OFENDE QUE ALGO QUEDA De la descalificación a la invisibilización

“Yo no insulto. Yo demuestro

El rinoceronte (1959) Eugene Ionesco[1]

            Se ha instaurado en el debate público el lenguaje de la descalificación, el insulto, la ofensa… como método para construir una realidad ficticia que sea asumida, creída y defendida por parte de quienes la reciben.

            Lo de menos es si lo que se dice, afirma y sostiene tiene justificación, se sustenta en pruebas o se sabe a ciencia cierta, nunca mejor dicho, si se corresponde con la verdad o es simplemente una estrategia que permita construir un mensaje oportunista del que poder sacar rédito por parte de quien verbaliza el discurso de la ofensa, al pensar que haciéndolo y con independencia del contenido de verisimilitud que tenga, conseguirá que algo quede y, por tanto, se cuestione, acuse, sospeche, rechace… a quien o quienes son depositarios del mensaje acusador, aunque el mismo sea tan solo un artificio verbal que pretende desautorizar, desvalorizar, ridiculizar o simplemente ofender.

            Esta estrategia no tan solo no es nueva, sino que ni tan siquiera tiene capacidad de innovación a pesar de la inteligencia artificial como sustitutiva de la inteligencia natural que se debe entender agotada al tiempo que requiere pensar, analizar, reflexionar y sobre todo respetar. Últimamente, sin embargo, está siendo utilizada de manera muy generalizada en múltiples ámbitos sociales, políticos, económicos… pero también profesionales e incluso científicos, posiblemente por hecho de creer que una ofensa tiene valor exactamente en la medida en que te obliga a reflexionar (Elías Canetti)[2].

            Su uso no tan solo se generaliza, sino que, además, se depura con el fin de que la construcción del discurso que se traslada a la audiencia tenga una apariencia de realidad que permita su utilización como arma de ataque que evite el debate y la reflexión al generar un escenario de confrontación en el que no existen más reglas que las de la mentira de quien ataca, procurando repetirla muchas veces en el convencimiento de que así será capaz de hacer creer que es verdad, y el intento de desmontarla de quien las sufre en su intento por evitar una derrota tramposa. El problema aumenta cuando ambos contendientes asumen el instrumento de la ofensa y, entonces, la cuestión se centra en ver quien tiene mayor habilidad o capacidad de persuasión para convencer a quienes va dirigido el mensaje y de esta manera lograr la aceptación de su mentira como certeza o el rechazo de la del contrario como falsedad

            En cualquier caso, lo realmente importante es sembrar la duda y con ella la confusión, con tal de conseguir aquello que no se es capaz de lograr a través del argumento, la justificación o las pruebas basadas en el rigor informativo o científico. Si a lo dicho, además, contribuyen los medios de comunicación haciéndose eco de los mensajes de descalificación sin contrastar su certeza, el mensaje se ve amplificado en cuanto a su capacidad de provocar daño de manera interesada, aunque pueda entenderse interesante.

            Este juego perverso se traslada al discurso utilizado muchas veces por parte de quienes quieren hacer ver que su posición no tan solo es la única válida, sino que cualquier otra que se presente como alternativa o complementaria sea identificada como un peligro para quienes deben ser depositarios o destinatarios de las acciones propuestas por unos y desacreditadas por otros desde la mentira y la ofensa a quienes las lideran.

            Decir que los médicos son quienes más aportan a la salud de la población, que una atención prestada por enfermeras es un peligro para la salud de las personas, que los cuidados no son lo más importante en las UCI, que la gestión es competencia exclusiva de los médicos, que las enfermeras no pueden tener una nivel A1 por ser una categoría inferior, que los médicos son los mejores interlocutores con la población, que las enfermeras no pueden prescribir por no tener competencias ni preparación para ello, que los médicos son los únicos que pueden salvar el sistema sanitario… son tan solo algunas de las afirmaciones que se trasladan como verdades incontestables a la población desde una posición de poder y a través de órganos de representación científico-profesional como organizaciones colegiales, sindicales e incluso sociedades científicas.

            La construcción de estos mensajes no es casual, ni circunstancial, ni inocente, ni imprevista, ni tan siquiera accidental. Es una construcción metódica, interesada, intencional e intencionada, culpabilizante, descalificadora, alarmista y sensacionalista que trata de generar en la ciudadanía una sensación de indefensión, desprotección, temor, duda, incertidumbre, desconfianza… hacia las enfermeras y su actividad profesional autónoma para reforzar su estatus e influencia que consideran en riego. Se trata de verdades a medias o mentiras completas como argumento tramposo y mezquino ante la total falta de argumentos que permitan razonar su intento permanente de colonización absoluta del sistema sanitario, sin dejar resquicio alguno para la puesta en valor, el reconocimiento o la visibilización de nadie más que no sean ellos, aunque su asistencia no tan solo no responda a las necesidades de salud reales de las personas, las familias y la comunidad, sino que además generen dependencia y demanda insatisfecha con su actitud paternalista centrada en su protagonismo exclusivo y excluyente.

            Quieren ser los valedores exclusivos de la salud, pero se excluyen ellos mismos de las ciencias de la salud por considerarla una ciencia excesivamente compartida por otras disciplinas, refugiándose en la ciencia médica o biomédica como espacio de club privado y con derecho de admisión.

            Sus mensajes del miedo, trasladan una visión subsidiaria, complementaria y secundaria de las enfermeras, ocultando, o lo que es peor, desprestigiando cuando no descalificando su atención autónoma en base a sus competencias específicas y minusvalorando los cuidados, cuando no intentando apropiarse de ellos, aunque tan solo sea como estrategia para que no se identifiquen con las enfermeras.

            Mientras todo esto sucede las enfermeras permanecen agazapadas en sus nichos ecológicos y refugios asistencialistas en los que, lamentablemente, se han acomodado asumiendo el papel secundario que les asignan y si algunas tratan de desarrollar su actividad autónoma y alejada de los corsés asistencialistas impuestos son rápidamente señaladas y desprestigiadas por sus iguales y por quienes actúan como señoritos del cortijo en que convierten los centros de salud y los hospitales, organizados a su imagen y semejanza para mejor disfrute de su desarrollo profesional, aunque el mismo no siempre conlleve una respuesta de calidad a las necesidades de salud de la población y ni tan siquiera una solución a las enfermedades que padecen y que se convierten en el verdadero objeto de deseo de quienes falsamente reivindican la salud a sabiendas de que es la mejor manera de que la misma no eclipse su verdadero interés, la enfermedad al margen de quienes la padecen.

Por su parte las máximas representantes de las enfermeras mantienen un silencio ensordecedor, en parte producto de la incapacidad por contrarrestar los mensajes trasladados, mas allá de la queja lastimera o el pataleo improductivo, en parte debido a la debilidad de las organizaciones que representan como consecuencia de la falta de adherencia o pertenencia a las mismas, lo que es aprovechado para intensificar los mensajes y hacerlos públicos a través de los medios que ellos mismos controlan, manejan y manipulan en connivencia con la industria farmacéutica.

            Estamos asistiendo a un deterioro progresivo y letal de las instituciones y las organizaciones de la salud como parte de la salud pública que se dice defender pero que en realidad se utiliza como escudo protector para los verdaderos y maléficos intereses de quienes no tienen verdadera intención, ni voluntad, ni compromiso en que mejore.

            La Atención Primaria y Comunitaria como ahora se denomina, aunque sea tan solo una etiqueta que permite maquillar su evidente deterioro, se reclama como territorio propio a pesar de la deseada diáspora de quienes en la misma trabajan o del rechazo a hacerlo de quienes tienen oportunidad de incorporarse al dejar desiertas las plazas de formación de especialistas. Pero como si de una fortaleza numantina se tratase, prefieren morir en su hipotética defensa, antes que dejar que las que consideran una amenaza para su prestigio, poder e influencia puedan ser identificadas y valoradas por su aportación profesional, aunque para ello tengan que utilizar las males artes de las mentiras o las descalificaciones.

            Desde luego la solución no pasa por replicar la estrategia del descrédito y la ofensa como remedio para contrarrestar el negacionismo que en torno al cuidado y la aportación específica enfermera se genera y se acepta como natural. Pero tampoco desde la pasividad y la inacción se conseguirá anular el efecto nocivo de la mentira.

            Recientemente el actual presidente del gobierno, objeto de una campaña de descrédito y descalificación que ha venido a bautizarse como antisanchismo, ha decidido actuar defendiendo su honorabilidad y su acción política, asistiendo a los medios de comunicación, algunos de los cuales han actuado como amplificadores de la citada estrategia, para desenmascarar las mentiras y poner en valor sus decisiones, al darse cuenta que desde el silencio lo único que se consigue es contribuir a reforzar los mensajes contra él y que responder con idéntica estrategia es caer en la trampa de la provocación que sería utilizada como arma contra él mismo.

            No es mi intención replicar o emular la estrategia política del Seños Sánchez, pero cuanto menos debiera servirnos como ejemplo para pensar en qué debemos hacer si queremos, al menos, luchar hasta el final sino queremos que nos identifiquen como tramposas que queremos invadir espacios que no nos corresponden y por tanto se justifique en base a esta premisa falsa nuestra anulación como profesionales autónomas.

            Utilizar la estrategia del avestruz escondiendo la cabeza bajo tierra, desde luego, a lo único que nos puede conducir es a que seamos incapaces de ver la realidad y poder afrontarla. No se trata de ser temerarias, pero si de no ser cobardes y utilizar nuestro conocimiento y competencias como respuesta a las ofensas que tratan de anularnos como enfermeras y rescatarnos como profesionales tecnológicas al servicio de la profesión/ciencia médica y sus propósitos colonizadores.

            Mientras, por una parte, medicina, como disciplina/profesión, no sea capaz de identificarnos desde el respeto científico como profesionales autónomas capaces y competentes para optar, en base a criterios de capacidad y mérito, a cualquier ámbito de toma de decisiones, teniendo que utilizar la mentira y la ofensa como arma defensiva de sus intereses laborales o profesionales aunque estos sean legítimos, y por otra enfermería también como disciplina/profesión no sea capaz de madurar y hacer frente de manera decidida, rigurosa y contundente a los ataques basados en mentiras, la salud continuará siendo una quimera eclipsada por la enfermedad y quien la promueve y defiende como foco de atención, organización, gestión o negocio.

            La salud es el resultado de un compromiso compartido basado en la verdad, el rigor, la participación, la libertad y el derecho a la misma más allá de personalismos autoritarios y excluyentes que impiden la participación, la diversidad, el análisis, el debate, el pensamiento crítico y el consenso.

            Nadie es imprescindible, pero tampoco nadie es prescindible y todos son necesarios e importantes en la construcción de una salud solidaria y participativa.

            No caigamos en la trampa de quienes no tienen mayor interés que el suyo propio o corporativo y utilizan cualquier estratagema para lograrlo.

            Tan solo desde el respeto y el diálogo seremos capaces de minimizar, anular o eliminar las diferencias y reforzar las coincidencias.

            Los extremismos, sean políticos, económicos o corporativos tan solo conducen a la generación del odio, la exclusión y el acoso. La connivencia, alianza o consentimiento con ellos nos esclavizan, anulan e incapacitan para plantear soluciones de equidad e igualdad. Como dijera Jorge Wagensberg[3] “El insulto busca la ofensa y apunta a las personas; la libertad de expresión apunta a las ideas y busca la crítica”.


[1] Dramaturgo y escritor franco-rumano (1909-1994)

[2] Escritor búlgaro de lengua alemana (1905-1994).

[3] Científico y escritor español (1948-2018)

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