ALGO MÁS QUE SIMPATÍA El VALOR de los cuidados profesionales enfermeros

“Eres muy poderoso, siempre que sepas lo poderoso que eres”.    

Yogi Bhajan[1].

 A quien cuidando profesionalmente a los demás cuida la enfermería.

En un reciente estudio publicado en The Lancet[2] se concluía que contar con una proporción mayor de enfermeras por paciente reduce la mortalidad hasta en un 11% y lo hace con un menor coste.

Puede que alguien considere que un 11% de reducción de la mortalidad tampoco sea para tanto. Pero eso, en todo caso, se lo tendrían que preguntar a quienes han logrado sobrevivir gracias a los cuidados profesionales enfermeros. Hacerlo tan solo desde un análisis centrado en la perspectiva cuantitativa de unos datos numéricos, que ignora la visión cualitativa de las emociones, las vivencias, los sentimientos… que van más allá del frío manejo de cifras para situarse en el resultado en salud, que es básicamente el resultado vital de los citados cuidados prestados, incorpora sesgos evidentes que anulan o desprecian la importancia de los mismos y de quien los presta.

Sin duda estudios como este o como los de otras importantes investigadoras enfermeras como la Dra. Aiken[3], ponen de manifiesto, a través de evidencias científicas, la importancia de dotar de un número adecuado de enfermeras a los servicios de salud y de que estas, además, tengan una excelente formación, generando un gran impacto en la salud de la población. Impacto que no tan solo se circunscribe al ámbito hospitalario y a los pacientes críticos, sino a cualquier contexto de atención, tanto en personas sanas como enfermas, entre los que cabe destacar la Atención Primaria, tal como concluye el Dr. Del Pino[4].

Desde Florence Nightingale[5], son muchas las enfermeras que realizan importantes investigaciones que avalan la validez y la aportación específica enfermera a la salud. Y ello a pesar de que hay quienes hacen del descrédito hacia ella su principal discurso “enfermero”, en una muestra más de cainismo disciplinar absurdo y, sobre todo, negativo para la Enfermería, que esperemos no se convierta en un modelo a seguir.

Son muchas las veces y las voces que las enfermeras hemos trasladado a las instituciones sobre la necesidad de adaptar las famosas y tan poco consideradas ratios que relacionan el número de ciudadanas/os con el número de enfermeras contratadas y por tanto prestadoras potenciales de cuidados profesionales. Finalmente, como sucede con las investigaciones cuantitativas los datos tan solo aportan números que suelen ser interpretados de manera muy parcial por parte de quienes deben tomar decisiones, al no considerar en esta relación, por ejemplo, las necesidades de cuidados, la marginalidad, la vulnerabilidad, la edad… entre otras muchas variables que deberían ser las que determinasen la asignación de enfermeras como tales y no desde la consideración que, desde la fría relación numérica, les convierte tan solo en recursos humanos. Contando con que ya no se establezcan en base al número de médicos como se ha venido haciendo en un claro e incomprensible despropósito que sitúa la subsidiariedad como criterio de asignación.

Las evidencias, las pruebas, son permanentemente reclamadas como argumento fundamental para cambiar las cosas. Siempre se dice, lógicamente, que tan solo con datos científicos contrastados puede darse respuesta a lo que se dice desde una perspectiva más emocional que racional.

Sin embargo, cuando son tantas, tan importantes, tan potentes, tan trascendentes, tan fundamentadas, tan rigurosas… las evidencias que ponen en evidencia el insuficiente número de enfermeras para lograr resultados en salud satisfactorios y tantas las voces de organismos internacionales que trasladan este mismo mensaje a las autoridades de todos los países, cabe preguntar a las/os decisoras/es que siguen sin apostar por los cuidados profesionales enfermeros, por razones que tan solo ellas/os saben, aunque muchas/os sospechemos, ¿por qué siguen sin hacer caso a dichas pruebas y peticiones? ¿por qué tan solo se limitan a lanzar discursos tan falsos como edulcorados? ¿por qué no tan solo obvian las evidencias, sino que incluso las manipulan con argumentos peregrinos y disuasorios? ¿por qué ni tan siquiera la realidad que se vive día a día y que refuerza las evidencias es tenida en consideración? ¿por qué siguen fascinados con la tecnología como única respuesta a las necesidades de salud? ¿por qué se empeñan en ignorar la aportación de los cuidados profesionales? ¿por qué no identifican la aportación singular de las enfermeras?

La verdad es que resulta complicado responder a estas cuestiones cuando todo indica que lo más razonable, lo que realmente sería de sentido común, lo que conllevaría una mejor eficiencia en un contexto mercantilista y competitivo como el que vivimos… sería adaptar los modelos organizativos de las instituciones a las evidencias científicas aportadas, en las que se demuestra la necesidad de incorporar más enfermeras y mejor formadas. Además de tener en cuenta que los cuidados profesionales, como realidad compleja, no lineal y en evolución, requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, que parece no se está en disposición ni existe voluntad política de conceder.

La realidad es muy tozuda y nos sitúa siempre en idéntico escenario de precariedad y de carencia. Ello hace que, cuanto menos, se generen dudas en torno a si también existen diferentes clases de evidencias en función de quién las genere y publique, a pesar de que el rigor de las mismas sea idéntico o mayor y sean publicadas en revistas de igual o mayor impacto que las de otras disciplinas, que es lo que parece ser determinante. Es decir, que las evidencias que generan y hacen referencia a las enfermeras también tengan un nivel A2 como lo tiene la consideración laboral, a pesar de compartir idéntico nivel académico que el resto de disciplinas. Parece que se haya instalado la máxima de que “siempre ha habido clases” y no se está por la labor de que desaparezcan.

Imagino que, si se preguntase a las/os decisoras/es en este sentido, sucedería lo mismo que cuando alguien pregunta a la población en general, si se considera machista, racista u homófoba, la respuesta será de negación absoluta. Pero lo bien cierto es que sigue habiendo machismo, racismo y homofobia, como sigue habiendo una clara discriminación negativa con relación a las enfermeras, lo que además de afectar a las propias enfermeras, afecta de manera directa y fundamentada a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Ante este panorama tan desalentador como real, lo que tenemos que hacer las enfermeras es seguir demostrando que nuestros cuidados profesionales son imprescindibles para promocionar la vida, mantenerla y recuperarla. Es cierto que, como suele suceder siempre, las enfermeras debemos demostrar más que ninguna otra disciplina la validez, eficacia y eficiencia de nuestra aportación. A otras disciplinas se les da por supuestas por el simple hecho de realizarlas desde las mismas. Recuerdo que, cuando existía el servicio militar obligatorio, en el apartado VALOR de la cartilla militar, se ponía de manera estándar la respuesta de “Se le supone”. Pues con el VALOR de las aportaciones en salud, menos para las enfermeras a quienes se exige demostrarlo sistemáticamente, al resto de disciplinas se les supone de manera automática y estándar.

A las evidencias ya descritas y fundamentadas, hay que añadir las que la pandemia está dejando al descubierto. No se trata de percepciones, de experiencias, de sentimientos y emociones tan solo, que también. Se trata de las evidencias, no tanto estadísticas como vivenciales, que las personas, las familias y la propia sociedad en su conjunto, están aportando con sus relatos. Relatos de cercanía, acompañamiento, solidaridad, escucha, cuidado, empatía, relación de ayuda… que les han aportado vida o que han contribuido a afrontar el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte y que no dejan de ser evidencias o pruebas, aunque no vayan acompañadas de un chi cuadrado.

Se trata de evidencias en forma de innovación. Innovación que no aporta nuevas y sofisticadas tecnologías, complejas intervenciones, algoritmos imposibles… pero que reportan seguridad, tranquilidad, serenidad, calor, humanidad… a través de la imaginación, la complicidad, la eficaz y eficiente utilización de recursos… que logran transmitir a las personas afectadas y sus familias algo tan vital como lo es el oxígeno o un fármaco. La voz de un familiar, la imagen de un ser querido, la simulación de un contacto permanente… que a través de innovadoras propuestas han logrado efectos terapéuticos que han permitido afrontar y superar la enfermedad, minimizando la soledad, el aislamiento, la tristeza, la ansiedad, la alarma…

Evidencias que no por el hecho de ser producto de vivencias y no de la correlación de variables estadísticas tienen menos valor. Evidencias que se basan en resultados de salud, vida y esperanza, que no pueden cuantificarse nunca, pero que pueden sentirse siempre.

Ignorar pues estas evidencias, es tanto como despreciar los sentimientos por entender que no son producto del racionalismo causal que impregna e invade el actual modelo del sistema sanitario patriarcal asistencialista, paternalista, tecnológico y medicalizado, impidiendo cualquier perspectiva que no encaje en dichos parámetros caducos y claramente insuficientes para dar respuesta a las necesidades de la población, aunque luego quieran disfrazar la realidad con falsas y demagógicas campañas, porque ni tan siquiera son estrategias, de humanización, que es tanto como reconocer tácitamente que estamos en un modelo claramente deshumanizado.

Ante esta perspectiva, y siempre desde la necesidad de ver el vaso medio lleno, en lugar de medio vacío, se impone la necesidad, el pragmatismo, la coherencia, del liderazgo indiscutible de los cuidados profesionales. No queda otra.

No asumir, interiorizar, creer y poner en práctica dicho liderazgo nos aboca a una irremediable pérdida de identidad y especificidad enfermera de los cuidados profesionales. Al acecho van a estar, están ya de hecho, grupos interesados por lograr, no el cuidado, no nos equivoquemos y nos dejemos equivocar, sino el prestigio, la referencia y el reconocimiento que otorga el mismo. Lo que debemos tener claro es que el cuidado profesional es muy difícil, por no decir imposible, de colonizar y que quien, supuestamente lo haga, no podrá nunca dotarlos de la especificidad y calidad de los cuidados profesionales enfermeros. Esto no es un consuelo, ni yo trato de trasladarlo como tal. Se trata, básicamente, de constatar que, si no los lideramos las enfermeras, los cuidados podrán seguir denominándose como tales, pero sin duda no serán nunca cuidados enfermeros y, por tanto, no tendrán los efectos terapéuticos que las evidencias, tanto científicas como sociales, tienen. En demasiadas ocasiones sobrevaloramos lo que no somos y subvaloramos lo que somos[6].

Falta saber si las instituciones sanitarias, la sociedad y las propias enfermeras están dispuestas a que esto suceda.

Las instituciones deben tener claro que a pesar de los cantos de sirenas que puedan llegarles desde grupos muy concretos con intereses disfrazados de profesionalidad y ganas de crecimiento, el resultado de no apostar, defender y reforzar el cuidado profesional enfermero de las enfermeras siempre irá en contra del propio sistema de salud que dicen querer defender con su gestión.

La sociedad por su parte, una vez ha identificado el VALOR de los cuidados profesionales de las enfermeras debe exigirlos y negarse a que desaparezcan o caigan en manos de quienes no tienen ni la competencia ni la capacidad para prestarlos.

Por último, las enfermeras tenemos que defender, justificar y avalar los cuidados profesionales que prestamos con más pruebas científicas y con una apuesta clara, seria, sincera y decidida por trasladar con rigor, pero también con convicción la indiscutible asociación de cuidados profesionales y enfermeras que es la única capaz de garantizar su calidad y calidez. La simpatía puede ser importante, pero no imprescindible. No caigamos en el error de pensar que, siendo simpáticas, como algunos quieren hacer creer, es suficiente.

Pero, sobre todo, tenemos que creer que seremos tan valiosas para los demás como lo somos para nosotras mismas[7], nunca nos conformemos con menos de lo que merecemos, para lograr alcanzarlo.

 

[1] Yogui y maestro espiritual, y empresario indio, fundador de la organización no gubernamental 3HO y maestro del estilo de yoga kundalini yoga.

[2] McHugh MD, Aiken LH, Sloane DM, Windsor C, Douglas C, Yates P. Effects of nurse-to-patient ratio legislation on nurse staffing and patient mortality, readmissions, and length of stay: a prospective study in a panel of hospitals. The Lancet 2021; published online 11 May

[3] Aiken LH, Sloane DM, Bruyneel L, Van den Heede K, Griffiths P, Busse R, Diomidous M, Kinnunen J, Kózka M, Lesaffre E, McHugh MD, Moreno-Casbas MT, Rafferty AM, Schwendimann R, Scott PA, Tishelman C, van Achterberg T, Sermeus W; RN4CAST consortium. Nurse staffing and education and hospital mortality in nine European countries: a retrospective observational study. Lancet. 2014 May 24;383(9931):1824-30. doi: 10.1016/S0140-6736(13)62631-8. Epub 2014 Feb 26. PMID: 24581683; PMCID: PMC4035380.

[4] Pino Casado R. La enfermera como primer contacto para la atención a pacientes con enfermedades leves de atención primaria [Venning P, Durie A, Roland M, Roberts C, Leese B. Randomised controlled trial comparing cost effectiveness of general practitioners and nurse practitioners in primary care. British Medical Journal 2000; 320:1048-1053]. Index de Enfermería, 2002; XI (38):66-68.

[5] En este sentido recomiendo la conferencia “Regreso al futuro: mensajes de Florence para las enfermeras de hoy”, impartida por Mª Paz Mompar en el Colegio de Enfermería de Albacete el pasado día 14 de mayo http://youtu.be/7fvVuyIbq2w

[6] “Demasiadas personas sobrevaloran lo que no son y subvaloran lo que son”. Malcolm S. Forbes.

[7] “Serás tan valioso para los demás como lo has sido para ti mismo”. Marco Tulio Cicerón.

EL DÍA DESPUÉS DEL DÍA INTERNACIONAL. La importancia de llamarse enfermera.

Las ideas se tienen, las creencias se son.

                        Ortega y Gasset.

 

A todas las enfermeras que se sienten orgullosas de serlo, identificarse y denominarse como tales

 

 

–           Buenos días, por favor quisiera hablar con arquitectura para que me hagan un proyecto para construir mi casa.

–           Perdón, ¿cómo que quiere hablar con arquitectura? En todo caso será con algún arquitecto.

–           Bueno, pues eso, es lo mismo ¿no?

–           Me temo que no.

Esta ficticia conversación que parece un despropósito y que podemos trasladar a cualquier ámbito disciplinar como farmacia, medicina, biología, filosofía, podología, historia… se reproduce de manera sistemática con las enfermeras. Es decir, nos ocultan y nos ocultamos muchas veces tras la disciplina, Enfermería, como si nombrarnos como enfermeras tuviese efectos nocivos para la salud.

Aunque son múltiples las razones que inciden e inducen a esta denominación extraprofesional tan singular como anómala, me voy a circunscribir a reflexionar tan solo sobre algunas de ellas por entender que es importante que tratemos de identificar que, más allá del error semántico que se comete, las consecuencias del mismo provocan efectos colaterales relevantes que trascienden a la mera denominación.

En primer lugar, quisiera destacar el hecho de la utilización del genérico femenino, enfermeras para nombrarnos e incluso la denominación individual que como enfermera se utiliza con independencia del sexo de quien lo haga.

En este sentido cabe destacar un reciente artículo titulado “Identidad femenina, la emergencia de nuestro tiempo”, en el que María Calvo Charro, profesora de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid y defensora de la educación segregada acusa al feminismo de implantar el concepto de que «para ser una mujer moderna, es preciso liberarse del yugo de la feminidad, en especial de la maternidad» y que «La mujer equilibrada es aquella que, sin renunciar a su ineludible huella psico-materna (materializada o no) desarrolla su vertiente erótico-femenina, que valora la masculinidad y se deja complementar por ella, sabiendo que la alteridad es fundamento esencial para el equilibrio propio y de la descendencia». Es cierto que más allá de la adhesión o rechazo individual que dichos argumentos provoquen, lo que realmente me preocupa es que sea así como define el Colegio de Médicos de Madrid a la mujer ‘equilibrada’ actual, una mujer «más libre y feliz», en un texto publicado en el último número de su revista[1].

Tales posicionamientos y los apoyos realizados por parte de un Colegio profesional como el de médicos de Madrid con una proporción del 70% de mujeres entre sus colegiados, pero con una junta directiva en el que tan solo hay tres mujeres, son los que inducen a pensar y a reforzar el hecho de que estamos insertos en una cultura en la que el prototipo y el modelo a seguir en la gran mayoría de los casos es el impuesto por el modelo biomédico (varón) y por lo tanto y con independencia del sexo de quienes componen la disciplina médica, su comportamiento es masculino. El problema, sin embargo, no es la masculinidad sino la deriva machista a la que puede conducir la misma y que se sustenta en planteamientos como los expuestos y por el apoyo explícito de la propia clase médica como patrón de normalidad y de réplica para sus miembros.

Lo expuesto, por tanto, genera efectos que no tan solo se circunscriben al escenario médico, sino que trascienden al mismo provocando que las diferencias con dicho modelo tiendan a interpretarse como fallos o carencias de las enfermeras (mujeres). Ante esta realidad, automáticamente tratamos de ocultar nuestra identidad refugiándonos en la supuesta y aparente neutralidad de la disciplina, Enfermería. A ello hay que añadir los efectos en nuestro proceso de socialización que provocan que se nos prohíban, sutil y sistemáticamente, experiencias que implican autorreconocimiento, experimentación y enfrentar dificultades, lo que repercute de manera directa y demoledora en nuestra autoestima profesional, ya que nos cuesta mucho valorarnos.

Como consecuencia de todo lo expuesto hasta ahora y dada la gran influencia del colectivo médico y su modelo, tanto en el sistema sanitario como en la sociedad, sus aportaciones son, no tan solo reconocidas y valoradas, sino identificadas como actos casi divinos o mágicos atribuidos y personalizados en los médicos (sean hombres o mujeres) y no en la medicina, al relacionar los mismos con la capacidad de alejar o vencer a la enfermedad y la muerte.

Dicha consideración, en muchos casos casi reverencial, anula o eclipsa cualquier otra aportación que no sea ejecutada, manejada u ordenada por ellos, lo que hace que, a la vista de la mayoría, gran parte de nuestros cuidados profesionales sean vistos como naturales y no como un trabajo o aporte especial, específico, singular y mucho menos autónomo, al tiempo que se nos exige que demostremos constantemente que valemos. Si a ello añadimos que las enfermeras continuamos pensando, en más ocasiones de las deseadas, que nuestros cuidados no van más allá de los aspectos afectivos que, sin dejar de ser satisfacciones muy dignas, no pueden ni deben quedar relacionados con ellos, ya que supone limitar al terreno de lo afectivo, doméstico y privado el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano, lo que limita las posibilidades de realización con que cuentan las enfermeras. Así pues, en función de la dedicación que tenemos en el cuidado y atención a otros, el autoconocimiento nos resulta dificultoso. Puede ser por eso que se entienda, interiorice y verbalice que Enfermería cubre mejor la dificultad que tenemos a autoconocernos y la consecuente falta de autoestima que genera, considerando, en consecuencia, que refugiándonos en o con ella nos protege de la exposición a tales consideraciones y por tanto nos lleva a no nombrarnos como lo que somos, enfermeras.

Y es que, tal como dice Argyle[2] “el principal origen de la autoimagen y la autoestima probablemente sean las reacciones de los demás, llegando a vernos a nosotros mismos como los otros nos categorizan”

Pero es que además esta utilización maximalista o reduccionista, según se mire, nos lleva a que seamos nombradas más por lo que ejecutamos que por lo que somos capaces de hacer. De ahí que se nos denomine rastreadoras, vacunadoras, pinchaculos… haciendo referencia a las técnicas que realizamos y que en muchas ocasiones se relacionan con saberes que se desarrollaron para servir a los intereses prácticos de los médicos aunque fueron prestados a las enfermeras para fundamentar empíricamente su trabajo, pero que al mismo tiempo producen una alienación de la actividad enfermera con el trabajo de la medicina, con la consiguiente subordinación de la enfermera al médico tanto en el ámbito teórico como en el práctico. A los médicos no se les denomina como auscultadores, palpadores, operadores, exploradores… a pesar de que son técnicas que realizan habitualmente, ya que estas, forman parte de su saber propio, perfectamente identificado con los médicos. Y como consecuencia de ello, también es habitual intentar reducir el efecto de esta asignación mediante la asunción de las técnicas por parte de la Enfermería y no de las enfermeras: Enfermería vacuna, rastrea, pincha…

Pero claro, por otra parte, se mimetizan las denominaciones que tanto nosotros mismos como quienes nos representan utilizan. Es el caso de denominarse como Director/a de Enfermería en lugar de Director/a Enfermero/a, Consulta de Enfermería en lugar de Consulta Enfermera, Colegio de Enfermería en lugar de Colegio de Enfermeras… en una clara muestra colectiva de ocultación de la identidad propia enfermera, que sin duda contribuye a interiorizar individualmente idéntica denominación y la consiguiente ocultación de la condición de enfermeras. No existen las Direcciones de Medicina, ni los Colegios de Medicina, ni de Arquitectura, ni de ninguna disciplina, porque lo son de sus profesionales que son a quienes, al menos en teoría, deberían representar. Puede parecer que, al nombrarse, no por lo que se es, enfermera, sino por lo que representa, Enfermería, se estuviese eludiendo o cuanto menos no haciendo tan visible la responsabilidad que conlleva el hecho de ser enfermera al diluirlo en Enfermería, lo que hace más difícil identificar el posible error personal, sin tener en cuenta que reconocer la equivocación y aprovecharla es un alarde que ronda la genialidad. O es que nos cuesta valorarnos y nombrarnos por miedo al error.

Se debería plantear que, si realmente es la Enfermería la que hace, debería ser a la Enfermería a quien se le pagase por ello y no a las enfermeras que son las que cobran. A lo mejor desde esta perspectiva lograríamos modular nuestro lenguaje y definir nuestra identidad. Ya se sabe que la pela es la pela.

Otro aspecto interesante de esta tendencia es tratar de justificarla desde el argumento de la inclusión que hacen las auxiliares de enfermería y las actuales TCAE, al menos a través de sus representantes sindicales, que es como han decidido denominarse en su nueva acepción. Esto podría tener cierta coherencia si no fuese porque han renunciado a su denominación de auxiliar por considerarla subsidiaria hacia las enfermeras, cuando realmente lo eran de la enfermería, y su significado, según el diccionario, es el de ayudar a satisfacer necesidades. Tal renuncia la sustituyen denominando a los cuidados como auxiliares (Técnicos de Cuidados Auxiliares de Enfermería) en vez de serlo de Enfermería y ocultándolo todo, incluso a la Enfermería que reclaman por conveniencia, tras unas siglas que nadie identifica, pero que les refugia de la aludida y supuesta subsidiariedad. Por lo tanto, renunciar a la denominación de enfermeras no contribuye a integración alguna, hacia quienes identifican la Enfermería como un medio y no realmente como un fin en sí mismo.

El colmo es cambiar el día en que se nos reconoce internacionalmente como enfermeras por Enfermería, en un intento de institucionalizar una denominación atípica, incorrecta y confusa que tan solo contribuye a invisibilizarnos y que va en contra de lo que dice el Consejo Internacional de Enfermeras.

No puedo entender como alguien puede decir que quiere a la Enfermería, renunciando al mismo tiempo a denominarse como enfermera. Cuesta comprender como se puede querer aquello que dándote la oportunidad de tener una identidad lo rechazas para usurpar, o cuanto menos utilizar indebidamente, la suya

Tal como afirma Lluís Duch[3] la palabra supone para el ser humano la construcción de su realidad, parece evidente pues, que ejercer como enfermeras equivaldría, de hecho, a dar consistencia verbal a nuestra realidad como tales y no a la profesión, la disciplina o la profesión a las que pertenecemos por el hecho de serlo.

Finalmente, como dice J.A. Marina, “la credulidad es un rechazo mecánico a toda crítica, una bobalicona aceptación pasiva de lo que llega por canales cualificados, es un dramático fracaso de la inteligencia”, por lo que me resisto a ser nombrado, identificado o valorado como Enfermería. Asumo el riesgo, pero también la satisfacción de ser y actuar como enfermera.

                                                          

[1] https://www.eldiario.es/rastreador/huella-psico-materna-dejarse-complementar-masculinidad-mujer-equilibrada-revista-colegio-medicosmadrid_132_7931614.html?mc_cid=182d7a1692&mc_eid=45f3909550

[2] Argyle M. Psicología del comportamiento interpersonal. Madrid: Alianza Editorial; 1987.

[3] Duch LL. Mito, interpretación y cultura. Barcelona: Herder; 1998.

Día Internacional de las Enfermeras: Una voz para liderar

Volume 90% 

Atodas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería

 

Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.

No es mi intención, ni quiero renunciar, a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado.

La pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.

La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.

En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.

Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.

Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.

No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.

Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.

Todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.

El día internacional de las enfermeras 2021 es una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.

Hay enfermeras que trascienden a la diferencia entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.

Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “… y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”.

Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.

Por todo ello, felicidades a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados. 

DÍA INTERNACIONAL DE LAS ENFERMERAS 2021. Mucho más que un cuento.

“Ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las mentiras son cuentos.”

Carlos Ruiz Zafón

A todas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería

Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.

En este sentido, tal como he comentado en ocasiones anteriores, este tipo de celebraciones o recordatorios -no todo puede ni debe celebrarse-, tengo dudas razonables de si son procedentes, necesarios y si realmente aportan algo más que una referencia temporal que, por otra parte, generan cierto debate sobre la oportunidad de la fecha elegida en contraposición a otras alternativas.

En cualquier caso y dado que la dinámica social e incluso institucional y profesional nos ha incorporado en este recuerdo anual, creo que debemos aprovechar el mismo para ir un poco más allá de la simple celebración o de la tentadora atracción al halago gratuito e incluso exagerado.

No es mi intención, ni quiero, renunciar a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras, a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado en el que, tras soplar la imaginaria vela de la no menos imaginaria tarta, vuelve la oscuridad, las dudas y las incoherencias al igual que las promesas, los deseos, las felicitaciones, de quienes se ven obligados a hacerlo más como compromiso social o institucional que como una verdadera convicción de hacerlas realidad. Con la llegada de la hora que pone fin al día de celebración, la magia se acaba y como en el versionado cuento de la cenicienta, desde Giambattiste Basile a los Hermanos Grimm pasando por Charles Perrault, se desvanecen los aparentes logros celebrados en forma de ilusiones, propósitos y promesas, para volver a la situación previa, en la que se vuelve a convivir con la rutina diaria de subsidiariedad, invisibilidad, barreras, rechazos, olvidos, inseguridades… en la que tan solo nos queda la esperanza de que alguien tenga la voluntad política, la coherencia y el sentido común de localizar a quien en su huida de la fiesta de celebración, al comprobar que el sueño era tan solo eso, un sueño, deja una señal de su esencia, como el zapato de cristal de cenicienta. Al no saber o no querer saber realmente a quien pertenece, siempre hay alguien que trata de localizar a la dueña de dicha pérdida para poder reconocerle lo que es y no lo que queda oculto. Teniendo en cuenta, además, que van a ser muchos quienes reclamen la titularidad de la pérdida, que es tan bella y frágil, como el zapato de cristal de cenicienta, estando expuesta a que se rompa, como sucede de manera sistemática en la fiesta de celebración de las enfermeras.

Pero nos encontramos también con la difícilmente comprensible disputa interna en la que, las enfermeras, ni tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre en qué o en quienes se centra la celebración. Mientras hay quienes siguen empeñadas/os en ocultarse tras la ciencia, la disciplina o la profesión, Enfermería, otras/os reivindican la autoría de la celebración focalizada en las enfermeras y no en la Enfermería. Es como pelearse por celebrar la vida de la persona en lugar de celebrar que la persona cumple un nuevo año de esa vida en la que se desarrolla. No parece que la vida, lo mismo que la Enfermería, necesiten celebración dado que no la precisan por tener suficiente entidad por sí mismas. Todo el mundo sabe que existe Enfermería, que se puede estudiar, otra cosa es que se sepa lo que son las enfermeras, lo que pueden hacer y aportar por sí mismas. Las personas o las enfermeras, sí que requieren que se valore su aportación a la vida o a la enfermería y que se celebre la misma como reconocimiento, pero también como reivindicación de lo que queda por lograr y a lo que no se resignan a renunciar a pesar de que se les intente encerrar, como a cenicienta, para que no se sepa que lo perdido en la huida, que realmente no es tal huida sino parte del trabajo por consolidar su posición, les pertenece y les permite ser reconocidas y conocidas.

No estamos, sin embargo, en un escenario de cuento ni de fantasía, ni tan siquiera en una realidad virtual en los cuales pueden configurarse logros oníricos y felices, con imposible traslado a la realidad. Es por ello que resulta fundamental que las enfermeras nos situemos, en un posicionamiento alejado de las hadas madrinas, la magia, los hechizos o los enamoramientos edulcorados con una realeza tan ficticia como engañosa.

Es cierto que el escenario real en el que nos situamos, es incierto e incluso peligroso y, no podemos ni debemos obviarlo. Pero ello no debe ser excusa para no actuar, para no pensar, para no plantear… por miedo a ser devoradas por el lobo como le sucede a la caperucita roja de Charles Perrault. No se trata tan solo de observar e identificar las diferencias que presenta el malvado lobo con la dulce abuelita, para no ser presa de la voracidad del hipotético o hipotéticos lobos con los que convivimos diariamente las enfermeras. Debemos ser capaces de estar alerta y de tener las armas, no de fuego sino de argumentos, para vencerlos, porque si esperamos a ser salvadas por los cazadores, entonces, sí que estamos perdidas. Nuevamente la realidad supera a la ficción del cuento.

La pandemia, la maldita pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.

La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.

En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.

Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.

Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.

No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.

Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.

Pero si importante es ese liderazgo comunitario, social, compartido, no lo es menos el liderazgo entre y con las enfermeras. Sabiendo identificar y valorar a nuestras/os referentes. Enseñando enfermería desde enfermería y con enfermeras. Formando enfermeras para la sociedad y no tan solo para las organizaciones sanitarias. Compartiendo las diferencias para hacer de ellas oportunidades de crecimiento y aprendizaje y no de inmovilidad y conformismo. Aportando ideas, innovando, investigando para dotar de valor y rigor a nuestros cuidados. Contrastando propuestas que permitan mejorar nuestras respuestas. Analizando y reflexionando con pensamiento crítico para huir de la crítica reduccionista, simplista, autodestructora e inútil. Identificando oportunidades y fortalezas en lugar de caer en la trampa de las debilidades y las amenazas. Reivindicando mejoras que nos permitan actuar con eficacia y eficiencia sin caer en el victimismo y el sentimiento de persecución. Respetando, aunque no se comparta. Compartiendo conocimiento, esfuerzo y experiencia, para contribuir al desarrollo común. Huyendo de la individualidad para situarse en el trabajo colectivo. Trabajando de manera autónoma para contribuir a la fortaleza del trabajo en equipo. Alegrándonos por los éxitos de los demás en lugar de por sus fracasos. Dignificando nuestras instituciones en vez de aprovechándonos de ellas. Fortaleciendo las sociedades científicas para lograr la excelencia profesional. Abandonando la adolescencia profesional para asumir la responsabilidad de nuestra madurez. Priorizando el liderazgo en la gestión de los cuidados y no tan solo la de los turnos, los materiales o los días de descanso. Prestando cuidados desde nuestro paradigma propio y no desde el de otras disciplinas. Sabiendo qué hacer con la técnica y no tan solo fascinándonos con ella. Asumiendo la responsabilidad de nuestras competencias, aunque compartamos la toma de decisiones. Acompañando la ética de los cuidados con su necesaria estética. Renunciando a la zona de confort, pero exigiendo entornos que garanticen la calidad y seguridad de nuestro trabajo. Pensando más en las necesidades de las personas, familias y comunidad que en las corporativistas. Reclamando la especificidad de nuestras especialidades sin renunciar a la atención integral, integrada e integradora de los cuidados y las necesidades básicas. Aportando pruebas que argumenten nuestras aportaciones, nuestros resultados y nuestras peticiones. Exigiendo respeto y reconocimiento a nuestra aportación singular, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde. Identificando la técnica como una adición y no como una sustitución de la atención enfermera. Reclamando tener voz y capacidad de decisión en cualquier contexto y no tan solo la posibilidad de ser oídas. Manteniendo siempre una mirada enfermera capaz de cambiar situaciones y aportar soluciones. Asumiendo competencia política transformadora.

Porque todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.

Hagamos del día internacional de las enfermeras 2021 una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.

Hagamos del día 12 de mayo algo más que un recuerdo esporádico de lo que somos, una anécdota en el calendario, o un cuento en el que Florence Nightingale nos recuerda su aportación en la guerra de Crimea por importante que fuese. Debemos trascender a la historia sin desconocerla. Tenemos que construir el presente sin olvidar el pasado. Nos corresponde planificar el futuro sin abandonar el presente ni renunciar al pasado. Hemos de aprender a aprehender.

Los cuentos suelen empezar todos con la frase de “Érase una vez…” Las enfermeras no éramos, somos porque no formamos parte de un cuento, ni somos personajes de un cuento, ni una casualidad histórica. Somos una realidad, una necesidad, una evidencia profesional y científica que nos corresponde construir a nosotras para compartirla con la sociedad.

No hay príncipes, ni princesas, ni lobos, ni dragones, ni enanitos, ni brujas, ni hechiceras, ni hadas madrinas, ni heroínas. Hay enfermeras que trascienden a las diferencias entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.

Todas ellas aportan diversidad, todas ellas son singulares y todas ellas son necesarias. Quienes no se sienten enfermeras no son enfermeras, tan solo actúan como tales y no sienten la necesidad de celebrar nada porque nada aportan.

Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “…y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”. Y es que, no es lo mismo un cuento que la vida real. Entre otras cosas porque nuestra historia, que no nuestro cuento, no ha acabado. Podemos ser felices aunque no comamos perdices y ello no nos aparta de la necesidad de seguir trabajando para mejorar.

Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.

Por todo ello FELICIDADES a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados.

Ahora sí, podemos soplar las velas, pedir los deseos que queramos y disfrutar de la tarta. El año que viene más y mejor.

NO TODO VALE. Coherencia y sentido común

“El sentido común es la virtud más complicada de todas las profesiones.”

LEANDRO KABAKIAN

A quienes cultivan el sentido común y la coherencia.

           

La falta de diálogo de reflexión, de debate, de coherencia, de respeto… conduce a discursos, mensajes o planteamientos basados en la descalificación, el reproche permanente o la demagogia. Es, lamentablemente, a lo que nos tienen acostumbrados los políticos que dicen representarnos cuando realmente a los únicos que representan es así mismos y a sus intereses.

La pérdida de la oratoria política, parlamentaria e incluso científica que caracterizaba los debates en los que las ideas, las propuestas o las pruebas se imponían a cualquier otra alternativa y en la que el respeto hacia el otro primaba por encima de todo, nos ha llevado irremediablemente a escenarios propios de las disputas ilegales tales como las peleas de gallos o de perros en las que lo único importante, más allá de los daños colaterales que causan, es ganar, aunque sea con malas artes y con engaños.

Con ser lamentable esta puesta en escena y estos comportamientos que se trasladan a platós de televisión, emisoras de radio o redes sociales, lo verdaderamente triste es el contagio que provocan en la sociedad, que asume como propios los mismos, los naturaliza e incluso los hace suyos.

La demagogia, el populismo, la mentira, la descalificación, el engaño, la manipulación, el cinismo, la hipocresía, el egoísmo, el individualismo –incluso cuando este es colectivo- sustituyen al argumento, la reflexión, el análisis, la coherencia, el pensamiento crítico, el respeto, el diálogo e, incluso, el sentido común. Todo parece valer con tal de lograr lo que se quiere, aunque lo que se quiere tenga poco fundamento y tan solo obedezca al interés particular que, por otra parte, se disfraza de necesidad y de proyección con utilidad pública.

La situación, que cada vez afecta a más esferas sociales, llega incluso al ámbito del saber e incluso de la ciencia, que lejos de permanecer inmune acaba contagiándose y adoptando idénticas actitudes, comportamientos y discursos alejados de todo rigor, para situarse en el terreno especulativo, desde el que se negocian concesiones imposibles, por irracionales, pero posibles, por conveniencia política o ignorancia en torno a la realidad que se altera.

Hace poco reflexionaba, en este mismo blog, sobre la realidad disociada que se genera con relación a la formación de la enfermería y los problemas que la misma genera. La falta de planificación, la ausencia de una definición clara de puestos de trabajo, la absoluta falta de voluntad política y de gestión sanitaria por articular adecuadamente el trabajo de la enfermería en las organizaciones sanitarias, el oportunismo mercantilista de las titulaciones alejado de cualquier análisis serio de necesidades, la negociación al margen de agentes clave en el desarrollo de la enfermería, de sus competencias y de su ámbito de actuación… conducen a situaciones en las que se propicia el enfrentamiento en lugar del entendimiento, lo que finalmente, acaba provocando un claro perjuicio para la profesión enfermera en su conjunto, para la atención de cuidados, para las organizaciones sanitarias y para la propia sociedad. Pero, parece ser, que esto es lo que menos importa.

           Es, como si el sentido común hubiese desaparecido en las administraciones o que estuviese penalizada su presencia y rechazada su utilización. El más común de los sentidos, ha acabado por ser una anécdota que, habitualmente, se paga con los ceses o las dimisiones por aburrimiento y hastío ante la mediocridad de quienes osan utilizarlo en su gestión.

          Las palabras, por otra parte, tan importantes y justas se contaminan, manosean y utilizan para mantener unas apariencias de normalidad e incluso de eficacia y eficiencia, cuando realmente lo que esconden es una realidad bien diferente que hace que pierdan todo su sentido literal y de contenido. Un claro ejemplo es la Dirección General de Ordenación Profesional del Ministerio de Sanidad, que no tan solo no ordena, sino que parece empeñado en generar el efecto contrario al que predica su nombre.

           Una Dirección General en la que los diferentes inquilinos que la han ocupado se han dedicado sistemáticamente, con una honrosa excepción, a demostrar su absoluta falta de voluntad política, o su manifiesta incapacidad gestora o ambas a la vez, por ordenar la profesión enfermera. Entiendo que el resto de profesiones de la salud habrán sufrido idénticas consecuencias, pero evidentemente a mí me preocupa la que me preocupa, la enfermería.

            En más de dos décadas, por no remontarme más atrás, han logrado reunir una importante colección de despropósitos que, curiosamente o no, han tenido graves repercusiones tanto para la Enfermería como profesión como para las enfermeras y para las Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE) como profesionales

            Tras una aprobación precipitada, sin consenso y con claras y manifiestas deficiencias se aprobó el Real Decreto que regulaba, o intentaba hacerlo al menos, las Especialidades de Enfermería, mimetizando el modelo médico de las Especialidades MIR, de las que adopta hasta la nomenclatura, en un claro aviso de lo que posteriormente sucedería con las Unidades Docentes.

           Planteó una especialidad que nació muerta por imposible e incoherente como la especialidad de Enfermería Médico-Quirúrgica, a fecha de hoy en vía muerta, aunque aún sin enterrar.

           No se preocupó de ordenar, nueva muestra de la paradoja de su denominación, las Comisiones Nacionales de las Especialidades que a pesar de sus intentos porque así se hiciera topaban permanentemente con el inmovilismo, cuando no obstruccionismo militante de los sucesivos equipos, que tan solo veían en las citadas comisiones órganos de ejecución de actividades de supuesta regulación pero que no pasaban de ser meramente administrativas. Para muestra y tras más de 10 años desde que se aprobaron los programas de las Especialidades se sigue sin libro del Residente como herramienta fundamental en la gestión formativa de las/os residentes y sin regular el funcionamiento de las Unidades Docentes que actúan con absoluta anarquía que no autonomía.

            “Ordenó” en el sentido de mando y autoridad que no en el de orden, la estructura y funcionamiento de las Unidades Multiprofesionales que supusieron abocar a las enfermeras a la subsidiariedad en el seno de las citadas unidades docentes y a supeditar la formación de las/os residentes enfermeras a la de los médicos dada la clarísima falta de autonomía que tan solo el voluntarismo de algunos equipos salva parcialmente.

            La troncalidad de las especialidades de ciencias de la salud, fue un nuevo intento de “ordenar” que generó tal desorden que finalmente se diluyó en medio de la confusión, la incertidumbre y la desconfianza, quedando aparcado en el olvido.

            En un nuevo ejercicio de contorsionismo político, recientemente, se ha presentado un borrador que “tala” la troncalidad anterior para plantear una supuesta ordenación de las áreas de capacitación especial de las especialidades de ciencias de la salud con un planteamiento estándar en el que, nuevamente, las especialidades de enfermería quedan fuera del marco en el que se quiere incorporar con calzador a todas las especialidades de ciencias de la salud, con criterios hechos a imagen y semejanza de las especialidades médicas, lo que provoca que no tengan encaje posible con las especialidades enfermeras, por ejemplo. Esperemos que este nuevo intento de desorden profesional quede tan solo en eso, en un intento.

            En este recorrido de despropósitos por la Dirección General de Ordenación Profesional, sus nuevos inquilinos, quienes desplazaron al único equipo que tuvo, mantuvo y retuvo sentido común y coherencia, han decidido ceder a las presiones de un sindicato que, aunque dice defender a las TCAE sigue denominándose como de Auxiliares, se había topado de bruces con el equipo desalojado en el logro de sus pretensiones por incoherentes y falta de coherencia.

            Una vez restaurado el desorden y eliminadas las amenazas de coherencia y sentido común que atesoraba el equipo desplazado, el sindicato en cuestión identificó la oportunidad de lograr sus pretensiones y en una nueva muestra de absoluto desconocimiento de lo que es la enfermería, el equipo ministerial toma la decisión de dar rienda suelta a unas peticiones, al margen de cualquier tipo de planificación y ordenación de la profesión enfermera en la que, por ejemplo, siguen sin definirse los puestos de trabajo específico de las especialistas de Enfermería y su articulación con las denominadas enfermeras generalistas, que adolecen igualmente de una ordenación. Todo lo cual lleva a un enfrentamiento tan doloroso, inútil como prevenible entre quienes deben conformar los equipos de enfermería.

            Nadie discute, ni tiene intención de limitar las posibilidades de una mejor formación por parte de las TCAE. Pero una cosa es que se quiera mejorar en el ámbito de actuación regulado correspondiente a su nivel y otra bien diferente es que se quiera desregular dicho ámbito para obtener una titulación que tan solo persigue mayores retribuciones justificándolo con pretensiones de todo tipo incoherentes y faltas de sentido común, lo que justifica que hayan sido entendidas por parte del ministerio.

            No es una cuestión de crecimiento, o de tener más funciones, que no competencias que se alcanzan en las titulaciones universitarias. Se trata de un intento por alcanzar un nivel formativo que justifique aumentos retributivos. Sería más lógico que se reclamasen estos al margen de unas reivindicaciones que chocan frontalmente con las posibilidades que actualmente permiten las normas y la realidad profesional.

            Las TCAE, que utilizan de manera totalmente interesada su pertenencia a Enfermería, cuando están dinamitando las bases de la misma, tan solo persiguen confundir y atraer la máxima atención y afiliación a su sindicato, que siendo lícitas propuestas no pueden apoyarse en la demagogia, el populismo y el discurso amenazador, descalificador y manipulador del que hablaba al inicio. Pero, lamentablemente, es el que han identificado que funciona y el que, además, ha logrado ser escuchado por los máximos responsables ministeriales.

            Plantear una reivindicación yendo en contra de la profesión a la que dicen querer pertenecer, Enfermería, tan solo pone de manifiesto sus verdaderas intenciones.

         

             Nadie impide a las TCAE alcanzar competencias y posibilidades de investigación en Enfermería, dado que, al pertenecer a Enfermería, tienen cauces legales que les permiten acceder a estudios superiores de Grado de Enfermería como hacen permanentemente muchas TCAE. Querer hacerlo con trampas y mentiras no tan solo es reprobable, sino que además supone un ataque frontal a la convivencia profesional y a la calidad de la atención al alterar el orden profesional y la razón.

            Además, para lograr sus objetivos sindicales que no profesionales, recurren al engaño y el victimismo haciendo creer que no se permite a las TCAE celebrar el día de la Enfermería. Nada más lejos de la realidad. La mala fe de tal afirmación tan solo persigue la confrontación y la descalificación. El día 12 de mayo no es el día de la Enfermería, sino el día de las Enfermeras. De igual modo que existe el día de las Auxiliares que ellas mismas instauraron. Incitar a las movilizaciones y al enfrentamiento contra las enfermeras con este tipo de artimañas no es la mejor manera para lograr un consenso tan necesario como deseable.

            Si realmente todos sentimos que somos Enfermería deberíamos hacer los máximos esfuerzos por lograr su fortalecimiento y no su división. Respetarla y no utilizarla de manera interesada.

            Por su parte quienes tienen la responsabilidad de ordenar la profesión, aunque no tengan la voluntad política para hacerlo, deberían, al menos, tener la decencia de no contribuir al enfrentamiento y el desorden con decisiones tan poco razonadas como racionales.

            Recuperen todas/os la coherencia y el sentido común. No tan solo no duele, ni provoca efectos secundarios indeseables, sino que, además, contribuye a mejorar las cosas y a hacerlas con educación y respeto. Como dijera Alberto Moravia sería deseable que el sentido común fuese algo así como salud contagiosa.

 

DICOTOMÍAS Y FALACIAS La normalidad de Gauss

“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.

Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes

A quienes se empeñan en ver el vaso siempre medio vacío.

En la lógica tradicional, dicotomía es el desglose o fraccionamiento de un concepto genérico en uno de sus conceptos específicos y su negación. El concepto se refiere asimismo a la ley que establece que ninguna proposición puede ser verdadera y falsa al mismo tiempo.

El uso efectista de las dicotomías conduce a una reducción. Así, las subdivisiones entre viejos y jóvenes, ciudad y campo, negros y blancos (en el sentido del color de la piel), salud y enfermedad, se realizan para obviar o para no reconocer los posibles elementos comunes en favor de las diferencias.

Por su parte, una falsa dicotomía es una conclusión falsa a la que se llega intencionalmente o sin intención y que presenta una decisión entre dos únicas posibilidades como una necesidad, a pesar de que existen otras posibles alternativas de decisión.

Como consecuencia, el uso de dicotomías tan extendido como incorrecto, nos conduce a generar falacias como argumentos que pareciendo válidos, no lo son. Como consecuencia algunas de las falacias que se cometen lo son de manera intencionada, sutil y persuasiva, en un intento por manipular a los demás, mientras que otras son producto de descuidos o ignorancia y se hacen sin intención de engañar. En cualquiera de los casos, sin embargo, el resultado es una información o un planteamiento falso o equivocado que induce a la confusión e incluso al enfrentamiento.

En este sentido, podemos identificar la falacia lógica del falso dilema que implica una situación en la que se presentan dos puntos de vista como las únicas opciones posibles, cuando en realidad existen una o más opciones alternativas que no han sido consideradas. Las dos alternativas son, con frecuencia, aunque no siempre, los puntos de vista más extremos dentro de un espectro de posibilidades. En vez de tales simplificaciones extremistas suele ser más apropiado considerar el rango completo de opciones, como en la lógica difusa.

Pero que un argumento sea falaz no implica que sus premisas o su conclusión sean falsas ni que sean verdaderas. Un argumento puede tener premisas y conclusión verdaderas y aun así ser falaz. Lo que hace falaz a un argumento es la invalidez del argumento en sí. De hecho, inferir que una proposición es falsa porque el argumento que la contiene por conclusión es falaz es en sí una falacia.

            En base a lo expuesto establecer una relación de extremos entre enfermeras e invisibilidad, entre enfermeras y ausencia de logros, entre enfermeras y falta de respeto social… es una clara falacia que omite intencionada o involuntariamente opciones que conducen a una simplificación y desde la misma a una conclusión fallida que acaba convirtiéndose en un sofisma al plantear razonamientos que aparentan ser correctos pero que no lo son con la finalidad de defender algo y confundir al interlocutor. De tal manera, por ejemplo, que se plantee el argumento de que las sociedades científicas enfermeras no aportan nada a la investigación y al desarrollo enfermero.

            Si además tal argumento se convierte en sofisma, o como ahora se dice, en mantra, se transforma en un silogismo viciado en base a premisas falsas o verdaderas pero cuya conclusión final no es ni adecuada ni cierta y que acaba por interiorizarse como norma, certeza o incluso como realidad inamovible que configura un rasgo propio, en este caso de las enfermeras. Por ejemplo: Enfermería está conformado mayoritariamente por mujeres, las mujeres son débiles, luego las enfermeras son débiles.

            Desde este planteamiento somos las propias enfermeras quienes construimos, alimentamos y mantenemos estas dicotomías, falacias o silogismos, generando dudas, en el mejor de los casos, o cimentamos una visión distorsionada y distante de la realidad al hacer afirmaciones que, a pesar de estar alejadas de argumentos sólidos, se identifican como realidades que contribuyen a reforzar tópicos y estereotipos existentes o a crear nuevos.

            Establecer, por ejemplo, una dicotomía poco menos que dudosa, en la que se contrapone, por una parte, la supuesta defensa de las enfermeras como profesionales excelentes y capaces, con la nulidad manifiesta por aportar datos sobre dicha excelencia y capacidad, es un ejercicio muy peligroso que ni tan siquiera la hipotética intención de lograr con ella una respuesta reactiva para corregir el supuesto déficit la justifica. Y no lo hace porque, al establecer esta dicotomía que finalmente, como ya hemos visto, se convierte en falacia, se corre el riesgo de que acabe formando parte de un peligroso e indeseable sofisma que genere el efecto contrario al inicial y supuestamente deseado. La exclusión, ignorancia, evitación u ocultamiento de acontecimientos, hechos, realidades, datos, aportaciones existentes entre los dos extremos planteados de manera tan artificial como innecesaria convierten la dicotomía en una peligrosa propuesta de descrédito que, aunque artificial en su planteamiento acaba siendo muy real en sus consecuencias. Las enfermeras ante estas premisas acaban por interiorizar como realidad su incapacidad para demostrar que sus aportaciones son valiosas, reconocibles y evaluables para la salud de la población y la eficacia y eficiencia de los servicios u organizaciones en las que trabajan.

            Por tanto, lejos de contribuir a mejorar determinadas situaciones lo que se hace es, o bien posicionar a una parte de las enfermeras en el conformismo y la inacción al identificar que esa realidad es inamovible o a provocar un enfrentamiento entre quienes postulan el extremo comentado con quienes identifican realidades que han quedado manifiestamente ocultas en el mismo y en las que, posiblemente, han participado apoyado o creído firmemente, de tal manera que se genera una contraposición de extremos, también, entre enfermeras y no tan solo de ideas o posicionamientos, a pesar de que, posiblemente, las enfermeras situadas en ambos extremos tengan idénticas o muy parecidas intenciones de trabajar por un mismo objetivo, pero con pobres o nulos resultados.

A la hora de representar aspectos de comportamiento profesional/disciplinar como los que analizamos, estamos casi castigados a toparnos con el hastío estadístico. Lo normal, lo cotidiano y lo anodino, marca la norma y posiblemente por eso quienes se encuentran en los extremos la rechazan o la obvian por interés o por considerar que la misma anula la posibilidad de situarse en uno u otro de los extremos de esa campana de Gauss. La normalidad, por otra parte, no aporta exclusividad, sino monotonía grupal, algo de lo que también intentan huir quienes propician las dicotomías. Los vínculos profesionales se forman en torno a intereses comunes. Y mientras más conciso, claro y específico sea este acervo, mucho mejor. La divergencia, lo diferente, será más escasa en este orden de cosas, a pesar de que un mundo cada vez más globalizado teje a diario realidades profesionales más heterogéneas, de las que no escapan las enfermeras ni la enfermería.

Pero si planteamos el debate sobre la enfermería y su proyección ya sea social, institucional o incluso corporativa como un combate o como una trinchera siempre cabe la posibilidad de hacer análisis de lo extraordinario o microanálisis que tienen poca capacidad de extrapolación a la realidad cotidiana o del comportamiento habitual de las enfermeras y su evolución.

Los extremos, por tanto, tienden a querer marcar o enfatizar las tendencias más atractivas o deseables, aunque las mismas sean alternativas o marginales y se separen de la, en apariencia indeseable y tediosa normalidad. Estas son las reglas del juego. No podemos cambiar la estructura y el comportamiento de una disciplina situándonos en expectativas extremas y dicotómicas. Pero sí debemos conocer como está conformada para decidir dónde queremos estar y donde preferimos actuar.

Es por ello que estamos condenados por pura probabilidad a la normalidad. De esta manera, aunque todas las enfermeras formamos parte de una misma y única disciplina/ciencia/profesión, y teniendo en cuenta que la mayoría asumimos dicha perspectiva, no hay que desdeñar que hay una parte que la asume como parte de una realidad pero que no reconoce ni acepta como propia y que les sitúa como disidentes a la norma identitaria. A pesar de los intentos por eliminar dicha disidencia y por tanto la brecha que la misma genera entre los extremos, por pura estadística, estamos condenados a la distribución normal, a la supuesta tiranía de Gauss.

Siempre habrá elementos de la distribución (ATS, DUE e incluso quienes se denominan como Enfermería en lugar de como enfermeras) que destaquen por exceso o por defecto frente a la mayoría estandarizada. Evidentemente, en el tema que nos ocupa la tendencia cambiará en función de que organizaciones como los Colegios profesionales, Instituciones Sanitarias, Medios de Comunicación y nosotras mismas, contribuyamos a la normalización mediante la utilización y puesta en valor de la identidad propia, enfermeras, y de las competencias que nos identifican y corresponden, los cuidados profesionales, o nos situemos en cualquiera de los extremos de la disidencia. Así es la realidad de nuestra disciplina, y así somos las enfermeras, no muy diferentes al resto de disciplinas y profesionales. Lo bien cierto es que así es la realidad social y su forma de comportarse[1].

Sin embargo, no debemos ver esto como un fracaso, ni hacer de ello una cruzada tan dañina como inútil. Simplemente aceptar esta tendencia, tan natural como la vida misma y presente en otros muchos contextos, tanto profesionales como de toda índole. Lo que debe hacernos entender que no somos especiales ni nos comportamos de manera tan radicalmente diferente a como algunas/os quieren hacernos ver situando la realidad enfermera en una permanente dicotomía que nos lleva a la autocomplacencia inmovilista, o al rechazo y la flagelación, sin que ninguno de los casos sirva realmente para cambiar una realidad que requiere de la normalidad gaussiana para que sea efectiva y eficaz. El orden lógico no puede escapar al sistema al que pertenece y, por lo tanto, siempre habrá una parte de la enfermería que destaque por defecto y otra por exceso. En medio, entre ambos extremos, se distribuirá el grueso de la muestra, la enfermera media que, por otra parte, no nos equivoquemos, es sobre quien, ambos extremos, ejercen una presión constante tratando de atraerlas a sus respectivos posicionamientos dicotómicos y que es sin duda la que otorga consistencia y valor a la disciplina/profesión.

Ni somos las mejores ni las peores. Ni somos heroínas ni mezquinas. Ni somos imprescindibles ni prescindibles… pero lo que está claro es que, gracias a las aportaciones de muchas enfermeras, sobre todo en las últimas décadas, se ha logrado que la enfermería y las enfermeras sean trascendentes, es decir, que nuestra aportación tenga consecuencias muy importantes, más, incluso, de las que cabría esperar. Y esto no es autocomplacencia, ni nos tiene que hacer morir de éxito, ni creer que está todo hecho. Pero tampoco es admisible que nos culpabilicemos permanentemente negando la realidad y queriendo ver tan solo aspectos negativos que lejos de ser autocríticas constructivas y motivadoras se convierten en palos en las ruedas mediante ataques furibundos sin justificación ni argumento que los sostengan, que provocan parálisis, inmovilismo y frustración. Tampoco es necesario morir de pena y desesperación, ni pensar que no hemos avanzado nada.

Tan solo como muestra de algunas de las muchas cosas que se han conseguido, me gustaría destacar que, por ejemplo, somos la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas en revistas científicas. La segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[2]. Todo ello en el marco de las Ciencias de la Salud, del ámbito antinatural de la biomedicina en el que nos sitúan y del perverso contexto editorial en el que se juega la “competición”, con idénticas reglas de juego para todos, aunque las oportunidades se alejen claramente de la equidad. La normalidad, por tanto, al margen de los extremos, está consiguiendo generar estos indicadores de excelencia que, en ningún caso nos han sido regalados ni mucho menos han aflorado por generación espontánea.

Generar un discurso de invisibilidad utilizando la ocultación de datos como los expuestos, además de jugar haciendo trampas no contribuye para nada al desarrollo ni la autoestima de las enfermeras.

Además, agua llevará el río cuando este suena, provocando reacciones tan incomprensibles, o no, tan radicales, tan retrógradas, tan pasionalmente incoherentes… como las que, en algunos casos, se producen por parte de quienes, en su corporativista locura, perciben a las enfermeras como los gigantes amenazantes que veía Don Quijote de la Mancha en los molinos, queriéndolas recluir o destruir[3]. Su propia torpeza o locura, o ambas, son las encargadas, finalmente, de conducirles a la derrota tras enfrentarse a la realidad que deforman.

No podemos evitar los extremos, forman parte de la realidad, pero lo que sí podemos es neutralizar los efectos nocivos que desde ambas partes de esa dicotomía nociva se lanzan a la normalidad de esta curva gaussiana en la que nos situamos la mayoría de las enfermeras.


[1] Vázquez Atochero, A. The tyranny of Gauss. Biases and prejudices of normality in the Social Sciences http://revistacaracteres.net/revista/vol1n2noviembre2012/la-tirania-de-gauss-prejuicios-y-perjuicios-de-la-normalidad-en-las-ciencias-sociales/

[2] Indicadores bibliométricos de la actividad científica española (2005-2014) Edición 2016 FECYT. Ministerio de Economía, Industria y Competitividad.

[3] https://www.instagram.com/p/CNu8Y_7qSkN/?igshid=yflmqw4w1m8e

ICONOGRAFÍA ENFERMERA ¿Realidad o confusión?

La entrada de hoy es especial. No tanto por su contenido, que también, sino por el hecho de que la haya hecho de manera compartida con David Bermejo.

David es enfermero residente de la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria en Madrid. Ante una observación que compartí con él sobre la utilización de una imagen en un poster anunciando una actividad científica de Enfermería, me propuso que escribiésemos al alimón la entrada semanal del Blog.

Dicho y hecho. Os presentamos por tanto esta reflexión compartida y sentida desde nuestra visión enfermera.

Una perfección de medios y confusión de objetivos parece ser nuestro principal problema.

Albert Einstein[1]

 

Dedicado a nuestro principal icono, las enfermeras.

 

            Entendemos por iconografía al conjunto de imágenes relacionadas con un tema y que responden a una concepción o a una tradición.

            Por ejemplo, las enfermeras solemos identificarnos con la tradición de la lámpara de aceite utilizada por Florence Nightingale durante la guerra de Crimea para guiarse por el Hospital de campaña donde cuidaba a los heridos.

            Sin embrago cada vez es más frecuente que en folletos, programas, páginas web, blogs, complementos de trabajo… de actividades enfermeras aparezca como icono el fonendoscopio, como elemento fundamental de identidad. O bien que dicho fonendoscopio sea el complemento que acompaña, a modo de bufanda, la imagen de enfermeras.

            El problema no es tanto el fonendoscopio como que dicho elemento sea automáticamente relacionado con otra disciplina que hace mucho tiempo lo identificó, asumió e incluyó como elemento de identidad profesional propio y que la población así lo identifica.

            Es cierto que el uso del citado instrumento clínico no es propiedad de ninguna disciplina, como tampoco la lámpara lo es de la enfermería, pero otra cuestión es que la tradición haya hecho que esas imágenes queden automáticamente ligadas a la medicina y la enfermería respectivamente.

            Los iconos, además, están cargados de simbolismo. Y ese simbolismo cargado a su vez de historia. Es por ello que uno de los principales iconos de las enfermeras, la cofia, que en muchos países sigue identificándose y asumiéndose con respeto y orgullo, en España fue rechazado por la carga simbólica que la misma soportaba tras años de dictadura en la que las enfermeras sufrieron la paralización de profesionalización iniciada durante la II República, la usurpación de su nombre al ser reconvertidas en ATS, una asociación muy estrecha y dominante con la religión, la represión machista, y la consiguiente postergación como recursos al servicio de los médicos y sus intereses.

            Finalizada la dictadura y cuando los estudios de Enfermería se integraron en la Universidad, la cofia se identificó como parte de esa época de subsidiariedad y se rechazó de plano en un acto, también simbólico, de liberación y de ruptura con dicho pasado.

            Desde entonces y salvo la famosa lámpara, también cuestionada por algunas, las enfermeras hemos tenido problemas para identificarnos con algún icono propio y diferenciado.

            Los cuidados, que son nuestra seña de identidad, tienen difícil representación gráfica más allá de las manos en actitud de caricia que por otra parte no concretan el cuidado profesional sino el cuidado genérico y universal.  

            Ni tan siquiera el escudo que representa a Enfermería es identificado y reconocido como propio. Consiste en la Cruz de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, conocida también como Cruz de Malta, símbolo internacional de la sanidad, sobre la que figura el Escudo Nacional. La Cruz está enmarcada en un círculo formado por una rama de laurel en la parte izquierda y una palma en la parte derecha, unidas por un lazo que simbolizan el triunfo (la corona de laurel el triunfo de los generales romanos y las palmas la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén), en este caso es el triunfo de la ciencia y el saber sobre la ignorancia. Pero no deja de tener carga simbólica tanto nacionalista (el escudo fue durante mucho tiempo el preconstitucional con lo que ello representa) como religiosa a través de la palma, lo que ha contribuido a que no fuese aceptado e interiorizado como representación de identidad profesional.

            Ante esta tesitura se ha tendido, de manera irregular, y en muchas ocasiones poco acertada, a incorporar iconografías ligadas a las técnicas y a asumir de entre todas ellas el estetoscopio como elemento más utilizado, bien solo o acompañando a sus portadores luciéndolo en el cuello, en los bolsillos de las batas o en las manos, desterrando e incluso anatemizando a la jeringuilla o al termómetro que se rechazan por relacionarlos de manera directa a epítetos como “pinchaculos”.

            Nuevamente, no es tanto los objetos en sí, los que generan adhesión o repulsa, sino el simbolismo que los mismos trasladan, ligados a la imagen social y la tradición de su uso o al prestigio que transmiten relacionado con dicho uso.

            De ahí que la jeringuilla y el termómetro, reconocibles y asimilables, sean descartados precisamente por relacionarlos, en el imaginario común, con actividades que son identificadas como menores, secundarias y que otorgan poco reconocimiento social o ligado a tópicos que se tratan de evitar. A pesar, repetimos, que se trata de instrumentos directamente ligados a las enfermeras y a algunas de las técnicas que realizamos.

Es cada vez más común, ver como las enfermeras nos enfundamos con complementos llenos de instrumentos y fármacos. Sin embargo, son pocas las que eligen elementos más propios o representativos como es la lámpara de aceite. Creemos que realmente no somos conscientes de la imagen que proyectamos cuando los usuarios nos ven adornados con pastillas, jeringas, termómetros…¿Es esa la imagen que queremos proyectar? ¿Son las técnicas el elemento más importante que nosotras como enfermeras tenemos? Sin duda no.

            Sin embargo, el estetoscopio, ligado de manera directa a la medicina y los médicos y por tanto a un reconocimiento y prestigio social sin discusión, se admite y se incorpora tratando de imitar esa proyección positiva que los otros instrumentos no otorgan.

            Podemos entender y respetamos que se quiera alcanzar el reconocimiento social e incluso que se quiera depurar la imagen simbólica de nuestra profesión y de lo que desde la misma somos capaces de ofrecer, pero nos cuesta mucho más entender y de hecho no compartimos en absoluto, que se trate de hacer a través del mimetismo con otra disciplina. Las enfermeras tenemos competencias propias e independientes y, por lo tanto, del mismo modo, tenemos iconos que podemos utilizar de manera independiente sin necesidad de usar los asumidos por otras disciplinas como propios.

            Lamentablemente es lo que se hace cada vez que usamos el fonendoscopio como icono, símbolo o elemento de referencia de nuestra profesión. Por mucho que sea un instrumento que utilizamos y que, como ya he comentado, no es exclusivo de los médicos, sí que los identifica de manera directa no diferenciando entre ellos y otras/os profesionales que lo utilizan como enfermeras o veterinarias/os, por ejemplo. A veces confundimos lo que deseamos con lo que somos.

            Tenemos la sensación de que estamos en una permanente huida tratando de escapar de fantasmas que nos atenazan y nos impiden reconocernos a nosotras mismas como enfermeras. Huimos de los iconos de igual manera que huimos de nuestra identidad enfermera al refugiarnos permanentemente en la disciplina o la profesión cuando nos identificamos como enfermería en lugar de como enfermeras. Y en esa huida dejamos atrás elementos importantes de nuestra historia y lo que la misma nos ha aportado como profesión y disciplina.

            No se trata de recuperar iconos con los que ya no nos sentimos identificadas. Pero tampoco de rechazarlos como si de anatemas se tratasen y mucho menos de abrazar o dejarse abrazar por iconos que, aunque compartamos, no forman parte de nuestra imagen y, por tanto, la que proyectan al usarlos da lugar a la confusión. A no ser, claro está, que lo que queramos, una vez más, sea precisamente eso ocultar, desdibujar, indeterminar nuestra identidad propia y asimilarla a quienes tienen una imagen que nos sigue atrayendo. Sin darnos cuenta que al hacer esto nos pasa como a los mosquitos que atraídos por la luz acaban muriendo al acercarse a ella, creyendo que lograremos, al hacerlo, compartir parte de ese prestigio que no es compartible. Creer en dioses siempre causa confusión.

            Si no nos gustan los iconos que tenemos, busquemos otros o seamos capaces de explicar los que utilizamos para que la sociedad nos relacione con ellos y con lo que significan. Unos iconos que representen a todas las enfermeras y a todos los ámbitos donde estamos presentes, en investigación, docencia, asistencial… Pero no caigamos en la trampa de tratar de imitar lo que no nos es propio, porque seremos identificados como copias de menor valor o incluso como falsificaciones y no lograremos ser valorados como enfermeras. No podemos esperar que la gente entienda nuestra confusión. Tenemos que entenderla nosotros primero.

            Es cierto que hay partes de nuestra historia que no nos gustan o que incluso rechazamos. Pero no nos equivoquemos, son parte de nuestra historia y aunque puedan ser dolorosas, en muchos casos han sido las que impulsaron la voluntad, la iniciativa, la motivación o la implicación de muchas enfermeras para cambiarlas y lograr que hoy podamos estar en el lugar que estamos. La evolución siempre conlleva cambio, dinamismo y adaptación, pero no debe eliminar tradiciones, recuerdos o símbolos que son parte inseparable de nuestra identidad y, mucho menos, adoptar en su lugar otros que nos son ajenos, por muy atractivos que puedan parecer. Cuantas cosas perdemos, confundidos por el miedo a perder.

            Las enfermeras seguiremos utilizando, y haremos bien en hacerlo eficazmente, el fonendoscopio, pero de igual manera que usaremos con idéntica eficacia matraces, probetas, bateas, bisturís, sondas, termómetros… sin que, por ello, los utilicemos como iconos para proyectar nuestra imagen.

            Los cuidados, la salud, la escucha activa, la empatía, el tacto, la observación… tienen el “problema” de ser difícilmente dibujados o fotografiados para incorporarse como iconografía enfermera. Pero es nuestra verdadera identidad y está en la raíz de nuestra tradición, de nuestra ciencia y cuerpo de conocimientos. Esto es lo que nos hace únicas y por lo tanto, lo que nuestros iconos deben transmitir.

            Posiblemente, nuestro mejor icono sea el que como enfermeras proyectemos. Sin necesidad de atributos o instrumentos complementarios. En la medida en que seamos capaces, que la sociedad asimile, enfermera con cuidado profesional, e identifique la importancia y el valor de que les sean prestados de manera inequívoca e insustituible por parte de las enfermeras, habremos logrado nuestro mayor y más valioso icono. Se trata de convencer y no de confundir. Hacerlo gráfico será algo en lo que podremos entretenernos posteriormente. Mientras tanto, dejemos que el estetoscopio cumpla su función como instrumento, con independencia de quien lo use y que su imagen siga siendo de quien la incorporó como parte de su identidad.

            Nosotros somos enfermeras. ¿Algo puede proyectar mejor lo que somos y ofrecemos? Tal como decía George Orwell[2] “ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”

[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense.

[2] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India.

MESA DEBATE UNIVERSIDAD VIU

El pasado día 15 tuve la oportunidad de participar en las Jornadas organizadas por la Universidad Internacional de Valencia (VIU) «Explorando el futuro de la salud». Ahora podéis acceder al visionado de la mesa en la que participé.

EMPODERAMIENTO Y LIDERAZGO. ¿Qué fue antes el huevo o la gallina?

¿Qué es antes el huevo o la gallina?

La pregunta no es quién va a dejarme, la pregunta es quién va a detenerme.

Ayn Rand[1]

 

Dedicado a Mª Jesús Pérez Mora, enfermera empoderada, líder y referente que ha trabajado siempre por el empoderamiento y dignidad de las enfermeras.

 

            Reflexionaba la semana pasada sobre el liderazgo enfermero y de cómo el mismo empezaba por cada enfermera de manera individual para así lograr un liderazgo profesional, disciplinar o científico colectivos.

            Pero para ello será necesario, tal como ya planeaba, que exista un claro convencimiento de lo que somos y de lo que queremos ser realmente. Tan solo desde esa convicción avanzaremos para lograrlo.

            Es cierto que partimos de una posición de cierta desventaja derivada de la subsidiariedad y el sometimiento científico-profesional a la medicina y a sus profesionales durante mucho tiempo y que algunos se empeñan en seguir reivindicando desde la ignorancia, pero también desde la prepotencia y la falta de respeto, como muy recientemente se ha podido comprobar en la comparecencia pública de un representante sindical en el Parlamento de las Islas Baleares[2]. A lo que hay que unir la condición femenina de la enfermería que le ha provocado idénticos problemas de libertad, crecimiento, desarrollo, autonomía… que a las mujeres en una sociedad machista en la que la medicina ha actuado con idénticos patrones de comportamiento y acción hacia la enfermería y las enfermeras.

            Pero la historia no es inmutable y está para cambiarla. De hecho, los avances en igualdad y derechos de las mujeres son evidentes, aunque aún insuficientes. Por derivación el desarrollo y autonomía de la enfermería ha posibilitado alcanzar objetivos que tan solo hace 50 años eran totalmente impensables.

            Sin embargo, la situación está muy lejos de ser idílica y los condicionantes para lograr una imagen y valoración acordes a lo esperado y deseable continúan presentes y, aunque atenuados, siguen ejerciendo una presión a la que no siempre sabemos responder con la autoridad y la determinación que corresponde a las enfermeras del siglo XXI.

            La aparición de movimientos como Nursing Now tan solo vienen a constatar lo que es una realidad que muchas veces nos empeñamos en negar o cuanto menos maquillar. Siendo loables no dejan de poner en evidencia la debilidad de nuestra posición en las organizaciones de salud y en aquellas otras en las que se toman decisiones que determinan las políticas de salud. Si realmente tuviésemos una posición firme, sostenible y consolidada no serían necesarios. De hecho, no hay movimientos similares relacionados con otras disciplinas, por razones evidentes de posicionamiento y referencia clara e indiscutible que incluso y lamentablemente ejercen presión para evitar que Enfermería y las enfermeras logren alcanzarlos en igualdad de condiciones al identificarlos como una amenaza a los privilegios alcanzados por méritos propios y por méritos y deméritos ajenos.

            Ante esta situación las enfermeras, como siempre ha comentado mi maestra y referente Mª Jesús Pérez Mora, hemos permanecido en las trincheras a pesar de anunciados falsos ceses de hostilidad que, sin embargo, derivan siempre en un fuego cruzado mortal, cada vez que intentamos abandonarlas.

            Pero cabe preguntarse si este atrincheramiento permanente obedece tan solo a una ofensiva sin cuartel del supuesto enemigo o si el mismo no puede ser consecuencia también de una débil estrategia o incluso de una frágil conciencia de lo que somos capaces de hacer por la defensa de un espacio de cuidados que nos es propio y por el que cada vez luchan más hipotéticos ejércitos profesionales, al incorporarse a la batalla en un intento por conquistarlo.

            ¿Son pues las trincheras el mejor lugar para defender dicho espacio? ¿No estaremos tan solo protegiéndonos a nosotras mismas y con ello abandonando la posibilidad de defenderlo? ¿No es cierto que toda batalla conlleva riesgos y que hay que asumirlos si se quiere ganarlas? ¿Será posible mantener nuestra hegemonía de cuidados escondidas en las trincheras? ¿Permanecemos en las trincheras por miedo o por no tener una idea clara sobre cómo defender lo que es nuestro? ¿Tenemos, identificamos y respetamos a líderes a los que realmente seguir y creer para alcanzar nuestro objetivo? ¿Tenemos munición suficientemente potente y efectiva, argumentos, para poder contrarrestar el fuego supuestamente enemigo? ¿No hay posibilidad real de establecer una paz estable y duradera en base al análisis, la reflexión y el debate? ¿Luchamos contra un enemigo o contra nuestros fantasmas?

            Muchas, demasiadas, interrogantes pendientes como para no detenernos a analizar la situación con el interés y el rigor que requieren y que cada vez es más urgente contestar y no dejar que se sigan sumando más y más dudas e incógnitas difíciles de despejar para resolver la ecuación de nuestra identidad y empoderamiento que nos permitan tener liderazgo enfermero.

            Llegados a este punto es preciso determinar a qué nos referimos cuando hablamos de empoderamiento. Para empezar, hay que destacar que tal como sucede con otros muchos términos que se adoptan del inglés, no siempre vienen a expresar exactamente lo mismo en español, lo que conduce a equívocos o, cuanto menos, a planteamientos que no se ajustan al contexto al que se trasladan. Esto ya sucedió por ejemplo con la traducción literal de evidence cuando se hablaba de based evidence practice, al hacerlo como evidencia (cosa o tema que es evidente) cuando realmente se debiera haber hecho como prueba (acción de probar a alguien o algo para conocer sus cualidades, verificar su eficacia, saber cómo funciona o reacciona, o qué resultado produce) que es lo que el término realmente traslada, debiendo hablarse de práctica basada en pruebas en lugar de práctica basada en evidencia, como traducción literal que no se ajusta a la realidad de lo que se quiere expresar o determinar.

            Así pues, empowerment, de donde viene empoderamiento, se refiere a una estrategia de gestión empresarial, que consiste en facultar a los trabajadores para ejercer mayor autonomía y poder en la toma de decisiones, a fin de optimizar el rendimiento de la empresa.

Al traducirla literalmente al español como ‘empoderamiento’, existe el mismo problema que planteaba anteriormente con evidence, ya que tiene un matiz diferente en español. Empoderamiento, en español, se refiere al proceso de dotar de herramientas a una persona, grupo o comunidad para alcanzar todo su potencial para el mejoramiento integral de su vida. El término en inglés, sin embargo, se remite al área de recursos humanos.

            Hecha la salvedad, no menor dada la “invasión” de anglicismos o de sus malas traducciones a nuestra lengua, cabe destacar que realmente lo que se pretende al hablar de empoderamiento de la Enfermería y de las enfermeras no hace referencia tanto a facultar, habilitar, permitir, capacitar u otorgar el poder para determinadas acciones en el contexto laboral, que es lo que confieren las competencias profesionales, sino a que las enfermeras, y la Enfermería, a través de ellas, que se encuentran en una posición de desigualdad, aumenten su participación, para así impulsar cambios beneficiosos para la Enfermería y su situación en ámbitos académicos, investigadores, gestores o de atención. Implica, por tanto, el desarrollo de una plena confianza en sus propias capacidades y acciones, junto con el acceso al control de los recursos que manejan, la representación en los cuerpos de toma de decisiones y la participación de los procesos de planificación, todo lo cual implica, a su vez, asumir la responsabilidad de las competencias derivadas de dicho control, sin la que no será posible mantenerlas y gestionarlas y, desde la que tendremos la capacidad de delegar actividades o tareas ligadas a las mismas.

            Por lo tanto, para alcanzar un liderazgo real previamente debe existir un empoderamiento que permita superar las desigualdades, las barreras, los intereses, las imposiciones, los agravios, las restricciones, las presiones, las limitaciones… que siguen vigentes y que tan solo desde la motivación, pero sobre todo de la implicación, de las enfermeras para vencerlos, superarlos o eliminarlos permitirán, no sin dificultades, pero con plena autonomía y capacidad, alcanzar el liderazgo enfermero.

            Podría plantearse el reiterado dilema de qué es primero si el huevo o la gallina. En el caso que nos ocupa si es primero el empoderamiento o el liderazgo. Pero, sinceramente, considero que no es razonable plantearlo pues es tanto como enredarse en un dilema del que difícilmente se sabrá o se podrá salir, al emerger nuevamente planteamientos de reserva, conformismo, inmovilismo, conservadurismo o incluso de temor que nos lleven a la popular expresión de “virgencita, que me quede como estoy”, que nos conducirá, en el mejor de los casos, a las trincheras de un conflicto en el que realmente el enemigo no es otro que nuestra propia actitud. Quienes, aprovechándose de la incertidumbre, la indecisión o la actitud pusilánime de mantenernos en las trincheras, conquisten nuestro espacio no pueden ser considerados como enemigos sino como estrategas que aprovechan las oportunidades que les brindamos, al abandonar la lucha por mantenerlo. No se trata de ser temerarias sino de ser valientes y decididas a la hora de defender nuestro territorio competencial con rigor. No es cuestión de adquirir poderes sobrenaturales ni armas especiales, sino de utilizar los que como enfermeras tenemos, los cuidados, y que, lamentable y permanentemente, despreciamos por no valorarlos y menospreciar la capacidad de defensa y fortalecimiento que tienen para justificar nuestro espacio propio.

            Plantear que como enfermeras debemos empoderar a la población sin haber logrado nosotras mismas empoderarnos es como pedirle peras a un manzano.

            Ahora mismo, por ejemplo, se está trasladando a la opinión pública una permanente incertidumbre y alarma en torno a la administración de determinadas vacunas contra la COVID 19, como resultado de la mediocre gestión política que se está llevando a cabo, al margen de los pronunciamientos científicos. Están más preocupados de las posibles consecuencias a sus intereses partidistas que al interés del conjunto de la población, anteponiendo la Salud Política, su salud, a la Salud Pública, la de todas/os. Ante esta situación de desconcierto, sería deseable que las enfermeras, desde un empoderamiento real, ejercieran el liderazgo enfermero que permitiese contrarrestar la incompetencia política ejercida con una clara respuesta profesional y científica al tiempo que clara y cercana, basada en la comunicación directa, con el fin de superar las dudas y lograr que se imponga el sentido común, del que reniegan los políticos y que justifica asumir los riesgos que supone administrarse una vacuna, que son muchísimo menores que los beneficios que tanto a nivel individual como colectivo reportan como, por otra parte, sucede con la administración de cualquier otro fármaco por muy inocuo que pueda parecer.

            Pero además habría que hacerlo enmarcando la intervención en un proceso de empoderamiento de la población haciéndola partícipe de dicho proceso y no tan solo como mera receptora de una información lineal y sin mayor sentido. Tan solo así lograremos el objetivo.

            Para ello resulta preciso, razonable e incluso exigible, que quien quiera empoderar a la población, en este caso las enfermeras, estén previamente empoderadas y lo hagan asumiendo el liderazgo que dicho empoderamiento les otorga. Lo contrario conducirá a que sigamos siendo observadas e identificadas como transmisoras de una información que proviene de quien, si está y es identificado como empoderado y líder, el médico. Tan solo tendremos poder de convencer si nosotras mismas estamos convencidas y por tanto empoderadas. Lo contrario no nos otorga credibilidad ni mucho menos fuerza.

            ¿Empoderamos a las/os estudiantes de enfermería o tan solo las preparamos para obtener el título que les habilite a trabajar como tales? ¿Empoderan las gestoras enfermeras a sus enfermeras o solo las ven como recursos humanos necesarios? ¿Empoderan las investigadoras a las enfermeras para que identifiquen la importancia de la investigación o tan solo las utilizan para que sus estudios puedan ser publicados? ¿Empoderan las enfermeras los autocuidados para que seamos identificadas como referentes?

            De nuevo demasiadas interrogantes que nos deben hacer reflexionar si, realmente, queremos poder empoderar y obtener liderazgo.

            La pandemia está poniendo a las enfermeras ante situaciones, contextos y espacios propicios para salir de esas trincheras en las que hemos convertido nuestras consultas, unidades, centros… y hacernos visibles, fuertes y empoderadas en y con la comunidad, ejerciendo el liderazgo que precisa y demanda la población de nosotras. Tomando decisiones con la valentía, pero también con a razón que nos otorga nuestro conocimiento y nuestra ciencia para lograr ser identificadas plenamente y sin equívocos como líderes enfermeras de los cuidados que prestamos.

            No más trincheras, ni refugios, ni atalayas. Salgamos sin temor a afrontar la realidad que nos espera y que demanda nuestra respuesta profesional, la de nuestros cuidados.

            El peligro no está en asumir esta decisión sino en no hacerlo y quedarse agazapadas en la oscuridad que nos invisibiliza e impide empoderarnos para lograr el liderazgo sin el que no pasamos de ser ejecutoras en lugar de decisoras y que, por otra parte, facilita la verborrea de charlatanes cuando se les da la oportunidad de hacerlo o cuando descuidan su compostura y dicen lo que realmente piensan.

[1] Filósofa y escritora estadounidense

[2] https://twitter.com/amerefyc/status/1382807607908442113?s=20

DÍA MUNDIAL DE LA ATENCIÓN PRIMARIA Algo por lo que brindar

Dedicado a cuantas/os hacen posible, con su trabajo, que la Atención Primaria siga siendo una realidad posible.

Siguiendo con el rito de las celebraciones, hoy le toca el turno al día Mundial de la Atención Primaria.

Debiera ser, por tanto, un día de alegría y celebración. Sin embargo, ni la actual pandemia ni el trato de quienes tienen la capacidad de decidir sobre su situación, ofrecen muchas razones por las que alegrarse y mucho menos celebrar nada.

En todo caso nos queda, a quienes seguimos creyendo en ella, el pobre bagaje de, cuanto menos, saber que aún existe, aunque sea con evidentes signos de debilidad.  

Lejana parece la fecha en que empezó en nuestro país el desarrollo de lo que vino en denominarse el nuevo modelo de atención. Un modelo que trataba de desplazar al ya caduco modelo centrado en el patriarcal asistencialismo, paternalismo, medicalización, fragmentación, hospitalcentrismo… para dar paso a una atención longitudinal, continua, continuada, integral… en la que el trabajo en equipo y la participación comunitaria se identificaban como ejes fundamentales del funcionamiento de los nuevos Centros de Salud.

Las enfermeras nos incorporamos con una mezcla de incertidumbre e ilusión que pronto se transformó en una motivación muy importante al identificar un espacio de crecimiento, autonomía y valoración profesional como nunca antes había existido.

Incertidumbre porque, ni nuestra formación, a pesar de que los nuevos planes de estudio en la Universidad recogían conocimientos importantes de Enfermería Comunitaria y Salud Pública hasta entonces inexistentes, ni mucho menos nuestra experiencia, al venir de un modelo en el que nuestra actividad era absolutamente subsidiaria, nos otorgaban la fortaleza que la Atención Primaria requería y en la que se habían depositado grandes expectativas de aportación por parte de las enfermeras.

Pero hay que destacar la importante implicación y fuerza con la que las enfermeras, provenientes, algunas, de los antiguos ambulatorios o instituciones abiertas como se les denominaba, otras de los hospitales y en un número muy reducido por quienes aprobaron la primera oposición a Equipos de Atención Primaria convocada por el aún existente INSALUD, contribuyeron a ello. Esta amalgama tan diversa de identidades profesionales logró configurar una nueva identidad que pronto se identificó con la que vino en denominarse filosofía de la Atención Primaria.

Los Foros para analizar, debatir y hacer propuestas en torno a los objetivos de Salud para Todos en el año 2000, derivados de la Conferencia de Alma Ata, supusieron un punto de inflexión en el abordaje de la atención enfermera en Atención Primaria. Las Consultas Enfermeras, tan perseguidas y denostadas por quienes venían de creerse los únicos valedores de la salud, como espacios de atención individualizada y autónoma; la intervención en la comunidad, para trabajar con la población en la identificación y abordaje de los problemas de salud; la atención domiciliaria, para llevar a cabo intervenciones en el núcleo familiar; la historia de salud en la que ya podíamos registrar nuestra actividad de manera totalmente autónoma y en igualdad de condiciones como cualquier profesional… fueron claves en el desarrollo de la actividad enfermera en Atención Primaria.

Líderes enfermeras como Mª Jesús Pérez Mora o Mª Victoria Antón Nárdiz,  entre otras muchas, fueron referentes imprescindibles y valiosísimos para acoplar, coordinar, articular, facilitar, adecuar, formar, capacitar… todos estos elementos y a las enfermeras que, con su energía, vitalidad, ilusión y trabajo lucharon para que este modelo se configurase realmente como un espacio en el que poder aportar nuestros cuidados profesionales junto a la atención prestada por trabajadoras sociales, médicos, matronas, auxiliares, administrativos, celadores… que conformaban los Equipos básicos de Atención Primaria de Salud.

Al mismo tiempo tuvimos que aprender a trabajar con la población a través de los Consejos de Salud. Fue un trabajo de aprendizaje compartido por parte de la ciudadanía y sus representantes y las/os profesionales de salud de Atención Primaria. No era sencillo para nadie, pero representaba un estímulo para todos.

El desarrollo de protocolos, guías, programas… la asistencia a jornadas, seminarios congresos… la realización de diagnósticos de salud, las sesiones y reuniones de equipo, la gestión individualizada de cuidados, la generación de indicadores de actividad, el trabajo para lograr el autocuidado a través de la Educación para la Salud, la investigación propia, la comunicación y el consenso en sustitución de la información vertical  jerarquizada… supusieron el cemento que permitía unir los diferentes componentes que configuraban la Atención Primaria.

Fueron años de mucho trabajo, pero también de mucha satisfacción por contribuir al desarrollo y consolidación de la Atención Primaria a pesar de las barreras, oposición, ataques… de quienes, no tan solo no creían en el nuevo modelo, sino que estaban totalmente en contra del mismo y que hubo que sortear con estrategias y sinergias que permitieron mantener viva la esperanza en lo que ya era para muchas/os “su modelo”, en el que creían y por el que trabajaban.

La incorporación en los organigramas de los diferentes servicios de salud de direcciones propias de Atención Primaria en las que estaban al mismo nivel las Direcciones Médica y Enfermera, supusieron una fortaleza en la desigual convivencia con la Asistencia Hospitalaria.

La creación de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), supuso otro punto de inflexión en el desarrollo de las enfermeras comunitarias que se ha mantenido hasta nuestros días.

Pero la decidida apuesta inicial de las/os decisoras/es políticas/os y sanitarias/os, fue decayendo y la fuerza del asistencialismo la medicalización y el hospitalcentrismo, fue ganando terreno y quitándoselo a la Atención Primaria que veía como se limitaban sus competencias, se rebajaban las inversiones, se reducía la capacidad de decisión de las/os profesionales de atención primaria y de sus gestores, se adoptaban decisiones totalmente en contra de los principios de la Atención Primaria que hacían que los centros de salud cada vez se pareciesen más a los antiguos ambulatorios y como consecuencia de todo ello la Atención Primaria cada vez prestaba menos Atención, cada vez era menos de Salud y más de enfermedad, cada vez se alejaba más de la comunidad, cada vez era más una sucursal de los Hospitales… lo que provocó inicialmente rabia que dio paso a la frustración y esta a su vez dio paso a la indiferencia y el conformismo, reforzados por la incomprensible política que permitía el acceso a los Equipos de Atención Primaria de quienes la identificaban como un remanso de paz y confort para su jubilación.

La agonía de la Atención Primaria era tan evidente como preocupante a pesar de lo cual seguía sin existir voluntad política real por recuperarla.

Todo se limitaba a gestos, promesas vacías, demagogia, eufemismos… que contribuían a aumentar su agonía y a desmotivar a los profesionales.

Lo que en principio pudo suponer un rayo de esperanza y una apuesta por el cambio, con la aprobación del Real Decreto de Especialidades de Enfermería en el que se recogía la de Enfermería Familiar Y Comunitaria y su posterior desarrollo, no dejó de ser un nuevo y frustrante espejismo producto más de una concesión política a destiempo y claramente deficiente y alejada de las necesidades reales tanto de la profesión enfermera como de los servicios de salud donde debían poder integrarse y de la sociedad a la que debían prestar sus cuidados especializados. Se invirtió tiempo, dinero y esperanzas frustradas por parte de quienes, con grandes esfuerzos, hicieron la especialidad y que comprobaron como, una vez obtenida, no les servía para nada. Por su parte las administraciones hacían un claro ejercicio de fraude de ley al invertir dinero público en la formación de miles de especialistas sin que posteriormente recuperase la citada inversión con su contratación en los servicios de salud para dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades de salud de las personas, familias y comunidad.

En el año 2019, con una Atención Primaria en estado crítico, se aprobó el Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria que, al menos en teoría, significaba el primer signo real de apuesta por la reanimación y la reforma de la Atención Primaria en base a principios que la alejaban de la situación en la que se encontraba y la aproximaban a elementos destinados a dotarla de vitalidad renovada.

La pandemia, sin embargo, vino a paralizar un proceso que acababa de iniciarse y que a supuesto entrar de nuevo en una vía muerta a la que ha sido arrastrada por la incomprensible actitud de absoluta indiferencia hacia la aportación valiosa que podía hacer la Atención Primaria como ámbito de atención y hacia sus profesionales como expertos para afrontar esta situación.

Transcurrido más de un año desde el inicio de la pandemia y cuando estamos en pleno proceso de vacunación se ha intentado corregir el daño causado a la Atención Primaria con el habitual maquillaje de las palabras y de los brindis al sol.

Este rapidísimo recorrido por la evolución de la Atención Primaria, nos sitúa en un momento, un escenario y un contexto en el que los cuidados van a ser fundamentales para promocionar, mantener y/o recuperar la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Por tanto, la Atención Primaria se sitúa de nuevo como principal referente del Sistema Nacional de Salud, al ser el ámbito que mejor preparado está para responder a las consecuencias de una pandemia que va mucho más allá de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte que ha provocado. Pero, además, las enfermeras comunitarias, tanto las especialistas como las no especialistas, se configuran como las/os profesionales que mejor respuesta pueden dar a los cuidados profesionales que se necesitan.

La Atención Primaria de Salud y Comunitaria y las enfermeras comunitarias, suponen el mejor exponente de esperanza para la realidad, no se si nueva o corregida, que hay que construir desde una atención integral, integrada, integradora, intersectorial, equitativa, participativa, continua y continuada para responder al contexto de cuidados que deja la pandemia, y que requiere generar entornos saludables en los que poder prestarlos con las garantías de eficacia y eficiencia deseables.

Las enfermeras comunitarias estamos comprometidas en este nuevo reto junto al resto de profesionales que conforman los equipos. Queremos creer que quienes tienen la capacidad de decidir tengan la voluntad, la coherencia, el sentido común y la responsabilidad de no defraudar una vez más a quienes dicen representar y a quienes están en disposición de que la Atención Primaria de Salud recupere el papel protagonista que le corresponde y que requiere un Sistema Nacional de Salud que también precisa de cambios significativos sin los que se corre el riesgo de repetir la historia contada.

Así pues, en el día Mundial de la Atención Primaria quiero acabar con el firme convencimiento de que entre todas/os seremos capaces de celebrar los siguientes años este día con la alegría y la satisfacción que corresponde a poder aportar salud para mantener sanos a los sanos desde una Atención Primaria fuerte y renovada..

Brindemos por ello.