A mi querido y admirado amigo Rafael Del Pino Casado
Por su inteligencia y por usarla en beneficio de la Enfermería
“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad.»
Jean-Paul Sartre[1]
En estos últimos años tengo sensaciones encontradas en torno a la situación, evolución, reconocimiento, valoración … de la enfermería y las enfermeras, que me generan una gran inquietud a la vez que una extraña incertidumbre.
Gran inquietud por lo que observo, siento, percibo, escucho… tanto por parte de la sociedad, del ámbito político, de los medios de comunicación, como de las propias enfermeras. Preocupándome, como lo hace, la imagen y valoración que de nosotras tienen ciudadanía, políticos o divulgadores de la información, me preocupa mucho más la imagen que proyectamos las enfermeras de nosotras mismas y de nuestra aportación singular y específica y la autovaloración que sobre nuestra identidad profesional tenemos y que se traduce, sin duda, en una proyección distorsionada que provoca confusión entre quienes, o bien son receptores de nuestros cuidados, o bien lo son de nuestra imagen y nuestra capacidad y competencia profesional, además de la científica y de gestión, que lamentablemente continua siendo de subsidiariedad con relación a otras disciplinas, o directamente de invisibilidad.
Por otra parte, como decía, me provoca una extraña incertidumbre al percibir que tanto el presente como el futuro, al menos el más inmediato, no dibujan un panorama alentador para la Enfermería y las enfermeras, por lo que se sigue opinando sobre nosotras, más allá de aplausos pandémicos y de falsas heroicidades o de valoraciones estadísticas de encuestas que encierran trampas valorativas no siempre acordes a nuestros cuidados profesionales, lo que acaba traduciéndose en una imagen devaluada y con poca relevancia en los ámbitos de toma de decisiones. Pero también por lo que nosotras parece que nos empeñemos en trasladar con una absoluta apatía ante lo que sucede; con un conformismo que nos encapsula en la indiferencia; con una inacción que nos paraliza; con una falta de compromiso que genera división; con una anestesia colectiva que provoca falta de análisis y reflexión; con una ausencia de autocrítica que nos conduce al inmovilismo; con una pérdida de identidad que nos desdibuja e invisibiliza; con una incapacidad manifiesta de reacción para generar cambios; con una anulación del sentimiento y orgullo de pertenencia; con un olvido, rechazo o desprecio hacia aquello que nos identifica como enfermeras autónomas para abrazar con entusiasmo aquello que nos fascina de otras disciplinas en las que nos acomodamos como si fuésemos plantas epífitas[2] sin las que parece no sabemos vivir, crecer y dar nuestros propios frutos. Una incertidumbre derivada de la falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre lo que somos y aportamos, que me crea inquietud, preocupación y desasosiego. Y digo que me crea, en primera persona, porque no tengo la sensación que sea un sentimiento compartido, al menos de manera generalizada, al circunscribirse a un ámbito reducido de profesionales.
Ante esta situación podría pensarse que se trata de un sentimiento de nostalgia ante la resistencia para asumir la realidad actual al pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y que lo que se hace actualmente no tiene valor. Algo similar a lo que está sucediendo últimamente con determinadas figuras políticas que se dedican a dinamitar los planteamientos de los nuevos líderes contrastándolos con lo que ellos realizaron como si tan solo ellos estuviesen en posesión de la verdad y sin tener en cuenta las diferentes realidades y contextos. Pero nuestra realidad enfermera no es la de los rancios políticos que se autodenominan jarrones chinos -valiosos por su antigüedad pero destinados exclusivamente a decorar y ser admirados-, sin ninguna otra utilidad. Porque nuestras líderes no se dedican a dinamitar, sino más bien intentan animar, motivar, impulsar… a las nuevas generaciones para que asuman un liderazgo tan necesario como lamentablemente ausente. Porque las referentes enfermeras analizan, reflexionan, debaten, trasladan… sus inquietudes no con ánimo de perpetuar situaciones o retomar actitudes pretéritas, sino de generar contextos en los que desarrollar el liderazgo enfermero de los cuidados profesionales con el fin de ser identificada y valorada dicha aportación por parte de las personas, las familias y la comunidad, además, de los políticos y los medios de comunicación. No estamos ante una situación de conflicto generacional, no nos equivoquemos. Estamos ante una situación de astenia y anorexia profesional que nos lleva al agotamiento y al deterioro progresivo de nuestra imagen. No porque la misma sea real, sino porque es la que lamentablemente nos empeñamos en ver y creer, negándonos a aceptar que otra realidad es posible y, lo más importante, necesaria, conduciéndonos a la inanición de conocimiento, sentimiento, valor, referencia… que lógicamente nos debilita y nos arrastra a un grave riesgo de muerte profesional.
No se trata de retomar viejos tiempos, sino de conocer nuestra historia y evolución, para evitar reproducir errores pasados.
Pero más allá de lo que planteo, me preocupa mucho más el hecho de que este escenario actual sobre el que reflexiono no sea rebatido mediante un debate en el que los posicionamientos puedan ser analizados, contrastados y generen alternativas al mismo. Simplemente es negado o, aún peor, ignorado directamente, lo que supone una ausencia absoluta de interés por mejorar o cambiar, al entender que, o nada se puede hacer, en un claro posicionamiento de indolencia, o que la situación es la que es y se sienten cómodas en ella en un claro posicionamiento de insolencia científica-profesional. O una combinación de ambas que aún resulta más tóxica y nociva para la profesión y quienes la configuran.
Ante esto, podemos preguntarnos si la “culpa” es de las enfermeras por su condición de tales y lo que la misma condiciona, o si existen factores externos coadyuvantes.
Desde mi punto de vista, como enfermera que soy, me niego a aceptar y asumir que la “culpa” sea tan solo de las enfermeras, por el hecho de ser enfermeras. Estoy convencido de que la actitud que refiero es consecuencia o, al menos, está mediatizada por una serie de características que se han incorporado en nuestra sociedad influyendo de manera tan potente como negativa en el comportamiento tanto individual como colectivo de las relaciones sociales, pero también de las profesionales, modificando de manera muy significativa tanto la visión que de la realidad se tiene como las respuestas que se configuran para afrontar los problemas.
Se ha generado, como consecuencia de la propia cultura social globalizada, una exigencia de inmediatez que lleva a que todo tenga que ser logrado para “ya”, a imagen del comportamiento infantil de la pataleta, el berrinche y la exigencia para lograr aquello que se quiere o de lo que se encapricha. Pero, claro está, teniendo en cuenta que quien o quienes así actúan ya no son niños y, por tanto, tienen o deberían tener el conocimiento suficiente para discernir que el logro de objetivos o de deseos, más de lo segundo que de lo primero, conlleva necesariamente un proceso y un tiempo que están claramente en contra de la inmediatez que se exige con una determinación tan caprichosa como imposible. Como consecuencia de dicha actitud se interpreta que aquello que no se puede lograr de manera inmediata es algo por lo que no merece la pena luchar o trabajar. Simplemente se ignora o incluso se minusvalora, lo que provoca una importante modificación en la escala de valores y del orden de prioridades, que acaban influyendo de manera muy significativa en los comportamientos y las relaciones de convivencia personal, familiar, social, profesional, laboral…
Decía que no son tanto los objetivos como los deseos al referirme a la inmediatez. Y son precisamente esos deseos ligados al placer, lo que provoca otro de los, a mi entender, males que nos acompañan. No porque el placer en sí mismo sea algo que no pueda desearse. El placer está descrito en el conjunto de doctrinas del hedonismo psicológico-motivacional, ético-normativo, el axiológico o el aplicado al bienestar, pero al que me refiero es al hedonismo popular que se vincula a la búsqueda egoísta de la gratificación a corto plazo, sin tener en cuenta sus repercusiones[3]. Es precisamente ese hedonismo el que lleva a la sistemática pregunta ¿y de lo mío qué? sin que previamente se constate lo que se aporta. Se hace referencia a los deseos individuales ligados casi inexcusablemente a condiciones laborales, de bienestar… pero en las que nunca se plantean deseos centrados en las personas a las que se atiende o de mejora de las instituciones en las que se trabaja, centrando el objetivo fundamental en lograr mejores condiciones en el menor espacio de tiempo posible con mínimos costes de implicación y compromiso. Un hedonismo social que, por otra parte va ligado al utilitarismo asociado al bien individual por encima del bien social y que se aleja del hedonismo filosófico propuesto por los principales filósofos tanto clásicos como contemporáneos.
Es, precisamente desde ese hedonismo social y vulgar o popular desde donde surge la superfialidad del procesamiento social centrado en las primeras impresiones y los juicios de valor que generan estereotipos e impide un análisis más profundo, provocando, finalmente, sacar conclusiones fallidas basadas en falacias y eufemismos dialécticos con muy poco contenido científico, pero que modulan una realidad deformada y simplista, aunque muy aparente e impactante, y por tanto proclive a provocar y lograr la manipulación individual y colectiva basada en procesos de victimismo o negacionismo.
Esta combinación de actitudes conduce, por otra parte, a una malentendida competitividad que no se basa en el aprendizaje, sino usada como fin para comparar y presionar, lo que provoca debilitar la autoestima, al creer que, para ser felices, debemos ser mejores que los demás, debemos tener más y mejores cosas que nos conduce a una dinámica individualista, no de ser mejores, sino de competir por los mejores puestos, por estar en los ranking de excelencia, anular al otro para situarme yo, considerando válido cualquier medio con tal de lograr el fin esperado o deseado.
Todo ello en proporciones no siempre determinadas, pero si determinantes, y combinado con una dinámica mayor o menor, dependiendo del contexto, acaba generando una serie de comportamientos que nos alejan del bien común sin que, además, ello signifique inexcusablemente, el bien individual, lo que provoca estrés, frustración, conformismo, inacción, renuncia, resignación, desconfianza y descontento con todo y hacia todos, inmovilismo, negacionismo, radicalismo… como principales, aunque no únicas, manifestaciones de las respuestas, cada vez más frecuentes y generalizadas, entre las nuevas generaciones de enfermeras, que producen un estado de confusión del que resulta muy difícil desprenderse y con el que, lamentablemente, acaba por asumirse como estado natural o inevitable, ante el que se crean respuestas defensivas de rechazo al cambio y de conversión a una dudosa pero, parece ser que placentera zona de confort, que se resisten a abandonar y desde la que construyen una realidad paralela en busca del placer, desde una falaz denominación de pragmatismo profesional que atenta contra los principios de lo que es, significa y representa la Enfermería, convirtiendo el hecho de ser enfermera en una forma, como otra cualquiera, de rentabilidad.
Pero esta situación que, me adelanto a decir, tanto me duele como entristece referir, no es exclusiva de las enfermeras, sin que ello me convierta en un tonto, tal como dicta el refranero, cuando dice que “mal de muchos consuelo de tontos”. Ciertamente es la consecuencia de un mimetismo social, de un contagio generalizado para el que no se ha logrado alcanzar una inmunidad efectiva, de una actitud masiva que provoca respuestas reactivas poco reflexivas con resultados que lejos de solucionar nada, lo único que consiguen es radicalizar las posiciones y reducir las posibilidades de cambios que supongan un beneficio social, igualitario y equitativo.
Lo bien cierto es que se está llegando a un punto en el que cada vez existen menos posibilidades reales de dignificar, visibilizar, valorar o reconocer a las enfermeras.
Hoy en un programa nacional de radio escuchaba como dos escritoras de libros infantiles se quejaban de como se cuestionaba su aportación y de como se les instaba a que diesen el salto a la “verdadera literatura”, la de los adultos, porque su aportación es considerada como menor, por el hecho de estar dirigida a la población infantil, lo que en sí mismo supone un claro reduccionismo sin fundamento. Cuando lo escuché establecí un paralelismo con lo que supone ser enfermeras y prestar cuidados a la población. ¿Cuántas veces no nos han preguntado por qué no damos el salto a medicina? Considerando de partida que cuidar es algo menor y sin valor. Yante esto me pregunto, ¿por qué los sesudos escritores de adultos no dan el salto a la literatura infantil? y como derivada, ¿por qué los médicos no dan el salto a la enfermería? Si tan fácil es la literaria infantil, o la prestación de cuidados profesionales enfermeros, por qué no se da el comentado salto. ¿No será que en ambos casos da vértigo el salto inverso? Precisamente por eso, en nuestro caso posiblemente, en lugar de darlo prefieren usurparlo para incorporarlo de manera artificial y artificiosa a su actividad médica cuando hablan de cuidados médicos.
Con esto quiero ahondar en lo que supone la generación de un contexto absolutamente contaminado, manipulado y perverso que contribuye a la exacerbación de las actitudes referidas y a la respuesta que las mismas provocan ante una situación de colapso en un modelo de salud que no es tal, al haber alcanzado una caducidad que no permite generar salud, cronifica la enfermedad provocando dependencia y demanda insatisfecha, desvirtúa, desvaloriza e invisibiliza las aportaciones de las enfermeras y las arrastra a la desmotivación que provoca falta de autoestima y la asunción de un rol meramente mecánico como recurso necesario pero controlado.
No tengo respuestas mágicas, ni recursos sorpresa, ni poderes heroicos. Tan solo tengo la convicción de que nada ni nadie ha logrado arrebatarme, a pesar de los envites, ataques, acosos… a los que me han sometido a lo largo de mi vida profesional para doblegar mi voluntad, mi compromiso e identidad enfermera. No pido en ningún caso, actitudes temerarias, suicidas o irracionales. Pero sí que considero imprescindible decir de una manera tan firme como decidida #HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO, #SE ACABÓ, de manera unitaria, mediática y firme que permita recuperar nuestra identidad y valor profesional sin esperar a que se produzca un hecho lamentable como “el beso de Rubiales”, o a que se dé un milagro de quienes dicen representarnos sin hacer nada. Porque si esperamos, entonces puede ser demasiado tarde. Es decir, quien no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera.
[1]Filósofo,escritor,novelista,dramaturgo,activista político,biógrafoycrítico literariofrancés, exponente delexistencialismoy delmarxismo humanista.(1905-1980).
[2]Planta que se desarrolla sobre otro vegetal utilizándolo como soporte.
[3]https://es.wikipedia.org/wiki/Hedonismo
Estoy totalmente de acuerdo contigo, y me alegro en la desgracia de no ser una rara avis. Me voy a jubilar y dejo con dolor una profesión que ya no veo con ganas de luchar y profundizar sociedad, se ha vuelto liquida, ya nada le interesa mas que el hoy, el dinero y el postureo.
Tengo que resignarme y así me lo digo cada dia. Los tiempos cambian, debemos dar paso a otra visión(?)