A la Maestra Rosa Zárate por su liderazgo y compromiso con la Enfermería Comunitaria Iberoamericana desde la FENO-UNAM
“El idioma es nuestro patrimonio común más consistente.”
Fernando Lázaro Carreter[1]
Mi última visita a México ha reafirmado mi convicción de que es necesario trabajar en la construcción de un contexto Iberoamericano de Enfermería en general y de Enfermería Comunitaria en particular.
La realidad, mejor dicho, las realidades de los entornos, sin dua, configuran un mosaico de necesidades tan diversas como dinámicas, que deben ser observadas, analizadas y respondidas de manera específica. Sin embargo, los entornos, son parte del mosaico del que forman parte, configurando una realidad mayor que se concreta en el contexto Iberoamericano.
Son muchas y perdurables, las influencias que, desde el ámbito anglosajón, han impactado en la visión, e incluso misión, de las enfermeras iberoamericanas. Las teorías enfermeras, la NANDA, el NIC, el NOC, el PAE… han sido identificados como elementos, herramientas, referencias, indiscutibles que fueron incorporándose, desde mi punto de vista, con calzador, a unos entornos en los que dichas “piezas” costaban de encajar en el mosaico iberoamericano en el que se incorporaron. Sustituyendo incluso piezas originales que daban, como resultado, una composición distorsionada del mosaico, aunque se nos intentase convencer, por todos los medios, de que el resultado era mucho mejor.
Pero, es que además la incorporación de nuevas piezas, en muchos casos, ni tan siquiera trataban de adaptarse para que el encaje, al menos, fuese lo más natural y armonioso posible. Permitiendo por tanto, que la nueva composición fuese aceptada e integrada por quienes, por otra parte, debían mantener y conservar el mosaico de los cuidados de su entorno.
El resultado no pudo ser peor. Por mucho que se insistiese en presentarlo como una oportunidad inigualable de desarrollo disciplinar y profesional. Mientras tanto, muchas iniciativas surgidas de la realidad de los entornos propios se paralizaban por considerarlas “pobres” en comparación con las rutilantes propuestas anglosajonas. La indiferencia, cuando no el rechazo, a las nuevas propuestas fue la tónica dominante. Los royalties pagados por la utilización de tan “prestigiosas” piezas foráneas enriquecían a quienes, sin embargo, no las aplicaban en su país de origen. Absurdo, anacrónico, paradójico, incoherente… o de todo un poco, en una mezcla de esnobismo, moda, histrionismo intelectual… que no tan solo no contribuía a mejorar la calidad de los cuidados prestados, sino que, además, no era entendida, asimilada, respetada, ni mucho menos, aplicada por la mayoría de las enfermeras y de manera mucho más clara en el ámbito comunitario.
A pesar de ello, o a lo mejor por todo ello, las “piezas” siguen desdibujando, distorsionando y erosionando el conjunto del mosaico, al incorporarse como parte de la estandarización que tanto agrada a los tomadores de decisiones para obtener datos, muchas veces absurdos y sin valor real, con los que alimentar su crédito gestor y/o político.
Los sistemas de información, por otra parte, son alimentados con esta singular batería de taxonomías, lenguajes o indicadores que ni se entienden ni aportan valor a la actividad cuidadora de las enfermeras ni a la percepción de mejora de atención de las personas a las que se aplican. A las enfermeras nos imponían una manera de decir, sin entender ni comprender, aquello que, teóricamente al menos, se correspondía con las respuestas humanas ante los problemas de salud de las personas. Una manera de hablar, que no permitía la comunicación, al tratarse de códigos encriptados para muchas enfermeras, ni facilitaba la prestación eficaz de los cuidados por mucho que se intentase desarrollar a través del PAE, en otro intento de generar marca de identidad, cuando ni tan siquiera se tiene clara la verdadera identidad enfermera por parte de muchas de las enfermeras que debían aplicarlo.
La fascinación anglosajona seguía dando sus frutos y anestesiaba o anulaba la capacidad de innovación, creatividad, inspiración, entusiasmo… de las enfermeras para lograr conservar, renovar, mejorar… el mosaico original de los cuidados con piezas de su entorno, su contexto o su cultura.
Para rematar la jugada y asegurar el negocio que se oculta tras las supuestas maravillas que reportan, se justifica todo con la manida globalización. Si bien es cierto que, en parte, tienen razón quienes se escudan en la misma, no es menos cierto que hacerlo no presupone, en ningún caso, que la misma conduzca a la excelencia ni mucho menos a la mejora, al no tener en cuenta el contexto, los entornos, donde se implementa. Actuando como una especie invasora que elimina cualquier atisbo de idiosincrasia, e identidad propia e impregnando de una falsa “belleza” el entorno invadido. Que realmente conduce, desde su estandarización, a la eliminación de la diversidad y con ello a la pobreza de la disciplina enfermera.
A la globalización como argumento, se añade la trampa de los datos. Se esgrime que la inversión en sanidad de los Estados Unidos (EEUU) es 11 puntos mayor a la de México o 7 puntos menor a la de España[2]. Datos que, nuevamente fascinan, desde la hipocresía de lo que los mismos esconden. Porque, esas diferencias ¿verdaderamente suponen que la sanidad (que no la tecnología) estadounidense es mejor que la de México o España? ¿existe mayor equidad en EEUU que en México o España? ¿y mayor accesibilidad? ¿o vulnerabilidad? O, por el contrario, ¿supone una clara muestra de desigualdad que se traduce en diferencias muy significativas entre una sanidad para pobres y otra para ricos? ¿O, una tecnología de vanguardia a la que tan solo pueden acceder unos pocos? ¿O una salud que se correlaciona con la riqueza/pobreza y no con la atención prestada? Nuevamente un claro ejemplo de que no es oro todo lo que reluce, ni mucho menos.
Unas métricas que también se trasladan a los famosos rankings universitarios que tanto hechizan a las autoridades universitarias como supuesto signo de excelencia. Centrándome tan solo en las que hacen referencia a los estudios de Enfermería, ¿qué indicadores se utilizan? ¿qué criterios se esgrimen? ¿qué valores se tienen en cuenta? Porque nuevamente, el ámbito anglosajón, que casualidad, acapara los primeros lugares de todas las listas, con lo que ello supone de aditivo para endulzar artificialmente la fascinación adictiva hacia dicho ámbito.
Mientras tanto el resto de “los mortales” se conforman y alegran con ocupar unos puestos que, en cualquier otro caso, serían motivo de bochorno. Pero el solo hecho de aparecer en ese particular “hit parade” excita la dopamina, conocida mundialmente por ser una de las moléculas de la felicidad. No en vano, es una de las herramientas que Cupido usa para enamorar. Proporcionando placer y relajación en los responsables de las universidades. Un chute en toda regla, vamos. Pero, ¿realmente son tan buenas dichas instituciones educativas en comparación con el resto? Aún asumiendo dicha premisa ¿supone que esa supuesta excelencia se traduce inequívocamente en la formación de enfermeras excelentes? ¿en qué contextos y para qué? ¿De verdad creemos que una enfermera formada en tan exclusivas instituciones podría responder con eficacia, efectividad y eficiencia en un ámbito comunitario rural de España o México?
Si ahora añadimos, a todo este panorama de lentejuelas, la estrella del espectáculo de la fascinación, como es el mundo de la supuesta producción científica publicada en las no menos supuestas y cacareadas revistas de impacto, el resultado es ya de escándalo. Porque ¿de qué impacto estamos hablando? ¿Del impacto económico que enriquece a determinadas editoriales multinacionales? ¿del mercantilismo del conocimiento para generar supuesta producción científica que se incorpore como mérito académico/profesional? ¿de la sumisión de las universidades que contribuyen al citado enriquecimiento bajo argumentos de supuesta excelencia? ¿del impacto que se logra en las enfermeras que tienen que incorporar las supuestas evidencias en la práctica de sus cuidados? ¿de la tiranía idiomática que hace que, el simple hecho de estar publicado en inglés, presuponga mayor calidad? Haciéndonos creer a todas/os eso de que es el idioma científico, como si la ciencia tuviese lengua exclusiva. O, ¿estamos hablando, nuevamente, de una invasión que arrasa con todo aquello que no forma parte de su especial y exclusivo club privado editorial. Haciendo desaparecer, por inanición forzada, a revistas referentes, con décadas de historia, y una gran aceptación, mientras las universidades miran para otro lado como si esta mortalidad no importase.
Los planes de estudio, mientras tanto, posiblemente intentando acercarse o emular a esos vellocinos de oro de los rankings mencionados, se nutren de contenidos con cada vez menor referencia enfermera. Contaminando los mismos de terminología que se asimila al modelo patogénico y medicocentrista que caracteriza a los santuarios anglosajones y los caducos sistemas sanitarios. Por ejemplo, enfermería médico quirúrgica en lugar, por ejemplo, de enfermería clínica, o enfermería geriátrica en vez de enfermería del adulto mayor, o enfermería pediátrica en sustitución de enfermería del niño y adolescente, o gestión clínica anulando la gestión de los cuidados… configuran un lenguaje, y con él una formación, cada vez más alejada de la identidad, los conocimientos o el paradigma propios y más próximo a las técnicas y al paradigma médico, al que sucumbe disfrazado del nombre propio de Enfermería, pero con apellidos ajenos a la ciencia/disciplina enfermera. Una configuración que, además, se organiza en cajones estanco, conocidos como asignaturas, que blindan su espacio de conocimiento por miedo a contaminaciones o invasiones del resto de asignaturas. Convirtiendo los planes de estudio en una especie de cajas de seguridad de un banco a las que tan solo tienen acceso las/os dueñas/os de las mismas que, en el caso que nos ocupa, serían las/os responsables de dichas asignaturas. De tal manera que la atención holística, que tanto se cacarea, queda reducida a puro y engañoso marketing. La continuidad de los cuidados a una quimera. La interrelación profesional y el trabajo en equipo a una mera declaración de intenciones. El conocimiento a un reduccionismo del mismo como consecuencia de su estanqueidad. La adquisición de competencias a una evaluación numérica producto del ejercicio memorístico. A todo lo cual, hay que añadir el veto a espacios de conocimiento como la ética, la competencia/abogacía política, la filosofía… que se identifican como un peligro a la hegemonía actual.
Mientras todo esto sucede, seguimos dando la espalda a entornos que comparten características, valores, creencias, sentimientos… próximos, similares o, cuanto menos, reconocibles. Despreciando la fortaleza que suponen lenguas compartidas como el español y el portugués. Renegando de activos fantásticos como los procesos de participación comunitaria en muchos países. Ocultando e incluso renegando de la diversidad cultural de pueblos minoritarios. Dificultando la aproximación a lenguajes profesionales propios. Menospreciando las experiencias propias para abrazar las ajenas. Reduciendo la internacionalización del conocimiento a determinados espacios geográficos y acotando el acceso a otros de gran capacidad de oportunidades. Perpetuando la división numeral de “mundos” en base a criterios mercantilistas, oportunistas y de interés comercial y alejados de cualquier lógica de salud. Contribuyendo a la agonía de revistas científicas por el simple hecho de nutrirse de conocimiento escrito en otras lenguas distintas al inglés. Focalizando nuestra admiración y reconocimiento en referentes foráneas en lugar de valorar, apoyar e impulsar a las propias, haciendo bueno el dicho de que, “de fuera vendrán que de casa nos tirarán”.
Estamos pues, ante un escenario que se caracteriza, por una parte, por la autarquía, mitomanía y protagonismo excluyente del contexto anglosajón. Por otra, por la falta de autoestima, convicción y sentimiento de pertenencia con relación a los entornos que configuran el contexto iberoamericano.
En un momento en el que las miradas hacia un fortalecimiento y cambio de modelo de la Atención Primaria y Comunitaria, en la mayoría de los países iberoamericanos, y con él, el papel de liderazgo que tienen oportunidad de ejercer las enfermeras, se hace prioritario que las enfermeras podamos, sepamos y debamos responder con autoridad y rigor científicos, pero también con autoridad moral y de valores, a la construcción de un contexto iberoamericano de Enfermería Comunitaria que responda a las necesidades actuales y de futuro de las personas, las familias y la comunidad, desde todos los ámbitos de influencia, pero con especial significación en el docente y el de investigación. Adquiriendo el compromiso de analizar, reflexionar y debatir sobre las actuales estructuras, organizaciones, modelos o metodologías actuales que conducen a una clara subsidiariedad lingüística, de atención, de paradigma, de identidad… de la Enfermería y de las enfermeras.
La realidad es tozuda y debería obligarnos a doblegarla para que se adapte, realmente, a los intereses de la sociedad y no a los de ningún ámbito o grupos de presión e influencia.
No será fácil. Pero sí es posible y deseable lograrlo. Tenemos la voluntad, el conocimiento, la ciencia, las habilidades, la capacidad, los recursos (universidades, sociedades científicas…), para hacerlo. Tan solo queda que nos lo creamos, y movilicemos todo ello en una misma dirección, preservar nuestro patrimonio y construir el contexto Iberoamericano de Enfermería Comunitaria, como un gran mosaico de identidad e identidades en el que todas/os nos sintamos representadas/os, atendidas y defendidas/os.
[1] Periodista, lingüista y académico español (1923–2004)
Sin duda me ha encantado lo que has escrito queridísimo amigo José Ramón Martínez Riera. Te mando un fuerte abrazo. No sé cuando regresas a España, pero te deseo un buen viaje. Que grandiosa oportunidad haber convivido contigo dos veces en un mismo año y poder platicar sobre el futuro de nuestra profesión en el contexto de Iberoamérica, dónde increíblemente coincidimos en muchísimas cosas.