A todas las víctimas de la desigualdad, el acoso, el maltrato o la violencia del machismo en cualquiera de sus formas.
“Oprimidos los hombres, es una tragedia. Oprimidas las mujeres, es tradición”
Letty Cottin[1]
En la última encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) acerca de las percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres[2], un 44,1% de los hombres asegura que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”.
Más allá de valoraciones sociológicas que no me corresponde hacer, el dato resulta cuanto menos llamativo. Llamativo por el alto porcentaje de hombres que lo verbalizan y, por tanto, entiendo que lo “sienten”. Pero más allá del dato cuantitativo, los aspectos cualitativos que de dicho dato se desprenden, me resultan no tan solo llamativos, sino preocupantes.
Preocupantes, en tanto en cuanto, en una sociedad como la nuestra lastrada por la violencia de género, que es el resultado más extremo de la desigualdad entre hombres y mujeres, que se tenga esa percepción por parte de los hombres, debería ponernos en alerta a todas/os sobre lo que este “mensaje” social significa y supone. Porque decir e incluso manifestarse en contra de la violencia de género o a favor de la igualdad entre hombres y mujeres, no es suficiente si después subyace un sentimiento de pérdida de “poder” masculino, que se traduce en un victimismo que no tan solo no es real, según datos contrastados, fidedignos y contrastados, sino que además es el resultado de un mensaje orquestado por determinados sectores sociales y políticos que niegan no tan solo la desigualdad sino la violencia de género. Pero es que además esta respuesta se contradice, por ejemplo, con el tiempo que las mujeres siguen dedicando a los cuidados de hijos o familiares con falta de autonomía, que casi duplica a la que dedican los hombres, 6,7 horas frente a 3,7 horas respectivamente.
Tras tantos años de lucha contra la violencia de género y a favor de la igualdad, queda demostrado que los hombres, en tan alto porcentaje como el obtenido en la encuesta, no identifican la igualdad como un logro sino como una pérdida. De tal forma que los esfuerzos y recursos dedicados a lograr la igualdad se han visto superados y reducidos como resultado de actitudes, discursos, mensajes, decisiones… de una parte de la clase política, que ni tan siquiera es mayoritaria, al ser capaz de modular la identificación de la igualdad como una discriminación que en este caso y al contrario de lo que se pretende con la discriminación positiva para alcanzar la igualdad se configura como negativa en “contra” de los hombres.
Estos datos, por tanto, deberían hacernos pensar y reflexionar. Porque los mismos no son solo datos estadísticos fríos, sino que trasladan una imagen social que deriva de los comportamientos reaccionarios de determinados sectores que se jactan de defenderlos y de aquellos otros que, aunque dicen estar en contra los consienten, asumen y en consecuencia apoyan, como resultado de los intereses para lograr o mantenerse en el poder, convirtiéndoles no tan solo en cómplices de la desigualdad sino en protagonistas directos, por acción u omisión, de la misma, por mucho que pretendan disfrazar o disimular su actitud ante ella. Por otra parte, no menos importante, determinados medios de comunicación contribuyen de manera muy potente a reforzar estos mensajes con su posición tibia o ambigua, cuando no de claro apoyo a los postulados reaccionarios.
Pero no tan solo la clase política es responsable de esta creencia victimista de los hombres. Quienes en mayor o menor medida tenemos responsabilidades en la atención a las personas, ya sea en salud, educación, justicia, o en cualquier otro ámbito social, no podemos mirar hacia otro lado. Porque hacerlo es situarse en idéntica posición a la de quienes, con sus posicionamientos y decisiones o el apoyo a los mismos, contribuyen a provocar esta triste, preocupante y dolorosa realidad. En el caso concreto que me ocupa y preocupa, las enfermeras, deberíamos adoptar una posición firme, decidida y contundente ante lo que está sucediendo. Porque tiene un efecto demoledor en la salud, no tan solo de las mujeres, sino de la sociedad en su conjunto con consecuencias inciertas, aunque con una previsible sospecha.
Estos resultados no vienen más que a constatar lo que está sucediendo y que provocan un efecto contagio en diferentes ámbitos sociales o profesionales.
Sobre lo que a continuación voy a reflexionar no pretende establecer comparaciones por no ser en la mayoría de las ocasiones aconsejables ni acertadas. Pero sí quiero tratar de analizar los efectos que determinadas actitudes como las que estamos abordando tienen en la vida y convivencia de personas/profesionales, así como en la igualdad de oportunidades y de desarrollo.
Ciñéndome a los efectos colaterales que sobre la profesión enfermera están teniendo y que en ningún caso pueden ni deben interpretarse o traducirse como actitudes victimistas por parte de las enfermeras, es importante identificar las cada vez más frecuentes y agresivas declaraciones de destacados responsables de determinados organismos o instituciones médicas en contra de las enfermeras y de su competencia, capacidad y mérito en el desarrollo de su profesión[3], [4], [5].
No se trata, en ningún caso, de litigios puntuales derivados de un conflicto competencial. Es un sistemático hostigamiento hacia las enfermeras como respuesta a un sentimiento de discriminación de los médicos, idéntico al que se obtiene en la encuesta del CIS. Es decir, los médicos en este caso en base a las presiones tanto verbales como judiciales que llevan a cabo, están trasladando una imagen de indefensión y menosprecio como consecuencia de la hipotética e imaginaria promoción de igualdad con la que, según ellos, se beneficia a las enfermeras y se les perjudica a ellos.
Beneficios, como digo absolutamente infundados. Porque se trata de la reivindicación de un reconocimiento que les corresponde, al tiempo que se les niega a las enfermeras, tanto en el ámbito laboral, competencial como económico, que hay que recordar tienen idéntico nivel académico al que ostentan quienes se sienten agraviados y discriminados. Lo que realmente sucede es que se niegan a que exista una igualdad de trato, respeto y consideración que no de competencias profesionales. Por mucho que traten de desviar la atención hacia esa supuesta invasión a la que aluden con tanta fuerza y virulencia, como ausente de sentido, argumento y razón.
Este comportamiento, me atrevo a decir, forma parte de un machismo profesional/institucional que se ejerce con independencia de que sean hombres o mujeres quienes lo hagan. Porque tal machismo lo es en función de la masculinidad de la profesión médica contra la feminidad de la profesión enfermera, concretándose en un acoso permanente que trata en todo momento de establecer los códigos de poder establecidos que se resisten a abandonar por entenderlos de exclusiva propiedad. Actitud que, además, ataca directamente a los cuidados al desvalorizarlos, provocando un déficit de cuidado en la población atendida. No por culpa, dejación o falta de competencia de quienes lo prestan, sino por interés y decisión de quienes lo ocultan y minusvaloran como forma de abuso y maltrato hacia las enfermeras.
Por otra parte, pretender, como se hace, asimilar machismo con feminismo como estrategia de defensa de los/as primeros/as contra las/os segundas/os es tan simplista como mezquino y tan solo obedece a una absoluta falta de argumentos rigurosos que sustenten sus ataques indiscriminados. Además de dejar manifiestamente claro el nivel moral e intelectual de quienes así piensan y actúan.
Estamos pues ante un panorama desalentador y muy peligroso, no tan solo por lo que supone de acoso cobarde y abusivo, sino por las consecuencias que el mismo tiene sobre las víctimas que se ejerce y que son premeditada y conscientemente elegidas tratando, además, de infringirles el mayor daño posible, sea a nivel físico o psicológico en el acoso tanto contra las mujeres como el realizado contra profesionales. En unos casos por el hecho de ser mujeres y en otros por tratarse de enfermeras. Sin duda no son comparables los efectos ni la magnitud de la violencia de género con la del acoso profesional, pero si que obedecen ambas a una manera de ejercer un tipo poder y autoridad, desde la condición masculina de los hombres o de los/as profesionales, contra quienes consideran débiles, inferiores y peligrosas/os para los intereses de unos y otros/as. En definitiva, estamos ante raquíticos de inteligencia, raquíticos de formas, raquíticos de sentimientos. Pero los raquíticos con poder, aunque este sea infundado y auto otorgado en base al temor que trasladan, son muy peligrosos.
Además, en el caso del acoso o machismo profesional/institucional, el mismo se mantiene y perpetúa por efecto de la ambigüedad, cuando no del posicionamiento en su favor, que practican las/os responsables políticos/as y sanitarias/os, al permitir con su falta de voluntad política y ausencia de decisiones correctoras que la situación cambie o se elimine. No deja de ser paradójico que se denuncie la violencia de género ejercida contra las mujeres, al mismo tiempo que se consiente o contribuye al acoso profesional ejercido contra las enfermeras. Aunque hay quienes ejercen, amparan o niegan ambas formas con discursos que, además, son asumidos por parte de una población cada vez mayor y más joven.
Que nadie se tire las manos a la cabeza por lo dicho, porque los hechos son muy tozudos y la realidad muy reconocible.
Por otra parte, es preciso reconocer que ante esta violencia o acoso tanto las mujeres en un caso como las enfermeras en otro han contribuido durante mucho tiempo, con su actitud y silencio, a que sea muy complicado revertir las actitudes que lo provocan y que por lo tanto lo alimentan en una espiral de miedo o temor de la que resulta muy complicado escapar.
En el caso del acoso profesional, las enfermeras han llegado a naturalizar la situación convenciéndose de que es necesario aprender a convivir con ella como manera de protegerse de la misma. O bien aliarse con quienes ejercen el acoso tratando de escapar a sus efectos, en una relación de conformismo o sumisión que no les identifique como rebeldes o reaccionarias haciéndose invisibles y poco molestas. Esta puede ser una de las razones, aunque no la única, de la falta de reacción, respuesta o implicación ante los ataques de los que son objeto de manera colectiva fundamentalmente.
Recientemente, y desde hace ya un mes, las enfermeras catalanas han dicho basta a los abusos de poder profesional y político en contra de ellas, ejerciendo su legítimo derecho a la huelga como último recurso a la falta de decencia política y la miserable actitud de quienes generan un discurso mentiroso y distorsionado como arma de acoso contra las que consideran enemigas de su causa y sus privilegios tratando de deslegitimizar, además, su derecho a la igualdad, desde la diferencia disciplinar que reconocen y defienden. En ningún caso pretenden, por lo tanto, ser como los médicos como tratan de trasladar a la opinión pública quienes utilizan tan falaz como torpe argumento. Cuando tan solo reivindican, reclaman y exigen, tener idénticos derechos a ellos en función de sus conocimientos, capacidades y méritos como enfermeras que son y se sienten.
Del CIS, con datos tan concluyentes como los obtenidos en su encuesta, al Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS) con resultados y evidencias científicas tan contundentes como las aportadas en múltiples investigaciones, podemos decir que la violencia ejercida desde el machismo, sea del tipo que sea, no tan solo es una cuestión de género sino también de que el género sea sistemáticamente cuestionado para justificar la ficticia discriminación que tan solo sirve de cortina de humo para ejercer una violencia o un acoso que les permita mantener su rol dominante.
No hay peor ciego que quien no quiere ver, ni peor sordo que quien no quiere oír. Pero tampoco hay peor hipócrita que quien no quiere actuar o alienta a quien lo hace para que el machismo adquiera rango de normalidad cuando no de calidad.
Todas/os debemos ser conscientes de lo que sucede. Todas/os tenemos la obligación de actuar para contribuir a eliminar esta lacra. Todas/os podemos hacer más de lo que hasta ahora hacemos. De lo contrario, todas/os nos convertimos en cómplices de los maltratadores. De nuestra decisión depende. Que nadie se ampare en delegar su responsabilidad.
[1] Autora, periodista, conferencista y activista social estadounidense (1939).
[2] https://www.cis.es/-/las-mujeres-dedican-el-doble-de-tiempo-al-cuidado-de-los-hijos-que-los-hombres
[3] https://www.diariodecadiz.es/noticias-provincia-cadiz/Durisimo-comunicado-Sindicato-Medico-Andaluz_0_1864614019.html
[4] https://x.com/sergiovalles77/status/1744711387652268236?s=48&t=n17GnRX5slJrExwhY8av8w
[5] https://x.com/victorpedrera/status/1746620558924542332?s=46&t=UxOkF6NIlwAnr5MX1_crxw