A PROPÓSITO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER Y LA NIÑA EN LA CIENCIA Más allá de las probetas, los cuidados.

                                                                   

                                                                         A todas las mujeres científicas, y en especial a las enfermeras, que han sido y siguen siendo silenciadas en nombre de la ciencia.

 

                                                           “La ciencia es una empresa que sólo puede florecer si se pone la verdad por delante de la nacionalidad, la etnia, la clase, el género y el color”

John C. Polanyi[1]

 

Celebramos un nuevo día internacional. En este caso el de la mujer y la niña en la ciencia.

Considero que es muy importante que se visibilice y valore la aportación, no tan solo significativa, sino trascendental de las mujeres a la ciencia. Y no menos importante, el primordial desarrollo de estrategias que trasladen la necesidad de derribar estereotipos y tópicos que siguen estableciendo una clara barrera en la identificación, por parte de las niñas, de lo que es y significa la ciencia, en su más amplio sentido del término, determinando, sin lugar a dudas, que se sigan manteniendo compartimentos estanco con relación al ideario que niñas y niños van construyendo en torno a sus elecciones profesionales de futuro y que tienen fiel reflejo en los juegos, los juguetes, los mensajes, los cuentos, la educación, la información, los comportamientos… que siguen presentes en nuestras sociedades.

Así pues, creo que más allá de la celebración puntual y sistemática del día conmemorativo, éste debería ser tan solo un acto que permitiese reflexionar anualmente sobre las acciones llevadas a cabo y los resultados, que en su caso, se hayan logrado. Lo contrario nos conducirá a una permanente sensación de fracaso y frustración, cuando no de abandono o rechazo tal como ya se está produciendo en diferentes contextos y ámbitos en los que la ciencia vuelve a instrumentalizarse como un arma machista contra las mujeres al considerarla como una ideologización por parte de quienes, paradójicamente, la utilizan como tal en sus planteamientos negacioncitas y contrarios a los derechos fundamentales de las mujeres[2],[3].

De inicio, creo que debemos reflexionar seriamente sobre la división aún existente, entre profesiones femeninas y masculinas que marcan de manera muy clara las opciones de elección de las mismas por parte de las/os niñas/os y las/os jóvenes.

El ideario social que sobre determinadas profesiones se sigue manteniendo en base a los roles asignados a niñas y niños desde prácticamente su nacimiento, es un claro hándicap a la hora de establecer una igualdad que sigue siendo más un deseo que una realidad. Desde esta perspectiva los cuidados, ligados a la salud o a la educación, han determinado la asignación de género tanto de las profesiones como de quienes acceden mayoritariamente a ellas, generando graves problemas de identidad, abandono o colonización de diferentes ámbitos profesionales -fundamentalmente los de mayor responsabilidad o visibilidad-, en los que, a pesar de la abrumadora proporción de mujeres, son los hombres quienes los ocupan… Problemas que acaban por determinar una desvalorización de las profesiones en su conjunto y de las competencias propias de sus respectivas/os profesionales. Por su parte los hombres que eligen dichas profesiones, en muchas ocasiones, tratan de masculinizar las mismas en un intento fallido, innecesario, antinatural y reaccionario. Porque no hay que confundir la importante aportación de las masculinidades, con la imposición de patrones y normas de comportamiento machistas. Es por ello que a día de hoy, en pleno siglo XXI, parece incomprensible que siga existiendo una identificación de los cuidados al margen de la ciencia y por derivación que quienes ejercen las profesiones ligadas a los cuidados no se consideren científicas/os.

Por otra, es cierto, que profesiones masculinas, históricamente ocupadas casi exclusivamente por hombres, han evolucionado hacia una incorporación progresiva de mujeres que, en algunos casos incluso, ha supuesto que sean mayoritarias donde antes eran residuales o inexistentes. Sin embargo, este significativo cambio no ha supuesto que se haya modificado el género de las profesiones que, lamentablemente, siguen siendo marcadamente masculinas, cuando no machistas. Este hecho supone que las mujeres que se incorporan a las citadas profesiones, lejos de cambiar sus comportamientos, los asumen como propios, perpetuando e incluso reforzando los roles masculinos que suelen generar relaciones de poder, exclusividad y exclusión tan características de las mismas. De tal manera que incluso se autoexcluyen de las ciencias comunes a las que pertenecen al entender que ellas son una ciencia única que no puede “mezclarse” con ciencias que consideran menores, en el mejor de los casos, o que desprecian mayoritariamente como tales. Pero, lo que resulta aún más incomprensible, triste y preocupante, es que la propia ciencia, en general, las universidades como cuna de la ciencia, y la sociedad, lo asuman como natural y no tan solo lo acepten, sino que lo favorezcan, contribuyendo a una, cada vez mayor, radicalización y división de género entre profesiones y profesionales[4].

Lo apuntado, permite entender que los hombres que deciden estudiar enfermería o magisterio, por ejemplo, se revuelvan y se sientan heridos en su masculinidad si se les denomina enfermeras o maestras o se les asocie con el cuidado, sobre todo aquel que socialmente está más relacionado con la mujer. O que las mujeres que estudian medicina se autodenominen como médicos, como respuesta ligada al subconsciente masculino de la medicina que ejercen. Algo que, más allá de una anécdota, es un claro ejemplo de las respuestas machistas de las disciplinas, que son trasladadas de manera automática y potente, a la imagen e identidad que la sociedad tiene de las/os profesionales que las ejercen. Nadie llama, por ejemplo, a una médica, chica o nena, como se hace tan habitualmente cuando se dirigen a las enfermeras.

Todo lo cual, además, se reproduce, de manera tan clara como descarada, en acciones como la que un medio de comunicación, en un torpe intento por mostrarse inclusivo e igualitario, lo que hace es ejercer exclusión hacia una parte de las/os profesionales a quienes, supuestamente quiere reconocer, en el premio de las Sanitarias, constituyendo un Jurado de mujeres líderes en el que no hay ni una sola enfermera. Posiblemente porque consideren que entre las enfermeras no existen mujeres líderes[5].

Por último están aquellas profesiones que socialmente siempre han sido asignadas a los hombres por razones tan irracionales como reprochables, ligadas a la identificación de la mujer como ser inferior, de menor nivel intelectual, de peor capacidad de trabajo… por lo que no estaban capacitadas para estudiar y mucho menos trabajar como profesionales de dichas disciplinas. Por tanto, se han convertido en reductos masculinos en los que las mujeres no tan solo deben trabajar por superar unos estudios que, más allá de su complejidad, han sido revestidos de una dificultad artificial para otorgarles mayor reconocimiento científico y social, sino que deben demostrarlo de manera más contundente que sus compañeros, al seguir presente la idea de que dichos estudios no está al alcance de las mujeres, lo que propicia una “reserva natural y protegida” de masculinidad.

Pero, más allá, de esta separación de género disciplinar/profesional, debemos destacar lo que continúa siendo un imaginario común en relación con la Ciencia. Tan solo hay que ver las imágenes relativas a la conmemoración de la mujer y la niña en la ciencia, en las que de manera prácticamente general se relaciona a la Ciencia con los tubos de ensayo, las probetas, los laboratorios o los microscopios, de tal manera que toda disciplina que no se relacione con dichos instrumentos, queda sistemáticamente excluida de la Ciencia, al menos de manera gráfica, que es tanto como decir que es el resultado de ser aceptado y asumido como algo normalizado.

Por otra parte la ciencia se ha asimilado, de manera casi automática y exclusiva, con la investigación positivista. De tal manera que toda aquella investigación que no se ajuste a los parámetros cuantitativos es minusvalorada o ignorada.

De tal manera que, nuevamente, se establece una separación, al margen de la ciencia, la razón, la evidencia e incluso el respeto, entre disciplinas que se reconocen indefectiblemente como científicas y aquellas otras que luchan por ser consideradas como tales, pero a las que les resulta muy difícil conseguirlo por las concepciones preestablecidas que siguen generando una permanente barrera para su identificación y valoración a nivel social, institucional, económico… que finalmente genera desigualdad en muchos aspectos pero de manera muy especial establece una clara separación de género, con consecuencias que van mucho más allá de la ciencia.

La importancia de las mujeres y las niñas en la ciencia, supone mucho más que el reduccionismo científico establecido y que, lamentablemente, se asume como lógico y natural. La Sociología, la Historia, la Filología, la Filosofía, la Pedagogía, la Enfermería… son ciencias tan dignas, rigurosas o respetables, como cualquiera otra, No reconocerlas, valorarlas o respetarlas como tales, supone despreciar aspectos tan fundamentales como la ciencia que se encarga del análisis científico de la sociedad humana (Sociología), la ciencia que estudia los sucesos del pasado a través de sus diferentes fuentes y metodologías (Historia), la ciencia que estudia las culturas tal como se manifiestan en su lengua y en su literatura (Filología), la ciencia que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad (Filosofía), la ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza, especialmente la infantil (Pedagogía), la ciencia encargada del cuidado en salud humana (Enfermería). Lo que nos lleva a relegar al olvido a la propia sociedad y su pasado, sus tradiciones y lenguas, el conocimiento humano, la educación como vehículo de desarrollo y crecimiento para lograr un pensamiento crítico, o el cuidado como respuesta a las múltiples necesidades humanas de las personas, las familias o la comunidad. Si todo esto lo ignoramos como ciencia, lo relegamos a un plano de intrascendencia, subestimamos sus aportaciones o las negamos, desacreditamos su complejidad o la subsidiamos a otras ciencias… estamos negando a la ciencia como conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente, más allá de los laboratorios o los estudios cuantitativos.

Querer, como tristemente se hace, utilizar a la Ciencia contra la propia Ciencia es una estrategia mezquina, perversa y desestabilizadora de la vida humana y de las sociedades en que se desarrolla, por intereses que nada tienen que ver con fines científicos, sino con objetivos oportunistas, economicistas, de luchas de poder, de autoritarismo y finalmente de desprecio por y hacia la ciencia. Si a ello añadimos la, aún más despreciable si cabe, utilización que de la mujer se hace con relación a la ciencia y el intento por relegarla junto a las consideradas ciencias “menores” al ostracismo, nos encontramos con una clara maniobra de manipulación que se vende como respuesta salvadora a la amenaza feminista y científica, cuando realmente lo que se pretende es subyugar, es decir, avasallar, sojuzgar y dominar, tanto a la ciencia como a la mujer, por considerarlas enemigas de la supremacía masculina y del imperialismo neoliberal.

Ni la ciencia, ni las mujeres, son moneda de cambio de nada, ni instrumentos para la confusión y la confrontación, ni realidades que puedan modelarse de manera caprichosa, ni están al servicio de ninguna ideología.

Por todo ello resulta necesario e imprescindible que se reconfiguren los mensajes, se analicen los contenidos, se reformulen los planteamientos, se establezcan criterios de equidad, igualdad y libertad reales, se modifiquen las normas y los valores que rigen la perspectiva de género y la ciencia, si realmente queremos que tanto las mujeres y las niñas como la ciencia adquieran el valor que tienen y no tan solo el que se les quiere otorgar para responder a las oligarquías políticas que tratan de establecer un nuevo orden a través del caos.

Trabajemos para lograr la dignidad y respeto que merecen las mujeres y las niñas. Para que contribuyan a dignificar la ciencia que permita mejorar la vida de las personas, al margen de juegos de intereses sin interés alguno por las mujeres y la ciencia.

Nadie por el hecho de ser de uno u otro género o por ser profesional de una u otra ciencia, es mejor que nadie. La capacidad, la competencia, la responsabilidad, no son exclusivas por razones de género o ciencia.

Enfermería, como ciencia/disciplina y profesión femenina que es, al margen de quienes sean sus profesionales, merece ser considerada, valorada y respetada como ciencia, lo que conllevaría a que se considerase, valorase y respetase a las mujeres y a la ciencia, como corresponde. Lo contrario es atentar contra la dignidad humana y la evidencia científica.

[1] Frase adaptada de la dicha por el químico canadiense, de origen húngaro, galardonado con el Premio Nobel de Química del año 1986 (1929): “La ciencia es una empresa que sólo puede florecer si se pone la verdad por delante de la nacionalidad, la etnia, la clase, y el color”

[2] https://www.eldiario.es/sociedad/borrado-ciencia-debemos-defender-agridulce-11-febrero_129_12042290.html

[3] https://www.nytimes.com/2025/02/02/upshot/trump-government-websites-missing-pages.html

[4] https://sindicatomedicoclm.es/estatuto-propio-para-la-profesion-medica-y-facultativa-del-sistema-nacional-de-salud/

[5] https://www.redaccionmedica.com/secciones/sanidad-hoy/un-jurado-de-mujeres-lideres-para-los-viii-premios-sanitarias-5372?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2025-02-12&utm_campaign=boletin

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