“Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene”
Eduardo Galeano[1]
Permanentemente se habla de la importancia del trabajo en Equipo en cualquier ámbito laboral, docente o investigador. Se plantea, recomienda, insta e insiste en que para poder llevar a cabo un trabajo eficaz y eficiente es necesario hacerlo en Equipo. Incluso esta especie de karma se utiliza en todos los procesos de enseñanza aprendizaje de cualquier disciplina, oficio u ocupación en la que participe un grupo de personas en un contexto común o compartido. No es novedad y no pretendo, ni presentarlo como tal ni hacer una descripción metodológica de cómo llevarlo a cabo. Ni mucho menos es mi intención cuestionar su beneficio, oportunidad o pertinencia, que considero están fuera de duda.
Sin embargo, suele suceder que la insistencia en su realización genera automáticamente la idea preconcebida de que todos sabemos que es, significa y comporta trabajar en equipo, con lo que se dan por hecho algunas ideas o premisas al respecto de dicho trabajo en equipo que no tan solo no están claras, sino que ni tan siquiera están identificadas y mucho menos interiorizadas y sin las que, evidentemente se puede seguir pensando que se está trabajando en equipo cuando realmente se está muy lejos de dicho concepto teórico y mucho más de su práctica real. Se confunde con gran frecuencia, por tanto, el trabajo en equipo con el trabajo en grupo. De tal manera que el uso generalizado e indiscriminado que del término se hace al referirse a el conjunto de personas, profesionales o cualquier otra agrupación humana, como Equipo, acaba convirtiéndose en un eufemismo, que en sí mismo desvirtúa lo que realmente significa y no cumple.
Porque trabajar en grupo o agrupados sí que lo hacemos. Pero no porque sea una decisión voluntaria, meditada y considerada útil, sino simplemente porque es la consecuencia de compartir un espacio común, sea este real o virtual, pero sin que por ello exista una voluntad de las partes en identificar, compartir y asumir objetivos comunes sobre los que trabajar y que hayan sido previamente priorizados y consensuados.
En el sector de la salud, lo comentado hasta ahora es una constante que se repite y que en algunos casos como el de la Atención Primaria se ha querido constatar de manera implícita cuando se habla de Equipos de Atención Primaria y de manera explícita cuando se hace referencia a la metodología de trabajo en equipo que dichos equipos, se supone deben seguir en su día a día tal como se refiere de manera reiterada tratando de garantizarlo aunque es evidente que en la mayoría de las ocasiones no tan solo no se logra sino que se está muy lejos de ello. En cambio, en el hospital dicha metodología se considera como algo que no corresponde a dicho ámbito de igual manera a como sucede cuando se habla de la promoción o la educación para la salud que se consideran algo totalmente ajeno y relacionado exclusivamente con Atención Primaria, lo que corrobora la influencia del modelo medicalizado que impregna el sistema sanitario en general y el ámbito hospitalario en particular que, por otra parte, está altamente jerarquizado, todo lo cual limita e impide el trabajo en equipo, que se articula en base a posiciones de poder y subsidiariedad entre los diferentes profesionales que lo integran.
A la agrupación de personas, ya de por sí heterogénea y diversa en cuanto a expectativas, actitudes o implicación, hay que añadir que sus componentes forman parte de disciplinas diferentes con planteamientos corporativistas que acotan la solidaridad que a mi entender debe existir en el seno de los denominados equipos de trabajo. Solidaridad que tal como plantea la sociología hace referencia al sentimiento y la actitud de unidad basada en metas o intereses comunes; referidos a las aportaciones realizadas con ánimo de construir colectivamente y sin fines de lucro[2]. Desde este planteamiento podría rebatirse que dicha solidaridad, como característica del trabajo en equipo, no se puede plantear en un entorno laboral que tiene carácter retributivo y por tanto de lucro. Pero habrá que delimitar claramente que una cuestión es el beneficio económico obtenido por la aportación de las competencias disciplinares específicas de cada miembro del equipo como trabajador/a, es decir la retribución que normativamente le corresponde por el desempeño de su perfil profesional, y otra muy diferente que dichas competencias sean utilizadas como fronteras o barreras corporativas de defensa disciplinar y no como aportaciones solidarias para el logro de objetivos comunes de todo el equipo y no tan solo de la disciplina o del estamento profesional a los que se pertenece impidiendo cualquier posibilidad de trabajo en equipo.
En algunos grupos se hace algún intento de acercamiento al trabajo en equipo a través de la interdisciplinariedad. Entendiendo la misma como las interacciones o comunicación compartida entre los diferentes miembros, pero manteniendo las barreras competenciales que siguen impidiendo trabajar en el planteamiento y logrode objetivos comunes. Es decir, hay mayor intercambio de información, pero la misma se limita a compartir lo que cada colectivo o disciplina realiza, sin que haya una articulación que permita construir respuestas conjuntas. Es como una confección de patchwork[3] que se realiza con trozos de tela diferentes y que, siendo el resultado una pieza única, se observan claramente las diferentes partes que la componen.
El verdadero trabajo en equipo se logra desde la transdisciplinariedad. Para ello los objetivos comunes identificados por todo el equipo trascienden a los marcos competenciales que en lugar de utilizarse como frontera se comparten en beneficio del trabajo en equipo. Desde esta perspectiva lo importante no es si la aportación es de tal o cual disciplina o estamento sino lo que se aporta al conjunto para construir una respuesta común. Siguiendo el ejemplo anterior la confección realizada con tejidos diferentes (algodón, nylon, lino…) permiten obtener un resultado uniforme en el que no es posible diferenciar los tejidos que la componen a simple vista, pero que sin duda todos ellos son necesarios en la proporción y distribución que para cada caso son precisas.
Pero el trabajo en equipo, especialmente en salud y aún más en Atención Primaria, no tan solo se circunscribe al sector salud. Cualquier abordaje que de la salud se tenga que hacer para intentar contribuir a promocionarla, conservarla, preservarla o restablecerla, debe ser realizado desde una perspectiva integral, integrada e integradora, así como participativa. Para ello no es suficiente el abordaje que desde un centro de salud se pueda realizar por parte de un equipo, aunque trabaje transdisciplinarmente en equipo. Porque la salud es demasiado importante, y compleja como para ser responsabilidad exclusiva de los denominados profesionales de la salud por el hecho de trabajar en el sector salud. La salud es físicamente compleja, mentalmente cambiante, culturalmente diversa y espiritualmente relativa. Pero, además, está influida por múltiples factores que actúan como determinantes de su estado, evolución, mejora, mantenimiento… Sujeta a cambios derivados del entorno y del respeto a derechos fundamentales como la libertad, la justicia, la igualdad, la equidad… Vulnerable y vulnerada por efecto de decisiones y decisores sociales, económicos, políticos… Limitada por la inaccesibilidad económica o geográfica. Secuestrada por la actitud de quienes se erigen como sus exclusivos protagonistas. Manipulada por intereses económicos, corporativistas o de poder…
Males, todos ellos, que se generan y perpetúan en las denominadas organizaciones de salud, colonizadas, estructuradas, adaptadas y manejadas por unos pocos para su beneficio personal, profesional, económico o de reconocimiento social, al margen de la comunidad en la que se insertan y donde, al menos teóricamente, tienen que prestar atención a las personas, familias y la propia comunidad y no solamente a las enfermedades, olvidando o ignorando a quienes las padecen, temen y sufren. Despersonalizándolos y etiquetándolos con la enfermedad que padecen (diabéticos, hipertensos, obesos, infecciosos…). Desde un poder absoluto que decide que solo hay un camino correcto, una única ciencia y que todo lo demás son variaciones erróneas, erigiéndose en posesión exclusiva de la inteligencia, la fuerza o el poder para decidir cuál es la forma de actuar, como si de un dogma de fe se tratase, ignorando u ocultando otras ciencias a las que relega por considerarlas inferiores y subsidiarias a la suya. Creyéndose con la capacidad y autoridad de cuestionar, menospreciar y sancionar aquello que se aparta de su dictado monoteísta. Impidiendo, desde la imposición de su totalitarismo, que nadie más que ellos puedan dirigir y decidir al arrogarse la capacidad absoluta para ello, que es consentida y apoyada por decisores políticos rehenes igualmente de su totalitarismo.
Aíslan su mundo, el que usurpan y manipulan, de cualquier relación con otros sectores y quienes los configuran profesional o socialmente, como si los mismos no pudiesen aportar nada a la salud individual, familiar y comunitaria. Desde esta perspectiva de unicidad y exclusividad, la salud no se identifica como un derecho global y universal, sino como un medio para lograr el fin que determinan quienes, secuestrándola, la convierten en un instrumento de persecución con el que someter a la ciudadanía con normas, órdenes, indicaciones, consejos… impuestos y alienantes, convirtiéndola en algo deseado por esta pero al mismo tiempo rechazado, por las renuncias, miedos, incertidumbres, sensacionalismo, alarmismo… que les son trasladados por quienes dicen defenderla. Fernando Fabiani escribe al respecto en su libro “LA SALUD ENFERMA[4]. Cómo sobrevivir a una sociedad que no te permite sentirte sano”. Aunque, él culpa a la sociedad de este hecho. Como si la sociedad actuase con voluntad propia y conciencia para hacerlo, cuando la realidad es que la sociedad adopta aquellos comportamientos, hábitos y conductas, que ciertos lobbies quieren que se reproduzcan para perpetuar su modelo o negocio. Por lo tanto la sociedad es tan solo el medio para lograr el fin de dicha Salud Enferma y no su causa. De ahí la importancia de generar contextos saludables que tanta resistencia provocan en quienes ven peligrar su modus vivendi.
Ante esta situación, por otra parte, lamentablemente habitual, resulta imprescindible que, en el trabajo con, en y para la comunidad, denominada salud comunitaria, en la mayoría de las ocasiones más como una etiqueta de conveniencia que como una realidad precisa – tanto en su sentido de necesidad como del rigor de su desarrollo- se pase de la individualidad y el aislamiento a la solidaridad.
Hay que dejar de identificar y tratar a la comunidad como un sumatorio de personas y entender e interiorizar que la salud comunitaria es mayor que la suma de salud de sus miembros. Pero también debemos de entender que los sectores sociales o comunitarios no son piezas independientes del conjunto de la comunidad, sino que están interconectados y sus recursos no son exclusivamente un catálogo, sino que deben estar articulados y vertebrados con el fin de proyectar sus potencialidades de salud para beneficio de quienes configuran la comunidad. Un gimnasio, una escuela, un ayuntamiento, una asociación… son mucho más que un recurso en el que hacer actividad física, estudiar, resolver problemas administrativos, reunir personas con intereses comunes a un determinado tema o situación… Son recursos que deben trascender a su objetivo matriz o principal y actuar como soluciones terapéuticas ante las situaciones o problemas de salud que se presentan tanto individual como colectivamente.
Así pues la multisectorialidad que configura cualquier comunidad tan solo será eficaz si se trasciende al término de sumatorio de recursos y nos situamos en el trabajo transectorial, en el que las características, ofertas, funciones… de cada uno de esos sectores dejan de constituir departamentos estanco o reinos de Taifas, para pasar a ser permeables entre sí y permitir que sus aportaciones singulares, inicial y teóricamente tan alejadas de la salud, se identifiquen y reconozcan como imprescindibles para el abordaje integral de la misma. Las miradas diferentes, pero inmensamente enriquecedoras de los diferentes sectores ante una misma realidad de salud, deben constituir una forma irrenunciable del trabajo comunitario de todas/os aquellas/os que forman parte de dichos sectores, con independencia de cuál o cuáles en cada caso puedan ser identificados como referentes o líderes de los procesos, pero en ningún caso como sectores exclusivos y excluyentes entre sí. De tal manera que los diferentes actores, profesionales o no, de dichos sectores se identifiquen e incorporen como agentes o profesionales de la salud comunitaria desde la participación activa y real en la toma de decisiones, abandonando el protagonismo paternalista de los profesionales de la salud, generador de dependencia, analfabetismo en salud, consumo irracional de recursos… que provocan aumento de demanda, saturación de los servicios e insatisfacción, sin que exista, además, una percepción clara de salud y bienestar.
Seguir manteniendo una mirada focalizada en la enfermedad cuando hablamos de salud, es la principal razón del trabajo individualista, competitivo, hedonista y simplista que fragmenta la atención e impide la continuidad de cuidados.
Hay que dejar de creer y actuar desde la perspectiva exclusivamente de heterogeneidad u homogeneidad, para incorporar desde el respeto absoluto a la diversidad, la transgeneridad que nos permita abandonar planteamientos dicotómicos ante una realidad de salud que ya no es binaria como se empeñan algunos en mantener para preservar sus posiciones de poder replicándolas en las organizaciones, ni tampoco individual, sino también la familiar y colectiva como agrupaciones humanas complejas que son, con emociones, sentimientos, normas, creencias… que configuran múltiples visiones, percepciones, construcciones de la salud… que hacen imposible responder desde la estandarización normativa, reduccionista y penalizadora que impregnan los modelos de los sistemas sanitarios actuales.
Teniendo en cuenta, además, que tanto el trabajo transdisciplinar como la transectorialidad debe incorporarse en las instituciones educativas en general y en las Universitarias en particular como dinámica transversal en los procesos de enseñanza-aprendizaje que pongan en valor la diversidad y las ventajas de la perspectiva trans.
Es un compromiso colectivo que no puede ni debe circunscribirse a un determinado colectivo o disciplina, porque es obligación de todos ellos el ser partícipes de su desarrollo. Ahora bien, otra cosa bien diferente es que las enfermeras, si deciden abandonar sin bagajes y con determinación la fascinación actual por el paradigma médico y tecnológico, puedan y deban liderar esta transformación que forma parte de su esencia paradigmática a través de los cuidados profesionales. Liderazgo que debe influir, motivar, organizar y llevar a cabo desde el respeto, para lograr, en un marco de valores como su código deontológico, la influencia y motivación en todos los profesionales y en la comunidad para que identifiquen dicha transformación como una oportunidad y un potencial de salud compartidos y nunca como un intento de imposición o de poder.
En definitiva, la importancia trans que logre transformar. Depende de nosotras. Podemos, falta saber si realmente queremos.
[1]Periodista y escritor uruguayo, considerado uno de los escritores más influyentes de la izquierda latinoamericana. (1940-2015).
[2]https://es.wikipedia.org/wiki/Solidaridad_(sociolog%C3%ADa)
[3]Técnica de costura que consiste en coser piezas de tela en un diseño más grande. En una traducción literal podría decirse “trabajo de parches o retazos”
[4] https://www.adsera.com/products/423181-la-salud-enferma-como-sobrevivir-a-una-sociedad-que-no-te-permite-sentirte-sano.html