A las enfermeras que empoderan a la población para hacerla participe de su salud.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
El ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón, que por otra parte es lo que, paradójicamente, le distingue del resto de seres vivos, y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante.
Sería interminable relatar los hechos, acontecimientos, decisiones… en los que las equivocaciones se han repetido a pesar de los errores iniciales. Por eso me voy a detener en un ejemplo paradigmático y actual como es el de la culpabilización hacia la juventud por su falta de responsabilidad en la situación de pandemia, lo que está provocando en las últimas fechas repuntes importantes de contagios en la población española.
Pero antes de nada es importante que nos situemos en los inicios de la pandemia. El estado de alarma y su consiguiente confinamiento por decreto, supuso un duro golpe para toda la comunidad. Pero no es difícil identificar, aunque lamentablemente no se ha hecho, o se ha hecho de manera muy sesgada y tendenciosa, lo que supuso para la juventud, alejada, no precisamente de manera voluntaria, del ámbito económico o de empleo que es la otra variable que determina muchas de las decisiones y de los tropiezos repetidos.
Se ha tendido de manera generalizada a considerar que la pandemia ha actuado de forma igualitaria en toda la población, con independencia de su clase social, género, marginalidad, educación, edad… como si el virus fuese equitativo en su contagio y supiese discernir las consecuencias que ocasiona en función de dichas variables. Nada más alejado de la realidad.
Posiblemente el caso que a todos nos viene a la cabeza sea el de las personas adultas mayores, con especial mención a las institucionalizadas. Ha sido el grupo etario más castigado por el contagio y la muerte, por razones que se han querido transmitir como naturales o lógicas relacionadas con su edad y las dolencias que padecen y les hacen vulnerables. Sin embargo, fueron las condiciones en que vivían y convivían en las instituciones, las principales y devastadoras razones de su sufrimiento. Este es otro claro ejemplo de la reiteración en los errores cometidos, por políticos y gestores, traducidos en las respuestas que este grupo de población recibe a sus necesidades de salud y sociales, mercantilizando y medicalizando su cuidado.
Pero no es este el caso en el que me quiero centrar. Como decía, la juventud también ha padecido de manera muy singular los efectos de la pandemia. La diferencia está en que ellas/os no reúnen las características que se han instaurado como patrón de referencia y de resultado de la pandemia y que socialmente, ayudados por algunos medios de comunicación, han sido identificados e interiorizados como los únicos que realmente se corresponden con la COVID 19. Es decir, los problemas respiratorios, la anosmia, la ageusia, la hospitalización, los respiradores, la muerte…se relacionan de inmediato con la pandemia y se identifican casi como los únicos efectos que provoca en las personas, como consecuencia de la atención medicalizada que se limita al ámbito exclusivo de la enfermedad, sin identificar nada más allá de la misma. De tal manera que socialmente acaba por considerarse que quien no cumple este patrón se ha librado de los efectos del virus y no le puede ocasionar problema alguno de salud, lo que es claramente inexacto al tiempo que peligroso.
No es necesario relatar ahora lo que caracteriza a la adolescencia y la juventud. Lo que les hace singulares, pero también lo que les hace frágiles ante determinados factores sociales y culturales que no siempre identifican y mucho menos controlan. El difícil equilibrio que supone estar en permanente búsqueda de su personalidad y, lo que es más importante, sentirse identificado con la misma; la autorrealización; la aceptación de sus iguales; el rechazo a lo normativo o lo identificado como impuesto; el miedo a sentirse diferentes; la necesidad de agradar a unos y al mismo tiempo desagradar a otros como forma de reivindicar su ego; la tentación por el riesgo y lo prohibido; la constante búsqueda de la libertad, su libertad, que no siempre coincide con el concepto social y solidario de libertad, son tan solo algunos de los comportamientos y rasgos que acompañan a la juventud.
La considerada normalidad ya era y es un contexto considerado como hostil y rechazable por parte de la juventud, que la identifica como impuesta y que trata permanentemente de salvar, legal o ilegalmente.
Así pues, la irrupción de la pandemia, supone un cambio radical de esa considerada normalidad para pasar a una normalidad impuesta, vigilada y sancionadora que limita la libertad de acción y lo que es más doloroso la libertad de socialización tribal con su círculo de amistades o relaciones sociales.
Cambios, que afectan también a su actividad académica y suponen perder prácticamente cualquier contacto con la realidad exterior, la que se ubica fuera de su ámbito familiar, que en muchos casos es identificado como un contexto opresor del que quieren huir o aislarse. De repente se ven recluidos, en el mejor de los casos, en el reducido espacio de su habitación teniendo que compartir todo el tiempo, su tiempo, con quienes en muchos casos considera sus opresores, sus enemigos e incluso sus competidores, padres/madres y hermanos/as. Por otra parte, la actividad académica, válvula de escape para muchas/os, a pesar de que puedan odiarla, queda limitada a una pantalla en la que ni se dejan ver ni escuchar, ahondando en el aislamiento impuesto. Los incentivos, motivaciones, ilusiones… se reducen a los videojuegos, los chats, las redes sociales, la adicción a las series que consumen compulsivamente…
A todo ello hay que añadir la permanente sensación de estar al margen de todo cuanto sucede con relación a la pandemia. Aparentemente, ni les afecta ni la entienden, porque lamentablemente nadie se ha preocupado en explicarles, por qué tienen que sufrir idénticas restricciones al resto de la población, si ellos como parece, están al margen de los contagios. No son ni tan siquiera tenidos en cuenta para la vacunación, salvo ahora que se dan circunstancias previsibles pero que, al no haber sido previstas ni prevenidas, han desembocado en una nueva y peligrosa situación epidemiológica.
Pero a pesar de todo, la juventud ha tenido, como la gran mayoría de la población, un comportamiento ejemplar en el cumplimiento estricto del confinamiento que resultó fundamental en el control de la pandemia.
El problema a partir de aquí viene determinado por la actitud de la población en la denominada corresponsabilidad que permita mantener a raya al virus en una hipotética recuperación de la libertad que, sin embargo, es identificada por muchas/os como vigilada e incluso injustificada y por lo tanto susceptible de utilizarla como mejor entienden y que supuso la relajación de las medidas de protección individual y colectiva en diferentes fases de la pandemia.
Y es en este momento en el que la ansiada y esperada libertad es interpretada por la juventud de manera diferente al resto de la población. Pero no porque tuviese una intención manifiesta de provocar daño, sino simplemente como una forma diferente de ver la realidad pandémica que nadie ha tenido, ni el tiempo ni la necesidad, de explicarles para que ellos mismos, en base a una educación para la salud capacitadora y participativa, hubiesen tenido la oportunidad de canalizar de otra forma a como lo han hecho en un desesperado intento por recuperar su libertad. No la de la sociedad, no la de su familia, no la de su entorno, sino la suya y la de su grupo.
Es a partir de este comportamiento, considerado por la sociedad en general y por algunos medios de comunicación en particular, como errático e irresponsable, sin más análisis al respecto, cuando se traslada, de manera absolutamente irresponsable, mezquina y propagandística, la carga de culpabilización por lo que sucede con la incidencia de contagios, el aumento de hospitalizaciones y muertes y las nuevas medidas restrictivas, estigmatizando a la juventud y convirtiéndola en el foco de todas las miradas y las culpas. Cuando, realmente, no hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados[2].
Disociar aquello que caracteriza a la juventud para arremeter contra ella, es un ataque a su dignidad y una falta de respeto a su capacidad, propia de la incompetencia, la hipocresía y la ignorancia de quien así actúa. Es como tratar de comprender o identificar a Peter sin Pan, a Ramón sin Cajal, a Robin sin Hood o a Ortega sin Gasset, pierden sentido al perder parte de su identidad.
La juventud ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de participación, su solidaridad, su responsabilidad… pero lo ha hecho cuando se le ha dado la oportunidad de aportar ideas, de innovar, de crear, de movilizar… sin mandamientos impuestos, sin normas sancionadoras, sin restricciones incomprensibles, sin órdenes impuestas, no quedando excluidos en la toma de decisiones al ser identificados como meros ejecutores de aquello que se les ordene por parte de quienes se consideran en posesión de la verdad no tan solo absoluta sino incluso exclusiva.
Las enfermeras comunitarias, por su parte, han sido obligadas a recluirse en los centros de salud o ser trasladadas a hospitales sin dejarles la capacidad ni la libertad de llevar a cabo intervenciones comunitarias a través de las cuales lograsen, no tan solo hacer comprensible la pandemia y su comportamiento sino también en cómo, dónde, cuándo, con quién… poder intervenir la juventud de tal manera que se sintieran útiles, capaces y promotores de ideas y acciones que contribuyeran a controlar la pandemia pero también a ayudar a quienes más la padecían. Intervenciones que permitiesen a la juventud la posibilidad de canalizar su ansiada y comprensible libertad sin caer en el único reducto que la sociedad les deja, como las reuniones clandestinas, los botellones, los bailes… que posteriormente son utilizados como armas arrojadizas para culpabilizarlos y mostrarlos como responsables del descontrol, cuando lo que hacen es utilizar las únicas válvulas de escape que les dejan para sentirse libres y que tristemente acaban siendo cepos en los que quedan atrapados y heridos.
Las enfermeras comunitarias, de alguna manera, han sido igualmente retenidas, vigiladas y reducidas para acatar lo que se dicta, sin permitirles lo que tantas veces y a tantos estamentos han trasladado como una necesidad a desarrollar con el fin de contribuir a controlar la pandemia más allá de los hospitales, la tecnología y la medicación, pero también para facilitar que la comunidad en su conjunto y la juventud de manera muy especial se convirtiese en parte activa de la acción promotora que empodera a la población contra la pandemia.
Cuando se creía controlada la pandemia, los mensajes precipitados, confusos e incluso con un claro interés centrado en la economía más que en la salud, como ya sucediera cuando se quiso salvar la navidad en lugar de la sanidad, el comportamiento de la juventud, contagiada de dicha información que quedaba sujeta a la interpretación, vuelve a situarse en el centro de todas las críticas, las iras y las culpas, incrementando el estigma que sobre ella se establece y que permite desviar la atención de lo que realmente provoca estas situaciones de descontrol y de quienes son sus verdaderos responsables, las/os decisoras/es reales.
Una vez más se demuestra que la incomprensible tozudez en impedir que las enfermeras, que son las más competentes en la materia, ocupen puestos de responsabilidad desde los que tomar las mejores decisiones para lograr alcanzar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado de la población y no tan solo para ser consideradas rastreadoras, vacunadoras o técnicas, impide actuar de manera diferente a la oficialmente impuesta.
Mientras se sigan manteniendo comportamientos derivados del patriarcado asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista que impregna el modelo de nuestro SNS y persista la invisibilización de las enfermeras y los cuidados profesionales que prestan. Mientras se siga considerando a la población como pacientes obedientes de lo ordenado por el sistema, anulando su capacidad decisora, seguirán persistiendo sectores de población, como el de la juventud, que sean utilizados para exculpar al SNS de sus carencias, su ineficacia e ineficiencia, o mejor dicho a quienes mantienen y alimentan el modelo caduco en el que se sustenta, con sus decisiones sujetas a intereses alejados de la salud comunitaria y centradas en lobbys profesionales y económicos.
No deja de ser curioso que en esta situación de repunte se exponga como razonamiento de menor gravedad la contención de hospitalizaciones y de ocupación de las UCI, aunque la Atención Primaria esté saturada como efecto, no de la pandemia, sino de la gestión hospitalcentrista que sigue identificándola como un ámbito de atención menor, subsidiario y residual, al igual que a sus profesionales en general y a las enfermeras comunitarias en particular.
Los botellones tan solo son la consecuencia de la incapacidad y la mediocridad de decisores políticos y gestores que muchas veces los consintieron e incluso promovieron, siendo ahora la principal excusa para disfrazarlos y hacer de los mismos el principal argumento contra una juventud olvidada y relegada. Los botellones se combaten con policía y represión, cuando lo que se requiere es afrontarlos con empatía y educación.
La Atención Primaria, que representa la juventud del SNS, se dignifica con más inversiones y menos aplausos. Con más acciones y menos omisiones. Con más iniciativa y menos pasividad. Con más autonomía y menos dependencia.
Uno de los mayores errores humanos es el de creer que hay sólo un camino para llegar a dónde se quiere. Lo importante es saber a dónde se quiere ir y a partir de ahí elegir el mejor camino, tal como le dijera el gato Cheshire a Alicia en el cuento de Lewis Carroll[3]. Pero para eso hay que saber y querer planificar y eso ya resulta muy difícil para quienes nunca lo consideran ni tan siquiera como una opción.
Y como dijese John Wooden[4] “la juventud necesita modelos, no críticos” que les inspiren y en quienes puedan confiar para desarrollar su creatividad e iniciativa.
El hombre, queda claro, es el único animal capaz de tropezar dos veces, o más, en la misma piedra. Y, después de todo… culpar a la piedra.
[3] Diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Sus obras más conocidas son Alicia en el país de las maravillas y su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.
[4] Entrenador de baloncesto estadounidense considerado el mejor entrenador de la historia de la NCAA
Entrevista de Carlos Arcaya en el programa «Hoy por hoy» de la Cadena SER de Alicante, con motivo de la puesta en marcha de la Cátedra de Enfermería FAmiliar y Comunitaria.
A todas las enfermeras que han tenido que formarse y han tenido que formar durante la pandemia, por presentarnos una oportunidad de cambio.
Cuando en marzo de 2020 se decretó el estado de alarma como consecuencia de la pandemia, nadie preveía el alcance de lo que estaba por venir.
A tres meses vista de acabar el curso académico, las/os estudiantes de enfermería que estaban a punto de finalizar sus estudios para incorporarse, como sucede en este país, de manera inmediata a trabajar como enfermeras en hospitales y centros de salud, se encontraron de golpe con una situación que no tan solo no esperaban ni deseaban, sino que les generaba tanta o más incertidumbre e incluso miedo que al resto de la sociedad en general y de los profesionales de la salud en particular.
La finalización de sus prácticums, ya con la pandemia desbordando el sistema sanitario, la presentación de sus trabajos fin de grado, las gestiones para conseguir su acreditación oficial como enfermeras… pasaron a un segundo plano. La pandemia y la urgencia que imprimía, desplazó cualquier posibilidad de vivir las experiencias de momentos importantes para la vida de un/a estudiante. Ni tan siquiera la magna despedida de los actos de graduación que definitivamente quedarán como algo esperado y no realizado.
Se trataba de la 1ª generación COVID la que sufrió el primer impacto, la que se topó de bruces con la pandemia contagiándoles de sensaciones, emociones, sentimientos… que se agolpaban acompañando a las oleadas de noticias, acontecimientos, decisiones, contradicciones… que se iban generando conforme la pandemia se hacia cada vez más incontrolada e incontrolable.
En unos escenarios como los de los hospitales, centros de salud, residencias de personas mayores…que ya de por sí son inciertos y provocan temor a la hora de “estrenarse” como enfermera profesional, había que añadir ahora una situación que parecía nadie era capaz de controlar y que provocaba cada vez más dolor, sufrimiento y muerte, incluso entre quienes estaban destinados a evitarlo.
A esta primera generación COVID no les dio tiempo a entrenarse, a realizar una gradual incorporación en sus recién ocupados puestos de trabajo, a pausar el tiempo para adaptarse al medio, a ir con cautela tratando de evitar errores, a habituarse a la tensión del momento, a conocer a sus compañeras/os que ya no lo son de pupitre o silla de aula, a disfrutar del momento de su bautizo profesional. Se trató de una inmersión en toda regla que les impidió llevar a cabo todo ese ritual iniciático para convertirse en enfermeras que nadie identificaba como principiantes, porque no había tiempo para principios. Se debía pasar a la fase de experiencia, de acción, de decisión… y todo eso nadie se lo había explicado a esta generación en las aulas, ni tan siquiera en los destinos donde realizaron sus prácticums. Lo que debía ser un progresivo avance en la madurez profesional se convirtió en un sunami que les arrancó de cuajo esa parte experiencial.
La respuesta no pudo ser más positiva por parte de estas enfermeras que, aunque siempre son esperadas como agua de mayo en época de vacaciones, en esta ocasión lo eran como agua imprescindible en una terrible y devastadora sequía. No tuvieron, ni les dieron, tiempo a pensar, tan solo lo tuvieron para actuar, para responder, para prestar los cuidados que se necesitaban más que nunca.
Recibieron, junto al resto de las/os profesionales de la salud, los aplausos balconeros que, aunque no paliaban los efectos del cansancio, la preocupación, el miedo, el dolor… al menos conseguían trasladar el apoyo de una sociedad confinada por decreto. Apoyo que no sabemos qué proporción de sentimiento y cuánta de evasión tenía, pero a la que se agarraron unas/os políticas/os que necesitaban también elementos que desviaran la atención de unas decisiones que se sustentaban en el ensayo-error cuando no en las ocurrencias ante el gran desconocimiento de lo que estaba sucediendo.
Se demostraba, por otra parte, la gran formación que reciben las/os estudiantes de enfermería en la universidad española. Al menos en lo que a dar respuesta al modelo medicalizado y asistencialista de nuestro SNS, se refiere.
Transcurrido el tiempo y aún inmersos en la lucha contra la pandemia, se puede afirmar que su respuesta no pudo ser mejor, ni su actitud más plausible.
Mientras todo esto sucedía, en las aulas vacías de muchas facultades y escuelas de enfermería de toda España se impartía docencia online. No virtual, online. Este ha sido el gran problema. La Universidad española, como el SNS, no estaba preparada para esta pandemia y tuvo que adaptarse de manera precipitada y urgente para no detener la dinámica docente. Pero esto se tradujo fundamentalmente en el traslado de la modalidad presencial, tal cual, a la online, lo que sin duda supuso un terrible fracaso. La Universidad española es fundamentalmente presencial y esta presencialidad, la pandemia, la cercenó.
No hay que olvidar de igual forma que las/os estudiantes tampoco estaban preparadas/os para este cambio repentino y su respuesta fue muy “defensiva”. La presencia tras las pantallas se redujo e invisibilizó e incluso silenció una participación ya de por si resistente en la presencialidad a extremos que generaban la desesperación de docentes y discentes.
Mientras esto sucedía se solicitaba que las/os estudiantes de enfermería se incorporasen en los servicios de salud para reforzar a los mermados y cansados equipos de salud. Sin embargo, no deja de ser paradójico que los mismos que solicitaban dicha incorporación en algunas comunidades, fuesen los que impidiesen su acceso a los servicios para realizar sus periodos prácticos, imprescindibles para poder obtener la titulación que les habilitase como enfermeras según trasladó en varias ocasiones la propia Comunidad Europea.
Esto obligó a algunas universidades a tener que modificar por vía de urgencia los planes de estudio de algunos cursos, con el fin de concentrar toda la docencia teórica que debían recibir en lo que les quedaba de grado durante este periodo de pandemia en que no se les dejaba acudir a realizar sus prácticum, quedando pendiente la realización de los prácticums de manera concentrada durante el curso siguiente. Ajuste que, si bien trata de no retrasar la titulación de dichas/os estudiantes, provoca un claro desajuste en cuanto a la necesaria complementariedad y acompañamiento de los conocimientos teóricos con los prácticos.
Estas y otras circunstancias fueron configurando un contexto cambiante e incierto, para estudiantes y docentes, con consecuencias que se trasladan tanto en los resultados de las evaluaciones, por lo general claramente inferiores a lo habitual, como en la sensación de unos y otros en cuanto a la satisfacción, tanto del proceso de enseñanza-aprendizaje, como de las expectativas que las/os estudiantes y futuras enfermeras tienen con relación a su autoestima y seguridad a la hora de incorporarse a trabajar, teniendo la percepción de que no están suficientemente preparadas/os.
Así pues, estas, segunda (estudiantes actuales de 4º) y tercera (estudiantes actuales de 3º) generaciones COVID de enfermería, tienen ante si un panorama que, aunque es cierto, puede provocar dudas en las futuras enfermeras, ello no debe ser nunca un obstáculo para que las mismas se incorporen con confianza, no exenta de prudencia, a prestar sus cuidados profesionales. Tal como la profesora Patricia Benner tan magníficamente refleja en su libro “From Novice to Expert : Excellence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)” que sustenta toda su teoría al respecto, la experiencia, entendida como los conocimientos que no se encuentran en los libros, permitirá a estas generaciones de enfermeras COVID afrontar un contexto de cuidados como el que va a dejar la pandemia y para el que va a resultar imprescindible que, tanto enfermeras expertas como principiantes, identifiquen como foco de atención y liderazgo fundamental. Por tanto, es necesaria más que nunca la unidad de acción enfermera que cohesione y fortalezca la atención cuidadora profesional de manera visible, singular y específica[2], [3], [4].
Pero no es menos importante el que en el seno de la Universidad, las enfermeras docentes hagamos un serio y riguroso análisis, no tan solo de lo sucedido durante la pandemia, sino sobre lo que es y representa la docencia enfermera y en qué punto se encuentra.
No podemos seguir en la inercia del movimiento generado como resultado del Espacio Europeo de Educación Superior. El mismo, tuvo su importancia y resultó fundamental para lograr los objetivos académicos que teníamos planteados las enfermeras. Pero ni el momento, ni el contexto, ni las necesidades, ni la realidad, ni las demandas, ni la propia enfermería son las de entonces, ni las expectativas, ni el contexto en el que se generan o debieran generarse son tampoco comparables.
Es por ello que es urgente, desde mi punto de vista, aprovechar, si se me permite la expresión, la pandemia como punto de inflexión para que la enfermería y las enfermeras dejemos de ser meros productos de la cadena de producción universitaria que abastece al mayor, e incluso casi exclusivo receptor, como es el SNS que lo que demanda no son enfermeras para la comunidad si no enfermeras tecnológicas que den respuesta al modelo en el que sustenta y que la pandemia ha demostrado claramente ineficaz e ineficiente.
Revisemos el paradigma en el que sustentamos nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje y desde el que posteriormente se fundamenta el desarrollo profesional de las enfermeras. Tan solo si tenemos claro dicho paradigma y lo reforzamos con evidencias científicas y con una decidida apuesta por su fortalecimiento y comprensión, seremos capaces de adaptar nuestra formación y posterior experiencia a la realidad enfermera que necesita y espera la sociedad como ha quedado patente igualmente en esta pandemia.
Si, por el contrario, lo que hacemos son planteamientos enfermeros desde el paradigma médico imperante, que impregna el SNS, las respuestas que demos podrán ser buenas, pero no enfermeras. No nos equivoquemos ni engañemos a nadie.
Resulta imprescindible el trabajo colaborativo desde la transdisciplinariedad, pero realizándolo cada disciplina, cada profesión, desde su paradigma propio, respetando los principios y objetivos de cada uno de ellos y tratando de complementar y no de excluir.
No creamos, no caigamos de nuevo en el error, de pensar que les corresponde a otros darnos la solución. Es responsabilidad y exigencia de las enfermeras hacerlo, y en su caso reclamarlo donde corresponda. Recientemente hemos podido comprobar como se hacen intentos claros de invisibilización como la propuesta de RD que establece la Organización de las Enseñanzas Universitarias en el que, inicialmente, se excluía a Enfermería como ámbito de conocimiento. La respuesta de organizaciones como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Conferencia de Decanas de Enfermería (CNDE), mediante sus alegaciones ha permitido que se modifique en el nuevo borrador, apareciendo Enfermería[5].
Tan solo desde una vigilancia activa, pero también desde el planteamiento claro e inequívocamente enfermero seremos capaces que las enfermeras formadas en la universidad no sean modeladas por el SNS, sino por las necesidades de cuidados de la comunidad donde deben integrarse, sea en hospitales, centros de salud o cualquier otro entorno en el que sea imprescindible la presencia cuidadora enfermera.
Las generaciones de enfermeras COVID no pueden ni deben ser identificadas como un fallo en el sistema de producción universitario, ni como un eslabón perdido, sino como una oportunidad de cambio tan necesario como inaplazable, tendente a lograr que la universidad deje de ser un ámbito cada vez menos atractivo y atrayente para las enfermeras, lo que genera nichos de colonización de otras disciplinas para formar enfermeras, con todo lo que esto supone para la enfermería, las enfermeras y la sociedad a la que deben dar respuestas. Como dijo Duque Ellington[6]“los problemas son oportunidades para demostrar lo que se sabe”, demostrémoslo de manera activa y decidida.
No contribuyamos con nuestra inacción a que la pandemia sea la excusa que nos arrebate, también, nuestra principal base de desarrollo, la docencia enfermera por y para enfermeras.
Seamos valientes, ya que, tal como expresara Víctor Hugo[7], “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Y las enfermeras llevamos mucho tiempo demostrando nuestra valentía.
El diccionario de la RAE define manipulación como la acción de hacer cambios o alteraciones en una cosa interesadamente para conseguir un fin determinado. Aunque se hable de la intervención tan solo sobre cosas, dicha acción y por tanto la manipulación se lleva a cabo, en muchas ocasiones, sobre personas con idéntica intención de alterar su voluntad, su actitud o su respuesta interesadamente para lograr un fin perfectamente planificado.
A finales del mes de enero coincidiendo con el relevo en el ministerio de sanidad reflexionaba sobe el mismo en la entrada “De Illa a Darias. Juego de Tronos”[2]. En la misma decía: “Estaría bien que la Sra. Darias se rodease de profesionales y asesores que le hiciesen ver que más allá de la respuesta política que le toca dar, existen necesidades urgentes que no pueden seguir postergándose sine die. Que es preciso que identifique las carencias que existen y que eche mano de las fortalezas que representan los profesionales para, entre todas/os, buscar soluciones en lugar de continuar poniendo parches.
Que las respuestas no pueden ni deben continuar quedando en palabras de agradecimiento y de impostura diplomática. Que las enfermeras deben de dejar de ser vistas como mano de obra, como recursos humanos sin más, para pasar a ser identificadas, valoradas y reconocidas como profesionales fundamentales, tal como lo hacen los países en donde masivamente las contratan, con las consecuencias que ahora mismo estamos padeciendo”.
Han pasado 5 meses desde su nombramiento y nada de lo que planteaba como un deseo, se ha cumplido o, mejor dicho, nada de lo que de ella se esperaba se ha cumplido.
Para empezar, se ha rodeado de personas incapaces no tan solo de dar respuestas eficaces relacionadas con sus cometidos o competencias, que sería lo deseable, sino que ni tan solo han sido capaces de hacerlo con la dignidad, la empatía, la escucha activa, la proximidad, la voluntad, la generosidad, la humildad, el respeto, que todo cargo público con responsabilidad en la toma de decisiones debiera tener. Bien al contrario, la altivez, la distancia, la prepotencia, el desprecio, el autoritarismo, la irresponsabilidad… han configurado su actitud y su disposición.
Ha sido incapaz de retener talento y en su lugar lo ha sustituido por mediocridad. Sustitución que ha arrastrado, hasta hacer desaparecer, cualquier vestigio de las acciones que antes de su llegada se habían realizado con esfuerzo, coherencia y sentido común, como si se tuviese miedo a que pudiesen desviar la atención hacia quienes habían sido sus artífices y con ello desdibujar a las/os nuevas/os inquilinas/os. El tiempo, el poco tiempo transcurrido, sin embargo, ha sido suficiente para identificar su incapacidad manifiesta, provocando el efecto contrario al deseado, echar en falta a quienes fueron desalojados. Dando respuesta y despejando las dudas que en mi reflexión trasladaba hace tan solo unos meses: “Daría lo que fuese por creerme que usted, Sra. Darias, es la persona que realmente necesita este ministerio. Pero permítame que tenga serias dudas. Tan solo usted podrá ser capaz de despejar, en el tiempo en que pueda o le dejen ocupar un cargo que parece más un comodín de los movimientos políticos de quienes conforman los gobiernos que un puesto de la importancia que tiene la salud de las/os ciudadanas/os. Por mucho que la mayoría de las competencias estén transferidas a las CCAA, que normalmente mimetizan la incoherencia que muestra el ministerio, para, finalmente, escenificarla en el consejo interterritorial donde nadie los quiere como pareja de baile”.
Se ha confundido la ordenación profesional, entendida como la acción de poner orden en el desarrollo de las profesiones, con ordenar/mandar a las profesiones con absoluto desorden, caos y despotismo que además trata de aparentar como ilustrado.
Se ha desdibujado la acción de la Secretaría de Estado en un absoluto vacío y una inacción tan incomprensible como absurda.
Se ha desaprovechado la ocasión de que Salud Pública tuviese un papel relevante, más allá de la acción administrativa de datos.
Se ha desperdiciado la ocasión de dar contenido y sentido a la importante Secretaría General de Salud Digital, Información e Innovación del Sistema Nacional de Salud (SNS), creada antes de la llegada de la Sra. Darias, como una importante apuesta de innovación y de regulación y ordenación de la información, teniendo un impacto absolutamente irrisorio cuando no inexistente.
Se ha conseguido convertir el Consejo Interterritorial en una jaula de grillos o en una cerca de pelea de gallos, eliminando el importante logro alcanzado de ser espacio de reflexión y análisis tendente al consenso en el que, entre otras cosas, se consiguió sacar adelante el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria. Situación que propicia el enfrentamiento y la identificación de debilidades para la bronca política.
Se ha logrado que el ministerio y sus representantes, con la ministra al frente, sea un caos que genera dudas donde debieran existir certezas, incertidumbre donde debiera generarse tranquilidad, incredulidad en lugar de confianza, confrontación frente al consenso, debilidad ante la fortaleza necesaria.
Pero es que, además, la ministra, más allá de una reunión de urgencia y de circunstancias, con representantes de las sociedades científicas, no ha vuelto a propiciar el diálogo. Una vez más las buenas palabras e intenciones se quedaron tan solo en eso. La identificación de necesidades se limitó a un registro aparentemente interesado de notas sin traslado posterior a la toma de decisiones como respuesta a la necesaria, pero inexistente, voluntad política. La formulación de promesas tan bien formuladas como inconsistentes y efímeras. Una continuidad de acción compartida que finalizó en el mismo momento en que se produjo la desconexión de la videoconferencia. Ha respondido con el silencio y el hermetismo a cuantas peticiones de respuesta se le han trasladado. Silencios que tan solo pueden obedecer a la incapacidad o al desprecio pero que lamentablemente pueden ser la suma de ambos.
Con relación a las enfermeras, a pesar de que, en la citada reunión, se le trasladó que estábamos siendo ignoradas, ninguneadas y maltratadas, comprometiéndose a dar respuesta que revertiese tal situación, la respuesta se ha concretado en una absoluta indiferencia que se ha traducido en la más que rechazable inacción política y en la indolencia por dar solución a las carencias que, no tan solo afectan a las enfermeras y al sistema de salud, sino a la población a la que atienden, lo que finalmente se traduce en un claro desprecio hacia quien se dice representar, en una nueva impostura político-diplomática cargada de falsas verdades y absolutas mentiras como ingredientes necesarios y calculados para la manipulación verbal y no verbal. Nuevamente se han cumplido los peores presagios al no verse cumplida la esperanza que le trasladaba: “Sra. Darias, estaría bien que nos escuchase y evitase seguir con los mensajes vacíos, aunque elegantes y aparentes, con los que habitualmente tratan de engañarnos en un lamentable ejercicio de falta de respeto a nuestra inteligencia y a nuestra dignidad”.
Su actitud ha venido a ratificar lo que algunos ya sospechábamos como una clara puesta en escena destinada a entretener y maquillar lo que realmente se pensaba. Los aplausos de balcón no fueron, para ustedes, al contrario de quienes los daban de manera sincera, más que una forma de manipulación tanto de la población como de las/os profesionales. Una forma de entretener a falta de toros y fútbol. Una forma de trasladar una falsa admiración hacia quienes se estaban dejando la salud e incluso la vida, pero que no tenían mayor calado ni intención alguna de modificar la visión y valoración que de muchas/os de ellas/os tenían y siguen teniendo. Logrado el objetivo de distraer y engañar ahora nos encontramos con la realidad del desprecio y la utilización interesada de las/os mismos para su beneficio interesado y oportunista.
Seguir parapetada en la excusa de la pandemia para justificar su incapacidad, manifestada diariamente con sus permanentes vaivenes, indecisiones, inconcreciones, incoherencias… es, además, de un ejercicio de cobardía, una clara muestra de que su objetivo no pasa por mejorar el sistema sanitario. Su única preocupación es la de conseguir el 70% de población vacunada en el periodo anunciado. Lo que, sin ser, en sí mismo, un objetivo que permita objeción alguna, el mismo no tiene otro interés, para usted, que el de atribuirse la medalla que el logro permitiría reclamar. Lo de menos es lo que se consiga con la vacunación, porque para usted y quien le acompaña lo verdaderamente importante es el número, el dato, la apariencia. Cómo se consiga es lo de menos, para eso ya están las que usted considera a buen seguro como vacunadoras, es decir, como elementos necesarios, aunque prescindibles para el logro esperado.
Pero las enfermeras, Sra. Darias, ya estamos muy cansadas de la mediocridad que impregna cualquier acción ministerial. Mediocridad que lleva implícita de manera inseparable a la misma la permanente afrenta a las enfermeras, producto tanto de sus acciones como de sus omisiones. En las acciones porque suponen una clara y calculada premeditación de hacer algo que perjudica, obstaculiza o paraliza tanto la imagen como el valor de lo aportado. En las omisiones porque no son objeto de Alzheimer institucional que no siendo justificable podría ser objeto de eximente, sino porque las mismas vienen determinadas por el manifiesto desinterés, la clara desidia, el absoluto desconocimiento… por lo que somos, representamos y aportamos las enfermeras al sistema sanitario, pero, no lo olvide, sobre todo a las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos nuestros cuidados profesionales. Cuidados profesionales que, no lo dude, porque todas/os en nuestra fragilidad innata los necesitamos, precisará, de enfermeras competentes, expertas, especialistas y comprometidas como las que usted ahora ignora sistemáticamente. No tenga la más mínima duda que a pesar de su actitud y de sus acciones, le serán prestados con la profesionalidad y el rigor que usted niega reconocer.
Esta pandemia, por si no se lo ha explicado nadie o no ha sido capaz de identificar por sí misma, ha dejado al descubierto muchas carencias del sistema sanitario. Pero también es cierto que ha permitido identificar la excelencia de sus profesionales de la salud en general y muy particularmente de las enfermeras. La población ha tenido la oportunidad de identificar y valorar la excelencia, oportunidad y necesidad de los cuidados profesionales enfermeros que suplían en muchos casos las carencias tecnológicas, farmacológicas o clínicas que la pandemia produjo. Cuidados profesionales que van más allá de la sonrisa o la caricia y que precisan de la ciencia enfermera que les otorga el carácter científico que logra responder a las necesidades humanas ante situaciones tan graves como las que se han vivido. Cuidados que han tenido que suplir respiradores, equipos de protección individual, fármacos, o incluso camas donde atender a las personas. Cuidados que han suplido el aislamiento, el desarraigo familiar, la soledad y han dotado de humanidad la atención sabiendo situar a la tecnología donde correspondía para dar cabida al cuidado profesional mucho más necesario y sanador.
Esta pandemia, a pesar de las resistencias que desde su ministerio se han generado permanentemente, ha permitido poner de manifiesto la importancia de la participación comunitaria y de la educación para la salud capacitadora y participativa en contra de la exclusiva estrategia de órdenes de obligado cumplimiento o de su consecuente sanción, haciendo de la comunidad un problema en lugar de identificarlo como parte, muy importante, por cierto, de la solución. Solución que no pasa, desde luego por prohibir y castigar sin más generando estigmatización de sectores muy específicos de la sociedad. Solución que se les trasladó por activa y por pasiva por parte de las enfermeras a las que una vez más ignoraron sin ni tan siquiera valorar lo que se les trasladaba, en su soberbia institucional, en su incapacidad gestora y en su permanente visibilización del sistema sanitario desde el modelo biomédico que han utilizado, apoyado e identificado como la forma de afrontar una situación que requería de respuestas mucho más allá de la enfermedad, la tecnología, el asistencialismo, el hospital… arrinconando, desacreditando, desaprovechando el potencial de la Atención Primaria de Salud y de sus profesionales.
Tan solo cuando vieron en la vacunación su tabla de salvación, su medalla al mérito, su referencia, rescataron la Atención Primaria para adaptarla a sus necesidades. No se equivoque ni trate de engañar nuevamente a la población en sus intentonas manipuladoras de discursos vacíos de contenido, aunque repletos de demagogia y de declaraciones de intenciones que antes incluso de ser pronunciadas ya son claramente falsas. El rescate de la Atención Primaria tan solo lo han propiciado para dar respuesta a parte del problema, el que les interesa, el que les da rédito y ruedas de prensa en las que ofrecer datos que engorden su ego político. Todo lo que han estado “barriendo” con sus decisiones bajo las metafóricas alfombras en forma de falta de respuesta a problemas de salud como la cronicidad, la soledad, los cuidados paliativos, los cuidados familiares… como si de basura se tratase, continua oculto, aparentando una limpieza que no se corresponde con la realidad y que no va a haber alfombra que permita ocultar por más tiempo tanta inmundicia producto de la mediocridad, prepotencia y manipulación política que ejercen.
El contexto de cuidados que se avecina y que ninguna alfombra será capaz de ocultar les va a ensuciar mucho más de lo que ya están al negar la evidencia de facilitar su prestación y con ella la necesidad de valorar a quienes son y están en disposición de hacerlo y liderarlo de la manera más eficaz, eficiente y rigurosa, las enfermeras. Su tozudez insensata y alejada de cualquier argumento razonable para seguir negando la presencia de enfermeras en el organigrama ministerial en puestos de responsabilidad y toma de decisiones le seguirá reportando consejos manifiestamente erróneos pero también interesados en mantener un modelo que se ha demostrado caduco para dar las respuestas que requiere la sociedad aunque parece que sigue siendo válido para satisfacer a algunos sectores políticos y profesionales muy concretos que tienen secuestrada la voluntad política de cambio razonable y coherente.
A todo esto, por si fuera poco, hay que añadir que en el Componente 18 de Renovación y ampliación de las capacidades del SNS, del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia del Gobierno de España, de los más de 69.000 millones de euros que se deben recibir de los fondos europeos destina poco más del 1’5% a Sanidad y Salud y de ese marginal porcentaje el 74.10% corresponde a alta tecnología frente al 5,8% para promoción de la salud y prevención de la enfermedad. En un documento en el que se insiste en el modelo hospitalcentrista, asistencialista, paternalista, biologicista, medicalizado y tecnológico actual, que se ha demostrado claramente caduco, ineficaz e ineficiente. En el que, además, la Atención Primaria, sigue tan querida y aplaudida en los discursos como olvidada y despreciada en los recursos. Alejada de estrategias salutogénicas y participativas. Y, por supuesto, con un olvido lacerante de los cuidados que son nuevamente invisibilizados en la pegajosa realidad médico-tecnológica que todo lo impregna y de la que todos se impregnan.
Todo ello requiere, por tanto, manipulación constante para mantenerlo y hacer lo posible para que aparezca como una gestión brillante y un cambio que, sin embargo, esconden una clara incompetencia y un manifiesto inmovilismo.
Sra. Darias, su credibilidad se ha agotado y el tiempo para revertirla lamentablemente también. Me consta que mis palabras no le provocarán el más mínimo efecto, salvo el rechazo irreflexivo y ausente de autocrítica, quedando inmediatamente en el olvido como ha venido haciendo con todo lo que le hemos trasladado las enfermeras sin tan siquiera ser merecedoras, no ya de respuesta, sino tan siquiera de una confirmación de recepción. Pero no le quepa duda que mi voz no es solista. Mi voz es coral y colectiva y haremos que la misma llegue a donde tenga que llegar para ser oída, entendida y atendida, ya que su sordera y su parálisis no han querido hacerlo.
Ojalá tenga en otros ámbitos mayor acierto que en sanidad. No se trata de que no sepa sobre el tema o no conozca el contexto, que también. Se trata de que no ha querido escuchar a quienes debería y se ha rodeado de quienes no debía. Y eso en un/a político/a que se precie es un error muy lamentable y grave, aunque posiblemente no lo quiera admitir, como tantas otras cosas.
Por su parte quien le respalda y le mantiene debe asumir, igualmente, parte del fracaso.
Quien aboga por el diálogo, con el que no puedo estar más de acuerdo, para afrontar los problemas, debe exigirlo en todos aquellos ámbitos políticos que son de su responsabilidad. El diálogo no puede ni debe ser una opción, un comodín, una oportunidad. El diálogo debe ser siempre una obligación en la búsqueda de soluciones compartidas y consensuadas. En salud, sanidad y con las enfermeras, también.
La influencia de los modelos medicalizados, trasciende los ámbitos locales y nacionales para convertirse, como sucede con la pandemia, en un problema global.
En su insaciable y absurda fagocitosis, los planteamientos que impregnan prácticamente todos los modelos sanitarios mundiales, han logrado convencer a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a que incorpore a la vejez como enfermedad en el Código Internacional de Enfermedades (CIE) 11 en su capítulo 21.
Habrá que empezar a pensar si la OMS no debiera cambiar su denominación por la de OME – WDO (Organización Mundial de la Enfermedad-World Disease Organization).
En cualquier caso, no es ni la primera ni posible y desgraciadamente la última vez en que la OMS sucumbe a las presiones de la clase médica más retrógrada y antisalubrista.
Procesos fisiológicos como el climaterio o el embarazo o ciclos vitales como la infancia y la adolescencia, ya han sido medicalizados anteriormente con diagnósticos médicos e intervenciones farmacológicas convirtiendo en patología lo que son procesos naturales y vitales de las personas.
Tratar de imponer el criterio médico – farmacológico y tecnológico es tan solo un ejemplo más de la supremacía patriarcal asistencialista con la que actúa una parte muy importante de la medicina, que no tan solo ignora la salutogénesis, como modelo de salud, sino que lo desprecia sistemáticamente mediante la presión permanente para imponer su criterio y su modelo, que va ligado, además, a planteamientos neoliberales y mercantilistas con los que hacer negocio junto, claro está, la farmaindustria con la que tan buen maridaje hacen. No deja de ser curioso que en una sociedad cada vez más envejecida como consecuencia del aumento de esperanza de vida se trate, ahora, de considerar enfermedad lo que se ha logrado, es decir, la vejez. Posiblemente el aumento de potenciales “clientes” sea la razón de tal decisión.
Hacer creer que la diabetes, la hipertensión, la artrosis, la EPOC… tienen la misma consideración patológica que la vejez es como intentar hacernos creer que el despertar de la sexualidad en las/os adolescentes o los sofocos en el climaterio son síntomas patológicos que deben ser considerados enfermedades que requieran, por tanto, tratamiento farmacológico. Pasaremos igualmente a denominar a las personas adultas mayores como viejas/os, al igual que sucede con las personas que padecen las patologías descritas, que pierden su identidad como personas para pasar a ser diabéticas, hipertensas, artrósicas… claro indicativo de la cosificación que de ellas se hace, anteponiendo la enfermedad a su dignidad e identidad como personas.
Es como si se quisiera ocupar el hueco dejado por la homosexualidad para que no decrezca el volumen de la lista del CIE. En definitiva, un despropósito tan inaudito, irracional, inexplicable y caprichoso como innecesario.
Tendremos, de concretarse finalmente su incorporación como enfermedad, que empezar a pensar en cómo prevenir la vejez. Porque no se tratará ya de que hagamos que la vejez sea saludable como hasta ahora se planteaba, aunque, todo hay que decirlo, con muy poco éxito, dadas las ansias farmacológicas con las que se trataba de combatir el aumento de la esperanza de vida y las patologías crónicas que le acompañan inexorablemente, en contra de los planteamientos saludables de afrontamiento a las mismas para hacer de la vejez un ciclo vital del que disfrutar desde otra perspectiva diferente a la del consumismo exacerbado, que se asocia inexorablemente a la sacralización de la juventud eterna.
Me asalta la duda de si esta inclusión no será consecuencia de lo acontecido con la pandemia y su azote a las personas adultas mayores a las que ahora se les quiere asignar el diagnóstico médico de vejez. Tratando de medicalizar las instituciones en las que, muchas de estas personas, viven y conviven, como si así se pudiese controlar lo que, básicamente, ha sido una pésima gestión, una ineficaz organización, una desastrosa coordinación… que no se remedia desde la medicalización y mucho menos desde la patologización de la vejez, de igual forma que queda de manifiesto el fracaso del afrontamiento a la cronicidad con idénticos métodos, que lo único que han logrado ha sido cronificar la cronicidad y saturar el SNS.
Combatir la vejez, considerándola una enfermedad, es tan antinatural y falto de ética como tratar de eliminar la muerte o retrasarla innecesariamente.
La vejez puede y debe ser un proceso natural del que disfrutar plenamente conociendo las limitaciones, pero también, reconociendo y potenciando las fortalezas de la experiencia, el conocimiento, la madurez… que pueden actuar, manejadas adecuadamente gracias a una Educación para la Salud capacitadora en lugar de limitante y participativa en lugar de discapacitante, como las mejores respuestas terapéuticas posibles.
En esta deriva patológica lo siguiente puede que sea considerar como enfermedad la soledad, la vulnerabilidad, la pobreza… en lugar de combatir las causas que las provocan.
La consideración de la vejez como enfermedad, así mismo, contribuirá a estigmatizarla como sucede con otras muchas enfermedades existentes o como sucedió con otras, ya no catalogadas como tales, como la homosexualidad, pero que aún no han sido capaces de desprenderse del estigma que la normalidad social impone.
Por otra parte, y dadas las tendencias del aumento de la edad activa para trabajar que se proponen o imponen, habrá que valorar si la vejez no pueda ser considerada en algunos casos como enfermedad laboral. Además, el hecho de ser viejo/a y trabajar debería suponer la posibilidad de solicitar una Incapacidad Laboral Transitoria o incluso una permanente.
La humanidad siempre ha tenido una especial dedicación hacia sus mayores a través del cuidado familiar. Cuidado que tuvo su prolongación en el ámbito sanitario mediante la prestación de cuidados profesionales por parte de las enfermeras principalmente, desde una perspectiva salutogénica tratando de potenciar los activos de salud como respuestas positivas para vivir de la manera más autónoma, solidaria y feliz posibles, su ciclo vital.
Querer sustituir los cuidados, tanto familiares como profesionales, con tratamientos farmacológicos o intervenciones invasivas, es tanto como querer jugar a ser dios.
Como si poder escribir como causa de muerte, en el parte defunción, vejez, eximiera del fracaso que muchas/os siguen considerando esa parte del ciclo vital al que toda persona llega. O como si al considerarla como enfermedad se estuviese automáticamente en disposición de obtener el remedio, la vacuna o el elixir de la eterna juventud.
Precisamente este es un claro ejemplo de la permanente lucha que algunos se empeñan en mantener, como si fuese posible establecer ganadores y perdedores entre curar y cuidar.
¿Nos hemos planteado el hecho de que dejaremos al cuidado de nietas/os o personas con pérdida de autonomía, a personas enfermas, por el simple hecho de que su edad les haga superar el umbral que les separa de la vejez? ¿Nos planteará alguna duda moral este hecho?
Por último, tan solo decir que a partir de ese momento una importantísima proporción de la humanidad pasará automáticamente a estar enferma por el simple y natural hecho de evolucionar hacia la vejez. Es decir, se está contribuyendo a enfermar a la población en lugar de lo contrario. Paradójico, cuanto menos, viniendo de quien está considerada la Organización Mundial de la Salud. Algunos de cuyos mandatarios, por cierto, pasarán a serlo estando enfermos de vejez.
Las razones por las que se podrían seguir esgrimiendo argumentos y razones en contra de tan inaudita decisión sería tan larga que requeriría de un espacio excesivo.
La OMS debería pensar que sus decisiones, aunque no son vinculantes, dado que no deja de ser un órgano consultivo, pueden provocar confusión, alarma e incertidumbre.
Por otra parte, la OMS que tanto aboga y propone a los estados miembro que incorporen enfermeras en puestos de alta responsabilidad con capacidad de toma de decisiones, debería actuar en consecuencia e incorporar a más enfermeras en sus órganos de decisión en el seno de la propia OMS. No tan solo vale con decir lo que otros tienen que hacer sino hacerlo para que todos identifiquen la importancia que tiene. Seguro que, de ser así, no se hubiese llegado a este planteamiento.
Como dijese Charles Augustin Sainte-Beuve[2] “Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo” y yo añado, y no necesariamente sintiéndose o estando enfermo.
La falta de respeto, el desprecio, la desconsideración, la arbitrariedad, el menosprecio… vengan de donde vengan son rechazables. Pero si vienen de una institución como la Universidad o por parte de quienes la representan de una u otra forma, además de rechazables son totalmente inapropiadas, incomprensibles y prescindibles. Hacerlo es zafio y mezquino, alejándose del comportamiento académico que debe regir en todo momento como elemento de cohesión, debate y coherencia con que se identifica a la Universidad.
Lamentablemente estos valores, principios, comportamientos, parece que se consideren trasnochados por parte de algunos representantes de la Universidad o de quienes legislan, formando parte más de la leyenda que de la realidad en la que vivimos. Sea como fuese, lo cierto es que se están dando con inusitada frecuencia y con aparente naturalidad. Lo que, evidentemente, no significa que pueda ni deba ser considerado como normal, siendo como es de todo punto de vista censurable, lo haga quien lo haga. O precisamente mucho más por hacerlo quien lo hace.
Si a esto añadimos que los referidos despropósitos académicos son liderados por parte del ministro de universidades, de representantes del Congreso de los Diputados y del rector de la Universidad de La Rioja, la situación aún resulta, cuanto menos, mucho más preocupante.
Por partes. El ministro de Universidades Manuel Castells, que se caracteriza por sus apariciones extemporáneas y sus desconcertantes declaraciones, nos sorprendió con una propuesta de “Real Decreto por el que se establece la organización de las enseñanzas universitarias y del procedimiento de aseguramiento de su calidad”
En el mismo se cambia la adscripción de los títulos de Grado y Máster de las cinco ramas del conocimiento existentes actualmente a los denominados ámbitos del conocimiento.
Por otra parte, y aunque los nuevos ámbitos propuestos se basan en los Códigos del International Standard Classification of Education (ISCED, 2013) de UNESCO, el RD propone muchos menos de los recogidos en dicha Clasificación Internacional. Como consecuencia de ello aparece la primera y fragrante falta de respeto hacia Enfermería al no aparecer como ámbito de conocimiento a pesar de tener el código UNESCO 0913, con regulación específica por Directiva Europea, con ORDEN CIN1 también específica en el Estado Español, y con 11.000 egresados al año en esta titulación.
En su defecto, el RD nos sitúa en el ámbito de “Especialidades de la Salud”, área que no ni nos identifica ni nos visibiliza, todo lo contrario. Además de que se trata de un ámbito tan ambiguo como impreciso dado que considerar como especialidad a los estudios de grado no deja de ser una incoherencia científica y académica, que paradójicamente es lo que pretende articular el mencionado RD. Ni tan siquiera consideran la posibilidad de denominar Ciencias de la Salud, lo que en sí mismo es plantear que no se consideran Ciencias a las disciplinas que se incorporen en el citado ámbito.
Aceptando el citado ámbito como quien acepta al pulpo como animal de compañía, sería razonable y coherente que en el mismo estuviese incluida Medicina. Pues no. Parece ser que la coherencia no ha estado presente en la redacción de la norma.
Pero tampoco en el ámbito de las ciencias biomédicas, se incluye Medicina, que aparece acompañándole, pero como ámbito propio, lo que nuevamente les excluye tácitamente de su pertenencia a las citadas ciencias biomédicas. Nueva incongruencia.
Ante este planteamiento y dado que serán las Universidades quienes en aras a su autonomía determinarán en cada caso en dónde situar los diferentes títulos ofertados, nos podemos encontrar con que nos sitúen en el de Especialidades de la Salud o en el de Ciencias biomédicas y Medicina. Cualquiera de las dos opciones es un despropósito.
Volvemos a los tiempos de los ATS.
Además, los citados ámbitos del conocimiento se han propuesto teniendo en cuenta en buena medida la estructura de comisiones de la CNEAI, aunque adaptados al hecho de que se trata de actividad docente. Una vuelta más de tuerca en la desigualdad y arbitrariedad a la que se somete a la enfermería a la hora de acreditar sus investigaciones añadiendo ahora la docencia con idéntico despropósito o con el propósito claro de perjudicar a la Enfermería como profesión ciencia y disciplina.
Desde el Congreso de los Diputados, aprovechando la situación de la pandemia y en un posible y vergonzoso intento por redimir la culpabilidad generada por la pésima gestión llevada a cabo con relación a las residencias de personas adultas mayores durante la misma, un grupo de diputadas/os tuvieron la brillante idea de plantear una proposición no de ley para la creación de una nueva titulación de grado superior llamada “Técnico Superior en Gestión de servicios en centros gerontológicos”, en un claro y manifiesto ejemplo de desconocimiento de la realidad de atención residencial y de los recursos con los que actualmente cuenta el sistema, tanto sanitario como sociosanitario. Desde dicho desconocimiento, o lo que es peor, desde la falta de respeto hacia las/os enfermeras generalistas y las especialistas en Geriatría y Gerontología que forma el propio Sistema Nacional de Salud (SNS), plantear una nueva titulación es, no tan solo una pérdida de tiempo por parte de quienes debieran gestionarlo de manera eficaz y eficiente, sino una torpeza y una clara irresponsabilidad.
La ausencia de un análisis riguroso de la situación y la consiguiente planificación, que debiera pasar por dar respuesta a las necesidades de profesionales con los ya existentes y no contratados, da paso a una propuesta de interés político oportunista y demagógico que no tiene fundamento alguno y contraviene los principales principios de gestión, suponiendo un evidente caso de utilización inadecuada de dinero público, lo que podría incluso considerarse como fraude de ley.
El siguiente que, lamentablemente, no último caso de falta de respeto es, si cabe, más sangrante al tiempo que desconcertante. Se trata de la integración de la Escuela adscrita de Enfermería de La Rioja, dependiente del Servicio Riojano de la Salud, a la Universidad de La Rioja, largamente negociada durante más de 9 años.
El problema, evidentemente, no es la integración que es lógica y entendible. El problema viene determinado por una parte por el desprecio de la Consejería de Salud de la Rioja, de quien depende hasta ahora la Escuela, al permitir que sus trabajadores, algunos de los cuales llevan más de 30 años de servicio en la citada Escuela, no negocien la integración de los mismos en la universidad con la dignidad que merecen y solvente el tema anunciándoles su cese e incorporación al sistema de salud de manera muy similar al motorista que utilizaba el franquismo para informar de los ceses.
A esto hay que añadir la actitud totalmente indigna, deplorable, denigrante e incomprensible de la Universidad de La Rioja que, por una parte, tiene la intención de convocar las plazas que actualmente ocupan las enfermeras del Sistema de Salud adscritas a la Escuela, como contrato de sustitución (con sueldos mileuristas), al tiempo que desde ya les anula como responsables de las asignaturas que imparten sin ni tan siquiera haber acabado el curso y estando en pleno periodo de exámenes.
Pero es que además, la integración en la Universidad no lo será como Facultad de Enfermería ni tan siquiera como Facultad de Ciencias de la Salud como se negoció, sino que el actual equipo rectoral ha decidido, con el beneplácito silencio del Gobierno de La Rioja, que se integre en una Facultad de Ciencias y Tecnología con departamentos muy consolidados (ingenierías agrícola e informática, matemáticas, químicas, enología) como Unidad Predepartamental de Enfermería, lo que no tan solo invisibiliza el Grado de Enfermería como Ciencia propia y diferenciada, sino que, adelantándose incluso al RD al que aludía anteriormente adscribe Enfermería en un ámbito totalmente ajeno y en el que resultará muy difícil por no decir imposible el crecimiento de la titulación y la consecuente desvalorización de los estudios y de la propia disciplina enfermera.
La Universidad de La Rioja, con su rector al frente, con esta estrategia, porque es lo que es una estrategia, lo único que persigue es rentabilidad económica. Rentabilidad que le aporta la gran demanda para estudiar enfermería y los beneficios que las matrículas aportarán a las arcas universitarias. Lo de menos es cómo se implante la titulación y qué nivel se pueda aportar, el fin, no es otro que el beneficio económico, en un clarísimo y despreciable ejemplo de mercantilización y en una deleznable gestión en la que ha actuado como socio necesario el Gobierno riojano.
Las decisiones políticas, ya se sabe, están sujetas a intereses oportunistas. De hecho, los sucesivos equipos de gobierno riojano, han estado haciendo uso de la Escuela de Enfermería como referencia nacional de excelencia mientras les ha interesado y han podido sacar tajada de la misma. Llegado el momento de mantener esa excelencia, no tan solo no lo han hecho, sino que han dejado caer a sus trabajadores en un acto de absoluto desprecio.
Pero que una Universidad Pública, contribuya con su gestión, a la invisibilidad de una Titulación que ha sido referente de la Rioja durante tanto tiempo, es, a parte de una falta de respeto académica, una falta de respeto a la sociedad riojana que debería conocer al detalle los entresijos de semejante contubernio. Situarse al mismo nivel de la mediocridad política existente en La Rioja es un mal síntoma y un riesgo manifiesto para la credibilidad de una institución que debiera ser ejemplo de transparencia, equidad, justicia y, sobre todo, respeto hacia una ciencia como la Enfermería en el centro del saber y el conocimiento. Mal vamos si esta es la forma de gobernanza universitaria.
Está claro que el tiempo de los aplausos, las heroínas, las alabanzas, las palmaditas en la espalda, como consecuencia de la aportación específica, valiosa e imprescindible de las enfermeras durante esta pandemia obedecían, tan solo a un claro interés de marketing para lograr el máximo rendimiento de quienes ahora desprecian con sus decisiones, sus humillaciones, acciones y omisiones a la Enfermería y las enfermeras. Y es que como dijera Jean Jaques Rousseau “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”.
En cualquier caso, nada es casual, todo es causal, aunque pueda parecer muy positivista. Decisiones como las comentadas, que ni son únicas ni anecdóticas, finalmente, conducen a una situación en la que Enfermería queda aislada, descolocada, desplazada y le resulta muy difícil encontrar el poco espacio que le dejan en condiciones absolutamente alejadas de la realidad enfermera con criterios ajenos a la misma, lo que supone un esfuerzo que otras disciplinas no tienen que hacer. Todo acaba siendo un siniestro plan para convertir a los estudios de enfermería en cadenas de producción que abastezcan las demandas de un sistema sanitario en el que tampoco encajamos las enfermeras al estar colonizado y manipulado por el modelo biomédico. La Universidad no forma enfermeras para atender a la sociedad sino para atender al SNS y quien lo domina de manera desde el patriarcado asistencialismo. Blanco y en botella.
Señoras y señores diputadas/os y Señores ministro y rector, no les quepa duda que sus decisiones recibirán la acertada, respetuosa, razonable, fundamentada y contundente respuesta de las enfermeras y sus representantes, como ya lo han hecho la Conferencia Nacional de Decanas/os de Enfermería, el Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Sociedad Científica, Asociación Enfermería Comunitaria (AEC) y resto de Sociedades Científicas. Está por ver que sus respuestas se ajusten al respeto que inicialmente no han tenido. El tiempo de la espera se está agotando. Nos espera un tiempo diferente en el que posicionarnos como enfermeras tal como ya hicimos hace más de 40 años para entrar en una Universidad en la que ahora nos quieren arrinconar o expulsar. En sus manos y su voluntad está.
El cuidado tiene razón de ser por la existencia de fragilidad. Si no fuésemos débiles y no tuviésemos posibilidad de “rompernos”, el cuidado no tendría sentido.
Es por ello que el cuidado es universal. Todas/os tenemos la posibilidad de cuidar y al mismo tiempo de ser cuidadas/os.
Sin embargo, el cuidado se ha asociado social y culturalmente a la mujer y al hacerlo se ha limitado al círculo de lo afectivo, doméstico y privado… haciéndolo subsidiario, intrascendente e invisible.
En nuestra cultura, a la mujer, por el hecho de serlo, se le asigna desde el mismo momento de su nacimiento la etiqueta de cuidadora. Cuántas veces no se les ha dicho a los padres de una recién nacida, “qué suerte, ya tenéis quien os cuide”. Deseo, que, sin embargo, no se realiza si el recién nacido es varón dado que socialmente la “etiqueta” que para él se tiene reservada es otra.
Pero además de implantarles metafóricamente a las niñas ese imaginario chip de cuidadora, por influencia de la educación judeo-cristiana que recibimos, se les incorporan dos chips más. Por una parte, el chip de la culpabilidad, de tal manera que si, por la razón que sea, fallase el de cuidadora, se active el de la culpabilidad y así reactive de nuevo el de cuidadora. Por otra parte, se implanta el chip de la resignación que logra que la mujer asuma con total aceptación, paciencia y conformidad su rol de cuidadora, aunque el mismo signifique la renuncia a dar respuesta a sus propias necesidades, resultando perjudicial para ella, su crecimiento personal o de cualquier otro tipo.
Por lo tanto, el cuidado, se asigna a las mujeres como parte de la desigualdad normativa de género que socialmente se ha naturalizado. Usurpando al cuidado la capacidad de ser prestado desde la voluntad, el cariño, la entrega, la solidaridad, para convertirse en una obligación impuesta socialmente que no tan solo lo desvirtúa, sino que lo convierte en un claro problema de salud para quien lo presta desde esa imposición culturalmente establecida.
Pero el cuidado, más allá de la prestación doméstico-familiar, tiene un componente profesional que, siguiendo el mismo patrón de comportamiento social descrito, es asimilado a la Enfermería y a quien mayoritariamente la ejerce, las mujeres.
Esta simbiosis entre el cuidado profesional y la mujer tiene consecuencias muy negativas, dada la percepción que se ha tenido tanto del cuidado como de la mujer. De tal manera que el paso del cuidado natural, el que denominaba como universal al inicio, al profesional, cuando este se nutre del conocimiento de una ciencia como Enfermería, ha estado mediatizado por el desarrollo científico racional-positivista, que propició una fundamentación de la división sexual del trabajo, extrapolada del núcleo familiar.
Esto justifica el retraso en la profesionalización de la Enfermería y con ella la identificación de los cuidados profesionales científicamente fundamentados. Dado que se continuaba pensando que los cuidados enfermeros, tal como he comentado, tenían poco valor más allá de los aspectos afectivos. Lo que, sin dejar de ser satisfacciones muy dignas, no pueden y no deben quedar relacionadas tan sólo a ellos. De tal manera que si exclusivamente se identifica como éxito o aportación las satisfacciones subjetivas, limitando al círculo de lo afectivo, doméstico y privado, el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano y, por tanto, reduciéndose las posibilidades de realización con que cuenta la Enfermería y las enfermeras.
La cultura profesional finalmente se manifiesta en los significados que la gente atribuye a diversos aspectos de la profesión; su manera de concebir la profesión y su rol en ella, sus valores, sus creencias e incluso su imagen, lo que contribuye a perpetuar los estereotipos y tópicos que arrastra la Enfermería, las enfermeras y los cuidados enfermeros.
Es por ello que definir lo que entendemos por Enfermería, debería permitir delimitar con precisión el marco en el que las acciones enfermeras van a tener lugar, así como las relaciones teóricas entre los elementos implicados que pueden establecerse no sólo para explicarla, sino para entenderla, comprenderla y practicarla.
Y esto es lo que, al menos en parte, se logró con la incorporación de los estudios de Enfermería a la Universidad y con ello la posibilidad de definir claramente el paradigma enfermero en el que se sustenta como ciencia y disciplina autónoma, alejándose de la subsidiariedad al paradigma médico al que, hasta ese momento, había estado ligada, tanto en la teoría como en la práctica.
La incorporación de los cuidados profesionales como elemento definitorio, específico y diferenciador, al tiempo que científico, de manera transversal en todo el plan de estudios, significó un punto de inflexión fundamental para rescatar a los cuidados del ámbito doméstico al que aludía.
Los cuidados profesionales enfermeros, por tanto, empiezan a adquirir la trascendencia que hasta entonces se les había negado. Aunque la visibilización y reconocimiento de los mismo aún tuvo que esperar algún tiempo para lograrlo, como consecuencia de la gran influencia que el biologicismo del modelo médico ejerce sobre ellos, haciendo que sean infravalorados e identificados como acciones secundarias del citado modelo patriarcal asistencialista.
Así pues, hay que destacar dos elementos fundamentales en lo dicho hasta ahora, que servirán de base para desenmascarar el oportunismo demagógico con el que se está actuando últimamente desde diferentes organizaciones.
En primer lugar, hay que recordar que hasta que los estudios de Enfermería lo fueron como tales y no como Ayudantes Tecnológicos del Sanitarismo imperante, en las escuelas de ATS, colonizadas y dirigidas por médicos que formaban a quienes estaban llamadas/os a ser sus fieles ayudantes, no existía absolutamente ninguna referencia a los cuidados ni profesionales ni familiares. Los cuidados, simplemente, no existían. Lo mismo que no existía referencia alguna a la Enfermería como ciencia y, por tanto, con conocimientos propios derivados entre otras fuentes de las teorías enfermeras existentes. Lo que, por otra parte, tiene su lógica pues nadie puede enseñar y mucho menos formar sobre aquello que ni le es propio, ni conoce, ni domina, ni mucho menos reconoce y respeta. Sus enseñanzas se basaban en lo que les identifica y les reconoce como profesionales de la medicina, la biología, la patología, la enfermedad, la curación… que eran “adaptadas” para que las/os ATS les sirviesen en su cometido asistencial.
En segundo lugar, los cuidados no han estado institucionalizados en las organizaciones sanitarias dominadas por los médicos. Se han prestado cuidados, claro está, porque las enfermeras es lo que hacen, pero en ningún momento se han identificado, reconocido y valorado como parte fundamental del proceso de atención. Han sido considerados como secundarios, como parte residual de la acción curativa, como prestación necesaria, pero en ningún caso valorada. De tal manera que los cuidados profesionales se han ignorado sistemáticamente.
Pero el conocimiento, la ciencia enfermera, la investigación y las evidencias que de la misma se derivan … fortalecieron, fundamentaron, valorizaron los cuidados y progresivamente, a pesar de las grandes dificultades y barreras existentes y de quienes las propiciaban y continúan propiciando, los cuidados adquirieron la significación científica que requerían para que nadie pudiese cuestionarlos y seguir justificando su exclusiva existencia en el ámbito doméstico-familiar.
Quedaba, tan solo o, mejor dicho, sobre todo, que los cuidados profesionales enfermeros fuesen identificados, reconocibles y reconocidos por parte de la población a la que se les prestaban. Pues tal como expresara Argyle[2]“El principal origen de la autoimagen y la autoestima probablemente sean las reacciones de los demás, llegando a vernos a nosotros mismos como los otros nos categorizan”.
Y esto, progresivamente se fue logrando. Hasta que la pandemia dejó al descubierto las graves carencias que el sistema sanitario medicalizado tenía a la hora de dar respuesta a problemas de salud que trascienden a lo puramente biológico. Los cuidados adquirieron categoría de fundamentales, pero lo que es más importante, adquirieron la importancia de ser identificados como el bien intrínseco de las enfermeras, es decir, como aquello que las enfermeras prestan de forma única a la comunidad y que constituye un servicio indispensable para su mantenimiento.
Así pues, las invisibles, ocultadas e ignoradas aportaciones enfermeras, empezaron a hacerse visibles de una manera que nadie ha sido capaz de contener y con ellas los cuidados han aflorado como parte necesaria y demandada de la atención a la salud y la enfermedad. Las enfermeras, por tanto, adquieren valor a través de lo que mejor saben hacer. Porque tal como dice Rawsi Williams[3]“ser enfermera es hacer lo que nadie más quiere hacer, de una manera que nadie más lo puede hacer y en cualquier circunstancia”, es decir CUIDAR.
Y es entonces cuando quienes habían ignorado, minusvalorado, despreciado, ridiculizado los cuidados, empiezan a ser identificados por ellos como eseoscuro objeto de deseo que despierta un mayor sentimiento de superioridad, si cabe, frente a quienes se atreven a destacar por prestarlos, generando un trato distante o de desprecio hacia ellas. Provocando una reacción de indignación y enojo ante lo que identifican como una amenaza a su supremacía egocéntrica y narcisista. Aflorando el deseo apasionado por aquello que, hasta hace bien poco, no habían ni tan siquiera percibido y que reclaman tan solo por puro egoísmo. Apareciendo la tristeza o pesar que les causa el cuidado enfermero y el deseo enfermizo por poseerlo. Surgiendo el afán o deseo desordenado de contar con el valor de los cuidados y la intención de asimilarlo a ellos mismos, mucho más allá de la necesidad real por poseerlos. Incorporando la negligencia, astenia, tedio o descuido por conocer su significado, su valor y su aportación, que les lleva a reclamarlos por pura incapacidad de controlar la conducta, como una respuesta emocional disfuncional. Así pues, la soberbia, la ira, la envidia, la avaricia, la pereza, la lujuria y la gula, se hacen patentes en un incontrolable impulso por hacer visible lo que siempre se han empeñado en ocultar y, lo que es peor, en menospreciar, los cuidados. Y en ese empeño se alían con quienes dicen representar a las enfermeras madrileñas, como si fuese posible un totum revolutum de los cuidados en el que se diluye la aportación singular enfermera, configurando unos cuida2 de marketing. Como dijera Ralph Waldo Emerson[4]“Lo que llamamos en otros pecado, consideramos en nosotros como experiencia”.
Ahora que los cuidados profesionales son identificados y valorados, incluso por encima de la tecnología, la técnica o la industria farmacéutica que siempre han capitalizado como propias y exclusivas algunas disciplinas, despiertan, en éstas, los peores instintos depredadores para reclamar como propios los cuidados, a través de campañas demagógicas, oportunistas y vacías en las que, además, caen en la trampa de la falsa unidad, algunas organizaciones enfermeras, permitiendo que obtengan el reconocimiento por aquello en lo que nunca han creído y, que además no les es propio, ni son competentes para prestarlos, lo que supone un claro y evidente comportamiento deontológico alejado de la ética y estética exigibles.
Es deseable que se deje prestar los cuidados profesionales a quienes saben y son competentes para hacerlo de manera clara y diferenciada, las enfermeras. Tal como dijo Florence Nightingale “La medicina asiste a la naturaleza al ayudarla a remover la obstrucción a la cura, pero no hace nada más”[5].
No nos engañemos, ni nos dejemos engañar. No son los cuidados lo que les importa a los oportunistas, sino lo que los mismos representan y aportan. Pero en cualquier caso en esta misma línea podríamos plantear campañas como Receta2, Diagnostica2, Trata2… sobre ámbitos en los que no tan solo nos han vetado sistemáticamente sino sobre los que se han querellado judicialmente.
Pero, lo más triste es que este disparate publicitario lo capitalicen quienes, al menos en principio, desde las organizaciones que lideran, debieran velar por el mejor desarrollo de sus profesionales y no dedicarse a derivas imperialistas y conspiranoicas, que lo único que consiguen es poner en evidencia sus vicios, sus pecados y sus carencias, utilizando para ello a los profesionales que les pagan, a quienes dicen representar y que mayoritariamente no participan de la estrategia.
Los cuidados son demasiado importantes como para asimilarlos a un código como si de un producto de supermercado se tratase. Cuiden de lo que les corresponden y a quienes y como les corresponde y no se metan en camisa de once varas.
[1] Enfermera estadounidense que se convirtió en una destacada teórica contemporánea en el ámbito de su profesión. Autora de la Teoría del Cuidado Humano.
[2] Argyle M. Psicología del comportamiento interpersonal. Madrid: Alianza Editorial; 1987.
[3] RN ex enfermera y actual abogada de Estados Unidos
[4] Escritor, filósofo y poeta estadounidense. Líder del movimiento del trascendentalismo a principios del siglo XIX
[5] Enfermera, escritora y estadística británica, considerada precursora de la enfermería profesional moderna y creadora del primer modelo conceptual de enfermería
Artículo en PROMOCIÓN DE LA SALUD en la Región de las Américas “Aportes a la Promoción de la Salud en la Región de las Américas. Elementos teórico-prácticos con una perspectiva integral e intersectorial”. https://www.promocionsaludregionamericas.com/ Enfermeras comunitarias, promoción de la salud y pandemia: Más allá de la realidad, más allá de las fronteras. https://2978e0d9-8633-4057-86ef-bd8420c56a55.filesusr.com/ugd/9386fc_1ade3aa62c7947e695fd83d1e8933562.pdf
“La felicidad del cuerpo se funda en la salud; la del entendimiento, en el saber.”
La pandemia que todo lo eclipsa, que todo lo absorbe, que todo lo impregna, ha puesto de manifiesto, entre otras muchas cosas, las enormes carencias en cuanto al desarrollo de estrategias de promoción de la salud, aunque la situación pueda parecer que no resulta propicia para ello.
Y es ese precisamente uno de los principales factores que impiden, no tan solo desarrollar estrategias en este sentido, sino ni tan siquiera identificarlas como posibles por considerar que en una situación de enfermedad tan grave como la pandemia no tiene cabida la promoción de la salud.
Lo que no deja de ser una incongruencia. Porque plantear la promoción para la salud tan solo en escenarios saludables es tanto como pretender regar donde hay instalado un sistema de riego por goteo, dejando de hacerlo allá donde no existe ningún mecanismo de riego.
A pesar de todo o precisamente por todo lo que supuso la irrupción de la pandemia, la incertidumbre, el miedo, la ansiedad, la alarma… se apoderaron de todos los ámbitos de la sociedad y generaron colapso, dudas, incongruencias, recelos, improvisaciones… que trataban de contener el avance demoledor de la COVID 19 y de sus efectos demoledores en forma de dolor, sufrimiento y muerte.
Así pues, se identificó la pandemia exclusivamente desde la perspectiva biológica que condujo a dar respuestas únicamente medicalizadas y generadas como efecto del ensayo error, ante las enormes lagunas de conocimiento en torno al comportamiento del virus y su difusión.
Este hecho, por tanto, provocó un efecto de contradicciones y desconfianza entre la población y el propio sistema de salud. Por una parte, las/os profesionales de la salud dudaban sobre el cumplimiento de las medidas de protección por parte de la población. Por otra, la población desconfiaba del sistema sanitario al identificar que no tenía capacidad de respuesta ante los efectos de la pandemia. La consecuencia de ambas posturas era un evidente conflicto que incidía de manera clara y significativa en dos principios éticos fundamentales. El principio de autonomía, por cuanto se veían afectadas libertades individuales como efecto de las medidas de confinamiento y aislamiento y el principio de beneficencia que debe procurar las condiciones de vida y de relación de las personas para mejorar su bienestar, estando íntimamente ligado con el principio de no maleficencia que es no causar daño, debiendo para ello evitar que nadie esté sometido a, procedimientos que puedan entrañar riesgos, pero que las medidas de protección ante la pandemia no permitía garantizar[2].
Ante esta situación de confusión y conflicto, las/os profesionales de la salud se encontraron ante un dilema evidente como consecuencia de la respuesta que desean dar a quienes llegan a sus centros y la percepción del gran riesgo de contagio al que están sometidas/os por la carencia de equipos de protección personal tanto en número como en calidad de seguridad de los existentes. Así mismo, la incertidumbre del tratamiento era un hecho, lo que aumenta la inseguridad y el miedo. Por último y no menos importante el riesgo de muerte estaba presente y era evidente entre compañeras/os. A todo lo cual hay que añadir el miedo al contacto con familiares por el riesgo de contagio, lo que ocasiona aislamiento y una gran presión emocional.
Pero este panorama se concentra fundamentalmente en los hospitales que se colapsan y generan una mayor confusión y con ella la aparición de conflictos ante la percepción de una demanda insatisfecha por parte de enfermos y familiares y de saturación por parte de profesionales.
Mientras tanto la Atención Primaria de Salud que, en España, hay que recordar, cuenta con una extensa red de centros de salud que da cobertura universal de manera directa y accesible a toda la población, es ignorada y apartada de la atención directa a la población, en una decisión tan incomprensible como incoherente ante la grave situación que se estaba viviendo. Y mientras eso sucede se concibe a la ciudadanía como mera destinataria de normas y consejos con una llamada a la responsabilidad individual para su cumplimiento y a la culpabilización del “otro” cuando esto no ocurre, llegando a estigmatizar a grupos de población bien definidos (jóvenes, inmigrantes, barrios obreros…). Es conocido que dictar normas y dar consejos no es suficiente para cambiar las conductas de las personas. Por ello, resulta imprescindible conocer y entender los contextos de las poblaciones y territorios que determinan sus condiciones de vida y con ello sus conductas. Es necesario mejorar esas condiciones laborales y sociofamiliares que permitan comportamientos saludables para frenar los contagios. Pero eso no se podía hacer desde el Centro de Salud, aunque se utilizasen las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), que lamentablemente es lo que decidieron que debían hacer las/os profesionales, impidiendo su acción comunitaria.
En este punto me gustaría destacar el papel relevante de las enfermeras hospitalarias que ante tanto dolor, sufrimiento y muerte fueron capaces de prestar unos cuidados profesionales de calidad y calidez que lograron que los mismos fueran no tan solo percibidos sino valorados tanto por parte de las personas ingresadas como de las familias que tenían en las enfermeras el nexo de unión con sus seres queridos dado que el aislamiento impuesto les impedía tener de manera directa, sin poder ni tan siquiera acompañarles en sus últimos momentos de vida, lo que generaba situaciones de una profunda incomprensión y un desgarrador dolor que vehiculizaban, mitigaban, acompañaban y permitían afrontar las enfermeras en un claro compromiso con el bienestar que se estaba en disposición de ofrecer dadas las circunstancias y que suponía aunar conocimiento científico, humanístico y técnico. De igual manera, los cuidados prestados suponían una sanadora aportación de solidaridad como valor ético que contrapesaba el miedo, para poner su competencia profesional al servicio de todos y de todo.
Las enfermeras comunitarias, sin embargo, desde las trincheras en las que convirtieron los centros de salud, al impedir cualquier tipo de contacto con el exterior, se veían impotentes a la hora de actuar con autonomía y determinación en aquello que mejor saben hacer, como es el desarrollo de estrategias de promoción de la salud y participación comunitaria.
Ni tan siquiera la atención domiciliaria, como soporte a muchos de los problemas de salud que la COVID 19 se encargó de invisibilizar, pero no de hacer desaparecer, se pudo llevar a cabo por “imperativo legal”[3].
La soledad, la cronicidad, la vulnerabilidad, la dependencia, los cuidados familiares, la falta de autonomía, la violencia de género, la atención al final de la vida, el duelo… son tan solo algunos de los problemas que quedaron en standby por efecto de la pandemia y la ocurrencia del decisor de turno que entendió que la necesidad sentida derivada de estos problemas podía esperar en favor de la necesidad percibida de la pandemia que parecía que no tan solo contagiaba sino que era capaz de detener los efectos causados por otros problemas de salud como los descritos[4], [5], [6].
Los Centros de Salud, por tanto, se vaciaron de contenido e incluso de profesionales que eran obligados a trasladarse a los hospitales.
La población, desde sus casas, convertidas en refugios anti COVID por efecto del estado de alarma y el consiguiente confinamiento forzado, contemplaban con estupor no exento de incomprensión, alarma e incertidumbre, como se dejaban de atender sus necesidades, teniendo que tomar las decisiones que, antes de la pandemia, el propio sistema, que ahora le abocaba a ello, le impedía hacerlo desde el paternalismo que le caracteriza.
Pero el problema, con serlo, realmente no estaba en el hecho de que tuviesen que tomar las decisiones sobre sus procesos de salud enfermedad, sino que tuviesen que hacerlo sin contar con la necesaria Educación para la Salud (EpS) capacitadora y participativa que les permitiese decidir, con las garantías debidas, para la corresponsabilidad impuesta por la situación de pandemia, pero también por un sistema que les trasladaba una terrible sensación de abandono y desamparo.
Las medidas de teleasistencia y atención telefónica que se incorporaron como solución al aislamiento forzado no tan solo no paliaron la sensación de abandono, sino que agrandaron la brecha que separaba a quienes hasta antes de la pandemia habían sido profesionales cercanos y accesibles. Si además tenemos en cuenta que ni los conocimientos tecnológicos ni el acceso a las herramientas que posibilitan el acceso por este medio son accesibles a toda la población por igual, los factores de desigualdad, inequidad y dificultad de accesibilidad se ceban en aquellos sectores más vulnerados y vulnerables[7], [8].
Otro grave problema fue la identificación tecnológica y por tanto deformada y estereotipada que de las enfermeras tienen tanto los responsables del sistema sanitario como los medios de comunicación. A lo largo de la pandemia hemos podido comprobar como las competencias enfermeras en cuanto a vigilancia epidemiológica eran reducidas al rastreo como técnica de identificación de contagios y contacto, lo que automáticamente generó que se bautizase a las enfermeras como rastreadoras en un acto de simplismo intelectual y de falta de respeto profesional hacia quienes realizaban un trabajo esencial que iba mucho más allá del simple rastreo para situarse en la vigilancia epidemiológica. Con el inicio del proceso de vacunación se redujo nuevamente la identificación de la planificación del citado proceso por parte de las enfermeras a la denominación de vacunadoras, en un nuevo y patético ejemplo de torpeza institucional al que acompañó el periodístico. La reducción de una competencia al acto técnico de una pequeña parte de la misma conduce a una deformación de la realidad que provoca la invisibilización de las enfermeras bajo denominaciones que nada tienen que ver con su trabajo. A nadie se le ocurre denominar a quienes diagnostican, diagnosticadores, o a quienes analizan los datos epidemiológicos, analizadores o dateros. ¿Por qué entonces se tiene que hacer con las enfermeras?[9]
Si a todo lo dicho añadimos que en ningún momento se contempló la posibilidad de identificar a la comunidad como parte de la solución en lugar de como problema, entenderemos el por qué se impidió sistemáticamente por parte de los decisores políticos y gerenciales del sistema de sanidad el que se desarrollaran estrategias de intervención comunitaria tendentes a favorecer la participación activa de la población y la movilización, coordinación y articulación de recursos comunitarios que contribuyesen, a través de agentes de salud y líderes comunitarios, a trasladar información cercana, clara y tranquilizadora sobre la situación y cómo afrontarla, de tal manera que se redujese la ansiedad, el miedo, la alarma, la incertidumbre, que generaban una situación tan desconocida como temida[10], [11], [12].
Ni las demandas de muchas enfermeras, ni las peticiones que en este sentido trasladaron a los órganos de toma de decisiones, tanto nacionales como autonómicos, diferentes sociedades científicas enfermeras, lograron que ni tan siquiera se contemplase como una posibilidad, rechazando de plano su realización.
Pero con ser grave tal posicionamiento, aún se agravó más con la irresponsable postura de muchos medios de comunicación que vieron en la pandemia una oportunidad de negocio. Para ello no tuvieron reparo alguno en convertir los estudios de radio, los platós televisivos, los rotativos de los diarios o las redes sociales en escenarios en los que representar sus particulares vodeviles, con la presencia de pseudo expertos que lanzaban proclamas de todos los tipos y sobre cualquier tema, generando bulos y los tan conocidos, y al mismo tiempo tan apreciados, fake news, que alimentaban a una población totalmente desinformada generando mayor confusión, ansiedad, miedo y alarma[13], [14], [15].
En definitiva y como bien dice el refranero español, “entre todos la mataron y ella sola se murió”, o este otro que dice “el uno por el otro la casa sin barrer”.
Pero que no se hayan realizado estas intervenciones no quiere decir que no podamos, y entiendo que debamos, hacer un análisis de lo que se debería hacer ante posibles y no descartables nuevas pandemias o problemas de salud globales.
Para empezar, es importante destacar el potencial que en este sentido tienen las enfermeras comunitarias y que, lamentablemente, no se está desarrollando en la medida en que sería deseable y necesario. Y esto es debido a diferentes causas que sin duda dificultan esa aportación específica.
La deriva de la Atención Primaria provocada por el modelo biologicista ha arrastrado a las enfermeras a acciones y actividades muy alejadas de la promoción de la salud que finalmente acaba convirtiéndose en una anécdota o en voluntarismos alejados de las verdaderas estrategias asistencialistas impuestas por las/os decisoras/es. A esto hay que añadir el insuficiente número de enfermeras avalado por los datos de organizaciones como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) según los cuales España ocupa los lugares de cola junto a México y Chile en número de enfermeras por cada 1.000 habitantes, lo que reduce significativamente las posibilidades de desarrollo de intervenciones comunitarias y de estrategias de promoción de la salud (figura 1)
A esto hay que añadir la infrautilización de las enfermeras especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria que podrían aportar un importante valor en el trabajo comunitario. A pesar de que es el propio sistema quien invierte importantes cantidades de dinero en la formación de dichas especialistas durante 2 años, posteriormente no recupera dicha inversión mediante la contratación de las mismas, al no tener definidos si quiera los puestos de trabajo para tal fin, lo que podría considerarse como un claro fraude de ley al estar haciendo un uso indebido y fraudulento del dinero público.
Pero más allá del ámbito de la atención en las organizaciones de salud, el problema empieza mucho antes. Las Universidades se han convertido en verdaderas cadenas de producción de enfermeras para abastecer la demanda de los servicios de salud. Y claro está, quien demanda y paga, en este caso contrata, manda. Por lo tanto, la formación de enfermeras en las Universidades se ajusta a las demandas de enfermeras tecnológicas que respondan a los modelos medicalizados en los que deben incorporarse. De ahí que el peso de los conocimientos relativos a enfermería comunitaria, promoción de la salud, comunicación… pierden peso en favor de la médica quirúrgica, las técnicas… que son las que finalmente conforman el grueso de los planes de estudio y que trasladan y alimentan la fascinación de las/os estudiantes por la técnica en detrimento de las competencias más próximas al paradigma enfermero. Finalmente, las Universidades forman enfermeras para los servicios de salud en lugar de hacerlo, como debieran, para la comunidad con independencia de dónde vayan posteriormente a ejercer su actividad profesional, de tal manera que puedan desarrollar la práctica científico-profesional de la enfermería integrada en la salud pública y dirigida fundamentalmente a la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad desde una perspectiva integral, integrada e integradora hacia las personas, las familias y la comunidad, identificando y coordinando los recursos comunitarios y favoreciendo la intersectorialidad y la continuidad de cuidados. El mercantilismo del conocimiento[16].
Evidentemente todos estos factores suponen un clarísimo impedimento para lograr que la atención de las enfermeras comunitarias valore, en todo momento, el contexto en el que se llevan a cabo sus intervenciones, respetando la multiculturalidad y participando de forma activa y consensuada en la toma de decisiones de las personas y sus familias para alcanzar su máxima autonomía y lograr mantener sanos a los sanos a través de la educación para la salud en cualquier ámbito comunitario. Planificando, desarrollando y evaluando sus actividades de manera autónoma y transdisciplinar[17].
Y todo lo expuesto, a pesar de las recomendaciones hechas por organismos internacionales tan poco sospechosos de tener intereses, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) que ponen de manifiesto que la acción comunitaria es fundamental en el afrontamiento y control de la pandemia tanto en lo que se refiere a la transmisión como al efecto que sobre la sociedad tiene en cualquiera de sus aspectos (económico, laboral, familiar, convivencia…).
La acción comunitaria, adecuadamente planificada y liderada tal como pueden y saben hacer las enfermeras comunitarias, favorecería una comunicación próxima, permeable y bidireccional a través de la cual desarrollar una EpS capacitadora y participativa, identificando necesidades sentidas y articulando mecanismos de colaboración que potenciarían el efecto de las intervenciones a implementar, logrando un acceso eficaz a toda la población que permitiría activar la solidaridad y la ayuda mutua. Lamentablemente se ha confundido la distancia física con la distancia social, cuando, no tan solo son compatibles sino altamente necesarias para alcanzar la resiliencia que permitiera a la población hacer frente a situaciones graves como la pandemia para poder recuperarse de sus efectos[18], [19].
Las enfermeras comunitarias están en permanente contacto con las personas, las familias y la comunidad a las que prestan sus cuidados profesionales y por ello tienen un amplio conocimiento del contexto comunitario, de las redes sociales, de los recursos comunitarios y de los activos de salud[20], [21] existentes y, lo que es más importante, de la forma en que poder movilizarlos, coordinarlos y articularlos con el fin de obtener el mayor potencial posible de salud de su interacción. Pero para ello es imprescindible que las/os decisoras/es políticas/os y las/os gestoras/es sanitarias promocionen, apoyen, faciliten e impulsen políticas de salud en las que la salud sea el principal foco de atención y no, como está sucediendo y se está replicando durante la pandemia, que sea la enfermedad la que ocupe el foco exclusivo de atención, alejando a los servicios de salud y a sus profesionales de la comunidad lo que se traduce en una falta de equidad que es muy cuestionable. Tan solo desde esa participación comunitaria real, que huya de soluciones individuales y patogénicas de los procesos, estaremos en posición de lograr el necesario y deseado empoderamiento[22] de la comunidad que permita una corresponsabilidad en la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado a través de la toma de decisiones que facilite soluciones consensuadas y compartidas ante las consecuencias de la pandemia como mejor manera de afrontar la situación y adaptarse a la misma desde el conocimiento y la información y no desde la amenaza y la coacción como se ha venido haciendo.
La pandemia por su dimensión y efectos ha provocado una gran cantidad de información que se ha traducido en infodemia que incluía como ciertos toda clase de rumores, bulos, conjeturas e hipótesis sin fundamento que lo único que lograban era aumentar la confusión, la incertidumbre y la alarma, a través de mensajes basados en el miedo, e incluso la amenaza, con el interés de identificar culpables, sobre los que desviar la atención y en quienes descargar los efectos que tan solo son imputables a la pandemia y, en todo caso, a quienes toman las decisiones que se le usurpan a la población, provocando la estigmatización y la confrontación social.
Las estrategias de promoción de la salud deben llevarse a cabo mediante una adecuada planificación que liderada por las enfermeras comunitarias permitiría la participación de agentes de salud y de líderes comunitarios a lo largo de todo el proceso, desde el diseño, la implementación y la evaluación.
Para lograrlo resulta fundamental cambiar la narrativa de comunicación que se ha estado utilizando a lo largo de la pandemia y que ha impedido sistemáticamente la responsabilidad social, confundiéndola con obediencia social. Tan solo desde dicho cambio será posible lograr la resiliencia como efecto de dicha participación, al contrario de lo que se logra con la acción paternalista utilizada que tan solo fomenta la pasividad y la dependencia.
Pero las enfermeras comunitarias también pueden y deben fomentar un cambio en el abordaje de la información por parte de los medios de comunicación, trabajando activamente con ellos con el fin de evitar los espacios espectáculo que provocan miedo, bloqueo y contradicciones. Favoreciendo la información crítica y la promoción de conductas y hábitos saludables, sin olvidar el respeto máximo a la acción de los profesionales de la información para evitar que la intervención sea entendida como una intromisión o un intento de manipulación.
El empoderamiento del que hablaba con anterioridad, basado en la información y el conocimiento, debe permitir a la población ser crítica con las informaciones falsamente novedosas y llamativas que envuelven los bulos y ser conscientes de la información que se comparte para no alimentar rumores y desinformaciones, tejiendo para ello una red de informantes clave que lo faciliten y minimicen los riesgos que en ocasiones genera la desaparición de barreras entre expertos y legos, tan reconocible en la contracción del presente y la sociedad del riesgo en la que estamos instalados y que tan bien describe Zygmunt Bauman en su obra Modernidad líquida[23].
Pero evidentemente para que todo esto pueda llevarse a cabo es fundamental que los centros de salud pasen a ser el centro del sistema sanitario que active el empoderamiento personal, comunitario y organizativo, que son elementos fundamentales de la responsabilidad comunitaria. Resulta pues imprescindible acometer decisiones urgentes que reviertan la actual situación hospitalcentrista que hagan posible los cambios estructurales y organizativos que permitan a los centros de salud volver a poner el foco en las comunidades[24]. Cambio que requiere una asignación presupuestaria y una inversión finalista destinada a la Atención Primaria y Comunitaria adaptando la asignación de profesionales, recursos materiales y económicos en función de las necesidades y la complejidad de cada territorio, tal como se recoge en el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria[25] cuya implementación se paralizó por efecto de la pandemia.
Por su parte la Salud Pública debe dejar de ser un mero centro procesador de datos y estadísticas para pasar a ser puente entre la sociedad y el sistema sanitario, combinando la epidemiología del virus con la epidemiología social e identificando la gran influencia de los determinantes sociales de la salud.
La coordinación con los diferentes ámbitos de atención, tanto Atención Primaria como Hospitalaria, debe favorecer las actuaciones transversales e inclusivas dentro del sistema sanitario que permitan la dinamización de los recursos y activos de la sociedad y las diferentes comunidades, desde una perspectiva intersectorial en la que deje de pensarse que el sistema sanitario es el único sector que puede responder a los problemas de salud comunitarios. La salud es demasiado importante para estar en manos exclusivamente del sector sanitario. La salud y el bienestar tienen que estar incluidos en todas las políticas (educación, servicios sociales, movilidad, urbanismo, medio ambiente…) y en los diferentes territorios.
Todo lo dicho sin olvidar que estamos ante un problema de salud global de dimensión trasnacional que, por tanto, requiere intervenciones globales desde la perspectiva de la Salud Global como bien público mundial que trasciende fronteras, que está relacionado con la justicia social y que tiene como ejes a la equidad, la ética y el respeto a los derechos humanos y que está basada en la cooperación técnica y abogacía, aportando la mirada latinoamericana a los temas más candentes de la agenda mundial sobre salud y desarrollo[26].
Desde esta perspectiva global se deben reconsiderar las relaciones de poder, teniendo en cuenta las causas estructurales, las relaciones internacionales, la determinación social en salud y los necesarios cambios institucionales que logren, desde la globalidad, una relación global local que afronte la desigualdad social, desde una nueva conciencia global en el que necesariamente debe integrarse el movimiento ciudadano a través de la participación comunitaria[27] (Figura 2).
Es cierto que desde esta perspectiva global no tiene cabida una intervención profesional exclusiva de ninguna disciplina y por tanto tampoco por parte de las enfermeras. Pero lo que desde luego no es posible, es desarrollarla sin la participación, empoderamiento y liderazgo de las enfermeras.
La salud global requiere de estrategias que tiendan puentes trasnacionales tendentes a un trabajo compartido y colaborativo que centre su atención en la preservación supranacional de los derechos de la ciudadanía con la mirada puesta en la abogacía para la salud.
Las enfermeras ibero-latinoamericanas tienen, en este sentido, una oportunidad que deben, no tan solo identificar como una opción sino como una obligación para dar respuestas globales a las necesidades globales que se presentan tanto en situaciones como la pandemia como en otras muchas en las que la visión global y compartida es fundamental[28].
[1] Filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador griego (624 ac – 546 ac).
[2] Martínez-Riera, JR. EL COVID-19 vs EL CUIFAM-00. Confinamiento y cuidados. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/29/el-covid-19-vs-el-cuifam-00-confinamiento-y-cuidados/
[3] Martínez-Riera JR, Gras-Nieto E. Atención domiciliaria y COVID-19. Antes, durante y después
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[4] Martínez-Riera, JR. Blog Enfermeras Comunitarias. Efectos colaterales del coronavirus efecto-domino. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/15/efectos-colaterales-del-coronavirus-efecto-domino/
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CA, de Oliveira Lopes I. Práticas emancipatórias de enfermeiros na Atenc¸ão Básica à Saúde: a visita domiciliar como instrumento de reconhecimento de necessidades de saúde. Rev Esc Enferm USP [Internet]. 2019;48(Spe):119—25 [consultado 8 junio 2021]. Disponible en: http://www. scielo.br/scielo.php?script=sci arttext&pid=S0080- 62342014000700119&lng=en&tlng=en
[6] Sociedad Espanola de Cuidados Paliativos (SECPAL). Orientaciones sobre el control sintomático de enfermos graves afectados por la enfermedad COVID 19 y que requieran atención paliativa o se encuentren próximos al final de la vida. SECPAL; 2020 [08 junio 2021]. Disponible en: http://www.secpal.com// Documentos/Blog/2020 03 23%20FIN%20DE%20VIDA%20Y%20COVID%2019%20 1.%20Documento%20para%20profesionales1.pdf
[7] Greenhalgh T. Covid-19: a remote assessment in primary care. BMJ. 2020;368, http://dx.doi.org/10.1136/bmj.m1182.
[8] Martínez-Riera, JR. Realidad virtual o realidad mortal. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/09/06/realidad-virtual-o-realidad-mortal/
[9] Martínez-Riera, JR. Vaso medio lleno o medio vacío de rastreadoras vacunadoras e informantes a enfermeras y periodistas. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/01/09/vaso-medio-lleno-o-medio-vacio-de-rastreadoras-vacunadoras-e-informantes-a-enfermeras-y-periodistas/
[10] Martínez-Riera, JR. Participacion comunitaria la-decisión más allá del voto. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/06/04/participacion-comunitaria-la-decision-mas-alla-del-voto/
[11] Martínez-Riera, JR. Pandemia covid 19 y comunidad. Participación comunitaria y entornos saludables Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/03/31/pandemia-covid-19-y-comunidad-participacion-comunitaria-y-entornos-saludables/
[12] Martínez-Riera, JR. Los mandaos. De la mediocridad a la obediencia debida. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2021/01/23/los-mandaos-de-la-mediocridad-a-la-obediencia-debida/
[13] Martínez-Riera, JR. Vodevil. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/10/09/vodevil/
[14] Martínez-Riera, JR. Carencias, olvidos y monopolio informative. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/04/02/carencias-olvidos-y-monopolio-informativo/
[15] Martínez-Riera, JR. De las tertulias del corazón a las tertulias del coronavirus. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/04/15/de-las-tertulias-del-corazon-a-las-tertulias-del-coronavirus/
[16] Martínez Riera, JR. Docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo. Blog Enfermeras Comunitarias. http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/12/13/docencia-en-enfermeria-y-futuro-de-las-enfermeras-universidad-inmovilismo-y-mercantilismo/
[17] Martínez Riera JR. López-Gómez, J. Enfermería Comunitaria. En: Hernández Aguado, I. Manual de epidemiología y salud pública 3ª Ed. Panamericana 2017: 289-291.
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[25] Resolución de 26 de abril de 2019, de la Secretaría General de Sanidad y Consumo, por la que publica el Marco estratégico para la atención primaria y comunitaria. https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-6761
[26] Alianza Latinoamericana de Salud Global. Declaración de Santiago. Santiago: ALASAG; 2013. Disponible en: http://www.saludglobalinsp.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=269:dec-santiago&catid=39:noticiasrecientes&Itemid=349 Acceso el 24 de enero de 2020.
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“Querer informarse sin esfuerzo es una ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la vida democrática.”
El actor Warren Beatty decía que “cuando la marea baja nos permite ver a quienes estaban nadando desnudos”. Pues bien, de alguna manera la pandemia es como la marea que cuando empieza a bajar, deja al descubierto muchas desnudeces que hasta entonces no veíamos.
Se ha hablado y escrito mucho en torno a la pandemia y sus consecuencias. Pero esto no ha hecho, prácticamente, nada más que empezar.
Quien crea que la remisión o incluso el aparente control de la pandemia significan el final de la misma, están muy equivocados.
Lamentablemente, además de las desnudeces que deja al descubierto la pandemia, entendidas estas por los fallos, carencias u ocurrencias, que de todo ha habido, producidos e incluso provocados durante más de 15 meses de pandemia, tenemos que hablar de las incomprensibles decisiones, por extrañas y faltas de argumentos, que se han tomado en lo que a la participación de la comunidad se refiere.
El Sistema de Salud que se nos estaba “vendiendo” como extraordinario, está basado en un modelo agotado y caduco por su patriarcal asistencialismo, su paternalismo, su fragmentación, su excesiva medicalización, su hospitalcentrismo… desde el que no se reconocen los aspectos social y espiritual de la atención; que adolece de sentido en vista a la evidencia existente sobre los determinantes sociales. Que conlleva la pérdida de autonomía al asumir, los profesionales que dominan la tecnología biomédica, el protagonismo absoluto, creando dependencia de los servicios de salud, demanda inducida y respuestas inadecuadas a las necesidades sentidas. Modelo con una cultura centrada en la enfermedad y alejada de la población. Basado en programas de salud fragmentados y de orientación individual, con enfoque patogénico. Modelo egocéntrico que ignora otros sectores sociales e impide la necesaria intersectorialidad destinada a transformar la situación de salud de la comunidad y a mejorar su bienestar y calidad de vida. Centrado en el trabajo multidisciplinar, como conjunto, tan solo, de profesionales de distintas disciplinas que trabajan en un mismo espacio, dificultando el trabajo en equipo y la creación de un marco conceptual nuevo y común para todas las disciplinas que posibilite la orientación transdisciplinaria. Con ausencia de procesos y proyectos comunitarios y nula identificación e inclusión de agentes de salud comunitarios. Todo lo cual se traduce en una absoluta falta de participación real de la población, tanto individual como colectivamente en la toma de decisiones. A pesar que los órganos de representación ciudadana, como los consejos de salud, están regulados, pero ignorándose sistemáticamente.
Un Sistema que ha logrado que la población centre su atención en la enfermedad y desprecie o cuanto menos minusvalore la salud. Un Sistema que es regido por un Ministerio de Sanidad que no de Salud, lo que significa que gestiona el modelo comentado en lugar de preocuparse por mejorar la salud comunitaria. Posiblemente por eso no se denomina Ministerio de Salud, por miedo o por incompetencia, o por ambas a la vez. Un Sistema que veta la presencia de enfermeras en los órganos de responsabilidad y toma de decisiones, posiblemente en su intento de perpetuar el modelo asistencial sanitarista tan alejado del paradigma enfermero.
Por tanto, la respuesta que se ha venido dando a la pandemia durante todo este tiempo ha sido idéntica a la que se daba antes de la misma. Es decir, se ha focalizado en la asistencia, que no en la atención, exclusivamente en el aspecto patológico, en la simple anomalía biológica que no arroja ninguna luz sobre la significación última para la persona afectada y su familia, por importante que esta pueda ser para los clínicos. Se han obviado sistemáticamente las variables de tipo psicosocial y espiritual que resultan tan importantes para determinar la susceptibilidad, la gravedad y el curso de la enfermedad, como se ha venido demostrando como consecuencia de la soledad, el aislamiento, el sufrimiento moral, la muklticulturalidad… que han hecho que el rol de enfermo no dependiera tan solo de las evidentes anomalías biológicas, sino de la interacción con factores psicosociales y espirituales, que sin duda influyen directamente en el tratamiento biológico.
Pero a pesar de todo y en medio de todo este despliegue biologicista, durante la pandemia, ha emergido la relación profesional con el enfermo y su familia, a través de los cuidados profesionales enfermeros, con una clara y evidente influencia en el resultado terapéutico. Evidenciando que los cuidados enfermeros son algo más que un proceso de atención, son un resultado en salud imprescindible que se ha hecho visible, reconocible y reconocido, pero que lamentablemente ha quedado circunscrito al ámbito hospitalario como centro casi exclusivo del Sistema Sanitario, ocultando e incluso despreciando la aportación específica de la Atención Primaria y de la Salud Comunitaria, que han sido subsidiadas al mecanismo organizativo y patológico del hospital, como meros instrumentos de su dinámica organizativa, lo que ha contribuido a ocultar, aún más si cabe, la participación comunitaria durante toda la pandemia.
Muchas enfermeras comunitarias y sociedades científicas enfermeras intentaron y propusieron estrategias para que la participación de la comunidad fuese una realidad y no tan solo un recuerdo que se perdía en la memoria de los manuales o de los nostálgicos de la Atención Primaria. Pero los decisores del Sistema que la pandemia ha mostrado desnudo de las alabanzas que lo revestían, se empeñaron una y otra vez en rechazar cualquier intento de participación de la comunidad.
Ni durante la primera fase en la que la confusión, la incertidumbre y el miedo, generaban alarma y desconcierto entre la población con el consiguiente recelo hacia el sistema al entender que no sabía cómo afrontar la situación sobrevenida, que tan solo se traducía en órdenes de aislamiento y confinamiento. Ni tras la desescalada en la que la libertad recuperada fue interpretada, por los mensajes trasladados, como el fin de la pandemia y supuso el repunte de nuevos y masivos contagios en los que se culpabilizó y estigmatizó a parte de la población con la que en ningún momento se contó y a la que tan solo se le seguían trasladando órdenes e imponiendo restricciones que no siempre eran entendidas y mucho menos respetadas. Ni en la apuesta mercantil navideña que supuso abocar a la población a una nueva escalada de las tasas de incidencia, al preferir la navidad a la sanidad y trasladando la culpa de las consecuencias a la población por hacer lo que le permitieron e incluso animaron a hacer. Ni en estos momentos del proceso de vacunación en el que no tan solo no se cuenta con la participación de la comunidad, sino que además se le pretende utilizar para que sea cómplice de la falta de coherencia en la toma de decisiones políticas al margen de las evidencias científicas y del criterio de los expertos.
En este punto me parece importante detenerme para reflexionar sobre la perversidad que supone el querer trasladar a la ciudadanía una decisión que los políticos no han sido capaces o no se han atrevido a tomar. Ampararse en un estudio que no aporta las pruebas suficientes para argumentar una decisión que, además, contraviene la ficha técnica de las vacunas que se propone combinar y todo ello sin aportar una clara información que elimine las dudas de la ciudadanía a la que previamente se le había estado insistiendo en las garantías de administrarse dicha vacuna de la que ahora se dice dudar es absolutamente perverso. Es decir, donde dije digo, digo Diego. Y nuevamente se culpa a la población por su resistencia la incoherencia política.
En un país dado tan frecuentemente a los movimientos pendulares, en base a los cuales se pretende pasar de un planteamiento a otro diametralmente opuesto sin solución de continuidad y sin un proceso de adaptación intermedio, cualquier iniciativa en este sentido se convierte automáticamente en una nueva ocurrencia producto de la falta de planificación con la que se actúa de manera generalizada, provocando resultados indeseables aunque lógicos.
Cuando hace décadas se decidió usurpar el saber popular por el que se daba respuesta a muchos problemas de salud “domésticos” apropiándose del mismo el denominado sistema formal, se determinó la absoluta negativa a que la población participase en ningún aspecto relacionado con su salud, más allá de la obediencia debida a las órdenes profesionales que, además, si no eran cumplidas reportaban severas amonestaciones por parte de los citados profesionales en la asunción de su patriarcado asistencialista y paternalista.
El transcurso de los años hizo que se generase una progresiva dependencia al sistema y a los profesionales que, a su vez, inducían una demanda artificial a la que, además, no daban la respuesta deseada, generando insatisfacción. Cuestión que, paradójica y sistemáticamente, es utilizado por los propios profesionales para quejarse de la presión asistencial que ellos mismos han provocado y a la que son incapaces o no quieren responder con eficacia y calidad, pero que resulta muy rentable para plantear “…y de lo mío ¿qué?.
Ante este panorama, evidentemente se salvan algunas/os profesionales, más por voluntarismo que por estrategia organizativa del propio modelo, lo que acaba por provocar un claro desgaste de dichos profesionales al no verse apoyados por el “aparato del sistema” y generar el rechazo de una gran mayoría de los equipos que prefieren instalarse en su zona de confort, en la ética de mínimos, en el conformismo e inmovilismo y en la queja permanente sin hacer absolutamente ninguna autocrítica.
Un modelo sanitarista y patogénico que, como decía, no tan solo ha ignorado a la ciudadanía, sino que sistemáticamente le ha impedido participar en el proceso de toma de decisiones sobre su propia salud. Modelo que, últimamente, ha querido maquillar su autoritarismo con la generación de figuras, como el paciente experto, que no tan solo son anacrónicas, sino contraproducentes y alejadas de la realidad.
Cuando no se ha llevado a cabo un proceso de alfabetización en salud de la población a través de una Educación para la Salud capacitadora y participativa, pretender “vender” una figura como la del paciente experto, es realmente preocupante. Y lo es, por una parte, porque supone un insulto a la inteligencia de la ciudadanía al considerar que con ello recupera una participación comunitaria en la que ni cree ni por la que apuesta al mantener un modelo que lo impide. Por otra parte, porque no se trata de generar figuras artificiales diseñadas para perpetuar el modelo.
No hacen falta pacientes expertos. Lo que hace falta es personas activas y participativas capaces de analizar, reflexionar, debatir y consensuar con los profesionales en torno a las decisiones que les afectan. ¿En qué tiene que ser experto el paciente? ¿en paciencia? ¿en su patología, en sus síntomas, en su medicación? Porque, lo que debe es poder autogestionar su afrontamiento ante cualquier problema de salud, logrando la máxima autodeterminación para tomar decisiones corresponsables que le permitan tener la autonomía necesaria para asumir su autocuidado. Pero claro esto supone que el paciente pase a ser persona autónoma y por tanto no requiera la dependencia permanente de los profesionales ni asumir la paciencia como signo de resignación permanente que le define como paciente. Como consecuencia de todo ello, la capacidad de “manipulación” de los profesionales se reduce, interpretándolo, torpemente, como una pérdida de poder y de reconocimiento, por lo que se resisten a que se logre y prefieren crear la figura del paciente experto a su imagen y semejanza para que piense y actúe como ellos quieren.
En este panorama las enfermeras comunitarias asumieron, desde el principio de la Atención Primaria (AP), un rol en el que la participación comunitaria era fundamental para lograr no tan solo la máxima autonomía de las personas, sino para mantener sanos a los sanos a través de programas de promoción de la salud en los que la participación activa de la población era fundamental. Pero el modelo de AP se vio contagiado irremediablemente por el potente patógeno hospitalario que lo colonizó como sucursal del Hospital para utilizarlo como recurso subsidiario de sus necesidades, sufriendo también la astenia provocada por la inanición presupuestaria recurrente. De tal manera que tanto la participación comunitaria, como la promoción de la salud pasaron a convertirse en anécdotas o actos de voluntarismo heroico que acababa sucumbiendo por lisis o por aburrimiento.
Todo esto ha generado que durante la pandemia no tan solo no se haya contemplado la participación comunitaria, sino que se ha rechazado cualquier intento por desarrollarla tal como he comentado anteriormente, con resultados claramente ineficaces e ineficientes.
En un proceso como el de la vacunación la participación de agentes de salud y líderes comunitarios de los múltiples recursos comunitarios existentes, de muy diferentes sectores sociales, hubieran podido articularse a través de intervenciones planificadas y lideradas por enfermeras para mantener informada a la ciudadanía y reducir así las dudas e incertidumbres que provocan movimientos contrarios a la vacunación o que generan demandas totalmente controlables en base a una información clara, cercana y comprensible, que hubiesen garantizado la seguridad y contribuido a la calidad de la atención. Pero en su lugar se prefiere trasladar a la ciudadanía la responsabilidad que no le corresponde y que le provoca tanta incertidumbre como rechazo al tener que tomar una decisión para la que no se le ha capacitado previamente.
El sistema y sus i-responsables decisores prefieren contar con enfermeras tecnológicas. Por eso les llama vacunadoras o rastreadoras. No quiere enfermeras competentes, responsables, autónomas, preparadas, líderes que puedan generar una ciudadanía que piense y que se sitúe en una posición de abogacía por la salud. No quieren una ciudadanía autónoma y responsable capaz de tomar sus propias decisiones. Prefiere una ciudadanía cuyo rol se limite al voto y que el mismo pueda ser convenientemente manipulado para que responda a sus intereses políticos y partidistas.
Participar no significa hacer lo que otros deciden, sino construir conjuntamente, desde el respeto, aquello que se considera da mejor respuesta a las necesidades sentidas. Pero hacerlo supone no tan solo creer en ello sino facilitar que se pueda hacer con libertad y en libertad. Y eso significa que quienes ahora lo impiden dejen de hacerlo y permitan que quienes saben, las enfermeras, otros profesionales y agentes de salud comunitarios planifiquen intervenciones complementándolas con otros decisores profesionales en igualdad de condiciones.
Pero lo que desde luego no significa es que tenga que cumplimentar un “consentimiento firmado”, que no informado, para tomar una decisión que no se atreve a tomar quien, precisamente, ha generado el problema por incapacidad y falta de voluntad, como elementos fundamentales de la mediocridad que les caracteriza y nos invade.
[1] Periodista español catedrático de teoría de la comunicación establecido en Francia
Los determinantes del estado de salud de la población, abarcan desde factores ambientales, biológicos, conductuales, sociales, económicos, laborales, culturales y, por supuesto los servicios sanitarios como respuesta organizada y especializada de la sociedad para prevenir la enfermedad y restaurar la salud[3].
Ya en 1974 el ministro canadiense de salud, Marc Lalonde, desarrolló un modelo, aún vigente, según el cual existen cuatro grupos de factores que condicionan la salud comunitaria: El Medio Ambiente, los Estilos y Hábitos de vida, el Sistema Sanitario y la Biología Humana[4].
Más recientemente se establece la influencia de los determinantes sociales de la salud, identificados como las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas[5].
Estos enunciados teóricos que la mayoría conocemos y que muy pocos, lamentablemente, aplicamos, explican la mayor parte de las inequidades en salud, esto es, de las diferencias injustas y evitables observadas en y entre los países en lo que respecta a la situación de salud y, a pesar de ello, no tan solo se mantienen dichas diferencias, sino que se acrecientan.
Sin embargo, ni en los determinantes de salud ni en los sociales de la salud se identifican algunos factores que, sin embargo, a mi modo de ver, tienen especial influencia en la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Porque ni la política ni las/os políticas/os, a través de sus políticas, ni el periodismo, ni las/os periodistas a través de los medios de comunicación, se identifican de manera clara como determinantes de salud.
Trataré de explicarme. La política y el periodismo, como el medio ambiente o la biología, no determinan por si mismas nada. Este es, de inicio, un aspecto importante. Porque quienes determinan, influyen o condicionan en la salud son quienes manejan, manipulan o gestionan la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología. Esta forma abstracta y genérica de establecer relaciones causales tan solo oculta la responsabilidad de quienes son verdaderos responsables de los efectos nocivos que sobre la salud tienen sus decisiones en relación a la política, el periodismo, el medio ambiente o la biología.
En el caso concreto de la política y el periodismo parece, sin embargo, que cualquier cosa que hagan las/os políticas/os y periodistas es aceptada por contar con el supuesto privilegio de la inmunidad política, para unos, o la libertad de prensa, para otros.
No es mi intención cuestionar ni lo uno ni lo otro. Pero, lo que nadie o casi nadie, discute es la utilización interesada y oportunista que de ambos se hace en determinados momentos por parte de algunas/os.
Este escudo protector de la inmunidad en el que se amparan las/os políticas/os, en nuestro país alcanza proporciones mucho mayores en cuanto al número de ellas/os a quienes protege, con relación a otros países de nuestro entorno. A lo que hay que añadir la ausencia de responsabilidades reales por las decisiones que toman, más allá de una poco probable dimisión o de un terapéutico cese para el partido que lo acoge, como forma de exculpación colectiva para no asumir como propio el error o delito cometido por su representante. Como consecuencia, las/os políticas/os influyen de manera muy significativa en la salud de personas, familias y comunidad con sus decisiones. De tal manera que podemos decir que realmente actúan como verdaderos determinantes sociales de la salud, aunque no aparezcan explícitamente en los esquemas, figuras, gráficos, programas o guías que al respecto se elaboran.
Su inclusión podría establecerse como un determinante propio que influye en la salud comunitaria, directamente y de manera aislada del resto de determinantes ya identificados, o bien como componente fijo de cualquiera de los determinantes sobre los que actúan a través de sus decisiones que son el principal detonante de las consecuencias que provocan. Por lo tanto, el detonante del medio ambiente, por ejemplo, no lo sería tanto este, como determinante identificado, sino las decisiones que sobre el mismo toman las/os políticas/os provocando consecuencias que repercuten en la salud comunitaria, aunque quien aparezca como determinante, no sea quien desencadena el daño, el/la político/a, sino que es el medio ambiente sobre quien actúa. Pero la inmunidad política, bien sea real o normativa o bien consentida por tradición, actúa no tan solo como eximente de la culpa sino incluso como repelente de la misma y de las consecuencias que sus decisiones ocasiona, lo que es identificado por la población como indecente, aunque lo acepta y tolera como algo consustancial a la acción política, lo que no deja de ser un síntoma más de la afección que sobre la salud comunitaria e incluso democrática ejerce.
Por su parte, las/os periodistas, no la totalidad evidentemente, en su labor informativa y amparados y protegidos por la libertad de prensa, que no de expresión, difunden a través de los medios a los que pertenecen informaciones que no siempre se ajustan a los exigibles, necesarios y deseables parámetros de transparencia, imparcialidad y objetividad, lo que acaba por contaminar su contenido y este a su vez a la población que la consume con consecuencias evidentes sobre la salud comunitaria, lo que convierte a los medios de comunicación a través de las/os periodistas que los nutren en un determinante de salud fundamental que al igual que en el caso anterior no se sabe bien si lo son por si mismos o se comportan como tales por efecto de quienes los nutren, es decir, las/o periodistas.
En cualquier caso, lo bien cierto es que tanto políticas/os como periodistas pueden ser identificados como determinante de sociales de salud, aunque no es menos cierto que también lo pueden ser como factores de riesgo desde una perspectiva más preventivista dado que generan también situaciones que aumentan las probabilidades de que personas, familias o comunidad se vean afectadas por problemas de salud.
Aunque tampoco es descartable que actúen como agentes patógenos que desencadenan directamente problemas de salud o los potencian, generando incluso resistencias a los posibles tratamientos para combatirlos.
Estamos pues ante un panorama en el que tanto políticas/os como periodistas se sitúan en una posición patogénica evidente. Los primeros porque con sus decisiones favorecen, desencadenan o potencian la enfermedad relacionada con pobreza, desigualdad, inequidad, vulnerabilidad, educación, sanidad, empleo, precariedad… a través de decisiones que lejos de promocionar, generar o mantener espacios saludables, contribuyen a que los determinantes sociales de salud refuercen su influencia negativa sobre la salud comunitaria o que se conviertan directamente en factores de riesgo o agentes patogénicos que contribuyen a mantener una sociedad enferma.
Los segundos porque con los sesgos, alarmas, sensacionalismos, subjetividad… incorporada a la información que difunden, alimentan la incertidumbre y la inseguridad de la población, con efectos claros sobre la salud comunitaria.
Ambos, porque situarse por encima de la ciencia y lo que la misma dicta en base a evidencias, priorizando intereses políticos o periodísticos, además de inmoral es muy peligroso.
La combinación de ambos, políticas/os y periodistas, articulados por ideologías e intereses partidistas y comerciales logra efectos muy nocivos para la salud comunitaria y de muy complicado tratamiento, llegando a provocar la cronicidad de muchos de los problemas de salud que contribuyen a desarrollar e incorporar en la sociedad.
Los intentos de cambiar a una posición salutogénica, es contemplada, en la mayoría de los casos, como una anécdota, voluntarista y débil a la que no se apoya o incluso se combate para que no logre su propósito saludable que es contemplado por ambas partes como algo que ensalzan en sus discursos o informaciones, pero que raramente se ve traducido en acciones reales de promoción de la salud real.
Estamos pues ante un panorama ciertamente desalentador que contagia a la sociedad provocando en la misma, pasividad, inmovilismo, conformismo, desilusión, individualismo, rechazo, confrontación, radicalismo… que es aprovechado por grupos políticos, apoyados y proyectados muchas veces por grupos mediáticos y que influye en la salud comunitaria de una manera clara.
Resulta imprescindible, por tanto, que se lleven a cabo intervenciones destinadas a la sensibilización, interiorización y convicción sobre las repercusiones que, determinadas decisiones políticas y la difusión de información, tienen sobre la salud de las personas, las familias y la comunidad y su acción promotora de salud.
No se trata de generar injerencias en la política ni en los medios. No se pretende manipular a políticos o periodistas. Lo que se plantea es un trabajo intersectorial, participativo y transdisciplinar a través de una Educación para la Salud capacitadora que logre la alfabetización en salud de la población, facilitando la toma de decisiones compartida entre todos los agentes de salud sociales y no tan solo de las/os profesionales de la salud, ni de las/os políticas/os o las/os periodistas.
Todas/os tenemos que incorporar el respeto, la humildad y la generosidad como elementos fundamentales que regulen las decisiones y la información de tal manera que actúen desde una perspectiva salutogénica para cambiar la percepción de toxicidad que se tiene tanto de políticas/os como de periodistas y que se puedan modificar para identificar como Activos de Salud que faciliten la generación de entornos saludables.
Si como determinantes sociales de salud que, desde mi punto de vista son, fuesen capaces de modular sus acciones para adaptarlas a la realidad social sin que ello quiera decir que tengan que renunciar a la crítica, el debate, la reflexión, la diversidad ideológica… pero huyendo de la confrontación innecesaria, la descalificación, el revanchismo, el alarmismo, el sensacionalismo, la demagogia, la imposición ideológica, el radicalismo, la violencia dialéctica, el odio… la influencia que podrían tener en la salud comunitaria sería de tal calibre que los resultados en salud superarían a los efectos adversos de muchos determinantes, factores de riesgo e incluso agentes patógenos.
Una visión tan global, integral, integrada e integradora, centrada en los cuidados como elemento universal de fomento y mantenimiento de la salud, es una visión enfermera que justifica la permanente demanda trasladada desde la OMS para que las enfermeras se incorporen en puestos de responsabilidad y toma de decisiones reales y contrarresten las permanentes políticas de salud sin salud para transformarlas en salud en todas las políticas.
El abordaje de la salud comunitaria desde la patogénesis tan solo puede generar sociedades patógenas. La información derivada de dicha patogenia, a su vez, tan solo puede contribuir a difundir el contagio y a provocar pandemias globales de hipocondría social en el mejor de los casos y de cronicidad social patológica en el peor de los escenarios.
Seguir identificando a las enfermeras como meros y exclusivos recursos humanos a los que utilizar para los espurios intereses de unos u otros utilizando para ello el halago fácil, engañoso y lesivo, es una inmoralidad, un fraude y una clara prevaricación social que tan solo contribuye a la enfermedad.
Tenemos la mejor vacuna posible para combatir esta terrible pandemia político-informativa. El problema estriba en saber cómo, cuándo y dónde utilizarla, de tal manera que logre la inmunización comunitaria que se requiere. Otra cosa es que haya intereses para seguir manteniendo la enfermedad como objetivo por encima de la salud y que mantener sanos a los sanos no sea la prioridad política ni informativa que interesa a quienes toman decisiones y generan información.
Las enfermeras, mientras tanto, seguirán aportando conocimiento, ciencia, competencias, cuidados y salud a las personas, familias y comunidad a través de sus principales principios activos, los cuidados profesionales.
Sin duda no están todos los que son, pero si que son todos los que están y eso hay que remediarlo si queremos tener una sociedad saludable. ¿Nos ponemos a ello?
[2] Periodista, escritor, ensayista y poeta polaco.
[3] De La Guardia Gutiérrez Mario Alberto, Ruvalcaba Ledezma Jesús Carlos. La salud y sus determinantes, promoción de la salud y educación sanitaria. JONNPR [Internet]. 2020 Ene [citado 2021 Mayo 21]; 5(1): 81-90. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2529-850X2020000100081&lng=es. Epub 29-Jun-2020. https://dx.doi.org/10.19230/jonnpr.3215.
[4] Organización Mundial de la Salud. Salud en las Américas. Capítulo 2 Determinantes e Inequidades en Salud. Ginebra: OMS; 2012. Disponible en: https://www.paho.org/salud-en-las-americas- 2012/index.php?option=com_docman&view=download&category_slug=sa-2012-volumen-regional-18&alias=163-capitulo-2-determinantes-e-inequidades-salud-163&Itemid=231&lang=en [Links]