“La peor de las actitudes es la indiferencia, decir no puedo hacer nada, ya me las arreglaré.”
Stéphane Hessel [1]
Escuchando la magnífica canción, «Solo le pido a Dios», compuesta por León Gieco[2] e interpretada, entre otras/os muchas/os, por Mercedes Sosa[3] o Ana Belén[4], me hizo pensar sobre la facilidad o la naturalidad con la que solemos olvidar el valor del cuidado y de quienes lo prestan, sea de manera profesional o no.
Resulta curioso, o más bien doloroso, identificar que no se relacione la salud, el bienestar, la calidad de vida… con el cuidado.
Porque la salud, aunque nos pese -a unas/os más que a otras/os- se sigue relacionando exclusivamente con la enfermedad.
Porque la salud se confunde con la sanidad, que, si bien puede contribuir a promocionarla, recuperarla o mantenerla, lo hace desde la perspectiva exclusiva de la enfermedad y su curación, relegando a los cuidados a la indiferencia, a pesar, y esa es la paradoja, que no es posible lograrlo sin la acción cuidadora.
Porque al cuidado, desde la perspectiva cientificista que no científica -que determina a la ciencia empírica como la más acreditada o valiosa del conocimiento humano, excluyendo otros puntos de vista- desde la que se ha decidido evaluar la salud, si es que tal evaluación es posible- se le ha negado su valor científico ignorando las emociones, los sentimientos, las sensaciones… que generan e influyen en la salud de las personas, las familias y la comunidad. Negando y resistiéndose a admitir, por tanto, la dimensión espiritual del ser humano que, evidentemente, escapa a ese racionalismo numérico excluyente que rechaza todo aquello que no se puede cuantificar, aunque lo que cuantifica no siempre justifica o permite entender y comprender las respuestas humanas.
Porque el cuidado es anterior a la ciencia. El cuidado surge, se entiende y perdura por la vulnerabilidad del ser humano y es, precisamente a partir de esa relación cuidadora, desde la que posteriormente se desarrolla la ciencia del cuidado y no a la inversa. Lo que permite entender mejor su dimensión humana y humanista, sin que ésta, como algunas/os pretenden, se excluya como ciencia. En un planteamiento tan irracional y absurdo como el de pretender excluirlo de la ciencia o darle un valor inferior a la humanización. Como dijera Anatole France[5], “prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”.
Porque la perspectiva de género tiene una clara influencia en la valoración, reconocimiento y respeto hacia el cuidado, que ha hecho que el mismo haya sido objeto de idéntica desigualdad a la que ha sufrido y sigue sufriendo la mujer por el simple hecho de ser mujer. Porque el cuidado ha sido identificado, asignado e impuesto a la mujer y como consecuencia de dicha imposición social, cultural y religiosa se relegó al cuidado al ámbito exclusivamente doméstico en el que sufrió no tan solo la indiferencia sino el hostigamiento y el menosprecio para limitar, reducir o anular el valor de su aportación, tanto profesional como científica.
Por eso, tal como dice la canción de Giesco, quiero que lo injusto no me sea indiferente. Porque se trata, precisamente, de una injusticia mantenida y consentida durante demasiado tiempo. Una injusticia tanto para quien presta los cuidados como para quien los requiere y recibe, porque desde dicha injusticia se impide su desarrollo y la calidad que de los mismos se esperan y desean. Porque desde el buenismo de la beneficencia sanitarista, la religión se adueñó del cuidado, usurpando su condición de patrimonio universal y su capacidad de desarrollo científico. Estableciendo, además, una relación vocacional como inspiración divina que restringía su profesionalización.
Porque me niego a que me abofeteen la otra mejilla, después de la garra que arañó e inmovilizó al cuidado como identidad profesional de la Enfermería y de las enfermeras. Por eso reclamo, no tan solo una firme resistencia, sino también una razonada respuesta de cambio radical ante la indiferencia de esta injusticia universal, como si de una suerte adquirida se tratase.
Porque el cuidado significa equidad, libertad, igualdad, justicia, respeto… la guerra, la vulnerabilidad, la pobreza, la violencia, la pobre inocencia de la gente… no pueden ni deben resultar indiferentes. Porque el cuidado hace frente a ese monstruo grande que pisa fuerte.
Para que la fascinación de la técnica sobre la acción del cuidado no haga que me resulte indiferente tal engaño. Si un embaucador, un traidor puede más que unos cuantos, que al menos esos cuantos no lo olviden fácilmente. Porque el olvido es la antesala del engaño y el engaño, alimenta la injusticia y la indiferencia del cuidado.
Para que el futuro del cuidado no me sea indiferente, ante el individualismo, la insolidaridad, el hedonismo, la competitividad agresiva, la inmediatez, la soledad no deseada, la violencia, el rechazo a la diversidad y la igualdad, la tecnología mercantilista de la salud, la desinformación… resulta imprescindible poner en valor, visibilizar, respetar, desarrollar, investigar, reforzar… el cuidado. Porque el futuro se construye desde el recuerdo del pasado, la apuesta firme del presente, el dinamismo, la acción, la innovación… que permitan avanzar hacia un futuro del cuidado y por los cuidados.
Que quien marche a vivir una cultura diferente del cuidado no sea porque el cuidado sea indiferente en su contexto. Que no resulte indiferente la construcción de contextos de cuidados multiculturales y al mismo tiempo próximos en tradiciones, normas, lengua… que faciliten la comprensión del cuidado y eviten la contaminación derivada de la fascinación artificial y artificiosa.
Porque el verdadero peligro, se llama indiferencia. Ser indiferente ante el cuidado es condenarlo al peor de los desprecios. La omisión, tal como expresa Pascual García Senderos[6], es más hiriente que cualquier acción. Por eso, desde la acción, las enfermeras debemos evitar tal indiferencia. Pero, para ello, debemos ser las enfermeras las/os primeras/os en posicionarnos claramente en defensa de los cuidados. Permanecer indiferente ante la indiferencia de los cuidados es indefendible. Debemos esforzarnos y perseverar y nunca rendirnos ante la indiferencia. Sino lo hacemos, las enfermeras del presente, tendremos que lamentarnos no solo por las palabras, las omisiones y los actos que alimentan la indiferencia, sino por los clamorosos silencios de quienes actúan como meras/os espectadoras/es de tan lamentable escenificación. Sino lo hacemos así lo que puede y posiblemente suceda es que, con el tiempo, lo que un día nos dolió nos comience a dar igual, es decir, que se naturalice la indiferencia de los cuidados y con ella la indiferencia de las enfermeras. No nos equivoquemos pensando que no tiene relación. Porque quién no demuestra lo que siente, pierde lo que quiere. Y quien pierde lo que quiere ya no tiene nada por lo que ilusionarse ni por lo que luchar.
Lo que está claro es que la indiferencia se convierte al final en un arma devastadora que a algunas/os, les interesa y gusta de utilizar de manera sistemática para evitar, por motivos tan irracionales como infantiles, que los cuidados adquieran la importancia que tienen y representan para la salud individual y colectiva. Tal como expresa de manera tan clara como precisa, Victoria Camps[7] “enseñar a respetar es enseñar a no hacer todo aquello que significa menosprecio o indiferencia hacia los otros”. Se trataría pues de llevar a cabo un proceso pedagógico, por parte de las enfermeras, de lo que son y significan los cuidados profesionales y aquellos que en el ámbito familiar prestan las personas con vinculación familiar o no, pero que suponen una red indispensable para la sostenibilidad de cualquier Sistema de Salud y para la consolidación de las redes sociales como recursos fundamentales de salud.
Tengamos bien presente, que la indiferencia es nuestro peor enemigo y no caigamos en la trampa de una supuesta y maliciosa imparcialidad. Porque la imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que, a su vez, es un nombre elegante para la ignorancia. Y la ignorancia es el mejor caldo de cultivo del olvido. Evitemos la alfabetización de la ignorancia que algunas/os promueven de manera tan maquiavélica como mezquina, para actuar con la impunidad que lo hacen..
Finalmente, quienes trabajan en contra de los cuidados lo hacen en proporciones similares de indiferencia y malicia, desde una engañosa actitud de defensa disciplinar, corporativa o científica que .no tan solo es falsa, sino que además está sustentada en la envidia y la irracional incoherencia de argumentos de exclusividad que realmente tan solo pretenden la exclusión. Y es que la indiferencia es la carta mejor jugada por la gente sin escrúpulos. Gente, que además disfraza cínicamente de cortesía y falsa adulación, hacia aquello o aquellos/as a lo/s que muestran indiferencia, y que no es más que una indiferencia perfectamente planificada. Porque la indiferencia no es casual, como casi nada, es causal. La indiferencia esconde sentimientos verdaderamente intensos que, son, precisamente, los que provocan, impulsan y mantienen tal indiferencia hacia algo o alguien, con el claro objetivo de impedir que pueda ser valorado por lo que aportan y, como consecuencia, , inducir a que a sean despreciados o minusvalorados por lo que sobre ellos se ignora. Indiferencia que, como aportase Jorge González Moore[8], “es el apoyo silencioso a favor de la injusticia”. Y es que finalmente la indiferencia es más fácil de asumir que la verdad sobre aquello sobre lo que realmente se pretende crear indiferencia, los cuidados. Lo que supone, como afirmara Tupac Shakur[9], “tener los ojos cerrados para siempre”.
Pero, con ser preocupante, al mismo tiempo que rechazable, la obstinada y obscena actitud mostrada por ese “monstruo grande que pisa fuerte” que refiere León Giesco en su canción, para conseguir que los cuidados sean indiferentes, lo verdaderamente nocivo es el efecto que, en este sentido, logra producir. Parafraseando a Lauren Oliver[10] el odio de quien desea y actúa para lograr la indiferencia no es lo más peligroso. Lo verdaderamente peligroso es la indiferencia que logra naturalizar en diferentes ámbitos de la sociedad y en la población.
Porque el monstruo grande que pisa fuerte actúa sobre toda la pobre inocencia de la gente, haciéndole creer que los cuidados no tienen importancia y que el poder del monstruo es lo único que debe ser identificado, valorado y respetado/temido por la gente.
Pero más allá de la pobre inocencia de la gente, existen determinados agentes, exentos de inocencia, que contribuyen a reforzar y amplificar, desde el ámbito de influencia en el que se integran y al que representan los medios de comunicación, el efecto de indiferencia en torno a los cuidados. Logrando hacer creer, desde la manipulación, el alarmismo, el sensacionalismo o la ignorancia, que el monstruo parezca cada vez más grande como producto de la contaminación que generan y de la invisibilidad provocada por el reduccionismo de su mirada en torno a la salud y sus protagonistas.
Ante esta polaridad exacerbada entre el monstruo de la sanidad y la enfermedad y la víctima propicia de los cuidados y quienes los prestan, cabe preguntarse sino es preferible un amor irracional a los cuidados o la más sesuda y potente, en apariencia, indiferencia. Considero, creo y defiendo que, tal vez, mi equivocada pasión moral por los cuidados y lo que los mismos representan y a quienes identifican y significan, es preferible a asumir la indiferencia que se pretende crear en torno a ellos, de manera similar a como describía Iris Murdoch[11].
Finalmente, lo que más miedo e inignación me produce toda esta historia es que las propias enfermeras hagan suya esta indiferencia hacia los cuidados. Porque desde la misma se sientan más seguras y/o confortables tal como expresa Susan Sontag[12] De tal manera que acabe, como expresa Antonio Gramsci[13], “siendo el peso muerto de nuestra historia”. Tal como dijera Georges Perec[14] “la indiferencia no tiene principio ni fin: es un estado inmutable, un peso, una inercia que nadie logra hacer tambalearse”
Por todo lo expuesto y sobre todo lo reflexionado, considero que ante la tenaz indiferencia que se pretende perpetuar sobre los cuidados, a las enfermeras, no nos queda otra que una pertinaz y activa resistencia, al tiempo que una rigurosa aportación de evidencias científicas que logren desmontar la falaz estrategia de quienes actúan defensivamente ante el miedo que les generan los cuidados, impulsando a provocar indiferencia hacia ellos, aún a sabiendas de que con ellos no pueden acabar.
Solo le pido a Dios que el cuidado no me sea indiferente y que la reseca muerte no me encuentre, vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
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[1] Diplomático, escritor y militante político francés. (1917-2013).
[2] Músico y cantante popular argentino (1951)
[3] Cantante de música folclórica argentina (1935-2009)
[4] Cantante, actriz y directora española (12951)
[5] Escritor, poeta, periodista y novelista francés (1844-192)
[6] Novelista, poeta, catedrático de Lengua y Literatura en el IES Alfonso X el Sabio de Murcia (1962)
[7] Filósofa española, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona (1941)
[8] Ingeniero, escritor y poeta británico y español (1974).
[9] Rapero, compositor y actor estadounidense (1971-1996)
[10] Escritora y empresaria norteamericana (1982)
[11] Escritora y filósofa irlandesa (1919-1999)
[12] Escritora, novelista, filósofa y ensayista, así como profesora, directora de cine y guionista estadounidense (1933-2004)
[13] Intelectual, filósofo, teórico marxista, político, sociólogo y periodista italiano /1891-1937)
[14] Fue uno de los escritores más importantes de la literatura francesa del siglo XX (1936-1982)