DECISIONES_DECISORES Y AUTONOMÍA Más allá de los Reyes Magos

“La gente suele decir que tal o cual persona no se ha encontrado todavía a sí mismo. Pero la autonomía no es algo que uno encuentra, es algo que uno crea.”.

Thomas Szasz[1].

 

Mucho se ha hablado y escrito sobre los males, problemas, dificultades o barreras que afectan a las enfermeras y sobre cómo los afrontamos desde las diferentes organizaciones de representación enfermera o desde la percepción, interpretación y posicionamiento individual y colectivo, al margen de dichas organizaciones.

No es mi intención hacer un listado de los agravios, ataques, olvidos, desconsideraciones o desprecios de los que somos objeto, que son muchos y variados ni tampoco de cuáles son sus causas que, se me permitirá, no se pueden ni deben achacar exclusivamente a la mezquindad ajena, lo que automáticamente anula la necesaria e imprescindible autocrítica, sin la cual va a resultar muy difícil salir de la tela de araña en la que metafórica, pero realmente nos encontramos presas y sin libertad de movimientos para actuar y sin que, en muchas ocasiones, esto signifique que una maligna araña pueda o quiera devorarnos como representación de un imaginario o deseado enemigo que justifique nuestra parálisis en dicha tela de araña.

Pero sí que me parece razonable, e incluso necesario, reflexionar sobre cuáles pueden ser las causas por las que caemos presas en tan pegajosa y paralizante tela, y por qué no sabemos o no queremos liberarnos de la misma o por qué no existe ayuda eficaz para hacerlo o no somos capaces de identificar y elegir a quienes lo hagan posible. Todo lo cual nos lleva a una situación en la que parece como si finalmente nos sintiésemos cómodas en esa trampa paralizante.

Esta misma semana, en un Congreso sobre Cuidados en el que participé, me trasladaban que lo que nos faltaba, lo que nos hacía falta a las enfermeras era autonomía. Realmente que se siga planteando como carencia la autonomía profesional achacándola a males externos no identificados o supuestamente malintencionados para que no lo seamos, me produce una profunda tristeza, al tiempo que genera en mí una reacción de absoluto rechazo por considerarlo un lamento lastimero sin fundamento y ligado a un falso argumento con el que justificar dicha ausencia de autonomía.

La autonomía va ligada de manera totalmente inseparable a una asunción de responsabilidad. No podemos hablar de competencias sin que exista responsabilidad para que estas no se queden tan solo en una declaración de intenciones que en algunos casos y ocasiones acabamos por abandonar al no identificarlas como propias e irrenunciables.

La responsabilidad, por su parte y con ella la autonomía por la que aparentemente se suspira, conlleva asumir riesgos. Los riesgos de tomar decisiones propias que es lo que caracteriza a la autonomía. Pretender, por lo tanto, que la autonomía sea una dádiva o una concesión gratuita y generosa sin que la misma suponga un posicionamiento claro, firme, riguroso y científico en la que avalar nuestras decisiones es una absoluta irresponsabilidad al tiempo que la mejor manera para que la autonomía continúe siendo un obscuro objeto de deseo y una excusa en la que amparar un victimismo tan inútil como irreal.

Lo he dicho muchas veces, pero no me cansaré de repetirlo, lo que somos y seamos depende fundamentalmente de nosotras mismas. No continuemos en ese juego de buscar un culpable como quien busca a Wally en una abigarrada y confusa imagen en la que se confunde y esconde. Porque al contrario de lo que sucede con Wally, que podemos llegar a identificarlo, no conseguiremos encontrar al culpable de nuestra falta de autonomía porque no existe más allá de nuestra imaginación o nuestro particular collage de sospechas.

Pero, a parte de nuestra personal intriga individual y colectiva como enfermeras, es importante saber o cuanto menos analizar qué esperamos y qué hacen realmente nuestras/os representantes profesionales en sus diferentes ámbitos u organizaciones.

Lo que se espera de ellas/os es ciertamente difícil, tanto de relatar como de analizar, pues posiblemente haya tantos deseos, expectativas, realidades, peticiones, exigencias… como enfermeras somos. Cada cual desde su foro interno y por qué no decirlo desde sus intereses particulares, puede esperar respuestas que les satisfagan. Es lícito y respetable que cada cual plantee sus deseos. Pero como sucede con la búsqueda de culpables en el juego de Wally en este caso no es razonable seguir creyendo que las peticiones pueden seguir haciéndose como quien escribe la carta a los Reyes Magos. En primer lugar, porque por mucho que nos gusten y nos evoquen felices recuerdos de niñez, los Reyes Magos no existen y quienes, en este caso, debieran asumir el rol de padres benefactores, ni lo son, ni se comportan como tales. Entre otras cosas porque nuestros padres nos eligieron o cuanto menos decidieron aceptarnos como hijos y ser nuestros protectores y educadores al tiempo que nos creaban ilusiones y las mantenían con el sueño, su sueño, de vernos y hacernos felices. Lo que inicialmente puede ser identificado como un engaño y una desilusión al descubrir la verdadera identidad de los Reyes Magos finalmente se transforma en una ilusión adquirida, asumida y transmitida que se perpetua en el tiempo de generación en generación y en ningún caso supone una renuncia a la paternidad por parte de quien se siente defraudado en el momento de descubrir la suplantación de identidad. Las cartas que por otra parte se escriben, dan rienda suelta a los deseos de poseer aquello que más ilusión hace, al entender que la magia de los monarcas lo puede lograr todo, aunque no siempre se vean cumplidos por razones que todos identificamos sin que signifique una automática renuncia a seguir escribiendo, año tras año, una nueva carta con idéntica o renovada ilusión de obtener, de las regias figuras orientales, aquello que se pide en las mismas con la esperanza de que finalmente nos sea concedido.

Todo lo contrario sucede con quienes son nuestros representantes profesionales, que lo son porque nosotras, como enfermeras, tenemos la capacidad de elegirlas/os y exigirles que den respuestas a nuestras necesidades profesionales que en ningún caso pueden ser consideradas como ilusiones o fantasías. Por lo tanto, nuestras/os representantes lo son o deberían serlo en tan en cuanto nos impliquemos realmente en su elección, cuando no en su sustitución a través de un compromiso mayor que nos sitúe como sus posibles relevos. Porque no hacerlo es asumir que otras/os lo hagan por nosotras y que sus propuestas no coincidan con nuestros deseos o expectativas. Y al contrario de lo que sucede con los Reyes Magos, la decepción por lo que aportan las/os representantes, se transforma en una renuncia, ignorancia o desprecio hacia ellas/os. Pero lo realmente grave no es tanto el rechazo que dichas/os representantes generen, sino el que se provoca de manera indirecta hacia las instituciones que, al menos en teoría representan y que nos representan como profesionales, pero también como profesión, ciencia o disciplina.

Permanecer siempre en la queja permanente desde el anonimato y la pasividad no resolverá nuestros problemas, ni servirá para cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo o consideramos que no es justo, razonable, adecuado, proporcional o ético y que, por tanto, supone un prejuicio tanto para las enfermeras como para el ejercicio de su actividad y como consecuencia para la calidad y calidez de los cuidados que prestamos. Los lamentos, al no traducirse en acciones que provoquen en las/os representantes un temor a ser reemplazados acaban por naturalizarse y no tenerse en cuenta, asumiéndolos como parte de su proceso natural que los llevará a perpetuarse en sus cargos y, lo que es peor, a perpetuar sus vicios y con ello a enviciar sus decisiones, que lejos de solucionar los problemas de las enfermeras los cronifican o los ignoran. Más aún, si consideran que los mismos pueden causarles a ellos unos problemas que hagan peligrar sus puestos. Finalmente acaban tejiendo la tela de araña en la que caen las enfermeras presas de su propia indecisión, pasividad y conformismo, mientras las/os tejedoras/es observan con indiferencia, pero con vigilancia a quienes o no saben salir o finalmente se acomodan en la trampa tendida. Mientras tanto ellas/os seguirán apareciendo como salvadoras/es mediante discursos vanos, vacíos, engañosos, tramposos, pomposos e inútiles, queriendo hacer creer que les preocupa y ocupa la Enfermería y las enfermeras, mientras se aferran a sus puestos en aparentes procesos democráticos que realmente esconden estratagemas que garantizan su continuidad a través de estómagos agradecidos y cadenas de favores.

Seguir creyendo en los Reyes Magos es bueno e inofensivo a pesar del engaño que todos, salvo los más pequeños, conocemos y asumimos. Seguir aguantando a representantes mediocres, ineficaces, grises, trepas, oportunistas, mentirosas/os e incluso poco éticos o corruptos es algo que no podemos seguir consintiendo y que, por tanto, tenemos no ya la opción, sino la obligación de eliminar. Por una parte, para depurar responsabilidades y eliminar a quienes no tan solo no trabajan en favor de las enfermeras, sino que lo hacen en su contra o incluso en su propio y exclusivo beneficio. Por otra parte, para poder dignificar y poner en su justo y merecido lugar a las instituciones u organizaciones que representan y desde las que nos representan. No hacerlo es tirar piedras contra nuestro propio tejado. Pues no tan solo nos ahogamos en nuestros lamentos, sino que permitimos que queden sin respuesta ni solución los problemas que limitan nuestro crecimiento, visibilidad y reconocimiento.

 Los Colegios Profesionales, las Sociedades Científicas, las Academias, los sindicatos, las Facultades, de enfermeras o de Enfermería, según los casos, son necesarios y deben ser respetados y defendidos por todas las enfermeras como instituciones u organizaciones desde las que se nos represente y defienda. Quienes acceden a las mismas deben ser elegidos en función de sus capacidades, méritos, propuestas, proyectos, actos… y someterse a una permanente evaluación que permita su relevo en caso de no cumplir con las expectativas creadas o por cumplimiento de un periodo razonable que permita el saludable relevo en los puestos. Pero además hace falta que se acuda a votar de manera mayoritaria para elegir la mejor opción.

No se trata de establecer guerras o batallas para derrocar a nadie. Pero si de convencerse de la necesidad de que, de todas las enfermeras depende que nuestras/os representantes lo sean y actúen como tales realmente. Para ello es imprescindible que activemos nuestra respuesta individual y colectiva impidiendo, por una parte, caer en la trampa de la conformidad y por otra que nos sitúe como verdaderas decisoras para elegir a quienes tomarán decisiones que nos valoricen y visibilicen.

Tan solo así seremos capaces de abandonar victimismos, vencer sospechas infundadas, cesar en nuestros llantos y en nuestras protestas sin fundamento.

 Asumamos nuestra responsabilidad y desde la misma alcancemos la autonomía que nos haga libres para elegir a quienes nos representen en cualquier organización o institución que tenga como fin u objetivo la defensa, el desarrollo o el fortalecimiento de la Enfermería o las enfermeras.

Hagamos oír nuestra voz, para poder exigir que la voz de nuestras/os representantes sea lo voz de la convicción, de la unidad, de la acción y de la capacidad de cambio y no la voz del engaño, el oportunismo, la confrontación y el beneficio interesado a espaldas de la profesión y sus profesionales.

Reclamar autonomía cuando se deja escapar, secuestrar o amordazar la capacidad de ejercer la autonomía para elegir a nuestras/os representantes es clamar en el desierto y permitir que la ansiada autonomía siga siendo tan solo una petición realizada desde el lamento, el victimismo y la comodidad de una zona que se considera de confort, cuando realmente es una zona de alcanfor [2]. Es como el niño que llora y coge rabietas pidiendo deseos que no van a poder ser cumplidos por quienes realmente son los Reyes Magos, es decir, sus padres, que posiblemente no hayan sabido o querido explicarle que hay determinados deseos que ni tan siquiera los Reyes Magos pueden conceder.

Despertemos del letargo, de la supuesta comodidad, de la indiferencia o de la indolencia. No nos engañemos pensando que nuestra mejor manera de protestar es inhibirse, abstenerse, pasar… creyendo que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Porque nuestro silencio, nuestra quietud, nuestra pasividad es, sin quererlo, el mayor apoyo, el mejor impulso y la mayor coartada para quienes se aferran a puestos en los que tan solo se representan a sí mismas/os.

En breve seguro que hay procesos electorales en organizaciones e instituciones, muy próximas a nosotras, en los que, desde la implicación y el compromiso directos, a través de candidaturas o bien a través de la votación libre, responsable y autónoma nos permitirán ser o elegir a representantes que verdaderamente nos representen y crean en lo que van a representar.

Solo desde la autonomía que nos da la capacidad de elección seremos capaces de ser autónomas y responsables de nuestros actos. Ello supone asumir riesgos, por supuesto, pero no hay mayor riesgo tanto para nosotras individualmente como para el conjunto de la profesión enfermera que permitir con nuestra actitud que nos manejen y manipulen.

Ya hay ejemplos en los que ese cambio se ha producido y está aportando una frescura, transparencia, acción, visibilidad, reconocimiento y representatividad reales que se proyecta en logros concretos de eficacia y respeto hacia las enfermeras y sus legítimos derechos profesionales y que van mucho más allá de los estrictamente laborales. Por lo tanto, no estamos hablando de una quimera de una utopía, ni tan siquiera de una ilusión, sino de una realidad que no tan solo es deseable sino posible. A estas alturas ya no es razonable seguir pensando que los Reyes Magos existen más allá de las fechas con las que se acaba la Navidad. Esos Reyes Magos son portadores de ilusión y fantasía y a las enfermeras nos hace falta concreción y realidad que nos permitan recuperar la ilusión en nosotras mismas y en nuestras posibilidades. Esa es nuestra autonomía, por la que debemos actuar en lugar de llorar.

No nos dejemos deslumbrar por las cabalgatas que los impostores, con los recursos que nosotras aportamos, monten para deslumbrar nuevamente con lentejuelas, regalos y prebendas, con el único objetivo de seguir manteniéndose.

Creer que no es posible cambiar es una renuncia que ni podemos ni debemos permitirnos. Cada cual que, desde su posicionamiento, su convicción, su deseo, su forma de entender la profesión…, de manera autónoma elija a quienes quiere que le representen. Que asuma ese riesgo. No hacerlo nos pone a todas en riego, además de ser muy poco ético.

Seamos pragmáticas sin renunciar a los valores, vehementes desde el respeto, exigentes con argumentos, firmes pero flexibles, comprometidas sin condicionantes, reflexivas y críticas, coherentes y comprensivas. Pero seamos y exijamos ser y poder ser como merecemos a quienes van a tener la capacidad de hacerlo y decidirlo.

[1]   Médico psiquiatra húngaro, Profesor Emérito de Psiquiatría en la Universidad de New York (EEUU) y físico graduado con honores en la Universidad de Cincinnati (Ohio, EEUU).

[2] El alcanfor es una sustancia semisólida cristalina y cerosa con un fuerte y penetrante olor acre. Se usa como bálsamo y con otros propósitos medicinales.

LA PALABRA: SU USO Y ABUSO

“Hay quienes sólo utilizan las palabras para disfrazar sus pensamientos.”

Voltaire[1]

 

La palabra y su difusión por los diferentes medios, formales o informales que de todo hay, se ha convertido en un arma poderosa de seducción, intimidación, manipulación, distorsión de la realidad e incluso en ocasiones, aunque debiera ser en la mayoría de ellas, de información veraz, objetiva y real.

En ese proceso de emisión y recepción de la palabra intervienen tanto quienes la pronuncian como quienes la procesan, pues no tan solo se limitan a transmitirla, como quienes la reciben y sucede que lo que inicialmente se pronuncia, no siempre es lo que finalmente se transmite, entiende y/o interpreta.

Es por ello que tal como decía Von Schiller[2] “Las palabras son siempre más audaces que los hechos”, pero no es menos cierto que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee y/o escucha, por lo que está sujeta a interpretación y, por tanto, nada de lo que se diga, por audaz, novedoso, importante, riguroso… que pueda ser, tendrá valor sino es compartido, analizado y traducido en hechos que sean capaces de modificar unos escenarios en los que necesariamente se pueden y deben decir y hacer muchas cosas. No hacerlo supone dar por válido lo emitido, concediendo credibilidad gratuita a quien lo emite y anulando, por tanto, la capacidad de reflexión de quien lo recibe al aceptarlo como verdad sin ni tan siquiera cuestionarlo, lo que genera posicionamientos falaces o cuanto menos de débil o nulo contraste y dudosa justificación que favorecen la anestesia de pensamiento.

El problema real, suele estar en que tenemos miedo a escuchar y que lo que escuchamos, si lo hiciésemos en lugar de tan solo oír, nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que el mensaje pueda interpelar. Pero, lo que realmente pasa es que, como decía Goethe[3], “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” Porque con el oído, percibimos los sonidos. Pero sin duda esto no es suficiente para entender, analizar y posicionarse sobre algo o alguien. Necesitamos prestar atención a lo que oímos para extraer su significado. Es un proceso mental y un proceso de extracción. Por lo tanto, escuchar no es lo mismo que oír, pues esto último se refiere sólo a notar los sonidos que percibimos. Escuchar requiere decodificarlos para comprenderlos, por lo que, si no hay escucha, no puede haber comunicación. Oír es involuntario, llegando incluso a naturalizar y no sentir determinados sonidos e incluso hechos o acontecimientos por repetitivos o como mecanismo de defensa para evitar involucrarnos o sentirnos instados a posicionarnos. Escuchar, sin embargo, requiere de voluntad y de conocimientos para hacerlo eficazmente. De igual manera la lectura supone un proceso similar. No se trata de unir palabras de manera mecánica, sino de analizarlas y extraer su sentido desde la reflexión y el pensamiento crítico.

Los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos, por su parte, no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación…

La escucha, por tanto, pasa por identificar, pues tal como decía Juan Donoso Cortés[4], “Lo importante no es escuchar o leer lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque según Plutarco[5], “para saber hablar, es preciso saber escuchar”.

Lo comentado es y forma parte de la comunicación a muy diferentes niveles y desde muy diferentes medios o canales, lo que nos lleva a identificar que en el proceso de comunicación debamos tener una comprensión profunda de nosotras/os mismas/os, para, de esta manera, comprender mejor a quien nos traslada información, cómo lo hace y con qué intención u objetivo lo hace, de forma que la gama de sentimientos que en nosotras/os se producen en todo momento, cualesquiera que sean, los sepamos analizar para desde dichos sentimientos, así como emociones o valores podamos construir una idea, pensamiento o actitud sobre aquello que se nos traslada y de quienes lo traslada/n con independencia de su cargo, responsabilidad o posición.

Las enfermeras como profesionales que centramos en la comunicación gran parte del proceso de cuidados profesionales que prestamos a las personas, las familias y la comunidad, estamos obligadas a escuchar y analizar aquello que sobre la realidad social, laboral, profesional, disciplinar o científica se traslada en o a través de la comunicación por parte de representantes o líderes profesionales, políticas/os, gestoras/es, periodistas e incluso de los actuales gurús de la información como son los denominados influencers que tanto predicamento como dudosa credibilidad, en la mayoría de los casos, tienen. Aunque también es cierto que no siempre los que se consideran informantes formales tienen mayor credibilidad.

Todo esto viene a colación de recientes informaciones que, en torno a las enfermeras, están produciéndose por parte de determinados representantes profesionales y de medios de comunicación que las están difundiendo. A pesar de la aparente visibilidad o reconocimiento que en torno a las enfermeras y a simple vista pueda interpretarse que se aporta, considero que adolecen del análisis, la profundidad y el rigor que debiera ser exigible en temas tan trascendentes, sensibles y con consecuencias tan importantes para la población como las que se están produciendo.

En concreto, aunque no exclusivamente, me refiero a las declaraciones que en torno al déficit de enfermeras se están difundiendo.

En ningún caso cuestiono, al menos no de entrada, la carencia de enfermeras existente en España que, además, viene avalada por informes de organismos tan importantes como poco sospechosos como la OCDE o la OMS entre otros.

Lo que sí que me plantea dudas y me hace reflexionar es sobre cómo se traslada dicha información no tan solo al colectivo profesional sino a la opinión pública en general.

Aquí es donde habitualmente radica el problema de la comunicación de determinadas informaciones y el interés, oportunismo o malicia, que de todo hay o puede haber, en darle una determinada visión, un matiz particular, un tono concreto, una posición exclusiva e incluso excluyente… que impregnan a la información de sesgos muy específicos que o bien ocultan detalles trascendentes o bien resaltan otros que interesa destacar sin que necesariamente sean relevantes o concluyentes para la información que se traslada.

En el caso concreto al que me refiero y que tomo como ejemplo sin que con ello pretenda trasladar una excepcionalidad en su abordaje y difusión pues hay muchos otros temas, de la carencia de enfermeras, se basa en unos datos que ya he referido, que no han sido adecuada y deseablemente analizados y contextualizados. Se trata de datos brutos que se basan, normalmente, en proporciones generales para las que no se han tenido en cuenta las características ni los aspectos que influyen de manera muy particular y directa según el contexto en que se produzcan.

No se puede ni se debe hacer creer que el número de enfermeras por cada 100.000, o cualquier otra secuencia numérica de población, es uniforme con independencia, no tan solo de los países que se comparan, sino de los territorios en que se distribuyen dichos profesionales. Se trata por tanto de escalas que tienen por objetivo hacer una foto de conjunto que determine una clasificación que, como cualquier otra, tan solo puede y debe valorarse como una referencia o aproximación a una realidad mucho más compleja que es imposible que se recoja en un contaje bruto, en este caso de enfermeras, con relación a una población, igualmente bruta.

¿Tienen las enfermeras de los países que se comparan idéntica formación, desarrollan las mismas competencias, ocupan puestos laborales similares o comparables, asumen las mismas responsabilidades…? ¿Son los sistemas de salud en cuanto a estructura, acceso, organización… semejantes? ¿Tienen las poblaciones de los diferentes países las mismas necesidades de cuidados? ¿Existe en los países que se comparan las mismas proporciones de vulnerabilidad? ¿Todos los países invierten igual presupuesto en la atención a la salud? ¿Los datos demográficos, sociales, de educación… son análogos? ¿Sus poblaciones son homogéneas en cuanto a cultura, historia, tradiciones…?

Trasladar una información sobre la falta de enfermeras en nuestro país o en cualquier otro sin tener en cuenta todos estos criterios y otros muchos y tratar de establecer una relación causal exclusiva entre la falta de enfermeras, sobre esta base, y la calidad de los cuidados es. no tan solo una simpleza, sino que es una temeridad que se combina con grandes dosis de manipulación de la información que se traslada y que es interpretada por el colectivo enfermero como un agravio y una falta de reconocimiento y valoración de su aportación específica de cuidados y por la población en general con escepticismo, duda, alarma o incredulidad ante las respuestas igualmente interesadas y malintencionadas de quienes se sienten agraviados por la comparación con los datos proporcionales de su colectivo, como es el caso de los médicos, al indicar dichas escalas un exceso de profesionales en comparación con el resto de países que componen la muestra estudiada[6].

No se puede ni se debe establecer una distribución, racionalización u organización de enfermeras o de cualquier otro colectivo profesional al peso. Se necesitan cuarto y mitad de enfermeras o tres cuartos de médicos. Esta distribución uniforme, homogénea y estricta es tan irracional, inexacta, injusta, poco equitativa, acientífica y populista como pueda serlo el intentar establecer las famosas ratios profesionales en base a parejas como si de un juego de naipes se tratase. Una enfermera por cada dos médicos o una enfermera por médico al establecer la contratación de enfermeras según las necesidades de los médicos y no de la población a la que deben prestar cuidados.

Asignar enfermeras sin tener en cuanta todo lo dicho y hacerlo solo por el número total de las que existen y las que deberían existir como resultado de una media de las que tienen el conjunto de países que componen la muestra, nos llevaría a aumentar el problema de atención en lugar de resolverlo, pues la cuestión no es tanto el número final que exista sino la forma en cómo este se distribuya para resolver los problemas.

Pero no es menos cierto que se consigue el efecto esperado por parte de quien transmite tan lamentable información que además los medios se hacen eco inmediato de tales datos para, en base a los mismos, empezar a hacer sus propias interpretaciones y utilizar la información para atacar, en función de la doctrina ideológica de dichos medios, a los adversarios políticos que como suele ser habitual se convierten en enemigos a los que tratar de eliminar en base a informaciones tan sesgadas ideológicamente como faltas de rigor científico, aunque se utilicen escalas como las comentadas para darles una apariencia pseudocientífica.

Las enfermeras somos demasiado importantes para que su distribución y asignación a la comunidad tenga que estar supeditada a datos en los que no se tiene en cuenta a la población receptora de cuidados.

Pero esta es la dinámica que lamentablemente ha incorporado y transmitido el actual y caduco modelo de nuestro sistema sanitario al supeditar la asignación de profesionales en general pero muy particularmente la de enfermeras a las necesidades que marca este modelo como principal demandador de dicha mano de obra, que es como tristemente se identifica a las enfermeras, y que ha sido capaz de convencer a las Universidades para que actúen como proveedoras principales de dicho sistema y de las necesidades que los médicos, como autores y actores de dicho modelo sanitario imponen, es decir, de sus necesidades como colectivo y en ningún caso de las que pudiese plantear la población, dado que ni se identifican ni se hace nada para tratar de averiguarlo. La no institucionalización y valoración d los cuidados contribuye claramente en este sentido.

En este triste panorama, por su parte, las enfermeras asumen un rol subsidiario y admiten como válida dicha distribución, reclamando tan solo un incremento lineal de enfermeras por población atendida que es tanto como seguir dando la razón a quienes plantean su carácter secundario y subsidiario a la clase médica. Todo ello sin que dicha petición de incremento, generalmente, sea exigida para asumir sus verdaderas competencias enfermeras, lo que supondría asumir dicha responsabilidad, sino tan solo por razones numéricas como se traslada por parte de sus representantes.

En base a todo ello finalmente tan solo quedan unos cuantos titulares, una notoriedad perseguida por quien traslada dichas informaciones, unos debates totalmente intrascendentes y estériles, una realidad deformada, una perpetuación de la falta absoluta de planificación y, lo que es peor, una población confundida, confusa y difusa que no llega a identificar la importancia que tiene esa falta de enfermeras al no establecer una relación rigurosa y científica al tiempo que justificada, clara y accesible para que todas las personas sepan entender lo que supone realmente la carencia de enfermeras y el impacto en su salud, evitando que sea identificado exclusivamente como una reivindicación laboral.

Por su parte las/os políticas, responsables sanitarias/os o gestoras/es son las/os primeras/os en utilizar la palabra de manera demagógica, eufemística y falaz con el fin de contentar oídos y retrasar sine die decisiones que contribuirían a esa necesaria distribución de enfermeras teniendo en cuenta criterios objetivos, reales y adaptados a las prioridades identificadas de salud pública y comunitaria y no tan solo como herramienta o arma de disuasión, confusión y distracción para el logro de sus intereses particulares o partidistas. En este sentido, una vez más, hago referencia a dicha utilización de la palabra, por parte de la ministra de Sanidad, para establecer una expectativa fallida, ignorada y negada como es la Estrategia de Cuidados que se anunció, tan solo como elemento de propaganda engañosa, cuando realmente podría constituir una clara referencia de asignación de enfermeras en relación a las necesidades reales de cuidados.

Las palabras pues, no es que se las lleve el viento, pues siempre permanecen y se sabe por quién han sido dichas, en qué sentido y para qué objetivo. Tan solo las traslada o las remueve, pero cuando el viento se calma, las devuelve y nos permite recordarlas y reconocer qué uso se hizo de ellas por parte de quien las pronunció, pues como ya dijera Horacio[7] “la palabra dicha no puede volver atrás” y parece, según lo trasladado por Maquiavelo[8] que algunas/os piensen que “…las palabras deban servir para ocultar los hechos”.

Como decía al inicio de mi reflexión la palabra es demasiado importante como para utilizarla en beneficio propio e interesado en lugar de hacerlo para lograr el bien común desde la verdad, la ética y la estética de lo que se dice como anuncio de lo que se está dispuesto a hacer. Lo contrario es utilizar la palabra, precisamente para enmascarar, esconder, ignorar o anular los hechos que se precisan como elementos que trasciendan, no a la audacia de las palabras que siempre es buena, sino a su temeridad y uso interesado, particular o colectivo en contra del bien colectivo.

Como decía Goethe[9], “se tiende a poner palabras allí donde faltan las ideas”, cuando se sabe que no hay nada más peligroso que un mediocre con iniciativa y con un lápiz con el que escribir sus ocurrencias. Si además tiene capacidad de decisión sucede lo que sucede.

[1] Filósofo y escritor francés.

[2] Poeta y dramaturgo alemán

[3] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

[4] Filósofo, parlamentario, político y diplomático español, funcionario de la monarquía española bajo el régimen liberal.

[5] Historiador, biógrafo y filósofo moralista griego.

[6] https://twitter.com/smediconavarra/status/1572257161861799938?s=46&t=RWhjHPC1e8MmQELVmMgVFw

[7] Poeta Latino

[8] Historiador, político y teórico italiano.

[9] Dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, contribuyente fundamental del Romanticismo

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

“El robo está siempre asociado a la idea del poder.”

Fernando Sabater[1]

 

 

LOS CUIDADOS, TESORO O BOTÍN

Abandono de lo propio y amigos de lo ajeno

 

Parece como si siempre estuviésemos insatisfechos con lo que tenemos, lo que nos lleva a desear fervientemente aquello que otros tienen. Pero no porque de lo que disponemos sea negativo o poco valioso, sino simplemente que, por el hecho de tenerlo, disfrutarlo e incluso ser seña de identidad de quien lo tiene hace que se pierda el interés e incluso se abandone y renuncie su posesión con tal de buscar fervientemente la manera de alcanzar lo que otros tienen, sin saber si quiera si eso que anhelamos realmente nos puede hacer felices o vamos a saber manejarlo para que nos aporte beneficios. Tan solo nos ciega el conseguirlo. Lo de menos es el porqué, para qué, cómo… con tal de lograrlo. Y ya se sabe que nido abandonado, nido perdido.

También se da, en este mismo sentido, el deseo por lo ajeno, pero sin que se renuncie a lo que ya se posee, pretendiendo acaparar todo aquello que se entiende puede darle, a quien lo busca, reclama o usurpa, como mayor notoriedad o poder, al tiempo que resta valor a quien se le quita. Al igual que decía anteriormente lo de menos es saber qué hacer con lo logrado, lo importante es poseerlo y debilitar a quien lo poseía.

Finalmente se trata de quitar a alguien algo que forma parte de ella, es decir, robar.

Siguiendo el hilo con el que he iniciado mi reflexión y siendo consciente de que la misma puede ser sensible y causar debate, considero que no debo rehuir el mismo pues hacerlo significaría en sí mismo una clara postura de indiferencia o de conformidad con lo que está sucediendo.

En el caso del abandono, cuando no renuncia, a lo que se posee por el deseo, no siempre razonable ni razonado, de acceder a aquello que se considera mejor o más valioso, nos encontramos lamentablemente y en una proporción que es ciertamente preocupante, con el caso de las enfermeras que no tan solo no valoran la identidad que les proporciona los cuidados profesionales por considerarlos menores o secundarios, sino que deciden renunciar a ellos para, por una parte caer en los brazos de la técnica que les fascina y les mantiene en posiciones de refugio y confort de las que se resisten a escapar. Pero además existen quienes no conformes con esa idolatría tecnológica se empeñan en reclamar ciertas competencias que, ligadas a la técnica, lo son de otras disciplinas lo que provoca de inmediato una reacción defensiva en quienes se sienten amenazados con el intento de apropiación que, además, entienden como indebida e incluso delictiva.

En ese intento al que, por otra parte, dan pábulo en muchas ocasiones, representantes profesionales enfermeros estableciendo una cruzada para lograr el ansiado pendón de conquista, se abandona claramente aquello que les es propio y da identidad a la profesión a la que pertenecen, es decir los cuidados, que quedan claramente desprotegidos y carentes de amparo profesional. Lo que, sin embargo, no significa en ningún caso que ya no sean necesarios o que haya desaparecido la demanda que de los mismos hacen las personas, las familias y la comunidad.

Ese abandono voluntario, totalmente incomprensible y temerario, no pasa desapercibido por quienes tienen interés en colonizarlos asumiendo su competencia y responsabilidad desde posiciones, en apariencia al menos, de menor entidad profesional, disciplinar y científica, pero con un claro interés por ellos sin que exista una reacción defensiva acorde a la pérdida que supone, al estar entretenidas en batallas de supuestamente mayor entidad o importancia. De tal manera que finalmente unas medran y las otras merman. Todo ello, además, con impertérrita pasividad e indolencia de quienes dicen representar a las enfermeras o precisamente por considerar que la defensa pasa por la inacción que conduzca a la pérdida de lo propio en la desigual y no siempre comprensible guerra por lo ajeno.

Con este planteamiento, desde luego, no estoy queriendo trasladar que las enfermeras no sean competentes para asumir otras competencias y responsabilidades a las que le son propias. Lo que considero que no tiene sentido alguno es hacerlo desde la renuncia de lo propio por pensar que lo ajeno es mejor y de mayor valor. Las competencias no se ganan con batallas, aunque estas sean incruentas, sino con razonamiento y evidencias científicas además de respeto y consenso en el logro de las mismas cuando estas son compartidas o están siendo abandonadas por otros como hacemos nosotras con los cuidados.

Alguien, por tanto, puede interpretar que nuestras reivindicaciones por la denominada prescripción enfermera, por ejemplo, no tendrían sentido según mi planteamiento. Pero nada más alejado de la realidad. Las enfermeras venimos “prescribiendo”, o indicando, como han impuesto los médicos, de manera alegal desde hace muchísimo tiempo fármacos y productos sanitarios relacionados con nuestras competencias profesionales autónomas, con el beneplácito, por otra parte, de quienes ahora se rasgan las vestiduras y nos llevan ante los tribunales. Por tanto, lo que se reclama es la legalización y normalización de una situación que no beneficia a ninguna de las partes desde la alegalidad y que repercute negativamente en quienes son receptores de la atención recibida, por parte de unos y otros.

Por su parte, en el caso del deseo por lo ajeno, quien o quienes lo ejercen no necesariamente suele requerir el abandono de lo deseado por parte de quien es du dueño o cuanto menos lo posee. Simplemente deciden hacerlo suyo y para ello utilizan cualquier estrategia o estratagema para conseguirlo sin importarles lo más mínimo si para aquello que pretenden hacer suyo son competentes, si les corresponde y quieren realmente hacerlo, si les es posible asumirlo y ni tan siquiera si es ético.

La última que, por supuesto no única muestra de lo que digo, es la anunciada fundación por parte del Colegio de Médicos de Madrid de un comité científico para instaurar la cultura del cuidado, establecer un Código de Cuidados y detectar las necesidades de la población vulnerable[2]. ¿Alguien puede tan siquiera imaginar la respuesta que tendría que alguna organización enfermera anunciara la fundación de una comisión o comité para establecer un Código Farmacológico o de Cirugía?

Este anuncio además de ser una clara y descarada provocación supone un abordaje manifiestamente beligerante contra la identidad enfermera al pretender, no ya cuidar que podría ser algo que siempre han podido hacer y a lo que han renunciado sistemáticamente, sino por la maniquea y mezquina pretensión anunciada de crear un conjunto de normas y reglas sobre los cuidados, que es lo que significa hacer un Código de Cuidados según la Real Academia de la Lengua Española (RAE).

Es decir, los mismos que siempre identificaron los cuidados, que es lo que hacen las enfermeras, como algo absolutamente secundario, irrelevante, subsidiario, ligado a las cualidades femeninas como la dulzura, la abnegación, la docilidad, la obediencia, la resignación, la sumisión y que tan bien dejaron por escrito en sus múltiples textos para la formación de las enfermeras durante siglos, ahora quieren regular los cuidados[3], [4], [5], [6], [7], [8], [9], ahora quieren hacerlo suyo estableciendo, desde la prepotencia y el autoritarismo del poder que han logrado imponer a lo largo de su desarrollo profesional con su absolutismo ilustrado de todo para el paciente pero sin el paciente. Algo que choca frontalmente con lo que son y significan los cuidados profesionales enfermeros.

Pero ni el abandono de competencias, por una parte, ni la colonización de espacios o la apropiación de competencias por otra, obedecen tan solo a lo ya comentado. Es decir, la dejación de unas y el oportunismo o el descaro de otras/os.

Porque, como suelo decir, nada es casual y todo es causal. Así pues, a la falta de valoración propia sobre aquello que se hace, o debiera hacerse, hay que añadir la ausencia absoluta de reconocimiento por parte de las instituciones del valor de los cuidados profesionales enfermeros, lo que justifica que estén relegados y no se plantee en ningún caso su institucionalización como si se hace con la curación ejercida por los médicos. De esta manera se genera una diferencia de trato, oportunidades, reconocimiento y valoración de las enfermeras y su aportación singular por parte de las instituciones y sus responsables por el exclusivo hecho de ser enfermeras. No es que ellas no quieran o no puedan es que, permanentemente, se les impide crecer, avanzar, visibilizarse y aportar su competencia y conocimientos en tantos ámbitos y puestos de responsabilidad que siguen ocupados en exclusiva por quienes se consideran únicos dueños de la sanidad, aunque permanentemente trafiquen con la salud con absoluta impunidad. Por su parte se sigue consintiendo la vigencia de leyes y normas que benefician a unos y perjudican a otras generando una absoluta falta de equidad que se mantiene sin rubor y lo que es peor aún sin rigor alguno, siendo la presión y el poder de los ocupas institucionales lo que perpetua tal situación de desigualdad.

Esta circunstancia que, por mucho que sea una constante no puede ni debe naturalizarse hasta el extremo de considerarla normal, lleva a que, por una parte las enfermeras cada vez se identifiquen menos con lo que, paradójicamente, es su seña de identidad, los cuidados y, sin embargo, queden fascinadas con las técnicas y la tecnología al margen de los cuidados, siendo esta una de las causas de la evidente deshumanización que ahora se quiere recuperar desde posicionamientos absolutamente alejados del cuidado. Siendo la forma que identifican como posible solución a ser mejor valoradas y, por tanto, a acceder a un desarrollo que, sin embargo, no tan solo no será posible, sino que les generará, de mantenerlo, una creciente dependencia y subsidiariedad a la técnica y a quien la controla y domina.

Esto lleva a que se generen cada vez mayores espacios de abandono de cuidados que son aprovechados por quienes, siendo profesionales de la enfermería, identifican a las enfermeras como enemigas de su desarrollo por lo que reclaman competencias de cuidados que identifican como propios, pero sin que tengan realmente una capacitación profesional que les haga competentes más allá de la realización de la actividad relacionada con dichas competencias, pero no su responsabilidad que corresponde a las enfermeras por mucho que la abandonen.

Esta es, por tanto, una muestra más de la desidia de las administraciones y de quienes ocupando puestos de responsabilidad y gestión, lo único que logran es generar espacios de conflicto con sus decisiones o sus no decisiones, que tan grave es lo uno como lo otro. La ausencia de una adecuada regulación y ordenación profesional, contribuye a la permanente confrontación entre las profesionales que formando parte de la Enfermería se sitúan en planos diferentes de la misma como si fuese posible identificar diferentes “Enfermerías”.

La fascinación tecnológica que padecen las enfermeras, por otra parte, les sitúa en un paradigma ajeno a la hora de dar respuestas a las necesidades de las personas, abandonando con ello el paradigma desde el que los cuidados adquieren sentido y ciencia, lo que provoca respuestas en base a premisas falsas.

En todo este proceso, viene sucediendo que los cuidados son identificados cada vez con mayor intensidad como un valor importante por parte de la sociedad, al contrario de lo que sucede con quienes deberían ser sus mayores valedoras, las enfermeras. Por una parte, porque la propia evolución de la sociedad y los cambios a los que está sometida, epidemiológicos, demográficos, económicos, culturales…, demandan cada vez más cuidados profesionales. La pandemia, por su parte, entre otras muchas cosas y efectos ha dejado un clarísimo contexto de cuidados que parece que tan solo las/os políticas/os y las/os gestoras/es son incapaces de ver o, lo que es peor, se niegan a ver.

Ante esta situación en que los cuidados adquieren una dimensión de reconocimiento y demanda cada vez mayor, sin que lamentablemente las enfermeras sean capaces de liderarla y quienes pueden y deben favorecerlo se sitúan en la inacción mas absoluta, surgen amigos de lo ajeno que identifican la oportunidad de hacer suyo aquello que nunca quisieron pero que ahora anhelan y para lo que están dispuestos a regular lo que, quien tendría que hacerlo no lo hace.

El oportunista y mentiroso anuncio de una estrategia de cuidados hecha por la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, de haber sido sido cumplido, posiblemente, no hubiese dejado espacio para el abordaje que se ha emprendido desde el Colegio de Médicos de Madrid y que, hasta la fecha parece no ha tenido respuesta por parte de ninguna organización de las que al menos en teoría representan a las enfermeras, lo que también contribuye a que no sea identificado con la gravedad que realmente tiene.

Este desolador panorama de luchas, asaltos, robos y dejaciones sin duda contribuye a un descrédito en la valoración, reconocimiento y visibilidad de lo que es el verdadero tesoro de las enfermeras, es decir, los cuidados, que tristemente abandonan para cambiarlo por los brillos engañosos de la tecnología y los cantos de sirena de unos supuestos beneficios que tan solo les conducirán a encallar en el mejor de los casos o naufragar irremediablemente en el peor y más probable de ellos. Cuestión que es aprovechada por los piratas de la sanidad para hacerse con el botín que tras tanto tiempo a la vista han descubierto ahora como valioso para sus intereses. Sin que ello quiera decir que con el mismo vayan a favorecer a las personas, las familias y la comunidad. Tan solo lo utilizarán como complemento de su narcisismo profesional y como trofeo de sus abordajes en el mar de la confusión generada por unas/os y otras/os y con el beneplácito o la connivencia de las/os guardianas/es de la paz y el orden en el mismo.

Recuperemos lo que es nuestro y defendámoslo desde el rigor y la ciencia enfermera sino queremos caer nuevamente en la despersonalización y falta de identidad que provocará la pérdida de los cuidados como consecuencia de nuestro abandono y nuestra confusión.

No es buena cosa dejar camino real por vereda, pues a buen seguro no nos llevará donde deseamos y lo haremos en peores condiciones, si es que no nos perdemos.

[1] Filósofo, profesor de Filosofía y escritor español.

[2] https://www.diariomedico.com/medicina/profesion/el-icomem-insta-establecer-un-codigo-cuidados.html

[3] “…y con estas consideraciones debe ir a una práctica intensiva. Repetir muchas veces las cosas para que, si las hace bien, salgan mejor. Procurar adquirir agilidad en el trabajo, educar sus manos a la dulzura, en una palabra dedicar todos sus afanes a la máxima perfección” (Manual de la enfermera, 1940)

[4] “La enfermera tiene por misión el atender a los enfermos, y todos los cuidados que haya que prestarles, sean de la clase que sean. Médicos, higiénicos, personales, corresponden a la misma: debe ser el único intermediario entre el médico y el enfermo, la única persona que entre en contacto con éste” (Manual de la enfermera, 1952)

[5] “Los médicos tendrán auxiliares instruidos, que cumplan sus indicaciones.”  (1907)

[6]El médico es el sabio, es el que entiende más que todos, es el que manda….”  (1919)

[7] “Para con sus superiores, la enfermera, ha de ser sumisa y obediente. No ha de discutir las órdenes que reciba. Si alguna cosa cree que no puede cumplir o tiene escrúpulos de que pueda estar mal indicada, por observaciones que puede recibir del estado del enfermo después de dictada, tiene que hacerlo saber al médico directamente, sin intermediarios, y sobre todo con modestia, para que pueda ser rectificada después”  (1940)

[8] “Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales”  (1975)

[9]Por ello hemos de procurar que los conocimientos teóricos se reduzcan a los límites precisos de nociones e incluso de definiciones tan solo… Creemos que debemos conseguir ayudantes técnicos sanitarios poco sabios, pero en cambio, hábiles y precisos en el ejercicio de la profesión y siempre con la conciencia de la función que deben llevar en relación con el médico, el enfermo y la sociedad”  (J. Alvarez Sierra y Manchón: Historia de la profesión, 1955) 

RUTINA Y DOCENDIA DE ENFERMERÍA Cuando el hábito no hace a la enfermera

La rutina es el hábito de renunciar a pensar.

“El hombre mediocre» (1913) José Ingenieros[1]

 

Con el mes de septiembre se inicia la lenta pero necesaria e implacable salida del letargo estival y con ella la incorporación, no siempre progresiva y pausada, a la actividad en cualquier ámbito de trabajo, que conduce en muchas más ocasiones de lo deseado a la rutina, entendida esta como la costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado sin requerir para ello reflexión o decisión o también como la habilidad producto exclusivamente de la costumbre.

Puede que en algunos contextos dicha rutina sea considerada como favorable o entendida como normal e incluso deseada. Yo, particularmente, considero que, en sí misma la rutina, no es buena nunca, aunque todas/os en mayor o menor medida, la incorporamos en nuestras vidas como parte de nuestra actividad diaria.

Pero desde el momento en que dicha rutina supone la anulación de reflexión y por tanto de análisis previo sobre aquello que se hace, la misma cuanto menos debería ser cuestionada e incluso rechazada de plano en determinados ámbitos en los que dicha irreflexión supone un claro y manifiesto elemento de ineficacia, ineficiencia e incluso me atrevería a decir que de irresponsabilidad y falta de ética.

Son muchos los ejemplos sobre los que podríamos hablar al respecto, pero me quiero centrar en uno que específicamente me preocupa y ocupa como es el de la docencia en general y el de la docencia de enfermería en particular.

Posiblemente no seamos conscientes o no con la suficiente intensidad de la responsabilidad que adquirimos y tenemos cuando ejercemos de docentes. Y aquí quisiera establecer mi primera reflexión. Digo cuando ejercemos de docentes porque nadie estudia ni en muchas ocasiones lamentablemente se prepara para ser docente. Se es arquitecto, ingeniero, maestro o enfermera y es desde su disciplina desde la que puede incorporarse a ser docente de dicha disciplina. Sin embargo, es muy habitual, al menos entre las enfermeras, que las que se dedican a la docencia al ser preguntadas por su profesión respondan que son profesoras universitarias. No son profesoras universitarias, sino que trabajan como tales. Ser, son enfermeras, pero parece como si ser profesora universitaria diese más prestigio o pedigrí o estuviese mejor visto que el ser enfermera, lo que en sí mismo ya es un grave problema y supone, a mi parecer, un importante elemento de distorsión e incluso de rutina en su actividad. Porque si a lo que se dedica es a la docencia de enfermería, pero renuncia, o cuanto menos oculta, su condición de enfermera, la docencia que pueda impartir queda cuanto menos cuestionada u ofrece serias dudas sobre su aportación desde el conocimiento enfermero y lo que es tan importante o más si cabe, como es el sentimiento de pertenencia y orgullo de ser y sentirse enfermera, es decir de identidad.

Así pues, nos encontramos con esa primera inercia a la falta de reflexión sobre lo que es y significa ser enfermera y dedicarse a la docencia de futuras enfermeras. Algo que sin duda implica un problema a la hora de compartir, trasladar, enseñar… el conocimiento, aislado de sentimiento enfermero, lo que hace que el mismo se convierta en un conjunto de conceptos teóricos totalmente asépticos y alejados de lo que suponen y significan como parte integral de los cuidados profesionales, más allá de la adquisición de competencias que parece ser lo único que verdaderamente importa, pues es lo que forma parte estructural de la guía docente de las asignaturas. Y en base a ello se secuencia la docencia de manera rutinaria y lo que es también preocupante, de manera fraccionada. Porque las asignaturas se convierten en el ámbito de poder de las profesoras y de los Departamentos de los que forman parte. Se defiende con uñas y dientes y con navaja si es preciso el crédito como unidad de medida del poder que otorga, estableciendo una frontera entre departamentos, áreas de conocimiento, asignaturas, profesorado… que delimita, acota, aísla… el conocimiento integral, integrado e integrador y con ello una de las principales señas de identidad enfermera como es el cuidado integral u holístico del que sin embrago se nos sigue llenando la boca, aunque lamentablemente no sirva para hacerlo realidad.

Esto es de médico-quirúrgica, esto es de comunitaria, esto de salud mental… suelen ser demandas que encierran un sentimiento de intrusismo intelectual y del conocimiento que es absolutamente anacrónico y rechazable, pero que se mantiene, e incluso se refuerza, más allá de la necesaria e imprescindible reflexión, lo que supone otro elemento de rutina en la docencia enfermera.

Los prácticum que vinieron a incorporarse con los cambios propiciados por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) como asignaturas independientes con competencias propias y destinadas a lograr una mayor permeabilidad entre el ámbito docente y el asistencial, se han convertido lamentablemente en cajones de sastre y en reinos de taifas de las titulaciones, asumiendo idéntico valor de poder y con ello de lucha por su control que el resto de las asignaturas, sin que además hayan logrado reducir la famosa brecha entre universidad y sistema sanitario y suponiendo, en muchos casos, la mimetización o continuidad de las, en teoría, extintas prácticas clínicas en cuanto a la capacidad de aprendizaje que en los mismos debería existir, pero que se limitan a la asistencia temporal en un centro, unidad o servicio de las/os estudiantes sin que realmente exista un compromiso compartido entre enfermeras docentes y clínicas en el proceso de enseñanza-aprendizaje, lanzándose reproches mutuos por entender que la culpa siempre es del/la otro/a. A la ausencia generalizada de una planificación de la docencia en y durante los prácticum se une una apatía manifiesta de las/os responsables de los sistemas sanitarios que entienden que bastante hacen dejando que las/os estudiantes acudan a sus organizaciones, pero evitando implicaciones mayores que favorezcan e incentiven a las enfermeras en la tutorización o que promuevan acciones compartidas entre universidad y sistema sanitario que mejoren el proceso, lo que provoca un rechazo cada vez mayor a la asunción de responsabilidades de tutorización que identifican exclusivamente como una carga y no como un elemento de motivación y desarrollo profesional. Lo que también supone, en muchas ocasiones, una rutinización de la actividad tutorial alejada de la necesaria interacción y complicidad en el aprendizaje entre docente y estudiante.

Pero además hay que añadir la cada vez mayor resistencia de las enfermeras a integrarse en la universidad como profesoras. Por una parte, como asociadas sin que suponga la renuncia a su puesto asistencial pero que identifican como una carga de tareas o actividades que no quiere el profesorado a tiempo completo y con una clara resistencia de las organizaciones sanitarias para facilitar la compatibilidad de ambas actividades. Pero la resistencia aún es mucho mayor si hablamos de la incorporación a tiempo completo en la universidad al identificar el contexto como hostil, mal retribuido, de difícil desarrollo académico… lo que supone una progresiva y preocupante desertización enfermera que es aprovechada por profesionales de otras disciplinas para incorporarse en los espacios que no ocupan las enfermeras y que sin embargo corresponden a docencia específica y exclusivamente enfermera, con lo que ello supone para la formación de las futuras enfermeras.

Por otra parte hay que destacar lo que representa una rutina implacable en el ámbito de la docencia de enfermería como es el alejamiento cuando no el abandono de la práctica asistencial por parte de las enfermeras que se incorporan como docentes a tiempo completo en la universidad con lo que ello significa de alejamiento con la realidad asistencial y de pobreza en el proceso de enseñanza-aprendizaje que acaba por convertirse en una permanente comparación entre lo que se dice en el aula y lo que se ve o hace en el servicio, centro o unidad de cualquier organización sanitaria. Esta realidad que se acepta e incorpora igualmente como rutina de la docencia enfermera viene determinada por las barreras que desde uno y otro ámbito, sanitario y universitario, se ponen para impedir que existan posibilidades, que debieran ser obligatorias y permanentes, de incorporación de las enfermeras docentes en el ámbito asistencial en el tiempo y forma que se determinen, pero que actualmente son totalmente imposibles por las trabas administrativas existentes, sin que exista voluntad real de revertir tan triste como incomprensible realidad. Realidad que podría paliarse en parte con la creación de las denominadas plazas vinculadas que permiten una actividad docente-asistencial compartida y claramente definida y sin que suponga, como sucede con las plazas de asociados, un contrato secundario al de enfermera asistencial. Pero esta figura, que para otras disciplinas es habitual, para las enfermeras existe mucha resistencia a crearlas en la mayoría de servicios de salud, dado que ninguna de las partes asume de buen grado compartir profesional y gasto. Finalmente conlleva que se perviertan las plazas de asociados, por parte de la universidad porque son utilizadas para cubrir las carencias de profesorado a tiempo completo a un coste mucho menor y por parte de sanidad porque no debe renunciar a tiempo alguno de actividad asistencial y se aprovecha del prestigio que, al menos teóricamente, supone ser centro docente universitario a coste cero.

Pero volviendo a las aulas, no podemos dejar de reflexionar sobre los planes de estudio, los conocimientos que se imparten y cómo se imparten.

No soy quien, para criticar los planes de estudio de ninguna Facultad de Enfermería, ni es mi intención hacerlo, pero sí considero importante reflexionar sobre lo que supone el actual panorama docente enfermero y que conlleva el que en muchos más casos de los deseables y deseados dichos contenidos no logren lo que debería ser objetivo fundamental de cualquier Facultad como es el de formar a las mejores enfermeras como enfermeras y no tan solo como recursos humanos para las organizaciones sanitarias, como si más allá de estas no hubiese vida, lo que acaba siendo identificado por el estudiantado como una realidad que es falsa dado que son muchos los escenarios en los que una enfermera puede prestar cuidados, aunque ya desde su formación no son identificados al no ofrecérseles posibilidades reales de desarrollar los prácticum, por ejemplo, o de abordar simulaciones en escenarios que vayan más allá de una sala de hospital, una UCI o una consulta enfermera.

Posiblemente aquí esté el problema. ¿Qué se entiende por formar a las mejores enfermeras? Es decir, ¿las mejores enfermeras son aquellas que demandan los servicios de salud para responder a su modelo asistencialista, medicalizado, tecnológico, fragmentado, patriarcal y centrado en la enfermedad? Lo que supone que se adapte la enseñanza a ese modelo o, por el contrario, la docencia debe formar a las enfermeras que respondan desde el paradigma paradigma enfermero, centrándose en los cuidados profesionales, en el autocuidado, en la humanización… sin que ello signifique renunciar ni minusvalorar las técnicas y la tecnología, pero sabiendo qué lugar deben ocupar en el proceso de enseñanza-aprendizaje y cómo deben articularse con la acción cuidadora enfermera. Y algo trascendental como es que las futuras enfermeras se sientan orgullosas de serlo y capaces y competentes para liderar los cuidados en cualquiera de los ámbitos en los que se incorpore. No hacerlo supone que las Facultades se asemejen más a cadenas de montaje y abastecimiento de recursos para los servicios sanitarios que los demandan, que a centros docentes de excelencia en los que se forma a enfermeras para la comunidad, capaces de prestar cuidados de calidad y saber liderarlos sin caer en el conformismo, la desmotivación, el continuismo y la apatía que el sistema imprime y que impide que los cuidados abandonen la subsidiariedad y la invisibilidad que les otorgan las instituciones en favor de los procesos médicos y medicalizados, haciendo de la rutina su principal modo de actuar que, por otra parte, no les resulta extraña ya que han participado de la misma durante su formación, con lo que estamos ante un problema recurrente que debemos afrontar para vencer y en una peligrosa espiral de la que es necesario salir y que, desde mi punto de vista, resulta imprescindible que se inicie en la universidad.

Pretender que la humanización forme parte indiscutible e inseparable de la actividad enfermera sin que dicha humanización esté presente en la universidad es tanto como creer que la misma puede adquirirse por ciencia infusa, iluminación divina o que forme parte de la manoseada vocación sin que se requiera nada más para alcanzarla. Confundir humanización con simpatía o paternalismo es otro error que suele cometerse y que lejos de contribuir a comprender lo que es y significa la humanización, la pervierte y convierte, en el mejor de los casos, en un proceso de tutela escolar que anula la autonomía, favorece la dependencia, reduciendo o eliminando la autoestima y la empatía.

La participación, el liderazgo, la iniciativa, la implicación, el pensamiento crítico, la creatividad… no pueden ni deben quedar limitados en el estudiantado a que surjan espontáneamente. Se debe trabajar para incentivarlos y que se conviertan, tal como se planteaba en el EEES, en protagonistas activos de su propio proceso de enseñanza-aprendizaje, dejando a las/os docentes como coordinadoras/es y facilitadores del mismo. Pero es evidente que eso supone no tan solo un cambio radical de roles que lamentablemente no se ha dado de manera generalizada, sino una forma diferente de ver, entender y trasladar lo que significa ser y sentirse enfermera desde el conocimiento enfermero. Y que nadie confunda lo que estoy planteando con un posicionamiento de reivindicación laboral, en absoluto. Siendo importante no corresponde a la universidad este cometido en el que, sin embargo, se implica permitiendo que los sindicatos hagan proselitismo de sus “empresas” para captar afiliados como si ello fuese parte imprescindible de su formación. Paradójicamente las sociedades científicas suelen ser relegadas, sin que siquiera se haga mención a las mismas, cuando son organizaciones fundamentales del ámbito científico-profesional en la madurez de cualquier disciplina/profesión.

La evaluación es otra de las rutinas que se incorporan en la docencia enfermera y que suponen que la formación se convierta en un proceso de “tragar y vomitar” conocimientos a través de pruebas tipo test que encasillan los mismos y los convierten en una valoración cuantitativa de probabilidades en base a una escala numérica con la que resulta muy difícil, por no decir imposible, conocer cuál es el grado de adquisición de competencias enfermeras, convirtiéndola en la principal preocupación del estudiantado en lugar de la necesidad y el gusto por aprender y en una extraña forma de entender la excelencia docente cuando el número de suspensos es muy superior al de aprobados, tildándose de asignaturas “María” aquellas que no participan de esta competición de fracaso docente.

Los Trabajos Fin de Grado (TFG), otra de las novedades que incorporaba el EEES como elemento de introducción e incentivación de la investigación, se han convertido en sus mayores enemigos al ser identificados por el estudiantado como algo temible y que deben asumir con resignación, pero no con ilusión, cuando en muchos casos no ha existido una formación de base sobre investigación o esta ha sido muy pobre, lo que supone que aborrezcan y renuncien a la investigación incluso antes de ser enfermeras. Y que las docentes lo asuman como obligación, pero no con el compromiso de incorporar en el estudiantado la curiosidad y la motivación por la investigación. Es decir, para este viaje no hacían falta esas alforjas. Esto, sin duda, tiene posterior reflejo en aquello que se investiga y que es de dudosa utilidad y en la ausencia de transferencia de las evidencias a la práctica enfermera, lo que cuestiona claramente la investigación enfermera.

Finalmente, cuando acaban, muchas/os de ellas/os, deciden irse al extranjero dadas las penosas condiciones laborales en las que tienen que trabajar, no tan solo por los bajos salarios sino por la dificultad que supone conciliar la vida familiar y personal y el escaso o nulo reconocimiento de las organizaciones a los cuidados. Esta circunstancia conduce a una manifiesta falta de enfermeras que agrava la evidente escasez de cuidados profesionales que se necesitan y no se prestan, lo que es aprovechado para plantear alternativas más económicas y rentables tanto desde el punto de vista formativo como del de contratación posterior, aunque ello signifique una menor calidad de los cuidados prestados, que siguen siendo algo que se entiende secundario y prescindible.

Por otra parte, a competitividad mal entendida entre Facultades y Universidades por alcanzar puestos de relevancia en cualquier ranquin de los existentes lleva a que se produzcan posicionamientos de aislamiento e individualismo tendentes a preservar “los secretos” de sus éxitos, en lugar de generar espacios de análisis, reflexión y debate que propicien excelentes modelos de formación enfermera que no queden limitados a tasas de abandono, de aprobados, de matrícula… que nuevamente obedecen más a criterios mercantilistas que de excelencia académica.

En fin, son tan solo algunos de los factores que como enfermera y docente identifico en el actual panorama universitario de enfermería. No son los únicos ni posiblemente en muchos casos los más prevalente e importantes, pero son algunos de los que incorporan con mayor fuerza la rutina en la formación enfermera y con ella la pérdida de identidad y liderazgo enfermeros.

Son muchas las excelentes enfermeras docentes que permitieron que enfermería se incorporase y consolidase en la Universidad y también muchas las que existen y mantienen altos niveles de excelencia. Pero esto no nos puede cegar e impedir identificar que la rutina se ha incorporado como un mal latente y permanente en la formación enfermera. Los problemas externos, como sucede en otros muchos ámbitos de la actividad enfermera, son muchos y potentes. Pero esperar a que reviertan espontáneamente o que sean resueltos por otras/os sin nuestra implicación es tanto como contribuir a la decadencia de la docencia enfermera y, sinceramente, creo que esto es algo que por compromiso con quienes nos precedieron, deber con quienes nos sustituyan y obligación con quienes confían en nosotras/os su formación, debemos asumir como responsabilidad ineludible y si para ello hace falta cambiar hagámoslo desde el rigor que como miembros de una disciplina científica que somos, tenemos. Y algo que no se nos puede nunca olvidar, la obligación ética y moral de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad con cuidados de calidad y calidez.

Y es que como dice Rosa Montero[1] “tal vez la rutina nos ciegue y solo veamos lo que creemos ver”, cuando realmente hay mucho más. Porque la rutina y el hábito no hacen a la enfermera.

[1] Periodista y escritora española (1951)

¿EL PRINCIPIO DEL FIN O POR FIN EL PRINCIPIO?

“Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio.”

Epicuro[1]

 

Mucho se ha venido hablando estas últimas semanas de verano y vacaciones, para quienes han tenido la ocasión de disfrutarlas, sobre las enfermeras y su papel, competencias, funciones, rol… que de todo ha habido, en el ámbito de la Atención Primaria fundamentalmente.

Se ha hablado, propuesto y determinando, por parte de quienes además no han sido, precisamente, defensores de las enfermeras y su aportación a la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque lamentablemente lo han hecho desde el oportunismo, la precipitación, la urgencia y, sobre todo, la ocurrencia en sustitución de la evidencia como elementos imprescindibles de su estrategia como ahora expondré.

Plantear como se hizo la sustitución de médicos por enfermeras ante la supuesta y cacareada falta de médicos en Atención Primaria es un acto de absoluta incoherencia, mediocre gestión, ausente planificación, total desconocimiento o de una mezquindad absoluta para generar un enfrentamiento que distrajera la mirada, precisamente, de quienes actúan con tanto desprecio hacia las/os profesionales y hacia la población a la que, supuestamente, pretenden proteger con tales medidas[2].

La verdad es que lo fácil, lo inmediato, es pensar que se trata realmente de una torpeza sin precedentes. Pero esto no encaja en la magnitud de la medida propuesta y en la posibilidad y creencia de que no exista nadie en la consejería de salud de Madrid con capacidad de decisión que tenga un mínimo de inteligencia para impedir que se proponga algo tan descabellado como inapropiado. Por lo tanto, y posiblemente sea lo que más miedo da, considero que lo sucedido obedece justamente a un acto pensado, planificado y ejecutado con estivalidad y alevosía con el objetivo de hacer daño.

Pero ¿daño a quién? Cabe preguntarse. Pues en primer lugar al sistema público de atención haciendo creer a la población que el mismo es ineficaz e ineficiente y con ello reforzar la creencia de una sanidad privada salvadora y supuestamente altruista que está dispuesta a ofrecer sus servicios para beneficiar a la ciudadanía.

¿Y cómo hacerlo sin que se identifique como una demolición del sistema público y una clara apuesta por el privado? Pues utilizando a las/os profesionales como chivo expiatorio y arma arrojadiza.

La secuencia, pues, es la siguiente.

En primer lugar, se hace creer a la ciudadanía que existe una carencia de médicos para atender a los centros de salud. Carencia no por falta real de médicos en cuanto a número, sino como consecuencia de las condiciones tanto laborales como profesionales que hacen que los médicos rechacen de manera cada vez mayor incorporarse en los Centros de Salud. De esta manera se da a entender que, a pesar de los esfuerzos realizados por las/os gestoras/es sanitarias/os, como brazo armado de las/os ideólogas/os políticas que deciden la estrategia, son los médicos quienes tienen la culpa de esa carencia y de las consecuencias que la misma provoca en la atención a las personas, las familias y la comunidad.

Pero para reforzar su maléfico plan, incorporan una nueva y demoledora acción que afecta a las enfermeras sin que, claro está, las enfermeras participasen de la misma ni en su planteamiento ni mucho menos en su planificación y ejecución.

Se trata de trasladar la responsabilidad de atención, ante la falta de médicos, a las enfermeras.

Y esto merece un análisis que vaya más allá de la simple y torpe reacción inmediata que es lo que generó la misma una vez conocida. Porque, realmente, es una propuesta envenenada que ni el mismo Príncipe de Maquiavelo hubiese sido capaz de pertrechar con tanta malicia como éxito.

En primer lugar, al trasladar la responsabilidad de atención a las enfermeras, se consigue un doble objetivo. Por una parte, se pretende hacer creer la confianza que se deposita en las enfermeras para asumir dichas competencias. Confianza que no tan solo no es real, sino que se ha venido demostrando de manera sistemática que nunca se ha tenido en ellas.

Por otra parte, y no menos maquiavélica, se logra enfrentar a los médicos con las enfermeras al identificar los primeros que se están invadiendo sus competencias por parte de las segundas. De esta manera el foco de atención se desplaza de quién toma la decisión hacia quienes se les asignan competencias que ni habían solicitado asumir ni participaron en su planteamiento. Toda una estrategia de despiste y de desgaste de quienes en teoría debían resolver los problemas de atención que las/os responsables de gestionarlo ni querían ni sabían, posiblemente también, cómo llevar a cabo.

Pero aún hay más. El mensaje que se traslada a la población, lejos de ser tranquilizador y garantizar la cobertura de atención, lo que provoca es un rechazo hacia las enfermeras por no considerarlas competentes para asumir la posible demanda de atención con lo que su valoración y reconocimiento se resiente al tiempo que son identificadas como intrusas que quieren ejercer de médicos sin serlo. Por otra parte, y sin que este fuese un objetivo de la trama, la ciudadanía, lejos de ver a los médicos como unos desertores que no quieren trabajar en Atención Primaria, que es lo que se pretendía, pasan a ser identificados como víctimas del sistema y de la administración al quedar a ojos de la comunidad como los profesionales que se les ataca y se les usurpan competencias.

Y como colofón nos encontramos con ciertos sectores de la enfermería que identifican esa concesión competencial como un favor de la administración y a su vez como un ataque sin sentido por parte de los médicos al interpretar que no quieren dejarles crecer como profesionales y adoptando un victimismo absurdo. Todo lo cual contribuye al objetivo marcado por las/os ideólogas/os de quedar indemnes por su acción y que todo el peso de las críticas se focalice en médicos y enfermeras.

Hecho este análisis de la secuencia es necesario también dejar claros diferentes aspectos sin los que sin duda estaría contribuyendo al objetivo marcado por los estrategas de la confusión.

Lo primero de todo es que en ningún momento pretendo trasladar el que las enfermeras no puedan asumir competencias que, hasta la fecha, han sido identificadas como de exclusividad médica. Esto sería tanto como ir contra las evidencias científicas y la propia evolución de las profesiones tal y como se demuestra en múltiples ejemplos de países en los que esto no tan solo está asumido, sino que forma parte de la normalidad de atención a la población. Por lo tanto, el problema no es si las enfermeras son o no competentes, que lo son, sino de qué manera se regula, instaura y normaliza a través de un debate riguroso y científico entre las partes. El problema viene determinado por la falta de diálogo y por la torticera forma de gestionar las situaciones que, además, no son nuevas.

Así mismo, no puede ni debe trasladarse que la atención que se ofrece a la población es una sustitución, porque en sí misma esta definición ya conlleva implícitamente la condición de intrusismo e invasión competencial. No se trata, por tanto, de que las enfermeras puedan sustituir a los médicos en determinadas competencias para aliviarles de su carga o para paliar su falta de recursos. La asunción de competencias va ligada a conocimiento y responsabilidad y no a una cesión gratuita y puntual derivada de una carencia asistencial de la que ni son responsables ni tienen obligación alguna de asumir.

Mientras todo esto sucede, las/os mismas/os que provocan esta kafkiana situación, impiden que las especialistas de enfermería familiar y comunitaria, que se forman con dinero público, se incorporen a la Atención Primaria para asumir competencias que permitirían regular con eficacia y eficiencia muchas de las carencias y debilidades que actualmente tiene el sistema público como consecuencia de la gestión llevada a cabo y las constantes barreras y dificultades que se provocan para que se produzca un cambio tan necesario como deseable, pero que supondría un obstáculo a las intenciones privatizadoras, por lo que la mejor defensa es un buen ataque.

Las enfermeras por su parte no podemos admitir la manipulación como herramienta para la gestión de las organizaciones porque con ello contribuiremos a los objetivos de desestabilización del sistema público, al pobre desarrollo profesional que es artificialmente manejado por intereses políticos y a la debilitación de nuestra imagen social y el empobrecimiento del valor de los cuidados prestados. Ante todo lo cual no hay que olvidar, y es necesario destacar, están contribuyendo las enfermeras gestoras que contribuyen con su acción u omisión a que se lleven a cabo estrategias tan insensatas y dañinas, siendo cómplices necesarias y solícitas de su desarrollo.

A todo ello hay que añadir el torpe y también interesado abordaje que de la situación realizaron determinados medios de comunicación. Lejos de hacer un análisis riguroso de lo acontecido, contribuyeron a la desvalorización de las enfermeras al identificarlas como intrusas e incapaces de responder a las demandas de salud de la población, ridiculizando la situación en su patético abordaje. Mientras tanto, las críticas hacia la administración quedaron claramente diluidas y alejadas del verdadero objetivo de la decisión adoptada tal y como ya he planteado, al situarlas en un segundo plano.

Pero aún hay más. Los órganos de representación de las enfermeras tampoco estuvieron a la altura de las circunstancias al centrar sus críticas sobre aquello que interpretaron como un ataque a las enfermeras por parte de los médicos exclusivamente, dejando indemnes a quienes son las/os verdaderas/os y exclusivas/os responsables de tan lamentable como bien diseñada estrategia de descrédito del sistema público y de sus trabajadoras/es.

Por su parte los médicos cayeron en la trampa que les tendieron instrumentalizándoles para que centrasen sus críticas hacia las enfermeras, mientras eran señalados como culpables de las carencias del sistema por no querer ocupar plazas de Atención Primaria. Lo que por otra parte viene a visibilizar otro de los graves problemas que actualmente padece la Atención Primaria que ha sido tan castigada y desvirtuada, siendo cada vez menor el número de profesionales que quieren trabajar en ella, sobre todo los médicos que no se sienten ni atraídos ni realizados a pesar de haber contribuido de manera clara en la medicalización y asistencialismo del modelo imperante y que ven los cambios propuestos en la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria como una amenaza en lugar de como una oportunidad para su desarrollo profesional, centrado en la enfermedad, la curación y la tecnología, lo que justifica la gran cantidad de plazas de Médicos Internos Residentes (MIR) de Medicina Familiar y Comunitaria que quedan desiertas en las convocatorias anuales de especialidades médicas. Y, paradójicamente, a pesar de ello se resisten y alzan airadas voces contra cualquier posibilidad o intento de que las enfermeras asuman competencias que ellos no quieren realizar. Es decir, son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer.

Toda esta maraña de acciones y omisiones premeditadas y estudiadas concienzudamente acaban por generar un contexto de crispación que enfrenta a todos contra todos menos contra quienes la provocan.

Mientras sigamos preocupadas/os por aspectos corporativos sin tener en cuenta las consecuencias que decisiones como las apuntadas tienen para el desarrollo profesional y la salud de las personas, las familias y la comunidad, resultará muy difícil que logremos identificar y trasladar nuestro verdadero rol profesional y generar una imagen de prestigio y respeto interprofesional y social. Caer en las provocaciones claramente intencionadas tan solo nos sitúa en el foco de todas las críticas y daña claramente nuestra imagen.

Identificar a médicos o enfermeras, en función de quienes lo hagan, como enemigos en lugar de actuar desde el respeto y de manera coordinada y transdisciplinar para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades y demandas de la población y lograr que el sistema público de salud recupere la confianza y la calidad que en algún momento se identificaba como seña de identidad, es la mejor manera de apoyar, aunque sea involuntaria o inconscientemente, a cuestionar el sistema y a sus profesionales y con ello a perder la confianza de la ciudadanía y dar argumentos a quienes tienen como principal fin la privatización del sistema y la reversión del mismo a un modelo de beneficencia para pobres.

Y ante esto, que puede interpretarse e incluso denunciarse como un ataque muy particular en un territorio autonómico concreto, se adoptan u omiten decisiones por parte de quienes, al menos en teoría, defienden el sistema público, que contribuyen a alentar y reforzar medidas como las expuestas. Así nos encontramos con la incomprensible pero real inacción del Ministerio de Universidades a la hora de resolver un proceso como el de la prueba de acceso a la especialidad de enfermería familiar y comunitaria que se llevó a cabo en diciembre del pasado año, utilizando el silencio tramposo, mentiroso e indecente como toda respuesta a lo que es un derecho de las enfermeras, pero también de la población a la que se le está privando de tener una atención de calidad. O el no menos escandaloso silencio de la ministra de Sanidad a la promesa de creación de una Estrategia de Cuidados hecha pública por ella misma también en el mes de diciembre del pasado año, aprovechando el cierre de la campaña Nursing Now. Lo que ha demostrado ser un oportunismo sin voluntad política alguna de hacerlo realidad cuando nos encontramos en un contexto de cuidados que se ha hecho aún más patente tras la pandemia y que urge liderar, siendo las enfermeras quienes en mejores condiciones están para hacerlo.

Para concluir este análisis y reflexión tan solo me queda plantear si todo lo que está sucediendo no puede suponer el principio del fin no tan solo de la Atención Primaria sino también de la aportación cuidadora de las enfermeras o por el contrario puede ser el punto de inflexión que permita poner fin a tanto desmán para iniciar el principio de una nueva realidad.

Si continuamos esperando a que nos den las respuestas nos podemos encontrar casi con absoluta seguridad con el fin ya definitivo. Así pues, el principio depende, en gran medida, de la postura, determinación y decisión que como enfermeras adoptemos. De cómo afrontemos ese deseable y deseado principio, tan necesario como imprescindible, puede suponer el fin de lo que está ocurriendo.

Tal como dijera Julio Cortázar[3], “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.

[1]   Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) 341 a. C​ – 271/270 a. C

[2] chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.newtral.es/wp-content/uploads/2022/06/PROCEDIMIENTO-ACTUACION-ANTE-AUSENCIA-DE-MEDICO-300522.pdf?x24211  

[3] Escritor y traductor argentino (26 agosto 1914-12 agosto 1984)

THE MATRIX NURSING

“Todo depende de cómo vemos las cosas y no de cómo son en realidad”.

Carl Jung[1].

 

Las enfermeras españolas se han convertido en un bien muy preciado y solicitado por muchos países. Realidad que sin embargo contrasta con la situación de indiferencia o, cuanto menos, de desvalorización que en nuestro país se tiene de y hacia ellas, sobre todo, por parte de quienes tienen la capacidad de decisión para que dicha situación sea diferente y se evite su permanente éxodo poniendo en serias dificultadas al Sistema Nacional de Salud. No tanto por una cuestión económica, dadas las bajas remuneraciones que perciben, como por la necesaria aportación de cuidados que el SNS precisa y a la que no se responde en la medida necesaria por, paradójicamente, falta de enfermeras.

Pudiera parecer que se trata tan solo de un asunto de “recursos humanos”, es decir, de fuerza laboral en cuanto a cantidad de enfermeras a incorporar sin que importase necesariamente la calidad de sus cuidados. O bien que el reclutamiento de enfermeras “low cost”[2] por parte de terceros países fuese realmente lo que justificase dicha demanda de enfermeras y el consiguiente éxodo al que aludía.

Sin embargo, no es tan solo una cuestión de cantidad, sino también de calidad. No lo es, a pesar de la errónea y machacona referencia a las ratios. No se trata, por tanto, de contratar más enfermeras de manera lineal y en base a criterios que, o bien no obedecen a necesidades de prestación de cuidados reales, o bien se establecen en base a indicadores de comparación o acompañamiento a otros profesionales generando fórmulas tan ridículas como exentas de evidencias como las de establecer asignaciones de 1 enfermera por cada médico o de 1 enfermera por cada 2 médicos, como si de raciones culinarias al peso se tratase. Con estas fórmulas pueden llegar a maquillarse las ratios que nos sitúan a la cola de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)[3], entre otros organismos internacionales que están, por otra parte, fuera de toda sospecha. Pero difícilmente conseguirán mejores respuestas de salud que es lo que verdaderamente importa y debería preocupar tanto a las enfermeras como a quienes deciden su incorporación en el SNS, más allá de resultados aparentes en uno u otro sentido.

Pero, como comentaba, el valor reconocido más allá de nuestras fronteras no viene determinado tan solo por esa oportunidad de obtener enfermeras a coste cero en cuanto a lo que su formación se refiere, aunque sin duda no es una razón desdeñable tampoco el hecho de que nos hayamos convertido en “productores” de enfermeras para la exportación sin que dicha transacción reporte beneficio alguno a quien invierte dinero público para dicha formación, es decir el Estado con los impuestos de la ciudadanía. Algo que ni se ha explicado ni tiene explicación razonable alguna, a pesar de lo cual, más allá de lo que debiera considerarse mínimamente sensato y ético, se sigue propiciando, manteniendo y tolerando por parte de quienes tienen la responsabilidad de modificar estas anomalías que, junto a otras, están próximas o constituyen un claro fraude de ley[4], mientras los cuidados siguen siendo ignorados o, en el mejor de los casos, desvalorizados.

En el prestigioso ranking de Shangái, 7 Facultades de Enfermería de España se sitúan entre las mejores del mundo[5]. Es decir que no tan solo se llevan a enfermeras gratis, sino que se llevan a enfermeras que en muchos casos han sido formadas en las consideradas mejores Facultades de Enfermería del mundo, sin que ello signifique que el resto de Facultades de nuestro país no tenga una formación de alta calidad. Ya sabemos que los rankings tampoco pueden ni deben ser considerados excluyentes de nada ni de nadie. En definitiva, todo un verdadero chollo para quienes las reclutan y un auténtico desastre para el país que pierde a profesionales de excelencia que difícilmente van a retornar, dando lo mejor de sí fuera de nuestras fronteras, mientras quienes permiten y dejan que esto suceda siguen haciendo falsa e hipócrita apología hacia las enfermeras.

Sino fuera por lo patética que resulta esta situación, podríamos decir que estamos ante The Matrix Nursing,

Tal como se plantea en la saga de películas escritas y dirigidas por las hermanas Wachowski[6], en un país como España en el que casi todas las enfermeras han sido “esclavizadas” por un modelo asistencialista, deshumanizado y medicalizado alejado de su verdadero paradigma disciplinar, se les mantiene en suspensión y con su conocimiento conectado a una realidad virtual llamada Matrix (Sistema Nacional de Salud-SNS) que se presenta como un modelo de excelencia. Las enfermeras son usadas por las organizaciones sanitarias para obtener resultados que alimenten esa realidad virtual que se ha creado en torno al SNS. Las pocas enfermeras que no están conectadas al modelo o que han logrado mantenerse alejadas del mismo, se mueven al margen de dicha realidad entrando a Matrix (SNS) en un intento por liberar a quienes están conectadas y mantienen una sensación de permanente bienestar en la zona de confort virtual que se les ha creado y que han asumido como propia, o tratando de cambiar el modelo con lo que ello supone de resistencia y de riesgo para ellas, o huyen buscando otras realidades en las que puedan desarrollar sus competencias de manera autónoma y digna.

Es cierto que xisten referentes enfermeras en Matrix (SNS) que pueden ser quienes acaben con esa subsidiariedad, según algunas profecías o leyendas. Sin embargo, dichas referentes son señaladas y perseguidas tanto por quienes protegen Matrix (SNS) como por quienes se mantienen conectadas a dicho modelo, aunque pudiese suponer su liberación y recuperasen de su libertad de actuación y autonomía profesional.

Pero, al contrario de lo que pasa al final de la primera película de esta serie de ciencia ficción no existe la/el Elegida/o que acabe con quienes lideran Matrix (SNS). The Matrix Nursing, lamentablemente, no es una historia de ciencia ficción creada por las hermanas Wachowski. Se trata de una realidad alejada de la ciencia y la ficción, muy próxima a la política que mantiene conectadas las enfermeras al SNS (Matrix).

Volviendo al contexto en el que la realidad supera a la ficción, es decir, a nuestra triste realidad, las enfermeras siguen manteniendo un SNS que ni cree ni apuesta por ellas, a pesar de ser, posiblemente, de las mejores enfermeras del mundo.

Es difícil imaginar que contando con ingenieros, matemáticos, filósofos, historiadores… excelentemente formados, se les contratase para obreros de la construcción, contables, cuentacuentos o monologuistas, que siendo oficios muy dignos y necesarios, no deben ser ocupados por profesionales con una formación superior y de alta calidad que requiere de una gran inversión y que privaría a la sociedad de la posibilidad de contar con infraestructuras fiables, seguras y de calidad, formulaciones matemáticas que facilitan muchos procesos complejos, de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo, o de conocer, de acuerdo con determinados principios y métodos, los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes hasta el momento presente. Sin embargo, se admite como lógico que se contraten enfermeras con la única y casi exclusiva “función” de ser soporte subsidiario de la actividad médica, usurpando a las personas, las familias y la comunidad de los cuidados profesionales que les permitan tener una atención integral, integrada, integradora y humanizada.

En lugar de eso se pervierte el discurso tratando de confundir tanto a las enfermeras como a la sociedad con unas hipotéticas y nuevas funciones a desarrollar por parte de las enfermeras, cuando en realidad lo que se está pretendiendo es substituir o subsanar la respuesta médica ante una demanda inducida e insatisfecha que no corresponde a las enfermeras solucionar, aunque si contribuir a ello. Nunca fue buena apuesta el desvestir un santo para vestir a otro. Entre otras cosas porque posiblemente las ropas de uno no se adapten a las condiciones y necesidades del otro. En definitiva, no se trata de que las enfermeras asuman nuevas funciones, que podría y debería ser objeto de análisis y debate para darle el contenido y el sentido que merecen desde una respuesta enfermera, lo que se pretende, es tan solo una respuesta de circunstancias que, entre otras cosas, responda a las demandas de falta de tiempo de los médicos o a la falta de estos derivada de una nefasta gestión de ordenación profesional y no tanto al número de estos en el SNS, tal como se desprende también de los datos aportados por la OCDE que lamentablemente son ignorados.

Nuevamente la utilización de profesionales altamente cualificadas en Enfermería se identifican como si de una rama de la medicina se tratasen de tal manera que sirvan para maquillar las deficiencias del modelo Matrix al que se les intenta conectar artificialmente con el fin de que den respuestas artificiales y se elimine la posibilidad de que lo hagan en base a los conocimientos, habilidades y competencias que les otorgan para prestar cuidados de calidad, en el entorno de la realidad no virtual que se obvia permanentemente.

El resultado no puede ser peor. Ni la sociedad va a tener satisfacción con la respuesta dada, ni las enfermeras van a poder desarrollar su actividad autónoma y reconocida fuera de nuestras fronteras e ignorada en las nuestras, dando la razón al dicho popular de que nadie es profeta en su tierra.

No se trata por tanto de nuevas funciones, no nos equivoquemos. Ni asumiéndolas, tal como se pretende, vamos a tener mayor reconocimiento. Ni lograremos que el sistema funcione mejor.

Caer en esa trampa es conectarnos a la realidad virtual con la que quieren deslumbrarnos al tiempo que atraparnos.

Como profesionales con una reconocida formación superior de alta calidad, debemos aportar la coherencia y la evidencia que nos permite exigir desarrollar nuestro verdadero papel en el SNS, liderando los cuidados y ofreciendo respuestas éticas y humanas al tiempo que científicas y razonadas desde nuestro paradigma enfermero. No hacerlo supone dejar espacios que van a tratar de rellenarse con soluciones que sustituyan nuestra aportación específica de cuidados profesionales, mediante titulaciones tan innecesarias como ineficaces e ineficientes, bajo el pretexto de una supuesta necesidad que no se tiene la voluntad política de reconocer quienes son sus verdaderas e insustituibles protagonistas, las enfermeras.

Todo ello, a pesar de que algunas/os crean que de esta manera Darías Alegría[7] a alguien. No se trata de dar alegrías en forma de supuestas soluciones que ignoran las que se tienen y, además, son de gran calidad y a un coste razonable si se tiene en cuenta el beneficio que a medio – largo plazo se obtiene. Jugar al cortoplacismo del oportunismo político no da alegrías y supone un claro perjuicio económico, social y, sobre todo, de salud, para la población a la que hay que atender.

No se trata de buscar al Elegido como sucede en Matrix, ni esperar a que aparezca en escena Morfeo. Se trata de saber qué somos y qué podemos ofrecer sin necesidad de que nos tengan que dictar las funciones que en cada momento interesen a la virtualidad de Matrix.

Por su parte quienes desde sus puestos de responsabilidad política siguen planteando respuestas virtuales deberían reflexionar sobre el daño que hacen a la salud comunitaria como derecho que es de la ciudadanía a quien dicen representar. Identificar, reconocer y valorar a las enfermeras y su aportación singular e insustituible no debiera ser una opción sino una obligación como garantes que son de ofrecer las mejores respuestas posibles en base al acceso y movilización de los recursos de mayor calidad disponibles. No hacerlo, tal como hacen, es un claro ejemplo de mala gestión, torpeza política, ignorancia, o de claudicación a presiones alejadas de criterios de calidad y cercanas a presiones de poder. O la combinación de todas ellas.

Generar discursos en los que se utilicen los rankings de excelencia de formación enfermera o la demanda de enfermeras por parte de terceros países, tal como hacen algunas/os políticas/os, como elemento de calidad “Marca España” es un ejercicio de cinismo, hipocresía, demagogia, populismo y mediocridad que no tan solo deja en evidencia a quienes los trasladan, sino que convierte en cómplices de los mismos a quienes aplauden tan indignas como patéticas palabras.

Por parte de las enfermeras resulta imprescindible que sepamos respondernos y responder a la sociedad sobre ¿qué somos? ¿qué aportación singular y específica realizamos? ¿qué nos hace diferentes? ¿qué nos hace insustituibles? ¿qué significa el cuidado enfermero? No hacerlo genera dudas razonables que propician la conexión a la virtualidad de quienes siguen interesados en que existamos, pero no pensemos ni actuemos con la autoridad, el liderazgo y el empoderamiento de una ciencia propia que genera conocimiento diferenciado, pensamiento crítico y evidencias que ponen evidencia el modelo sanitario al que nos quieren conectar en un intento desesperado por mantenerlo a pesar de sus claras deficiencias.

La salud, los cuidados, la empatía, la humanización, la enfermería no son ciencia ficción. Son parte de una realidad viva, dinámica y necesaria, que no se puede ni debe obviar por intereses de nadie ni de nada. Hacerlo es intentar construir un escenario que, por muy idílico que se quiera presentar, siempre acaba por dejar al descubierto sus carencias y sus dolencias que, en definitiva, quienes las sufren son las personas, las familias y la comunidad que son engañadas desde la ficción que se les presenta.

El SNS no puede seguir siendo el Matrix en que lo han convertido. Las enfermeras, por su parte, deben ser desconectadas de la virtualidad que lo alimenta para que se les pueda exigir resultados basados en sus competencias y no en lo que de ellas se quiere obtener para mantenerla.

La virtualidad del Matrix en que se ha convertido nuestro SNS, en definitiva, es costosa, ineficaz e ineficiente y provoca una fuga importantísima de conocimiento, creatividad y talento que todas/os deberíamos impedir generando una realidad atractiva y atrayente a la que incorporarse y no una desagradable y repelente que siga alimentando el libre reclutamiento de las mejores enfermeras que les permita situarse lejos de esta virtualidad tan nociva.

Me gustaría pensar que esto es el sueño de una noche de verano tórrido y asfixiante como el que estamos sufriendo y que realmente se acabe imponiendo lo que nunca debiera haberse perdido, la coherencia y el sentido común.

Dejar escapar talento, es defraudar. No retener talento es signo de ineficacia. No reconocer talento es síntoma de ignorancia. No valorar talento es muestra de desprecio. Permitir que otros lo hagan y nos priven de la riqueza que tenemos y generamos es producto de la mediocridad de altos cargos con la capacidad de decisión para evitarlo.

No actuar para reclamar nuestra posición. No rechazar propuestas alejadas de nuestra realidad disciplinar/profesional. No identificar a nuestras/os referentes. No huir de las zonas de confort que se crean para inactivarnos. Son claras muestras de debilidad e inmadurez profesional/disciplinar que propician nuestra conexión a una virtualidad que nos esclaviza y paraliza o a una huida masiva que no es deseada, pero acaba siendo prácticamente la única vía de escape de Matrix.

Y con esta reflexión, para nada virtual, abro un paréntesis de descanso que cerraré en septiembre para seguir compartiendo mis inquietudes, deseos, sentimientos y emociones en torno a la Enfermería, las enfermeras, los cuidados y la salud.

Feliz y saludable descanso a todas/os quienes puedan tenerlo y a quienes no, que su trabajo sea realizado con la satisfacción y el orgullo de ser y sentirse enfermeras.

A todas/os un fuerte abrazo.

[1]   Médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis (1875-1961)

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2018/08/09/las-enfermeras-low-cost/

[3] Crespo-Montero R. 2020. Año Internacional de las Enfermeras y las Matronas. Enferm Nefrol. 2020 Ene-Mar;23(1):7-8

[4] Los actos realizados al amparo del texto de una norma que persigan un resultado prohibido por el ordenamiento jurídico, o contrario a él, se considerarán ejecutados en fraude de ley y no impedirán la debida aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir. Artículo 6.4 Código Civil.

[5] https://www.redaccionmedica.com/secciones/estudiantes/espana-logra-sumar-7-facultades-de-enfermeria-entre-las-mejores-del-mundo-4670?utm_source=redaccionmedica&utm_medium=email-2022-07-26&utm_campaign=boletin

[6] Conocidas como Las hermanas Wachowski, son directoras de cine, guionistas y productoras estadounidenses, creadoras de la saga Matrix

[7] En referencia a la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, y de la Ministra de Educación, Pilar Alegría, que están ignorando y ninguneando a las enfermeras con sus silencios, medias verdades o mentiras completas que afectan de manera tan negativa al desarrollo profesional y disciplinar.

AUTOCUIDADO Día Internacional del Autocuidado

A todas /os las cuidadoras/es que facilitan la salud individual y colectiva con el autocuidado.

“No podemos dirigir el viento, pero podemos ajustar las velas «.

Dolly Parton[1]

 

 

            Hablar de autocuidado es hablar de cuidados. Esto que en apariencia puede parecer una obviedad que no precisa ser destacada considero que es fundamental para identificar y valorar en su justa medida el valor, precisamente, del autocuidado.

            Porque si partimos de la base de que los cuidados, lamentablemente, siguen estando infravalorados y casi exclusivamente ligados a la mujer como rol social que le es asignado por el simple hecho de serlo y al ámbito doméstico y familiar como parte de esa misma designación social transmitida de generación en generación a través de la cultura, la educación, entenderemos el valor que se  le da al autocuidado más allá del que supone como descarga para los conocidos como sistemas formales de cuidados, es decir, los prestados por las organizaciones sanitarias o sociales.

Esta idea, aún presente en nuestra sociedad, toma mayor relevancia en la mujer sin responsabilidades familiares, a la que se consideraba disponible para dedicar su tiempo y energía a cualquier miembro de la familia que necesitase ayuda en sus cuidados, considerando normal la dedicación a los demás y que además lo haga con una actitud de complacencia. Por el contrario, la no dedicación es considerada una conducta reprobable, lo que está muy influenciado por la cultura judeocristiana en la que la culpabilidad y la resignación impregnan este sentimiento cuidador.

A pesar de los cambios demográficos, epidemiológicos, sociales, culturales, económicos y de la estructura familiar, las mujeres siguen siendo mayoritariamente las cuidadoras, aunque estas no tengan vínculos familiares al ser mujeres que se incorporan al cuidado como soporte de dicha necesidad y con remuneración, aunque la misma no esté regulada y sea una fuente de precariedad laboral importante[2].

De lo que no cabe ninguna duda es que el cuidado no puede quedarse en una responsabilidad individual o familiar de quienes tienen a su cargo personas con problemas de dependencia, sino que hay que comenzar a mirar esta realidad como un problema social que requiere de las medidas sociales y de los recursos necesarios para abordarlo responsablemente.

A todo ello hay que añadir que los cuidados familiares, identificados en cierta medida como autocuidados al realizarse al margen del ámbito profesional, no se limitan a aquellos que se prestan a personas con falta de autonomía o con dependencia. Porque todas las personas, por el hecho de serlo y de ser vulnerables, requieren igualmente de cuidados y de autocuidados.

Twigg y Atkin (1994) ofrecen un modelo explicativo sobre el papel que desempeñan los cuidadores que resulta de utilidad para analizar la relación que se produce entre éstos y las enfermeras. Así pues, se distinguen los del cuidador como recurso, el cuidador como co-rabajador, el cuidador como cliente y el cuidador como elemento de producción de bienestar[3].

El modelo de la cuidadora como recurso centra la atención en la persona que requiere los cuidados, la cuidadora solamente es considerada en función de la ayuda que presta a la persona dependiente. Desde esta perspectiva, cobra significado la mirada que se proyecta desde la North American Nursing Diagnosis Association (NANDA) con la propuesta de las etiquetas diagnósticas de cansancio del rol del cuidador, como la «dificultad para satisfacer las responsabilidades de cuidados, expectativas y/o comportamientos requeridos por la familia o personas significativas», y de riesgo de cansancio del rol del cuidador, en el que el cuidador es susceptible al diagnóstico real (Herdman et al. 2019)[4]. En esta propuesta se pone de manifiesto la importancia de la cuidadora como recurso, que interesa en la medida en que puede garantizar el cuidado de quien requiere de la ayuda, quedando exenta de consideración en sí misma.

La consideración de la cuidadora como cotrabajadora concede a ésta un significado activo y la sitúa en una relación simétrica con la enfermera, tanto una como la otra llevan a cabo los cuidados que requiere la persona con el objetivo de conseguir la mejor atención posible. Desde esta perspectiva, los objetivos y las actividades de cuidados serán consensuados y compartidos. En este caso, el papel de la enfermera es fundamental para garantizar el seguimiento periódico y oportuno de la evolución de la persona que requiere cuidados y, también, muy especialmente de la disposición que de la cuidadora mantiene.

En cuanto a la visión de la cuidadora como cliente, se explica desde la necesidad de considerarla como objeto de interés de la enfermera como cliente en sí misma, por los problemas que puede llegar a padecer como consecuencia de su dedicación al otro. Desde esta perspectiva, la cuidadora pasa a ser para la enfermera una persona necesitada de ayuda y objeto de interés de sus cuidados como persona independiente de la persona cuidada, que será considerado en este punto como un factor etiológico que influye en los cuidados de salud de la cuidadora y en sus respuestas.

La cuidadora como elemento de producción de bienestar contempla a ésta desde una perspectiva en la que priman los aspectos económicos. Ya se ha apuntado anteriormente la importancia del sistema familiar de cuidados para la planificación del sistema formal, ya que difícilmente podría asumir este último las atenciones y los costes que actualmente se ofrecen desde el sistema familiar. Una mirada enfermera también nos lleva a considerar la importante aportación que la cuidadora familiar hace al bienestar de la persona que cuida quien es cuidado por esta. Los cuidados de allegados, como actividad derivada de la falta de capacidad de la otra persona para sus autocuidados, se llevan a cabo con acciones que pueden ser como para uno misma o como los que haría la persona dependiente por ella misma si pudiese. Los cuidados familiares, por tanto, responden a los valores y la cultura de referencia de quienes los reciben y los ofrecen, lo que produce una mayor percepción de bienestar[5].

Por tanto, el autocuidado, sea este prestado por alguna persona en el ámbito familiar para resolver la falta de autonomía o dependencia de otra persona o bien sea un cuidado individual hacia la propia persona para satisfacer sus necesidades de salud, requieren de una atención muy especial de quienes tienen la responsabilidad y la competencia de los cuidados profesionales, es decir, las enfermeras.

Pero esta visión del autocuidado está muy ligada e íntimamente relacionada con el modelo que impregna nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) que es claramente paternalista, medicalizado, tecnológico, basado en la enfermedad y asistencialista y en el que, los cuidados, juegan un papel de subsidiariedad que les restan valor y visibilidad. De tal modo que los cuidados realmente no están institucionalizados en el SNS y son una simple consecuencia o aporte secundario a lo que verdaderamente se valora, como es la curación de la enfermedad. Desde esta perspectiva asistencialista los cuidados son una acción que presta socorro, favor o ayuda ante un hecho o necesidad puntual como puede ser la cura de una úlcera, la toma de una constante vital o la administración de una técnica.

Los cuidados profesionales, sin embrago, tienen en cuenta o en consideración a una necesidad o demanda de manera integral, integrada e integradora ante un problema de salud individual, familiar o comunitario, en el que resulta imprescindible la participación de las personas para lograr que estas sean capaces de asumir su propio cuidado.

Autocuidado que debe tener como objetivo fundamental lograr el empoderamiento de las personas facilitando que ejerzan su poder para tomar decisiones por sí mismas, asumiendo como objetivo de este logro del autocuidado por parte de las enfermeras, el conseguir la autogestión, autodeterminación y autonomía de las personas estén estas sanas o enfermas. De tal manera que se deberá perseguir fundamentalmente mantener sanos a los sanos a través del autocuidado y ayudar y asesorar en el cuidado a quienes lo requieran hasta que logren hacerlo sin nuestra participación.

Para lograrlo debemos ser capaces, como enfermeras, de dar información técnica asequible y adaptada, ofrecer alternativas a la información, ayudar a identificar problemas, riesgos, mejoras y recursos, facilitar relación de ayuda y modelo de toma de decisiones compartidas, ofrecer alternativas y ayudas para mejorar en su salud y, de manera muy especial, aceptar y respetar, las decisiones tomadas por quienes finalmente tienen la responsabilidad de hacerlo que son las personas.

Ante un contexto de cuidados como el que actualmente existe en nuestra sociedad, seguir negando la importancia de los cuidados y su eficaz y eficiente gestión, es una irresponsabilidad.

Las enfermeras, como garantes de los cuidados profesionales, tenemos el compromiso, la competencia y la responsabilidad de asumir el liderazgo de los cuidados profesionales y su aportación a la capacidad de autocuidado que precisa, necesita y demanda la población mucho más allá del de servir de soporte a la sostenibilidad del SNS.

Las/os decisoras/os políticas/os y sanitarias/os, por su parte, tienen la obligación de tomar decisiones que faciliten, protejan, valoren y visibilicen los cuidados como acciones indispensables de salud individual, familiar y comunitaria y se alejen de los discursos oportunistas en los que los incorporan habitualmente.

El autocuidado, por tanto, adquiere una trascendencia que va más allá de la celebración de un día de recuerdo o conmemoración al tener que incorporarse como un elemento fundamental de abogacía de la salud.

Es cierto que los cuidados son universales y por tanto no son patrimonio exclusivo de nadie. Pero no es menos cierto que los cuidados profesionales son la seña de identidad profesional y científica de las enfermeras y que en base a ello son quienes en mejor disposición están para responder a las necesidades que en este sentido se plantean y que sin duda permitirán generar poblaciones más sanas y saludables.

Para terminar, me gustaría hacerlo con un poema de Rafael Alberti (Poema Canción 8) sobre el agua. Entendiendo que, de igual manera que identificamos al agua como un elemento indispensable para la vida, aunque el mismo sea incoloro, inodoro e insípido, los cuidados a pesar de ser silenciosos, imperceptibles e invisibles, también son indispensables.

Entré en el patio que un día

fuera una fuente con agua.

Aunque no estaba la fuente,

la fuente siempre sonaba.

Y el agua que no corría

volvió para darme agua.

Si sustituimos en el poema la palabra agua por cuidados podemos comprobar que, efectivamente, no podemos vivir sin cuidados, de igual manera que no podemos hacerlo sin agua o sin aire. Necesitamos beber, respirar, pero también cuidar y saber cuidarnos.

[1]   cantautora, actriz, filántropa y empresaria estadounidense (1946)

[2] Martínez Riera JR. Necesidades de los cuidadores según tipo de residencia. Enferm Comunitaria. 2005;1(2):8-15.

[3] Twigg J, Atkin K. Carers perceived: policy and practice in informal care. Philadelphia: Open University Press; 1994.

[4] Herdman TH, Kamitsuru S, North American Nursing Diagnosis Association. NANDA Interna-tional, Inc. Diagnósticos enfermeros: definiciones y clasificación 2018-2020, undécima edición. Barcelona: Elsevier España; 2019.

[5] Mirón González, R. García Sastrey, MM. Francisco del Rey, C. Cuidadora Familiar. En Martínez-Riera, JR y Del Pino Casado, R. Manuel de Enfermería Comunitaria. 2ª Edición. ELSEVIER, 2020.

LA OCASIÓN LA PINTAN CALVA Silencio, competencias y ganancias

A Íñigo Lapetra[1] que de manera tan noble como firme defendió a las enfermeras y la enfermería.

                                   

                                                                                     “¿No te parece significativo, por ejemplo, que el concepto de lo justo coincidiera siempre sospechosamente con nuestros intereses?”.

Miguel Delibes.[2]

 

El refranero español, tan popular como sabio, nos permite identificar pensamientos, enseñanzas o consejos que permanecen invariables a lo largo del tiempo.

Traigo en esta ocasión uno de dichos refranes porque creo que resume en muy pocas palabras lo que actualmente está sucediendo en el panorama sanitario con relación a la denunciada falta de profesionales sanitarios.

El refrán proviene de la representación de la Diosa de la Ocasión, conocida como Diosa de la Oportunidad. Para los romanos, era una mujer de hermosa cabellera larga, que le cubre el rostro y es calva por detrás, por lo general, posee alas en los talones y espalda, sostiene un cuchillo en su mano derecha, y se encuentra parada sobre una rueda en movimiento.

La oportunidad, tal como la Diosa, cuando pasa por enfrente se debe de coger por la cabellera, ya que cuando termine de pasar no habrá por donde sujetarla, y generalmente las buenas ocasiones solo pasan una vez, no existe otra totalmente igual.

La ocasión la pintan calva hace referencia, por tanto, a las oportunidades que se presentan, aprovechando y disfrutando de las buenas coyunturas.

Y eso precisamente es lo que algunas/os están haciendo con ocasión de la situación que se ha presentado tras la pandemia y que se ha querido y se ha logrado trasladar como una situación de carencia de médicos, sobre todo en Atención Primaria. Digo de médicos porque es de lo que se está informando diariamente en los medios como si el resto de profesionales de la salud no tuviesen ese problema.

La cuestión es si tal situación obedece a un intento lícito, aunque no sea real, de lograr mejoras laborales. Porque lamentablemente se concretan casi exclusivamente en las mismas, sin que al menos por parte de los medios de comunicación o de quienes en los mismos se manifiestan en representación del citado colectivo, se hable de nada más que no sea de dichas condiciones y sus reivindicaciones. Condiciones que, por otra parte, utilizan como argumento que pretenden sea exclusivo y excluyente de las razones por las que los médicos abandonan la Atención Primaria como ámbito de desarrollo profesional o que ni tan siquiera les seduzca la posibilidad de acceder a él como demuestra las plazas desiertas de dicha especialidad en la última oferta de formación especializada médica (MIR)[3].

Otra cosa bien distinta es si esta ocasión que aprovechan es, además de lícita, ética, apropiada, oportuna o estética. Pero tampoco esto pretende ser motivo de mi reflexión, que considero debería ser realizada por el propio colectivo médico a través de un análisis que huya de corporativismos arcaicos y alejados del que debiera ser objetivo de su valiosa aportación profesional.

Lo que realmente me preocupa es que la situación de desolación organizativa y de atención que tras de sí está dejando la pandemia, porque no podemos olvidar que continua entre nosotros y sigue dejando rastros de dolor, sufrimiento y muerte, sea precisamente la ocasión que pintan calva.

Resulta triste y me atrevo a decir que rechazable que cualquiera haga un uso interesado y oportunista para tratar de sacar rédito laboral o de cualquier otro tipo de dicha situación.

Porque el tema lamentablemente no es cómo mejorar el SNS y las consecuencias de su caduca, ineficaz e ineficiente organización, gestión y respuesta. El tema se centra en cómo aprovechar estas circunstancias de tal manera que parezcan las razones de una no menos caótica respuesta profesional derivada o secundaria a las anteriores, aunque posiblemente obedezcan a un mismo patrón de comportamiento, basadas en la mediocre toma de decisiones políticas influenciadas por presiones que lejos de pretender dar respuestas a las necesidades de la población se concretan en las necesidades corporativas de quienes actúan como lobbies de poder.

Por tanto, considero que la solución al KO no es, al menos exclusiva y posiblemente tampoco de manera prioritaria, la falta de profesionales, aunque determinados colectivos sigan insistiendo en esta causa y algunos medios sigan dando credibilidad a la misma sin ni tan siquiera contrastarla. Dando voz únicamente a quienes así lo reivindican con vehemencia, asumiendo como válida esta premisa y descartando sin más el que puedan existir carencias en otros colectivos que simplemente ignoran.

Mientras se quedan desiertas plazas de formación especializada de medicina familiar y comunitaria tal como comentaba, las plazas ofertadas de formación especializada enfermera en idéntico ámbito son las primeras en cubrirse. Sin embargo llama la atención que posteriormente estas especialistas no sean contratadas como tales por no existir, en la mayoría de los servicios de salud de nuestro país, la categoría laboral creada y sin que en aquellos en los que si lo está estén definidas las competencias que tienen que asumir de manera diferenciada con las enfermeras no especialistas lo que supone tanto descrédito y falta de valor añadido y diferenciado para la propia especialidad, como generación de conflictos ante la indefinición provocada, nuevamente, por la ausencia de criterios claros y rigurosos en la toma de decisiones de las/os gestoras/es políticas/os y sanitarias/os.

Pero, además, tenemos que resaltar la que sin duda es una falta de respeto por parte del Ministerio de Universidades hacia las enfermeras al llevar 7 meses, desde que se celebrase el 11 de diciembre del pasado año la lamentable y caótica prueba excepcional de acceso a la especialidad tras más de una década para convocarla, sin dar una respuesta a quienes aprobaron la citada prueba y sin que se sepa aún la fecha de celebración del segundo examen. El silencio tanto del ministro Castells como de su predecesor el Sr Subirats ante las permanentes solicitudes por parte de sociedades científicas como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) o las respuestas retóricas y sin sentido, han sido la constante de los máximos responsables del citado Ministerio[4], [5][6], [7], [8], [9], [10]. Posiblemente porque piensen que mejor callar, ante la sospecha de su mediocridad, a hablar y que despejen cualquier duda al respecto.

Por su parte el Ministerio de Sanidad, aunque no tiene competencias en cuanto a la solución del proceso evaluador, tampoco ha ejercido, no ya presión que sería lo deseable, sino ni tan siquiera solicitud alguna para que se lleve a cabo la resolución de la prueba que supone el reconocimiento a la especialidad, siendo esto igualmente una absoluta desconsideración hacia las enfermeras. Pero en este caso además, como máximo órgano de la sanidad española, falta de respeto también hacia la población a la que se debe dar respuesta de cuidados, al no mostrar interés alguno en que se cuente con profesionales que mejorarían la calidad de la atención y paliarían parte de las graves deficiencias actuales de la Atención Primaria de Salud, tal como se recoge en la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria, pero que lamentablemente queda únicamente como una nueva declaración de intenciones que no solo no se concreta al no darse los pasos necesarios para que se haga efectiva.

No es una cuestión laboral, que nadie trate de manipular, se trata de una respuesta a las necesidades de salud y cuidados que quedan claramente evidenciadas en múltiples estudios científicos que son sistemáticamente obviados[11], [12], [13]. Es decir, no existe voluntad política por resolver el problema y tan solo tratan de maquillar la situación con anuncios tan llamativos como incumplidos como la creación de una estrategia de cuidados hecha por la actual ministra de sanidad, Carolina Darias, durante el cierre de la campaña Nursing Now que se vio obligada a realizar en diciembre del pasado año. Todo ello aderezado con idéntica capacidad de diálogo que su homólogo en el ministerio de Universidades, es decir, el silencio como única e implacable respuesta a cualquier petición que en tal sentido se le ha venido trasladando en repetidas ocasiones, como elemento para ejercer su poder

Desde el ministerio de Educación, por su parte, la actual ministra, la Señora Alegría, no se le ocurre mejor manera para regular la falta de respuesta cualificada de cuidados que crear nuevas titulaciones que lejos de suponer una mejora pueden significar una importante merma en la calidad de la atención. De manera mimética a sus compañeros ministeriales mantienen el silencio como respuesta a los intentos de análisis conjunto, a pesar de las solicitudes realizadas por parte de Sociedades Científicas o grupos profesionales de referencia como Grupo 40+ Iniciativa Enfermera, en torno a un contexto que desprecian en igual proporción al desconocimiento que del mismo tienen[14], [15].

Parece como si desde los tres ministerios, como hicieran las constructoras para lograr acceder a contratos públicos, se pusieran de acuerdo para adoptar idéntica estrategia ante las demandas tan lícitas y justas como sistemáticamente incumplidas o respondidas con fallidas y deplorables soluciones, manteniendo como denominador común el silencio, pensando posiblemente, que es pacífico, cuando en realidad es doloroso y clara y necesariamente evitable.

Este incomprensible y reprochable silencio tratan de maquillarlo anunciando una estrategia de cuidados, al mismo tiempo que se obstaculiza, limita o niega el valor de los cuidados y de las enfermeras que los prestan, en un acto de hipocresía institucional y de absoluta falta de responsabilidad política, institucional e incluso humana de quienes tienen la obligación de servicio que les otorga los puestos que ocupan y de los que hacen un uso partidista y alejado de la realidad de cuidados que plantea la comunidad.

Incluso el presidente del Gobierno esta misma semana en su discurso del Estado de la Nación planteó una metáfora en la que habló de la necesidad de contar con médicos especialistas en lugar de curanderos para atender la actual y maltrecha situación económica y social. No sé hasta qué punto no hubiese sido mejor que hablase de la necesidad de contar con enfermeras que son especialistas de cuidados que, en gran medida, es lo que le hace falta a esta sociedad tan carente de los mismos. Pero es lo que tiene, las/os políticas/os tan solo relacionan la salud con quienes precisamente tan alejados de ella están y así es difícil que logremos una sociedad saludable. Ante la carencia de anuncios relacionados directamente con la salud o la sanidad, más allá de los económicos que sin duda repercuten en la salud, anunciar el desarrollo de la estrategia de cuidados para que no se quede tan solo y nuevamente en una ilusión o promesa para mantener satisfechas temporalmente a las enfermeras, hubiese aportado valor al discurso presidencial, pues sin duda es un tema de calado para la población aunque no se identifique como tal por razones que sospecho pero que prefiero no referir.

Mientras todo esto está sucediendo y se trata de hechos contrastables y alejados de cualquier interpretación maliciosa e interesada, en algunos servicios de salud autonómicos se pretende que las enfermeras acepten como válidas respuestas que están al margen de la legalidad vigente y que además suponen tener que renunciar a hacer lo que les compete, prestar cuidados de calidad, para asumir lo que, aún en disposición teórica para hacer, no disponen del soporte normativo que les respalde hacerlo[16], [17]. Se trata, una vez más, de un intento por utilizar a las enfermeras como comodín o arma arrojadiza de sus torpes jugadas políticas y de culparlas, llegado el caso, por rechazar su envenenado encargo, en un despreciable juego de cinismo y de desprecio a las enfermeras y a la población a la que dicen representar y, por tanto, respetar. Nada más lejos de la realidad. No tienen intención alguna de promocionar y favorecer el desarrollo profesional enfermero, pues su decisión de adjudicación competencial es realizado con idéntico número de enfermeras e idéntica remuneración y sin que en ningún caso se contemple la incorporación de especialistas de enfermería familiar y comunitaria o de llevar a cabo un diagnóstico que permita identificar claramente las necesidades reales de profesionales, su distribución y asunción de competencias en base a la legalidad vigente[18], [19]. Además, con su decisión enfrentan a las enfermeras con los médicos que las identifican como intrusistas y con la población al situarlas como las culpables de no querer dar respuesta a sus demandas provocando, por tanto, una respuesta de rechazo ante una decisión tan coherente, ética, estética y de máximo respeto hacia la sociedad por parte de las enfermeras.

Por su parte, los médicos, aparecen en este escenario como víctimas de todo este proceso que no es producto de la falta de efectivos de manera única y generalizada, pero que se ha generado la ocasión propicia para que así parezca y por la que la sociedad los identifica como tales alineándose con sus reivindicaciones. Es, en definitiva, la tormenta perfecta.

Que nadie pretenda hacer un uso interesado de mi reflexión y de lo que de la misma se traslada. En ningún caso, de ninguna manera, pretendo ir en contra del colectivo médico. Más bien todo lo contrario. Considero que se les está utilizando también de manera interesada, pero de igual manera creo que la respuesta que están dando, a través de sus representantes, a una situación de falta de atención humanizada, cercana empática, cuidadora, salutogénica, equitativa… no se corresponde con la realidad, siendo manejada de manera oportunista para conseguir reivindicaciones que a pesar de ser justas no obedecen a los argumentos que se están utilizando, aprovechando las circunstancias y entrando, en muchas ocasiones, al trapo de las provocaciones, al transformar las decisiones políticas en denuncias de supuestos intentos de invasión de competencias por parte de las enfermeras, cuando ni es la intención, ni el interés de las mismas hacerlo[20].

Otra cosa, bien diferente, es que se estudie con rigor la situación actual, tanto de necesidades como la forma para dar la mejor respuesta a las mismas revisando, si hace falta, quiénes, cómo, de qué manera, cuándo, dónde… Sin que ello sea visto como una lucha disciplinar, como se quiere hacer ver, por parte de quienes no creen en la atención primaria ni en cómo mejorarla, sino tan solo como la mejor manera para lograr rédito político, sindical, profesional o laboral… aunque sea a costa de la calidad de la atención y de las personas que la merecen.

Todas/os somos necesarias/o. Otra cosa es que se pretenda creer o hacer creer que algunas/os son imprescindibles. Porque de imprescindibles están llenos los cementerios. Por tanto, trabajemos desde la necesidad que no desde la imprescindibilidad que de nuestras competencias se supone.

La atención de salud que precisan las personas, las familias y la comunidad, requieren de respuestas de equipo que trasciendan a los intereses laborales o profesionales y se centren en las necesidades sentidas por ellas. El trabajo transdisciplinar, por tanto, debe ser un esfuerzo común para conseguirlo y la mejor manera para atajar de una vez por todas la utilización que de unos y otros hacen las/os políticas/os con cantos de sirena que lo único que logran es que finalmente encalle, en el mejor de los casos, o se hunda la nave común en la que navegamos, es decir, el Sistema Nacional de Salud y que tanto desean los piratas de la salud que vigilan constantemente, cuando no atacan, para llevarse el botín y lucrarse con él.

La mejora de las condiciones profesionales e incluso laborales tanto de médicos, enfermeras como de otras/os profesionales de la salud no se concretan únicamente en el aumento de contratación de profesionales. Nuestra obligación como profesionales, con independencia de la disciplina en la que ejerzamos nuestra profesión, es la de dar la mejor respuesta desde nuestro paradigma disciplinar, pero también desde nuestro esfuerzo colectivo para que sea una respuesta de salud integral, integrada e integradora que pasa por huir de disputas y trabajar para sumar las fortalezas de cada una de las partes, restar las amenazas del entorno en que se producen, equilibrar las debilidades individuales y respetar las aportaciones singulares y específicas que lejos de ser excluyentes son necesariamente complementarias, teniendo en cuenta que también se requiere de la participación activa y decidida de la población, sin la que difícilmente seremos capaces de hacerlo con la garantía precisa.

Todo ello sin que hacerlo signifique necesariamente un trabajo de voluntarismo sin reconocimiento, al contrario. No somos ONGs y como profesionales debemos ser valoradas/os y justamente remuneradas/os, pero para ello debemos tener la firme y decidida voluntad de demostrar que somos merecedoras/es de serlo con aptitudes y actitudes dignas de las profesiones a las que representamos y de las que vivir dignamente sin pretender el lucro como único objetivo.

Cojamos del pelo a la Diosa Ocasión antes de que perdamos la oportunidad y nos encontremos con la sorpresa de su alopecia occipital que nos impida retenerla.

El refranero español es certero y al ya indicado y que da pie a esta reflexión se puede añadir el que dice que a río revuelto ganancia de pescadores. Lo que no acaba de aclarar el refrán en cuestión es quienes son, en esta ocasión, los pescadores, aunque parecen claras cuales son las ganancias pretendidas por unas/os u otras/os.

Para acabar un nuevo refrán que considero deberíamos aplicarnos con mayor frecuencia todas/os si realmente queremos que las cosas cambien, a Dios rogando y con el mazo dando.

[1] Informador de la salud del Consejo General de Enfermería que falleció el pasado día 8 a consecuencia de la COVID.

[2]   Novelista español y miembro de la Real Academia Española desde 1975 hasta su muerte, ocupando la silla «e» (1920-2010)

[3] https://diariosanitario.com/plazas-mir-desiertas-medicina-familia/

[4]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2771/CARTA%20AEC_SEC.GRAL.UNIVERSIDADES_PRUEBA%20EXT_14_12_2021.pdf

[5]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2783/CARTA_MINISTRO_UNIVERSIDADES_PRUEBA_EXT_20_01_2022_AEC[44].pdf

[6]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2835/20220301_CARTA_MINISTRO_UNIVERSIDADES_PRUEBA_EXT_01_03_2022_AEC[6].pdf

[7]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2855/20220323_CARTA_MINISTRO_UNIVERSIDADES_PRUEBA_EXT_22_03_2022_AEC[9].pdf

[8]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2881/20220505_CARTA_MINISTRO_UNIVERSIDADES_PRUEBA_EXT_05_05_2022_AEC[46].pdf

[9]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2881/20220120_CARTA_MINISTRO_UNIVERSIDADES_PRUEBA_EXT_AEC.pdf

[10]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2891/20220509_Carta%20AEC.pdf

[11] Martín Palomo, María Teresa, & Venturiello, María Pía. (2021). Repensar los cuidados desde lo comunitario y las poblaciones vulnerables: Buenos Aires y Madrid durante la pandemia de SARS-CoV-2. Apuntes, 48(89), 127-161. https://dx.doi.org/10.21678/apuntes.89.1471

[12] Leticia San Martín-Rodríguez ∗ , Cristina García-Vivar, Paula Escalada-Hernández y Nelia Soto-Ruiz

Las enfermeras tras la pandemia por Covid-19: ¿y ahora qué? Enf Clínica 32 (2022): 1-3.

[13] Ana Mª Porcel-Gálvez, Bárbara Badanta, Sergio Barrientos-Trigo, Marta Lima-Serrano. Personas mayores, dependencia y vulnerabilidad en la pandemia por coronavirus: emergencia de una integración social y sanitaria. Enf Clínica 31 (2021): S13-S18.

[14] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2022/02/Carta-Ministra-Alegria.pdf

[15] https://www.grupo40enfermeras.es/wp-content/uploads/2021/05/MANIFIESTO-sobre-titulo-superior-para-TCAEs.pdf

[16] https://www.elmundo.es/madrid/2022/06/07/629ee3e5fdddff65068b4580.html

[17] https://www.huffingtonpost.es/entry/centros-de-salud-sin-medico-en-madrid-atencion-primaria_es_62ab7561e4b0cdccbe5b0526

[18] https://www.madridiario.es/sindicatos-plantan-propuesta-atencion-primaria-sin-medicos

[19] https://www.vozpopuli.com/espana/enfermeros-plan-madrid-medicos-familia.html

[20] https://vivirediciones.es/medicos-de-familia-ven-un-espanto-su-sustitucion-por-enfermeras-en-madrid/

EL DIFÍCIL ADIÓS A ÍÑIGO

                                                                                             La muerte es algo que no podemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos

Antonio Machado[1]

Toda pérdida es dolorosa por el hecho de suponer una carencia de lo que se poseía.

No todas las pérdidas, sin embargo, significan ni se sienten de igual manera dado que la carencia que representa cada pérdida no es nunca comparable y si se me permite medible.

El vacío, el dolor, la tristeza, la soledad, la impotencia, la rabia, la incomprensión… que cada pérdida genera resulta muy difícil, por no decir imposible, de cuantificar.

Por tanto, no se trata de hacer una hipérbole de la pérdida de alguien como Íñigo Lapetra Muñoz. Entre otras muchas razones porque sería traicionar su recuerdo, su manera de ser y estar, su actitud ante la vida, su personalidad y su comportamiento. Pero ello no puede evitar, en ningún caso, que su pérdida sea tan solo vivida como un episodio, un acontecimiento, un momento puntual, una circunstancia vital. Porque la pérdida de Íñigo trasciende a todo ello.

Íñigo se fue de manera precipitada, inoportuna, inesperada y casi secreta. Se fue con la humildad que él tenía y proyectaba, con la misma discreción que le caracterizaba, con idéntico sigilo con el que actuaba. Pero en esta ocasión su partida, aunque él no lo quisiera, nos ha provocado a cuantas/os tuvimos ocasión de conocerle y quererle, porque lo uno era consecuencia de lo otro, un torbellino de sentimientos, sensaciones y emociones que resultan muy difícil de gestionar.

La gran y desagradable sorpresa inicial al conocer su pérdida fue directamente proporcional a la generación de dicho torbellino que atraía hacia sí pensamientos, recuerdos, momentos, experiencias… vividas junto a él en un intento tan irracional como natural por recuperarlo a sabiendas que dicho intento era tan vano como necesario para paliar, aunque tan solo fuese mínimamente la certeza de la pérdida.

Se ha ido quien dio valor a la amistad, a las personas, a los sentimientos, a la vida, a la profesión y a lo que, sin ser, quería, respetaba, valoraba y defendía, a la enfermería y a las enfermeras. Sin ser enfermera hacía suyo el valor de los cuidados y del cuidado como identidad e impronta de su actuación en todo cuanto hacía. Tan solo así se puede comprender cómo fue capaz de plasmar de manera tan intensa como real el sentimiento enfermero en el himno que escribió y que quedará como legado indeleble para todas las enfermeras.

Resulta triste y doloroso escribir unas palabras que, aunque sinceras no se acaban de entender, de querer expresar, de admitir su necesidad. Pero no puede el silencio ser la única muestra que nos genere la partida del amigo, del compañero, del profesional del padre que todos quisimos.

El dolor posiblemente se mitigue, sobre todo porque su intensidad es insoportable, pero el recuerdo no se borrará nunca de nuestra memoria y mucho menos de nuestro corazón. Cada vez que leamos una noticia, veamos un reportaje o escuchemos el himno de las enfermeras nos recordarán a quien nunca debió irse tan pronto, a quien tanto tenía aún para aportar, a quien tanto nos quedaba por admirar y querer.

Tuve la inmensa fortuna de conocer a Íñigo. Pero sobre todo tuve el privilegio de contar con su amista. El dolor de su partida, por tanto, se multiplica al tiempo que se amplifica mi admiración hacia el profesional y el amigo.

Gracias por todo lo aportado y por todo lo vivido. Siempre serás un referente enfermero a pesar de no serlo, porque sin serlo lo sentiste, viviste y difundiste con orgullo y admiración.

Hasta siempre querido amigo.

[1] Poeta español, el más joven representante de la generación del 98 (1875-1939).

ESTABILIDAD LABORAL vs ESTABILIDAD PROFESIONAL

A Amparo Benavent Garcés. Maestra y referente de enfermeras y del cuidado profesional enfermero.

 

 “Recuerda siempre que lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad.»

El amor en los tiempos del cólera» (1985)

Gabriel García Márquez”[1]

 

Esta semana pasada el presidente del Gobierno anunciaba un plan de estabilización de 67.000 profesionales sanitarios. Las reacciones, la mía propia, no se hicieron esperar. Como suele suceder las hubo para todos los gustos y en todos los sentidos. Desde las más entusiastas a las más críticas e incluso despectivas. Obedeciendo las mismas lamentablemente, más, a una cuestión de filias y fobias políticas que a una posición fundamentada en datos objetivos o planteamientos razonados.

Desde mi punto de vista, personal, aunque transferible, el anuncio obedecía más a una estrategia política que a un plan voluntariamente elaborado y, lo que es más importante, planificado. Porque siendo cierto, y nadie puede negar, que el anuncio supone una necesidad larga e incomprensiblemente demorada, no es menos cierto que este se ha producido como consecuencia del toque de atención dado por la Comunidad Europea sobre el alto porcentaje de inestabilidad que obliga a reducir al 8% la temporalidad en 3 años, como condición para recibir los fondos del plan de recuperación. Algo que no se dice pero que es lo que se exige.

Dicho lo cual no se sostienen, más allá de una expresión emocional y por tanto irracional, ni las alaracas ni los desprecios. Porque siendo una necesidad y una oportunidad para restituir una injusticia, no podemos creer, ni mucho menos entender, que esta medida servirá para solucionar las graves deficiencias del Sistema Nacional de Salud (SNS). Por tanto, no justifico mi escepticismo en el rechazo a la medida que, repito, considero fundamental, sino en la posible intención de querer trasladar que esta decisión, impuesta al menos en el tiempo, sea entendida como el remedio a los males que aquejan y paralizan al SNS. Sería muy deseable que el anuncio de tan importante reversión de la temporalidad laboral y por tanto de la precariedad que la misma supone hubiese ido acompañada del anuncio de un análisis en profundidad del actual modelo del SNS para proceder a su remodelación y adaptación a las necesidades de salud de las personas, las familias y la comunidad, que permitan, entre otras muchas cosas, dar cabida, encaje y, por tanto, respuesta adecuada, eficaz y eficiente a la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria. No hacerlo supondrá que la citada Estrategia se convierta en un intento voluntarista que acabe en fracaso y con ello en una nueva oportunidad de ataque por parte de quienes nunca han creído en la Atención Primaria desde posicionamientos de rigidez dogmática y corporativa que tratan de mantener por todos los medios el modelo caduco de hospitalcentrismo, asistencialismo paternalista, fragmentación, medicalización… en el que se sienten cómodos y desde el que se desprecia a la salud en favor de la enfermedad. Posiblemente en esa creada y figurada zona de confort o bienestar de la que no quieren salir y de la que si saliesen posiblemente se dieran cuenta de que no genera ni tanto confort ni mucho menos bienestar.

Por otra parte, la estabilización no palia en nada la deficiente dotación de profesionales, ya que se estabiliza la deficiencia. Así mismo, hay quienes se precipitan a pescar en aguas revueltas para obtener beneficios apuntándose al carro de una deficiencia que en absoluto es igual para todos los colectivos. Mucho menos aún, mejorará la irracionalidad de una distribución realizada en base a criterios de mera adscripción especulativa de la población para todas/os las/os profesionales por igual, sin tener en cuenta las necesidades de salud y cuidados derivadas de factores como la vulnerabilidad, morbilidad, accesibilidad, migración, inequidad… ligados a determinantes sociales o los objetivos para el desarrollo sostenible (ODS).

Pero más allá de esto quisiera retomar lo que decía en mi anterior entrada[2] al referirme al argumentum ad nauseam, o argumento hasta la náusea, como la falacia dirigida a las emociones en el que las personas creen que una afirmación es más probable de ser cierta o más probable de ser aceptada como verdad cuantas más veces la hayan oído. Como prejuicio cognitivo ante el pensamiento crítico.

Y lo hago porque me sirve como punto de partida para iniciar mi reflexión que está íntimamente relacionada con lo que ya he dicho.

Es decir, se repite hasta la saciedad la importancia, eficacia, aportación, actitud, aptitud, relevancia… de los profesionales de la salud tanto en relación al sistema como en su relación con la población a la que atienden. Es más, incluso se ha llegado a asimilarlos con héroes y heroínas.

No seré yo quien cuestione las cualidades que se les atribuyen, aunque se utilizan más como un argumento de defensa por parte de quienes, de manera reiterada la utilizan en defensa de sus propios intereses, que como convicción real de aquello que trasladan tanto para “regalar” los oídos de las/os profesionales como para “contentar” las demandas de la comunidad haciendo ver que están en las mejores manos.

Pero más allá de generalidades quisiera concretar en las deidades que en sus discursos trasladan las políticas/os y gestoras/es sanitarias/os con relación a las enfermeras, al referirse a ellas como una divinidad, cuando realmente son identificadas y valoradas por esas/os mismas/os oradoras/es interesadas/os con veleidades, es decir, con inconsistencia y ligereza. Se trata, por tanto, de un juego de engaño que tiene como objetivo hacer creer una cosa repitiéndola muchas veces para que las enfermeras se crean finalmente, de tanto oírlo, que es cierto y en consecuencia mantengan su creencia de valoración positiva de lo que son y lo que aportan, cuando en realidad dicha falacia lo único que persigue es evitar, precisamente, el pensamiento crítico al anularlo con adulaciones artificiales y artificiosas que, lamentablemente, acaban repercutiendo en la calidad de los cuidados que prestan y lo que es peor aún en la capacidad de análisis de lo que realmente son como enfermeras y cuál es su aportación real a la salud de la población a la que atienden, no la que se les hace creer. De tal manera que la diferencia entre el autoconcepto ideal, es decir aquello que le gustaría ser a la enfermera y lo que se transmite como forma de adulación sobre ellas acaba provocando una clara distorsión en la imagen que se proyecta de la enfermera y en como las propias enfermeras acaban por configurar y proyectar su propia imagen. Además, claro está, de que, quienes esto hacen, mantienen la absoluta e inamovible falta de voluntad política a la hora de cambiar la percepción y reconocimiento de lo que son y representan las enfermeras y de lo que son y aportan los cuidados profesionales que siguen relegándose a un ámbito residual y sin más valor que el de su denominación genérica lo que los hace intrascendentes y ausentes de reconocimiento institucional.

Así pues, considero que la estabilización laboral de las enfermeras (como también del resto de profesionales) siendo una reivindicación justa y que debe ser atendida, supondrá también una estabilización y perpetuación de la ausencia de reconocimiento profesional de las enfermeras a las que además se tratará de convencer nuevamente con mensajes machacones y ausentes de sentimiento y convicción de que son importantes sin darles importancia, que son imprescindibles aunque se prescinda sistemáticamente de ellas, que son el pilar del sistema aunque se trate de un sistema diáfano y vacío de contenido, que son referentes aunque permanecen invisibles, que son heroínas aunque se les trate como villanas, en definitiva el juego de la confusión, los eufemismos, las verdades a medias, las mentiras completas, la magia del engaño, la declaración de intenciones, las promesas incumplidas, el silencio delator, la palabra tramposa, la ignorancia intencionada, el rechazo disimulado, la desigualdad consentida, la realidad deformada, el agravio comparativo, la intención maliciosa… al que juegan sin importar lo que realmente suponga mantener esa actitud de manera permanente y aunque para ello tengan que hacer trampas, siempre que el beneficio se consiga con independencia de los medios que para ello se tengan que emplear.

A esta visión, por otra parte, contribuyen de manera muy significativa los medios de comunicación que, aunque utilicen el genérico de profesionales sanitarios a la hora de referirse a la citada noticia, en el tratamiento que de la misma hacen, en la gran mayoría de las ocasiones, se refieren en exclusiva a los médicos, como si el resto de profesionales no sufriese precariedad o falta de estabilidad o como si la estabilidad importante fuese la de los médicos y la del resto irrelevante. En cualquier caso, aun no siendo irrelevante claro está, con su abordaje sesgado la hacen, contribuyendo con su torpe actitud a que la sociedad tan solo valore y reconozca a una sola profesión, haciendo al resto subsidiaria de esta.

Nada cambia y todo permanece inalterable a pesar de la pandemia y de sus aparentes cambios en el tratamiento que de los profesionales pareció realizarse. La desaparición de la mascarilla ha supuesto también que se olviden de repente tanto la permanencia del virus entre nosotros como la existencia de profesionales que sin ser médicos resultan imprescindibles en el abordaje de la salud comunitaria. Triste realidad de una aún más triste ceguera política, gestora y periodística. Una combinación perfecta para la discapacidad sanitaria, de salud y de cuidados que padecemos y que se sigue alimentando de anuncios tan mediáticos como mediocres en su interpretación, abordaje o desarrollo, como consecuencia, entre otros factores, del hecho apuntado por Medina Moya de que el saber médico se haya convertido a lo largo del tiempo en un régimen autoritario de verdad que al ser prestado a las enfermeras para que desarrollen su función, determina que las relaciones entre ambos estén atravesadas por un poder asimétrico que lo impregna y deforma todo[3]

Finalmente, lo único que parece importar son los números y los intereses que de los mismos se derivan, sin tener en cuenta la salud y sus prioridades, aunque la misma se trate de incorporar con calzador en el mensaje de algún/a político/a con responsabilidades sanitarias que no en salud evidentemente. O que sirva de arma arrojadiza para la particular guerra que ciertas/os políticas/os tienen declarada contra quienes han decido son sus enemigos que no oponentes.

Por su parte las enfermeras participan de esa falacia del engaño al convencerse de lo que oyen sin analizar su contenido y su intencionalidad, lo que supone que acaben por no saber ellas mismas qué es lo que son y pueden aportar, más allá de lo que el Sistema en el que están alienadas y quien torpemente lo gestiona, determinen qué deben hacer, asumir u obedecer, desde el hipnotismo en el que caen sumidas como efecto de la palabrería complaciente pero claramente displicente que las abstrae de su capacidad de pensamiento crítico.

Son muchos los males a los que como enfermeras estamos sometidas desde muy diferentes frentes, pero no podemos obviar ni mucho menos ignorar que nuestra actitud, derivada del conocimiento e interiorización de lo que somos y aportamos, se convierte en el caldo de cultivo adecuado para que proliferen los desmanes y las decisiones contrarias al reconocimiento de nuestro valor intrínseco como enfermeras a través de los cuidados profesionales y que, desde luego, va mucho más allá de la estabilidad de los puestos de trabajo, a los que no se debe renunciar pero que en ningún caso pueden convertirse en la excusa perfecta para que nos hagan creer que es la solución tanto a la precariedad laboral como a la atención que desde el mismo podemos y debemos prestar. No caigamos en la tentación de seguir la zanahoria que nos conduce por el camino que nos quieren hacer recorrer y no del que tenemos capacidad, autoridad, competencia y responsabilidad de seguir para llegar al objetivo que hayamos decidido en base a las necesidades de la comunidad.

No me cansaré de repetirlo a pesar de que pueda resultar pesado, necesitamos reflexionar con seriedad y rigor sobre lo que debemos ser, lo que queremos ser y lo que realmente somos y por lo que tristemente nos valoran o mejor, minusvaloran.

No estoy pidiendo una lapidación pública ni una autoinmolación con metafóricos cilicios. Estoy pidiendo, exigiendo si se me permite, que pensemos cuál es nuestra posición y nuestra disposición con relación a la salud, a cuidar de la salud. Qué entendemos y queremos entender sobre los cuidados que lamentablemente están muy manoseados por tantos advenedizos que quieren utilizarlos para su interés personal o colectivo. Qué nos aporta el ser enfermeras. Qué valoramos por el hecho de ser enfermeras más allá de tener la posibilidad de trabajar de enfermera en lugar de como enfermera.

Son interrogantes tan simples como complejas. Tan importantes como necesarias. Tan urgentes como pausadas. Tan coherentes como emocionales. Tan sinceras como crudas. Tan dolorosas como reparadoras. Tan incisivas como conciliadoras. Pero sin intención alguna de buscar culpables. Entre otras cosas porque no se trata de culpables sino de responsables. No se trata de acusaciones sino de razones. No se trata de castigo sino de salvación. No se trata de resignación sino de resiliencia. No se trata de posiciones sino de posición.

Debemos entender que no acometer esta reflexión es permanecer en la inmadurez de la adolescencia profesional en la que estamos sumidas y de la que es necesario salir para identificar y asumir nuestra personalidad profesional propia y sentirnos realizadas con ella. Generar la autoestima, que no el amor propio, que permanentemente cuestionamos cayendo en la amargura de una estima tan deseada como lejana. Como se dice en una canción de Mecano amar es el empiece de la palabra amargura[4]. Pero vivir sin amar, sin sentirnos respetadas por nosotras mismas, es la permanencia perpetua en dicha amargura que, además, nos impide cuidar a los demás. Y nos tenemos que revelar a vivir en la amargura para pasar a vivir aprendiendo a amar, aunque pueda ser doloroso y difícil. Pero más doloroso y triste es que nos neguemos esta posibilidad y nos sometamos al celibato de la sumisión profesional en la que otros deciden cómo, cuándo, dónde, con quién podemos y debemos desarrollarnos, crecer o creer, desde la ocurrencia de propuestas formativas[5] o la indolencia y la insolencia de la parálisis permanente a la que someten nuestro desarrollo autónomo, especializado y avanzado. Sin vigilancias impuestas con el fin de satisfacer necesidades profesionales ajenas y guías que nos inmovilicen e impidan tomar decisiones propias que dignifiquen los cuidados y a las personas que los requieren para lograr su autocuidado y empoderamiento en salud. Teniendo una predisposición favorable de pertenencia e identidad colectiva profesional que genere compromiso y defensa de los valores. Siendo líderes de nuestra propia estrategia de cuidados como bien intrínseco que son de las enfermeras y no de la anunciada y no asumida por parte de quienes se instalan en la adulación permanente que inmoviliza la acción a través del engaño de la ilusión o del ilusionismo del engaño.

Opto por una estabilización emocional-profesional que nos permita afrontar cualquier situación con la madurez que requiere y exige nuestra ciencia, disciplina y profesión. Porque esa estabilización depende de nosotras mismas. La otra, la anunciada, la impuesta, nos viene dada, concedida, pero no nos aportará esa necesaria madurez. Sino identificamos y valoramos nuestra identidad no será posible la estabilidad que nos permita madurar y amar lo que supone ser y sentirse enfermera. Porque es importante la felicidad para ser buenas enfermeras, pero más importante aún es la estabilidad que nos permita mantenerlo más allá de las buenas o hipotéticas buenas intenciones.

[1] Escritor y periodista colombiano (1927-2014)

[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2022/07/01/pensamiento-critico-vs-critica-al-pensamiento/

[3] Medina Moya, JL. La pedagogía del cuidado: saberes y prácticas en la formación universitaria en enfermería. Barcelona: Laertes, 1999.

[4] Una rosa es una rosa compuesta por José María Cano. Mecano https://www.letras.com/mecano/194852/

[5] https://www.redaccionmedica.com/secciones/parlamentarios/el-congreso-debatira-un-diploma-de-acreditacion-en-diabetes-para-enfermeras-5342

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