse”, se incorpora la atención telefónica como supuesta y engañosa solución a los problemas de saturación que, por otra parte, no han sido analizados para tratar de identificar las causas que la producen y así establecer establecer soluciones que vayan más allá de una derivación telefónica que ni responde a las expectativas ni cubre las necesidades de la población. Lógicamente se genera aumento de la demanda insatisfecha, dependencia del sistema, disminución o ausencia de atención personalizada, ineficiencia… que enfrenta a profesionales y usuarios en un permanente cruce de acusaciones. Falta de responsabilidad, comodidad, falta de empatía… por parte de los usuarios hacia los profesionales o abuso de la demanda, falta de respeto, exigencia… por parte de los profesionales hacia los usuarios. De tal manera que la situación se torna muy tensa y con graves problemas de comunicación, lo que paradójicamente, parece querer solucionar esta modalidad tecnológica.
En este panorama de competencia por captar clientes por parte de la privada y de adaptarse a las tecnologías de la información por parte de la pública, las personas, las familias y la comunidad, asisten atónitas a esta realidad tecnológica que se les presenta y que no acaban de entender y en muchas ocasiones aceptar, al tener que renunciar obligatoriamente a una atención directa, cercana y humana que, al menos de momento, no ha sido capaz de asimilar la virtualidad.
En cualquier caso, esta aparente novedad de atención telemática ya fue desarrollada en su momento (1971) a través del denominado teléfono de la esperanza que realizaba intervención en crisis y promoción de la salud emocional a través de voluntarios que atendían las llamadas de personas con problemas emocionales muy diversos. Pero ni el contexto, ni el sistema de salud, ni los profesionales del momento, ni la organización de los servicios, ni tan siquiera la percepción y valoración que la sociedad tenía sobre los problemas que se atendían a través de este servicio, en aquel momento, eran ni tan siquiera parecidos a lo que sucede en la actualidad. Dicho servicio, por tanto, vino a sustituir las carencias que el sistema, que ni tan siquiera era tal sistema de salud, tenía. En la actualidad el Sistema de Salud, ahora sí, dispone de los dispositivos, las estructuras, los recursos y, sobre todo, las/os profesionales para atender dichas demandas a través de una atención directa, empática, cercana y humana. No hacerlo derivando dicha atención a una supuesta respuesta telemática es no tan solo un error sino una clara injusticia que, además, es claramente inequitativa y por tanto discriminatoria. Lo que conduce a tener unos servicios de salud para ricos y otros para pobres, lo que nos acerca al modelo de beneficencia existente durante el franquismo,
Todo este despliegue tecnológico revestido falsamente de una mayor eficacia, se alimenta con argumentos tan peregrinos como inexactos como la falta de profesionales, que tan solo obedece a cuestiones mercantilistas que acaban por beneficiar a los grandes oligopolios sanitarios y a debilitar de manera preocupante al sistema público que es incapaz de competir, tecnológica y publicitariamente, con ellos y pretende perpetuar la ausencia de ordenación profesional con una evidente y manifiesta falta de optimización de los recursos que, sin embargo, se traslada a la opinión pública como un problema de actitud de las/os profesionales, aumentando el grado de indignación y enfrentamiento que se ha instalado de manera casi permanente. De igual modo se intentan paliar carencias con una distribución torticera de competencias de unas disciplinas a otras sin planificación ni consenso.
Pero si la situación es preocupante y poco entendible con relación a lo hasta ahora planteado, hablar de una supuesta prestación de telecuidados ya nos sitúa en el ámbito de la distopía más novelesca o cinematográfica.
Es cierto que hasta la fecha se ha oído y manejado poco, fundamentalmente por parte de las empresas privadas, el término de telecuidados. Principalmente porque nunca han valorado, creído ni apoyado los cuidados como un producto de su oferta comercial. Deben entender que venden poco o no son atractivos para los clientes. A pesar de ello, sin embargo, en sus cortes publicitarios hablan de cuidados sin que, paradójicamente, nunca aparezca una enfermera, a no ser como reclamo visual y siempre en segundo plano.
Los cuidados profesionales enfermeros que requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, tienen difícil encaje en este tipo de atención virtual y por tanto resulta más fácil prescindir de ellos, desde esta perspectiva científica y humanista, que los sitúa al nivel de la dignidad humana para optar por una versión tecnológica de las enfermeras que encaja mucho mejor en esta opción de atención. Por otra parte, es la mejor manera de prescindir de un buen número de enfermeras tituladas, especialistas y competentes para ser sustituidas por otros perfiles profesionales más tecnológicos y económicos.
El racionalismo más agresivo se instala de nuevo como regulador de la atención haciendo creer que están en disposición de aportar soluciones técnicas a los problemas que aquejan a la población, aunque para ello se tenga que prescindir de la humanización, que nuevamente es utilizada de manera oportunista e interesada trasladando que hay que rehumanizar. Asumiendo implícitamente que se ha eliminado y generando una expectativa igualmente virtual de supuesta humanización.
Sin duda, la técnica forma parte de nuestra existencia, no sería razonable negarlo, pero la cuestión es saber qué hacer con ella con el fin de que no se instale de forma autocrática, exclusiva y excluyente como respuesta a las necesidades de salud.
Pero a pesar de lo difícil que resulta identificar esta suplantación técnica de los cuidados hay quienes se empeñan en hacernos creer que los telecuidados no tan solo existen, sino que, además, las empresas privadas los están promoviendo, impulsando e incluso valorando. Y siendo grave que esta afirmación se haga aún lo es más cuando quien la traslada es un supuesto representante de las enfermeras, lo que nos tiene que hacer pensar en qué concepto tendrán estas personas de lo que es y significan los cuidados profesionales enfermeros.
Mientras tanto, y nuevamente tengo que referirme a ello, la ministra de sanidad sigue manteniendo su sistemático y escandaloso silencio sobre la promesa que ella misma trasladó públicamente hace un año sobre el desarrollo de una Estrategia de Cuidados. Esto me hace sospechar si también ella habrá caído en la seducción tecnológica convenciéndole de la falta de interés y valor que pueda tener aquello en que ella mismo nos hizo creer. Sea como fuese, la realidad en este caso no virtual, es tozuda y demuestra la falta de voluntad política por valorizar los cuidados profesionales enfermeros y la ignorancia sobre lo que los mismos suponen y aportan. Una combinación tan peligrosa como dañina que afecta a la salud de las personas, las familias y la comunidad más allá de cómo lo haga sobre las enfermeras.
En 1973 Woody Allen nos regaló una deliciosa comedia que acercaba este contexto distópico con la película “El Dormilón”. En la misma un ciudadano era congelado y 200 años después descongelado encontrándose con una sociedad totalmente diferente a la que él conocía y en la que la tecnología y la virtualidad, aún por descubrir en aquel momento, sustituían aspectos tan humanos, emotivos y sensoriales como las relaciones sexuales que se realizaban con un orgasmotrón[2].
Años más tarde Ridley Scott, nos regaló una obra maestra cinematográfica con su película, Blade Runner, en la que, mediante bioingeniería, se fabricaban humanos artificiales denominados replicantes para la realización de determinados trabajos[3]
Replicantes que estaban diseñados para imitar a los humanos en todo menos sus emociones. Pero había una posibilidad de que desarrollaran emociones propias. Odio, amor, miedo, enojo, envidia. Así que tomaron precauciones dándoles cuatro años de vida para evitar las relaciones interpersonales duraderas.
Estos acercamientos a una realidad que cuando se presenta parece lejana e incluso imposible han demostrado que la misma siempre supera a la ficción. Es por ello que no saber qué hacer con la tecnología, o hacer un uso inadecuado e irresponsable de la misma con fines fundamentalmente mercantilistas, nos debe llevar a reflexionar serena, rigurosa y profundamente sobre la importancia de lo que supone dar respuestas en las que las emociones, los sentimientos, los valores… son relegados a un segundo plano o incluso a su eliminación por considerar que lo verdaderamente importante al final es el resultado eficaz y eficiente, aunque el mismo sea tan aséptico en la relación que si bien evita contagios emocionales también elimina la propia condición humana en una relación que precisa de algo más que una pantalla, una app, un Smart Phone o cualquier otro dispositivo tecnológico.
Situarnos en ese universo de post-realidad que ha venido en denominarse metaverso en el que nos comportamos como usuarios perpetuos y persistentes no siendo capaces de de distinguir la realidad física con la virtualidad digital. Realidad virtual y realidad aumentada convergen generando interacciones multisensoriales con entornos virtuales, objetos digitales y personas. Personas que, por qué no, pueden ser profesionales virtuales en una red interconectada de entornos inmersivos y sociales incorporados en plataformas multiusuario persistente.
Nuevamente lo que puede parecer un sueño, puede convertirse finalmente en una pesadilla que acabe por alienar no tan solo a las personas sino también sus intereses, sentimientos y emociones en una especie de juego en el que todo está programado y calculado en base a algoritmos que determinan las respuestas. Justamente algo que va en contra del más elemental planteamiento de los cuidados profesionales enfermeros en una interrelación personal en la que el afrontamiento integral, integrado e integrador de los componentes físico, mental, social y espiritual no puede ser abordado ni realizado por ninguna realidad virtual que elimine la presencia real, directa y concreta de la enfermera con las personas, las familias o la comunidad. Las variables de comportamiento, relación, emoción, miedo, resiliencia, resistencia… son tan amplias, variables y diversas que resulta de todo punto imposible ser procesadas tecnológicamente y las respuestas en las que la comunicación resulta imprescindible, tampoco.
Los cuidados son, sin duda, una realidad compleja, no lineal y en evolución que sin embargo no obedecen a parámetros tecnológicos y precisan de la presencia y la esencia enfermera.
No quiero decir que los cuidados tengan, por tanto, que ser ajenos a la tecnología. En absoluto. Pero lo que tengo meridianamente claro es que la tecnología no puede sustituir a los cuidados en los que la espiritualidad, la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida y el bienestar son irreemplazables si se quieren conservar los valores humanísticos que les son propios y otorgan a las enfermeras el rasgo cuidador que las identifica proporcionando ese bien intrínseco que tan solo ellas pueden ofrecer.
Caer en la trampa de la virtualidad como respuesta a todas las demandas y necesidades es dar la espalda a las verdades de la vida, ya que como se decía en la película Blade Runner, “alterar la evolución de un sistema orgánico es fatal” y se puede resumir en la frase final del replicante cuando relata lo vivido y expresa que “todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
No dejemos pues que los cuidados profesionales enfermeros se pierdan en el tiempo y resistamos a la muerte de nuestra esencia enfermera, porque no es momento de morir sino de liderar, dar vida propia y valor a los cuidados y a quienes los prestan con calidad y calidez, las enfermeras, aunque se ayuden de la tecnología, pero sin dejar que las sustituyan.
[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo xx.
[2] El dormilón (Sleeper en inglés), película estadounidense de 1973. Comedia «temprana» de Woody Allen.
[3] Blade Runner (también conocida como El cazador implacable en algunos países de Hispanoamérica), película estadounidense neo-noir y de ciencia ficción dirigida por Ridley Scott, estrenada en 1982.