EL CUIDADO COMUNITARIO QUE TRANSFORMA Liderazgo en un marco Iberoamericano de cuidados

“La realidad está equivocada, los sueños son reales.”

Tupac Shakur[1]

 

En un mundo donde los sistemas sanitarios tienden a la fragmentación, la eficiencia medida en tiempos y costes, y una creciente tecnificación de la atención, las enfermeras comunitarias apuestan con decisión por un principio poderoso: cuidar es transformar. Cuidar es reconocer la dignidad en medio de la precariedad, es tejer vínculos allí donde las estructuras se rompen, es, en definitiva, practicar la justicia desde lo cotidiano. Con esta reflexión busco poner en valor la ética del cuidado enfermero en el ámbito de la salud comunitaria, desde una perspectiva de abogacía para la salud, los derechos humanos y la justicia social, atendiendo a tres niveles fundamentales: la persona, la familia y la comunidad, en el marco de un contexto Iberoamericano de enfermería.

Desde este enfoque, el cuidado enfermero se revela como una práctica transformadora: no se limita a la gestión técnica de actividades y tareas, sino que reconfigura las relaciones entre enfermeras y ciudadanía, visibiliza las injusticias estructurales que deterioran la salud y moviliza activos para la salud y recursos comunitarios ocultos o infrautilizados. Cuidar desde la ética y la comunidad implica cuestionar las lógicas verticales del sistema, apostar por la corresponsabilidad, y poner el foco en las condiciones de vida como epicentro de las políticas de salud. Por eso, el cuidado enfermero es profundamente político: porque nombra lo que duele, conecta lo que está fragmentado y propone nuevas formas de habilitar los vínculos y los territorios.

Es cierto, que no todo el cuidado es profesional, ni todo cuidado profesional es enfermero. El cuidado, como ya he dicho en numerosas ocasiones, es patrimonio de la humanidad. Existen múltiples formas de cuidado —informal, familiar, comunitario… e incluso publicitario— que sostienen la vida cotidiana y cuyo valor es incuestionable. Aunque hay quienes quieren patrimonializar, o cuanto menos, colonizar el cuidado con fines que se alejan, y mucho, del verdadero sentido y sentimiento del cuidado, como se demuestra con acciones que, con absoluto descaro, se apropian del cuidado comunitario con fines absolutamente mercantilistas por parte de quienes, precisamente, sostienen, mantienen y perpetúan los modelos patogénicos (farmacéuticas, seguros privados y lobbies de presión) a través de espacios de propaganda y marketing engañoso y manipulado a lo que, sorpresivamente, se prestan a apoyar tanto la Consejera de Salud de la Comunidad de Madrid como la ministra de Sanidad de España, sin que en el citado espacio participen profesionales de la salud comunitaria en general ni enfermeras comunitarias en particular, algo cuanto menos paradójico y sospechoso[2].

Sin embargo, el cuidado profesional enfermero se caracteriza por su fundamentación científica, su sistematicidad, su componente ético deliberado y su capacidad de articular conocimiento técnico con sensibilidad relacional. Las enfermeras no cuidan solo desde el afecto o la intuición: cuida desde la evidencia, desde la reflexión crítica y desde un marco de responsabilidad que exige competencia, compromiso. implicación, actualización permanente y juicio profesional. Esta diferencia es clave para entender el papel estratégico de las enfermeras en los sistemas de salud contemporáneos: no de manera subsidiaria a otros profesionales, sino como agentes autónomos del cuidado profesional, capaces de liderar transformaciones estructurales orientadas a la equidad y la justicia.

El cuidado profesional, además, se aporta desde diferentes abordajes en función de que se lleve a cabo de manera individual, en el entorno de la familia a la que se pertenece y reconoce o de la comunidad donde se convive y relaciona.

Cuidar éticamente a una persona implica mucho más que administrar un tratamiento o aplicar un protocolo, como lamentablemente aún se identifica y se reconoce a las enfermeras. Significa reconocer su historia, sus expectativas, sus recursos, su biografía y su potencial de salud, para que sea, realmente, un cuidado terapéutico. Las enfermeras comunitarias trabajan con ese «otro» no como un objeto de intervención, sino como un sujeto moral, dotado de capacidades, vulnerabilidades y derechos[3]. Este tipo de relación, profundamente humana, exige tiempo, ciencia, presencia y escucha.

En contextos de vulnerabilidad —pobreza, exclusión social, enfermedad crónica, violencia, o dependencia— la relación enfermera-persona puede convertirse en uno de los pocos espacios donde esa persona es reconocida de manera integral y humanizada[4]. Desde esta perspectiva, el cuidado se convierte en una forma de reparación simbólica, una respuesta a la injusticia sanitarista y social que se le ofrece. En este nivel, la abogacía para la salud cobra cuerpo en acciones tan concretas como acompañar, explicar, consensuar, respetar, sostener o facilitar el reconocimiento o el acceso a recursos propios, familiares, sociales o comunitarios[5].

La atención individual centrada en la persona no se limita a abordar síntomas o cumplir con tratamientos, que acaban cosificando a la persona, sino que se orienta a las necesidades sentidas, aquellas que la propia persona identifica como prioritarias en su proceso vital. Escuchar esas necesidades, incluso cuando no están formalizadas en un lenguaje técnico, es parte esencial del arte del cuidar. Esta práctica supone ir más allá del diagnóstico para conocer los miedos, las metas, las capacidades y los deseos de quienes están en situación de vulnerabilidad. El cuidado centrado en la persona abre espacio a la subjetividad, legitima la voz de la persona, y reconoce que la salud no se define exclusivamente desde indicadores biomédicos, sino también desde la experiencia vivida, en base a las normas, costumbres, tradiciones, cultura…

Esta dimensión ética del cuidado individual permite además contrarrestar los efectos deshumanizadores de sistemas sanitarios marcadamente medicalizados, donde la tecnología y los procedimientos tienden a reducir a las personas a diagnósticos y estadísticas que estandarizan e invisibilizan[6]. Frente a ello, el cuidado enfermero ofrece una resistencia profesional y científica, basada en la cercanía, la empatía y la responsabilidad moral, para transformar la realidad y adaptarla a las demandas reales de salud.

Pero la salud no es algo abstracto, inconcreto, ni tampoco algo estandarizado que signifique para todos lo mismo. La salud, además, no ocurre en el vacío. Ocurre en hogares, en vínculos, en redes familiares que sostienen (o a veces no pueden sostener) los problemas de salud y su afrontamiento. La ética del cuidado en este ámbito exige reconocer a la familia como un sistema vivo, interdependiente, donde cada miembro se ve afectado por la situación de salud de otro, requiriendo la atención de todos sus miembros, en diferentes niveles, tiempos y abordajes[7].

Las enfermeras comunitarias que cuidan a personas con problemas de cronicidad, dependencia, o discapacidad saben que intervenir solo sobre la persona no es suficiente. Se requiere acompañar a las familias, escuchar sus miedos, valorar sus recursos y, sobre todo, reconocer su rol activo como cuidador/a y su necesidad de cuidados para afrontar eficazmente las situaciones que se derivan del proceso cuidador. Este reconocimiento es también una forma de justicia: visibiliza el trabajo invisible de quienes cuidan en el hogar, casi siempre mujeres, muchas veces sin apoyos ni derechos laborales, como consecuencia de una imposición social ligada al género[8].

El abordaje familiar que realizan las enfermeras comunitarias implica también identificar patrones de interacción, dinámicas de afrontamiento, estructuras de apoyo y tensiones internas que pueden afectar la salud física y emocional de todos los integrantes. La intervención cuidadora en este nivel se traduce en acciones como la educación para la salud adaptada a las realidades familiares, la mediación de conflictos, el acompañamiento en procesos de duelo, y la facilitación de vínculos intergeneracionales saludables. La familia es, muchas veces, el primer y último eslabón del cuidado; reforzar su capacidad cuidadora es una estrategia de salud pública esencial.

Además, las enfermeras comunitarias no actúan sobre la familia como un conjunto de sujetos pasivos receptores de indicaciones, sino como aliados activos en el diseño y ejecución de los planes de cuidado, generando espacios de coaprendizaje, escucha horizontal y empoderamiento. En este sentido, el modelo paternalista se desplaza hacia una práctica relacional y corresponsable, que respeta las decisiones familiares sin renunciar al deber ético de proteger la salud, desde la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado.

Es en el entorno familiar, donde la abogacía para la salud se expresa defendiendo el derecho de las familias a ser cuidadas mientras cuidan, a recibir información y formación, apoyo emocional, servicios de respiro o asesoría, sin imposiciones ni exigencias. Promueve una comprensión más compleja y humana de los cuidados, que traspasa las paredes de las instituciones sanitarias y se proyecta hacia la vida cotidiana[9].

Pero, tanto las personas como las familias forman parte y configuran la comunidad en la que el cuidado enfermero abre la puerta a una dimensión política ineludible. Las enfermeras comunitarias, al insertarse en territorios concretos, se enfrentan diariamente con los determinantes sociales y morales de la salud: desigualdad, violencia, desempleo, viviendas insalubres, racismo, edadismo, soledad no deseada[10]. Y lo hacen no desde el análisis abstracto, sino desde la vivencia cotidiana de quienes sufren sus efectos.

Cuidar en, con y para la comunidad implica mucho más que organizar actividades de promoción de la salud. Implica actuar como mediadoras culturales, articuladoras de redes, facilitadoras de procesos de empoderamiento colectivo. Significa escuchar a los barrios, a las organizaciones, a las personas mayores que viven solas, a las familias que migran y no encuentran un lugar en el sistema sanitario[11].

La ética del cuidado comunitario es profundamente política: no se limita a paliar daños, sino que aspira a transformar condiciones estructurales que producen problemas de salud, insatisfacción y malestar. Por eso requiere un enfoque intersectorial, alianzas con educación, servicios sociales, movimientos vecinales y políticas públicas sensibles a las realidades locales y altamente participativo[12]. La enfermera comunitaria, en este contexto, actúa con liderazgo transformador, comprometida con la salud como bien común.

Además, el cuidado comunitario implica una lectura territorial de la salud: comprender cómo las condiciones materiales, sociales y simbólicas de los espacios donde las personas viven y se relacionan afectan directamente a sus oportunidades de bienestar[13]. La intervención enfermera en este ámbito incluye el mapeo de activos comunitarios, el fortalecimiento de redes vecinales, la activación de procesos participativos y la construcción de entornos que favorezcan la vida digna[14].

El trabajo en comunidad también exige una disposición a la desfocalización profesional: dejar de ubicarse en el centro del saber para pasar a formar parte de una inteligencia colectiva que reconoce el conocimiento colectivo de quienes habitan los territorios. Esta forma de cuidado se aleja del paternalismo sanitarista y se vincula con prácticas de justicia relacional, donde las enfermeras se convierten en mediadoras entre instituciones y ciudadanía, entre políticas y vidas concretas. Es aquí donde el cuidado enfermero alcanza su máxima expresión transformadora: como herramienta de equidad, emancipación y construcción de comunidad.

Pero este cuidado transformador, no está exento de obstáculos estructurales. Obstáculos que lejos de paralizar, sitúan a las enfermeras en un liderazgo firme, una transformación de fondo en los modelos de atención a la salud. Su mirada integradora, su cercanía con las personas y sus vidas, y su capacidad para articular saberes técnicos con sensibilidad humana las posicionan como referentes éticos y estratégicos del sistema global de cuidados[15].

Este liderazgo no se ejerce desde la autoridad jerárquica que otros colectivos practican e imponen, sino desde la legitimidad que otorga el vínculo sostenido con las personas, las familias y las comunidades[16]. Es un liderazgo horizontal, basado en la escucha, la constancia, el compromiso y la acción. Las enfermeras comunitarias son muchas veces las únicas profesionales que permanecen en los territorios, conocen a las personas, detectan las ausencias, comprenden las redes sociales y anticipan las crisis antes de que lleguen a las estadísticas.

No se trata, como algunos tratan de “vender”, de que las enfermeras no se adapten o sean unas inadaptadas. Todo lo contrario, precisamente porque se adaptan a la realidad cambiante, diversa y heterogénea de una sociedad multinacional, multirracial y multicultural, que precisa propuestas y respuestas adaptativas que se alejen de los estándares inmovilistas que impiden identificar la diferencia, es por lo que las enfermeras plantean este liderazgo trasformador del cuidado. No existen otros intereses por mucho que se trate de desviar la atención hacia ese planteamiento oportunista y reduccionista que tan solo persigue la perpetuación de un modelo caduco, ineficaz e ineficiente, por considerarlo peligroso a sus intereses corporativistas, económicos y de poder.

Pero además del liderazgo profesional y relacional, es crucial reconocer la dimensión política del liderazgo enfermero. La competencia política implica no solo conocer el sistema, sino también ser capaz de interpelarlo, de incidir en sus decisiones y de proponer alternativas desde el conocimiento de lo vivido. Significa también participar en espacios de toma de decisiones, visibilizar necesidades invisibles, formular políticas públicas inclusivas y generar nuevas narrativas de salud más allá del modelo biomédico tradicional que paraliza y deteriora el sistema asistencialista que propicia.

El liderazgo enfermero, además, articula la dimensión estética y ética del cuidado. Cuidar no es solo hacer lo correcto, sino hacerlo con presencia, belleza, delicadeza y dignidad, a pesar de que haya quienes consideren esta forma de identificar el cuidado como cursi o almibarada y, por tanto, alejada de la ciencia. El modo en que se cuida importa: los gestos, los entornos, las palabras y los silencios configuran una estética que, lejos de ser superficial, es profundamente ética. Se trata de una sensibilidad cultivada profesionalmente que convierte cada interacción en una oportunidad de reparación, humanidad y ciencia.

Reforzar esta dimensión política, estética y ética del liderazgo enfermero es clave para que el cuidado deje de ser un complemento y pase a ser el eje vertebrador del sistema. Apostar por este tipo de liderazgo es apostar por una salud centrada en la vida, no solo en la enfermedad; en los vínculos, no solo en las técnicas; en los derechos, no solo en los procedimientos.

En este contexto, el pensamiento y la práctica del cuidado enfermero en Iberoamérica aporta una riqueza singular. Frente a los modelos anglosajones —con frecuencia centrados en estándares, eficiencia, procedimientos y protocolos—, el enfoque Iberoamericano destaca por una comprensión relacional, centrada y solidaria del cuidado[17]. Esta visión está profundamente marcada por una tradición de pensamiento ético y político que concibe el cuidado no solo como acción técnica, sino como un acto profundamente humano, social y transformador.

En Iberoamérica, cuidar es también resistir al olvido, al abandono, a la desigualdad estructural. Es una práctica culturalmente cargada, impregnada de afecto, comunidad, familia y territorio. El cuidado no se entiende como una prestación individualizada, sino como una red de reciprocidades tejida históricamente desde abajo, por y para los pueblos. Este marco conceptual bebe de tradiciones éticas como el cuidado latinoamericano, el pensamiento postcolonial, las epistemologías del Sur, y ofrece alternativas válidas y potentes frente a visiones hegemónicas del norte global que tienden a despolitizar el cuidado y reducirlo a una mera prestación de servicios[18].

La perspectiva Iberoamericana del cuidado reconoce que las relaciones, las emociones y los saberes locales son fundamentales en la construcción de bienestar. Frente a la mirada tecnocrática y estandarizada de muchos modelos anglosajones, aquí el cuidado se articula como un proceso dinámico de construcción colectiva de la salud, con una fuerte impronta territorial, afectiva y política. Esta concepción revaloriza los vínculos sociales, la participación comunitaria, la interdependencia y la solidaridad como pilares de un sistema más humano y equitativo.

Además, el contexto Iberoamericano aporta experiencias históricas de organización social del cuidado profundamente arraigadas en las comunidades. Desde las redes de los barrios de apoyo mutuo, hasta la centralidad de la familia ampliada en el sostenimiento de los cuidados, pasando por las iniciativas de salud popular y comunitaria impulsadas desde movimientos sociales, América Latina y la península Ibérica han cultivado una forma de entender y practicar el cuidado que pone en el centro los vínculos, la reciprocidad y la resistencia ante la desigualdad.

Esta forma de entender el cuidado no niega el valor de los estándares ni la necesidad de sistemas organizados, pero requiere que se analicen, se piensen, se adapten en beneficio de la comunidad y no de quienes se creen “dueños” de los sistemas. Propone que cualquier política pública de salud que aspire a ser justa y efectiva debe partir del reconocimiento de los saberes locales, los afectos como fuerza política y el derecho al cuidado como un bien común. Incorporar esta mirada en las estrategias institucionales no es una concesión cultural: es una condición de legitimidad democrática y de eficacia práctica.

La ética del cuidado, en clave iberoamericana, no es una utopía ni una propuesta idealista: es una respuesta concreta a contextos de crisis, exclusión y desigualdad. Y por ello, profundamente razonable, útil y necesaria. Recuperar el valor del cuidado como eje de las políticas de salud, darle centralidad institucional y voz profesional, es una cuestión de justicia, de memoria colectiva y de futuro compartido.

Por todo esto y por mucho más, las enfermeras comunitarias debemos seguir ejerciendo un liderazgo del cuidado transformador firme, razonado, razonable, compartido y autónomo que nos permita construir un marco de referencia Iberoamericano que de respuesta a las necesidades de salud global, con respeto hacia referencias de otros contextos, pero sin que las mismas supongan una permanente dependencia que nos limita, confunde y aparta de nuestra realidad comunitaria propia, con evidentes diferencias entre territorios que, lejos de suponer un obstáculo, se configuran como elementos enriquecedores para la mirada ecléctica, diversa y dinámica del cuidado enfermero iberoamericano.

[1]  Rapero y actor estadounidense.[. (1971-1996)

[2] Jornada para «Una salud más comunitaria y más orientada a la salud». https://forbes.es/summit/forbes-healthcare-summit/

[3] Tronto JC. Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care. New York: Routledge; 1993.

[4] Farmer P. Pathologies of Power: Health, Human Rights, and the New War on the Poor. Berkeley: University of California Press; 2003.

[5] Leininger M. Culture Care Diversity and Universality: A Theory of Nursing. New York: NLN Press; 1991.

[6] Watson J. Nursing: Human Science and Human Care. Boulder: University Press of Colorado; 2008.

[7] Wright LM, Leahey M. Nurses and Families: A Guide to Family Assessment and Intervention. Philadelphia: FA Davis; 2013.

[8] Valls R. El cuidado invisible. Madrid: Catarata; 2018.

[9] Guberman N. El trabajo de cuidar: responsabilidades familiares y sociales frente a la dependencia. Barcelona: Icaria; 2011.

[10] Solar O, Irwin A. A conceptual framework for action on the social determinants of health. Geneva: WHO; 2010.

[11] Bauman Z. Comunidad: En busca de seguridad en un mundo hostil. Madrid: Siglo XXI; 2003.

[12] Kickbusch I. Governance for Health in the 21st Century. Copenhagen: WHO Regional Office for Europe; 2011.

[13] Ballester F. El valor de la Atención Primaria. Gac Sanit. 2020;34(5):479–482.

[14] Marmot M. The Health Gap: The Challenge of an Unequal World. London: Bloomsbury; 2015.

[15] Hernández A, San Sebastián M. Liderazgo enfermero y equidad en salud: más allá del discurso. Rev Latino-Am Enfermagem. 2022;30:e3724.

[16] Illich I. Némesis médica: la expropiación de la salud. Barcelona: Barral; 1975.

[17] Cañón S. Cuidado y epistemologías del sur: hacia una ética situada en América Latina. En: De Sousa Santos B, organizador. Epistemologías del Sur. Madrid: Akal; 2014.

[18] Menéndez E. Modelo médico hegemónico y atención primaria en América Latina. Salud Colectiva. 2018;14(3):511–524.

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