“Los humanos somos una pura narración, somos palabras en busca de sentido.
«El peligro de estar cuerda» (2022), Rosa Montero[1]
Llevo seis años publicando reflexiones en torno a la enfermería, enfermería comunitaria, enfermeras, sanidad, salud… en la que se ha convertido en una de mis “rutinas” favoritas. Escribir me libera, me hace pensar, me reconforta, me inspira, me motiva y, sobre todo, me permite seguir enganchado permanentemente a mi mayor satisfacción y orgullo, ser y sentirme enfermera.
No se trata de una retórica literaria, ni tan siquiera de un postureo profesional o una impostura interesada. Es una realidad y una necesidad vital. Me encanta escribir. Otra cosa bien diferente es que alguien quiera leerme. Pero más allá del número de lectoras/es que puedan seguirme, mi objetivo es poner negro sobre blanco aquello que pienso y sobre cómo lo pienso. Tan solo pretendo reflexionar en voz alta sobre lo que me interesa, me ocupa, me preocupa, me interpela, me incomoda o me alegra. Reflexionar para después compartir. Porque no hay nada mejor que compartir, debatir, dialogar… para poder construir, conocer, pensar, enseñar, aprender, decidir.
Por eso, hoy que cierro un nuevo compendio de reflexiones en este mi sexto año haciéndolo de manera ininterrumpida, he querido compartir con todas/os quienes tienen el atrevimiento, la generosidad, la voluntad, la curiosidad… de leerme semanalmente e incluso de compartir conmigo sus pensamientos, opiniones, discrepancias o coincidencias sobre lo que traslado, cómo me siento haciéndolo. Qué me reporta y qué pretendo.
Escribir me hace sentir realizado, libre, capaz, generoso, empoderado, realizado… porque escribir es plasmar las ideas, las dudas, las certezas, los sentimientos, los ideales, los rechazos, las aceptaciones., la voluntad, la resistencia, la capacidad, la resiliencia, los temores, las convicciones… que se generan en torno a lo que vivo, percibo o siento, sobre las enfermeras y la enfermería.
Observar, captar, analizar, reflexionar… sobre aspectos cotidianos, de actualidad, de interés, de preocupación, de alegría, de la vida, de la salud y de la enfermedad -aunque menos-, de las pasiones, de las vivencias, de las experiencias, de los sueños, de la esperanza, de la decepción, de la ilusión, de la frustración, de la lucha, de la resistencia, de la acción, de la pasividad, de la tolerancia, de la tristeza, del liderazgo, de los cuidados, de las personas, de la familia, de la comunidad. En definitiva, de todo aquello que incide, impacta, preocupa, afecta, refuerza o debilita a las enfermeras o a la enfermería.
No pretendo llevar a cabo un ejercicio literario, aunque procuro cuidar el lenguaje. Porque cuidarlo es parte de la esencia de los cuidados enfermeros. La voz, plasmada en escritura, es terapéutica para quien la pronuncia/escribe y para quien la escucha/lee -al menos eso quiero pensar-. Por eso trato que sea una escritura que mueva conciencias, despierte interés, movilice sentimientos, invite a la reflexión, cautive, inquiete, auxilie, active… pero sobre todo que no cree indiferencia.
Las palabras están cargadas de intención. Nunca son inocentes, pero no por ello deben hacer daño.
Y, sí, mis palabras tratan de ser intencionales e intencionadas, aunque siempre desde el respeto, sin perder la firmeza cuando es preciso utilizarla. Intención entendida como la determinación de mi voluntad para lograr un fin. El fin de contribuir a mejorar la enfermería, a descubrir sus fortalezas, pero también sus debilidades, a denunciar a sus enemigos y a reconocer a sus valedores, a identificar y reconocer a sus referentes, a mitigar el dolor de las pérdidas o los fracasos, a apoyar iniciativas, a descubrir amenazas y también oportunidades, a denunciar a quienes engañan, a agradecer a benefactores, a indagar posibilidades, a ser propositivo, a generar iniciativas, a procurar innovaciones…
Mis palabras, tampoco son inocentes, porque no pretenden ser cándidas, ingenuas, párvulas, simples… al contrario, buscan la sinceridad, la ausencia de doblez o de malicia, la concreción.
Pero las palabras, con independencia de su intencionalidad e inocencia, configuran mensajes, posicionamientos, historias, realidades, sueños… como parte inseparable de quien las dice. Configuran, determinan, reflejan, definen a quien las comunica como parte de su aportación personal, íntima, profesional. Comunicación que pretende trascender la redacción para situarse en la configuración de una idea definida, concreta, cercana. Comunicación que, por ser personal, no puede ni quiere eliminar su subjetividad en tanto en cuanto forma parte de mi esencia, de mi pensamiento, de mi posicionamiento individual y colectivo como enfermera. Subjetividad que, sin embargo, trata, en todo momento, de ser coherente, consecuente, con lo que soy y siento.
La vehemencia que muchas veces impregnan mis palabras son producto de la convicción, no pretendiendo trasladar imposición. Convicción de ideas que configuran conceptos dinámicos, diversos, adaptados y adaptables en torno al debate sereno, razonado y razonable.
Siempre que me pongo frente a una pantalla en blanco me pregunto qué y cómo trasladar aquello que tengo intención de compartir. Dudo sobre la oportunidad e idoneidad. Sobre la forma de enfocar y desarrollar. Sobre las palabras a emplear. Porque cada situación es diferente y requiere de palabras diferentes, de tonalidad diversa, de fuerza controlada o no, de malicia que no maldad, de fina ironía o de mensaje directo. En cualquier caso, siempre me quedan dudas sobre el acierto o no de mi reflexión. Lo que está claro para mí, tan solo está claro para mí, y por tanto lo que transmita debo entender y aceptar que quedará sujeto a la interpretación de quien lo lea. Por eso mismo me esfuerzo en dejar los menores resquicios a la interpretación. No porque dude de la capacidad de quien me lee, sino justamente, al contrario, porque dudo sobre si yo habré sido capaz de trasladar lo que siento y pienso, para que sea comprendido, aunque pueda no ser compartido.
El teclado a veces se me antoja un enemigo al permanecer inerte ante mi mirada perdida en busca de una idea que teclear. Mientras el cursor parpadea impaciente como reclamándome una acción que no soy capaz de iniciar. La pantalla, como la mente, en blanco. Y de repente, como si los dedos adquiriesen vida propia, empiezan a bailar sobre el teclado buscando las letras precisas para ir configurando palabras. Palabras que se unen formando frases que requieren de puntuaciones precisas para que adquieran el sentido que su ausencia modifica. De repente el folio virtual se va llenando de líneas, de párrafos que se alinean de manera justificada y con una separación previamente elegida. Los números de página van en aumento y el momento de poner fin al relato, una vez he logrado arrancar, no siempre me resulta fácil. Me enredo, me repito, me contradigo y no acabo. A veces, opto por guardar y cerrar, para retomar más tarde, con el ánimo más sereno y la mente más despejada. Las ideas ya están plasmadas. Queda ponerlas en orden. Corregir imperfecciones. Cambiar determinados giros. Eliminar algunas líneas confusas o reiterativas. Pulir la redacción y rematar con claridad. Me doy por satisfecho a falta de un par de lecturas más que terminen de convencerme. De repente, me viene a la mente una idea, una frase, un comentario, que creo debería incorporar y corro a hacerlo o me lo grabo en el móvil para que no se me olvide e incorporarlo en la siguiente lectura/revisión.
La elección de la imagen y el título de la entrada para publicar en el Blog es otro momento de incertidumbre. Elegir imágenes que sean capaces transmitir de un vistazo la idea que desarrollo en el texto. La composición, el equilibrio entre la imagen y el texto. El tipo de letra, su tamaño, la combinación de colores, la distribución… son siempre una preocupación. El título, por su parte, es fundamental. Trato de evitar el sensacionalismo sin renunciar a la originalidad. Que sea atractivo y al mismo tiempo claro y contundente. Un título en mayúsculas y un subtítulo aclaratorio en minúsculas. Configuro, guardo en formato de imagen y lo adapto para la posterior difusión en redes.
El momento de subirlo al blog está próximo y siempre me queda la incertidumbre de si he acertado o no con lo que quiero transmitir. Si la imagen es adecuada o confunde. Pero hay que publicar, es un rito que he incorporado en mi rutina habitual y no quiero crear excepciones que puedan convertirse en costumbre. Finalmente entro al blog, traslado el texto y le doy a la tecla de publicar. La publicación rápidamente navega por internet y llega a los destinatarios que han elegido libremente recibirlo.
El siguiente paso, casi en paralelo, es publicarlo en redes (Facebook, Instagram, Linkedin, X) y posteriormente distribuirlo a través de las listas de difusión y los grupos de whatsapp.
Tras estos pasos mecánicos de difusión, queda esperar las posibles reacciones. Las respuestas son diversas y espaciadas en función de las diferencias horarias entre países. Pero llegan y en la mayoría de las ocasiones alegra recibir los mensajes o emoticones de aceptación, alegría o cariño que mis incondicionales me hacen llegar. Es el regalo que más aprecio, el que me da fuerzas para seguir semana a semana, mes a mes, año tras año, ya van seis, compartiendo cuidados a través de mi lenguaje, mi identidad y mi orgullo de ser y sentirme enfermera.
A punto de acabar un nuevo año para recibir al siguiente, quisiera trasladar un último mensaje de gratitud, no sin antes desear lo mejor para cada una/o de mis lectoras/es y seguidoras/es. Que todo aquello que pueda haceros felices lo podáis lograr y disfrutar.
El año que pronto se iniciará será un año especial para mí. Pero no adelantemos acontecimientos. Cada cosa en su justo momento.
Un fuerte abrazo y ser muy felices.
[1] Escritora y periodista española. Ha publicado exitosas novelas y es una de las principales columnistas del diario El País (1951).