“El mundo virtual es pobre en alteridad y resistencia. En los espacios virtuales, el yo prácticamente se puede mover sin el «principio de realidad, que sería un principio del otro y de resistencia”.
Byung-Chul Han [1].
Últimamente se está hablando mucho del metaverso y de sus implicaciones en muy diferentes ámbitos sociales de los que no escapa la salud.
El metaverso es un universo post-realidad, un entorno multiusuario perpetuo y persistente que fusiona la realidad física con la virtualidad digital. Se basa en la convergencia de tecnologías, como la realidad virtual (RV) y la realidad aumentada (RA), que permiten interacciones multisensoriales con entornos virtuales, objetos digitales y personas. Por tanto, el metaverso es una red interconectada de entornos inmersivos y sociales en plataformas multiusuario persistentes.
Pero más allá de cualquier otra consideración lo que me gustaría destacar es que se trata de un entorno virtual, es decir, inexistente desde el punto de vista físico.
Por lo tanto, los metaversos son entornos donde las personas interactúan e intercambian experiencias virtuales, es decir inexistentes, mediante uso de avatares[2], a través de un soporte lógico en un ciberespacio, el cual actúa como una metáfora del mundo real, pero sin tener necesariamente sus limitaciones. Lo que se traduce en crearse una realidad paralela en la que abstraerse de la real con el fin de crear sensaciones de bienestar o satisfacción que no son posibles o son inalcanzables en la realidad física que se sustituye por la virtual o ficticia.
Por tanto, la realidad virtual (RV) es la generación de un espacio, situaciones y recursos con apariencia real pero que son simulados mediante tecnología informática, es decir, irreales, creando en la persona la sensación de estar inmerso en él.
Esta realidad virtual que tenemos bastante asimilada e interiorizada en el ámbito de los videojuegos se ha ampliado con la aparición de los metaversos a sectores como la teleeducación, la telesalud y especialmente en el campo de la economía digital, con la aparición, por ejemplo, de criptomonedas, pero también con la irrupción de las criptosectas que no tan solo crean un entorno virtual sino que generan una serie de necesidades y demandas en las/os usuarias/os a través de ofertas igualmente virtuales que inducen a realizar inversiones importantes para lograr un hipotético, e irreal, beneficio sobre todo en el ámbito de la salud[3].
Ante este perturbador escenario en el que la realidad se mezcla con la ficción o la virtualidad, me planteo ciertas cuestiones relacionadas con las enfermeras y los cuidados.
Durante mucho tiempo se ha dicho que la tecnología sería capaz de sustituir muchas de las actividades, acciones o intervenciones que realizamos las personas, para ser asumidas por esta a través de máquinas o artilugios tecnológicos complejos. Sin embargo, siempre se añadía que ciertas acciones, como los cuidados profesionales de las enfermeras, no podrían ser nunca sustituidos por máquinas.
Pero la realidad siempre supera a la ficción y lo que parecía algo absolutamente imposible cada vez adquiere más visos de poder convertirse en una realidad que puede ir más allá de la que vivimos físicamente para situarse en un plano de realidad virtual o aumentada que satisfaga aquello que deseamos y no podemos lograr de manera real. De tal manera que resultará difícil saber en qué plano de realidad nos encontramos en cada momento, al existir varias realidades interactuando al mismo tiempo.
Ante esta, de momento, hipotética posibilidad, me surgen muchas dudas sobre nuestro futuro, pero me preocupan mucho más las que me surgen sobre nuestro presente y cómo pueden influir en la generación de un metaverso de cuidados en el que nuestra presencia como enfermeras quede circunscrito únicamente a un avatar.
Las dudas, que son muchas y no daría para reflexionar sobre todas ellas, las centro en cómo estamos actuando en la prestación de cuidados. ¿Estamos prestando unos cuidados de calidad y calidez que estemos identificando como importantes y que lo sean también por parte de quienes los reciben? ¿Se asimilan esos cuidados de manera absolutamente inequívoca con las enfermeras? ¿Se consideran los cuidados profesionales enfermeros un valor irrenunciable por parte de la sociedad? Me duele reconocerlo, pero lo dudo.
Lo dudo, no por falta de convicción en cuanto a lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros, sino por cómo son valorados y reconocidos por la gran mayoría de las enfermeras y por cómo son proyectados los mismos a quienes se los prestamos, lo que deriva en una desvalorización progresiva y con ella una clara invisibilidad de lo que son y significan más allá del buen trato o la simpatía que finalmente es lo que solicita la ciudadanía de las enfermeras cuando se les pregunta sobre que esperan o desean de las enfermeras. No seré yo quien diga que hay que renunciar a la simpatía o el buen trato, pero me parece que limitar nuestra identidad a cuestiones de urbanidad que deberían ser deseadas en todas/os cuantas/os tienen un trato directo con las personas, me parece que es un signo evidente de que no trasciende nuestra aportación profesional singular. ¿Por qué no se espera o desea de los médicos, psicólogos, fontaneros, carteros, pediatras, carniceros… que sean simpáticos? ¿Es la simpatía una virtud inherente y exclusiva de las enfermeras? Entiendo que se pueda desear por la proximidad que tenemos con la población en momentos en los que, además, puede ser de ayuda. Pero considero que lo realmente necesario y que debiera identificarnos, es la empatía, que, si se acompaña de simpatía pues mucho mejor, pero que desde luego ni es ni significa lo mismo, ni tan siquiera, por supuesto aporta lo mismo. Pero mientras la simpatía es un sentimiento, generalmente instintivo, de afecto o inclinación hacia una persona que acompaña a alguien en su forma de ser y actuar haciéndola atractiva y agradable a los demás, mientras que la empatía es la capacidad para percibir las emociones y los sentimientos de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar, es decir, como persona con mente propia y capaz de tomar sus propias decisiones. Por lo tanto mientras la primera, la simpatía, corresponde a un estado de ánimo o disposición emocional hacia alguien, la segunda, la empatía, se trata de una capacidad, herramienta, competencia… que debe ser adquirida, entendida, mejorada y aplicada correctamente para que tenga en el efecto terapéutico que de la misma se espera como parte de la escucha activa, la relación de ayuda y la resolución de problemas, algo que evidentemente la simpatía no puede lograr por sí misma aunque su adición a la empatía pueda contribuir a mejorarla. En cualquier caso la empatía sin simpatía puede formar parte de una buena prestación de cuidados pero nunca lo podrá ser la simpatía sin empatía.
Esto que tan solo es una muestra de lo que considero debemos identificar como parte sustancial de nuestra prestación de cuidados, entre otras muchas capacidades de observación, intervención, ayuda, respeto, consenso… que requieren de conocimientos, habilidades y capacidad en la construcción del mejor cuidado profesional es lo que percibo que no es identificado como valor intrínseco de las enfermeras. No porque no se pueda percibir al entenderlo como acciones que no se sustentan en una acción física reconocible, como sucede con una cuidadora.
Ante esta triste, pero concreta y palpable realidad, que hay que decir que no es generalizable, pero sí lamentablemente general por habitual, cabe pensar si la realidad virtual y aumentada que ya forma parte de nuestra vida cotidiana, no será capaz ya de reproducir una prestación cuidadora simpática y agradable, aunque esté exenta de la necesaria y deseada empatía y que pueda ser el inicio de una sustitución progresiva de la presencia real de enfermeras cuidadoras.
Digo de enfermeras cuidadoras, porque a lo mejor lo que se pretende es reconvertir a las enfermeras en otro tipo de profesional que ahora mismo no soy capaz de identificar o me resisto, por doloroso, a hacerlo, al haber encontrado en los avatares que se creen a la simpática cuidadora que ofrece el espacio cibernético.
Se puede pensar que todo lo apuntado no es más que una elucubración, una ficción o incluso una idea descabellada que para nada se ajusta a la realidad y que, por tanto, se piense que eso es algo que nunca va a poder suceder. Pero lamentablemente, como ya he comentado, la realidad supera a la ficción. Las distopías anunciadas a través de obras como 1984 de George Orwell[4], Un mundo feliz de Aldous Huxley[5], Fahrenheit 451, de Ray Bradbury[6], Yo Robot de Isaac Asimov[7], El proceso, de Franz Kafka[8], El cuento de la criada, de Margaret Atwood[9], El año del diluvio de Margaret Atwood[10]… entre otras muchas, son un claro ejemplo de aquello que inicialmente se identificaba como una narrativa fantástica, imaginativa y, en muchos casos, considerada como delirante por imposible, pero que el tiempo ha venido a demostrar que todo es posible y no solo eso, sino que se hace realidad llegando, incluso, a superar lo planteado.
Así pues, sería deseable que las enfermeras reescribiéramos nuestra propia realidad sino queremos que otros lo hagan por nosotras, con el riesgo que supone el hacer una construcción de la realidad enfermera que por irreal que pueda ser o parecer sea, finalmente la realidad que nos toque asumir.
La realidad virtual y aumentada, puede disminuir nuestra identificación profesional para adaptarla a lo que son los deseos expresados por las/os consumidoras/es que, como ya he dicho, parece que se concretan en la simpatía, por lo que dicha adaptación no tan solo no resulta difícil de llevar a cabo, sino que posiblemente la mejore en gran medida con relación a la que actualmente somos capaces de trasladar en nuestra interacción con las personas, las familias y la comunidad.
Seguir pensando que los cuidados profesionales son algo que no requiere de mayor profundidad, conocimiento, evidencia científica, preocupación y atención es la mejor manera de contribuir a su banalización y simplificación y con ello a su absoluta pérdida de relación con las enfermeras por entender que los mismos pueden ser asumidos no ya por parte de otras profesiones que de hecho lo reclaman e intentan, sino por parte de una realidad que nos eliminará como profesionales reales, para convertirnos en un cumulo de algoritmos que trasladen las respuestas esperadas por quienes decidan ser cuidadas/os por un avatar.
Que nadie caiga en el error de autocomplacencia como respuesta a un falso sentimiento de satisfacción ante lo que somos o como actuamos. Hacerlo es contribuir a una decadencia intelectual y científica que transforma la realidad enfermera en una posible realidad virtual que responda, aunque sea de manera artificial y aumentada, a lo que nosotras no estamos haciendo.
Reivindiquemos de manera firme y rigurosa nuestro espacio cuidador a través de un liderazgo centrado en la abogacía por la salud, que nos permita influir y capacitar positivamente a las personas en la forma de ser y actuar para lograr alcanzar una manera de vivir autónoma, solidaria y feliz, a la vez que participativa para construir espacios saludables en los que convivir, alejándonos de una salud persecutoria y acercándonos a una salud menos académica pero posiblemente más real y deseada individual y colectivamente.
Pongamos constantes dificultades a la posibilidad de generar realidades virtuales que sustituyan, alteren o adulteren la esencia de los cuidados profesionales. Para ello es preciso no tan solo que nos lo creamos, sino que actuemos con la determinación de querer ser identificados como enfermeras cuidadoras irreemplazables y singulares.
No me atrevo a negar cualquier posibilidad de cambio de la actual realidad por otra situada en el ámbito de la tecnología sustitutoria y sustitutiva, pero me niego, eso sí, a dejar de creer en lo que somos y tenemos posibilidad real de aportar las enfermeras a través de nuestros cuidados profesionales. Porque “aquello que se considera ceguera del destino es en realidad miopía propia” (William Faulkner)[11].
Pido, quiero y, permítanme, exijo que trabajemos por recuperar lo que nunca debimos perder, nuestra identidad cuidadora como seña indiscutible de nuestra realidad. Tan solo desde esa realidad lograremos, al menos, retrasar lo que parece ser una posibilidad cada vez menos ficticia y cada vez más posible y aterradora.
Pongámonos en el lugar de las personas, las familias y la comunidad, y tratemos de responder a sus expectativas, sentimientos, emociones, miedos, dudas, resistencias, normas, creencias… ante el afrontamiento que precisan realizar ante cualquier problema de salud o situación vital en las que los cuidados resultan imprescindibles para obtener no tan solo respuestas sino para que las mismas sean la respuesta que se identifica como efecto de la atención cuidadora dada por las enfermeras.
Porque esto es, sin duda, lo que limitará, dificultará o eliminará cualquier intento de virtualidad de la acción cuidadora enfermera, la identidad de la misma ligada de manera inseparable a las enfermeras y, por lo tanto, incapaz de ser reproducida de manera virtual, por mucho que se intente aumentar una realidad que no lo puede ser sin la presencia cuidadora de las enfermeras.
No se trata de impedir el avance de la tecnología, se trata de establecer los límites que impidan alterar la realidad de cuidados que ha estado ligada a la convivencia humana desde que existe y se conoce como tal. Si nada ha podido alterarla hasta ahora, aunque si mejorarla, no parece razonable que se permita hacerlo en nombre de la ciencia tecnológica que necesariamente debe complementarse con la ciencia enfermera, en lugar de sustituirla o reemplazarla. Pero esto básicamente nos corresponde hacerlo a las enfermeras, ya que tal como dijo David Viscott[12] “aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad” y evitar que sea sustituida por un metacuidado.
[1] Filósofo y ensayista surcoreano experto en estudios culturales y profesor de la Universidad de las Artes de Berlín (Seúl, 1959).
[2] En Internet y otras tecnologías de comunicación modernas, se denomina avatar a una representación gráfica que se asocia a un usuario en particular para su identificación en un videojuego, foro de internet, etc. El avatar puede ser una fotografía, icono, gif (animado), figura o dibujo artístico y puede tomar forma tridimensional, como en juegos o mundos virtuales, o bidimensional, como icono en los foros de internet y otras comunidades en línea.
[3] https://www.eldiario.es/catalunya/estafada-criptosecta-captan-enfermos-cancer-les-sablean-miles-euros_1_9755266.html
[4] https://es.wikipedia.org/wiki/1984_(novela)
[5] https://es.wikipedia.org/wiki/Un_mundo_feliz
[6] https://es.wikipedia.org/wiki/Fahrenheit_451
[7] https://es.wikipedia.org/wiki/Yo,_robot
[8] https://es.wikipedia.org/wiki/El_proceso
[9] https://es.wikipedia.org/wiki/El_cuento_de_la_criada
[10] https://es.wikipedia.org/wiki/El_a%C3%B1o_del_diluvio_(novela)
[11] Escritor estadounidense, reconocido mundialmente por sus novelas experimentales y galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949 (New Albany, 25 de septiembre de 1897-Byhalia, 6 de julio de 1962)
[12] Psiquiatra, autor, hombre de negocios y personalidad de los medios estadounidense. Se graduó de Dartmouth (1959), Tufts Medical School y enseñó en el Hospital Universitario de Boston (24 de mayo de 1938-10 de octubre de 1996).
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