El estilo surge cuando sabemos quiénes somos, y quiénes queremos ser en el mundo. No viene de querer ser otra persona, o querer ser más delgado, más bajo, más alto, más bonito.
Nina García[1]
Estamos en un permanente debate, cuando no duda, sobre qué es lo que hacemos las enfermeras y qué valor real tiene.
Nos cuestionamos el valor de los cuidados como aportación específica y valiosa de nuestra actividad y la enmascaramos, maquillamos e incluso ocultamos tras la aparente magnitud de las técnicas en un proceso de fascinación que provoca una dimensión que va mucho más allá de lo que dichas técnicas realmente aportan en la mayoría de las ocasiones. Generando, por tanto, un efecto contrario y contradictorio, es decir, la desvalorización e invisibilización de los cuidados que acompañan a dichas técnicas, aunque lamentablemente no siempre es así, al realizar muchas veces las técnicas con cuidado pero sin cuidados.
Se trata casi de un proceso de transformación similar al que generan las drags queen[2] en sus escenificaciones para aparecer como lo que realmente no son, aunque todas/os sepamos lo que ocultan tras sus vestuarios y maquillajes.
Hay quienes no atreviéndose o no compartiendo plenamente dicho transformismo profesional se dedican a disimularlo en un difícil equilibrio entre lo que son y no se sienten y lo que quisieran ser, pero se niegan a aceptar y tratar de conseguir. En este juego de identidades, las actitudes que se adoptan acaban por desdibujar las aptitudes enfermeras, rediseñándolas en un burdo boceto que se quiere aproximar a la imagen deseada pero que proyecta una realidad que no le corresponde y por la que nunca serán valoradas.
En este escenario de interpretaciones más o menos creíbles, pero en cualquier caso ficticias, los cuidados se cuestionan y se ignoran, aunque verbalmente se pueda seguir proyectando un mensaje cuidador que realmente tan solo es una parte más del guion de la comedia que interpreta. Un guion en el que los cuidados no son incorporados como parte de la trama que se escenifica o lo son de manera muy secundaria y, casi siempre, de forma muy sutil o imperceptible con relación a todo aquello que compone la puesta en escena de los procesos asistenciales en los que las enfermeras actúan con papeles secundarios, cuando no como extras de las escenificaciones corales, siendo los cuidados meros acompañamientos de la tecnología empleada en dicha interpretación.
Nos situamos pues, en una difícil tesitura para que los cuidados profesionales enfermeros puedan ser visibilizados y valorados, si quienes deben ser responsables de prestarlos desde las competencias que adquieren para ello no deciden, de manera firme y comprometida, asumirlos como su seña de identidad y de referencia científico profesional. Además, esto no se traslada en la universidad con convicción y evidencias a las nuevas generaciones de enfermeras provocando, como sucede con el cambio climático, un implacable y destructor avance de la desertificación disciplinar enfermera que propicia la colonización de conocimientos y reducen la existencia, creencia e idoneidad de los cuidados como parte de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje enfermero, en un movimiento lento pero progresivo que aproxima la disciplina enfermera a paradigmas ajenos. El resultado final no puede ser más negativo, aunque se pueda aparentar lo contrario. Las demandas de enfermeras técnicas realizadas por el Sistema Sanitario, que es visto casi como el único cliente al que proveer enfermeras, acaba por contribuir a perpetuar ese escenario en el que los cuidados enfermeros son tan solo una anécdota o una etiqueta, mientras otros aprovechan la situación para hacerlos suyos, más como una estrategia para debilitar a las enfermeras que para fortalecer los cuidados que, realmente, ni les interesan ni saben cuál es su importancia real más allá del marketing en el que quieren incorporarlos para tratar de remediar su debilitada y denostada imagen.
Pero, ¿por qué pasa esto? ¿qué hemos hecho mal y qué estamos haciendo aún peor? ¿realmente los cuidados profesionales son una farsa, un intento de aportar valor a algo que nunca lo ha tenido? ¿son los cuidados una apropiación profesional enfermera de los cuidados domésticos y familiares?
Son interrogantes duras en cuanto a lo que supone reflexionar sobre ello. Pero son interrogantes necesarios si queremos que los cuidados y las enfermeras no acabemos siendo un vestigio histórico de la atención a la salud, a las personas, a las familias y a la comunidad de manera autónoma. Porque nada prevalece por inercia, al detenerse el impulso que generó su movimiento y avance. Sino somos capaces de alimentar con conocimientos y evidencias el valor científico profesional de los cuidados y asimilarlos a quienes deben ser sus protagonistas, las enfermeras, tampoco lograremos que siga el necesario avance.
Responder a dichas interrogantes, por otra parte, requiere de un análisis, una reflexión y un debate que nos resistimos a hacer y para el que no dispongo ni del tiempo, ni espacio ni tan siquiera del conocimiento, necesarios para acometer tan importante como necesaria labor.
Sin embargo, sí que voy a atreverme a hacer una aproximación en forma de parábola sobre cuál considero que es uno de los problemas que tenemos las enfermeras para dar valor real a aquello que, teóricamente, mejor sabemos, o deberíamos saber hacer, prestar cuidados.
Casi sin darnos cuenta hemos ido cayendo, a pesar de las apariencias, en una estandarización, en una protocolización, en una sistematización que nos limita. Además, nos atrae cada vez más el paradigma de la enfermedad y de la técnica cayendo en el eufemismo de la estandarización de los cuidados, en un nuevo y destructor paso hacia las respuestas biomédicas, que tan bien obedecen, desde su positivismo radical, a dicha estandarización y que tanto nos alejan del paradigma enfermero centrado en las respuestas humanas a los problemas de salud que no de la enfermedad.
Poniendo un ejemplo. Desde el paradigma médico, para dar respuesta farmacológica a la patología se cuenta con el Vademécum que recoge todos los principios activos clasificados y asociados a las patologías para las que están indicados, así como se recogen los efectos secundarios, las interacciones, la sensibilidad, dosificaciones… que permiten aproximar la decisión del tratamiento desde una estandarización de los procesos y sus tratamientos. Sin duda, su manejo requiere de conocimientos, aptitudes y habilidades importantes, no lo cuestiono, pero no es menos cierto que representa una herramienta de gran valor y apoyo. Desde este planteamiento, pues, una diabetes va a poder ser tratada farmacológicamente de igual manera para cualquier persona que la padezca en base a los criterios que marca la farmacopea y el diagnóstico médico que es capaz de sistematizar los síntomas, síndromes y signos que la acompañan. Las posibles variaciones en dicho tratamiento estarán determinadas por factores externos igualmente estandarizados.
Para esa misma diabetes, desde el paradigma enfermero, no se cuenta con un supuesto o hipotético Vademécum de cuidados. Y no se cuenta con él porque cada persona con diabetes requeriría de un tomo individualizado en el que se recogiesen los sentimientos, las emociones, las expectativas, el entorno, la familia, el trabajo… de cada una de esas personas a la hora de valorar en qué situación se encuentra para afrontar su problema de salud relacionado con la diabetes y cómo interactúa en su ámbito familiar, social y comunitario. Se requiere una valoración, por tanto, individualizada con perspectiva social y comunitaria en la que se informe y forme de manera capacitadora a la persona para que logre la autogestión de su problema de salud, la autodeterminación para decidir cómo afrontarlo, la autonomía para hacerlo huyendo de la dependencia profesional y sanitaria y reconociendo los recursos, personales, familiares, sociales y comunitarios disponibles para elegir aquellos que en cada caso sean más eficaces y articulándolos para potenciar las respuestas en salud, por lo tanto, siendo capaz de asumir su propio autocuidado sin perder la referencia de su enfermera. Asimismo, las variaciones en los factores que rodean a la persona y su entorno estarán permanentemente condicionando las respuestas humanas a su problema de salud, por lo que se tendrán que estar identificando y adecuando a la dinámica de la realidad de cada momento. Se trata de una intervención individualizada e intransferible que no es posible estandarizar por mucho que queramos acercarnos a un modelo que nos es ajeno y desde el que no vamos a poder dar respuestas enfermeras eficaces mediante la prestación de cuidados que previamente habrán tenido que ser consensuados con la persona, haciéndole partícipe en todo el proceso de atención integral, integrado e integrador, desde la escucha activa, la relación de ayuda, el método de resolución de problemas y respetando en todo momento las decisiones que tome. Todo ello sin que suponga, en ningún caso, descuidar el conocimiento de la enfermedad que se incorpora como parte del problema de salud, la diabetes, en cuanto a la fisiología, etiología, sintomatología… pero sin que ello signifique abandonar nuestra capacidad y competencia cuidadoras.
Ante esta realidad, que lo es por mucho que no queramos verla, se impone una reflexión rigurosa, serena pero urgente, de nuestra respuesta enfermera ante las necesidades y demandas de cuidados de las personas, las familias y la comunidad. Porque son reales y requieren de respuestas cuidadoras.
Argumentar que no se actúa así porque no hay tiempo o porque no nos dejan es una falacia y una excusa que tan solo contribuyen a situarnos en la indiferencia profesional y científica. Sino somos capaces de actuar con responsabilidad, lo que supone asumir riesgos, no podemos ni debemos exigir una autonomía que no nos corresponde y que, por tanto, nadie será capaz de identificar y valorar para demandar nuestra aportación específica de cuidados.
Llegados a este punto debemos pensar que la respuesta enfermera a los requerimientos de la población no puede realizarse desde una estandarización similar al prêt à porter de la moda, estableciendo patrones y tallajes que se adapten a cualquier persona lo que conduce a la universalización de la moda, pero también a su uniformidad. Por el contrario, nuestra respuesta no puede ni debería ser otra que la de la alta costura que de manera absolutamente personalizada realiza un patrón exclusivo con el que confeccionar un plan de cuidados adaptado y adaptable a cada persona en función a sus necesidades, características, expectativas, sentimientos, conductas, normas… como si se tratase de un vestido o traje realizado a la medida de cada persona y en el que su opinión permite llevar a cabo cambios específicos que se adapten, no tan solo a sus gustos, sino también a las circunstancias particulares de cada cual, de tal manera que pueda lucirlo con comodidad y aportándole bienestar y satisfacción, sin necesidad de tener que ceñirse a los caprichos o a las inevitables imperfecciones de la moda estandarizada del prêt à porter. No es, finalmente, una cuestión de clase, de precio o de accesibilidad, sino de preparación específica enfermera que permita, habilite y genere competencia para llevar a cabo una prestación exclusiva y no excluyente de cuidados profesionales.
No se trata de comparar la asistencia médica frente a la atención enfermera. Se trata de valorar una y otra en su justa medida y necesidad. No tan solo no son excluyentes, sino que son necesariamente complementarias desde una perspectiva que trasciende a los marcos competenciales para situarse en el objetivo común de dar la mejor respuesta posible a las personas, las familias y la comunidad.
Realizar planteamientos de rivalidad, confrontación, lucha de poder, capacitación, competencia entre profesionales de una u otra disciplina tan solo obedece a planteamientos corporativistas que se alejan del verdadero objeto de lo que debe ser la prestación de calidad de cada profesional desde el paradigma disciplinar que a cada cual le corresponde sin que existan recelos y que los mismos conduzcan a la tentación de fagocitar nada ni a nadie.
Las ciencias, áreas de conocimiento, evidencias científicas, paradigmas… que identifican, definen y sustentan a las diferentes disciplinas son compatibles entre si desde su especificidad y singularidad pero también desde su exclusividad que para nada les hace perder la necesidad y la oportunidad de compartir, que no invadir, de aportar, que no soportar, de sugerir, que no imponer, de construir, que no derruir, de responder, que no silenciar, de reforzar, que no debilitar, de respetar, que no despreciar, en definitiva, de valorar el trabajo de cada una de las partes en beneficio de las personas, las familias y la comunidad.
Las/os profesionales de cada una de las disciplinas, por su parte, deben tener una clara visión de lo que son y se espera de ellas/os desde el paradigma que les corresponde para que las respuestas sean adecuadas y ajustadas a sus postulados, planteamientos y conocimientos y logren así ser referentes de su aportación sin ambigüedades ni falsos planteamientos que traten de aparentar lo que no son, generando duplicidades innecesarias, olvidos imperdonables o contradicciones evitables.
La salud, finalmente, es demasiado importante para ejercer sobre ella una acción de protagonismo y de propiedad exclusiva y excluyente. La salud es de todos y para todos y nadie debe tener ni sentirse con el privilegio de ser propietario de la misma.
No es una cuestión de moda, ni de modas, pero sí de compromiso con lo que debe ser una “confección de alta costura de cuidados” que nos aleje de la conformidad y la uniformidad estandarizada de una cadena de montaje de “cuidados prêt à porter” para salir del paso, con cuidados que encorsetan y nos encorsetan y que tan poco aportan y tanto nos desdibujan como enfermeras.
Convenzámonos de nuestra valía profesional y disciplinar y no nos dejemos convencer de que nuestros cuidados no tienen valor. Si nosotras no se lo damos difícilmente estaremos en disposición de que quienes los reciben los valoren y los referencien como algo indispensable y que tan solo las enfermeras podemos ofrecer.
Cuidados, como ropa, hay muchos. Pero la prestación profesional, individualizada y personalizada solo la podemos ofrecer quienes tenemos las competencias, los conocimientos y la habilidad y aptitud para hacerlo. Otra cosa, es que tengamos también la disposición, la voluntad y la actitud de asumirlo, o prefiramos, como sucede con la ropa de mercadillo, ofrecerlos como saldos con el único objetivo de salir del paso para dedicarnos a otras cosas que no nos corresponden.
Finalmente, como decía Orson Welles[3] “el estilo es saber quién eres, lo que quieres decir y no importarte nada”, o ¿nos preocupa e importa ser enfermeras y ser reconocidas como tales?
Pensemos, al menos pensemos, sobre ello, porque no hacerlo es tanto como renunciar a ser y sentirnos enfermeras.
[1] Editora en jefe de Marie Claire USA y jurado estelar en el reality show, Project Runway. (Barranquilla-Colombia, 1968)
[2] Describe a una persona que se caracteriza y actúa a la usanza de un personaje de rasgos exagerados, con una intención primordialmente histriónica
[3] Actor, director, guionista, productor y locutor de radio estadounidense (Kenosha, Wisconsin, 6 de mayo de 1915-Los Ángeles, California, 10 de octubre de 1985).
Excelente publicación me invita a tener ciencia en el diseño del cuidado profesional, apartir de necesidades específicas para la elaboración del plan de cuidados, apartir de la relación ayuda confianza en prestación de cuidados profesionales, tomando en cuenta las necesidades, físicas, emocionales, mentales y espirituales.
Dejemos de sentirnos atraídos por la técnica y el paradigma medico y demos valor a nuestro trabajo desde la incorporación de los cuidados personalizados .