¿QUÉ NOS PASA A LAS ENFERMERAS? o ¿QUÉ PASA CON LAS ENFERMERAS?

“¡Basta de silencios!¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”

Santa Catalina de Siena[1]

 

Esta de hoy es una reflexión íntima y a la vez pública y compartida sobre la incertidumbre que me genera la actitud de las enfermeras ante los múltiples acontecimientos que se están sucediendo y que nos afectan de manera directa o indirecta, aunque en gran medida muy directa, a las enfermeras.

Una actitud de absoluta pasividad y me atrevería a decir que de preocupante conformismo. Parece como si nada fuese con nosotras o contra nosotras. Como si nada pasase a la vista de cómo nos comportamos, actuamos o nos ausentamos de lo que pasa. Como si solo fuesen otros quienes tuviesen la responsabilidad de arreglar lo que pasa. Como si solo estuviesen las cosas mal para otros. Como si nosotras no tuviésemos nada que hacer, aportar, decir o pensar. Como si todo se fuese a solucionar antes que después sin que hagamos o digamos nada. Como si el deterioro de la sanidad y el de la salud de la comunidad nada tuviese que ver con nuestra actitud. Como si nuestra imagen no se viese resentida. Como si la valoración de nuestra aportación no se resintiese. Como si todo fuese normal. Como si el silencio y la pasividad fuesen el mejor discurso y la mejor acción de la que somos capaces. Como si el victimismo o la complacencia, cuando decidimos decir algo, fuese la mejor o única respuesta que podemos ofrecer. Como si la pérdida de derechos propios y de la población no se viese influida por cómo nos estamos comportando. Cabe pues preguntarse ¿Qué nos pasa a las enfermeras? o ¿Qué pasa con las enfermeras?

Nos ha costado mucho trabajo, mucho sacrificio, muchos sinsabores, muchos ataques, muchas descalificaciones… lograr una imagen, una valoración, una visibilidad, como enfermeras responsables de prestar cuidados profesionales de calidad y calidez que contribuyan a la salud de la población dando respuesta a sus necesidades y contribuyendo al autocuidado para lograr su autonomía, como integrantes de una ciencia con conocimientos propios y definidos que a través de la investigación conseguimos generar evidencias científicas que permiten argumentar y justificar nuestra aportación singular y autónoma, integrándonos en la comunidad científica en igualdad de condiciones a cualquier otra disciplina. Todo gracias a muchas enfermeras que decidieron dedicarse en cuerpo y alma a ello. Que se prepararon y formaron de manera excelente para afrontar las dificultades y las barreras que permanentemente se ponían para impedir el avance de nuestra disciplina/profesión. Que no cejaron en su empeño a pesar de las embestidas y los intentos constantes por hacerles desistir de su objetivo. Que creyeron y convencieron para lograr lo que era un derecho largamente prohibido y negado a las enfermeras. Que se mantuvieron firmes ante la falta de voluntad política. Que no desfallecieron ante los aparentes fracasos, que no eran tales, sino el resultado de las estratagemas de quienes se oponían sistemática e injustificadamente a nuestro avance. Que respondieron a las falsedades con argumentos. Que vencieron con la palabra y con la razón. Que nunca desfallecieron. Que no buscaron la gloria personal. Que nada obtuvieron, más allá de la satisfacción por el logro alcanzado.

Alcanzado todo ello se entró en una fase de meseta. Como si ya estuviésemos muy cansadas de luchar desde las trincheras de manera permanente. Como si el desgaste de tener que demostrar permanentemente lo que a otros no se les exige nos hiciese tener que descansar para recobrar fuerzas. Como si lo logrado ya no requiriese de mayor atención, esfuerzo, vigilancia, aportación… y todo fuese a fluir de manera automática y positiva. Como si quienes estuvieron oponiéndose sistemáticamente a que lográsemos lo que era nuestro derecho fuesen a cejar en su intento de acoso y derribo. Como si la ciencia, la disciplina y la profesión tuviesen inercia y pudiesen avanzar gracias a ella sin necesidad de aportar ningún otro tipo de energía que las impulsase. Como si lo alcanzado no precisase del compromiso y responsabilidad de todas el mantenerlo, defenderlo y mejorarlo.

Mientras la inercia de un impulso tan importante logró mantener en movimiento, aunque no siempre la velocidad y el avance deseados, todo parecía que funcionaba, que se seguía avanzando. Pero el movimiento, como el tiempo, son relativos y lo que puede parecer rápido o lento, temporal y espacialmente, está sujeto a muchas variables que no siempre controlamos y mucho menos percibimos con la objetividad que se requiere. Nos acomodamos a una supuesta velocidad denominada de crucero y a un aparente desarrollo, que están más cercanos a la parálisis de uno y otro de lo que aparentemente nos parece. Cuando nos venimos a dar cuenta nos encontramos sin capacidad de avance. No tan solo porque no hemos tenido la precaución de suministrar la energía precisa para que el motor de nuestro desarrollo permaneciese activo, sino porque, además, nos adelantan por la derecha y por la izquierda y no somos conscientes de que estamos situadas en una pendiente y que, por efecto de la gravedad, a la que no oponemos resistencia alguna, tendemos a ir en retroceso y, por tanto, a desandar lo andado.

Una pendiente que representa la situación sanitaria, política, gestora, organizativa, administrativa, universitaria, de investigación, en la que estamos inmersas, que nos ubica en un escenario de absoluta incertidumbre y peligro, no ya para nuestro desarrollo sino para nuestra propia subsistencia. Un contexto similar a una selva en el que fieras de otras especies, que confiadamente creíamos habían perdido su capacidad o interés de agresividad y ataque, se revuelven y nos acosan, y de nuestra propia especie que se tornan agresivas ante la idea de tener que adaptarse a una realidad que les saque de su zona de confort, lo que les sitúa como enemigas tan peligrosas o más que las especies ajenas al querer defender su comodidad incluso aliándose con estas en su intento por preservar su inacción. Es como en la célebre historia del Rey León, donde las hienas actúan como aliadas de Mufasa para lograr y mantener su reinado, aunque sea a costa de la mentira y la autarquía. Una pendiente en la que aún estamos y que supone el camino que nos queda por recorrer alimentando el motor del conocimiento, la ciencia, las evidencias, pero también del compromiso y la implicación.

Es como si la pandemia nos hubiese extraído el último aliento para seguir luchando. Como si nos hubiese dejado sin fuerzas. Como si nos hubiésemos creído lo de que éramos héroes y heroínas y nos hubiesen atacado con Kriptonita, como a Superman, para quitarnos nuestros supuestos “superpoderes” para dejarnos indefensas y sin capacidad de reacción alguna. Como si nuestra imagen profesional, no nos gustase, no nos sintiésemos a gusto con ella y limitásemos la ingesta de estímulos, conocimientos, evidencias y compromisos, sumiéndonos en una progresiva y profunda anorexia disciplinar/profesional que, por otra parte, negamos como forma irracional de mantener nuestra actitud Tratando de lograr una imagen que, aunque distorsionada y nociva, nos haga aparente e ilusoriamente, sentirnos mejor, cuando en la realidad supone un riesgo de muerte cierta. Como si tuviésemos miedo a avanzar y asumir nuestras competencias y con ellas la responsabilidad que emana de las mismas para dar respuesta a lo que se espera y desea de nosotras como enfermeras. Como si refugiándonos en nuestra propia inconsistencia nos sintiésemos protegidas, cuando lo único que logramos es ser cada vez más débiles y, por tanto, menos visibles y necesarias.

La Atención Primaria que navega a la deriva con serios riesgos de acabar encallando y en la que las enfermeras comunitarias, especialistas o no, son utilizadas y se dejan utilizar cada vez más como aliviadero de la inducida presión asistencial médica. La Asistencia Hospitalaria en su narcisismo permanente que les hace presentarse como nave insignia del Sistema Nacional de Salud (SNS) y que nadie ni nada será capaz de acabar con ella. Sin darse cuenta que, como le sucediera al Titánic, siempre hay algún iceberg que puede hacer que se hunda con todas sus aparentes riquezas y oropeles, pero también con todas sus miserias y pobreza, que como en el Titánic compartían el mismo espacio, aunque con accesos bien diferenciados y acotados. La atención a las personas adultas mayores que se convierte en una asistencia residual centrada mayoritariamente en las necesidades básicas que les despersonaliza e inhabilita, despreciando el importantísimo y valioso capital humano que representan para la sociedad, o la salud mental que se focaliza exclusivamente en la atención de psicólogos y psiquiatras, despreciando la valiosa aportación de las enfermeras especialistas. La participación comunitaria cada vez más ideologizada y alejada de ser una realidad posible y necesaria. La promoción de la salud que como eterno objetivo acaba por convertirse en una permanente utopía que tan solo comparten algunos/as nostálgicos. La salud como bien supremo y derecho universal que acaba siendo siempre la ausencia de la enfermedad identificada como el verdadero y casi exclusivo estandarte del Sistema y de quienes la utilizan para lograr su prestigio, su imagen y su poder, lo que supone tener que renunciar a una atención integral, integrada, integradora, participativa, universal, accesible, equitativa, intersectorial y transdisciplinar que, además, alimenta la voracidad médica empresarial de quienes negocian con la salud o mejor dicho con la enfermedad de quienes, eso sí, se lo pueden permitir, abocando al SNS a un Sistema, cada vez más cercano, de Beneficencia y Caridad para los pobres.

Son tan solo algunos de los hechos, situaciones, planteamientos, acciones u omisiones, por los que está atravesando actualmente nuestro SNS y con él, quienes, aparentemente, lo sostienen, mantienen y hacen avanzar. Pero la forma en que se identifican, valoran, afrontan y se responde es absolutamente diferente en base al colectivo profesional al que se pertenezca o con el que se sienten más identificados sin pertenecer al mismo. Todo ello, al margen de los efectos que esté provocando en la salud de la comunidad, al estar centrados los intereses en sus necesidades laborales y no en las de salud de la población. De tal manera que entre quienes hacen omisión por huelga y quienes la hacen por inacción el resultado acaba siendo el progresivo deterioro del Sistema, de lo que representa y lo que aporta.

No es mi pretensión que las enfermeras se sumen a la realización de una huelga, aunque es un derecho que pudiendo ejercer hace más de 40 años que no lo hacen y que cuando lo hicieron fue el punto de inflexión para lograr las mejoras a las que hacía mención al inicio de mi reflexión. Pero sí que es mi deseo que las enfermeras demuestren y muestren interés, preocupación, indignación, respuesta… a tanto despropósito, caos, desorganización, clasismo y autoritarismo disciplinar/profesional, además de ineficacia e ineficiencia. Es mi deseo que manifiesten, posicionen y defiendan sus competencias sin renunciar a las mismas o supeditándolas a las de un autoritarismo que tan solo obedece a un poder ejercido desde el lobby del que emana y que quiere controlar en exclusiva y para su propio beneficio al SNS que es patrimonio de toda la ciudadanía. Deseo que tengan pensamiento crítico y reflexionen para contribuir a cambiar lo que no puede permanecer estático, a parar su retroceso o seguir funcionando con el único impulso de quien lo quiere dirigir para su exclusivo beneficio. Deseo que crean en sí mismas y en lo que, desde su autonomía profesional y disciplinar, son capaces de hacer y aportar y que dicha apuesta de mejora repercuta en la valoración y visibilidad que de ellas tenga la sociedad y no a la inversa como han hecho siempre otros. Deseo que se trabaje desde la humildad pero combinándola con el orgullo de ser y sentirse enfermeras; que se haga desde la convicción sin renunciar a la necesidad de crecimiento y mejora profesional que redunde en la calidad de los cuidados profesionales que se prestan; que se haga desde la autoridad de la ciencia enfermera, sin olvidar la humanidad que requieren los cuidados; que se haga desde la fortaleza de la acción complementándola con la necesaria generosidad del trabajo en equipo real, compartido y de respeto realizado desde el compromiso y la implicación con la salud de la población alejándonos de protagonismos e imposiciones, facilitando la participación y la toma de decisiones compartidas; que se haga desde el respeto y la valoración del liderazgo enfermero y de quienes lo asumen y ejercen y no desde el descrédito o la falta de aprecio hacia ellas/os, que supone el mayor desprecio que puede hacerse; que se haga exigiendo la representatividad de quienes nos representan, pero asumiendo la necesaria implicación en su seguimiento y control; que se realice desde la empatía y la simpatía sin renunciar al rigor. Porque “La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento” (San Bernardo de Claraval)[2], de que todo esto suceda.

Todo ello requiere de un cambio evidente de postura, de visión, de análisis, de valoración, de compromiso de acción, de necesaria recuperación y posicionamiento en nuestro verdadero paradigma, el enfermero, sin contaminaciones, injerencias, imposiciones o mimetismos que nos alejen de nuestra esencia de ser y sentirnos enfermeras. Precisa de una formación enfermera y en valores enfermeros que se distancien de las exigencias de un sistema de salud en el que prevalece la técnica y la medicalización sobre el cuidado y el humanismo. Demanda de una gestión enfermera responsable que responda a la necesidad de cuidados por encima de las necesidades impuestas por un colectivo o quien lo representa. Supone alejarse de posicionamientos de confort para situarse en situaciones de respuesta y defensa de las necesidades y derechos de las personas, las familias y la comunidad. Consiste en la autoexigencia que nos faculte a poder ser exigentes. Reside en la importancia de creer en lo que somos y en saber qué es lo que queremos para huir de la ortodoxia profesional/disciplinar impuesta. Porque como expresara George Orwell[3] “La ortodoxia equivale a no pensar, a no tener la necesidad de pensar. La ortodoxia es la inconsciencia” y la inconsistencia es debilidad, la nadería, la indiferencia.

No es cuestión de cambios radicales, ni de revoluciones, ni de involuciones es, tan solo y sobre todo, cuestión de voluntad para volver a ser lo que realmente somos para poder exigir ser conocidas, reconocidas y valoradas, como enfermeras. Tan fácil y al mismo tiempo tan complicado. Pero, o asumimos esta necesidad o caeremos en el ostracismo, el olvido y la insignificancia a la que nos conduce la sumisión y la subsidiariedad producto de la inacción y el conformismo. Es cuestión de hacer una reflexión profunda sobre la situación de las enfermeras en todos y cada uno de los ámbitos en los que participamos y aportamos, sean estos sanitarios o no, en todos. Hablando, desde la sinceridad y el respeto y con absoluta libertad, sobre cómo nos sentimos y qué es lo que esperamos o necesitamos para recuperar la esencia enfermera que nos haga ser demandadas y respetadas. No esperando a que sean otros quienes hablen y, por tanto, decidan por nosotras. Sentando las bases de cuál es nuestro firme posicionamiento científico-profesional y qué estamos en condiciones y con voluntad de aportar, desde el mismo, a la salud de la población, con independencia del ámbito, contexto o ambiente en el que se haga. Asegurándonos que sea conocida y reconocida como aportación específica enfermera y que la sociedad sea capaz, en base a ello, de identificar que, tan solo las enfermeras, estamos en disposición de ofrecer. Identificando las necesidades de docencia enfermera que garanticen la formación de enfermeras para la comunidad y no para las organizaciones sanitarias o de quienes las controlan. Planificando la gestión requerida para prestar unos cuidados de calidad y calidez. Identificando las aportaciones que cada organización o institución de representación enfermera debe realizar en beneficio de todas las enfermeras, con criterios de calidad y controles de transparencia y eficiencia. Impulsando investigación enfermera que sea capaz de generar evidencias que avalen el rigor de los cuidados que prestamos. Es decir, reduciendo al máximo las posibilidades de que se manipule o diluya nuestra aportación específica enfermera como lamentablemente sucede ahora. Garantizando el respeto y el apoyo de nuestras/os referentes profesionales, sin descartar la crítica constructiva cuando sea necesaria o el debate que contraste posicionamientos diferentes para poder construir, desde la diferencia, en una búsqueda constante del consenso. Exigiendo, sin ambages ni escusas, a todas y en todas partes, el cumplimiento de nuestro código deontológico

No depende de nadie más que de nosotras, no nos engañemos ni nos dejemos engañar. Es nuestra decisión. Otra cosa es que la queramos asumir.

Rompamos el escandaloso silencio que, como dijera Haruki Murakami[4], resulta “tan profundo que casi hace daño en los oídos” y que “es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños” (Elsa Triolet)[5]. Porque finalmente “lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”[6]. (Martin Luther King)

[1]Religiosa italiana (1347-1380).

[2] Monje cisterciense francés y titular de la abadía de Claraval.

[3] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India (1903-1950)

[4] Escritor y traductor japonés. (1949-?)

[5] Novelista francesa (1896-1970).

[6] Ministro y activista bautista estadounidense que se convirtió en el vocero y líder más visible del movimiento de derechos civiles desde 1955 hasta su asesinato en 1968 (1929-1968).