SI NO SOMOS CAPACES…

 

 

“La capacidad otorga responsabilidades.”

«El asesinato de Sócrates» (2016), Marcos Chicot[1]

 

Acabado el mes de agosto, periodo de vacaciones por excelencia en España aunque no todos puedan disfrutarlo como correspondería, se inicia un nuevo periodo de actividad o cuanto menos de cambio de ritmo. Las sucesivas olas de calor, los incendios devastadores, la sequía…nos han acompañado como un recordatorio permanente de la acción que sobre el medio ambiente estamos ejerciendo y que está acabando con el necesario equilibrio para mantener unas condiciones de vida saludables en las que ni el aire acondicionado, ni las piscinas con un agua cada vez más escasa, ni los ríos y mares cada vez más contaminados… son la solución al terrible problema del cambio climático que, al contrario de lo que sucede con las vacaciones, no se trata de una secuencia temporal, sino de una terrible amenaza que nos acecha y pone en riesgo la salud de miles de millones de personas y otros seres vivos.

Un mes, el de las teóricas vacaciones, en el que se han sucedido acontecimientos políticos, sociales, deportivos… que a pesar de su trascendencia e impacto en la vida y convivencia de la ciudadanía, tengo la terrible sospecha de que no han sido capaces de atraer la atención que su impacto y consecuencias tienen y pueden tener en nuestras vidas. Han sido captadas más como lo que se denominan noticias de alcance sin darnos cuenta de lo que nos pueden alcanzar, sin que las mismas hayan logrado una mínima reflexión colectiva de qué es lo que está pasando, como si al cambio climático al que hacía referencia, hubiese que añadir un cambio de pensamiento, que no de ideología aunque también, de actitud, de sentimiento, de valores… que estuviese poniendo en peligro también el equilibrio colectivo de convivencia.

La actual situación política en todo el mundo, con el resurgimiento de las ideologías de extrema derecha y lo que las mismas significan, son un claro indicativo de un cambio que afecta a la libertad y los derechos de todas/os y que cuesta creer que sea tan solo la respuesta al descontento o la forma en que manifestamos nuestro rechazo a la política y las políticas que se llevan a cabo. No deja de ser paradójico que quienes asumen el negacionismo como principal argumento a sus postulados políticos se alimenten de aquello que precisamente niegan o cuanto menos cuestionan como la libertad, los derechos humanos, la democracia… para ir en contra de ellos maquillándolos de normas, valores y estilos de vida que tan solo obedecen a intereses muy particulares con los que establecer un control estricto sobre las vidas y la libertad de pensamiento de la ciudadanía.

Durante este mes de agosto, han aumentado sin razones aparentemente lógicas, los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, aunque haya quienes nieguen sistemáticamente la violencia de género. Pero se han dado acontecimientos como los del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) y quienes, por acción u omisión, apoyan sus acciones, que atentan contra la dignidad de las mujeres, aunque haya quienes niegan sistemáticamente el machismo. Se están produciendo decisiones políticas que nos sitúan en un plano de absoluto esperpento como respuesta a intereses que se alejan tanto de las necesidades de la sociedad como se aproximan a los caprichos individuales y partidistas de quienes las adoptan en un claro ejemplo de desprecio hacia quienes son o debieran ser receptores de las mismas, aunque haya quienes sigan utilizando la mentira como principal argumento político. La guerra de Ucrania ha pasado a ser una anécdota que ya no interesa ni preocupa en un nuevo y claro ejemplo de desensibilización social. Los atentados a líderes políticos con planteamientos, ideas, proyectos… de libertad se repiten con aterradora frecuencia. La aparición de líderes que abogan por la abolición de la justicia social y la equidad en nombre de la libertad. El mercantilismo de todas las facetas de la vida de las personas con especial incidencia en las de la salud y la educación, disfrazándolas de medidas de gestión más eficaces y eficientes. El cuestionamiento de la equidad y la igualdad desde un nacionalismo exclusivo y excluyente, que alimenta el odio y el enfrentamiento. El aumento progresivo de los problemas de salud mental, de los suicidios, de la pobreza, de la exclusión social en todo el mundo, mientras se siguen alimentando los espacios de alienación y destrucción del pensamiento crítico y reflexivo.  Todo ello y mucho más se incorpora como parte de un cambio que va más allá del climático para situarse en un cambio social que no tan solo obedece a la evolución natural en la que intervienen múltiples factores demográficos, epidemiológicos, económicos… sino que es consecuencia de una clara, manifiesta e interesada intervención de quienes quieren controlar la vida y las decisiones de la población para beneficio propio y de quienes se constituyen en lobbies de poder económico, mediático, político…

Pero todo lo referido y mucho más acaba siendo un cúmulo de noticias caducas, embaladas, procesadas y digeridas por los intestinos de las hemerotecas. Finalmente queda tan solo el hecho, lo aparentemente trascendente, en lugar de serlo las consecuencias. Nos encanta que se desmenucen los más mínimos detalles, cuanto más morbosos mejor, que se relate la física de lo acontecido y se identifique un nombre y una etiqueta con la que catalogarle… violador, maltratador, negacionista, facha, rojo, felón, sanchista… sin entrar, claro está, en la lúgubre aritmética de las consecuencias, del vacío que se genera, de la pobreza que ocasiona, de la soledad provocada, de la desolación producida, de los espacios de destrucción que se generan a nivel individual, familiar y colectivo, tras lo que banalmente denominamos noticias … Nada. Como si dichas consecuencias no generasen una demanda inmediata y futura de cuidados que requieren de respuestas profesionales que van mucho más allá de los medicamentos, una intervención quirúrgica o un entierro, como respuestas al hecho, la enfermedad, el desequilibrio puntual o la muerte. Sin valorar las consecuencias que provocan los hechos y la capacidad de afrontar los problemas sobre la salud.

Me aterra que sigamos inertes, insensibles, ausentes y silentes ante lo que son responsabilidades que como enfermeras nos corresponde afrontar y que no podemos ni debemos esperar a ser meras ejecutoras de lo que otros digan desde su paradigma disciplinar como si fuésemos sus dóciles y obedientes colaboradores en ese intento fallido, torpe, insensato, acrítico, acientífico… por seguir siendo parte de un todo en el que no encajamos por ser ajena a nuestra disciplina, pero en el que nos encanta anidar por sentirnos falsamente protegidas, defendidas, respaldadas y respetadas, siempre y cuando, claro está, hagamos lo que de nosotras se espera y desea y no aquello que nos corresponde hacer como profesionales autónomas, capaces y competentes. Idolatrando a líderes que nos fascinan pero que no aportan nada a nuestra disciplina por no identificarla, entenderla ni respetarla. Generando un vacío de liderazgo propio que provoca una desertización disciplinar, profesional, académica y de gestión que impide cualquier tipo de crecimiento propio, específico y diferenciado de aquellas especies por las que somos y nos dejamos fagocitar.

Todo lo cual se traduce en una invisibilizarían clara, meridiana y manifiesta de nuestra aportación enfermera a través de los cuidados profesionales que es identificada claramente por parte de quienes siguen teniendo la capacidad de decisión y con ella la de permitir que las enfermeras asuman las competencias que les corresponden en puestos de máxima responsabilidad. Ello impide la normalización del acceso de las enfermeras a dichos puestos y con ello que sean nombrados para los mismos otras/os profesionales por muy alejadas/os que aparentemente puedan estar de las competencias asignadas, pero que, sin embargo, gozan del respeto, la visibilidad y el reconocimiento de la disciplina que ejercen lo que, finalmente, determina la decisión. Todo lo cual conduce a una ausencia absoluta de liderazgo reconocido, reconocible e incluso deseable y deseado por parte de las propias enfermeras, que acaba generando un estado de absoluta inacción tan solo interrumpido por lamentaciones que nos llevan a un victimismo que ni tan siquiera es capaz ya de producir lástima, lamiendo nuestras propias heridas en un intento por sobrevivir.

Si verdaderamente no somos capaces de identificar las verdaderas necesidades de la población a la que atendemos y nos limitaos a ser esclavas de nuestra propia inoperancia ante lo que pasa en nuestra sociedad. Si no somos activas y proactivas, creativas e innovadoras para dar respuestas eficaces y eficientes por las que ser no tan solo reconocidas sino también reclamadas. Si no somos capaces de defender nuestros ámbitos competenciales, preocupadas como estamos, por satisfacer las necesidades de un sistema sanitario caduco y de profesionales que tan solo piensan en sus intereses. Si no somos capaces de decir ¡basta ya! ante tanta mediocridad y mercantilismo. Sino somos capaces de hablar con las personas y trasladarles el valor de nuestros cuidados y la importancia de que los prestemos las enfermeras. Si no somos capaces de romper la inercia negativa en la que nos hemos instalado y que nos aboca a una insignificancia que nos lleva a la desaparición. Si no somos capaces de reconstruir nuestro paradigma para desde el mismo dar respuestas enfermeras y no como hasta ahora que como enfermeras damos respuestas a otros intereses. Si no somos capaces de asumir nuestras competencias para evitar la hemorragia constante que nos desangra disciplinalmente. Si no somos capaces de identificar, defender y respetar a nuestras/os líderes y junto a ellas/os liderar nuestro desarrollo. Si no somos capaces de abandonar la sumisión y subsidiariedad para afrontar con responsabilidad nuestro rol como enfermeras. Si no somos capaces de renunciar a las limosnas que se nos ofrecen para emprender el camino de la riqueza enfermera. Si no somos capaces de sentirnos orgullosas de lo que somos, enfermeras, ocultándonos tras nuestra disciplina o cualquier otra denominación que nos enmascare. Si no somos capaces de defender con voz propia los derechos de la salud de la población a la que atendemos. Si no somos capaces de perder el miedo a manifestar lo que creemos que corresponde hacer con argumentos y evidencias científicas. Si no nos revelamos ante las injusticias que impiden el acceso a la salud de la ciudadanía. Si no nos convencemos de nuestra capacidad para prestar cuidados más allá de los hospitales y los centros de salud que acaban convirtiéndose en nuestros nichos ecológicos, pero también en nuestras cárceles profesionales. Si no somos capaces de defender un modelo de salud que se aparte del normativamente aceptado y médicamente impuesto. Si no somos capaces de incorporarnos en ámbitos de competencia política para participar en la toma de decisiones aportando salud en todas las políticas. Si no somos capaces de renunciar a nuestras zonas de confort donde languidecemos, aunque sea apaciblemente que no digna. Si no somos capaces de exigir a nuestros representantes que sean, no tan somo honrados sino también capaces y resolutivos y permitimos que continúen aprovechándose de la enfermería y las enfermeras. Si no somos capaces de fortalecer nuestras sociedades científicas como núcleos de desarrollo científico profesional. Si no somos capaces de regenerar nuestra imagen… va a resultar muy difícil que podamos sobrevivir. No es una cuestión de ser el más fuerte. En la vida no es tan importante ser fuerte como sentirse fuerte. Medir tu capacidad.

No me cabe duda de que tenemos capacidad. Tan solo me falta la certeza de saber si realmente queremos utilizarla para ser y sentirnos ENFERMERAS. Ojalá y pronto se despeje esa incertidumbre.

Tal como dijese Thomas Alba Edison[2] “Si hiciésemos todo lo que somos capaces de hacer, nos quedaríamos completamente sorprendidos de nosotros mismos.”

[1]escritor, economista y psicólogo clínico español (1971).

[2] Inventor, científico y empresario estadounidense (1847-1931).