“Qué tiempos serán los que vivimos, que es necesario defender lo obvio.”
Bertolt Brecht [1]
El símbolo más conocido de la Justicia es la balanza. O para ser más precisos, la de una mujer con los ojos tapados, que representa a la Justicia, y que porta en una mano una balanza. La balanza representa la igualdad con que la Justicia trata a todos.
La mujer que hace de símbolo de la justicia normalmente es una representación de la diosa romana iustitia (“justicia”), equivalente a Dice o Diké en la mitología griega original.
Pero su representación moderna con los ojos vendados proviene del siglo XV, y se interpreta bajo el lema de la ceguera de la justicia, o sea, que la justicia se debe impartir sin mirar a quién: sin distinguir a nadie por su sexo, raza, proveniencia, etc.
La balanza que sostiene la dama de la justicia tiene una historia propia que se remonta a la antigüedad egipcia, en cuya cultura era vital el concepto del Maat, el equilibrio universal. Tanto es así, que dicho concepto era encarnado en una diosa con el mismo nombre, en cuyas manos se dibujaba, justamente, una balanza.
Este símbolo fue heredado por los griegos y a su vez por los romanos, y llega a nosotros hoy en día como emblema de la equidad, es decir, de las decisiones tomadas contemplando un bien mayor. La balanza (o a veces las manos mismas de la diosa iustitia) mide el peso de las cosas, contrastando el bienestar individual con el colectivo, o el bien a corto plazo con el bien a largo plazo.
La espada representa el brazo castigador de la justicia, por lo que a menudo se trataba de una espada de verdugo o ejecutor. Dicha espada incluso puede llegar a tener doble filo, simbolizando así la razón y la justicia, que pueden esgrimirse a partes iguales.
Su interpretación moderna apunta al monopolio de la violencia que se les otorga a las fuerzas del Estado: sólo así puede ejercerse de manera justa, para lo cual existe el poder judicial[2].
Esta explicación de la iconografía y simbología de la Justicia, la realizo para tratar de comprender, tarea harto complicada, la situación que en los últimos tiempos estamos viviendo en torno a la Justicia o más concretamente en quienes están encargados/as de ejercerla, es decir, las/os jueces/zas y de quienes son responsables de dotarles de las leyes por las que se establece el orden social.
No es mi intención juzgar a quien juzga, evidentemente. Pero si que lo es, analizar y reflexionar sobre cómo se está actuando y, más concretamente, cómo se está percibiendo por parte de la opinión pública dicha actuación. Tampoco de determinar cómo debe legislarse. Pero sí, de cómo deben comportarse para alcanzar consensos que garanticen la validez de las normas.
Sin duda alguna uno de los pilares básicos de nuestras democracias es, o debería ser, la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que evite el polo opuesto a la democracia que supone la concentración de poder.
Me resisto a sospechar si quiera, que haya injerencias que cuestionen, o aún peor, pongan en peligro la citada separación. Sin embargo, últimamente, se trasladan mensajes contradictorios que hacen difícil mantener una confianza sin fisuras en torno a ella.
Son múltiples los ejemplos que podría relatar, a nivel nacional e internacional, que sustentan mis dudas. Pero no es objeto de mi reflexión adentrarme en dicho análisis. ¿Por qué entonces lo traigo a colación?
Más allá de la preocupación lógica que dicha situación genera, sobre lo que quiero reflexionar es en qué medida, la misma, impacta sobre otros ámbitos como por ejemplo el de la salud.
Porque los mensajes que se están trasladado no se circunscriben, ni afectan, exclusivamente a los poderes que deben mantener su independencia. Son mensajes que calan en la sociedad, pero que también lo hacen de manera muy preocupante en profesionales que deben mantener su independencia y con ella garantizar la justicia de sus actuaciones.
En este sentido, me preocupa mucho la lectura y traducción que de los citados mensajes hagamos las enfermeras. No porque considere que no estamos preparadas para entender o valorar en su justa medida (nunca mejor empleado el término) los mismos, sino por el peligro que supone que se interpreten como válidos, ética y legalmente, algunos planteamientos como los que se están produciendo. Y que, al hacerlo, se caiga en la tentación de pensar que, si desde dichos poderes se actúa de manera tan, dejémoslo en confusa, por qué no puede hacerse también en la atención a la salud que prestamos como enfermeras.
Teniendo en cuenta que, como enfermeras, no podemos ni debemos olvidar nunca el compromiso y la obligación de llevar a cabo una activa y firme abogacía por la salud, la equidad y los derechos humanos que, por tanto, debiera tener en cuenta siempre la justicia de nuestras decisiones. Justicia que, en nuestro caso, debiera concretarse en mantener la venda que evite la tentación de hacer juicios de valor sobre determinadas ideas, comportamientos, creencias… de las personas a las que se atiende y, con ello, se tomen decisiones que limiten, erosionen o impidan la justicia de nuestra prestación de cuidados.
Puede parecer que lo que digo es una exageración o una manera muy particular, y por tanto subjetiva, de traer el tema. Pero, con todos los respetos, considero que ni es exagerada ni mucho menos subjetiva. Comparto mi preocupación como enfermera y como firme defensor de la justicia con los atributos que la identifican y el significado que tienen, y no tan solo como elementos simbólicos. Preocupación que se concreta en el peligro que puede suponer que se tomen decisiones que no den respuesta a las necesidades de las personas y a su libertad como tales y se ajusten más a las ideas o creencias de quien tiene que tomarlas.
La venda que cubre los ojos de la dama de la Justicia, no puede ser en ningún caso una venda que nos impida identificar, valorar, empatizar y atender, con plena y absoluta integridad ética, a quien nos plantea un problema que afecta a su salud y que, además, esté claramente regulado por ley. Por tanto, se trata de dar respuesta ajustada a ley y no tan solo a un criterio personal que pueda suscitar duda legal. El respeto a las decisiones de las personas debe ser, en consecuencia, un elemento de indiscutible cumplimiento. Tratar de zafarse de este tipo de responsabilidades con el argumento de la objeción de conciencia es no tan solo un recurso simple y simplista, sino que supone una clara vulneración hacia los derechos de las personas.
Por tanto, la visión de la justicia no puede determinarse en base a quien tiene que tomar las decisiones, sino en base a quienes tienen que recibir la atención que, por ley repito, les amparan y protegen como ciudadanas/os, en este caso, con relación a su salud. Por difícil que la situación pueda resultar, como es el caso del derecho a la eutanasia o el aborto, o por la condición de la persona a la que atendemos, con relación a sus creencias, orientación sexual, raza… nuestra respuesta debe ser justa y equilibrada.
Por eso, la balanza, tiene un simbolismo que debe trasladarse a la realidad de la toma de decisiones que, como enfermeras, nos corresponde asumir y adoptar, para garantizar la equidad como principio fundamental de nuestra atención. La balanza, por otra parte, en el plano del simbolismo que representa, tiene que estar permanentemente calibrada para medir el peso de los hechos, contrastando el bienestar individual con el colectivo, tanto a corto como a largo plazo, que vendrá determinado por las decisiones que tomemos, igualmente, de manera autónoma o en equipo.
Por último, la espada, no debe ser identificada, ni mucho menos interpretada, en ningún caso, como un arma intimidatoria, persecutoria o amenazante, para tratar de imponer nuestras decisiones. En todo caso, la espada debiera identificarse como elemento de defensa para evitar que se vulneren los derechos de las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos y prestamos cuidados. Pero una defensa ejercida desde el diálogo, la argumentación y el consenso y nunca desde la imposición y la falta de respeto individual o colectivo.
Por eso resulta imprescindible que las enfermeras sepamos identificar e interiorizar que la justicia es y debe ser, siempre, nuestra guía en la toma de decisiones. Pero no porque yo lo diga, que sería pretencioso y fuera de toda lógica, sino porque así lo determinan nuestros códigos deontológicos que se sustentan en los principios éticos de nuestra profesión. Y es que, tengo la impresión, que, lamentablemente, no siempre se da la importancia, significación y trascendencia que dicho comportamiento ético tiene y que debe acompañarnos siempre. Parece como si se tratase de documentos que no tienen más valor que el de su existencia. No se valora y exige su cumplimiento y en muchas ocasiones, muchas más de las que sería deseable, ni tan siquiera se conoce su contenido y el valor que del mismo se deriva. Algo que debiera tenerse en cuenta desde la formación de las futuras enfermeras. Incidiendo en el imprescindible conocimiento de dichos códigos (locales, nacionales o internacionales) que configuren un pensamiento ético que se concrete finalmente en un comportamiento igualmente ético en la prestación de los cuidados.
Porque la justicia no es posible sin ética y la ética es imprescindible para poder actuar con justicia.
En este sentido, quisiera referirme a lo que recientemente tuve oportunidad de ver con gran satisfacción en los centros de salud que visité en México y que debiera figurar en todos los espacios en donde las enfermeras atendamos a las personas tanto en la salud como en la enfermedad. El compromiso ético de las enfermeras con las personas situado en un lugar visible para todas/os. Sirviendo de recordatorio a las enfermeras, pero, también, para que todas las personas sean conocedoras y valoren nuestra actitud ética con relación a ellas. Permitiendo identificar la importancia que para nosotras/os tiene la justicia, con independencia, de lo que en otros ámbitos pueda estar sucediendo. Nunca debemos ni podemos caer en la tentación de mimetizar o naturalizar las actuaciones que en dichos ámbitos puedan estar produciéndose. Por contravenir los principios éticos y por el riesgo que supone trasladar, aunque sea la menor sospecha, de actuar con criterios alejados de la justicia que toda persona merece y le corresponde a su dignidad humana.
De igual forma que identificamos y valoramos la importancia que los determinantes sociales tienen para la salud, debemos identificar y valorar igualmente los determinantes morales de la salud. Determinantes morales que hacen referencia a los valores éticos, principios, creencias y comportamientos relacionados con la salud y el bienestar de las personas, familias y comunidad. Abarcando una amplia gama de factores, incluidos los contextos culturales, religiosos, sociales y personales, que modelan las percepciones y actitudes hacia la salud, así como las acciones tomadas para promover y mantener el bienestar físico, mental y emocional.
Porque la atención de la salud es mucho más que la asistencia a la enfermedad. Detrás de cada decisión y cada interacción con la persona hay consideraciones morales y éticas que deben guiar la práctica enfermera y las decisiones de las personas y/o sus familias.
De tal manera que al abordar los determinantes morales las enfermeras podemos identificar posibles conflictos éticos, trabajando para resolverlos de manera proactiva. Reconociendo y abordando estos determinantes podremos proporcionar una atención humanizada, ética, sensible, segura y centrada en la persona, al tiempo que nos comprometa a:
El respeto a cuidar la vida y los derechos humanos. Proteger la integridad de las personas en cualquier situación o circunstancia, prestando cuidados profesionales. Atender a las personas sin distinción de raza, clase social, creencia religiosa, orientación sexual, preferencia política… Garantizar la confidencialidad y respeto de las personas y sus decisiones. Favorecer un entorno seguro y saludable, en beneficio de las personas y del desarrollo profesional. Asumir la responsabilidad de la formación continua que garanticen la prestación de cuidados científicos de calidad y calidez, humanísticos de acuerdo a la competencia profesional. Comprometerse con el desarrollo profesional, dignificando su ejercicio y situándolo al nivel de la dignidad humana, fomentando la participación y el trabajo en equipo en aras a responder a las necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad.
No se trata, por tanto, de cómo nos sintamos nosotras/os, sino de cómo hagamos sentir a las personas que confían en nosotras/os. Y, sobre todo, que confíen plenamente en que, nosotras/os como enfermeras, más allá de comportamientos poco éticos de otros agentes sociales, políticos o judiciales, estamos libres de cualquier sospecha o intento de actuar con criterios alejados de la justicia y de lo que la misma supone o representa para su salud.
[1] Dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también denominado teatro dialéctico. (1898-1956).