“Es mucho más fácil matar a un fantasma que a una realidad “
Virginia Wolf[1]
Los cuidados profesionales a lo largo de las últimas décadas y fundamentalmente desde que la Enfermería entró en la universidad en 1977 ha tenido diferentes etapas que han provocado que su identificación, visibilización, valoración y referencia haya sido tan diversa como cambiante y en ocasiones contradictoria y extraña.
Antes de la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad, los cuidados fueron invisibilizados y desvalorizados como consecuencia de la paralización de las reformas emprendidas durante el gobierno de la 2ª República en la profesionalización de la enfermería y llevaron a que, con la instauración de la dictadura tras la guerra civil, no tan solo se acabase con los proyectos iniciados sino que se sometiera a la enfermería, como se hizo con las mujeres, a un ostracismo absoluto y a una dependencia total de los médicos que identificaban a las enfermeras como sus servidoras dóciles, insignificantes, obedientes y solícitas a sus órdenes. Los cuidados en esta fase pasaron a ser una labor femenina como prolongación de la que se realizaba, esperaba y exigía en el ámbito doméstico, pero sin mayor valor ni reconocimiento que el de la amabilidad, la entrega y la compasión.
La supuesta y tramposa unidad de matronas, enfermeras y practicantes en una misma titulación cuya denominación, Ayudante Técnico Sanitario (ATS), no dejaba lugar a dudas sobre lo que de ellas se esperaba, se exigía y de lo que de ellas no debía consentirse, condujo a una separación de la docencia por sexos (ATS femeninas y ATS masculinos) que, además, era impartida por médicos casi exclusivamente en instituciones religiosas, en el caso de las mujeres, y en las facultades de Medicina, en el caso de los hombres, y en la que los cuidados no dejaban de ser una anécdota sin importancia pues el verdadero objetivo era el de obtener fieles y obedientes ayudantes para la realización de las técnicas que los médicos no querían hacer por considerarlas menores o simples en el ámbito sanitario que ellos planificaban y organizaban para dar cumplida respuesta a sus necesidades de desarrollo profesional, que no de las personas a las que se asistía en las mismas. Son los años del desarrollo de los grandes hospitales que requieren de mano de obra barata y obediente, para lo que, en muchos de ellos, se crean escuelas para responder a necesidades alejadas de los cuidados. Escuelas, algunas de las cuales, aún existen como adscritas a universidades, lo que, sin entrar en valoraciones sobre la calidad de su docencia, no deja de ser un claro anacronismo que no tiene parangón con ninguna otra disciplina, situando nuevamente a Enfermería como excepcionalidad, en el ámbito de la Academia como ha sucedido en otros casos con las venias docentes etc.
El ATeSeismo[2] hizo muchísimo daño a la Enfermería, logrando posiblemente lo que se pretendía con su creación, ya que nada es casual. La separación por sexos condujo a que se estableciesen dos tipos de profesionales. Las ATS femeninas que seguían siendo identificadas como enfermeras, aunque desprovistas de toda ciencia e identidad profesional y los ATS masculinos que seguían teniendo como referencia a los extintos practicantes, pero con idéntica anulación de ciencia e identidad enfermera, aunque en su caso se nutrían de la parte de ciencia médica que interesaba a quienes la cedían. Esta división se traducía en una animadversión de unos/as hacia otros/as y en una servidumbre a la clase médica tanto de unas como de otros, aunque los otros querían hacer ver que su estatus y valoración era superior al de las dóciles enfermeras a las que, en muchas ocasiones, asumiendo la imagen médica que anhelaban, exigían idéntico servilismo como una forma más de marcar distancias con lo que rechazaban, los cuidados y la enfermería que en el caso de las ATS femeninas nunca dejaron de identificar como propio aunque fuese empíricamente.
Fue una etapa oscura en la que tan solo la voluntad de algunas enfermeras referentes logró que la llama de la simbólica lámpara de Florence Nightingale no se extinguiese definitivamente y que la misma, aunque de manera tenue iluminase el que sería el inicio de una recuperación de identidad y, sobre todo, de dignidad profesional para volver a ser y sentirse enfermeras, lo que sin embargo ni fue ni sigue siendo sencillo.
El daño infligido fue tanto y la cicatriz que dejó tan evidente y permanente que el enfrentamiento inicial entre ATS masculinos y femeninos se trasladó a un nuevo enfrentamiento. Esta vez de ATS, masculinos y femeninos, contra los nuevos DUEs (Diplomadas/os Universitarias/os de Enfermería), en otro capricho lingüístico a través de un acrónimo, en sustitución del de ATS, que disfrazaba nuevamente nuestra identidad enfermera, viéndolos como enemigos, mientras los “nuevos“, desde su estatus universitario, miraban por encima del hombro a quienes consideraban inferiores. Entretanto, los médicos, recelaban de esta nueva figura profesional y continuaban ejerciendo su presión para someterlos a su autoridad.
Los cuidados fueron tomado cuerpo, a ser visibles y, lo más importante, a tener fundamento científico, lo que permitió alejarse del ámbito doméstico y dotarlos de la evidencia que requerían sin que con ello tuviesen que abandonar la empatía, la escucha activa, la cercanía… que no tan solo son necesarias sino imprescindibles.
Dejaron también de ser un suplemento, una relación de simpatía, una expresión angelical, para pasar a requerir de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis que los convertían en una realidad compleja, no lineal y en evolución, íntimamente ligados a valores humanísticos.
Este punto de inflexión en la evolución de los cuidados no supuso una identificación homogénea, ni por parte de todas las enfermeras, hay que recordar que el ATeSeismo continuaba vivo, ni por parte de las personas que eran destinatarias de ellos que seguían confundiendo amabilidad con profesionalidad, ni por parte de los médicos y otros profesionales que seguían sin entender ni valorar la aportación cuidadora profesional de las enfermeras. Pero la ciencia dota de valor a las acciones y logró que los cuidados fueran adquiriendo notoriedad y visibilidad y la sociedad empezó a identificar que la amabilidad no era ni el único ni el principal valor de las enfermeras. Los cuidados profesionales enfermeros empezaron a ser valorados, pero también envidiados.
El acceso de las enfermeras, ahora sí recuperada en plenitud nuestra única y verdadera identidad profesional enfermera, y el acceso al máximo nivel académico de doctorado supuso un paso trascendental para dotar de fortaleza y de evidencias científicas a los cuidados y con ello el nivel de envidia aumentó también progresivamente entre quienes hasta hacía relativamente poco tiempo los habían denostado e incluso despreciado.
Algunas voces mediáticas como la del desaparecido Pau Donés puso en valor a las enfermeras y sus cuidados, cuando dijo pública y espontáneamente entre otras muchas cosas: “Mis enfermeras me han devuelto la fe en la humanidad”, “…aprendí que se puede cuidar sin hablar”, “¡Las enfermeras te quieren antes de conocerte! Y luego empiezan a cuidarte” … La pandemia, por su parte, dejó al descubierto las carencias del Sistema de Salud, pero también logró que los cuidados profesionales enfermeros supliesen muchas de esas carencias o paliasen muchas de las consecuencias de la pandemia como la soledad, el aislamiento, la vulnerabilidad, el sufrimiento, el dolor, la muerte…
Tanto es así que los cuidados se empezaron a demandar como algo propio de los médicos, pero también de psicólogos, trabajadores sociales, fisioterapeutas, farmacéuticos… e incluso el valor de los cuidados trascendió el ámbito sanitario y de la salud para ser reclamados por parte de casi todo y casi todos en un alarde de oportunismo y de marketing corporativo y comercial. Los champús, los detergentes, los yogures, las cremas, el deporte… todo cuidaba y sus cuidados eran responsables de bienestar, mejora de imagen, confort, felicidad…
Las enfermeras, por su parte, seguimos identificando en los cuidados, nuestros más íntimos fantasmas, ligados al miedo atávico del que no nos hemos desprendido totalmente, impidiendo o limitando la conciencia sobre tan importante visibilización y valoración de los cuidados. La fascinación en la tecnología y las técnicas desplaza el punto de gravedad de las enfermeras al paradigma médico que nuevamente logra captar su atención para beneficio de la causa médica, en base a la cual diseñaron, organizaron y definieron los hospitales como centro de su desarrollo científico técnico y de su paradigma centrado en la enfermedad, la curación, la fragmentación por aparatos, órganos y sistemas y un egocentrismo paternalista desde el que alimentan su posición científica, profesional, social y política como lobby de poder. De tal manera que el contexto de cuidados que dejó la pandemia, a pesar de su identificación en las famosas e inútiles comisiones de reconstrucción postpandemia, quedó reducido a un escenario vacío en el que ningún/a actor/a interviene para liderarlo, provocando una reacción de colonización médico asistencialista de un ámbito como el de la Atención Primaria que mantenía cierta distancia con el modelo hospitalcentrista.
Pero el deseo de quienes quisieron asumir los cuidados, identificados como amenaza a su posición, no resultó ser tan sencillo como inicialmente pensaron. Su falta de conocimiento, competencia y actitud condujo a un progresivo abandono por la demanda cuidadora. Pero ello no significó, en ningún caso, que ya no identificasen a los cuidados enfermeros como una amenaza, por lo que la última estrategia que están utilizando es la de intentar desacreditar, minusvalorar e invisibilizar de nuevo a los cuidados. Sin darse cuenta que, como dijera Marie Curie[3] “Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender”. Lo que pasa es que para ello hay que querer entenderlo. Y ni quieren, ni lo intentan.
De tal manera que empiezan a alzarse algunas voces como las que cuestionan la denominación de Unidades de Cuidados Intensivos tal como se recoge en la carta al editor titulada “¿UCI o UVI?»: ni lo uno, ni lo otro”[4] en la que los autores se refieren a estas denominaciones como facilidades fonéticas que llevan a engaño (sic), cuando realmente lo que pretenden es trasladar la capacidad limitadora que, según ellos, tiene la utilización de CUIDADOS en “su” especialidad. Es decir, el fundamento de su planteamiento o los argumentos utilizados, que no pasan de ser meras conjeturas, no es si los CUIDADOS y quienes los prestan aportan o no beneficios a las personas a las que los reciben en condiciones muy desfavorables, sino de qué manera dicha denominación puede limitar su prestigio tecnológico, asistencialista y curativo y el de su especialidad. Situación que sin embargo no se plantean como facilidades fonéticas, como ellos mismos denominan, cuando por ejemplo se utiliza el acrónimo del SAMU (Servicio de Asistencia Médica Urgente). Siempre ha habido clases.
Así pues, estamos en una fase en la que los CUIDADOS, van a pasar a ser objetivo contra los que lanzar toda clase de dudas y de reproches para desacreditarlos hasta que consideren que dejan de ser una amenaza a su voracidad egocéntrica y narcisista.
Las enfermeras ante esta situación y cualquier otra que pueda presentarse debemos, tenemos la obligación, de aumentar las evidencias científicas que pongan en valor a los cuidados y sitúen a quienes los tratan de ocultar como charlatanes que tan solo pretenden engañar con el fin de seguir haciendo creer que son los únicos valedores de la salud, a la que por cierto renuncian sistemáticamente huyendo de su pertenencia a las ciencias de la salud en una enloquecida e irracional huida para posicionarse en su exclusiva, excluyente e independiente ciencia, la Medicina.
Finalmente, en esta historia interminable, se trata de excluir a todos y a todo aquello que identifique a los cuidados como una amenaza, porque hacerlo es ir contra la propia evolución de la condición humana de la que forman parte inseparable. ¿Cuándo dejarán de ver y ser fantasmas? Y es que ya decía Ludwig Börne[5] que “El hombre más peligroso es aquel que tiene miedo.”
[1] Escritora inglesa (1882 – 1941).
[2] Corriente ligada a la titulación de ATS que se interiorizó como una profesión/oficio al margen de la Enfermería por una parte importante de estas/os profesionales
[3] Física y química polaca nacionalizada francesa. Pionera en el campo de la radiactividad (1867-1934)
[4] https://medintensiva.org/es-uci-o-uvi-ni-lo-avance-S0210569123000293
[5] Escritor alemán (1786-1836)