“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.
Charles de Gaulle[1]
Estamos asistiendo a momentos difíciles y complejos en nuestra sociedad, en nuestras comunidades. Pero también en nuestras familias e incluso a nivel individual.
Es un cúmulo de circunstancias, factores, acontecimientos, situaciones, relaciones… que se enmarañan en una compleja tela de araña que nos atrapa y de la que resulta muy difícil escapar.
Como valenciano que soy, me duele València, por la inmensa tragedia por la que está pasando y de la que va a resultar muy difícil separarse porque, el lodo que trajo y dejó la DANA, lo impregna, tiñe y destruye todo.
Como enfermera que soy, me duele la falta de empatía, de humanidad, de dignidad, de ética, de respeto, de humildad… de quienes, teniendo la obligación de velar por la seguridad, la salud, la integridad, la atención… se han dedicado a velar por sus intereses y los de quienes les apoyan. Quienes se denominan servidores públicos, se sirven de la comunidad para afianzar su posición y mantener un poder con el que ni pueden ni quieren ayudar a la comunidad a cubrir sus necesidades. Quienes dicen tener compromiso social, comprometen a la sociedad con sus decisiones. Quienes debiendo fortalecer los servicios públicos, los debilitan y mercantilizan. Quienes utilizan la libertad y la democracia para generar inequidad y vulnerabilidad. Quienes, desde la mezquindad y mediocridad de sus actuaciones rehúyen responsabilidades. Quienes gestionan desde las ocurrencias y en contra de las evidencias. Quienes desde el negacionismo ponen en peligro a la comunidad. Porque todo ello acaba impactando en la salud de las personas y pone en peligro la salud comunitaria.
Por todo esto y por mucho más, como enfermera, me duele la política y quienes se benefician de ella. Me duele la mediocridad revestida de eficacia, la mezquindad enmascarada de bondad, la ignorancia disimulada de conocimiento, el desprecio de un falso respeto, la indolencia que oculta la empatía, la cobardía disfrazada de poder, las fobias disimuladas de tolerancia, la violencia que genera y alimenta la ignorancia, las mentiras que esconden las falacias, los eufemismos que ocultan la verdad. Me duele el dolor, el sufrimiento, la pobreza, la precariedad, el rechazo, el odio… que sufren las personas y que afectan su salud y la de sus familias y comunidad. Me duele la utilización interesada y perversa de la dignidad humana para generar audiencias. Me duele el desprecio hacia el cuidado, la perspectiva de género, la migración, los sin techo… que se tratan de ocultar, manipular, expulsar, desahuciar…
Como enfermera no puedo ni quiero mirar hacia otro lado. No puedo renunciar a mis valores éticos ni científicos. No asumo las imposiciones que atentan contra la dignidad humana. No reduzco mi pensamiento crítico a una dicotomía entre derecha o izquierda, rojos o azules, fachas o podemitas, progresistas o conservadores a la que intentan arrastrarnos quienes se sitúan en esos extremos sin sentido, sin razón, sin coherencia. Desde los que perpetuar su posición, utilizando la política sin hacer política, jugando a políticos sin serlo, expropiando la política a la comunidad, haciendo de la política un fin y no un medio, confundiendo la política con el ataque, rebajando la política a la descalificación. Pretendiendo que nadie más que aquellos que la utilizan podamos hacer, pensar, actuar, valorar, analizar, reflexionar desde la política. Engañando con el mantra de que razonar desde la política es opinar y que opinar supone interpretar, e interpretar puede herir sentimientos o valores. Lo que conduce a una anestesia progresiva de la población, a amordazarla, someterla, alienarla… La política es demasiado importante como para que esté en manos exclusivamente de quienes dicen denominarse políticos. De igual forma que la salud es igualmente importante para estar capitalizada tan solo por los denominados profesionales de la salud. En política y en salud debe participar la comunidad en su más amplia expresión, de manera activa y real y no tan solo desde una colaboración manipulada, dirigida y controlada por parte de quienes actúan por intereses muy alejados de los de la comunidad. Porque tal como dijera Edmond Thiaudière[2] “La política es el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.
Como enfermera y como ciudadano, no quiero que nadie me diga dónde me he de posicionar, qué es lo que tengo que pensar, cuándo debo actuar, cómo me tengo que manifestar, con quién he de hablar o callar, en función de quiénes secuestran la política para su beneficio y la usurpan como medio de actuar, pensar, trabajar, decidir, planificar… desde cualquier ámbito social, profesional, científico… como si hacerlo fuese un intrusismo a su feudo ideológico/doctrinal que no político.
Como enfermera quiero ejercer mi competencia política en favor de la abogacía por la salud y el compromiso con la inclusión, la diversidad, la equidad y la justicia, sin posicionamientos partidistas, aunque sí desde las ideas y los ideales que me permitan defender los derechos fundamentales de la ciudadanía desde la prestación de los cuidados profesionales centrados en la persona, favoreciendo su máxima autonomía y respetando sus decisiones.
Como enfermera no puedo callarme ante la pasividad con la que actuaron ante la DANA los responsables políticos a pesar de las previsiones de máxima alerta que se anunciaron con días de antelación por parte de los organismos competentes en la materia. Intentando posteriormente tergiversar, ocultar o manipular, para ocultar o minimizar el impacto de sus decisiones.
Pasividad que puede obedecer a una clara incapacidad o a una manifiesta maldad. La incapacidad es grave por cuanto supone de riesgo a la hora de tener que decidir en temas de tanta trascendencia, como el que nos ocupa, sin tener ni el conocimiento, ni las habilidades, ni las certezas necesarias. A lo que hay que añadir la falta de asesoras/es cualificadas/os que, al menos, tratasen de suplir sus carencias o que, teniéndolas/os, se ignoren sus aportaciones.
Si de lo que se trata es de maldad, intentando preservar los intereses empresariales y económicos frente a la seguridad de las personas y la comunidad, no tan solo es intolerable, sino que además sería criminal.
En cualquiera de los casos la mediocridad política fundamentada en oportunismos e intereses partidistas y mercantilistas supuso que el desastre meteorológico se convirtiese en una gran tragedia que arrasó poblaciones enteras y causó muerte y destrucción.
Una decisión que vino acompañada, en cascada, de otras tantas, actuando como potenciadores del efecto destructor de la DANA y visibilizaron, aún más, la mediocridad de quien las tomaba.
Los efectos sobre la población, al margen del dolor y sufrimiento causados por el agua, se tradujeron en indignación y rechazo a los políticos y “su política”. Al comprobar cómo se abandonaba y retrasaba la ayuda imprescindible, como consecuencia de las intrigas y los egos políticos. Una muestra más de la perversa utilización de la política, que generaba un impacto constante e invaluable en la salud de las personas, al margen o acompañando las pérdidas sufridas.
Y mientras el Estado, como hipotético garante de la seguridad y la salud de la ciudadanía, no respondía, la ciudadanía, la misma que horas antes seguía inmersa en su estado de individualismo y falta de solidaridad, emergió con la toda la fuerza que le faltó al Estado, para responder de manera masiva a la llamada de la desesperación, la tristeza y desolación. Masiva y eficaz, al contrario que el Estado, para apoyar, ayudar, consolar, animar, acompañar, abastecer… a pesar de las dificultades y de las barreras, de una nefasta coordinación del propio Estado, para llevarla a cabo, como si tuviese miedo a que dejasen en evidencia su pésima gestión.
La fuerza de la comunidad emergió para situarse al lado de las/os damnificadas/os, supliendo la mediocridad política de quienes asistían al escenario de la tragedia para hacerse la foto y abrir un fuego cruzado de reproches y ataques al enemigo ideológico, mientras el lodo cubría las calles, inutilizaba enseres, llenaba las casas y dejaba sin servicios esenciales e incomunicados a más de un millón de personas. Muy aleccionador y sumamente “útil” para una población castigada, herida, cansada y derrotada.
Loable la fuerza de la comunidad. Pero triste, muy triste, que tenga que ser esa fuerza solidaria la que responda a las necesidades de la población afectada como consecuencia de la inacción de las instituciones, autonómicas y nacionales.
Nuevamente, como ya sucediera en la pandemia de la COVID, se ha actuado con lentitud, negligencia, torpeza, mediocridad… ante una emergencia que, a pesar de su evidente magnitud, no puede ser utilizada como excusa para justificar la ausencia de respuesta.
A unos, la población, les dolía, en el corazón y en el alma, València y su gente, sus conciudadanos. A otros, las/os políticas/os, les dolía en sus intereses y sus expectativas políticas. Sentimientos encontrados y claramente contrarios, que definen la acción cuidadora de unos y otros y sitúan en su justo lugar a unos y otros.
Como valenciano me duele y me da rabia comprobar la tiranía de quienes se benefician de la política y hacen un uso tan negativo de la misma en contra de la población, en momentos tan duros.
Como enfermera me duele y me da rabia que se ignore de manera tan torpe como sistemática la fuerza y el valor de los cuidados. Que se sigan dando respuestas exclusivamente medicalizadas a problemas de salud comunitaria que requieren de competencia política y compromiso con la salud comunitaria. Movilizando, coordinando, articulando recursos. Identificando y priorizando necesidades. Liderando intervenciones comunitarias. Planificando acciones. Trabajando en equipo con agentes y líderes comunitarios. Minimizando la ansiedad, el miedo y las incertidumbres. Acompañando en el sufrimiento, la soledad y el duelo.
En política, como en cualquier otro ámbito, no vale todo, ni tampoco cualquier cosa. Se requiere aptitud, actitud, compromiso, implicación, humildad, generosidad, conocimiento… para tomar decisiones, las mejores, capaces de responder a las necesidades que en cada momento y a pesar de las circunstancias se identifiquen. Los cuidados no pueden ni deben ser considerados un valor secundario y con escaso o nulo valor. En ningún momento o circunstancia, pero mucho menos aún, en situaciones en las que las necesidades humanas, la vulnerabilidad, la inaccesibilidad, la debilidad, la falta de conocimiento… emergen en la comunidad y afectan a las personas, las familias y el entorno, causando problemas de salud que requieren afrontamientos eficaces.
Cuidados que necesitan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórica y praxis, como realidad compleja, lineal y en permanente evolución que son y que, por tanto, no pueden ser identificados, organizados ni estructurados en base a patrones, estándares o como complemento secundario a las competencias de otras disciplinas, ni tampoco como un elemento de clasificación competencial alejado de la realidad misma del cuidado profesional.
Porque, la atención de la salud es mucho más que la asistencia a la enfermedad. Los determinantes sociales deben ser identificados, analizados, incorporados para ofrecer cuidados de calidad. Pero es que, además, detrás de cada decisión y cada interacción con la persona hay consideraciones morales y éticas que deben guiar la práctica enfermera y las decisiones de las personas y/o sus familias, a través de los determinantes morales.
Determinantes morales que, al abordarlos, las enfermeras pueden identificar posibles conflictos éticos y trabajar para resolverlos de manera proactiva siendo fundamental para proporcionar una atención humanizada, ética, sensible, segura y centrada en la persona.
Algo que, dadas las circunstancias actuales, cada vez resulta más prioritario ante la pasividad mostrada por quienes manipulan desde la política la convivencia comunitaria.
Tan solo desde esa perspectiva, esa mirada, esa organización, ese liderazgo, de los cuidados será posible incorporar salud en todas las políticas y no, como habitualmente sucede, metiendo la política en la salud, con los efectos que se generan y que estamos pudiendo comprobar en estos días.
Vengo diciendo últimamente que los Sistemas Sanitarios o de Salud precisan transformaciones radicales urgentes. Pero es obvio, como estamos comprobando, que la política también precisa de dichos cambios radicales. No siendo posibles los unos, sin los otros.
Y en este torbellino social, cada vez es más frecuente ver emerger a personajes condenados por la justicia, homófobos, xenófobos, negacionistas, corruptos, acosadores, multimillonarios… que, a través de la mentira, los bulos, la demagogia, la violencia, el odio… utilizan la democracia y la libertad arrastrando a las masas descontentas para alzarse con el poder. Poder, desde el que destruyen derechos fundamentales, libertades, servicios públicos… para beneficiar a sus aliados y generar mayor desigualdad, pobreza, aislamiento, ignorancia… desde las que perpetuarse. Ya no se trata de casos aislados, en países considerados del tercer mundo. Hablamos de países del autoproclamado primer mundo. De los más ricos, más industrializados, más cultos, más democráticos y libres, en los que su política degrada, somete, acosa, destruye, aniquila… extendiéndose y amplificándose esta dinámica como el lodo lo ha hecho en la DANA. El lodo de la política y los políticos que, apoyados y aupados lamentablemente por el pueblo, acaba con el pueblo, con sus derechos y su libertad. Lodo que cuesta de eliminar e impregna y tiñe de miseria la vida de las personas, las familias y la comunidad.
Como ciudadano y como enfermera me revelo contra la política del miedo y el engaño, para exigir, desde la competencia política, otra política fundamentada en los determinantes morales, desde los que tomar decisiones que generen bienestar y salud a través de los cuidados profesionales.
[1] General y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y presidió el Gobierno provisional de la República francesa de 1944 a 1946 para restablecer la democracia en Francia (1891-1970).
[2] Literato francés , a la vez poeta , novelista , filósofo y “maximista” (837-1930)