TOC DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Las manías no las curan los médicos

“Ahí radica el verdadero poder de los medios masivos: son capaces de redefinir la verdad”.

Michael Medved[1]

El trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) es un trastorno caracterizado por pensamientos intrusivos, recurrentes y persistentes que producen inquietud, aprensión, temor o preocupación, y conductas repetitivas denominadas compulsiones, dirigidas a reducir la ansiedad asociada, neutralizar los pensamientos o prevenir un evento temido.

En base a dicha definición voy a centrar la reflexión que voy a compartir esta semana.

Si bien es cierto que la citada definición se ajusta bastante al tema que hoy me ocupa y también me preocupa, no es menos cierto que la misma tiene algunos aspectos que no encajan o se distancian del mismo.

El papel de los medios de comunicación con relación a la salud y todo lo que a su alrededor genera información ha sido y sigue siendo objeto de análisis y debate.

No seré yo quien cuestione la importancia de los medios como canales fundamentales de información y de comunicación/información con la sociedad. Considero que es un hecho incontestable el peso específico y la influencia que los mismos tienen. Pero, precisamente por ello, es por lo que su intervención como difusores de la información en un tema tan sensible como la salud, tiene no tan solo una gran repercusión, sino también, un impacto que no siempre es positivo y, lo que es más preocupante, no siempre es real, cierto y contrastado.

El problema, con serlo, no es del todo imputable a las/os periodistas y a los medios en los que desarrollan su actividad, aunque tampoco quedan libres de toda responsabilidad.

El modelo que impregna al Sistema Nacional de Salud (SNS) es, sin duda, el principal culpable de una intoxicación informativa como resultado de la manipulación, distorsión, control… que, el citado modelo, ejerce sobre el propio SNS y su proyección a la sociedad, tanto de manera directa como indirecta, a través de los medios de comunicación.

Los tantas veces comentados, sin que por ello deje de ser necesario insistir en su recuerdo, efectos perversos del modelo, tales como el excesivo, cuando no exclusivo, control médico, que minimiza, oculta e ignora a otros agentes de salud tanto profesionales como comunitarios. La medicalización que sobre el mismo se realiza con los efectos que provoca, paradójicamente, en la salud de la ciudadanía e incluso de la comunidad. El paternalismo con el que se actúa, generando una clara dependencia de las personas con el sistema y sus recursos, tanto materiales como personales/profesionales, con su consecuente ausencia de participación ciudadana en la toma de decisiones sobre sus procesos de salud/enfermedad y en la salud comunitaria. La focalización exclusiva y excluyente en la enfermedad, desplazando la salud a un ámbito puramente anecdótico del que se ignoran los determinantes sociales que hace enfermar al propio SNS y por derivación a la sociedad. La dependencia de la industria farmacéutica, de la tecnología y de los lobbies corporativistas que mediatizan la toma de decisiones y deshumanizan la atención dando la espalda a los determinantes morales. El reduccionismo interesado, perverso y sibilino, aunque cada vez llevado a cabo con menor pudor, al que se somete a los cuidados profesionales. El permanente hostigamiento ejercido sobre las enfermeras al considerarlas una amenaza a los intereses corporativistas de la clase médica más rancia, inmovilista y trasnochada. La presión a la que se somete a los medios de comunicación con mensajes que impidan cualquier otra visión que no sea la del modelo que tratan en todo momento de perpetuar. La sistemática desvalorización llevada a cabo hacia la Atención Primaria y todo lo que la misma representa como estrategia para valorizar y centrar la atención en el Hospital, como recurso claro de enfermedad, jerarquización y curación, en detrimento de la promoción de la salud, la participación comunitaria y la propia salud… Son tan solo algunos de los determinantes que provocan los efectos indeseables, aunque deseables para quienes precisamente los provocan, que impactan, no tan solo en la imagen, sino también a cómo responde el SNS ante las necesidades y demandas de la sociedad.

Por su parte, las listas de espera, las demoras, la presión asistencial, la saturación… son resultado y consecuencia del modelo descrito y no, como se pretende hacer creer, de la falta de responsabilidad individual y colectiva de la ciudadanía o a la falta de personal. Algo que se traduce, por otra parte, en un aumento progresivo de contratación de pólizas de seguros médicos privados que provoca una clara falta de equidad y accesibilidad a un derecho fundamental como es la atención a la salud universal y a un rentable negocio del que se benefician quienes, precisamente, contribuyen a perpetuar el modelo.

Estamos pues, ante un contexto viciado, contaminado, patogénico, irracional, reduccionista, rentista, enfermo… que ha sido “diseñado” para mediatizar y condicionar tanto a la sociedad, que es esclava del Sistema, y de quienes lo tienen secuestrado, en un remedo de síndrome de Estocolmo[2], como a los medios de comunicación que, en la mayoría de las ocasiones -al menos así quiero pensarlo e identificarlo- actúa como cómplice involuntario para perpetuar el modelo. Difundiéndolo, potenciándolo y confundiendo a la población a la que se dirige, a través de una información distorsionada dictada por quienes se erigen en protagonistas únicos de un SNS modelado a su imagen y semejanza. Perpetuando su nicho ecológico, aunque ello suponga un deterioro progresivo de una atención que nunca se logra, por limitarse a una asistencia fragmentada y focalizada en los casos agudos de enfermedad, en la que la persona pasa a ser un sujeto prescindible.

Un modelo absolutista desde el que, el resto de agentes de la salud, profesionales o no, cualquier otro sector social o la población en su conjunto son identificados e incluso tratados, como súbditos y vasallos, sin más derecho que el de obedecer las órdenes prescritas.

El dictado de esa narrativa corporativista, lo recogen, lo dan por bueno e incluso lo magnifican los medios de comunicación, al dar por sentado que se corresponde con la realidad y que todas las deficiencias, carencias, disfunciones… del SNS son consecuencia del maltrato al que les somete el propio Sistema con condiciones laborales y salariales muy “precarias” y una gran falta de médicos que son las causas principales del mal funcionamiento del SNS. Algo que desmienten, los reiterados datos aportados por organismos internacionales como la OCDE, al reflejar que en España no existe la falta de médicos que se reclama de manera tan insistente como ausente de argumentos rigurosos. Todo ello sin que realicen autocrítica alguna sobre su actuación, al considerarse inefables.  Están convencidos de que los errores les restan valía y les exponen a la humillación o desaprobación social. El miedo a la reacción social, por ende, generara una resistencia a reconocer los errores haciendo culpables de los mismos a terceras personas.

Pero al contrario de lo que pueda parecer, el temor a la reacción social responde a un ego frágil. Al depender de la aprobación ajena, suelen ver los errores como situaciones profundamente amenazantes, de manera que su ego no los tolera y los niega. Por ello, aceptar que se equivocan equivale a un duro golpe a su autoestima, por lo que ponen en marcha un mecanismo de defensa que les lleva a distorsionar la realidad para que se amolde a sus ideas.

Su rigidez les impide retroceder ni un ápice, en sus ideas y planteamientos, no reconociendo sus equivocaciones, aunque se trate de hechos irrefutables como los que estamos planteando. Esa rigidez, muy a su pesar, no es sinónimo de fortaleza, como quieren hacer creer, sino de debilidad. De tal manera que su defensa férrea a dichos hechos, realmente no es por convicción sino para proteger su ego de protagonismo exclusivo y excluyente. Por tanto, al no reconocer sus errores ponen de manifiesto una debilidad que tan solo son capaces de contrarrestar con la fuerza de su autoridad corporativista desde la que mantener un control férreo sobre “su” modelo que, a su vez, imponen para el conjunto del Sistema.

Las reivindicaciones corporativistas, que se asumen como ciertas, son tan solo la consecuencia del idílico cuento de hadas en el que han convertido su particular espacio profesional. Un espacio en el que se presentan como los “príncipes azules” que protegen y guardan a la sociedad de la enfermedad, como si de dragones se tratase, luchando contra todo aquello y aquellas/os que identifican como enemigas/os de su cruzada particular. De tal manera que hacen que se vea como real lo que no deja de ser un efecto Fata Morgana[3] producto de la imagen distorsionada que generan y que proyectan gracias a los Medios de Comunicación. De tal manera que, al final, una gran mayoría de la sociedad acaba creyéndose que el cuento es la realidad, sucumbiendo al vasallaje sanitarista impuesto.

Porque una cosa es reconocer la incuestionable aportación que realizan y otra muy diferente situarlos en los altares para ser adorados y protegidos de cualquier comentario, idea o planteamiento que inmediatamente consideran una “ofensa” a su estatus.

Son muchos los ejemplos que diariamente se leen, ven y escuchan a través de lo medios y que, evidentemente, acaban calando en el imaginario común de la población.

Es muy difícil que los medios hagan una valoración inclusiva de una acción, hecho o intervención de salud. De manera generalizada y reiterativa se refieren a ello desde expresiones como intervención médica, equipo médico, asistencia médica… aunque aquello de que se está hablando sea el producto de un trabajo multidisciplinar en el que, en muchas ocasiones, ni tan siquiera, la aportación médica es la más relevante.

Estar en los márgenes -que no en la marginalidad-, en la periferia -que no en aislamiento-, no significa en ningún caso, que las aportaciones que realizan las/os profesionales que allí se sitúan, junto a la comunidad a la que atienden, en ese modelo egocéntrico, centralista y de fuerza centrípeta, no sean importantes y trascendentes. Porque tienen competencias reconocibles y reconocidas que les otorgan la autoridad, responsabilidad y facultad para tomar decisiones de manera autónoma y consensuada con la población. Es decir, hace tiempo, que tanto profesionales como ciudadanía, dejaron de ser súbditos y vasallos, para adquirir la condición de “ciudadanos” libres con derecho a decidir y actuar, a pesar de las resistencias y presiones que aún hoy se mantienen.

Recientemente un columnista hablando del gasto militar que se exige desde la Comunidad Europea exponía, si no sería mejor dedicar ese dinero para contratar pediatras en Atención Primaria (sic). Curioso, cuanto menos, que este señor desconozca que los pediatras no quieren trabajar en Atención Primaria (AP) por no considerarlo un contexto de trabajo atractivo. Que España es uno de los pocos países que incorpora pediatras en AP al considerarse que la atención mayoritaria a niñas/os y adolescentes es de promoción de la salud y preventiva y que por tanto se lleva a cabo mayoritariamente por parte de enfermeras. A pesar de lo cual identifica como prioritaria dicha contratación, cuando lo que es una prioridad es la Atención en Salud de calidad a la población infantil y juvenil, que no pasa porque sea imprescindible que la lleven a cabo pediatras.

En La Rioja, por ejemplo, el pasado mes se inauguró un nuevo Centro de Salud. La prensa escrita de dicha comunidad se hacía eco de dicha noticia con el siguiente titular “el centro de salud de la Villanueva dará servicio desde el lunes con 44 profesionales médicos”. Dicho titular es confuso e incorrecto. Y lo es porque da a entender que en dicho centro de salud tan solo atenderán médicos, o que los profesionales a los que hace referencia, sean médicos o no, son profesionales médicos de manera genérica. Ambas posibles interpretaciones se alejan de la realidad, porque en el citado centro se atenderá a la población por parte de 44 profesionales de la salud (médicos, enfermeras, matronas…).

Repito que la casuística daría para mucho, pero creo que como botón de muestra es suficiente para hacernos una idea de lo mediatizados que están los medios y como estos, a su vez, mediatizan a la sociedad en su conjunto gracias a la simbiosis que se establece entre unos y otros.

Volviendo al principio de mi reflexión y tras lo comentado podemos identificar como algo bastante cercano a un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) la actitud de los medios con relación a la Salud, la Sanidad y, sobre todo, sus profesionales. Porque a pesar de los avisos, escritos, correcciones… que se les hacen llegar incidiendo en el error de sus contenidos informativos, el resultado continua siendo el de reiterar compulsiva, reiterada y recurrentemente los mismos mensajes de confusión, distorsión, interpretación… de una realidad que se resisten a identificar, entender y difundir de manera correcta, objetiva y alejada de las presiones mediáticas de determinados lobbies que dictan aquello que interesa sea conocido y aquello que debe permanecer oculto o deformado a través de compulsiones informativas.

La salud es demasiado importante y debe entenderse como un derecho en el que son muchos los agentes profesionales, sociales, comunitarios, políticos… que intervienen en su promoción y atención. Eclipsar dicha diversidad desde la fascinación a un único agente es contribuir a distorsionar su verdadero sentido y participar en su deterioro. Hay que tratar de evitar que, como dijera Graham Greene[4], “Los medios de comunicación sean sólo una palabra que ha venido a significar mal periodismo”.

Los TOC pueden corregirse, aunque lo primero que se debe reconocer y aceptar es que las manías no las curan los médicos. Para ello, primero, hay que ser conscientes de padecerlos y en segundo lugar hay que tener la voluntad de corregirlos. Lo contrario, nos sume a todas/os en una contaminada, tóxica y nociva atmósfera informativa que cada vez nos condiciona y confunde más.

[1]  Presentador radiofónico, autor, comentarista político y crítico de cine estadounidense (1948)

[2] Es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo1​ con su secuestrador o retenedor.

[3] Espejismo o ilusión óptica que se debe a una inversión de temperatura. ​Objetos que se encuentran en el horizonte ―como, por ejemplo, islas, acantilados, barcos o témpanos de hielo― adquieren una apariencia alargada y elevada, similar a «castillos de cuentos de hadas».

[4] Escritor, guionista y crítico literario británico (1904-1991)

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