“Entonces vi que desde las mismas puertas del cielo partía un camino hacia el infierno.”
Thomas Szasz[1].
Hay quienes, en su intento por adquirir notoriedad, son capaces de llevar al límite cualquier expresión popular que, desde su populismo oportunista, entiende puede reportarle rédito político o utilizarlo como excusa para lograr sus objetivos.
De Madrid al cielo es una expresión castiza que trata de situar a la capital madrileña al mismo nivel del supuesto paraíso que la tradición cristiana asimila con la gloria y que es morada de los ángeles, los santos y los bienaventurados que gozan de la presencia de Dios. De igual manera es el lugar donde, al menos las personas creyentes, quieren ir cuando les llegue el momento de abandonar la tierra, en este caso Madrid.
Toda una declaración de intenciones que sitúa, o al menos lo pretende, a Madrid como paraíso terrenal en su tránsito hacia el eterno paraíso celestial.
Pues bien, se ha decidido traspasar la hipérbole figurada a una realidad que pone en peligro la vida de muchas personas nativas o residentes en ese supuesto paraíso terrenal que nos representa como capital al resto de españoles.
Parece como si se quisiera ayudar a la gente a que conozca las excelencias celestiales partiendo de las terrenales, de tal manera que se haga realidad antes de hora lo de Madrid al cielo.
Así pues y ante las solicitudes de Ayuda y socorro que los mortales madrileños trasladan al servicio madrileño de salud, se encuentran con una situación de desamparo en ocasiones, de perplejidad en otras, de confusión en la mayoría, como consecuencia de la decisión adoptada por el Gobierno autonómico en torno a la atención sanitaria, que no a la salud, prestada en diferentes centros como, por ejemplo, aunque no exclusivamente, las urgencias extrahospitalarias.
Todo arranca con las decisiones que se adoptaron durante la pandemia en las que se empezaron a desmantelar servicios con el falso argumento de reorganizar la atención que debía darse a la situación pandémica. Vieron el cielo, nuevamente el cielo madrileño, abierto para hacer aquello que de otra manera hubiese supuesto algo difícil de explicar. Incluso construyeron un hospital de campaña al que bautizaron con el nombre de una enfermera, el hospital Enfermera Isabel Zendal, al que trasladaron de manera “forzosa y forzada” al personal que debía atenderlo, dejando desatendidos los centros de los que provenían.
No es que me parezca mal que se nombrara al mencionado hospital con el nombre de una enfermera, en absoluto, que nadie interprete lo que no es. Lo que me parece, no mal sino mezquino, es que se instrumentalice a las enfermeras para sus espurios fines que es lo que realmente están haciendo.
En unos momentos de tanto dolor, sufrimiento y muerte como los que se estaban produciendo y en los que se había decidido identificar a las enfermeras, junto al resto de profesionales, como heroínas y héroes. En unos momentos en los que los cuidados adquirieron una relevancia y una valoración como, me atrevo a decir, nunca antes lo habían hecho, rescatar el nombre de una enfermera como Isabel Zendal, era una apuesta ganadora, al menos inicialmente. Y lo cierto es que lo lograron. Se cayó en su juego alabando la decisión del nombre elegido. Lo que diluía, al menos en parte, la de construir un centro que posteriormente se demostró, fue tan solo una apuesta de oportunismo político para mayor gloria de quien la tomó y defendió con argumentos nuevamente populistas y alejados de cualquier razonamiento científico o de utilidad para la salud pública de la ciudadanía.
El aparato logístico de desmantelamiento y derribo del sistema estaba en marcha y con ellos la generación del mejor caldo de cultivo para el crecimiento y proliferación de la sanidad privada que veía en las/os decisoras/os del servicio madrileño de salud a sus mejores aliados/socios para su lucrativo negocio. Aunque, claro está, ello significase que una parte muy importante de la población madrileña quedase claramente vulnerada en su derecho a la salud con una asistencia, que no atención, próxima a la beneficencia de tiempos tan añorados por quienes hacen posible esta recuperación histórica.
Pero la instrumentalización de las enfermeras a la que anteriormente aludía, se identificó como una clara oportunidad para continuar con su hoja de ruta y en una nueva vuelta de rosca, se puso a las enfermeras a los pies de los caballos con un protocolo para regular el funcionamiento de los centros de salud, según el cual trasladaba la responsabilidad de atención de muchos centros de salud a las enfermeras en aquellos en los que no se podían contratar médicos.
En este caso, la cuestión no es si las enfermeras están preparadas y son competentes para dar atención como la que se planteaba. El tema, el problema, está en cómo se deriva esta responsabilidad sin haberlo consensuado, en un claro intento de echar un pulso a los médicos ante su negativa a ocupar determinadas plazas en dichos centros, aunque se mantenga como único argumento que el problema es la falta de médicos. Por otra parte, no es tanto que las enfermeras puedan atender la demanda en una gran proporción, sino que asumir dicha atención se determine como forma de descargar la demanda de las consultas médicas, es decir, no como una competencia que se reconozca y apoye, sino como un parche para afrontar una mala gestión que provoca confrontación y denuncias de invasión competencial por parte de los médicos y al mismo tiempo sitúa nuevamente a las enfermeras en una posición de clara subsidiariedad.
Pero atribuir la actual situación a una sola causa y a un solo responsable es hacer un análisis parcial y sesgado. La falta, real o no, de médicos que se argumenta por ambas partes, decisores y médicos, para justificar las decisiones de los primeros y la indignación de los segundos, tiene matices, factores, circunstancias que no se están contemplando. Porque nadie puede obviar que en las últimas ofertas de plazas MIR se han quedado desiertas del orden de 200 plazas de medicina familiar y comunitaria. Que además son las últimas plazas en ocuparse por no resultar en la mayoría de los casos “atractiva”. Que en algunos casos incluso una vez realizada la formación MIR acceden a otra especialidad para migrar de Atención Primaria (AP).
Es decir, el problema no es tan solo de la falta de médicos sino de cómo está ordenada la profesión y cuál es la planificación, si es que existe, de plazas, asignación, racionalización…
Pero además existe un problema estructural en lo que a la organización de la AP se refiere que, en teoría, debería corregirse con la implantación y desarrollo del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria (MEAPyC) en cada comunidad autónoma. Y aquí tenemos otro grave problema porque, por una parte, queda en la voluntad política de cada gobierno de comunidad autónoma el hacerlo, demorarlo o incluso paralizarlo por entender que es una estrategia ajena a su política partidista. Por otra parte, está también la voluntad corporativista de las diferentes disciplinas que no siempre ven el MEAPyC como respuesta idónea para lo que identifican como sus necesidades y demandas profesionales y por lo tanto no contribuyen a su puesta en marcha cuestionando su idoneidad al centrarla en sus intereses y no en los de la comunidad a la que se debe atender.
Con este panorama, por tanto, surge el conflicto tanto interno en el seno de los equipos como externo con los decisores políticos que lleva a que se traslade el caos a la organización de la atención.
Por si faltaba algo y en un intento de puro maquillaje muy calculado se pone en marcha lo que nunca debió desaparecer como es la atención extrahospitalaria urgente. Pero se hace con idénticas deficiencias de gestión y organización como una nueva medida de fuerza con las/os profesionales sanitarios en general y muy particularmente con los médicos y con una reiterada instrumentalización de las enfermeras que son utilizadas de manera descarada y mezquina para, aparentemente, dar solución a la falta de médicos pero con una real intención de generar confusión y con ella desviar la atención hacia el conflicto que provocan con las/os profesionales acusándoles de negligentes, provocadores e instigadores del mismo al tiempo que trasladan también una acusación directa hacia la oposición política a la que identifican como responsables de las protestas y sus consecuencias.
En esta tormenta perfecta provocada y nada accidental ni casual, afloran fantasmas, dudas, miedos, resentimientos, sospechas, acusaciones de unos contra otros en un intento desesperado por no naufragar y ahogarse.
En particular me voy a centrar en la posición que adoptan las enfermeras y que no siempre parece la más coherente o cuanto menos la más oportuna para lo que se plantea.
En principio rechazar de plano la asunción de determinadas competencias para las que las enfermeras están formadas y legalmente capacitadas por entender que supone riesgos que no quieren asumir, me parece una respuesta a la situación planteada que ni contribuye a mejorarla o solucionarla, ni les sitúa en una posición de liderazgo y empoderamiento. Otra cuestión es cómo y de qué manera se asumen y que, en cualquier caso, deben estar respaldadas por un apoyo institucional que no tan solo no se produce, sino que incluso se evita deliberadamente. Por otra parte, la posición de las/os responsables de las enfermeras tampoco ha sido ni evidente ni mucho menos contundente, situándose en la tibieza y la ambigüedad que tan solo beneficia a quien propicia el conflicto.
Si a ello añadimos la fuerte presión mediática que identifica en los hechos un elemento de oportunidad, no tanto informativa como de negocio y espectáculo para sus medios, nos encontramos con una variada gama de manifestaciones que en muchos casos son producto más del nerviosismo y la indignación de quienes las realizan que de la reflexión necesaria que debería plantearse. Porque trasladar que no se pueden hacer determinadas intervenciones por parte de las enfermeras por no existir un médico que las autorice, cuando dichas intervenciones de manera habitual y sistemática las realizan las enfermeras sin autorización alguna por parte de los médicos cuando están presentes en los servicios, es incorporar nuevos elementos de confusión y alterar una realidad en función del momento en que se produce. Exponer estados de miedo y estrés por no disponer de médicos, es tanto como asumir que no se tienen las competencias necesarias para afrontar situaciones de urgencia que no necesariamente tiene que pasar por la actuación o ejecución de intervenciones que no corresponden competencialmente, pero que deben ser afrontadas con profesionalidad para que la sensación que se traslade a la población que acude a los servicios no identifique una indefensión absoluta y una valoración negativa de las enfermeras que les atienden. No es válido, bajo ningún punto de vista, evadirse diciendo que no se es competente para tal o cual cosa, sino que se requiere una comunicación que, cuanto menos, trate de moderar las emociones y los sentimientos ante una situación que ellas/os si que no controlan ni entienden y que no puede quedar reducida a decir que no hay médicos. Posiblemente esto un/a juez/a no lo aceptase en caso de consecuencias negativas para la salud de quien reclama el servicio en un momento dado.
El colmo del disparate es la alternativa virtual que se propone y que, desde luego no puede ser en ningún caso, la solución al problema. Pero también en este punto llama la atención que nos rasguemos las vestiduras ante tal propuesta y, sin embargo, la consideremos como novedad y positiva cuando la oferta proviene y es vendida a bombo y platillo como tal por parte de las empresas privadas de la sanidad que, no olvidemos, están atendidas por profesionales de idénticas disciplinas a las que protestan por la alternativa planteada. Lo que no parece razonable es que para unos sea innovación a aplaudir y para otros sea una opción inaceptable.
Actuar, por otra parte, en un mal entendido y aplicado compañerismo adoptando una posición de complacencia y compasión, cuando ante cualquier situación en la que se plantea un mínimo desarrollo de la disciplina enfermera lo único que obtenemos son denuncias judiciales, falta de respeto y descalificaciones, no parece que sea lo más lógico, ni mucho menos lo más inteligente ni oportuno. Posicionarse ante el despropósito es entendible y demandable, hacer del despropósito un instrumento de solidaridad es desproporcionado e inapropiado.
Por último, aprovechar la coyuntura identificando que a río revuelto ganancia de pescadores y unirse desde AP a una huelga con el fin de que se de respuesta a reivindicaciones que no se corresponden con a situación inicial que genera la convocatoria, creo que es una mala estrategia que no contribuye a la solución del verdadero problema que no es otro que el del intento manifiesto de desmantelamiento de la sanidad pública.
Cuando nos vayamos a dar cuenta se estarán arbitrando medidas de choque con empresas privadas que den respuesta a las carencias que ellas/os mismas/os han provocado, pero que aparentemente la resolverán, lo que utilizarán para ponerse una medalla y dejar a los profesionales como los malos de la película.
Ante este panorama, desde luego, las enfermeras no tan solo no vamos a salir reforzadas, sino que seremos nuevamente identificadas como profesionales subsidiarias de los médicos sin los que no se puede hacer nada de manera autónoma y responsable. Permanecer en el discurso lastimero y victimista en lugar de actuar con determinación, decisión, valentía, compromiso y coherencia que no es lo mismo que ser temerarias e inconscientes, no ayuda ni a solucionar el problema para el que estamos siendo utilizadas ni a posicionarnos como profesionales competentes y resolutivas.
La Ayuda y el socorro no acudirá para rescatarnos. La solución, si la hay, depende de nosotras y de nuestros representantes si es que en algún momento deciden a actuar como tales. En cualquier caso, el cielo puede esperar.
[1] Escritor y predicador inglés famoso por su novela El progreso del peregrino. (Elstow, 28 de noviembre de 1628-Londres, 31 de agosto de 1688)