“El lugar común es el dogma del necio”
Ricardo León[1]
El ámbito sanitario, que no el de la salud, ha sido siempre foco de atención y de interés para literatura, cine o televisión. Interés, todo sea dicho de paso, centrado casi exclusivamente en el rédito económico que se puede obtener con las narrativas, o guiones que sobre el mismo se realizan y no en su contexto profesional, económico o social.
La sanidad y sobre todo el contexto hospitalario centran la práctica totalidad de producciones. Y en el marco de dicho contexto la figura sobre la que se focaliza toda la atención es la de los médicos con un abordaje que muy excepcionalmente se ajusta a la realidad al distorsionar la misma desde la idealización o la mitificación de su profesión.
El éxito de tales producciones y los beneficios obtenidos de tan singular abordaje, hacen que se sigan generando nuevas entregas de una temática que, por otra parte, tiene muy buena aceptación por parte del público.
Como ya he comentado, el abordaje realizado sobre este contexto, hace que personalmente huya de su consumo por razones de salud mental. Dado el grado de irritación, perplejidad, rabia, indignación… que generan en mí como profesional de la salud en general y como enfermera y ciudadano en particular.
Es cierto que la gran mayoría de las aportaciones que en este sentido se ofrecen están centradas en ámbitos muy distantes, tanto geográfica como culturalmente, del nuestro, lo que provoca que se genere una imagen, tanto del propio contexto, como de las situaciones y las/os protagonistas que en el mismo trabajan, que dista mucho de nuestra realidad, generando una imagen paralela a la nuestra, en la que se espera encontrar idénticos comportamientos, con la consiguiente y nociva reacción negativa que en ocasiones induce a exigencias imposibles e irracionales.
A pesar de lo dicho, recientemente, he caído nuevamente en la trampa tendida por una plataforma televisiva que ha producido una serie nacional sobre una supuesta realidad nacional, en un hospital público. Todo presentado de manera muy atractiva y tentadora, lo que hizo engancharme a la serie RESPIRA.
Mentiría si dijera que tenía buenas expectativas al respecto, lo que me posicionó, desde el inicio, con una actitud, cuanto menos crítica, y con la vana esperanza de que mi predicción fuese errónea y el guion ofreciese una respuesta real, coherente y positiva.
Lamentablemente la trama expuesta se situó en las antípodas de la realidad tanto en su contenido como en sus formas.
Tristemente, lo único que se aproxima a la realidad es la trama de corrupción e intriga política, con intentos privatizadores de la sanidad pública en la Comunitat Valenciana que, salvados los toques de glamour con los que se rodea, se parece bastante a lo sucedido en esta comunidad autónoma hace unos años. A pesar que haya quienes consideran mentira todo lo que a este respecto se dice en la serie. Dando, sin embargo, crédito al resto. Los hechos lamentablemente son los que son y avalan lo que se plantea desde el punto de vista político.
Otra cuestión es el escenario que se presenta y los actores que en el mismo interpretan un guion de ciencia ficción. Nunca mejor dicho al hacer de las ciencias de la salud una trama tramposa, engañosa y alejada de la realidad, con toques artificiales y artificiosos que capten el interés y provoquen la dependencia de las/os espectadoras/es.
No pretendo hacer una crítica sobre la interpretación, ni aspectos técnicos o estéticos de la producción que deberán ser analizados por especialistas en la materia. Pero si que considero necesario e importante hacer, superada la tranquilidad tras el impacto inicial de su visionado, una reflexión sobre la sanidad y las/os profesionales que se presentan como falsa realidad.
La gran mayoría de la acción se desarrolla en el servicio de urgencias de un hipotético hospital de referencia de la ciudad de Valencia. Ni la configuración del servicio ni lo que en el mismo sucede se corresponde con nuestro contexto. Se ha mimetizado y trasladado una propuesta típica de las películas norteamericanas que simulan un caos permanente, con saturaciones que provocan una sensación apocalíptica constante. Todo ello aderezado de mucha sangre y escenas impactantes de heridas con accidentes mortales que se suceden en un carrusel continuo, que exige respuestas absolutamente improvisadas. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Aunque en la realidad puedan darse, como se dan, situaciones de colapso, estas son puntuales y se actúa de manera mucho más ordenada y profesional, en un entorno menos impactante y mejor planificado del presentado.
A partir de aquí, el guion está repleto de estereotipos y tópicos, cuando no de invenciones sin más, sobre lo que son, cómo se comportan, relacionan, responden… las/os profesionales que intervienen en dicho escenario.
Para empezar y como muestra un botón. Los uniformes de los profesionales se diferencian, como en las niñas y los niños, por ser azul para los médicos y rosa para las enfermeras. Puede parecer un dato sin mayor trascendencia, pero la tiene y mucha dado que se trata de un detalle estético con claras connotaciones sexistas y discriminatorias.
Las relaciones entre médicos y enfermeras se presentan desde una perspectiva de igualdad y respeto a través del tuteo entre todos como signo de compañerismo. Un espejismo que esconde una total superioridad de unos sobre otras y una subsidiariedad que se refleja en cada una de las escenas en las que intervienen unos u otras.
Todas las intervenciones se centran en la actividad médica. Las enfermeras aparecen como “actrices” secundarias, en el mejor de los casos, y como extras de relleno en la mayoría de ellos.
Nunca a lo largo de los ocho capítulos de la serie se presenta una sola situación de cuidados en la que alguna enfermera interactúe desde la autonomía y la competencia profesional enfermera con las personas a las que se atiende. Todo se circunscribe a dar y obedecer órdenes o peticiones tanto clínicas, administrativas como logísticas que, eso sí, se hacen con educación como signo de una igualdad artificial y caprichosa, que esconde un desprecio a la capacidad profesional de quien las recibe para acatarlas con diligencia. Como cuando, por ejemplo, una médico, en una de las reiteradas situaciones de desconcierto, se pasea por la caótica sala de urgencias diciéndole a un enfermero que ponga cubos en las goteras.
Por contra, se escenifican situaciones que son realmente anecdóticas o casuales como que en el momento del despertar de las persona previamente asistidas esté el médico para preocuparse por su estado y su bienestar, presentándolo como algo habitual. Las enfermeras, por supuesto, ausentes siempre.
La única enfermera que asume un cierto protagonismo en la serie, es presentada como una “organizadora” del caos y una supervisora de sus consecuencias. Trasladando mensajes poco profesionales de tranquilidad a las personas que se agolpan desesperadas y preocupadas en ese escenario confuso que se ha querido presentar como habitual o asumiendo una voluntad sindicalista descafeinada que tan solo responde a la defensa de quien se erige como líder a través de una clara manipulación. Otra de las que aparece fugazmente, se dirige a quien protagoniza el papel de Presidenta de la Generalitat Valenciana, con el apelativo supuestamente cariñoso de corazón y tuteándola como signo de proximidad o empatía. Esto es todo lo “bueno” que los guionistas han sido capaces de trasladar con relación a las enfermeras.
Por supuesto los médicos son presentados como salvadores de vidas y víctimas de un sistema que les oprime y les impide ejercer con calidad, con repetidas referencias explícitas en tal sentido,
Sin embargo, ese aparente compromiso profesional, también reiterado en los diálogos, está aderezado, durante toda la serie, con una clara falta de ética que tratan de justificar con argumentos peregrinos de defensas sociales y/o profesionales, incoherencias entre lo que se dice y se hace. Comportamientos que van en contra del citado compromiso y afectan a la asistencia prestada.
El plató en el que se escenifica toda la trama, además, se convierte en un torbellino permanente de sexo, drogas, intrigas, engaños, egos, traiciones… entre médicos exclusivamente, lo que contrasta con esa engañosa imagen de profesionales intachables y salvadores de vidas que se trata de proyectar. Algo, por otra parte, que resulta, al menos en teoría, difícil de entender y menos aún de admitir, pero que acaba por naturalizarse. Con el riesgo que eso tiene con relación a la proyección que, en torno a todo ello, se traslada a la opinión pública.
La defensa de la salud pública que se plantea, con una huelga sin servicios mínimos, es totalmente irreal por no ser posible. Justificar el incumplimiento de principios éticos básicos ante la situación planteada tras el suicidio de uno de los residentes, es emocionalmente entendible, pero absolutamente imposible de sostener. Salvo, claro está, en el guion como hilo del débil argumento que trata de responder a los intereses comerciales de la serie. Algo que intenta paliarse con la realización de un comité disciplinario al cabecilla de la huelga que, coincide con la figura del protagonista y médico referente y ejemplar. Resolviéndose favorablemente con estrategias pueriles basadas nuevamente en la falta de ética por parte de quien está siendo objeto de investigación, utilizando a su residente fiel y solícito que cree tener una deuda con él y que salda con un apoyo sentimental, almibarado y lacrimógeno en un acto de buenismo.
Por su parte, la dirección del hospital, protagonizada, como no, por un médico, es otro de los tópicos escenificados. Dirección unipersonal en la que no existe atisbo de trabajo en equipo y que obedece tan solo a criterios de amiguismo e interés político. Algo que, si bien en muchas ocasiones puede coincidir con la realidad, en el caso de esta serie se plasma con una frivolidad extrema que desvirtúa cualquier ejercicio de gestión.
Las agresiones a profesionales, también aparecen escenificadas. Aunque, de nuevo, se hace con una superficialidad manifiesta que carga la culpa exclusivamente en quien agrede, sin plantear las razones que pueden llevar a hacerlo y sin que ello suponga, en ningún caso, justificar la acción. Algo que se incorpora como un elemento más de victimismo de los profesionales en general y muy especialmente de los médicos que concentran la atención de toda la trama.
La serie RESPIRA, por lo tanto, se convierte en un cúmulo de estereotipos y tópicos que contribuye a su perpetuación. Traslada una imagen absolutamente distorsionada, falsa y peligrosa de la realidad del sistema sanitario, de la atención que en el mismo se presta, de las competencias que desempeñan las/os diferentes profesionales, de la ética y la estética profesional, de la sobrevaloración en unos casos e infravaloración en otros de las/os profesionales de la salud, de la ausencia absoluta del trabajo en equipo, de la invisibilidad a la que se somete a los cuidados profesionales… Todo lo cual conduce a que se traslade una imagen del sistema sanitario centrado exclusivamente en el hospital, la enfermedad, la curación, el protagonismo médico, el paternalismo, la dependencia… que son el mal endémico de nuestro sistema sanitario.
Este planteamiento novelesco burdo y engañoso que se quiere revestir de realidad, hace un daño irreparable entre la ciudadanía que acaba hipnotizada, cuando no fascinada, por ese conglomerado vertiginoso de acciones médicas salvadoras.
El problema no está tanto en quienes realizan este tipo de folletines, sino en que se aprovechen del analfabetismo sanitario y de la salud existente de la ciudadanía para captar su atención y generar una dependencia comercial de su producto.
Sería deseable que, más allá de las narrativas noveladas, las mismas se ajustasen a una visión, de la situación y los personajes presentados, que impida la distorsión y contribuyan a identificar la realidad que se traslada. Para ello existen profesionales, sociedades científicas, organizaciones profesionales… que pueden ofrecer asesoría científica y profesional que minimice al máximo la falsa e interesada idealización o el inculto e igualmente interesado ocultamiento de lo que es y significa la salud más allá de los hospitales y los médicos.
A quien se atreva a visionar la serie le recomiendo que tome aire y asuma su contenido con despreocupación. Lo contrario puede ocasionar serios problemas para su salud. Me imagino que, de ahí el título de la serie, RESPIRA.
[1] Novelista y poeta español. (1877-193)