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“Las leyes son como las telas de araña, a través de las cuales pasan libremente las moscas grandes y quedan enredadas las pequeñas.”
Honoré de Balzac[1]
Ahora que está planteándose la elaboración de una denominada Ley de ratios, me parece importante reflexionar sobre qué se pretende y qué se quiere conseguir con esa Ley.
Venimos de oír de manera permanente y machacona, la reivindicación de falta de médicos y enfermeras, a las que ahora se han unido los psicólogos, entre otras/os profesionales en el ámbito de la salud.
Se han manejado y se siguen manejando los datos que determinados organismos nacionales e internacionales publican periódicamente sobre el número de profesionales asignadas/ a un número de población determinada. Y según esos datos existe una carencia clara de enfermeras y un excedente de médicos con relación a los números del resto de países sobre los que se lleva a cabo el análisis. Estos estudios, pues, son utilizados para argumentar la reivindicación de más enfermeras o para cuestionar su validez, por parte de los médicos, por entender que son datos sesgados que no se corresponden con la realidad de nuestro contexto.
Pero, más allá de la validez de los estudios comentados y de la percepción que cada colectivo pueda tener sobre la falta de profesionales, lo que es una realidad es la falta de criterios serios y rigurosos que justifiquen la asignación de profesionales, más allá de las que van ligadas a un número determinado de población con independencia del contexto, de las necesidades, de los cuidados, de la vulnerabilidad, de la accesibilidad… entre otras variables que no se contemplan en ningún caso. Lo que acaba generando que existan centros o servicios sobredimensionados en contraposición a otros infradimensionados. Que es lo que suele suceder cuando se da café para todos, aunque no a todos les guste, lo necesiten, lo aprecien o lo merezcan.
Porque lo que se está reclamando, con argumentos no siempre serios y con razones sustentadas en falacias, medias verdades, trampas o argucias, es que haya un aumento lineal de profesionales.
En este sentido, pues, seguir esgrimiendo el exceso de demanda, el colapso de los servicios, la falta de tiempo… sin hacer un análisis profundo y riguroso sobre cuáles son las verdaderas causas que generan todos esos problemas y esquivando permanentemente realizar una autocrítica sobre cuál es el peso que sobre los mismos tiene la actuación de las/os profesionales, es una irresponsabilidad y una falta absoluta de ética, que se asume con absoluta normalidad a pesar de lo reprobable que resulta.
Porque el aumento de la demanda y el colapso que genera, no es algo que se produzca de manera casual, ni mucho menos es producto de la irresponsabilidad de las personas que acceden a los servicios o que demandan atención, como se relata insistentemente tratando de tirar balones fuera.
El paternalismo, el protagonismo profesional, la resistencia a la participación en la toma de decisiones por parte de las personas, la abusiva e innecesaria medicalización, el uso indiscriminado de la tecnología… con los que se ha actuado durante décadas por parte, fundamentalmente de los médicos, son las verdaderas razones, aunque no se quieran reconocer, que han conducido a un mal uso de los recursos de atención, por parte de la población, y a un posicionamiento de victimismo permanente, por parte de las/os profesionales. Lo que conduce a una vía muerta en el que la inacción, el inmovilismo y la queja permanente son la única respuesta que se plantea. Y cuando no, se esgrime un mantra calculado y malicioso, en base al que se reclama un tiempo mínimo y estándar de atención, por parte de quienes no saben o no quieren gestionar el tiempo del que disponen con criterios de priorización y planificación. Todo lo cual conduce a un caos que, paradójicamente, es utilizado como bumerang para reclamar más profesionales. Se genera la tormenta perfecta para lograr sacar provecho. A lo que hay que añadir la utilización vergonzosa que hacen de la población captándola, con engaños, como aliada de sus reivindicaciones en contra del sistema y de quien lo gestiona. Gestión que, de nuevo paradójicamente, está en manos de profesionales de la misma disciplina que reclama, y que no son capaces de satisfacer sus demandas, pero tampoco de solucionar el problema de un modelo caduco, ineficaz e ineficiente, que mantienen. Lo que da lugar a pensar que ni pueden contentar a los “enfadados” ni quieren cambiar el modelo que ellos mismos, como colectivo, han diseñado, manipulado y mantenido a pesar de su evidente deterioro.
Por otra parte, los mismos que se quejan de una abrumadora demanda y un estrés permanente, defienden con un celo enfermizo y exento de argumentos razonables y racionales, su amurallado marco competencial por entender que se les intenta invadir y usurpar. De tal manera que actúan como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. La resistencia a que otras/os profesionales asuman competencias o que accedan a puestos de toma de decisiones que, en ambos casos, ellos consideran de su absoluta exclusividad, conduce a situaciones kafkianas que tan solo se sostienen gracias al mantenimiento de normativas como el Estatuto Marco, la Ley del Medicamento o la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS), entre otras, que protegen sus posicionamientos, negándose a que se cambien. Así pues, cuestionan que una enfermera pueda diagnosticar y prescribir una infección de orina, pero admiten que pueda hacerlo la Inteligencia Artificial. Cuestionan que una enfermera gestione, a pesar de tener competencias, capacidad y méritos para hacerlo, exponiendo como única razón el que sea enfermera, mientras asumen y aceptan que lo haga un biólogo, un economista o un arquitecto. Cuestionan que una enfermera pueda tomar decisiones sobre los problemas de salud que afronta, argumentando que son competencia clínica exclusiva de ellos, mientras admiten que los farmacéuticos hagan negocio en base a ese mismo afrontamiento. No cubren las plazas ofertadas de especialización en medicina familiar y comunitaria por no serles de interés, pero se atrincheran en defensa del espacio que han constituido y construido como exclusivo, aunque ello suponga su progresivo deterioro. Y así podría seguir relatando excentricidades, incoherencias, disparates… de igual o parecida magnitud, a pesar de los múltiples ejemplos que contradicen y ridiculizan sus posicionamientos en muchos países, en los que estas cuestiones no es que estén plenamente superadas, sino que se consideran algo natural y racional.
En este escenario de permanentes y caprichosas demandas, similares a las de un/a niño/a que patalea para lograr el caramelo, últimamente se ha incorporado, aprovechando la “moda de la salud mental”, la reivindicación de los psicólogos para que se aumente el número de dichos profesionales como única forma de solucionar los problemas de salud mental en todos los ámbitos de nuestras vidas – escolar, laboral, ocio, desastres…- Sin duda, se ha identificado un nicho de empleo fantástico del que se excluye sistemáticamente a otras/os profesionales, como las enfermeras especialistas en salud mental. Enfermeras que, aun teniendo los conocimientos, las habilidades y las competencias para responder con total garantía y calidad a muchas de las necesidades de salud mental, desde una perspectiva de atención integral y de cuidados alejada de los psicofármacos que se están utilizando como remedio universal, se siguen ignorando.
Ser facultativo se deriva o depende de la facultad o poder para hacer algo y no el TODO que sería lo que otorgaría dicha facultad a una sola disciplina. Lo mismo que ser doctor es un grado académico que no es exclusivo de ninguna disciplina y por tanto no debería ser utilizado de manera excluyente como se hace. Estaría bien que dejasen ya de ejercer su absolutismo disciplinar y pasasen a asumir la competencia compartida en la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, la atención, la rehabilitación y la reinserción de las personas. Posiblemente, si fueran capaces de asumir con humildad que la salud es demasiado importante para que tan solo ellos puedan decidir qué hacer y quién debe hacerlo, se empezaría a poder solucionar algunos de los males que afectan a la salud y al sistema de salud que tan enfermo está.
Todo este cúmulo de despropósitos que utilizan, sobre todo, aquellas organizaciones que dicen representar a los médicos, no tan solo paralizan el sistema y conduce a un empeoramiento progresivo del mismo, sino que genera un enfrentamiento que, en realidad, no existe en la gran mayoría de los centros y servicios en el día a día del trabajo compartido. Pero que tienen el cuajo de emplearlos para reclamar un aumento de plazas que no se sostiene, pero que se mantiene como discurso corporativista y antienfermero.
Que nadie se lleve a engaño, ni caiga en el canto de sirenas de estos manipuladores. El aumento de profesionales, con ley de ratios o sin ella, no va a solucionar el problema actual del sistema de salud. Se ha demostrada en todas aquellas ocasiones que, habiendo sucumbido a sus reclamaciones, se aumentaron el número de profesionales, a bulto, sin que ello modificase en absoluto la situación y contribuyese no ya a su solución, sino ni tan siquiera a su mejora. Blanco y en botella.
Porque plantear una Ley de ratios sin previamente haber ordenado la profesión enfermera en la que sigue sin definirse las competencias que deben asumir las enfermeras especialistas con relación a las generalistas. Sin que se sigan sin creen plazas específicas de especialistas. Sin que se conozca las enfermeras que trabajan en el sistema y dónde lo hacen. Sin que se garantice que las enfermeras especialistas podrán trabajar en el ámbito de su especialidad. Sin que se adecuen las plazas de formación especializada en base a criterios de necesidades reales y no de intereses políticos. Sin que se pondere la complejidad de cuidados. Sin que se identifique la vulnerabilidad. Sin que se revise el actual modelo de formación especializada enfermera que está mediatizada y subsidiada a la especialización médica en unas unidades multiprofesionales que no garantizan la calidad de dicha formación. Sin que se revisen los planes de estudios de las enfermeras en la universidad que permitan responder a las necesidades de cuidados de la comunidad y no a las del sistema de salud como principal “contratante”. Sin que se tenga en cuenta la dispersión geográfica… es, no tan solo una temeridad, sino una absoluta barbaridad que acarreará que, la supuesta Ley, nazca muerta o herida de gravedad.
Mientras se sigan manteniendo posicionamientos que obedecen tan solo a intereses corporativos de lobbies perfectamente identificados e igualmente admitidos y tolerados, va a resultar muy complicado avanzar en la mejora del sistema de salud.
No se trata tanto, que también, de un problema de personal, como de un problema estructural y de organización.
Si en lugar de escuchar y hacer caso a las voces de la ignorancia y la mediocridad, se tuviese la capacidad de observar, escuchar y tomar decisiones razonables y razonadas, cuando esas se elevan en medio del caos que provocan, a lo mejor, se podría empezar a tener alguna esperanza de avance y cambio. Si, por el contrario, en un contexto donde dichos lobbies siguen chillando para silenciar al resto y ser escuchados ellos exclusivamente, se tuviese el valor de la calma, el discernimiento y la paciencia como herramientas para actuar con sabiduría, a lo mejor, se acabaría con locura del disparate. Pensar y asumir que, por el hecho de tener una determinada titulación, se tiene el derecho y el privilegio de decir y hacer todo aquello que se les ocurra, sin tener en cuenta que la inteligencia, no la otorga los títulos logrados o los supuestos conocimientos adquiridos, resulta también necesario que se tenga en cuenta. Es preciso, pues, que recordemos siempre que no es necesario demostrar nada a quien no está dispuesto a escuchar. Tan solo desde esa actitud, que tiene poder y dignidad, será posible vencer a la mediocridad que se dedica a chillar pensando que de esa manera va a tener más razón o va a ser más respetado, cuando lo que pasa es que se pone de manifiesto el ruido de su ignorancia y el temor de su intolerancia, pero que lamentablemente sigue vigente logrando sus propósitos.
El Sistema de Salud tiene que dejar de ser, de una vez para siempre, el cortijo de unos pocos en detrimento de la mayoría. La salud es demasiado importante para que siga siendo negada desde la trascendencia de la enfermedad y el protagonismo de quienes la protegen. La salud es demasiado importante para que nadie intente asumir en exclusiva su propiedad facultativa.
En una sociedad que demanda cada vez más cuidados. En un sistema de salud en el que los cuidados son fundamentales en todos los ámbitos de atención. En un contexto político y económico en el que los cuidados son la base de la atención… seguir negando su valor, invisibilizando su existencia, relativizando su aportación, supone un error de consecuencias muy graves para la salud de las personas, las familias y la comunidad, que no debería seguir aceptándose como algo inevitable. Resulta, por tanto, fundamental que el marco estratégico de cuidados (IMACU) sea lo antes posible una realidad que permita articular la atención a la salud y facilite que la asignación de profesionales deje de obedecer a intereses corporativos para ajustarse a necesidades reales y sentidas de las personas y no a las percibidas exclusivamente por las/os profesionales, sean estas/os las/os que sean.
La Ley de ratios, debe vencer las paradojas, los sofismas, los mantras y todo aquello que persista en ocultar una realidad que a algunos no les gusta y por tanto, se esfuerzan en construir otra paralela en la que seguir disfrutando de su zona de exclusivo confort. Porque como dijera Platón[2] “el legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos”.
Sin duda, las presiones son muchas, pero las razones que lo aconsejan son más potentes y deberían superarlas si, a pesar de todo, se cuenta con la coherencia y la voluntad política, profesional y social de quien tiene la responsabilidad y capacidad de llevarlo a cabo, acabando, de una vez por todas, con las paradojas, los sofismas y las mentiras.
[1] Novelista y dramaturgo francés, representante de la llamada novela realista del siglo XIX (1799-1850)
[2] Filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles (427 a.C. – 347 a. C.).