
José Ramón Martínez-Riera
Enfermera
No hay neutralidad posible cuando se trata del sufrimiento humano. Y menos aun cuando ese sufrimiento es producto de una violencia estructural, sostenida y desproporcionada que impide vivir… y también morir con dignidad. Como enfermeras, nuestra mirada no se guía por mapas geopolíticos, ni por discursos ideológicos. Se guía por las heridas del mundo. Por los cuerpos rotos, las/os niñas/os aterradas/os, las mujeres desgarradas, las familias desaparecidas bajo los escombros, la comunidad vulnerada. Y por todo aquello que impide, atender, acompañar, sostener, cuidar.
No es tiempo de palabras tibias. No cabe mirar hacia otro lado. Las justificaciones interesadas, los comunicados vacíos de organismos internacionales y los silencios cómplices de muchos gobiernos, ya no pueden seguir ocultando la barbarie. Nada de ello puede arrastrarnos al olvido de lo que somos, enfermeras, y de cuál es nuestro compromiso con las personas, con su dignidad, con sus derechos y con el cuidado entendido en su sentido más profundo, amplio y transformador.
En Gaza no se está librando una guerra. Se está ejecutando una masacre. No es este un conflicto entre iguales, ni un enfrentamiento en el que valga invocar la equidistancia. Es un desastre humanitario que exige ser nombrado por su nombre: crimen contra la humanidad, genocidio. Más de 55.000 personas asesinadas, hospitales reducidos a escombros, corredores humanitarios bloqueados, personal de salud perseguido y ejecutado por ejercer su derecho –y su deber– a atender y cuidar. Y cada día que pasa, se acumulan más víctimas invisibles, obligadas a sobrevivir sin agua, sin comida, sin refugio, sin palabras.
Como enfermeras, sabemos que cuidar no es una tarea. Es un posicionamiento ético. Es estar del lado de quienes sufren. Es levantar la voz cuando otros ya no pueden hacerlo. Y es, también, señalar con firmeza aquello que impide cuidar: el odio, la impunidad, la ocupación, el abandono, la violencia legitimada por el silencio o la indiferencia.
Nuestro posicionamiento como enfermeras no tiene otro objetivo que el de visibilizar y defender el derecho a la vida, a la dignidad humana y al cuidado. Lo hacemos desde la conciencia de que no hay cuidado posible sin paz, sin equidad y sin respeto.
El cuidado enfermero, en su sentido más amplio, interpela a la humanidad en su conjunto. No se limita a contextos asistenciales. Es una práctica política en el mejor sentido del término. Implica transformar las condiciones que generan sufrimiento evitable. Supone cuidar incluso en contextos de horror, cuando todo alrededor conspira para impedirlo. Por eso, no podemos aceptar que se bombardee una maternidad y se nos pida neutralidad. No podemos aceptar que se impida el acceso al agua potable y se nos exija silencio. No podemos aceptar que se asesine a enfermeras mientras atienden a quienes sufren, y se nos diga que no alcemos la voz.
Alzamos la voz, sí. Porque Gaza nos duele, porque cada niña/o mutilada/o podría haber sido atendida/o. Cada mujer embarazada abandonada al dolor podría haber sido acompañada. Cada persona desplazada, privada de todo, debería haber sido abrazada. Y eso, para nosotras, es inaceptable. No es compatible con nuestra ética ni con nuestro compromiso.
La ética enfermera no puede disociarse de la denuncia. Cuando los cuidados se impiden, cuando las personas son tratadas como objetivo de destrucción, cuando el acto de cuidar se convierte en motivo de persecución o muerte, no basta con resistir en silencio, hay que alzar la voz. Hay que actuar. Porque lo contrario es claudicar ante una deshumanización que se extiende y se normaliza, también con la complicidad de la inacción.
Frente a todo ello, como enfermeras, exigimos que se garantice de inmediato el acceso seguro a la ayuda humanitaria. Que se proteja a la población civil conforme al derecho internacional. Que se respete y salvaguarde la labor del personal de salud. Que se permita cuidar. Y que se devuelva a las personas el derecho a ser tratadas con compasión y no con metralla. Que se restituya el derecho básico a recibir cuidados, a ser aliviados, a no ser perseguidos y abandonados.
Nuestra voz enfermera no es un grito aislado. Es un acto de coherencia con lo que somos. Porque cuidar no es un acto neutro. Es profundamente político, profundamente humano y profundamente transformador. Porque cuidar es estar. Es no rendirse. Es acompañar incluso cuando todo se derrumba. Y porque nos negamos a mirar hacia otro lado mientras se impide vivir.
Gaza no es solo una tragedia humanitaria. Es una herida en la conciencia colectiva. Y también una interpelación directa a las enfermeras del mundo. Nos llama a no quedarnos al margen. A no anestesiarnos. A no justificar lo injustificable. A ser fieles a nuestros principios. A defender, incluso cuando resulta incómodo, la universalidad del cuidado como derecho irrenunciable.
Por eso, reafirmamos que cuidar también es resistir. Que resistir también es denunciar. Y que denunciar también es cuidar.
Muchas gracias por tu escrito, José Ramón