
“Una brújula no dispensa de remar”
Maurice Nedoncelle[1]
El desarrollo profesional de las enfermeras se ha construido históricamente sobre una paradoja: mientras la esencia del cuidado exige autonomía, responsabilidad y liderazgo, la configuración social, académica y profesional de la enfermería ha estado marcada por una relación a la sombra de la medicina, donde la legitimidad del saber se ha medido por criterios externos que no reconocen la especificidad del cuidado. Esta dependencia, anclada en la génesis misma de los sistemas de salud modernos, ha condicionado la identidad profesional de las enfermeras, limitando su capacidad para ejercer una referencia y proyección plenas y autónomas. Dicha situación ha condicionado el desarrollo profesional de las enfermeras en todos los ámbitos: atención directa, docente, investigador y de gestión. A ello hay que añadir, posiblemente como consecuencia o efecto de lo dicho, la debilidad o incluso ausencia de las/os referentes y mentoras/es provocando la falta de identidad y autonomía profesional. La internalización de esta subordinación, por tanto, sigue siendo uno de los grandes desafíos para la consolidación de la enfermería como ciencia, profesión y disciplina.
Debemos ser conscientes que el avance de la enfermería y de las enfermeras, está estrechamente vinculado a la existencia y visibilización de referentes y mentoras. Que, más allá de ser modelos a seguir, son transmisoras de un conocimiento tácito, contextual y profundamente humanista que ha sido históricamente infravalorado o directamente rechazado.
Centrándome pues en los ámbitos de actuación enfermera, en el de la atención directa, ya sea en el ámbito comunitario, familiar, hospitalario o cualquier otro, hay algunas enfermeras que aportan un conocimiento implícito que resulta vital para la calidad de los cuidados y que les sitúa como referentes.
Sin embargo, la organización del trabajo y la actual lógica de rotación, precarización y productividad y la cultura de la inmediatez, tienden a ignorar el saber acumulado y la experiencia de las enfermeras expertas, invisibilizando, sino anulando, en gran medida, esta experiencia. Desde ese planteamiento utilitarista y reduccionista, se tiende a relegar a las enfermeras veteranas a un papel de mera operatividad, frecuentemente ligadas a tareas protocolizadas y desaprovechando su capacidad para formar, acompañar y liderar a las nuevas generaciones, sin utilizar su potencial como referentes y mentoras[2]. Esta situación no solo empobrece la práctica, sino que priva a las nuevas generaciones de un aprendizaje basado en la transmisión de saberes profundos, construidos desde la experiencia reflexiva y, por tanto, que estas enfermeras puedan ser identificadas y valoradas como referentes sólidas/os y como modelos que permiten integrar el saber académico con la experiencia práctica y el desarrollo de competencias profesionales en un entorno real.
En enfermería sigue predominando la invisibilización de este rol, o bien se ejerce de manera rutinaria, mecánica y acientífica, sin reconocimiento ni estructuración adecuada. Esta carencia priva a las nuevas generaciones de enfermeras de referentes sólidas/os. Todo lo contrario, a lo que ocurre en otros países donde la figura del/la referente/ mentor/a es reconocida institucionalmente como clave en el desarrollo profesional.
En el ámbito de la docencia universitaria, la entrada de la enfermería en la universidad supuso una conquista y un evidente punto de inflexión para el desarrollo disciplinar y científico de la enfermería y las enfermeras. Pero también una tensión permanente. Las enfermeras docentes han tenido que adaptarse a marcos de desarrollo y evaluativos pensados para disciplinas biomédicas, donde la producción científica se mide en función de parámetros que poco tienen que ver con la naturaleza del cuidado[3],[4]. Las referentes/mentoras docentes, en este contexto, deben cumplir un papel fundamental: sostener la especificidad del conocimiento enfermero, formar en pensamiento crítico y promover una pedagogía centrada en la experiencia y no solo en la teoría. Sin embargo, la presión por investigar y publicar en detrimento de la docencia y la escasa valoración de la trayectoria profesional en la práctica, han relegado su influencia a espacios marginales, que no solamente no trascienden, sino que además contribuyen a ahondar la brecha existente entre la teoría y la práctica. Algo que provoca territorios de actuación, referencia y liderazgo diferentes o incluso confrontados, con resultados que además de no contribuir al crecimiento enfermero, lo ralentizan o paralizan.
En investigación, la dependencia de criterios bibliométricos, como ya abordé en mi anterior reflexión[5], ha condicionado la producción de conocimiento enfermero, invisibilizando la complejidad y riqueza de la experiencia de cuidado.
Las/os investigadoras/es, sin duda, son clave para resistir esta colonización epistemológica, promoviendo líneas de investigación que respondan a las necesidades reales de las personas y comunidades[6],[7],[8] y de esta manera convertirse en posibles referentes. Sin embargo, muy excepcionalmente, las enfermeras identifican e interiorizan como referentes a dichas enfermeras investigadoras. La investigación que generan no las tiene a ellas como destino, sino a las agencias de acreditación para lograr su carrera académica, por lo que su objetivo se separa claramente del de las enfermeras a las que teóricamente debería ir dirigido. Sus trabajos, por tanto, no se focalizan en la actividad diaria de las enfermeras locales, provocando un claro distanciamiento tanto con las evidencias que se generan como con quienes las producen. Por ello, lamentablemente, las evidencias generadas no acaban impactando, como sería deseable, en la calidad y calidez de los cuidados prestados. Se da la incongruencia, por otra parte, que muchos de los estudios se nutren del trabajo o la opinión de las enfermeras locales para obtener los datos que sustenten los mismos, sin que dichas enfermeras conozcan nunca qué resultados se obtienen y para qué sirven. Amén de que la mayoría de las publicaciones se hacen en inglés, lo que añade una nueva y significativa limitación, cuando no rechazo a su lectura, análisis y posible traslado a la actividad profesional. A todo lo cual hay que añadir la falta de recursos, el escaso reconocimiento institucional y la presión por encajar en modelos biomédicos que limitan su capacidad de influencia y, por tanto, de referencia. Si bien es cierto que es urgente reivindicar la investigación en cuidados como un espacio legítimo de generación de conocimiento propio y pertinente, no lo es menos que dicha investigación debería preocuparse de responder a criterios de utilidad y necesidad real de las enfermeras y no tanto de los criterios impuestos por una academia cada vez más alejada de la realidad social y profesional. Por su parte, las organizaciones de la salud, deberían articular figuras que canalizaran los resultados de las investigaciones enfermeras para que se pudiesen analizar, adaptar e implementar en sus respectivos contextos o ámbitos de actuación enfermera. Tan importante como la investigación es la aplicabilidad real de la misma.
La gestión, por último, representa otro ámbito donde la figura de las/os referentes es esencial. Las enfermeras gestoras han demostrado reiteradamente su capacidad para liderar equipos, optimizar recursos, aunque no siempre garanticen la calidad de los cuidados desde una perspectiva centrada en la persona. Sin embargo, su autoridad no solamente sigue siendo cuestionada en estructuras donde la jerarquía médica mantiene un control simbólico y operativo desproporcionado, sino también entre las propias enfermeras que no acaban de identificar y valorar adecuadamente el rol gestor y, por tanto, de referencia que en muchos casos representan, al identificarlas más como controladoras de su actividad que como referentes de la acción gestora enfermera. Es muy importante que las/os gestoras/es enfermeras sean referentes en gestión enfermera. Si quienes ejercen las competencias de gestión enfermera no asumen su rol autónomo en la toma de decisiones estratégicas, difícilmente, las enfermeras pueden identificarlas/os como referentes, haciéndolo exclusivamente como administradores/as poco relevantes que están obligadas a asumir, aunque no sean valorados/as, ni queridos/as, ni respetados/as, lo que indudablemente les aleja de la posibilidad de convertirse en referentes[9],[10].
Pero, con independencia del ámbito de actuación y mientras las enfermeras han consolidado su presencia en las universidades, han desarrollado investigación propia y han demostrado su capacidad para liderar procesos de transformación en la atención y en la gestión, persiste una reticencia a asumir plenamente la autonomía, la responsabilidad y el liderazgo en su máxima expresión. ¿Nos da vértigo la autonomía? ¿Nos resulta más cómodo seguir operando bajo el paraguas de una autoridad jerárquica que nos exime, al menos en apariencia, de la carga de la responsabilidad última? Estas preguntas no son retóricas; interpelan directamente a la identidad profesional de las enfermeras y a las dinámicas internas que, consciente o inconscientemente, perpetúan la dependencia e impiden la identificación y valoración de referentes.
Cabe destacar que lo dicho no es solo un problema externo, impuesto desde estructuras de poder ajenas. Con el tiempo, este posicionamiento, ha calado en las propias dinámicas de la profesión, generando formas de autocensura, de reserva, de prudencia mal entendida, que limitan la capacidad de las enfermeras para ejercer una referencia plena. El síndrome de la «buena alumna», de la profesional competente que no cuestiona, que no confronta, de la “chica o nena simpática”, que espera la validación de la autoridad hegemónica para sentirse legitimada, sigue presente en muchos espacios de actuación. Incluso en la universidad, donde la enfermería ha conquistado espacios a base de esfuerzo y perseverancia, se observa una tendencia a buscar el amparo de las disciplinas dominantes, a adaptarse a sus códigos y criterios, a integrarse en sus dinámicas en lugar de desarrollar un discurso propio con voz firme.
Este comportamiento de reserva ante el empoderamiento no es casual. Está profundamente vinculado a la forma en que se ha socializado a las enfermeras dentro de un sistema que, durante décadas, ha premiado la docilidad y penalizado la iniciativa. La medicina ha ejercido, y en muchos casos sigue ejerciendo, un control tanto real como simbólico sobre la enfermería, definiendo sus márgenes de actuación, determinando qué saberes son válidos y cuáles no, y ocupando los espacios de poder desde una lógica jerárquica que se presenta como incuestionable y que obedece más a una percepción de miedo y rechazo a su hegemonía que de desconfianza a la competencia enfermera. Romper con esta dinámica no solo exige un cambio externo, sino también un proceso interno de deconstrucción de las propias creencias y prácticas profesionales. Y esto pasa por ser conscientes del papel que deben jugar las/os referentes.
El vértigo ante la autonomía no surge de la falta de capacidad, sino de la ausencia de referentes que hayan ejercido esa autonomía en condiciones de igualdad y reconocimiento. Cuando las enfermeras miran hacia arriba y no encuentran figuras que hayan liderado procesos desde la independencia profesional, la tendencia natural es reproducir las dinámicas conocidas, aquellas que garantizan una cierta seguridad dentro del sistema, aunque sea a costa de limitar el propio desarrollo.
La fascinación por los modelos anglosajones es otro síntoma de esta colonización simbólica. Mientras se venera a enfermeras norteamericanas, canadienses o inglesas, las trayectorias de referentes iberoamericanas quedan en la sombra, a pesar de su relevancia y su capacidad de transformación en contextos de alta complejidad social[11]. Esta dinámica no solo es injusta, sino que perpetúa la dependencia cultural y limita la capacidad de la profesión para generar un relato propio. El reconocimiento de referentes iberoamericanas/os, por tanto, no es solo una cuestión de justicia simbólica; es un acto de afirmación profesional que puede contribuir a romper la espiral de dependencia. Necesitamos visibilizar las trayectorias de aquellas enfermeras que han liderado procesos de transformación en sus comunidades, que han desarrollado modelos innovadores de atención, que han impulsado la investigación desde una perspectiva crítica y contextualizada. No se trata de negar la valía de las referentes anglosajonas, sino de complementar esa admiración con un reconocimiento honesto y valiente de las aportaciones propias.
El desafío de asumir la autonomía y la responsabilidad plena implica romper con esa lógica de dependencia. El empoderamiento no es cómodo; implica salir de la zona de confort que, paradójicamente, ha ofrecido la subordinación. No es extraño, por tanto, que este proceso genere resistencias internas, miedos, dudas. El vértigo ante la autonomía es, en el fondo, el vértigo ante la propia responsabilidad.
Por su parte, las instituciones y organizaciones profesionales —universidades, academias de enfermería, sociedades científicas o colegios profesionales— deberían tener un papel clave en revertir esta situación. Sin embargo, en muchas ocasiones han reproducido las mismas dinámicas de invisibilización, priorizando la representación burocrática sobre la promoción de liderazgos transformadores[12],[13]. Es imprescindible que asuman la responsabilidad de visibilizar referentes, promover programas de mentoría y generar espacios de reconocimiento efectivo. Solo así se podrá construir una cultura profesional que valore la autonomía, el liderazgo y la especificidad del saber enfermero.
Además, el fenómeno de la invisibilización de las referentes enfermeras se alimenta de un círculo vicioso donde la falta de modelos reconocidos impide la identificación de nuevas/os referentes. Esta carencia no responde a una ausencia de talento o capacidad, sino a la falta de mecanismos de visibilización y reconocimiento. La generación de referentes no puede depender de la casualidad; requiere de estrategias deliberadas, sostenidas desde las instituciones, para reconocer trayectorias, promover su difusión y fomentar la mentoría como herramienta clave en la formación profesional.
Para abordar esta problemática de manera efectiva, es necesario desarrollar estrategias integrales que incluyan: la implementación de programas de mentoría formales en todos los ámbitos; la reforma de los criterios de evaluación académica y profesional para incluir la especificidad del saber enfermero; la promoción de una narrativa profesional propia que visibilice las contribuciones locales y la creación de espacios intergeneracionales de aprendizaje y liderazgo compartido. Estas acciones, además, deben ir acompañadas de una estrategia comunicativa eficaz, capaz de proyectar una imagen fiel y orgullosa de la profesión. Todo ello articulado a través de una carrera profesional que anteponga los valores de competencia, capacidad y méritos a criterios exclusivos de antigüedad que lo único que demuestran es la permanencia, en muchos casos pasiva, acrítica e inmovilista, en nichos de confort desde los que no se proyecta ningún valor de referencia.
La consolidación de referentes y mentoras en Iberoamérica es, en definitiva, un acto de justicia histórica y una necesidad estratégica. Sin referentes visibles, enfermería corre el riesgo de diluirse en una marea de discursos ajenos, perdiendo su capacidad para transformar realidades, humanizar los cuidados y ejercer un liderazgo socialmente relevante. Solo a través de su identificación y reconocimiento podremos construir una enfermería fuerte, autónoma y capaz de liderar la transformación de los sistemas de salud desde una perspectiva de equidad, justicia social y cuidado integral.
Finalmente, el trabajo compartido con otros sectores y disciplinas es esencial para consolidar la referencia enfermera. Estableciéndose, desde la igualdad y el respeto mutuo que eviten caer en dinámicas de subordinación.
En definitiva, visibilizar a las/os referentes enfermeras es una cuestión estratégica para el futuro de la profesión. Su papel es clave para garantizar la transmisión de saberes, fortalecer la identidad profesional, promover el liderazgo y mejorar la calidad de los cuidados. Solo a través de una estrategia integral, sostenida desde las instituciones y asumida por la propia profesión, será posible construir una enfermería fuerte, autónoma y capaz de liderar los desafíos de la salud del siglo XXI.
Las enfermeras no deben aspirar a ser una réplica de los médicos, ni a competir en su terreno con sus mismas armas, obviando las propias, como todavía y lamentablemente, sigue sucediendo en todos los ámbitos descritos. Su fortaleza radica precisamente en su diferencia, en su capacidad para ofrecer una mirada holística, humanizadora y centrada en el cuidado.
El camino no es sencillo. Implica revisar críticamente las propias prácticas, cuestionar las inercias institucionales, generar alianzas estratégicas y desarrollar una narrativa propia que ponga en valor la especificidad del cuidado.
En cualquier caso y, aunque se suelen utilizar como sinónimos, resulta fundamental distinguir entre ser referente y ser líder. Aunque ambas figuras pueden coincidir en una misma persona, no son equivalentes. Un/a referente enfermera es quien, por su trayectoria, conocimientos, valores y capacidad de influencia moral, se convierte en modelo para otras/os profesionales. Su reconocimiento no depende necesariamente de ocupar posiciones formales de poder, sino de la legitimidad que le otorga la comunidad profesional. Por el contrario, un/a líder/esa puede ostentar cargos de responsabilidad y capacidad de decisión, pero eso no garantiza que sea percibida/o como referente.
Para concluir, mientras escribo esta reflexión, me entero con tristeza de la muerte de José “Pepe” Mujica, que ilustra esta distinción con claridad. Fue un líder político, sí, pero su verdadera grandeza residió en ser un referente ético, humano y coherente, tanto dentro como fuera de sus funciones oficiales. Su liderazgo se sostuvo en la profunda coherencia entre lo que pensaba, decía y hacía, y en valores profundamente enraizados en la justicia social, la humildad y el compromiso con los más vulnerados. En enfermería, la construcción de referentes debe inspirarse en ejemplos como el suyo, donde el poder no anule la cercanía y la coherencia personal reforzando de esta manera la autoridad moral.
[1] Filósofo francés, representante del personalismo francés (1905-1976).
[2] Benner P. From novice to expert: Excellence and power in clinical nursing practice. Menlo Park: Addison-Wesley; 1984.
[3] Maben J, Latter S, Clark JM. The sustainability of ideals, values and the nursing mandate: Evidence from a longitudinal qualitative study. Nurs Inq. 2007;14(2):99-113.
[4] Sermeus W, Bruyneel L. Investing in Europe’s health workforce of tomorrow: Scope for innovation and collaboration. Leuven: European Observatory on Health Systems and Policies; 2022.
[5] https://efyc.jrmartinezriera.com/2025/05/08/universidad-y-enfermeria-cuidar-una-forma-legitima-y-poderosa-de-hacer-ciencia/
[6] D’Antonio P, Connolly C, Wall BM, et al. Nursing History Review: Official Journal of the American Association for the History of Nursing. Springer; 2023.
[7] Bvumbwe T, Mtshali N. Nursing education challenges and solutions in Sub-Saharan Africa: An integrative review. BMC Nurs. 2018;17:3.
[8] World Health Organization. State of the World’s Nursing 2020: Investing in Education, Jobs and Leadership. Geneva: WHO; 2020.
[9] Turale S, Kunaviktikul W. Challenge for nursing education in the 21st century: Balancing the needs of a globalized society with local realities. Nurs Health Sci. 2019;21(1):1-3.
[10] Martínez-Riera J. Continuidad de cuidados y coordinación entre profesionales: una relación basada en la igualdad, la libertad y la fraternidad. Enferm Comunitaria. 2024;20(1):15-20.
[11] ICN. Advanced Practice Nursing: Guidelines for Role Development and Implementation. Geneva: International Council of Nurses; 2020.
[12] Fawaz MA, Hamdan-Mansour AM, Tassi A. Challenges facing nursing education in the advanced healthcare environment: A review. Int J Afr Nurs Sci. 2018;9:105-10.
[13] Fernández-Salazar S, Pérez-Cañaveras RM. Liderazgo enfermero en Atención Primaria: entre la teoría y la práctica. Enferm Clin. 2021;31(3):170-6.