PUÑETERA JUSTICIA La desigualdad como fundamento

“Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte.”.”

Platón[1]

La desigualdad, por mucho que se empeñen en hacernos creer que no existe o que no se tiene en cuenta a la hora de acceder a derechos fundamentales, en cualquiera de sus formas, variantes, variedades o interpretaciones, que de todo hay, determina claramente muchos aspectos de la vida de las personas, los grupos o las profesiones.

Negar que la enfermería y las enfermeras no hemos sido y seguimos siendo objeto de desigualdad es tanto como negar que no existe machismo o violencia de género. Tratar eufemísticamente de ocultarlo, enmascararlo, edulcorarlo o manipularlo, que todo viene a ser lo mismo, es no tan solo faltar a la verdad sino contribuir a que se perpetúe la diferencia y con ella la desigualdad que dificulta o impide la igualdad de oportunidades para lograr las mismas metas, con idéntica exigencia y mérito evidentemente, que cualquier otra disciplina o profesionales, al situarnos siempre por debajo de quienes tienen asignada la supremacía social, política, científica, profesional… alcanzada por méritos propios, no me cabe duda, pero también por la presión del poder que ejercen para no compartir espacio de igualdad de imagen, valor, identidad y reconocimiento, que no de conocimiento o de competencia profesional propios.

Esa desigualdad, gestada a lo largo de la historia y ligada claramente a una cuestión de género y de fuerza del trabajo, ha permitido y logrado que las enfermeras siempre hayan sido identificadas desde una perspectiva subsidiaria, de menor valor, de obediencia, de debilidad, de sumisión… a la sombra y al mando de quienes siempre han sido identificados como poderosos, fuertes, capaces, resolutivos… De ahí la asimilación que se establece de los ángeles al servicio de Dios. Y como derivación la curación ligada a la sublimación y el milagro y los cuidados a la abnegación, la renuncia y el sacrificio.

Esta diferencia descalificadora, estigmatizante, dolorosa y claramente injusta, sin embargo se ha instalado como una verdad incuestionable no tan solo en la sociedad como creencia popular, sino en quienes como la RAE, al menos en teoría, velan por limpiar, fijar y dar esplendor a aquello que permite identificar, conocer y valorar a través de la lengua, las palabras, recogiendo en su definición exactamente los mismos rasgos de desigualdad que los que se mantienen socialmente y por tanto contribuyendo a que no se modifiquen.

Las personas que deciden dedicarse a la política, teóricamente también, como servicio a la sociedad y defensa de los derechos de la ciudadanía que los elige, también contribuyen con sus decisiones a que dicha desigualdad no tan solo sea considerada normal sino a impedir que se pueda cambiar gracias a las normas que lo impiden o dificultan mucho más allá de lo que supone para otras/os profesionales.

Las/os periodistas o quienes se dedican a la información sin serlo, por su parte, contribuyen al estereotipo de desigualdad con informaciones que mimetizan de idéntica manera los planteamientos descritos, haciendo de caja de resonancia que los amplifica, magnifica, contribuyendo al igual que la RAE a fijarlos.

Tal es, por tanto, la creencia de que esa desigualdad no es tan solo una injusticia, sino que es una característica inherente a quienes, como las enfermeras, la soportan que también los jueces la han asumido como verdad.

Recientemente un juzgado de Alicante sentenció a la Conselleria de Sanitat Universal y Salut Pública de la Generalitat Valenciana a indemnizar a algunos médicos que habían presentado demanda por no disponer de medios de protección personal en el inicio de la pandemia que como se concreta en la sentencia puso en riesgo la salud de dichos profesionales[2].

Dos días más tarde, un magistrado de Jaén, ha dictaminado en su sentencia que la demanda interpuesta por enfermeras de dicha provincia por idéntica situación de desprotección a la anteriormente mencionada no era objeto de consideración dado que según reza la sentencia «Las enfermeras tenían la obligación de sacrificar su vida» y «Las enfermeras deben elegir velar por la vida de los pacientes antes que por la suya propia»[3].

Así pues y sin entrar en consideraciones legales, lo que queda claramente de manifiesto es que la desigualdad en función de ser médico o enfermera ante situaciones idénticas es un determinante a la hora de impartir justicia y, por tanto, a la hora de obtener igual consideración, trato, respeto y protección, hasta el punto de considerar que la vida de unos y otros, médicos y enfermeras, tiene diferente valor.

O bien la norma no está bien elaborada al ofrecer resquicios que permiten interpretaciones tan distantes, desiguales o injustas o bien las interpretaciones de los jueces están tan claramente impregnadas de creencias, tópicos, estereotipos, ideologías y prejuicios que determinan sus sentencias y con ellas la justificación de la desigualdad.

No se puede generalizar, desde luego, pero tampoco se puede obviar la particularidad dañina que puede conducir a ello.

¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio[4].

Puñetera justicia


[1]  Filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles.

[2] https://www.lasprovincias.es/comunitat/juez-condena-sanidad-indemnizar-medicos-49000-euros-contagio-covid-20220111183223-nt.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F

[3]https://twitter.com/EnfrmraSaturada/status/1481767800863698947?t=2AFZ5wCPn9oTF3nw4QQiaw&s=08

[4] Albert Einstein: científico alemán nacionalizado estadounidense.

VOCIFERADORES, MENTIROSOS Y PROFESIONALES. Un problema de identidad y referencia profesional

“Con una mentira es posible que engañes a alguien; pero cualquier mentira te dice a ti mismo una gran verdad indiscutible: eres débil.”

Tom Wolfe[1]

Suele ser habitual, más de lo esperado y deseable, vencer la frustración, la ira contenida, la desilusión personal o colectiva… contra alguien o contra algo con el fin de ocultar la falta de compromiso, acción, implicación o incluso de capacidad personal para lograr aquello que algunas/os consideran que les corresponde, aunque realmente hayan hecho poco, muy poco o nada para lograrlo. Entienden que son otros quienes tienen la obligación de hacer lo que a ellas/os les beneficia, sin que consideren en ningún momento, que su actitud ante lo que esperan alcanzar tenga absolutamente ninguna influencia para ello.

No es necesario concretar casos específicos para identificar claramente de lo que estamos hablando. Entre otras cosas, lamentablemente por la frecuencia con que se producen estas muestras de artificial y artificiosa indignación que suelen ir acompañadas de manifestaciones de desprecio, descalificaciones e insultos como complemento a las medias verdades o mentiras con las que tratan de justificar su estado de apatía e inmovilidad y ocultar así su evidente desconocimiento o manifiesta voluntad de manipular o simplemente hacer daño gratuito con el que alcanzar una notoriedad que no tienen otra forma de lograr. Tal como apuntara Alessandro Manzoni[2] “las injurias tienen, sobre las razones, la gran ventaja de ser admitidas sin prueba alguna por un gran número de lectores”.

Agazapadas/os en su zona de confort y/o mediocridad, que de todo hay, esperan la ocasión propicia para saltar a las redes a vociferar contra todo y contra todos a los que eligen como diana de sus dardos envenenados y trucados. Lo importante es el fin, su fin, que justifica los medios empleados, los que sean, con tal de presentarse como víctimas de unas injusticias y persecuciones que no tan solo son infundadas, si no el resultado de su habitual actitud de pasividad y conformismo. Para ellas/os lo de menos es la coherencia, el fundamento científico, el valor o la forma de alcanzar algún objetivo, porque lo que priorizan, aunque sea a costa del descrédito o la desvalorización del logro, es obtener su beneficio, aunque este no sea merecido.

Pero lo grave no es tanto, que lo es, el daño que hacen de manera voluntaria y premeditada contra quienes eligen como objetivo de sus furibundos ataques. Lo verdaderamente grave es el daño que estos personajes hacen contra la profesión enfermera, aunque traten de erigirse en adalides de la misma con su dramática y torpe interpretación. Y es que en su pensamiento o torpe razonamiento actúan como dijera Adolf Hitler[3] creyendo que “las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”, por lo que finalmente les pasa como a Mariano Rajoy[4] que con sus discursos tratan de hacer creer que “cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio…»[5], en un alarde de claridad y concreción.

Resulta difícil entender este tipo de actitudes y actuaciones y mucho menos justificarlas. Pero voy a tratar de analizarlas desde la Teoría de la Aceptación-Rechazo Interpersonal (IPARTheory) que es una teoría basada en la evidencia y por lo tanto alejada de la interpretación interesada que se me podría imputar. Trata de predecir y explicar las principales causas, consecuencias y correlatos de la aceptación-rechazo, que básicamente es lo que las provoca.

La aceptación-rechazo (warmth dimension) es una dimensión que se extiende a lo largo de un continuo desde la aceptación hasta el rechazo. A lo largo de este continuo, que trato de centrar en el ámbito de las relaciones enfermeras, cada profesional puede situarse de acuerdo con la historia de relaciones que ha percibido/interpretado de sus principales referentes o representantes, en el caso que nos ocupa de las/os líderes o de las instituciones a las que representan o lideran.

El extremo inferior de este continuo representa la aceptación y se refiere a las conductas de comodidad, preocupación, apoyo, en definitiva, el aprecio que las/os profesionales pueden experimentar/interpretar de sus referentes o representantes que, aunque los ignore o niegue, siempre están en su punto de mira. El otro extremo, rechazo, se refiere a la ausencia o retirada significativa de estas conductas o sentimientos que son interpretados como una variedad de afectos y conductas psicológicas y físicamente dañinas.

La subteoría de la personalidad, por otra parte, mantiene que la satisfacción de la necesidad emocional de obtener una respuesta positiva por parte de las/os referentes/representantes es un motivador poderoso. Cuando ciertas/os profesionales no satisfacen esta necesidad adecuadamente, habitualmente de manera subjetiva, tienden a responder emocional y conductualmente de una manera específica. Particularmente, los efectos de este rechazo incluyen hostilidad, agresión, falta de respuesta emocional, baja autoestima y autoeficacia, percepción negativa del entorno y dependencia inmadura (excesivo reclamo de aceptación) o independencia defensiva (evitación de cualquier signo de afecto o aceptación de los otros), que inducen a algunas/os profesionales a desarrollar una visión negativa del entorno y de las relaciones interprofesionales caracterizadas por la desconfianza, la hostilidad, la inseguridad, la amenaza y el peligro[6].

Así pues, tendríamos alguna referencia que, cuanto menos, explique que no justifique, dichos comportamientos histriónicos y agresivos desde la perspectiva más individual de la personalidad de quienes los protagonizan. Pero por sí sola dicha referencia no es suficientemente explicativa, pues la percepción/interpretación de aceptación-rechazo predice universalmente una media del 26% de la varianza del ajuste psicológico descrito, siendo aproximadamente el 74% restante de esta varianza, explicada por otros factores sobre los que a continuación reflexionaré, sin que los mismos sean ni exclusivos ni invariables en su influencia.

Es de todas/os conocido que una disciplina, ciencia o profesión no se desarrolla y crece de manera espontánea ni tampoco por las acciones exclusivamente individuales de sus miembros.

Es por ello que el desarrollo de la Enfermería, como el de cualquier otra disciplina, ciencia o profesión, ha sido, es y seguirá siendo posible por el compromiso e implicación colectivos de la mayoría de sus miembros, en este caso las enfermeras.

Sin duda, el liderazgo es fundamental y sin él difícilmente se pueden alcanzar determinados logros u objetivos. Pero dicho liderazgo debe ir acompañado, siempre, para que este sea realmente eficaz, del reconocimiento de sus iguales como referentes y no de la ignorancia, cuando no del desprecio, de los mismos como general, sistemática y tristemente se produce en Enfermería por parte de algunas/os de sus profesionales que están esperando cualquier ocasión propicia para sus ataques o descalificaciones.

Liderazgo tanto individual, de alguna/o de sus miembros, como colectivo a través de las organizaciones, instituciones, sociedades o asociaciones desde las que ejercen dicho liderazgo individual. Ambos liderazgos, individual y colectivo, son necesarios y complementarios y en ningún caso excluyentes. La fortaleza, por tanto, de una profesión, disciplina o ciencia, estará íntimamente relacionada con la fortaleza de sus sociedades científicas, tal como puede identificarse claramente en otras profesiones, disciplinas o ciencias con mayor recorrido histórico que Enfermería.

La velocidad con que se ha producido el desarrollo disciplinar enfermero desde su entrada en la Universidad hace 45 años, posiblemente nos haya producido cierto vértigo y con él la pérdida del equilibrio necesario para poder mantener un crecimiento sostenido y sostenible que sea la causa, entre otras, de actitudes como las que estoy analizando.

El problema, o uno de los problemas al menos, puede estar en la desigual velocidad de crecimiento a nivel disciplinar, profesional e incluso científico, causantes del vértigo comentado.

Mientras se ha alcanzado el máximo desarrollo disciplinar con el acceso al doctorado en el tiempo comentado, no ha sucedido lo mismo con el desarrollo en el ámbito profesional de las instituciones de salud en las que continuamos, en muchos casos, teniendo problemas de visibilidad, valoración y/o subsidiariedad. Cuestión, por otra parte, que puede explicar, al menos en parte, la histórica, repetida y me atrevo a decir actualmente aumentada, brecha entre asistencia y docencia que limita, sin duda, el crecimiento y desarrollo equilibrado de la Enfermería asistencial, sin que ello signifique, en ningún caso, la ausencia de graves problemas y desequilibrios en la carrera académica de las enfermeras docentes e investigadoras a pesar de haber logrado las máximas cotas académicas descritas.

Al desequilibrio comentado hay que añadir también la fala de identificación y valoración de las sociedades científicas enfermeras por parte de las propias enfermeras. Por una parte, porque la mayoría de ellas tiene un recorrido relativamente corto que, en el mejor de los casos, está ligado al de la propia evolución de la Enfermería ya comentada de 45 años. Por otra parte, porque existe mucha confusión sobre el papel que las citadas sociedades científicas tienen en el desarrollo profesional y científico de la Enfermería en general y de las especialidades o ámbitos de conocimiento específicos en que se enmarcan, en particular y porque además dicho desarrollo, incluso, no es percibido e identificado como necesario por algunas enfermeras para el ejercicio de su profesión.

En este sentido cabe destacar la confusa delimitación competencial de las sociedades científicas con relación a colegios profesionales y sindicatos. Estos últimos, con un recorrido histórico mayor, no siempre saben o quieren acotar, en más casos de los deseados, sus competencias a lo que sus respectivas organizaciones tienen determinado por ley, a saber, regulación profesional y defensa laboral respectivamente. De tal manera que asumen o acaparan espacios que no les corresponden, abandonando los que les son propios y provocando la referida confusión que se traduce en el rechazo de las/os profesionales fundamentalmente hacia las sociedades científicas, dado que la colegiación es obligatoria y el sindicalismo se identifica como imprescindible al contrario de lo que sucede con las sociedades científicas. De tal manera que finalmente estas quedan en un terreno que, o se desconoce o simplemente se ignora por no reconocerlo como necesario, pero a las que, sin embargo, ante situaciones puntuales, se les exigen resultados muy por encima de su capacidad tanto de potencial económico y de número de profesionales asociadas/os a las mismas, como de capacidad de influencia derivada de lo anterior. Pero a las que sin embargo se recrimina pasividad o negligencia, por parte de quienes, sin ser miembros de las citadas sociedades ni reconocer a sus representantes, provocan un rechazo que se traduce en ira y descalificación hacia ellos. Como dice el refrán, tan solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena y en este caso, además, le culpan de que truene.

En la sociedad de la información en la que vivimos, aparentemente, las enfermeras tenemos múltiples opciones para elegir y muchísima información para hacerlo, pero faltan guías, referencias y conocimiento y es fácil que se sientan desbordadas/os y se confundan. Una explicación alternativa sobre el aumento de la confusión es la propuesta por Brand (2001)[7], quien dice que se debe a la discrepancia entre lo que una/o es y lo que la sociedad le exige que sea, lo que causa la confusión y con ella las reacciones descritas inicialmente[8]. De ahí que el orgullo de identidad sea esencialmente el mejor antídoto ante dicha confusión y sus efectos. Confusión que, en ningún caso, debe imputarse a las sociedades científicas con una marcada identidad científico-profesional, si no al deterioro cognitivo que quienes la padecen.

Así pues, la actitud de aceptación-rechazo y la confusión/desconocimiento explicadas, podrían ser las causas de una exacerbada e irracional respuesta por parte de algunas enfermeras ante situaciones, resultados o decisiones que sin corresponder a la acción o intervención de las sociedades científicas, son imputadas a ellas o a sus representantes como causantes del dolo, agravio o problema por parte de quien se revela con bulos, ahora conocidos como fake news, y con injurias que son las razones de quienes no la tienen [9], respondiendo más a pataletas infantiles que a reflexiones profesionales, pero que logran desviar la atención de lo importante a lo trivial y de quienes son responsables directos y reales de la supuesta injusticia hacia quienes son señaladas/os como culpables por el simple o complejo hecho de haberse significado en el trabajo permanente y continuo por resolver los problemas, aunque sin tener la capacidad de decidir sobre ellos desde las sociedades científicas a las que pertenecen voluntaria y altruistamente.

Paradójicamente nos encontramos con el mutismo, la inacción o el conformismo de estas/os mismas/os vociferadores pseudoprofesionales ante situaciones que, dependiendo directamente de la actitud y responsabilidad individual y colectiva de las enfermeras como es el caso, por ejemplo, de las competencias de cuidados, se abandonan por entender que ya no tienen suficiente entidad para seguir asumiendo su responsabilidad, lo que provoca su pérdida y con ella, parte de la identidad enfermera, que finalmente conduce a la confusión de la que hablaba y que se traslada igualmente a la sociedad, con el riesgo que ello conlleva de valoración negativa.

Estas actitudes, propias de un preocupante autismo profesional, generan este tipo de respuestas dicotómicas o bipolares que conducen al cainismo o canibalismo profesional que hace que seamos identificadas/os como irrelevantes, prescindibles o sustituibles a un menor coste, lo que finalmente, interesa políticamente a quien tiene la capacidad de decidir.

Siguen la misma corriente antisistema que nos invade socialmente. Manipulada por personajes populistas y autoritarios que utilizan estrategias mediáticas a través de la mentira, la descalificación y el odio, que no podemos ni debemos minimizar considerándolos como anecdóticos o aislados, dados sus efectos y gravedad. La historia más reciente y la remota también, nos demuestra que no abordarlos y contenerlos a tiempo trae consecuencias muy negativas y difícilmente reversibles.

Estamos pues ante un problema que lejos de ser menor, debería ser analizado y abordado con la seriedad y el rigor que merece. Tendríamos que plantearnos si no es razonable, justificable e incluso exigible que se incorporen en la docencia enfermera competencias de liderazgo, autoestima profesional, representatividad y referentes, que permitan identificar la importancia de las mismas en el desarrollo profesional, disciplinar y científico de las enfermeras, así como en su identidad, más allá de la técnica y el asistencialismo en los que lamentablemente se está focalizando, cada vez más, la atención docente como respuesta a las demandas que el sistema sanitario traslada como demanda de recursos o mano de obra, que no de profesionales científicamente bien preparados, para su modelo patriarcal, asistencialista, medicalizado, fragmentado y centrado en la enfermedad y que finalmente tiene efectos colaterales tan graves para el desarrollo de la Enfermería.

Mientras todo esto sucede resulta triste y lamentable que se desconozcan, por simple desidia derivada de la falta de identidad comentada, informes como el que se elaboró en EEUU sobre el futuro de la profesión enfermera: The Future of Nursing 2020-2030: Charting a Path to Achieve Health Equity o reflexiones sobre el mismo realizados con una perspectiva analítica, objetiva y de pensamiento crítico tan necesarios, como las realizadas por Rodrigo Gutiérrez o por enfermeras comprometidas en organizaciones como el Grupo 40+ Iniciativa Enfermera, la Academia de Enfermería de la Comunitat Valenciana o Sociedades Científicas como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Asociación Española de Enfermería Pediátrica (AEEP), Asociación de Especialistas en Enfermería del Trabajo (AET), Asociación Nacional de Directivos de Enfermería (ANDE), Sociedad Española de Enfermería en Geriatría y Gerontología (SEEGG), Federación de Asociaciones de Matronas de España (FAME), entre otras, que siguen siendo tristemente desconocidas, criticadas y alarmantemente envejecidas por efecto de la falta de motivación de las nuevas generaciones.

Mientras levantar la voz para intentar tener razón, mentir para enmascarar, manipular u ocultar directamente la verdad o simplemente la indiferencia y la indolencia sigan siendo actitudes mayoritariamente adoptadas ante los retos que tenemos planteados las enfermeras, el futuro, el de todas las enfermeras, pero también el de la salud comunitaria, no es incierto, si no verdaderamente preocupante. ¿Hacemos algo por acallar a las/os vociferadoras/es y mentirosas/os con argumentos científicos o seguimos impasibles asumiendo sus “verdades” desde un cómplice silencio?


[1] Periodista y escritor estadounidense.

[2] Poeta, escritor y dramaturgo italiano.

[3] Dictador de la Alemania Nazi

[4] Presidente del Gobierno Español de 2011 a 2018.

[5] Palabras pronunciadas por Mariano Rajoy en el Parlamento español el 13 de junio de 2017.

[6] Rohner Ronald P., Carrasco Miguel Á.. Teoría de la Aceptación-Rechazo Interpersonal (IPARTheory): bases conceptuales, método y evidencia empírica Interpersonal Acceptance-Rejection Theory (IPARTheory): theoretical bases, method and empirical evidence. Acción psicol.  [Internet]. 2014  Dic [citado  2022  Ene  07] ;  11( 2 ): 9-26. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1578-908X2014000200001&lng=es.  https://dx.doi.org/10.5944/ap.11.2.14172.

[7] Brand, J. L. (2001). God Is a Libertarian? American Psychologist, 56(1), 78-79.

[8] Martínez Martí María Luisa. El estudio científico de las fortalezas trascendentales desde la Psicología Positiva. Clínica y Salud [Internet]. 2006 Dic [citado 2022 Ene 07]; 17(3): 245-258. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1130-52742006000300003&lng=es.

[9] Jean Jaques Rousseau. Escritor y filósofo francés.

POLÍTICA, SALUD Y ENFERMERAS. Una combinación posible y necesaria

“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”

Charles De Gaulle[1]

Las fiestas navideñas, de fin de año y de Reyes, con pandemia incluida, dan paso a un nuevo año, 2022, que todos auguran será el definitivo para vencer al COVID 19 que nos ha venido acompañando en los dos últimos años.

A parte de las ya consabidas tasas de incidencia, contagios, vacunación, ocupación hospitalaria y de UCI, unidas a la letanía de la subida de la luz, el denominado Nuevo Año, más allá de cambiar el dígito de unidades, no parece que aporte excesivas novedades con relación al ya finalizado 2021. En todo caso, y en relación a aquello sobre lo que suelo reflexionar, todo parece indicar que lejos de mejorar la situación de la sanidad y de la salud, tiene tendencia a seguir empeorando, aunque pueda parecer que ello es imposible o cuanto menos soportable. Pero como ocurre con el precio de la electricidad, ni los incrementos de este ni el deterioro del sistema sanitario parecen inquietar lo más mínimo a quienes, al menos en principio, tienen la responsabilidad de hacer algo para que el primero baje y se estabilice en una cantidad razonable y soportable para la mayoría de la ciudadanía y el segundo frene la caída libre y mejore no tan solo la calidad de la atención, sino la organización del mismo ligada al necesario e imprescindible incremento de las inversiones para que ello sea posible más allá de las presiones de los lobbies que lo mantienen en estado vegetativo para regocijo y enriquecimiento de la sanidad privada, la desesperación y abandono de amplios sectores de la sociedad que ven recortados sus derechos y sus oportunidades y el maltrato a las/os profesionales que trabajando en condiciones precarias son señalados en muchas ocasiones como culpables de los males del sistema.

Desde luego nada nuevo y mucho menos nada bueno.

Han sido muchas las protestas realizadas, los agravios denunciados, las deficiencias descubiertas, las carencias manifestadas… en los últimos meses y muy especialmente durante la denominada sexta ola de la pandemia en la que especialmente la Atención Primaria ha sido objeto de todas las miradas, comentarios, análisis, debates, opiniones… por parte de tertulianos, periodistas, y analistas de la infodemia en la que se ha instalado todo lo que rodea a la pandemia. Atención mediática, que no política, que sin embargo no ha servido más que para seguir creando mayor confusión, incertidumbre y alarma en una sociedad que tan solo es identificada como receptora y obligada cumplidora de las medidas impuestas por las autoridades y oyente del bombardeo informativo que las cuestiona permanentemente en un juego tan interesado, oportunista, y demagógico como comercial y lucrativo, a pesar de salpicarla con intervenciones de científicas/os algunas/os de las/os cuales parecen haber entrado como plantilla fija de los programas.

Como ya anunciamos algunas/os, las heroínas y los héroes se transformaron en villanas y villanos y los aplausos en descalificaciones e insultos como consecuencia de la gestión paternalista, persecutoria, estigmatizadora, punitiva e impositiva del sistema sanitario, que logró desviar la atención hacia quienes sufren idéntica gestión, las/os profesionales, en lugar de hacerlo hacia quienes son los verdaderos artífices de la misma, las/os políticas/os, al impedir la participación activa de la comunidad en la toma de decisiones, lo que finalmente provoca una tormenta perfecta de inestabilidad, confusión y confrontación.

Este escenario, por otra parte, es aprovechado por quienes, en lugar de hacer propuestas de mejora y cambio desde la oposición, como sería su obligación, se dedican a sacar rédito político del mismo atacando con descalificaciones lo que requiere de consensos y sentido común. Políticos que tal como expresó Friedrich Nietzsche[2] “dividen a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos; en segundo, enemigos”. Pero, claro está, eso sería tanto como pedir que entendiesen lo que significa tener una mirada de Estado en lugar de hacer de su mirada el estado de interés particular o partidista, convirtiendo “la política en el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos”, como dijera Louis Dumur[3].

Todo ello acaba por generar hartazgo, desinterés, rechazo… hacia la Política que no hacia quienes la manipulan y se benefician de ella. Tal como dijo Georg C. Lichtenberg[4] “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.

Confundir la Política con los políticos es, además de erróneo muy peligroso, porque sin Política no es posible generar políticas que propicien estrategias de cambio y de progreso. Sin Política, no se logran los consensos imprescindibles para fortalecer la educación, la salud o la justicia. Sin Política, se reduce todo a la búsqueda del poder ideológico que no de ideas. Sin Política se utilizan y mediatizan las decisiones para obtener beneficios políticos que no sociales. Sin Política, se manipula y controla la voluntad ciudadana que no la promoción de la participación comunitaria. Sin Política se reduce todo al voto útil que no a la utilidad del voto. Sin Política se busca el poder personal que no el empoderamiento comunitario que se identifica como una amenaza al mismo. Sin Política se estigmatiza la ideología en lugar de respetar la diferencia ideológica. Sin Política resurgen los radicalismos que tratan de controlar la libertad en lugar de favorecer las libertades. Sin Política las diferencias son identificadas como una amenaza que hay que erradicar en lugar de una riqueza que hay que potenciar. Sin Política se favorecen los abusos y la corrupción en lugar del respeto y la transparencia.

Trasladar los ataques hacia la Política identificándola como el mal de todos los males es precisamente lo que hace que la Política deje de ser lo que tiene que ser. Lamentablemente es pervertida en manos de quienes dicen ser servidores públicos cuando realmente lo que hacen es servirse públicamente de la Política para lograr sus fines en una impúdica y reprobable actitud egoísta desde la que cualquier acción o actuación es reconocida como válida siempre que sirva para lograr sus fines, los de quienes dicen ser políticos/as sin saber lo que es y significa la Política o lo que es peor, sabiéndolo, pero ignorándolo.

El cambio del Sistema de Salud para lograr una atención cercana, de calidad, equitativa, integral, integrada e integradora, alejada de intereses corporativistas, centrada en la población y la salud y no la enfermedad, planificada y no improvisada, que dé respuesta a las necesidades reales y sentidas y no a los intereses de quienes lo gestionan, participativo y no paternalista, centrado en los cuidados y desmedicalizado… requiere de Política que permita, articular, coordinar, estructurar, planificar… políticas en las que estén integrados la salud y los cuidados. Que invierta lo necesario para revitalizarlo y no tan solo lo suficiente para mantenerlo en precario. Que se dote de los profesionales necesarios y cualificados en cada caso y contexto según las necesidades identificadas y no en base a cuotas de poder o de interés corporativo, racionalizando en lugar de racionando. Que respete y cuide de sus profesionales al tiempo que exija lo mejor de ellos. Que separe el interés de los políticos de la gestión para evitar convertir al sistema de salud en un escenario más del combate de las/os políticas/os en el que lo que menos interesa es la Política y la Salud. Que la Salud sea identificada y respetada como un derecho fundamental equitativo y garantizado y no como una opción en función de los recursos que tengan las personas para acceder a ella, alimentando con ello la voracidad privatizadora. 

Política que promocione, pero también planifique convenientemente y con criterios de calidad y de necesidad, la formación de profesionales cualificados y competentes para dar respuesta a la comunidad y no tan solo a las organizaciones sanitarias como parte de un sistema de salud politizado al tiempo que paradójicamente alejado de la coherencia política que se precisa.

Política que ordene las profesiones respetando las competencias y las responsabilidades de las mismas, que impida el desorden y el caos académico y de atención a la salud en base a presiones y a intereses que buscan el oportunismo y el rédito político del momento sin importar ni valorar las consecuencias de decisiones caprichosas que acaban en ocurrencias que tan solo consiguen innecesarios enfrentamientos entre profesionales, evitables confusiones competenciales y supuestas y puntuales reducciones de costes que acaban en una menor calidad de atención y un coste global mayor a medio y largo plazo, es decir, lo que se conoce como ahorrar en el chocolate del loro.

Política que identifique y ponga en valor las aportaciones específicas a la salud y no tan solo a la enfermedad, más allá de los lobbies de poder económico o corporativo.

Política que permita identificar la salud como un bien común y no como un fin político con el que beneficiarse.

Política de Salud y Salud Política para lograr un Sistema eficaz al tiempo que eficiente.

Por todo ello dejemos de identificar a la Política como el principal mal de la Salud y la Sanidad y reconozcamos que ir contra la Política es ir contra aquello que realmente puede lograr que mejoren. Se trata, por tanto, de identificar a quienes dicen hacer Política cuando lo único que hacen es servirse de la Política.

Pero también es fundamental que aquellas enfermeras que, teniendo ideas, ideales, compromiso, conocimientos, voluntad de servicio público… identifiquen la Política como un ámbito de actuación desde el que sin duda pueden aportar una atención a la salud y a la comunidad valiosa y necesaria sin olvidarse de lo que son, representan y pueden aportar como enfermeras en Política y no como políticas. Porque si no pasará lo mismo que, lamentablemente, sucede en muchas ocasiones con las enfermeras docentes, que por el hecho de ejercer su actividad en la Universidad olvidan o renuncian a lo que son, enfermeras, al identificarse como profesoras, olvidándose, ocultando o ignorando que si son profesoras en la Universidad es porque son enfermeras.

Como enfermeras debemos también cuidar de la Política para dignificarla y aportar nuestra mirada específica a las políticas.

Si caemos en la trampa de pensar que la Política es la causante de “nuestros” males y la estigmatizamos y despreciamos nunca seremos capaces de participar en la generación de políticas de salud en las que la perspectiva enfermera se incorpore a ellas como parte fundamental de su desarrollo posterior y de beneficio común para quienes van dirigidas.

Las enfermeras no podemos ni debemos quedarnos al margen de la Política. Al contrario, debemos integrarnos en Política en sus muy diferentes ámbitos y escenarios para desde ellos aportar nuestros cuidados profesionales a las políticas de salud. No hacerlo es un prejuicio para la salud comunitaria que ni podemos ni debemos dejar que suceda. Por ello no hay que contemplarlo tan solo como una opción si no como una obligación que tenemos que asumir como parte de nuestras competencias, la competencia política.

No permitamos, tal como dijo Marco Aurelio Almazán[5] que “la política sea el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa” y metámonos en Política para hacer aquello que nos importa y de lo que sabemos realmente las enfermeras.

Hacer Política no supone, en sí mismo ser política/o, o al menos no serlo exclusivamente. Uno cuando hace deporte es deportista exclusivamente, cuando escribe, no se es escritor exclusivamente, cuando investiga no se es investigador exclusivamente, pero aporta al deporte, al conocimiento o la ciencia, como lo hace quien implicándose en política aporta en su ámbito de competencia o conocimiento. Porque más allá de lo que se haga o dónde se haga, lo realmente importante es lo que somos y lo que nos sentimos, es decir, enfermeras. Olvidarlo es negar la enfermería y a las enfermeras y caer en la trampa del interés político, al abandonar el servicio que desde la Política se puede hacer, para abrazar el oportunismo personal o partidista de la política, con minúscula, mezquina, mediocre, partidista, reduccionista, ideológica, reaccionaria, revanchista… en la que algunas/os se instalan como forma de vida y de negocio, tal como apuntara  Edmond Thiaudière[6] cuando identificaba “la política como el arte de disfrazar de interés general el interés particular”.

Pretender que los cambios necesarios se pueden hacer al margen de la Política es tanto como negar su existencia y con ello la capacidad de que dichos cambios sean posibles.

Pretender que los cambios necesarios se puedan hacer al margen de las enfermeras es tanto como resistirse o negar la posibilidad de hacerlos reales para prestar la atención de calidad y calidez que la sociedad precisa y que la Política y las enfermeras estamos en disposición de ofrecer.

No hay, por tanto, posibilidad de cambios eficaces, efectivos y eficientes en el Sistema Nacional de Salud, sin Política y sin enfermeras. Sería bueno que las/os políticas/os lo tuviesen claro y cambiasen sus actitudes para permitir que fuese una realidad que va mucho más allá del deseo o la demanda puntual.

Parafraseando a John F. Kennedy[7] “Si hubiera más políticos que supieran de enfermería, y más enfermeras que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor” (“Si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor”).

No se trata, finalmente, de una carta a los Reyes Magos, con peticiones utópicas o imposibles. Se trata de una exigencia real y realista que requiere respuestas coherentes políticamente posibles.


[1] Primer ministro de Francia entre 1944 y 1946.

[2] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX

[3] Escritor y periodista francés.

[4] Científico y escritor alemán.

[5] Escritor y diplomático mexicano.

[6] Escritor y filósofo francés

[7] Político y diplomático estadounidense que se desempeñó como el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos.

CUENTO DE NAVIDAD, CUENTO DE ATENCIÓN PRIMARIA

 “La mayoría de las cosas importantes en el mundo han sido logradas por personas que han seguido intentándolo cuando parecía no haber ninguna esperanza”.

Dale Carnegie[1]

 

Ana es enfermera comunitaria y desde hace más de 35 años trabaja en un centro de salud. El mismo que ayudó a montar al inicio de la Atención Primaria en España. Cuando la Atención Primaria era una gran desconocida que se miraba con recelo y se evaluaba con cierto desprecio por entender que era un entorno de atención menor y sin proyección profesional.

Ana se incorporó, tras aprobar las primeras oposiciones que se convocaron en España para puestos de enfermeras de atención primaria en base al Real Decreto 137/1984, de 11 de enero, sobre estructuras básicas de salud que establecía los principios normativos generales conforme a los cuales sea posible la creación y puesta en funcionamiento de Zonas de Salud, a las que se atribuyen funciones integradas de promoción, prevención, asistencia y rehabilitación dirigidas tanto al individuo, aisladamente considerado, como a los grupos sociales y a las Comunidades en que se insertan quienes por otro lado participan activamente a lo largo de todo el proceso sanitario[2]. Lo hizo con ilusión, al tiempo que, con incertidumbre, dado que se trataba de un nuevo modelo del que poco o nada se sabía, pero para el que se formó y trabajó desde la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria a la que se asoció cuando se creó y a la que sigue perteneciendo.

El transcurrir de los años hicieron que Ana pasara por diferentes fases de ánimo, esperanza, ilusión, pero también de desánimo, frustración e incluso de ganas de abandonarlo todo y emprender un nuevo proyecto. Pero finalmente le pudieron más las ganas por recuperar aquello en lo que creía, que tirar la toalla.

Próximas las vacaciones de una nueva navidad atípica, por obra y gracia de la pandemia, Ana se encuentra a la espera de conocer el resultado del examen que realizó el pasado día 11 y que durante tanto tiempo estuvo esperando para lograr ser, bueno no, para logar obtener el título de especialista en enfermería familiar y comunitaria, porque serlo ya lo es. No es que le haga falta para hacer lo que está haciendo desde hace tantos años y para lo que es sobradamente competente. Pero es como un reto personal que quiere logar y porque considera que es algo que merecen las residentes a las que tutoriza, aunque a ellas lo que verdaderamente les ha aportado Ana es su conocimiento, fuerza, valor, convicción, orgullo de ser y sentirse enfermera comunitaria al margen de poseer un título por muy oficial e importante que pueda ser o parecer.

Como tantos otros días Ana inicia una jornada más en el Centro de Salud, ahora que ha retomado cierta normalidad que la pandemia y quienes gestionan la sanidad cortaron de raíz, en un caso por los contagios que provocaba y en otro por la ignorancia y la torpeza de quienes tomaron decisiones en contra de la Atención Primaria y su actividad. Pero ella siempre dice que no hay días iguales, que todos ofrecen nuevas experiencias y realidades que afrontar con las personas y las familias a las que atiende. Personas y familias que son parte de su vida porque las ha visto nacer, crecer, evolucionar, luchar, sufrir, alegrarse… a lo largo de sus diferentes ciclos vitales, con sus anhelos y sus sueños, sus logros y sus fracasos, sus alegrías y sus tristezas, sus certezas y sus dudas, sus amores y desamores, sus victorias y sus derrotas, sus pérdidas y sus duelos… como parte de sus procesos de salud en los que ha intervenido, tanto individualmente como en el entorno familiar, tratando de dar respuesta puntual a las necesidades que le planteaban o que requería identificar. Respuestas desde los cuidados profesionales que aprendió a consensuar con ellas huyendo de la estandarización formal y normotípica recogida en los manuales que sirven como referencia pero no como dogma de fe, pues aprendió que los cuidados son una realidad compleja, no lineal y en constante evolución que requieren ser adaptados a la realidad individual y exclusiva de cada persona atendida, por mucho que en el problema de salud por el que les atiende confluyan patologías que responden a indicaciones en este caso si estandarizadas, como la diabetes, la hipertensión o la obesidad. Pero es que ella atiende personas que sufren, viven, trabajan, conviven… con esas patologías y que por tanto afrontan de desigual manera en base a las expectativas, valores, vivencias, debilidades, fortalezas, recursos… que cada persona tiene o es capaz de lograr. Por eso ha aprendido también que necesita tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, para prestar los cuidados profesionales, a pesar de que la institución para la que trabaja siga invisibilizando su aportación singular al dar más importancia a la técnica que al cuidado. A pesar de que algunas/os compañeras/os consideren que no vale la pena ese esfuerzo y prefieran instalarse en la ética de mínimos en contraposición al valor ético que aporta Ana para poner su competencia al servicio de todos y de todo, a pesar, precisamente, de todos y de todo.

Y con ese compromiso, con esa actitud, afronta Ana esta nueva jornada. Y lo hace, como siempre, con alegría, con una sonrisa permanente, con disposición y disponibilidad, pues como ella dice, nadie merece ser receptora de sus preocupaciones, su rabia contenida o su angustia acumulada, que ha aprendido a gestionar como ha hecho también con el tiempo del que dispone y que es el mismo para todo el mundo. Finalmente planifica sus emociones y su tiempo para dar la mejor respuesta posible a las emociones y el tiempo requerido por las personas a las que atiende.

Empieza por repasar su agenda y sus compromisos adquiridos. Los que tiene en su consulta y los que debe atender en los hogares de las familias o en algunos espacios comunitarios. Además, claro está, de las ineludibles obligaciones cotidianas de técnicas que, como tantas otras cosas, se disfrazan eufemísticamente con denominaciones tan singulares como la de actividades comunes.

En primer lugar, atiende la Consulta, su consulta, que es espacio de escucha activa y de complicidad con la salud, entre ella y las personas que acuden a ella. De complicidad que no de dependencia. Porque Ana se ha esforzado desde el principio en trasladar la importancia del autocuidado, de la autonomía, de la autogestión y la autodeterminación de las personas, respetando y atendiendo a su cultura, su educación, sus valores y sus creencias, adaptándose a ellas para tratar en todo momento que el afrontamiento que la persona deba hacer a su problema de salud sea el más efectivo en base a sus recursos personales, familiares, sociales y comunitarios. Abordando los problemas no desde la enfermedad sino desde la recuperación de la salud y el bienestar a través de una atención integral, integrada e integradora que al principio les cuesta entender al seguir creyendo que la enfermedad es lo más importante. Sin embargo, Ana, la sitúa en un segundo plano y hace énfasis en saber cómo se sienten y conocer cuál es su entorno, en lugar de hacerlo en los síntomas y la medicación que, sin dejar de atender a ellos, los integra en todo el proceso. Identificando fortalezas para sacar el mayor provecho de ellas y tratando de minimizar o superar las debilidades. Haciendo seguimiento de sus logros y ayudando a superar los “fracasos” para que aprendan de ellos y logren la capacidad de controlarlos. Sin generar falsas expectativas, pero animándolos en todo momento a superarse día a día. Finalmente, la satisfacción compartida de alcanzar los objetivos que les permite ser responsables de sus procesos no supone, en ningún caso, la pérdida de contacto cuando este es demandado por ellas. Pero dejan de acudir de manera sistemática a su consulta y tanto Ana como las personas que lo logran lo celebran como merece y corresponde. Como dice Ana, quiere estar pendiente de todas las personas que acuden a su consulta, pero no quiere que sean dependientes de ella.

Una consulta de puertas abiertas, tanto para entrar como para salir de ella, sin que suponga un reducto asistencial, sino un recurso de atención personal e individualizada.

Cuando acaba de atender a las personas que tiene programadas y aquellas que por muy diferentes motivos han acudido a hablar con ella, se prepara para ir a diferentes domicilios que tenía programados. Se trata de intervenciones familiares en el domicilio, alejándose de la habitual visita domiciliaria para atender la úlcera, la diabetes o a hipertensión. Ana tiene claro que es necesario hacer intervenciones integrales en y con la familia que permitan abordar las muy diversas situaciones de salud que se generan en dichos entornos privados a los que acude y a los que le invitan a entrar y compartir la intimidad de ese espacio tan exclusivo. Sabe que ella es la invitada que ese no es su espacio natural, como el de la consulta, y que por tanto debe reconocer y respetar sus dinámicas, observando y no interpretando, valorando y no criticando, escuchando y no tan solo oyendo… identificando cada mínimo detalle que pueda significar una oportunidad de mejora, de ayuda, de apoyo en los procesos vitales de cada miembro de la familia a nivel individual, pero también de la familia como grupo que vive, convive y es receptor de los problemas que cada uno de sus miembros pueda tener y se comparten o rechazan en base a los vínculos, relaciones o roles existentes y de los valores, normas o creencias que conforman ese microespacio comunitario de cuidados en el que resulta complejo, pero necesario intervenir para tratar de establecer equilibrios que permitan afrontar las diferentes situaciones de salud que se comparten, articulando los cuidados familiares con los profesionales. Pero Ana sabe que debe hacerlo sin que su intervención sea identificada como una intromisión. Son procesos largos, continuados en el tiempo, en los que no caben recetas magistrales ni planes estandarizados, sino respuestas que obedezcan a cada momento, demanda o necesidad puntual. De la capacidad de generar un clima de confianza dependerá que las puertas de ese hogar sigan abiertas para Ana o que se cierren, aunque pueda seguir entrando físicamente. No se trata de visitar si no de intervenir e interrelacionar.

Cuando Ana sale del último domicilio, se dirige a uno de los Colegios de Educación Infantil y Primaria existentes en la Zona Básica de Salud, para reunirse con el claustro de docentes y la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) con el fin de planificar las próximas actividades a desarrollar tras las vacaciones de navidad, en el centro educativo en base a las necesidades identificadas por ellos como principales agentes de salud. Ana conoce la importancia de coordinación y articulación que ella, como referente del Centro de Salud en el Colegio, tiene. Se trata, como en anteriores ocasiones, de consensuar y definir los objetivos, priorizarlos, marcar los tiempos para desarrollarlos, identificar las/os responsables para cada fase del proceso, diseñar los indicadores de evaluación e implementar la actividad. Ana participará en algunos momentos del proceso junto a otras/os compañeras/os del Centro, cuando su intervención sea necesaria, pero huyendo del protagonismo y dejando que el mismo recaiga tanto en las madres y los padres, como en el equipo docente, el de apoyo del colegio y en el propio alumnado. Esta participación colectiva y planificada, permite no tan solo favorecer hábitos y conductas saludables de quienes conforman esa pequeña comunidad escolar, sino también que el Colegio como entorno comunitario sea también, en su conjunto, saludable.

El Ayuntamiento es su próximo destino antes de regresar al Centro de Salud. Ha concertado una reunión con la concejala de Sanidad y la alcaldesa a fin de abordar diferentes temas relacionados con el servicio de atención domiciliaria que oferta el Ayuntamiento. Ana considera imprescindible establecer una adecuada coordinación entre tan importante servicio municipal y la atención que desde el Centro de Salud prestan las enfermeras comunitarias, con el fin de evitar duplicidades, eliminar contradicciones e impedir olvidos, que influyen muy negativamente tanto en la continuidad de cuidados como en la calidad percibida de los servicios prestados desde el Ayuntamiento y el Centro de Salud. Servicios compatibles que no excluyentes, pero que precisan de una coordinación que respete los espacios y favorezca el entendimiento, potenciando positivamente los resultados obtenidos de dicha colaboración.

Ya en el Centro de Salud, Ana se dispone a participar en la reunión de equipo en la que compartirá algunas de las gestiones que ha realizado durante su jornada y que requieren de la participación de otras/os compañeras/os. Así mismo deberá estar atenta a lo que se plantee en otros aspectos a fin de saber si tiene que incorporarse en alguna actividad planteada por otras/os profesionales.

Se trata del último día de trabajo antes de las vacaciones de navidad que Ana va a lograr disfrutar después de muchos años en los que no había podido hacerlo. Resulta, por tanto, importante dejar todo registrado para que quien vaya a sustituirle no tenga problemas a la hora de realizar su trabajo. Por respeto a quien se incorpore y a la población que de ella depende, es importante que todo quede debidamente reflejado.

Ana se despide de todas/os sus compañeras/os hasta el próximo año. El día 2 de enero regresará de nuevo, con renovadas energías y con la ilusión de que la Atención Primaria en la que ella cree no siga siendo una cuestión de voluntarismo, sino una organización adecuadamente planificada y bien dotada para ofrecer la mejor atención de salud a la comunidad. Es un deseo que se repite desde ya hace demasiado tiempo, tras la deriva que ha tomado en las últimas décadas la Atención Primaria. Ana sigue creyendo en los Reyes Magos y sigue escribiéndoles año tras año en idéntico sentido con la esperanza viva de que puedan finalmente hacer realidad su deseo que, por otra parte, es compartido por otras muchas enfermeras y profesionales de Atención Primaria.

Cuando se dispone finalmente a abandonar el Centro de Salud, la administrativa le llama para decirle que debe ir urgente a un domicilio. Ana no se lo puede creer, justo en el momento en que iba a iniciar sus vacaciones le surge una urgencia. Pero se trata de una de las personas a las que está cuidando en su domicilio y no puede poner escusas ni derivarlo a otra/o compañera/o. Le extraña porque estaba muy bien la última vez que fue a su casa y la administrativa no ha sabido decirle el motivo de la urgencia, pues le comenta que su hija estaba muy nerviosa.

Así pues, Ana, se dirige al domicilio indicado. Cuando llega se sorprende al ver a la hija esperándole en la calle. Le pregunta por lo que pasa y Puri, que así se llama, le dice que no es nada urgente pero que antes de que se vaya de vacaciones quiere que vea a su madre para quedarse tranquila y que había bajado a recoger una cosa del supermercado y por eso la ha encontrado en la calle. A Ana, este tipo de conductas no le gusta y así se lo dice a Puri, quien ni tan siquiera se da la vuelta mientras abre la puerta que da acceso al recinto de la urbanización donde vive. Ana está extrañada por la actitud de Puri, pero ya no insiste. Finalmente, Puri abre y accede al gran patio central y entonces girándose le dice a Ana, esto es algo que queríamos que te llevaras de vacaciones y al traspasar la puerta, se encontró con una gran cantidad de gente conocida que aplaudiendo recibió a Ana con una copa en la mano y en torno a una pancarta que ponía “Ana, haces que lo difícil sea alcanzable y que la salud sea posible. Gracias por cuidarnos y enseñarnos a cuidar. No eres nuestra heroína, eres nuestra enfermera”.

Ana no se lo podía creer, no daba crédito. No sabía por qué esa muestra de agradecimiento por hacer lo que ella quería y debía hacer como enfermera.

Pero Puri, acercándose le dijo: Perdona por engañarte y robarte el inicio de tus vacaciones, pero queríamos compartir contigo nuestro agradecimiento de idéntica manera que tu compartes tu trabajo con nosotras/os, con alegría y celebrándolo. Llévate contigo esta muestra de cariño y de respeto. Sabemos lo que es y supone ser enfermera gracias a ti. Feliz Año Nuevo.

Así acabó su jornada y así inició las vacaciones Ana, que recordó una frase del libro “El coronel no tiene quien le escriba” de Gabriel García Márquez[3]

“La ilusión no se come -dijo ella. No se come, pero alimenta -replicó el coronel”

 

Esta es una historia que me gustaría que fuese real y que considero estamos en disposición de que lo sea si realmente seguimos creyendo en los Reyes Magos y en la Enfermería.

Hasta aquí esta nueva entrega de reflexiones del Blog “Enfermeras Comunitarias”. Espero que el Nuevo Año y la pandemia nos permitan seguir compartiendo reflexiones desde las que construir la enfermería que merecemos pero que, sobre todo, merecen las personas, las familias y la comunidad.

Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo

 

[1] Empresario y escritor estadounidense de libros que tratan sobre relaciones humanas y comunicación eficaz..

[2] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1984-2574

[3] Escritor y periodista colombiano.

ATAQUE A LA DIGNIDAD ENFERMERA. Prueba extraordinaria de acceso al título de especialista de enfermería familiar y comunitaria

Prueba extraordinaria de acceso al título de especialista de enfermería familiar y comunitaria

Cualquier hombre o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará.

Nelson Mandela[1].

Durante más de diez años hemos estado trabajando intensamente tratando, con diferentes equipos ministeriales, de desbloquear una situación que resultaba totalmente injustificada, injusta y humillante para las enfermeras comunitarias. La inmensa mayoría de ellos demostraron una total falta de empatía disfrazada de buenas palabras, excusas imposibles y una ausencia de voluntad política insultante. Tan solo el equipo de la Ministra Carcedo, con el Secretario General de Sanidad, Faustino Blanco y el Director General de Ordenación Profesional, Rodrigo Gutiérrez, mostraron sensibilidad e interés en desbloquear una situación tan inaudita como lamentablemente real. Fue con ellos con quienes las dos sociedades científicas, Asociación de enfermería Comunitaria (AEC) y la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primara (FAECAP), se logró desatascar el colapso de expedientes acumulados durante años en el Ministerio de Educación pendientes de evaluación. La aportación totalmente desinteresada pero comprometida e implicada de profesionales de ambas Sociedades Científicas, permitió evaluar en pocos meses lo que llevaba 10 años bloqueado en el Ministerio.

Salvado el principal escollo para convocar el examen, tan solo quedaba la voluntad real de hacerlo. En esos momentos se nos trasladó a ambos presidentes de AEC y FAECAP la posibilidad de un aprobado general, al que nos negamos ambos por coherencia, ética y sentido de la responsabilidad. No queríamos que se vendiese que se regalaba el título de especialista y no podíamos permitir que se devaluase la especialidad y que se crease un agravio comparativo con el resto de enfermeras que optaron al título en otras especialidades. Pero sí que trasladamos que se debían tener en cuenta las especiales circunstancias que afectaban a la citada prueba y a las que indudablemente eran ajenas las enfermeras comunitarias, por lo que solicitamos la realización de una prueba objetiva, justa y ajustada a la realidad, por no tratarse de un examen eliminatorio ni que diese acceso a ninguna plaza o complemento económico.

El abandono del citado equipo del Ministerio de Sanidad por razones que sin duda no se correspondían con las personales esgrimidas por los cesantes, provocó un nuevo y desquiciante paréntesis en el que la ausencia de comunicación e interés fueron las constantes que volvieron a distinguir a las/os nuevas/os inquilinas/os ministeriales.

Por su parte en el Ministerio de Educación miraban para otro lado y utilizaban el manido mantra de la falta de decisión del Ministerio de Sanidad que era idéntico al que este utilizaba en referencia al Ministerio de Educación. Es decir, marear la perdiz y no tomar decisión alguna.

Tras mucho insistir las dos Sociedades Científicas lograron arrancar del Director General de Universidades y de la Subdirectora General de Títulos, el compromiso de convocar la prueba. Prueba que propusieron convocar, ahora creo que, con absoluta intencionalidad, coincidiendo con el inicio de las campañas de vacunación COVID que recaían precisamente en las enfermeras comunitarias que mayoritariamente tenían que presentarse a la prueba. El tema de hacerlo online no hubo manera de negociarlo al haberlo decidido unilateralmente. Aunque solicitamos se extremasen las garantías de imparcialidad, confidencialidad y accesibilidad. Pedimos se retrasase la prueba para que no coincidiese con la citada campaña y para que las enfermeras tuviesen un mayor tiempo de preparación. Aceptaron hacerlo y se quedó en convocarla para antes de las vacaciones de verano, al tiempo que nos aseguraron una comunicación permanente sobre la gestión del proceso.

Huelga decir que la comunicación prometida, como todo aquello que prometen, quedó en un mero formulismo de consuelo que nunca se concretó en información alguna por su parte. Tan solo la insistencia reclamando noticias logró conocer lo que realizaban sin consenso alguno con las sociedades científicas.

Trasladamos la posibilidad de participar, con las máximas garantías de confidencialidad e imparcialidad, en la elaboración del examen, aportando socias/os de nuestras respectivas Sociedades Científicas. Nuevamente las buenas palabras quedaron en nuevas mentiras que nunca se concretaron.

A estas alturas desconocemos quienes han participado en la elaboración de la prueba, pero han logrado justamente lo que estamos tratando de evitar las Sociedades Científicas desde hace años, es decir, evitar la confrontación entre especialistas y no especialistas, al dejar en el aire la sospecha de una “vendeta” de las actuales especialistas EIR por entender que a estas enfermeras no se les puede “regalar” el título. Una gran aportación por parte de las/os máximas/os responsables de los ministerios a la disciplina enfermera.

Se realizó la convocatoria y en la misma se configuró una Comisión Evaluadora titular y suplente en las que la presencia de enfermeras ha sido meramente testimonial, con repetición de personas como miembros de la Comisión Titular y la Suplente, que se solicitó corregir y que, por supuesto, no consideraron en ningún momento aduciendo que era legal su composición. Sin pensar que no tan solo la legalidad es necesaria, que hace falta ética y estética a la hora de tomar decisiones.

Con estos mimbres, evidentemente, la cesta nunca podía salir bien. Y eso es lo que sucedió el sábado día 11 de diciembre con importantes deficiencias tanto en las conexiones como en la comunicación con el soporte técnico. Con filtraciones del examen realizado a primera hora que circuló por mensajes de telegram entre examinandos, o vídeos con el examen… todo un alarde de seguridad, imparcialidad y buen hacer!!! Y sin que ello sea en ningún caso una excusa para exculpar a quienes actuaron con tan denunciable y deplorable actitud que para nada representa a la mayoría de las enfermeras que se presentaron.

¿Tan difícil resulta tener un poco de empatía? ¿Tanto les costaba tener un poco de sensibilidad, de sentido común, de coherencia? Porque escudarse ahora con que el examen lo pusieron enfermeras y que son ellas las que decidieron cómo hacerlo, es además de una manifiesta cobardía, una clara demostración de que nunca les importó lo que se hiciera o sucediera. Para ellos era un trámite, una patata caliente que no sabían cómo sacarse de las manos sin quemarse, sin darse cuenta que se han abrasado en su intento de inhibirse.

Enfermeras a las que no tan solo han ignorado, si no a las que han atacado en su dignidad personal y profesional con su actitud zafia y su desprecio, al tratarlas como una mera instancia administrativa sin tener en cuenta lo que durante casi dos años vienen soportando en sus lugares de trabajo. Queda claro que su falsa y mediática identificación de las mismas como heroínas era una pose más para su estabilidad en los puestos. El movimiento se demuestra andando y ustedes no tan solo no avanzan si no que retroceden y en su retroceso arrastran lo que después tratan de enmendar con buenas palabras como las que trasladan en el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, al hacer un nuevo brindis al sol cuando hablan de dar valor a las enfermeras comunitarias. ¿Esta es su manera de hacerlo?

Si tuviesen, o les quedase un mínimo de vergüenza dimitirían. Pero mucho me temo que al igual que el verbo planificar el dimitir no saben conjugarlo y por ello no son capaces ni de planificar ni de dimitir.

No se han parado tampoco a pensar que las enfermeras que querían acceder a la especialidad lo hacían por ilusión y orgullo de tener el título, pues el mismo no les otorga ningún privilegio ni laboral ni económico. Pero ni tan siquiera esto son ustedes capaces de identificar en su soberbia político administrativa. Van a pasar a la memoria colectiva como los causantes de una afrenta sin precedentes que estoy convencido no hubieran sido ni tan siquiera capaces de pensar hacer para con otros profesionales. ¿Qué les hemos hecho las enfermeras para que se ceben de esta manera con nosotras? ¿Tanto les molestamos?

Por lo que respecta a las enfermeras, aprovechar esta ocasión para desenterrar el hacha de guerra e iniciar un nuevo proceso de caínismo, sería un gravísimo error que no podemos ni permitirnos ni tolerar. Por una parte, lo que haya sucedido no puede ni debe imputarse a las enfermeras que han asistido con paciencia infinita a que llegase esta prueba. La forma en que se ha desarrollado es única y exclusivamente responsabilidad de quienes tenían la competencia y la capacidad, al menos en apariencia, de hacerlo, es decir, los responsables de los ministerios de sanidad y universidades. Por otra parte, atacar a las Sociedades Científicas o pretender que sean las únicas que solucionen este desastre es una irresponsabilidad que tampoco debemos consentir que suceda. La madurez de una disciplina está directamente relacionada con la fortaleza de sus sociedades científicas y dicha fortaleza se obtiene con la incorporación, en este caso de enfermeras comunitarias a dichas sociedades científicas. Exigir, reclamar, reivindicar desde fuera que actúen, tan solo obedece a una absoluta y reprochable falta de implicación y compromiso que tiene una sencilla y necesaria solución. De las enfermeras depende.

Esta es una opinión personal y no representa, ni hagan intención de relacionar, con la Sociedad Científica a la que me honro en presidir y a la que también han ninguneado y atacado con su mísera actitud, sea esta por acción u omisión, pues en ambos casos es imperdonable, criticable y merecedora de consecuencias que vayan más allá de nuevas, pero falsas palabras con las que tan solo pretendan ocultar sus miserias.

Hoy que aventuraba podía ser un día alegre y de celebración, lo han convertido en un mísero recuerdo que perdurará durante mucho tiempo en nuestra memoria y del que nos costará desprendernos gracias a su patética y mediocre gestión de algo que llevaba pendiente más de 10 años. Este es su legado político. Como para sentirse orgullosos.

Para rematar tan lamentable actuación, el próximo día 20 se ha montado un acto en el Ministerio de Sanidad, me temo que más por el interés y la presión de quienes han sido portavoces del movimiento Nursing Now que por interés e iniciativa del propio Ministerio y sus máximos representantes, en el que nuevamente oiremos cantos de sirena, elogios, alabanzas, halagos, dichos con palabras tan grandilocuentes como huecas de sentimiento y emoción. Se apresurarán a ponerse medallas por lo mucho que están trabajando por la enfermería y las enfermeras. Nos deleitarán con un rosario de propuestas y de acciones que tan solo serán reconocidas por quien las traslada. Nos prometerán el cielo si hace falta.  Y todo ello mientras la Atención Primaria languidece o se lleva una muerte segura, se ataca a la enfermería y a las enfermeras con permanentes olvidos o directamente con decisiones que limitan o anulan su desarrollo. Ignorando los cuidados profesionales que han hecho posible que la pandemia que estamos pasando se haya afrontado con un éxito que está muy lejos de lo que su gestión ha permitido. Nos volverán a aplaudir sin convicción pero con oportunismo. Un Nursig Now que la pandemia ha permitido al Ministerio y a otros muchos responsables sanitarios y políticos, ocultar sus miserias y su falta de voluntad para visibilizar a las enfermeras. Para ellos Enfermería Ahora sigue siendo Enfermería Nunca.

¿Irán al Ministerio a congratularse por haber celebrado la prueba extraordinaria?

¡¡¡Son capaces!!!! Por qué no, ¿verdad?

[1] Abogado, activista contra el apartheid, político y filántropo sudafricano que presidió el país de 1994 a 1999.

¿LAS TIC HAN VENIDO PARA QUEDARSE?

                                                       “La tecnología no es nada. Lo importante es que tengas fe en la gente, que sean básicamente buenas e inteligentes, y si les das herramientas, harán cosas maravillosas con ellas”.

Steve Jobs[1]

 “La tecnología ha venido para quedarse” se oye de manera repetida como un mantra desde que la pandemia irrumpiera en nuestras vidas acompañada de las tecnologías de la información.

Para empezar, habrá que puntualizar que las tecnologías, que no las nuevas tecnologías que ya son más bien viejas, ya estaban aquí antes de que la pandemia decidiera instalarse entre nosotros, ella si como nueva, aunque en ningún caso deseada ni esperada. Las tecnologías de la información y la comunicación, las TIC, ocuparon el protagonismo y los espacios que la obligada ausencia de presencialidad incorporó para prevenir el contagio generalizado que nos trajo el coronavirus.

En muchos contextos las TIC supusieron una tabla de salvación ante el aislamiento y lograron mantener una comunicación que la distancia y los confinamientos impedían realizar de manera presencial en el trabajo, el deporte, el ocio, las relaciones familiares… Una comunicación online, virtual, telemática, telefónica… a través de plataformas, programas, apps en dispositivos móviles, pantallas de ordenador, tabletas, que se fue haciendo cada vez más familiar y cotidiana, permitiendo mantener una cierta normalidad en una situación de evidente anormalidad.

El trabajo, la educación, el comercio, incluso las relaciones personales de todo tipo (familiares, de amistad, de contactos…), se adaptaron a las TIC. El teletrabajo, hasta entonces residual, pasó a ser una modalidad muy extendida. La docencia, en centros de educación, infantil, primaria, secundaria o universitaria, tuvo que reconvertirse para poder mantener los programas educativos, aunque a costa de sacrificar la presencialidad que les caracteriza, en un tiempo récord con evidentes deficiencias tanto metodológicas como estructurales y de recursos.

Y mientras todo esto sucedía y acontecía cambiando la rutina de millones de personas, la COVID 19 se dedicaba, ella sí desde la presencialidad más descarada y descarnada, a contagiar a todo aquel que se pusiera en su camino. Y esos contagios que aumentaban de manera descontrolada hacían que los centros de salud, los hospitales, las residencias de personas adultas mayores colapsaran y las/os profesionales que trabajaban en ellos redoblaban esfuerzos con evidentes carencias de protección que les convertían en blancos ideales del virus para su mortífero propósito de infección.

La Atención Primaria de Salud, en un sistema asistencialista y medicalizado como el español, fue apartada, desacreditada y desvalorizada, dejándola vacía de contenido y de respuesta, pensando que los hospitales, mal denominados atención especializada, podrían dar respuesta a la pandemia, desde su organización centrada en la enfermedad. Quienes gestionan la sanidad y quienes toman las decisiones políticas jugaron a la ruleta apostando al todo o nada al color y número equivocados y perdieron. Bueno, ellos no, perdieron las/os profesionales y la población.

Las/os profesionales de Atención Primaria vieron como se les negaba la posibilidad de atender a la población, más allá de los casos residuales que acudían a los centros de salud y eran atendidos con equipos de protección rudimentarios o inexistentes con el consiguiente riesgo de contagio, sin poder hacer atención domiciliaria e impidiendo que llevaran a cabo intervenciones comunitarias, generando un aislamiento tan masivo como absurdo, que alimentaba la incertidumbre, el miedo, la angustia y la alarma ante el silencio y la falta de comunicación que se propició.

Se intentó y pretendió que las TIC, que en otros contextos paliaron en parte la incomunicación, también contribuyeran a mantener la interrelación entre las/os profesionales y la ciudadanía, sin entender o ignorando que los cuidados requieren, exigen, de proximidad y contacto para que realmente sean cuidados profesionales como los prestados por las enfermeras en el ámbito comunitario. Se pensó, posiblemente, que al tratarse de un virus que provocaba enfermedad, la salud ya no tenía sentido y por ello el foco se dirigió en exclusiva al templo de las enfermedades, los hospitales, colapsándolos y dando pie a la competición por hacer hospitales de campaña cuanto más grandes mejor, con los que dar respuesta al oportunismo y rédito políticos.

Pero el dolor, el sufrimiento, la muerte, la ansiedad, el desconocimiento, la angustia, la soledad… son malas conductoras para la comunicación y los cuidados online. Se producen interferencias, malas interpretaciones, incoherencias que limitan la supuesta y en ocasiones sobrevalorada eficacia de las TIC. Todo ello además de las deficientes instalaciones que para tales menesteres existían en la mayoría de los centros de salud y que dificultaban la comunicación pretendida en tiempo y forma, logrando el efecto contrario al que, hipotéticamente, se perseguía. Si a ello añadimos que las personas que habitualmente más necesidades plantean de atención son quienes mayor brecha digital tienen, tanto en conocimientos como en dispositivos adecuados para llevarla a cabo, el resultado fue de rechazo a la atención residual que se daba desde los centros de salud y que la población, confundida ante la falta de información o el exceso de esta distorsionada, que proporcionaban los medios de comunicación, culpabilizase a las/os profesionales de las carencias y sus consecuencias, focalizando igualmente en los hospitales toda la esperanza a una mal entendida atención salvadora para la que tampoco tenían capacidad de ofrecer las/os profesionales que se veían desbordados ante la avalancha de contagios acompañados de miedo, angustia e incertidumbre que redoblaban los efectos de la ya de por si peligrosa, cuando no mortal, infección vírica, lo que condujo a que se les identificase como heroínas/héroes, más como forma de desviar la atención que de otorgar un valor que ni era nuevo ni mejor que antes de la pandemia. Simplemente era el valor profesional que ahora interesaba visibilizar para ocultar con ello las debilidades del sistema y de quienes lo gestionaban.

Enfermeras y médicos obligados a desplazarse a hospitales sin tener las competencias adecuadas para ello, mientras quedaban sin cubrir demandas y necesidades en el ámbito para el que estaban capacitados. Médicos que trataban de responder telefónicamente a lo que difícilmente tenía respuestas por este medio que además estaba saturado y colapsado. Enfermeras actuando de vigilantes para regular el flujo de entrada en los centros sin ofrecer una información que paliase la confusión de quienes acudían ante la falta de comunicación telefónica, provocando una paradoja constante entre la tecnología fracasada y el aislamiento impuesto. Centros de salud cerrados o con los recursos mínimos para contener que no para atender.

Las TIC, que supuestamente habían llegado para ayudar, fracasaron estrepitosamente en un ámbito como el de la Atención Primaria de Salud, que requiere presencia y no ausencia. Presencia que hubiera podido planificarse, organizarse y articularse con los recursos comunitarios que quedaron igualmente aislados y vacíos de contenido, como juguetes rotos que ya no son capaces de entretener a las/os niñas/os. Agentes de salud, líderes comunitarios, redes sociales vecinales… que fueron ignorados, aislados y silenciados sin posibilidad de actuar allá donde mejor saben hacerlo, la comunidad, mientras veían con asombro no exento de rabia contenida, como las familias padecían, además del aislamiento impuesto, el derivado de la falta de coordinación con los centros de salud. Los barrios se convirtieron en patéticos escenarios que remedaban los desiertos poblados de las películas del viejo oeste americano, en los que ni el sheriff tenía capacidad de intervención para restablecer un orden que no había sido capaz de mantener antes del caos. Una nefasta organización en la que los sheriff sanitarios y políticos se dedicaron a pegar tiros sin saber a qué o a quienes iban dirigidos, pensando que por el simple hecho de disparar ya serviría para algo, sin darse cuenta que no tan solo no resolvía nada si no que provocaba víctimas inocentes como consecuencia de los tiros descontrolados y sin sentido. Las residencias de personas adultas mayores, por su parte, se medicalizaron o simplemente se abandonaron a su suerte convirtiéndose en reservorios de enfermedad y muerte de sus residentes y de miedo, desesperanza y frustración de sus trabajadores que veían como se les ignoraba o menospreciaba.

Fue entonces cuando las TIC, se identificaron como una tabla de salvación a la que agarrarse como forma de corregir la falta de iniciativas que además relacionaban de manera poco argumentada e irreflexiva con el riesgo de contagio como manera de paliar la ignorancia que subyacía a sus decisiones tecnológicas precipitadas y con limitaciones evidentes de recursos que no se paliaban exclusivamente con la compra de material.

En cualquier caso, las TIC se incorporaron y con ellas se limitaron, hasta casi hacer desaparecer, los contactos presenciales en los centros de salud, lo que provocó una distancia cada vez mayor entre las/os profesionales y la población, que se tradujo en muchos casos en respuestas airadas contra quienes tan solo obedecían las indicaciones de gestores y políticos, aunque fuesen en contra de sus planteamientos. Es curioso como la objeción de conciencia tan solo es planteada en aquellos casos en los que puede afectar a determinados grupos o lobbies o utilizada por quienes prefieren situarse en una posición de ambigüedad interesada.

Las TIC, por tanto, emergieron y deterioraron las relaciones allá donde estas son tan importantes como determinantes.

Y como quiera que la ocasión la pintan calva, pues nada mejor que aprovecharla para hacer que las TIC fuesen una alternativa cada vez mayor a la presencialidad en atención primaria, con la excusa de que muchos procesos pueden solucionarse con la eufemística vía de telesalud, como si la salud se pudiese emitir como un telediario, una serie o una telenovela.

No me cabe duda de que las TIC pueden contribuir a mejorar la atención entre profesionales y ciudadanía, pero de igual manera que no tengo duda alguna de que no pueden, en ningún caso, sustituirla. Por tanto, se trata de que sean complementarias y no excluyentes entre sí. Porque si importantes son las Tecnologías de la Información y la Comunicación, no hay que despreciar ni olvidar el necesario Tiempo Intenso de Comunicación directa y presencial. Así pues, tanto las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), como el TIC (Tiempo Intenso de Comunicación), pueden y deben convivir articulando sus ventajas y minimizando sus inconvenientes.

En unos momentos en los que se están reduciendo las plantillas de los centros de salud con la absurda argumentación del control de la pandemia, como si los efectos colaterales provocados por la misma fueran a resolverse espontáneamente y sin atención profesional, las/os sesudas/os gestores sanitarios quieren incorporar las TIC como sustitutas de la atención profesional que no como como ayuda a la misma como demagógicamente se viene trasladando. Con el agravante de que hay profesionales que caen en la trampa tendida creyendo que así mejorarán su actividad.

La introducción de las TIC debe planificarse adecuadamente y siempre con la premisa de que las mismas nunca sustituyan aquello que precisa de una atención directa, integral e integradora que, al menos de momento, las máquinas no son capaces de ofrecer. Los sistemas binarios de la computación no entienden de emociones, sentimientos o valores y, por tanto, sus respuestas tan solo obedecen a complejas y sofisticadas combinaciones matemáticas para crear algoritmos en los que ni la mirada, ni el contacto, ni tan siquiera la calidez de las palabras, pueden ser reproducidas ni transmitidas mecánicamente.

Imaginemos por un momento lo que puede suceder cuando alguien trate de contactar, por ejemplo, con su enfermera:

Buenos días, ha contactado con el Centro de Salud, si el motivo de su llamada es renovar la medicación pulse o diga 1; si quiere pedir cita con su enfermera o médico, pulse o diga 2; si desea solicitar una analítica, pulse o diga 3; si precisa alguna prueba, pulse o diga, 4; si quiere poner un aviso a domicilio, pulse o diga 5; para vacunarse de alguna de las pandemias en vigor pulse o diga 6; para cualquier otra consulta espere y un sanitario le atenderá en cuanto pueda.

En ese momento se activa una música mecánica y repetitiva que o bien acaba con el siguiente mensaje:

  • Lo sentimos, en estos momentos todos nuestros sanitarios se encuentran ocupados, inténtelo de nuevo más tarde. Muchas gracias… bip, bip, bip, bip

O bien el supuesto sanitario, dado que ahora cualquiera que trabaje en un ámbito sanitario parece que pasa a ser considerado como tal, responde:

  • Buenos días, le atiende el sanitario Julián, ¿en qué puedo ayudarle?
  • Buenos días quería hablar con mi enfermera.
  • ¿Me puede decir el número de su tarjeta sanitaria?
  • Si, espere, por favor… mi número es…
  • Perfecto Sra. Martínez, pues su enfermera hoy se encuentra haciendo el control del Sintrom, mañana tiene retinografías, pasado mañana hace electros, al otro está de inyectables y curas… no puede atenderla al menos hasta dentro de 10 días y no sé si para entonces le habrán renovado el contrato y de ser así debería volver a llamar. Le apunto y recibirá un SMS y un email con la cita. ¿Desea alguna otra cosa?
  • Pues es que tenía cierta urgencia en hablar con ella y yo no tengo email de ese ni se lo que son los SMS.
  • Si quiere puede enviarle un mensaje de voz de no más de 45 segundos a su whatsapp de consulta enfermera y en cuanto lo oiga le contestará a la mayor brevedad posible. Es lo único que puedo decirle.
  • Bueno gracias, pero tampoco tengo de eso.
  • Pues hable con alguno de sus hijos o con alguien que sepa decirle cómo funciona, porque es la única forma para poder contactar. Aprovecho para informarle que puede acceder al servicio concertado de atención personalizada por un módico precio y será atendida por su enfermera sin demoras. ¿Le interesa? Además, en deferencia a su antigüedad el primer mes le saldría por el 50% de su precio y se le descontaría automáticamente de su pensión sin necesidad de tener que hacer más trámites Sin duda una gran oportunidad. Es un servicio de nuestro Sistema Nacional de Salud a través de nuestra Consejería de Salud.
  • Bueno, en todo caso me lo pienso.
  • Como quiera Sra. Martínez, pero recuerde que la oferta tan solo es válida durante los próximos 15 días. Gracias por su llamada… bip, bip, bip, bip…

 

Tecnología, si, pero con cuidados profesionales insustituibles y necesarios para los que la Comunicación, el Contacto y la Calidez humanos y humanizados deben ser prestados por profesionales como las enfermeras de manera directa, individual y personalizada.

No convirtamos la Atención Primaria de la Salud y Comunitaria en una Atención Binaria de Servicio Computacional.

[1] Fue cofundador y presidente ejecutivo de Apple y máximo accionista individual de The Walt Disney Company.

LA SALUD PÚBLICA QUE TENEMOS vs LA SALUD PÚBLICA QUE QUEREMOS Y NECESITAMOS

A Cristina Francisco Rey[1]

Porque lograr una meta por la que te has comprometido por largo tiempo es uno de los grandes placeres de la vida.

 

“El no querer es la causa, el no poder el pretexto “

Séneca[2]

 

Nunca antes, como en este último año y medio, habíamos oído hablar tanto y a tantos de Salud Pública.

La pandemia provocó un interés inusitado por algo que hasta ese momento era tan solo una referencia administrativa o de utilización rutinaria en informes o discursos, más como recurso para reforzarlos que como convicción en lo que suponía o aportaba su incorporación en los mismos.

Pero antes de seguir considero que es muy importante reflexionar sobre lo qué es, significa o aporta la Salud Pública, más allá de las definiciones oficiales o la idea preconcebida que sobre la misma se ha construido.

Para empezar ni tan solo los términos que la conforman, Salud y Pública, significan para todos lo mismo. Se trata de términos polisémicos que por separado concitan diferencias y cuando se juntan aún lo hacen con mayor intensidad si cabe.

Porque la salud es una dimensión que trasciende a lo que se ha conformado como realidad social por parte tanto de profesionales sanitarios, periodistas, políticos… al asimilarlo y hacer de la salud un sinónimo, tanto léxica como prácticamente, con la sanidad. De igual manera que se asocia la sanidad, casi en exclusiva, con la enfermedad y con los médicos. Lo que sin duda supone una clara distorsión, cuando no manipulación interesada o no, del término y de lo que significa para las personas, las familias y la comunidad que han sido mediatizadas con esa idea sanitarista y medicalizada preconcebida, haciendo pensar, además, que es algo sobre lo que todos estamos de acuerdo, sin tener en cuenta factores tales como la multiculturalidad, los cambios sociales, demográficos o económicos, la espiritualidad que se confunde con la religiosidad… que influyen de manera muy determinante tanto en la concepción que sobre la salud se tiene como en los efectos que su ausencia o acceso a la misma provocan. De tal manera que la salud se convierte en un término que raramente obedece a lo que realmente significa o aporta, más allá de la ausencia de la enfermedad. Por eso en estas cercanas fechas navideñas, incluso nos conformamos con que no nos toque la lotería con tal de tener salud, al identificarla como un fin al contrario de lo expresado en la carta de Otawa cuando habla de salud como “…un recurso para la vida diaria, no el objetivo de la vida. Se trata de un concepto positivo que acentúa los recursos sociales y personales, así como las aptitudes físicas”.

Por su parte Pública, ha sido identificada, tal como recoge el diccionario de la RAE, por su primera acepción, es decir, “conocido o sabido por todos”, aunque paradójicamente nadie, o muy pocos, lo conocen ni saben lo que es ni significa, aunque digan lo contrario. La tercera acepción recogida en el diccionario, “Perteneciente o relativo al Estado o a otra Administración”, es también aceptada, aunque no se sepa tampoco que es lo que ello supone para la salud, más allá de identificarlo con aspectos mercantilistas en cuanto a que algo sea gratuito o haya que pagarlo, en este caso la salud, lo que vuelve a ratificar la confusión entre salud y sanidad existente, al asimilar Sanidad Pública con Salud Pública. Una identificación con el Estado o la Administración que, por otra parte, la hace esclava de las mismas al secuestrarla y utilizarla como un instrumento con el que jugar en sus estrategias políticas y partidistas, sin capacidad de autonomía y mucho menos de planeamientos realizados desde el pensamiento crítico. Una política que no ha sabido o no ha querido incorporar la salud en todas las políticas, pero que ha utilizado la salud en todas sus políticas.

Y si por separado los conceptos que la componen provocan confusión e incluso debate en cuanto a su verdadero sentido, si es que se puede decir que existe un único sentido en torno a ellos, cuando se juntan, la confusión aumenta de manera significativa y las diferencias de interpretación conducen a generar mayor confusión en torno a la Salud Pública.

Pero es que, ni tan siquiera entre las/os profesionales sanitarios existe una idea homogénea, clara y alejada de interpretaciones de la Salud Pública y de quienes pueden, saben o quieren formar parte de la misma.

¿El hecho de ser profesional sanitario ya otorga la competencia suficiente para ser salubrista (aceptando el término como el profesional de Salud Pública)? ¿Tan solo las/os profesionales sanitarios pueden ser salubristas? ¿Quién no sea profesional titulado no puede participar en Salud Pública? ¿Debe ser la Salud Pública una titulación, una especialidad o un posgrado? ¿Es la Salud Pública tan solo una estructura administrativa de la Administración Sanitaria? ¿Es la Salud Pública una parte de la Atención Primaria o a la inversa? ¿La Atención hospitalaria está al margen de la Salud Pública? ¿La Salud Pública tan solo forma parte del Sistema Sanitario? ¿La Salud Pública únicamente da respuesta a problemas derivados de las enfermedades o de lo que las provocan?

Estas son tan solo algunas de las interrogantes que, estando presentes en el ideario común, son obviadas o ignoradas, lo que contribuye a que se siga teniendo una idea sobre la Salud Pública que no tan solo impide identificarla y darle valor, si no que favorece la pérdida de acción eficaz y eficiente desde la misma.

La Salud Pública, por otra parte, es demasiado importante para reducirla a la epidemiología de la enfermedad, al control médico, al paternalismo, a la indolencia política, a la ignorancia ciudadana, al desprecio profesional, a la metodología positivisma… que arrinconan la promoción y la educación para la salud reduciéndolas a la salud persecutoria como efecto secundario de las mismas[3] y provocando el resultado contrario del que se espera y desea de la Salud Pública como es el del empoderamiento a través de una alfabetización en salud capacitadora y participativa que permita mejorar la salud de las poblaciones, en consonancia con la definición que sobre Salud Pública se hizo en la carta de Otawa: “La promoción de la salud es el proceso que permite a las personas incrementar el control sobre su salud para mejorarla”[4].

Estamos pues ante un dilema que trasciende mucho más allá del debate profesional e incluso del político, para instalarse en la necesaria reflexión compartida de qué es y debe aportar la Salud Pública y quienes deben considerarse profesionales de Salud Pública.

Tal como ya he comentado, la pandemia ha identificado claramente las fortalezas de la Salud Pública o, mejor dicho, la de muchos de las/os profesionales que trabajan en Salud Pública. Pero también ha dejado al descubierto las múltiples carencias de una Salud Pública descuidada y abandonada a la intrascendencia de los datos, por muy importantes que estos sean, al excluirlos de una valoración más integral, coordinada y transversal, así como cualitativa, que permita hacer un uso mucho más eficaz y eficiente de los mismos. Por eso es tan importante hacer un ejercicio de resiliencia que permita convertir las vulnerabilidades en fortalezas.

Una Salud Pública aislada, cuando no enfrentada, con la Atención Primaria, desde cuyos ámbitos sus respectivos profesionales se identifican como enemigos que luchan por un espacio que siendo común identifican, desde cada una de las partes, como propio y por tanto exclusivo. Lucha que es propiciada por la torpe, errática y acientífica visión de quienes dicen gestionar la salud, en un nuevo ejemplo de torpeza, dado que la salud no se gestiona, si no que se facilita, se vive, se acompaña, se cuida… pero no se gestiona. Lo que se puede gestionar, y ni tan siquiera eso saben hacer, es la sanidad. Una unidad de acción, articulación y ejecución tan deseada como necesaria para la salud global que es lo que actualmente se precisa tal como nos ha venido a demostrar la pandemia, aunque no se haya tenido en cuenta por parte de quienes la han gestionado. Salud global que precisa de nuevos actores y de una ciudadanía global que trabajen por la justicia global y la equidad con un enfoque holístico que sea capaz de generar una nueva conciencia global que tenga en cuenta, entre otros, las causas estructurales, las relaciones internacionales, la determinación social de la salud y los cambios institucionales[5].

No se trata, sin duda, de un análisis sencillo ni creo que se deba pretender que lo sea. En este sentido hay que destacar el importantísimo papel que la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) está haciendo, en un acto de responsabilidad científica pero también social, al asumir el reto de cuestionarse precisamente sobre aquello que le define como Sociedad Científica, es decir, la Salud Pública. Sociedad Científica que, además, está configurada por 10 sociedades científicas de profesionales tan diversos como médicos, enfermeras, juristas, economistas, ambientalistas… cuyo nexo de unión común es precisamente la Salud Pública, lo que aún le da un mayor significado o valor al intento de clarificar su identidad y la de la propia Salud Pública con la que se identifican

. No se trata, en cualquier caso, de una pérdida de fe en lo que es y se es, si no justamente de todo lo contrario, de un acto de confianza y convencimiento que permita lograr la Salud Pública que desde SESPAS se considera se precisa y se entiende debe ser diversa, como diversas son las miradas que la conforman y pueden dar sentido y respuesta a la salud y a los problemas que en torno a ella se generan. Sumando que, no confrontando, las diversas realidades con que es identificada la salud en general y la Salud Pública en particular, desde la diferencia necesaria y enriquecedora, pero sobre todo desde el respeto y la necesidad de identificar los objetivos comunes que a todas ellas les hacen confluir en SESPAS, a través de un trabajo transdisciplinar.

Una Salud Pública ecléctica, que trate de reunir, procurando conciliarlos, valores, ideas, tendencias… de diversos modelos o realidades que trasciendan al egocentrismo en el que está instalada y que impide tener una visión globalizada que facilite la interdepedencia y desde la que se pueda hacer frente a las amenazas que sobre las condiciones y los condicionantes de salud existen y que, en muchos casos, son producto de esa misma globalización, como son, el calentamiento global y las consecuencias medioambientales, la pobreza, la inequidad o enfermedades como la pandemia que estamos sufriendo.

Una Salud Pública participativa en la que no tan solo las miradas diversas de las diferentes disciplinas y sectores aporten su visión y su acción, si no con la participación activa y decidida de la comunidad a la que, al menos en principio, se dice atender, aunque se haga a sus espaldas y sin su participación real.

Por otra parte, ahora que se está desarrollando un nuevo real decreto de especialidades de ciencias de la salud en el que se debate si incorporar la Salud Pública como tal especialidad frente a quienes abogan por una titulación universitaria independiente como existe ya en algunos países, es necesario hacer planteamientos generosos desde las disciplinas que actualmente en mayor medida conforman la Salud Pública, sobre todo las pertenecientes a las ciencias de la salud, para abandonar el corporativismo egoísta de “y de lo mío qué” o de “eso es mío”, que permitan construir una realidad inclusiva, integral, articuladora, horizontal, en la que cada una de las disciplinas pueda aportar lo mejor de ellas sin exclusiones ni imposiciones reduccionistas.

Desde mi punto de vista la creación de una disciplina universitaria independiente haría perder la visión enriquecedora del conjunto de disciplinas para concretar un espacio, unas competencias, unos objetivos, que si bien pueden tener una buena intención de partida, acabaría sufriendo el mal del egocentrismo, la endogamia y el egoísmo disciplinar y sobre todo corporativista que caracteriza a quienes, de alguna forma y en muchos aspectos impiden actualmente una Salud Pública que facilite a la población ser dueña de su salud.

El medio ambiente, la enfermedad, la economía, la legislación, la educación, el periodismo, los cuidados… tienen tanto que aportar, pero tan poco que acotar que resulta imprescindible ponderar, equilibrar, comunicar, respetar, aunar… para trabajar de manera coordinada por la Salud Pública. Todo es necesario y nada es imprescindible. No existen verdades absolutas que hagan posicionarse en dicotomías exclusivas y excluyentes sin dejar espacio a la diversidad de matices, opiniones o planteamientos. No se sostienen las ortodoxias totalitarias por mucho que se quieran revestir de científicas. No hay espacio para las evidencias, por muy científicas que puedan ser, si no respeten la libertad y la equidad y se imponen desde el hipotético rigor de la ciencia. Todo es relativo y nada es absoluto en salud. Desde ese relativismo es desde el que resulta necesario pensar, planificar, actuar, evaluar, en Salud Pública, ya sea desde el ámbito de atención primaria, del hospital, del sociosanitario, del familiar, del comunitario… porque lo que importa no es el ámbito en si mismo si no que los contextos que se generen sean saludables y contribuyan al bienestar y al buen vivir de quienes en ellos conviven, trabajan, estudian, se divierten, sufren e incluso mueren.

De todas/os quienes creemos que la salud es lo más importante, como derecho público que es, depende que seamos capaces de construir una Salud Pública referente, de la que nos sintamos orgullosas/os y partícipes con independencia de nuestra disciplina o sector social.

La Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) así lo entiende tal como se refleja en su acta constitucional cuando dice “…es la disciplina basada en la aplicación integral de los cuidados, en la salud y en la enfermedad, dirigida a la persona, la familia y la comunidad en su entorno y en el marco de la Salud Pública” y por eso se integró en SESPAS, desde donde trabaja para lograr una Salud Pública que salga del ostracismo y deje de ser utilizada por quienes tan solo la contemplan como un instrumento útil a sus intereses y alejada de su verdadero objetivo se salud colectiva.

No se trata de ser perfecto, pero si bueno, ya que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Pero para lograr una Salud Pública buena necesitamos ser nosotras/os también buenas/os. Tener objetivos y metas y luchar por ellos es lo que nos mantiene vivos y posiblemente también sanos.

[1] Enfermera. Profesora Titular de la Universidad de Alcalá de Henares y referente enfermera.

[2] Filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral.

[3] Villalbí Joan R. La salud persecutoria: los límites de la responsabilidad. Gac Sanit  [Internet]. 2011 Ago [citado  2021  Nov  28] ;  25( 4 ): 347-347. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0213-91112011000400018&lng=es.

[4] Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud, OMS, Ginebra, 1986.

[5] Álvaro Franco-Giraldo. Salud global: una visión latinoamericana. Rev Panam Salud Publica. 2016; 39 (2):128-136 https://www.scielosp.org/article/rpsp/2016.v39n2/128-136/#

LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

LA GALIA ENFERMERA EN ATENCIÓN PRIMARIA

 

                                                                                    “Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta, es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento “

José Lezama Lima[1]

 

Cuando hace más de 35 años se pusieron en marcha las Consultas de Enfermería en el entonces denominado nuevo modelo de atención en los Centros de Salud, nadie imaginaba, o si, que las mismas pudiesen constituirse en reductos inexpugnables, a semejanza de la Galia de Asterix y Obelix, aislados de la comunidad en la que se integran.

Inicialmente, las citadas Consultas de Enfermería, nacieron con la voluntad de acercar los cuidados enfermeros a la población, de manera autónoma y específica. Para ello contaban con características que las diferenciaban de las consultas de medicina como por ejemplo la utilización de mesas redondas en lugar de rectangulares que evitasen el efecto barrera, facilitando la comunicación.

La composición de los primeros centros de salud se conformó con la incorporación, no exenta de resistencias, de las enfermeras que ocupaban plazas en las denominadas instituciones abiertas o ambulatorios, para asumir una atención que se alejaba mucho de la que hasta ese momento estaban haciendo como ayudantes en las consultas médicas o como ejecutoras de técnicas o actividades delegadas. Así mimo, de las que eran practicantes titulares de la extinta Asistencia Pública Domiciliaria (APD) fundamentalmente en el ámbito rural, cuya actividad, salvando todas las distancias, se asemejaba mucho más a lo que suponía y se esperaba del nuevo modelo. Por último, y al contrario de lo que sucedía para acceder a las plazas hospitalarias, quienes querían acceder a una plaza en un centro de salud tenían que superar una oposición. Las primeras enfermeras en lograr plazas de Atención Primaria por oposición e incorporarse a este nuevo modelo fueron valientes profesionales que afrontaron con ilusión, determinación, compromiso, motivación y convencimiento algo totalmente desconocido y que contaba con muy poco crédito y reconocimiento por parte de las enfermeras que, desde las murallas hospitalarias, recelaban e incluso rechazaban dicho modelo por considerarlo poco atractivo y con escaso valor profesional, fundamentalmente por estar alejado de la técnica.

Se configuraba pues un equipo muy heterogéneo y con actitudes en muchas ocasiones contrapuestas o encontradas que limitaban la acción y desarrollo tanto de las propias consultas de enfermería como de la filosofía que emanaba de los postulados de la conferencia de Alma Ata, que algunas/os tardaron en identificar como la población en la que se desarrolló la misma.

Así pues, se encontraron con un escenario tan desconocido como inicialmente hostil, dados los permanentes ataques de la representación colegial médica, en forma de demandas judiciales, contra las consultas de enfermería que consideraban espacios de intrusismo y ataque a sus competencias.

Sin embargo, resistieron las embestidas e iniciaron su actividad en las citadas consultas, desde el voluntarismo y la energía que les proporcionaba la pócima mágica que determinadas líderes enfermeras del momento preparaban en sus marmitas de conocimiento y liderazgo y que les permitía hacer frente con determinación a los ataques de los que eran objeto.

A pesar de la novedad de las consultas enfermeras y de lo que las mismas suponían como espacios autónomos de atención directa a la población, estas en ningún momento supusieron restricción alguna para la realización de actividades tanto en los domicilios, a través de intervenciones familiares, como en la comunidad en la que llevar a cabo intervenciones comunitarias. Existía un equilibrio razonable entre las diferentes actividades, aunque no existiese una metodología clara y fundamentada científicamente para ello. El ensayo error constituyó, inicialmente, el modelo de aprendizaje preponderante.

Las consultas enfermeras, una vez los tribunales fueron desestimando o fallando en contra de las demandas del colectivo médico, se desarrollaron con menor tensión, pero no menor dificultad. La falta de metodología propia condujo al mimetismo de la consulta médica centrada en la enfermedad lo que provocaba duplicidades innecesarias y claras omisiones en cuanto a los cuidados enfermeros específicos, sin descartar las contradicciones que generaban recelo y desconfianza en quienes accedían a las mismas. A ello había que añadir las resistencias de parte de los médicos que seguían identificando las consultas enfermeras bien como un aliviadero de sus consultas, a las que derivar todo aquello que no querían asumir, o como una amenaza a su actividad, por lo que tendían a generar barreras de acceso o trataban de mantener un control férreo sobre las mismas. Mientras tanto la población acudía a las consultas con una mezcla de curiosidad y desconfianza producto del desconocimiento que de las mismas tenía, lo que les impedía identificar los posibles beneficios para su salud.

El tiempo y la cada vez mayor formación metodológica de las enfermeras fue configurando unas consultas en las que la atención enfermera integral, integrada e integradora, se diferenciaba claramente de la consulta médica y lograba una complementariedad que empezaba a ser valorada por la población y respetada por los equipos.

La sectorización de la actividad enfermera facilitó la asignación clara de enfermeras referentes a la población, con criterios que permitían equilibrar las cargas de trabajo y favorecer la atención individualizada, familiar y comunitaria, y su organización, con una metodología rigurosa que combinaba perfectamente la atención integral tanto en consultas enfermeras como en la atención familiar domiciliaria y en atención comunitaria a través de intervenciones planificadas con una perspectiva participativa e intersectorial que daba respuesta eficaz y eficiente a las necesidades sentidas de la comunidad.

Sin embargo, las resistencias de los pediatras, o quienes ejercían como tales dada la falta de especialistas que quisieran trabajar en Atención Primaria, por entender que ya no contaban con “su enfermera” que daba atención integral con independencia del ciclo vital de las personas asignadas y atendidas, provocó tensiones importantes en el seno de los equipos que lamentable e incomprensiblemente fueron secundadas por enfermeras, lo que finalmente condujo a que se fuera eliminando la sectorización para pasar a un modelo que se ajustaba más a las necesidades médicas que a las de la comunidad. La separación de consultas de adultos y consultas pediátricas con asignación por cupos médicos eliminaba la atención integral, fragmentándola de nuevo, no tan solo por grupos etarios si no nuevamente por patologías. Por su parte, la asignación poblacional determinada por el cupo médico con claros desequilibrios en las cargas de trabajo, la ruptura de la atención a las familias y la falta de referencia enfermera en los recursos comunitarios como consecuencia de la dispersión, racionaron, que no racionalizaron, el número de enfermeras, al realizar una asignación estándar de 1 enfermera por cada 2 médicos. Se fue minando progresivamente la metodología enfermera comunitaria para dar paso a una atención cada vez más medicalizada y limitada a la consulta enfermera como espacio estructural que no como espacio de atención enfermera.

A todo ello hay que añadir el “secuestro” político de los principales referentes enfermeros que fueron silenciados y apartados de la gestión y la escena pública por considerarlos peligrosos para la estabilidad del modelo médico dominante, al que acompañó la triste e incomprensible colonización de enfermeras hospitalarias, posiblemente las mismas que al inicio del nuevo modelo de Atención Primaria consideraron que era un ámbito menor y poco atractivo. Trasvase que vino precedido de mensajes burdamente manipulados por algunos agentes sociales, con intereses muy concretos, que literalmente les engañaron al ofrecerles falsos e idílicos escenarios de descanso e incluso de mejores retribuciones a los que ir a descansar de los sufridos turnos que, esos mismos agentes, no eran capaces o no les interesaba arreglar, desplazando con ello a enfermeras que llevaban muchos años trabajando en Atención Primaria y que no merecían su atención que, supuestamente, debían defenderles. Esta “invasión” irracional consentida y alimentada por las administraciones facilitó el silencio, la desmotivación, el conformismo y la inacción de muchas enfermeras que trabajaban en Atención Primaria, provocando el desequilibrio de los equipos y el progresivo deterioro del trabajo enfermero comunitario.

Las consultas enfermeras pasaron a ser un reducto en el que instalarse como nicho ecológico de toda actividad. Como atalaya en la que se protegían de la comunidad, a la que supuestamente debían atender, pero que tan solo oteaban desde la distancia.

Consultas que, además de fragmentadas, volvieron a prestar una atención básicamente centrada en la patología y en las que existe una puerta de entrada a ellas, pero, salvo exitus o abandono, no se produce salida alguna como respuesta al logro de la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado, como resultado del proceso y por tanto como producto final enfermero con el que poder evaluar su intervencion. De tal manera que quienes caen “presos” en las consultas acaban siendo dependientes de las mismas.

Consultas que son invadidas con técnicas (retinografías, Doppler, fondo de ojo…) que desplazan la atención enfermera para sustituirla por la asistencia de la enfermera que asume la realización de técnicas que supuestamente tienen por objeto acercarlas a la población, aunque ello provoque inevitablemente el alejamiento o aislamiento de dichas enfermeras de y con la comunidad.

Consultas que enfrentan a enfermeras pediátricas con enfermeras de adultos y que supone abonar un terreno idóneo para que enfermeras especialistas de pediatría quieran ocupar dichas plazas en contra de las enfermeras comunitarias en general y de las especialistas en enfermería familiar y comunitaria en particular. Reivindicación que, paradójicamente, abanderan los pediatras, o quienes ocupan plazas de pediatras sin serlo, y secundan con torpeza y falta de visión enfermera quienes ahora se atrincheran en sus consultas limitando cualquier actividad que no se circunscriba a las mismas.

Consultas que limitan la atención familiar domiciliaria que es reclamada por quienes ven oportunidad de negocio para sus ya exclusivas y protegidas empresas desde un falso mensaje de servicio público que esconde claras trampas mercantilistas apoyadas de manera totalmente deplorable por responsables políticos que tan solo ven en ello oportunismos partidistas que les den rédito electoral.

Consultas que no resuelven las necesidades de salud de la población a la que atienden al centrarse en la sistemática e inútil repetición de controles aislados de cualquier otro tipo de intervención capacitadora y participativa.

Consultas que impiden la comunicación con otros ámbitos de atención dificultando la continuidad de cuidados que queda reducida a una utopía permanente o un mantra que genera espejismos que nunca logran concretarse en realidad.

Consultas que se convierten en una actividad de ética de mínimos con la que justificar la presencia enfermera con agendas hinchadas artificialmente a través de demanda inducida.

Consultas que generan derivaciones para quitarse de encima problemas incómodos o a los que no se sabe dar respuesta, haciendo que las personas tengan que sufrir circuitos penosos en los que nadie les da explicaciones razonables ni respuestas eficaces.

Así pues, las que inicialmente fueron identificadas como activos fundamentales para el desarrollo enfermero y la atención eficaz y eficiente de la población, se han convertido en compartimentos estanco o reinos de Taifa en los que la principal pócima es la compuesta por ingredientes con cantidades variables de rutina, conformismo, inacción, irresponsabilidad, desconocimiento, egoísmo, mediocridad… que se cuecen a fuego lento en las marmitas de dichas consultas en las que, además, algunas enfermeras caen, como le sucediera a Obelix, alcanzando una fuerza permanente de incompetencia en quienes así actúan. Incorporando pacientes a sus listas como si de menhires de colección se tratasen y aguardando el momento de satisfacer su voraz y permanente apetito de descanso como Obelix hace con los jabalíes.

Ante esta triste realidad y escasos como andamos de druidas enfermeras que, como Panoramix, sean respetadas y logren preparar una pócima que reactive la energía, la ilusión, la empatía, la acción, el inconformismo, la innovación, la creatividad… o sea, la fuerza que permita a muchas de las enfermeras que siguen creyendo y apostando por la Atención Primaria, lograr el liderazgo de los cuidados profesionales y ser referentes de las personas, las familias y la comunidad a las que atienden. Utilizando la consulta enfermera como recurso de escucha activa, comunicación, consenso, y participación que potencie el autocuidado y sirva de enlace con las familias en sus hogares y la comunidad, contribuyendo a mantener sanos a los sanos, allá donde trabajan, estudian, conviven, se divierten… tal como hace Asterix con el consumo racional y eficaz de la pócima que le otorga fuerza.

Tan solo con la fuerza de dicha pócima seremos capaces de hacer frente, como hace el poblado galo con el imperio romano, a los múltiples ataques que se producen en un escenario en el que fieras de otras especies quieren devorarnos o someternos, pero también de fieras de nuestra propia especie que ven en esta fuerza un peligro a su comodidad y descanso, en esta deformada, caduca, ineficaz e ineficiente Atención Primaria en que la han convertido. A semejanza de lo dicho por el expresidente del gobierno Mariano Rajoy remedando al temido, por insufrible, bardo Asurancetúrix de Asterix y Obelix «Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio laboral».

Finalmente, y como dijera María Corina Machad[2] “Son tiempos de resistencia, son tiempos de rebeldía, son tiempos de esperanza”, tan solo falta saber si son también tiempos de voluntad.

[1] Poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano.

[2] Política, exdiputada, profesora, ingeniera venezolana fundadora del movimiento político Vente Venezuela

CUIDADOS DENOMINACIÓN DE ORIGEN ENFERMERÍA

“El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. Ninguno es sin el otro”

Arte y poesía» (1950), Martin Heidegger[1]

 

El Escolladero, Faustino I, Prado Enea, Valencisco, Costumbres…tienen en común que son vinos, pero, sobre todo, hay que destacar que su denominación de origen es Rioja y eso les prestigia y distingue más allá de la marca con la que se presentan y venden.

Otra cosa será la cata que permita distinguir elementos de calidad diferenciadores de los citados caldos por parte de los consumidores. Pero cuando se quiere consumir se solicita un Rioja, un Rueda… y luego ya se elige.

Ginecólogo, urólogo, anestesista, intensivista, cirujano, pediatra, otorrino, traumatólogo… tienen en común que son profesionales sanitarios, pero, sobre todo, su denominación de origen es que son médicos y eso les prestigia y distingue del resto de profesionales sanitarios. No tratan de ocultar su identidad, tan solo le ponen marca, la de las enfermedades, dolencias, aparatos, órganos o sistemas a los que dedican su atención médica. Tan solo existe una excepción en la que la denominación de origen antecede a su marca, la de los médicos de familia, lo que sin duda es muy significativo. Porque incluso los médicos de salud pública tienen marca propia como salubristas o epidemiólogos. Y es que, claro, denominarse primarios o familiares, no parece ser lo más acertado ante tanto “…ólogo” y decidieron voluntariamente, ocultar su condición de comunitarios y quedarse tan solo con lo de médicos de familia. De tal manera que al no tener enfermedad, dolencia, órgano, aparato o sistema específico que les pudiese dar marca optaron por el genérico para su denominación.

En el caso de las enfermeras, salvo las matronas que ocultan su denominación de origen hasta el punto que muchas de ellas quieren constituirse como denominación de origen nueva y propia, el resto de enfermeras mantienen dicha denominación de origen para identificarse, añadiendo la “marca” que les diferencia entre ellas sin sustituir la citada denominación. Así hablamos de enfermeras comunitarias, enfermeras pediátricas, enfermeras de salud mental, enfermeras del trabajo, enfermeras gestoras, o enfermeras sin “marca” definida pero con idéntica identidad propia.

Ante esta tesitura cabe preguntarse si el identificarse como enfermeras obedece tan solo a una cuestión relacionada con la no especialización, que en ningún caso supone demérito, que les caracteriza dado el débil desarrollo de las especialidades en nuestro país o, si realmente es una forma de reforzar la identidad disciplinar enfermera y no tanto la competencia específica sobre algún campo de actividad o acción concretas.

Sin embargo, y a pesar de ello, sigue siendo habitual que una enfermera que presta cuidados en cualquier ámbito y no habiéndose identificado como tal, sea confundida por aquello que realiza con un psicólogo, psiquiatra, epidemiólogo, economista… ya que la población en general sigue relacionando a las enfermeras con las técnicas y las tareas delegadas y no tanto, lamentablemente, con las competencias autónomas alejadas de las mismas y que se siguen asimilando a otras disciplinas. Esta, entre otras muchas, es la razón por la que resulta imprescindible identificarse además de con el nombre de pila, algo que olvidamos también con demasiada frecuencia, con nuestra denominación de origen.

Como sucede con los vinos, tal como ya he comentado, debemos conseguir que la población solicite una enfermera para ser atendida. Posteriormente podrá elegir en función de cualidades, actitudes y aptitudes, pero lo que no se debe cuestionar es sobre quien debe dar la atención, es decir, una enfermera. Todo el mundo sabe y solicita ser intervenido por un cirujano si se tiene que operar del estómago, ser revisado por un oncólogo si tiene cáncer… ¿Por qué entonces no se exige a una enfermera para ser vacunado, capacitado sobre su diabetes, asumir los autocuidados de higiene o alimentación…? ¿Por qué da lo mismo quién lo haga, con tal que se haga? ¿Por qué renunciamos las enfermeras a hacer lo que nos identifica y es de nuestra competencia? ¿Por qué no somos capaces de ser identificadas por aquello que nos es propio, los cuidados, y tan solo lo somos por lo que es delegado o forma parte de la técnica? Son interrogantes que cuanto menos nos tendrían que hacer pensar en qué estamos haciendo mal. Sí, haciendo mal, porque no es de recibo persistir en el victimismo y en el pensamiento de que siempre son otros quienes tienen la culpa de lo que nos pasa y la responsabilidad de arreglárnoslo. Como si no fuese con nosotras, como si el mundo estuviese en contra nuestra y no nos dejase ser y estar. ¿Realmente tenemos argumentos para seguir creyendo que nuestra invisibilidad, la confusión que generamos, las dudas que plantea nuestra aportación específica, se deben tan solo a factores externos, a ataques enemigos, a una persecución permanente? ¿De verdad consideramos que no tenemos responsabilidad alguna para que sigamos siendo invisibles, estando ocultas, siendo ignoradas, siendo irrelevantes?

Sinceramente creo que tenemos que ser autocríticas sin caer, como solemos hacer en ocasiones, en efectos pendulares que nos llevan del victimismo ya comentado al extremo contrario de la flagelación. Se trata de analizar cuál es la situación, el contexto, sin perder de vista cuál es nuestra actuación y actitud, sin perder de vista cuáles son nuestras aptitudes, es decir, nuestras competencias y el grado de responsabilidad que adoptamos y asumimos.

Tal como expresara Rosa Mª Alberdi[2], trabajo excelente es aquel que cumple dos condiciones: soluciona problemas de las personas a las que atendemos y hace evidente la contribución profesional al bienestar individual y social. Y es en base a dicho trabajo excelente y a cómo lo interiorizamos, valoramos y aceptamos, lo que determinará que estemos trabajando, bien en base a paradigmas ajenos a enfermería desde los que daremos respuestas que estarán al margen de nuestra responsabilidad y competencia, lo que nos identificará como profesionales subsidiarios de otras disciplinas en el mejor de los casos o como intrusos que tratamos de asumir competencias que no nos corresponden, al menos de manera autónoma. Bien que lo estemos haciendo desde planteamientos absolutamente teóricos con difícil o nulo traslado al ámbito de la práctica enfermera, lo que impide que podamos ser identificadas como profesionales capaces de hacer aportaciones propias, maduras y reconocibles por parte de toda la población a la que atendemos. O bien que lo hagamos sin tener en cuenta que la responsabilidad no se delega, lo que puede suponer que nuestra contribución sea reclamada y asumida por otros, con nuestra inacción y conformismo, haciéndolo además sin las competencias necesarias y exigibles, lo que determinará una clara confusión sobre nuestra denominación de origen que, además, no tan solo no aportará nada al prestigio y desarrollo de la citada denominación, sino que supondrá un claro retroceso en cuanto a su valoración en los ámbitos disciplinar, profesional y científico. En todos los casos nos alejamos del trabajo excelente y con ello de la posibilidad de ofrecer nuestra denominación de origen, al comportarnos como falsas y malas imitaciones o planteando excelencias incapaces de poder ser aplicadas y, por consiguiente, de ser contrastadas y evaluadas por sus prestaciones específicas. Por ello, desde dichos posicionamientos seremos incapaces de resolver o ayudar a resolver los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad, ni aportaremos nada, o muy poco, al desarrollo de la enfermería.

Si por el contrario somos capaces, desde nuestra denominación de origen propia, de identificarnos de manera inequívoca en la solución o ayuda que permita afrontar los problemas de salud que afectan a las personas, las familias o la comunidad y además contribuimos de manera clara y decidida a mejorar nuestra profesión, estaremos ofreciendo un trabajo excelente que no tan solo será valorado por lo que de aportación a la salud hacemos, si no que será claramente identificado como denominación de origen enfermería con independencia de que lo hagamos desde la enfermería comunitaria, de salud mental, de pediatría, de geriatría o desde la prestación de cuidados generales, porque lo verdaderamente importante será esa denominación de origen propia.

Otra cuestión será el envase en que presentemos nuestro producto enfermero y que tendrá que ver con el grado de simpatía, la presencia, la oratoria… que empleemos, que pueden contribuir a que la imagen ofrecida sea más o menos apreciada, más o menos atractiva, pero que no influirá en la calidad del producto con denominación de origen que es lo que le otorga el verdadero valor.

Por otra parte, es importante que identifiquemos y exijamos que los órganos reguladores de dicha denominación de origen establezcan los criterios de idoneidad y calidad, que permitan relacionar dicha denominación de origen enfermería, con quienes deben prestarlas de manera inequívoca, las enfermeras. Las omisiones imperdonables, las evitables duplicidades o las contradicciones inexplicables, deben evitarse para que la denominación de origen, enfermería, pueda ser identificada por las personas, las familias y la comunidad, como deseable y exigible y valorada por quienes la asumen, las enfermeras, como indispensable, propia e insustituible.

Como sucede con el vino, la denominación de origen determina, en gran medida, por si sola, la calidad del mismo. Pero para ello todos cuantos intervienen en el proceso deben asumir que dicha denominación no es gratuita ni permanente, si no que precisa de un compromiso continuado en el mantenimiento de su calidad y prestigio sin la que acabará convirtiéndose en una denominación devaluada que le situará en la intrascendencia.

Pero, además, como pasa con los vinos la denominación de origen por sí sola no es suficiente. Requiere de enólogos, vendimiadores, productores, embotelladores, diseñadores… que trabajen de manera coordinada y consensuada para, no tan solo mantener, si no mejorar de manera continua su calidad y prestaciones.

Por bueno que sea el enólogo, si los vinicultores, no cuentan con unas buenas cepas y las cuidan sin descuidar su atención para lograr el mejor fruto con el que posteriormente obtener un vino de calidad que además se ajuste a los criterios de denominación de origen, este será rechazado o desmerecido al identificarlo como vino peleón.

De igual manera las líderes y referentes enfermeras poco podrán hacer si no cuentan con enfermeras comprometidas con mantener todas las cualidades del producto enfermero a través de unos cuidados de calidad de los que deben responsabilizarse para que puedan ser identificados y valorados como denominación de origen enfermería. Lo contrario sitúa a los cuidados enfermeros en la indiferencia de un producto sin cualidades específicas ni aportación singular alguna, fuera de la disciplina que es lo que caracteriza la denominación de origen enfermería.

Pero falta saber si en este esfuerzo quieren participar las enfermeras para conseguir mantener y prestigiar esta denominación de origen enfermería, si están en disposición de hacerlo, si asumen el reto para lograrlo y la responsabilidad de afrontar tal decisión. No hacerlo determinará que los cuidados profesionales pasen a tener otra denominación de origen que ya se está planteando por parte de otros profesionales.

El vino siempre será vino, como los cuidados siempre serán cuidados. Lo que marca la diferencia es quién, cómo, dónde, de qué manera se produce el vino y se prestan los cuidados, para que puedan tener, tanto el vino como los cuidados, la denominación de origen que los prestigie. A no ser que se conformen, el vino con ser envasado en tetra brik y los cuidados en ser prestados al margen de la enfermería.

Tan solo aquello que sale del corazón, lleva el matiz y el calor de su lugar de origen[3].

[1] Pensador y filósofo alemán considerado el más importante del siglo XX

[2] Alberdi Castell, RM Estrategias de poder y liderazgo para desarrollar el compromiso social de las enfermeras. Rev ROL Enf. 1998; 239-240: 27-31.

[3] Escritor que se convirtió en uno de los poetas estadounidenses más reconocidos del siglo XIX

DE LO COMUNITARIO Y LA COMUNIDAD Trileros, filibusteros y fariseos.

                                                                    “El Príncipe debe hacer uso del hombre y de la bestia: astuto como un zorro para evadir las trampas y fuerte como león para espantar a los lobos”

Maquiavelo[1]

 

Primero fueron los cuidados. Pasaron de estar identificados exclusivamente en el ámbito doméstico (ocultación) y como función natural de la mujer (sexismo), a ser valorados como un bien rentable que todos incorporaron en sus estrategias de marketing, según las cuales nos encontramos con que actualmente cuida desde el champú, al yogur, pasando por los detergentes, las compresas o la ropa íntima. Todo tiene capacidad y cualidad de cuidar.

            En el ámbito de los cuidados profesionales, por su parte, pasamos de la subsidiariedad y la absoluta indiferencia con la que se valoraban, mejor dicho, se infravaloraban, los cuidados enfermeros a ser objeto de interés y de deseo por parte de prácticamente todas las profesiones y sus profesionales. Pasaron a cuidar los médicos, que solo curaban, los psicólogos, los trabajadores sociales, los biólogos, los arquitectos, los ingenieros… y por supuesto, las farmacias, que identificaron en el término una oportunidad fantástica de negocio, de su negocio como empresas privadas que son. Nada que objetar a la universalización de los cuidados, porque efectivamente son universales y no son patrimonio exclusivo de nadie. Pero mientras las enfermeras identificamos los cuidados profesionales como cuidados enfermeros, es decir que tienen denominación de origen, el resto los utilizan como etiqueta exclusivamente, sin que realmente tengan mayor sentido, ni científico ni tan siquiera común. Simplemente queda bien para aquello que se trata de vender, de poner en valor o de acaparar mayor cuota de poder. El colmo de la apropiación indebida e interesada de los cuidados la hacen las/os políticas/os que también los han incorporado a sus discursos demagógicos pervirtiendo su sentido y su verdadero valor.

            La pandemia, la recurrente pandemia, ha venido a dejar claro qué cuidados son realmente profesionales, los enfermeros, y quienes son sus principales y verdaderos protagonistas, las enfermeras.

            Pero ahora se abre un nuevo frente de interés, lo comunitario, que no la comunidad. Porque realmente lo que interesa es lo que vende, no lo que significa. Y lo comunitario, como en su momento los cuidados, son el nuevo y oscuro objeto de deseo de casi todos.

            Hace más de 35 años tan solo las enfermeras hablábamos de comunidad y de acción, intervención y participación comunitarias, porque hasta los médicos, que ya tenían especialidad de medicina familiar y comunitaria, renunciaron a parte de su denominación al autodenominarse como médicos exclusivamente de familia. De hecho, la principal y decana sociedad científica enfermera del ámbito de la comunidad se denomina Asociación de Enfermería Comunitaria, que siempre ha entendido que la atención comunitaria engloba a la persona, la familia y la propia comunidad.

            La evolución de la Atención Primaria (AP), ámbito en el que, al menos teóricamente, debe darse cobertura a la comunidad, fue abandonándola progresivamente hasta dejarla como una mera demarcación territorial, sin mayor valor y con una mínima y despreciable intervención y participación en la toma de decisiones.

            Cuando el grado de deterioro de la AP ya alcanza límites de verdadera catástrofe organizativa y de sentido, a las enfermeras comunitarias se les vacía de contenido competencial para que pasen a ser profesionales tecnológicos y subsidiarios del hospital, dejando de atender a la comunidad más allá de actividades esporádicas, voluntaristas o efectistas, vacías de contenido y de planificación, por lo que se diluyen totalmente quedando devaluadas.

            En esta situación, que sin duda ha quedado patente y agravada por efecto de la pandemia con decisiones políticas absolutamente descabelladas que han contribuido a aumentar el ya maltrecho deterioro de la AP, empiezan a emerger intereses inusitados por ponerse el apellido de comunitaria/o. Farmacias, fisioterapeutas, pediatras, trabajadores sociales, psicólogos, odontólogos… como si de repente la comunidad les interesase o la acabasen de descubrir. Comunidad que siempre ha existido y a la que nunca han hecho caso hasta ahora que lo comunitario vende, da prestigio y esplendor… Nuevamente algo totalmente depreciado y despreciado, se torna inusitadamente valioso, atractivo y atrayente. Lo de menos es lo que signifique el hecho de denominarse comunitario. Lo importante, lo único verdaderamente de interés, es lo que aporta como etiqueta. Está de moda y de igual manera que se quiere que los pantalones vaqueros lleven la etiqueta que los prestigia, estos advenedizos quieren incorporar la etiqueta de comunitarios, aunque ello no conlleve, en la mayoría de los casos, la intención de trabajar en y con la comunidad, entre otras muchas cosas porque ni saben ni quieren saber. Unos por negocio y otros tan solo por el hecho de hacerse un hueco en esto que ahora quieren denominar Atención Primaria de Salud y Comunitaria (APSyC) a través del Marco Estratégico que se está gestando deprisa y corriendo para poder tener acceso a los fondos europeos. Como casi siempre en este país sin planificación y con urgencias.

            Así pues, lo que se inició como una gran estrategia para dotar a la AP de los contenidos, las competencias, la organización, la gestión e incluso la financiación que le corresponde, se está convirtiendo en un bazar en el que los mercaderes de la salud tratan de negociar su espacio y sus condiciones, utilizando, para ello, estratagemas de maquillaje, camuflaje, enmascaramiento… que les sitúe en el escaparate sanitario como valedores indiscutibles de sus competencias, aunque su colonización esté alejada de lo que es y significa ser y actuar con perspectiva y sentimiento comunitarios.

            Y quienes tienen la capacidad de tomar decisiones, se dejan arrastrar por intereses que se alejan de las necesidades sentidas de la comunidad para satisfacer los deseos corporativistas que eviten los conflictos y las protestas de los lobbies sanitarios, mientras la comunidad sigue ignorándose por mucho que se utilice el término de comunitario.

            Esta situación no pasa desapercibida por ciertos depredadores que identifican la oportunidad de negocio, más allá de cualquier otro interés. Y para conseguir sus espurios objetivos de ayuda y apoyo desinteresados realizados desde unas empresas privadas que actúan, además, como monopolio, aunque las intenten revestir de servicio público como maniobra de distracción y confusión con la que no tan solo engañan a la comunidad de la que pretenden adquirir su denominación, sino, y esto es lo más grave, a las/os políticas/os que, atraídos por sus cantos de sirena, se dejan arrastrar tomando decisiones que lejos de solucionar los problemas a los que, aparentemente, se pretende dar respuesta, acaban encallando a la AP en los arrecifes de la falta de recursos y financiación y vaciando de contenido y competencias a quienes son los verdaderos protagonistas, las/os profesionales de AP que ven con estupor, tristeza y frustración como son ninguneados e ignorados, además de maltratados institucionalmente.

            La utilización de recursos públicos no debe, en ningún caso, servir para favorecer intereses privados, contando como se cuenta con recursos públicos de altísimo valor que precisan ser racionalizados que no racionados.

            Utilizar como símbolo una cruz, usar bata blanca, dispensar medicamentos y denominarse profesionales sanitarios, no son razones ni suficientes ni evidentes para dotarles de unas competencias que no les son propias y que supone generar un enfrentamiento tan innecesario, como estéril e inapropiado con los profesionales de los verdaderos servicios públicos, no tan solo por la atención que dispensan si no por la gestión y financiación que reciben, generando un conflicto que acaba provocando un problema de dimensiones mucho más grandes que el que aparentemente pretenden solucionar, anunciándolo además con idéntica proporción de algarabía y oportunismo político que de irreflexión y falta de coherencia, ante los medios de comunicación como si de un gran logro se tratase.

            Pretender que las personas con cronicidad sean atendidas, controladas o seguidas desde los mismos establecimientos desde los que se les dispensan los fármacos para sus problemas de salud y en los que se venden muchos más productos que quedan al margen de la financiación pública y por tanto son parte del negocio del establecimiento, con la ilusoria idea que no se van a producir intentos de venta de los mismo a las personas a las que hipotéticamente se van a controlar o a sus familias, es como meter a un niño en una tienda de golosinas sin vigilancia alguna y con acceso total a las mismas y pretender que no coja ninguna.

            Si a ello añadimos que quienes han tenido y tienen las competencias profesionales de estos mismos servicios se enteran por los medios de comunicación que un nuevo agente va a hacerlos a partir de ahora sin haber llevado a cabo, no tan solo ninguna planificación previa, sino, ni tan siquiera un análisis compartido con la participación de todas las partes para determinar la oportunidad, necesidad y coordinación de las acciones, así como la responsabilidad que a cada agente corresponde, el resultado no puede ser otro que el de la inmediata resistencia de quienes identifican la estrategia  como un ataque frente a lo que otros hacen como logro de oportunidad, mientras quien lo autoriza, lo ve como rédito político.

            Y, por supuesto, en todo este despropósito la comunidad queda al margen de la toma de decisiones, como sujeto pasivo de la misma, aunque todas las partes se atribuyen el calificativo de comunitarios y sigan creyendo firmemente que lo son y lo merecen.

            Debe ser que estamos próximos a las fiestas navideñas en las que tanto la capacidad de pedir como la de regalar se exacerba. Así unos aprovechan para escribir su particular carta de Reyes y los otros para satisfacer los deseos actuando como Majestades dadivosas. Lo malo es que al hacerlo no se dan cuenta, o les da exactamente lo mismo, que sus peticiones y concesiones repercuten negativamente en muchos ámbitos, personas y profesionales.

            Pero sería injusto que en este análisis quienes realmente pueden decir que son comunitarias, sin miedo a ser identificadas como intrusas, son las enfermeras, que a pesar de los permanentes y sistemáticos ataques al trabajo comunitario por parte de quienes dicen defender la sanidad pública dejándola en manos de empresas privadas y vaciando de contenido el trabajo en y con la comunidad, siguen desarrollando estrategias e intervenciones comunitarias con el objetivo de empoderar a la comunidad a través de una educación para la salud capacitadora y participativa que le permita la autogestión, el autocuidado y la autonomía de sus procesos de salud sin injerencias mercantilistas de aparentes servicios públicos con intereses lucrativos.

            Si a todo ello añadimos que una vez desenmascaradas las intenciones de quienes piden y quienes consienten estos desmanes, la respuesta es tan inconsistente como carente de intención de enmienda y con un mensaje de absoluto desprecio a la inteligencia de profesionales y ciudadanía, en el que se pretende hacer creer que lo que pasa es que no se les ha entendido y que además el servicio propuesto es tan necesario como oportuno para la comunidad y no supone ataque alguno a nadie.

            Todo esto, tras una pandemia en la que se han intentado ocultar las miserias de la gestión con calificativos de heroicidad hacia quienes ahora se les quita no ya tal condición, que nunca demandaron ni quisieron, si no la dignidad profesional para negociar de manera tan torpe como maquiavélica con quienes tan solo buscan obtener mayores beneficios en sus negocios, camuflados de sanitarios y samaritanos cuando tan solo son verdaderos filibusteros y fariseos.

            Y en este punto asistimos a un espectáculo de trileros en el que siempre ganan los tramposos y en el que tanto la comunidad como las/os profesionales observan con cara de asombro como nunca aciertan donde está la bola a pesar de verla con claridad. Y es que las trampas, los engaños, el negocio y la impunidad, siempre acaban por vencer a la transparencia, el compromiso, la motivación e incluso a la ética, convirtiendo la salud en un negocio más de las intrigas políticas y económicas.

            Hagan juego, señoras y señores!!!!

[1] Diplomático, funcionario, filósofo, político y escritor italiano, considerado padre de la ciencia política moderna.

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