MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM
“Los abusos son todos compadres unos de otros y viven de la protección que mutuamente se prestan.”
Ruy Barbosa[1]
Es curioso, al tiempo que indignante, que muchos corruptos, mafiosos, criminales… a lo largo de la historia hayan quedado impunes de los actos delictivos cometidos. Sin embargo, los más graves, aunque conocidos por todos, mayoritariamente, no pudieron ser probados. Finalmente fueron encausados, enjuiciados, condenados o encarcelados por infracciones menores o descuidos derivados de su propio engreimiento, pensando que eran inmunes a cualquier proceso contra ellos, como consecuencia del poder alcanzado y del autoritarismo impuesto en todo su entorno, a través, fundamentalmente, del miedo, las amenazas y la extorsión, siendo protegidos, disculpados y aplaudidos, por el mismo.
En los últimos años en nuestro país, aunque también como consecuencia de la globalidad en prácticamente todo el mundo, se han venido sucediendo comportamientos de dirigentes, políticos, representantes profesionales… claramente rechazables aunque a la vista está que no siempre, o casi nunca, imputables y condenatorios. Lo triste, preocupante, injusto e irritante, es que además logran que una parte muy importante de la sociedad interiorice sus comportamientos como naturales, inherentes a sus puestos e incluso como un signo de habilidad y listeza que les rodea de un aura de heroicidad, que hace que resulte muy difícil, no ya su castigo sino, ni tan siquiera el rechazo social por lo realizado, paradójicamente a su costa.
A estas actitudes hay que añadir la incorporación, en una parte de políticos y dirigentes, de un comportamiento negacionista ante el género, el medio ambiente, la salud, la cultura, la educación… que son utilizados de manera tan reiterada como absolutamente irracional por quienes confunden o utilizan la libertad como aquella facultad y derecho según la cual creen que tanta validez tienen sus posturas negacionistas como las de quienes utilizan la ciencia y las evidencias para fundamentar sus ideas o planteamientos. Usando, además, las mismas como arma arrojadiza y como escudo de una supuesta, maniquea, falsa y excluyente defensa de una identidad nacionalista que hacen suya con la consiguiente usurpación de la misma, excluyendo al resto de población que no piensa o se alinea con ellos, a quienes consideran traidores a la patria. Su patria, claro está.
Todo esto, como ya comentaba, se ha acelerado e incrementado en los últimos años, coincidiendo con la irrupción en escena de opciones políticas e ideológicas que hacen uso de la democracia y sus instrumentos para, sirviéndose de ellos, atacarla y debilitarla, en un claro y manifiesto comportamiento, similar al de quienes, utilizando la ley, van en contra de ella.
Así pues, estamos ante un panorama ciertamente desalentador, al tiempo que preocupante, al menos para quienes no caemos en la trampa de aquellos que se comportan y creen ser salvadores, sin serlo.
Pero, dicho lo dicho, resulta ciertamente confuso que estemos fijándonos en lo que pasa a nuestro alrededor y sin embargo llevemos décadas consintiendo, asumiendo, resignándonos, pasando… de lo que sucede en nuestra o nuestras “casas”. Porque lo que se ha venido haciendo, omitiendo, repitiendo… por parte de quienes, teóricamente, como máximos representantes tenían que velar por la integridad, la defensa, el impulso, el desarrollo, la identidad… de todas las enfermeras, se han dedicado sistemática y descaradamente a su lucro particular disfrazándolo de servicio público a través de actividades aparentemente legales e incluso loables, a unos costes económicos, profesionales, de imagen y de prestigio que han deteriorado no tan solo el respeto hacia las enfermeras sino hacia su competencia y capacidad, al minar la credibilidad de nuestra oferta de cuidados profesionales con actitudes absolutamente lamentables que tan solo buscan el poder y el dominio, provocando con ello un rechazo no solo hacia quienes ejercen el despotismo enfermero sino a lo que supuestamente representan, las enfermeras y la Enfermería.
Tal como sucede con los que utilizan el negacionismo como principal argumentario político, quienes nos representan o representado, han logrado convencer o, cuanto menos, desactivar la capacidad de contrarrestar sus actitudes mediante el cambio democrático, que ya se encargaron de amordazar a través de la manipulación de estatutos, normas y procesos para garantizar su presencia perpetua.
Pero con ser grave lo que han hecho estos personajes que no pasarán nunca a la historia como referentes de nada más que del saqueo y la ignominia hacia las enfermeras, lo que a mi entender resulta más doloroso y triste es la pérdida de credibilidad que han logrado imprimir a unas instituciones como los colegios profesionales, de las que se han aprovechado tan indignamente,.
Porque, salvo honrosas excepciones que afortunadamente van creciendo últimamente, con sus prácticas moralmente reprobables y éticamente incalificables han logrado que el prestigio de los colegios profesionales se haya reducido a la consideración de anécdota. Nadie, salvo quienes se lucran junto a ellos, cree ya en la capacidad de representación y de utilidad de unas instituciones que, paradójicamente, se financian con el dinero que las enfermeras tienen que pagar obligatoriamente para mantenerlos y hacer que sigan siendo fuente de negocio lucrativo para unos pocos. Han logrado, además, que se dé por bueno este dinero que a fondo perdido se tiene que pagar como si de un impuesto revolucionario o más bien extorsionador, se tratase, para no obtener nada a cambio, más allá de migajas en forma de cursos de dudosa calidad y de más dudosa utilidad, salvo la de los famosos y detestables puntos que las administraciones públicas se prestan a considerar para el acceso a oposiciones y plazas, con lo que finalmente acaba siendo todo un monumental y compartido fraude que nadie parece tener interés en desmontar.
Seguir creyendo que no hay nada qué hacer y que nada se puede cambiar, es precisamente lo que han logrado que se interiorice como estrategia para mantenerse en sus privilegiados puestos. La inacción y la pasividad ante la asumida y, no nos equivoquemos, permitida permisividad a sus prácticas son el principal punto sobre el que siguen ejerciendo la palanca de sus acciones que son asumidas como inevitables sin que nadie, o muy pocos, hagan nada por evitarlo o revertirlo.
Las Asambleas de colegiadas/os desiertas. Las convocatorias de elecciones bordeando la ilegalidad. La ausencia de una alternativa que haga frente a la ocupación. La desidia a la hora de ir a votar desaprovechando las pocas oportunidades que se presentan de cambio cuando un puñado de valientes decide dar el paso y oponerse con una evidente desigualdad de fuerzas y de oportunidades. Una nula respuesta crítica a la gestión realizada que les anima, no tan solo a persistir en sus acciones sino a que cada vez sean más dañinas para las enfermeras. Asumir con resignación “cristiana” que sigan usurpando nuestra denominación escondiéndola tras la profesión/disciplina, Colegios de Enfermería en lugar de enfermeras/os. Consentir sin rechistar que sigan tomando decisiones que van en contra de las enfermeras o no actuar cuando debieran hacerlo para defenderlas. Tolerar que la paridad sea tan solo una etiqueta, que ni respetan, ni facilitan, ni creen en ella y que tiene sus consecuencias en muchas de las decisiones que se toman desde una posición dominante y dominadora, son tan solo algunas de las consecuencias de su acción.
Pero, si es preciso dejar, de una vez por todas, clara la impunidad con la que algunos actúan, no es menos necesario, destacar el esfuerzo personal y profesional de quienes sí han creído que otra forma de gestionar, liderar, cuidar, de las enfermeras desde los colegios profesionales es posible, dignificándolos y dándoles sentido, para que recuperen no tan solo el respeto, sino también la valoración de su importancia tanto para las enfermeras como para la propia sociedad. Gracias a ese empeño, compromiso, dedicación, transparencia, ética e implicación, se está logrando, allá donde tienen oportunidad de actuar, que se restituya lo que otros se dedicaron a esquilmar tanto material como moralmente hablando.
Cuando leemos, vemos o escuchamos lo que muchos colegios profesionales en otros países son y suponen, identificando su capacidad de influencia social, profesional y política, reconociendo la estrategia de trabajo en defensa del desarrollo profesional… nos planteamos, al menos algunos, que por qué nosotros no podemos tener colegios profesionales como esos. Por qué mantenemos más allá de lo razonable unas estructuras tan arcaicas, anacrónicas, opacas, ineficaces e inútiles como las todavía existentes en nuestro país, como si fueran cotos privados en los que los señoritos pueden hacer y deshacer a su antojo y arrogándose una representación colectiva desde el secuestro administrativo al que estamos sometidos y que provoca, en muchas ocasiones, un síndrome de Estocolmo por el que empatizamos con ellos a pesar de que nos estén robando la libertad profesional.
Ahora que ha saltado a la opinión pública un caso fragante de dominación como el del, hasta hace muy poco, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que ha caído, como comentaba al principio, por una actitud machista que no fue capaz de reprimir, más que por los escándalos que han salpicado todo su mandato. Rodeándose de un “ejército” de escuderos agradecidos por las generosas prebendas ofrecidas, que le protegían ante la opinión pública en su reducto inexpugnable de conspiración. Las alarmas se dispararon por lo que suponía de desprestigio un personaje como el aludido, no tan solo para el fútbol español sino para todo el país y se sucedieron las denuncias, rechazos, descalificaciones… hacia quien hasta entonces había sido aplaudido, aclamado y “respetado” a pesar de las sospechas permanentes hacia su gestión y su forma de llevarla a cabo.
Pero el fútbol no es la enfermería. Las enfermeras no somos futbolistas. Las competencias enfermeras no son las habilidades futbolísticas. Los cuidados no son los goles. Los resultados de unos y otras no reportan la misma alegría ni, sobre todo, generan tanto negocio. A pesar de que puedan lograr salud y bienestar. Posiblemente por eso cuando saltan los escándalos de corrupción, desfalco, extorsión, ocultismo… no se produce idéntica respuesta por parte, ni de las propias enfermeras, ni de las administraciones públicas, ni de la sociedad. Como si lo que han hecho, hacen y posiblemente tengan intención de seguir haciendo, no tuviese mayor importancia para el prestigio de las instituciones de las que se sirven, de las profesionales a las que supuestamente “representan”, de la sociedad de la que forman parte y también del país al que pertenecen. Seguir amparándose en que hasta que los tribunales no dicten sentencia y en el debido respeto a la presunción de inocencia, para continuar consintiendo la permanencia de quienes, a la luz de los acontecimientos, son, cuanto menos sospechosos, me parece que está muy lejos de ser lo más razonable, admisible y asumible.
La presión mediática, social y del propio entorno del presidente de la RFEF, una vez se vio amenazado por el alcance de los acontecimientos, pasando sus escuderos y defensores, a convertirse, cuanto menos, en neutros y pasivos peones cuando no en denunciantes activos, para evitar ser salpicados, hicieron posible su derrocamiento y posiblemente el inicio de una nueva etapa de renovación, democratización y respeto.
¿Qué más tienen que hacer, o no hacer, para que se genere en nuestro colectivo una respuesta de rechazo, denuncia, exigencia, repulsa… hacia quienes ostentan un poder alcanzado con malas artes, sobornos, presiones y manipulaciones revestidas de legalidad desde el que se lucran? ¿Qué esperamos las enfermeras para movilizarnos, denunciar, reclamar… que se acabe con la impunidad que permite tener unas instituciones de representación tan devaluadas, desprestigiadas y sospechosas? Las administraciones públicas, por su parte, miran hacia otra parte porque les interesa contar con unas instituciones que no tengan capacidad de influencia y con las que incluso participan en sus intrigas palaciegas a través de prebendas formativas o de otra índole con las que tenerles entretenidos y calmados de cara a sus propios y particulares intereses. En definitiva, el silencio de unos y otros, la permisividad y la tolerancia contribuyen a que se mantengan unas formas, actitudes y hechos que esquilman la dignidad de las enfermeras y de la Enfermería.
Nadie debería sentirse señalado si realmente estuviese actuando desde la más estricta moral y ética. Quien lo haga, deberá reflexionar sobre cuál es la causa que le genera tanta incomodidad. Aunque, lamentablemente, estoy convencido de que esto último hace tiempo que dejaron de hacerlo, si es que alguna vez lo llegaron a hacer.
Por su parte, las enfermeras deberíamos sentirnos interpeladas para darnos cuenta de la importancia que tiene rescatar a unas instituciones como los Colegios Profesionales, que son tan necesarios como útiles para nuestros intereses profesionales desalojando, desde la legalidad que ellos desprecian, a quienes las utilizan para su beneficio personal disfrazado de defensores que permita un recambio tan necesario como saludable.
Rescatando un viejo eslogan publicitario… busquemos, comparemos y si encontramos a alguien mejor, que lo hay, cambiémoslo. Que tanta gloria lleven, si logran eludir los tribunales y sus sentencias inculpatorias, como paz dejen.
Por último,no debemos caer en la trampa de pensar y asumir que el modo de operar con abuso anula el uso necesario de los Colegios profesionales: MODUS OPERANDI: ABUSUS NON TOLLIT USUM. Porque como dice el dicho popular “de usar y abusar, hay el canto de un real”.
[1]Escritor, jurista y político brasileño, diputado, senador, ministro de finanzas e impuestos y diplomático (1849-1923)