HONORIS CAUSA vs CAUSA HONORIS Por razón de honor VS En honor a la razón

A Rosamaría Alberdi, Mayte Moreno y Mª Paz Mompart. Primeras enfermeras Honoris Causa en la Universidad española. Gracias por vuestra referencia y liderazgo.

 

“El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar”

Alfred de Vigny [1]

 

El doctorado honoris causa es un título honorífico que da una universidad, asociación profesional, academia o colegio a personas eminentes. Esta designación se otorga principalmente a personajes que han destacado en ciertos ámbitos profesionales y que no son necesariamente graduados en una determinada disciplina[2].

Hay que destacar que el número de mujeres que han sido distinguidas con el doctorado honoris causa en la universidad española apenas supera el 15 % en términos globales, siendo un poco más elevada la cifra en la universidad privada (20 %) que en la pública (14 %), según datos del Instituto de la Mujer, lo que demuestra claramente cual ha sido el comportamiento de la universidad española en términos de igualdad.

Este reconocimiento está instaurado en España desde 1920 y en estos 103 años de recorrido no fue hasta el año 2016 cuando la Universidad de Murcia invistió por primera vez a una enfermera española, Rosa María Alberdi Castell, como doctora honoris causa. Si bien es cierto, con anterioridad, otras universidades españolas, ya habían iniciado dichas concesiones a enfermeras foráneas del ámbito anglosajón. En concreto, la Universidad de Alicante fue la primera en concederlo a una enfermera, Afaf I. Meleis el 28 de enero de 2014. Posteriormente varias universidades repitieron el reconocimiento de dicho título honorífico a las mismas y otras enfermeras anglosajonas antes que hacerlo a enfermeras españolas. Han transcurrido 7 años sin que se haya vuelto a otorgar un Honoris Causa a otra enfermera española, hecho que tendrá lugar el próximo día 15 de septiembre en la Universidad de Huelva que reconoce a Mª Teresa Moreno Casbas. Cuatro meses después, el 25 de enero de 2024, la Universidad de Alicante investirá a Mª Paz Mompart García como la tercera enfermera española en recibir tal distinción. Es decir, tres enfermeras en 103 años de existencia de tal reconocimiento en la universidad española, lo que puede dar a entender que las enfermeras españolas no han aportado méritos suficientes o al menos suficientemente trascendentes para que se consideren dignos de ser reconocidos con una distinción que, por otra parte, no siempre se concede con criterios, digamos académicamente aceptables, si tenemos en cuenta algunas concesiones polémicas que obedecen más a cuestiones de oportunismo o intereses poco claros que a méritos realmente contrastados que supongan un aporte sustancial a la ciencia o la sociedad.

Ante esta realidad que no ofrece dudas porque los datos así lo corroboran, cabe plantearse varias interrogantes con relación a las enfermeras y la universidad tomando como referencia la concesión de dicha distinción de tanto prestigio.

La primera cuestión que comparto es si tras más de 46 años de presencia de la enfermería y las enfermeras en la universidad, sin menospreciar todo lo aportado con anterioridad a dicha incorporación, resulta lógico que tan solo tres enfermeras españolas hayan sido merecedoras de tal reconocimiento en las 83 universidades existentes en España (50 públicas y 33 privadas) entre las que 53 de ellas imparten estudios de Enfermería siendo, en los tres casos referidos, universidades públicas las que han concedido el reconocimiento. Ello más allá de otras valoraciones, que en esta reflexión no vienen al caso, me hace pensar seriamente en cuál es el comportamiento de las enfermeras docentes de esas 53 facultades o escuelas de Enfermería a la hora de trasladar propuestas serias, rigurosas y razonadas de enfermeras para que sean, cuanto menos, valoradas por los diferentes órganos universitarios para ser aprobada la concesión de un Honoris Causa. ¿No existen enfermeras merecedoras de tal reconocimiento? Y si existen, ¿por qué no se identifican enfermeros/as que puedan ser merecedoras/es de un reconocimiento por sus aportaciones en el ámbito de la atención, gestión, docencia o investigación que hayan tenido repercusión en el desarrollo de la propia disciplina, de la universidad, del sistema de salud, de la salud de las personas, las familias o la comunidad o cualquier otra dimensión social, política, económica…? ¿Realmente los cuidados profesionales, en cualquier ámbito, entorno o dimensión, no son una aportación suficientemente importante para la vida y el bienestar de las personas o para la salud pública y/o comunitaria? ¿Tan difícil resulta identificar a enfermeras con méritos suficientes para ser propuestas? Son tan solo algunas de las preguntas que me interpelan y a las que me cuesta mucho dar respuesta porque entiendo que requieren de un análisis colectivo que, a mi modesto entender, no tan solo no se ha producido, sino que considero existen claras resistencias o meridiana pasividad en llevarlo a cabo. En cualquiera de los dos casos resulta preocupante. Porque la resistencia supone una oposición frontal a nuestro propio reconocimiento y valoración derivada de la falta de autoestima o del excesivo narcisismo que impide o anula la posibilidad de identificar virtudes ajenas, mientras que la pasividad conlleva una inacción derivada de la ausencia del imprescindible sentimiento de pertenencia y de orgullo para la identificación y reconocimiento de nuestras/os referentes y, por tanto, nos conduce a la mediocridad y la insignificancia. Si esto sucede en la universidad que, al menos inicialmente, todos coincidimos en identificar como crisol del conocimiento y de la ciencia y como proyección social de las disciplinas y sus profesionales, en el caso que nos ocupa de la Enfermería y de las enfermeras, ¿qué no va a suceder posteriormente en la sociedad? Si quienes están llamadas/os a ser formadoras/es y forjadoras/es de la ciencia enfermera no son capaces de reconocer a sus pares y los méritos que les identifican, ¿cómo podemos esperar a que lo hagan otras/os o la propia la sociedad?

Por tanto, me resisto a pensar y mucho menos a afirmar que es la universidad quien dificulta el reconocimiento de las enfermeras a través de la concesión del título de doctor/a honoris causa, tal y como en muchas ocasiones he oído y sigo oyendo. Más allá de los comportamientos arcaicos que en muchas ocasiones siguen impregnando a la universidad, pretender culpabilizar a la misma de la falta de reconocimiento de las enfermeras es no tan solo pueril sino mezquino por cuanto supone pretender negar una realidad que nos limita como ciencia, disciplina y profesión y que tiene sus raíces profundamente arraigadas en nuestra propia realidad enfermera por mucho que pueda doler reconocerlo. No hacerlo es contribuir a perpetuar nuestro mal y lo que el mismo representa y causa.

De las tres enfermeras mencionadas que han sido distinguidas como doctoras honoris causa, planteo la interrogante, como parte de las causas del mal ya referido, de si realmente las enfermeras en su conjunto identifican, conocen y reconocen las aportaciones por las que han sido distinguidas y si en las facultades/escuelas de Enfermería en particular se da a conocer y se valora dicho reconocimiento a las futuras enfermeras como valor añadido a la aportación de la Enfermería y las enfermeras. No tengo datos que puedan corroborar lo que sospecho, pero me aventuro y atrevo a afirmar que ni una ni otra de las opciones son identificadas mayoritariamente. Lo que viene a reforzar negativamente lo anteriormente planeado.

Es indudable la importancia del reconocimiento social hacia las enfermeras, siendo además algo repetida y cansinamente verbalizado, no tan solo por las enfermeras tituladas sino también por el estudiantado desde los primeros cursos de sus estudios como si de un mantra se tratase, aunque se desconozca el sentido y la razón del mismo, pero que se incorpora de manera automática permaneciendo activo de manera permanente. ¿Realmente seguimos creyendo que dicha ausencia de reconocimiento obedece a una maliciosa postura de la ciudadanía hacia las enfermeras? ¿No somos capaces de identificar que las/os primeras/os culpables de dicha falta de valoración positiva somos las propias enfermeras al no identificar, ni poner en valor nuestra aportación cuidadora y cómo proyectarla para que podamos ser reconocidas de manera inequívoca y positiva por ello? ¿Cómo pretendemos que se nos reconozca sino somos capaces de reconocernos nosotras/os mismas/os, individual y colectivamente, por lo que somos, sentimos y hacemos? Así pues parece lógico pensar que la falta de reconocimiento de referentes parte en gran medida de esas carencias que al negarnos en primera persona, en singular y plural (Yo, Nosotras/os), nos lleva a negarnos en segunda y tercera persona, igualmente en singular y plural (Tú-ella/él, vosotras/os-ellas/os), lo que nos conduce a la ocultación de nuestra aportación y con ella a la invisibilidad que de la misma trasladamos a la sociedad que cuidamos que, finalmente, nos identifica como cumplidoras/es subsidiarias/os, obedientes, solícitas/os y dóciles de lo ordenado, dictado o determinado por otras/os profesionales que sí saben reconocerse, valorarse y defenderse entre ellas/os mismas/os y ante las/os demás.

Y lo expuesto, no afecta tan solo a las enfermeras españolas, es un mal extendido con especial similitud en el ámbito iberoamericano en el que, incluso, es más grave, si cabe, al no plantearse ni un solo reconocimiento de Honoris Causa de enfermeras iberoamericanas en todos los países que componen dicho contexto, lo que sin duda es un déficit importantísimo para la Enfermería en su conjunto más allá de nacionalidades. Algo diferente de lo que sucede en el ámbito anglosajón que no tan solo son capaces de reconocerse entre ellas sino que proyectan su reconocimiento al resto del mundo y en especial al contexto iberoamericano provocando una fascinación que lleva a que se les reconozca casi como exclusivas referentes de la Enfermería global, lo que no tan solo es injusto sino que es claramente erróneo, llevando a la falsa creencia de que todo lo que viene de dicho ámbito, por el mero hecho de su procedencia geográfica y el uso de una lengua que se considera científicamente universal, es mejor y merece un reconocimiento preferente al de las aportaciones enfermeras realizadas en los diferentes contextos de Iberoamérica.

Teniendo en cuenta que Honoris Causa significa literalmente “por Razón de Honor”, cabe pensar que el honor está en disposición de corresponderle por igual a todas las disciplinas, de la misma forma que debe corresponder por igual a hombres y mujeres, aunque la realidad, en uno u otro caso, sea tozuda y nos lleve a que dicha realidad esté claramente deformada y sea tendenciosa y ausente de equidad e igualdad.

Si, en una aberración lingüística, diésemos la vuelta al término y hablásemos de Causa Honoris traduciéndolo en anárquica interpretación como “En honor a la Razón”, podríamos plantear que la razón científica, humana, política, ética… obligaría por puro sentido común y por justicia social, académica, profesional… a que las enfermeras españolas tuviesen un mayor reconocimiento en la universidad como punto de partida al que la sociedad finalmente debería tenernos, si fuésemos capaces, claro está, de tenérnoslo nosotras/os mismas/os.

No estoy abogando, en ningún caso, por un reparto paritario de nombramientos. Pero si planteo la necesidad y la obligación de que, cuantas/os tenemos la capacidad de hacerlo posible identifiquemos a quienes desde su aportación individual y colectiva contribuyen a mejorar la vida y la salud de las personas y las comunidades en las que viven, trabajan, estudian, conviven… así cmo las que hacen posible el crecimiento y fortaleza de la ciencia enfermera y su proyección científica. No hacerlo es contribuir de manera consciente y alevosa a nuestra invisibilidad.

Las universidades, por su parte, deben utilizar criterios de equidad e igualdad a la hora de ratificar las propuestas que se trasladen para su valoración y aprobación con independencia de género y disciplina, aunque valorando la proporcionalidad necesaria que evite desigualdades palmarias como las que aún persisten.

Por todo lo expuesto planteo, en principio, ser capaces de asumir, valorar, apoyar, aplaudir y sentirnos partícipes de las concesiones ya realizadas de Doctoras Honoris Causa en lugar de silenciarlas, acallarlas u ocultarlas. Así mismo resulta fundamental que sepamos reconocer a quienes desde su aportación singular consideremos sean acreedores/as de ser valoradas con una distinción tan importante como significativa y que, por tanto, las recojamos, fundamentemos y defendamos ante los órganos universitarios pertinentes para que puedan tener viabilidad. Que en el contexto iberoamericano generemos una corriente permanente de identificación y reconocimiento de enfermeras/os para que sean presentadas propuestas en todas las universidades que tengan capacidad de prosperar aumentando de esta manera el número de referentes Honoris Causa en dicho ámbito geográfico como forma de fortalecer y visibilizar nuestra aportación tanto a nivel académico como científico y social.

Tan solo desde la voluntad colectiva y la unidad de acción seremos capaces de revertir una situación tan injusta en las universidades de toda Iberoamérica lo que aportará una mayor visibilidad a nuestra contribución específica de cuidados profesionales.

Hagamos uso de la razón para facilitar que se otorgue el honor a quien lo merece y que todas las enfermeras nos alegremos y hagamos nuestro dicho honor desde el respeto y reconocimiento hacia nuestras/os referentes.

[1] Poeta, dramaturgo, y novelista francés. (1797-1863)

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Doctorado_honoris_causa

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *