LA INMEDIATEZ Y LA SALUD. “Hit-Parade o Trending Topic”

A Francisco Megías quien tanto y tan bueno está haciendo, por la Enfermería y por la salud mental comunitaria.

 

«La felicidad no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de afrontarlos»

Steve Maraboli [1]

 

Vivimos inmersos en la sociedad de la inmediatez. Inmediatez en cuanto a los logros que se quieren alcanzar sin solución de continuidad entre su pensamiento, planteamiento o conocimiento hasta la concreción de aquello que se ha pensado, planteado o conocido. Todo aquello que no se obtenga sin espera y que incorpore elementos de duda, incertidumbre o inseguridad, se descarta con idéntica inmediatez a la que se espera el logro.

Pero inmediatez también en cuanto a lo que se considera noticia o digno de prestar atención, análisis o reflexión. La actualidad y la prioridad que a la misma se le da, viene determinada por aspectos muy alejados de criterios objetivos, humanos, éticos o morales, que son substituidos por criterios informativos –de cuota de audiencia que no otros-, económicos –derivados en muchos casos por las audiencias obtenidas o por los beneficios esperados-, o de impacto –por la atracción que pueden generar más allá de los efectos que aportan a las personas o la sociedad-, entre otros.

Esta inmediatez forma parte, además, del consumismo informativo acelerado, que anula el tiempo preciso para identificar el contenido de la información, su procesamiento reflexivo y el pensamiento crítico que permita la generación de un planteamiento propio, el contraste de ideas, el debate racional… Se consume con avaricia, sin identificar los componentes que configuran la información. No se degusta, desmenuza, saborea… simplemente se engulle aquello que otros deciden es noticia destacada. No se establece una prioridad informativa individual ni colectiva. Tan solo se asume la que otros deciden tiene por, repito, criterios muy alejados de la realidad, la justicia, el rigor… asimilándola como cierta como si de un dogma de fe se tratase. Se oye, raramente se escucha, aquello que se quiere oír y oírlo para que se adapte al posicionamiento, ideario, creencia… de quien oye. Sin mayor contraste con otras informaciones, igualmente tratadas pero con planteamientos diferentes para el rápido consumo de esa parte ideologizada de la población que aguarda su consumo rápido, fácil e inmediato. Finalmente todos tragan, con independencia de que sean de izquierdas, derechas, liberales, radicales… o simplemente insatisfechos sin mayor preocupación que situarse en el plano de la disconformidad, pero sin que ello suponga tener criterio propio y fundamentado. Tan solo se desea la respuesta reaccionaria e irracional aún a sabiendas que la misma puede perjudicarles.

En base a estos planteamientos, últimamente, la atención a la salud y a sus problemas viene determinada no por razones asociadas a necesidades reales, sentidas e identificadas que permitan un abordaje serio, sereno, riguroso y científico, sino por idénticas razones de interés y oportunismo a las que he hecho referencia.

Antes de la pandemia, se decidió que la cronicidad era el principal problema de salud de la sociedad. Los cambios demográficos, de esperanza de vida, de estructura familiar, de morbi-mortalidad… servían de argumento para situar en el “Hit-Parade”[2] o ser “Trending Topic”[3] a la cronicidad. Todo parecía pivotar en torno a ella. Otra cosa bien diferente es que las personas que sufrían esa cronicidad y que se determinó etiquetar como crónicos, en cualquiera de sus formas, modalidades, diagnósticos, tratamientos, efectos, consecuencias… fuesen objeto real de atención e interés. Porque finalmente lo que trasciende, importa y sobre lo que se decide actuar es sobre el hecho no sobre quienes lo pueden sufrir, o padecer directa –al ser portadores de alguna de sus variantes para poder ser considerado y etiquetado como crónico- o indirectamente –como personas cuidadoras que asumen la atención directa de la pérdida de autonomía de dichas personas con cronicidad y que acaban por “contagiarse” de dicha cronicidad-.

Tanto los sistemas sanitarios y quienes los controlan y manejan, como los profesionales de la salud o la enfermedad, como los medios de comunicación asumieron la cronicidad como el principal problema de la sociedad. Problema que, como sucede con los criterios informativos antes aludidos, no obedecen tanto a cuestiones de salud como de los costes que de la misma se derivan y de los beneficios que su atención reportan a algunos lobbies. Y esta identificación es trasladada y asumida por la población que la hace suya y la identifica como propia sin que haya participado de ninguna manera en la identificación y priorización. Simplemente la asume y sufre.

Pero como sucede con la inmediatez, la actualidad y quienes la determinan hacen que el centro de interés se sitúe allá donde pueda generar mejores beneficios económicos, políticos, empresariales, profesionales, de poder… y sin que la salud sea objeto real de interés. Porque lo es la enfermedad y lo que a su alrededor se genera. Así está “montado” el sistema sanitario, como un sistema perverso que resuelve aquello que preocupa y ocupa a quienes establecen las prioridades en base a la inmediatez de cada momento. Y esa es la razón por la que finalmente se acaba cronificando la cronicidad en lugar de dar soluciones de afrontamiento eficaz y eficiente a la misma y, sobre todo, a quienes son depositarios involuntarios de esa cronicidad modelada patológica, médica y farmacológicamente.

Pero la pandemia irrumpió sin que se le esperase, pillando por sorpresa a todos. Sobre todo a quienes se dedican a crear estado de opinión, de opción y de ocasión. La COVID 19, determinó su propio “éxito” eclipsando cualquier otra posibilidad de atención, aunque la que sobre ella se depositó se hiciese de manera deficiente, sobre todo en su inicio, dado que ni estaba ni se le esperaba.

La cronicidad dejó de ser “la estrella” para pasar a ser depositaria fatídica de los efectos de la pandemia. Una cronicidad sobre la que nunca se tuvo en cuenta el autocuidado más allá del que se “delega” en las/os cuidadoras/es familiares, ni la promoción de la salud, que algunos incluso niegan como posibilidad de acción en la cronicidad, ni la identificación de las capacidades de quienes la padecen porque con la etiqueta de crónicos que se les asigna se anulan las mismas. Así pues, la inmediatez, en este caso, fue impuesta e impostada y quienes hasta entonces habían decidido lo que debía preocupar tuvieron que asumir que esto preocupaba y ocupaba más y que, además, debía hacerse en exclusiva desde los hospitales como centro logístico de intervención, relegando a la Atención Primaria, a la Salud Pública y a la propia Comunidad al papel de pasivos y obedientes espectadores. Los profesionales de los hospitales que ni querían, ni podían ni debían asumir esta exclusividad se vieron desbordados, saturados e indefensos ante el ataque, por mucho que luego se les quisiese dotar de una heroicidad que ni les correspondía ni exigían, mientras quienes determinan la inmediatez de las decisiones mantenían en “Standby”[4] recursos esenciales y no asumían los errores ni sus horrores.

Finalizada la pandemia, al menos con su virulencia inicial, que a tantos “crónicos” se llevó consigo al cogerlos desprevenidos, desasistidos y desprotegidos por quienes les etiquetaron y decidieron en muchos casos que no eran prioridad, se tenía que recuperar el camino perdido y buscar un nuevo e impactante problema con el que entretener, intimidar o distraer a la sociedad. Y surgió la salud mental para desplazar del “Hit Parade” o del “Trending Topic”  a la cronicidad. A pesar de que la pandemia dejó un amplio abanico de posibilidades de elección que fueron presentadas en las comisiones de reconstrucción que a modo de festivales musicales se montaron por parte de gobiernos centrales, autonómicos, municipales… para elegir al/la ganador/a, que acabó siendo la salud mental.

La salud mental pasó, pues, a ser centro de atención de todos los focos mediáticos, sanitarios y de poder. Pero como ya sucediese con la cronicidad e incluso con la pandemia, el problema no es realmente el qué, sino el cómo. Nadie discute la importancia de atender y cuidar de la salud mental. Es, salvando todas las distancias, como la violencia de género, que aunque nadie, bueno casi nadie, niega su existencia, siguen aumentando las cifras de mujeres acosadas, agredidas y asesinadas por efecto del machismo, es decir, se admite la violencia de género al mismo tiempo que se sigue negando el machismo, cuando son causa y efecto.

La salud mental, por tanto, es algo que todos, o una gran mayoría, identifica como problema, pero que se aborda casi exclusivamente como una patología a pesar del poco impacto que la biología tiene en la misma; como una necesidad asistencial, sin que se aborde la trascendencia de la atención; como una etiqueta que sigue generando discriminación y estigma, sin que se aborde a la persona de manera integral; como una dolencia que requiere de farmacología, sin que se valore convenientemente el valor terapéutico de la escucha activa y los cuidados.

De tal manera que como ya sucediese con la cronicidad y la pandemia, la salud mental vuelve a ser objetivo y objeto interesado y oportunista, sin que ello suponga la propuesta de respuestas que faciliten abordajes integrales, integrados, e integradores que tengan en cuenta los determinantes sociales, los contextos, las redes sociales, la estructura familiar, laboral, de ocio, los recursos disponibles, las capacidades de afrontamiento, las actitudes y las aptitudes… más allá de síntomas, síndromes o signos que etiqueten diagnósticos estandarizados y despersonalizados que se alejan de la persona para centrarse en la enfermedad con la que finalmente se asimila la salud mental. Una salud mental que no contempla la soledad, la violencia de género, la migración, el acoso laboral o escolar, la precariedad laboral, el cuidado familiar… o identificando el suicidio como una consecuencia indeseable pero no como un problema evitable.

Ahora todos quieren tener protagonismo en la salud mental, como si de un descubrimiento se tratase. Médicos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas… Pero como ya sucediera con la cronicidad y la pandemia, entre otros muchos problemas de salud que no enfermedades, las enfermeras quedan relegadas, por quienes determinan la elección, a una mera anécdota, a una referencia casual, a una identificación puntual y descontextualizada, a un tópico y estereotipado acompañamiento de ayuda o cumplimiento de indicaciones sin capacidad autónoma.

Enfermeras generalistas, especialistas de salud mental y de enfermería familiar y comunitaria, con competencias para llevar a cabo abordajes integrales con las personas, las familias y en las comunidades con quienes valoran, planifican y consensuan las necesidades de cuidados.

Porque tanto en la cronicidad, como en la pandemia, como en la salud mental y como en tantos otros problemas de salud, lo que realmente se requiere son cuidados. Cuidados profesionales que puedan prestarse allá donde viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… las personas. Cuidados profesionales que requieren disponer de enfermeras que puedan articular sus intervenciones en el ámbito comunitario, escolar, social, hospitalario… de manera coordinada y en equipo. Pero con equipos que huyan de la jerarquización que imponen los modelos asistencialistas actuales y faciliten, en lugar de obstaculizar o anular como habitualmente se hace, las intervenciones transdisciplinares y transectoriales en las que puedan desarrollarse.

No se pueden ni deben seguir estableciendo “Hit-Parade” o “Trending Topic” que lo único que pretenden es alcanzar protagonismos corporativos, políticos o mercantilistas, sin importar la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Seguir cuantificando la salud mental desde el positivismo imperante en base a estadísticas, escalas, casos… no tan solo no permite llevar a cabo intervenciones eficaces, sino que desvirtúa el verdadero problema que representa a nivel individual, colectivo, pero también social y alimenta el nicho de mercado de los mercaderes de la salud.

Utilizar la palabra salud como acompañante de la dimensión mental no es la solución. La salud es un concepto polisémico, cultural, de normas, sentimientos, emociones, creencias… que requiere de intervenciones complejas que van mucho más allá de un diagnóstico médico o un tratamiento farmacológico. Hablar de Salud Mental, por lo tanto, no puede ser una forma de adecuar el lenguaje a la moda actual, o porque suene mejor, pero renunciando desde el principio a dicha salud. Es adquirir compromiso con la salud comunitaria y global, con la población desde la equidad y la igualdad. Algo que evidentemente no hacen ni dejan hacer quienes no se sienten profesionales de la salud desde el mismo momento en que renuncian pertenecer a las ciencias de la salud para situarse en la exclusividad de su disciplina excluyente.

Los cuidados profesionales enfermeros son indispensables e insustituibles en el abordaje de la salud en general y en el de la salud mental en particular.

Los cuidados profesionales enfermeros no pueden formar parte de la inmediatez o de la utilización interesada y oportunista de quienes juegan con la salud como quien juega al Monopoli®. Posiblemente por eso siempre acaban siendo relegados, abandonados, olvidados o incluso desvalorizados, al no prestarse al mercantilismo de la salud, sino como parte de la necesaria respuesta que requiere la dignidad humana con la que están íntimamente relacionados. Nunca se nombra a los cuidados ni a sus profesionales más directos, las enfermeras, como elemento de calidad en la publicidad de los seguros privados, a pesar de que existen y son imprescindibles porque con lo que negocian es con la enfermedad y con quienes la manosean para su beneficio con la promesa de la curación.

No sé cuánto tiempo permanecerá en el “Hit-Parade” o será “Trending Topic” la salud mental, ni por qué o quién será sustituida. Pero sí que sé que se sitúe dónde la sitúen siempre debe ser identificada como un objetivo prioritario de atención y cuidados profesionales de las enfermeras. Sean estas generalistas, especialistas o de práctica avanzada. Porque lo que verdaderamente importa son los cuidados y que estos se presten desde la calidad, el rigor, el humanismo y el respeto que requieren.

Cuando la salud, tanto física, mental, social como espiritual, sea identificada como una realidad colectiva y no como una posesión profesional, una oportunidad política o una perspectiva de negocio, posiblemente, seamos capaces de entenderla, protegerla, cuidarla y promocionarla sin imperativos de inmediatez y con la generosidad, el humanismo y la dignidad que merece para que sea accesible y equitativa.

[1]Comentarista de radio de Internet, orador motivacional y escritor estadounidense.

[2] Lista de éxitos

[3] Es una de las palabras o frases más repetidas en un momento concreto en una red social.

[4] https://es.wikipedia.org/wiki/Standby