LIDERAZGO ENFERMERO. Identidad e integridad.

«Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda».

Michael Jordan[1]

                                                                         Dedicado a quienes día a día trabajan para que suceda el liderazgo enfermero y en especial a jóvenes como Antonio de Jesús Mavil Luna.

 

Las enfermeras llevamos tiempo hablando de la importancia y la necesidad del liderazgo enfermero.

            Sin embargo, tengo la sensación de que cuando las enfermeras hablamos de liderazgo se hace más como una petición, un deseo, un anhelo… que como un compromiso serio por lograrlo realmente. Como si el liderazgo fuese algo que se nos tiene que otorgar, ceder o permitir.

            Teniendo en cuenta que por liderazgo se entiende la capacidad y la competencia de delegar, tomar la iniciativa, gestionar, convocar, promover, incentivar, motivar y evaluar algo, de forma eficaz y eficiente, no es razonable que continuemos pensando que si no tenemos liderazgo es por razones externas a nosotras mismas.

            Seguir instaladas en ese falso y estéril victimismo, pensando que de esta manera lograremos el liderazgo, es tanto como ampararse en la suerte para lograr alcanzarlo. Ya se sabe, o debiera saberse, que la suerte, en primer lugar, es para quien la busca y no para quien la espera. Pero, además, la suerte es la guardiana de los necios, es decir, de quienes insisten en los propios errores o se aferran a ideas o posturas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia. Por su parte la fortuna es la madre de los pesares, es decir de la pena, el dolor, la nostalgia, el arrepentimiento o la tristeza por algo, generalmente por una desgracia. Las enfermeras, ni somos necias, ni tenemos por qué tener la sensación o sentimiento de desgracia, ya que la ausencia de liderazgo, en todo caso, se deberá más a una indolencia que a una dolencia.

            Por tanto, el liderazgo, como capacidad y competencia que es, no podemos esperar que aparezca, se nos preste y mucho menos se nos regale. La manida pregunta del líder ¿nace o se hace?, no deja de ser un chascarrillo sin mayor relevancia, ni impacto en el liderazgo enfermero. Una cosa es que una persona, sea enfermera o no, tenga ciertas capacidades innatas a su personalidad que pueden ayudar en ciertos liderazgos y otra, bien diferente, que se nazca con el gen del liderazgo. Porque el liderazgo y aprendizaje son indispensables el uno para el otro[2].

            Pensar que el liderazgo es cosa de otras/os es un grave error. Toda enfermera individualmente debe asumir el liderazgo de sus cuidados. Tan solo así se podrán poner en valor y prestarlos con las máximas garantías de calidad. El liderazgo, por tanto, empieza por una/o misma/o.

Además, una cosa es las/los líderes y otra el liderazgo profesional, en este caso el enfermero. Pueden existir, como de hecho existen, enfermeras líderes muy destacadas/os y no por ello, como lamentablemente sucede, existe liderazgo enfermero.

            A pesar de que el/la líder enfermero/a será aquel/la que tenga las habilidades para influir en la forma de ser o actuar de otras enfermeras o personas o en un equipo de trabajo determinado, haciendo que trabaje con entusiasmo hacia el logro de sus metas y objetivos, esto redundará en determinados ámbitos de atención o actuación enfermera y muy posiblemente como parte de un logro colectivo mayor que forme parte de la organización en la que se integra, pero no supondrá que dicho liderazgo personal tenga, necesariamente, una proyección de conjunto que permita hablar de liderazgo enfermero.[3]. De hecho, es evidente la eficacia y eficiencia de la gestión enfermera que redunda significativamente en los logros de las organizaciones en las que trabajan, pero con poca o nula repercusión a nivel de liderazgo enfermero que, normalmente, queda desdibujado, fagocitado u oculto.

            Hablar de liderazgo enfermero va mucho más allá del liderazgo de algunas enfermeras, es decir, de las referentes enfermeras. Las referentes son fundamentales como proyección de lo que aportan y como modelo a seguir, pero no es condición suficiente, aunque si necesaria, para lograr el liderazgo enfermero. El liderazgo enfermero, supone que el conjunto de quienes integran la enfermería sientan la enfermería y se sientan enfermeras.

            Dudo que esto sea posible cuando hay quienes en enfermería no tan solo dudan, sino que incluso reniegan de lo más básico, es decir, cómo se nos denomina y cómo de orgullosos nos sentimos con dicha denominación. Porque quien formando parte de la Enfermería reniega, se avergüenza o duda de la idoneidad de denominarse enfermera o enfermero, está dudando, según mi opinión, de lo que es y significa la Enfermería misma como profesión, ciencia y disciplina. ¿Alguien se imagina a un arquitecto, un ingeniero, un farmacéutico, un médico… denominándose de otra manera que no sea la que su disciplina, arquitectura, ingeniería, farmacia o medicina, le otorga como integrante de las mismas? ¿Cómo se supone que debiéramos ser conocidas/os las enfermeras, como ATS, DUE, Grado…? Es que no puedo ni quiero imaginar denominarme de ninguna otra manera. Pero lo importante no es que yo u otras/os muchas/os lo sintamos. Lo trascendente y preocupante es que existan planteamientos en este sentido, porque suponen un claro componente de falta de identidad enfermera, que es fundamental para configurar un liderazgo propio.

            Por otra parte, utilizar a la ciencia, la disciplina o la profesión de Enfermería para ocultar o enmascarar nuestra denominación individual o colectiva como enfermeras en un claro intento de apropiarse del todo para evitar la parte del mismo que somos, es, no tan solo un gravísimo error que no comete ninguna otra disciplina, sino una muestra evidente de que, o no queremos formar parte de dicho todo, porque no creemos, nos avergonzamos, nos da miedo, o una mezcla de todo. Pero sea cual sea la causa lo verdaderamente cierto es que es una realidad que nos atenaza e impide un liderazgo real.

            Es normal, natural e incluso deseable la diferencia de planteamientos, de criterios, de estrategias, de teorías, de miradas… que fomenten un debate constructivo que fortalezca la Enfermería desde la reflexión y el pensamiento crítico. Esto sucede en todas las disciplinas y lejos de ser una debilidad es una gran fortaleza.

            No estoy abogando por el pensamiento único que, es claramente contrario a la ciencia. Estoy planteando una cuestión de coherencia, sentido común y principio fundamental de madurez disciplinar, científica y profesional, sin la que no será posible el liderazgo enfermero por mucho que tengamos excelentes referentes.

            Puede parecer una cuestión banal, simple o intrascendente. Pero nada de ello es cierto. Es, por el contrario, fundamental. Sin esa clara identidad de conjunto no seremos capaces de ejercer un liderazgo enfermero.

            No estamos hablando de enfermeras pediátricas, de salud mental, comunitarias o de gestión… estamos hablando de enfermeras, con independencia de su especialidad, ámbito de competencia o grado de experiencia, pero todas siendo y sintiéndose enfermeras.

            ¿Con qué voz vamos a convencer a decisores, políticos, ciudadanía… de lo que somos, aportamos o valemos, si no somos capaces nosotras mismas de identificarnos como lo que somos?

            Si como profesionales (que no queremos identificarnos como enfermeras) somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, pero como tales no somos capaces de que la población nos identifique como enfermeras, estaremos resolviendo problemas que nunca serán identificados como parte de nuestra responsabilidad y, por tanto, nunca nos serán reclamados de manera inequívoca o exclusiva a las enfermeras.

            Si como enfermeras no somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, aunque la población nos identifique como tales, estaremos demostrando una clara falta de madurez e incompetencia profesional que nos situará en una difícil situación de credibilidad e impedirá cualquier tipo de liderazgo.

Sin embargo, si como enfermeras somos capaces de dar respuesta a las necesidades de la población, y además somos capaces de que la población nos identifique como tales, estaremos actuando bajo criterios de verdadero liderazgo enfermero, al permitir que se identifiquen los excelentes cuidados enfermeros que somos capaces de prestar y que tan solo estamos en disposición de prestar las enfermeras[4].

Liderar supone creerse lo que somos para, desde dicha creencia o convencimiento, lograr convencer a quienes deben identificarnos, reconocernos y valorarnos con la capacidad de transformar la visión en realidad como paso previo a cualquier intento de liderazgo enfermero.

Pero el liderazgo, además, supone que identifiquemos, nos impliquemos y exijamos que las instituciones que nos representan sean transparentes y democráticas. Que las Sociedades Científicas que permiten nuestro desarrollo y madurez científico-profesional, se conviertan en nuestros referentes y nos incorporemos mayoritariamente a las mismas con determinación. Que las evidencias científicas que generan las investigadoras enfermeras se incorporen en la actividad profesional para mejorar la calidad de los cuidados que prestamos. Que el trabajo en equipo suponga un trabajo transdisciplinar en el que nuestra aportación sea determinante y autónoma y no secundaria y subsidiaria. Que nuestras/os referentes sean identificadas/os, reconocidas/os y respetadas/os como líderes enfermeros con quienes construir el liderazgo enfermero. Que quienes aceptan responsabilidades de gestión, sea en puestos específicos de enfermería o no, asuman el liderazgo enfermero, desde el ejemplo que, como decía el filósofo alemán Albert Schweitzer, no es lo que más influencia a las personas, sino que es lo único. Porque el liderazgo es ejemplo y el ejemplo es liderazgo.

            Pero ante esto cabe responder a las siguientes interrogantes sin cuyas respuestas no será `posible el liderazgo enfermero. ¿Queremos cambiar esta situación e identificarnos como enfermeras?, ¿Podemos cambiar esta realidad?, ¿Aceptamos el reto de cambiarla?, ¿Queremos asumir la responsabilidad, el riesgo y la incertidumbre del verdadero liderazgo enfermero?

            Seguir reclamando reconocimiento, sin tener clara nuestra identidad, sin creer en ella y sin trabajar por ella es una evidente incoherencia.

            Pretender adquirir respeto sin obtener el liderazgo que nos lo otorgue es absurdo.

            Esperar a obtener valoración de algo que ni tan siquiera nosotras/os mismas/os somos capaces de valorar es simplemente ridículo.

            Reclamar un liderazgo que tan solo se sustenta en la visión del mismo como elemento de ego y competitividad con otras profesiones o disciplinas es tan artificial como inútil.

            El liderazgo enfermero no se traduce en una forma de lucir, sobresalir o seducir, sino en una forma de visibilizar nuestra aportación propia e insustituible como enfermeras, desde nuestras especificidades, especialidades, singularidades…pero también desde nuestra identidad común, desde nuestra realidad propia, desde nuestro sentimiento profesional, desde nuestra capacidad científica.

            El liderazgo enfermero, al contrario de lo que sucede con el liderazgo en otras disciplinas, no se encuentra en la centralidad, alejada de la comunidad y por tanto de la ciudadanía, sino en y con la comunidad en un liderazgo compartido que no por ello es menor. Tratar de ocupar un espacio ya colonizado y propio de otras disciplinas tan solo nos desgastará y restará credibilidad, impidiendo que seamos reconocidos y conocidos. Nuestro liderazgo debe fundamentarse en lo que como enfermeras somos capaces de hacer, prestar cuidados profesionales, de manera excelente y autónoma, dándoles significado y aportando la evidencia que los justifican y fortalecen, asumiendo responsabilidad, garantizando su calidad y, sobre todo, otorgándoles la identidad propia, que no es otra que la enfermera.

            En cualquier caso, la cualidad suprema del liderazgo es la integridad[5], sin la que difícilmente se logrará un liderazgo real. Finalmente, liderar no se trata de tener poder o de mandar, pues las/os verdaderas/os líderes, las/os que crean liderazgo, tienen seguidores, pero no crean seguidores. Crean nuevas/os líderes para mantener, reforzar y justificar el verdadero liderazgo enfermero, en cualquier ámbito, entorno, contexto o situación.

            Liderar no es figurar, no es mandar, no es tener poder. Liderar es asumir la responsabilidad que como enfermeras tenemos ante la sociedad y saber trasladarla con la dignidad, el orgullo y la satisfacción que le corresponde a la Enfermería de la que formamos parte. El poder y el respeto serán consecuencia de ese liderazgo y no a la inversa.

[1] Jugador de baloncesto profesional.

[2] John F. Kennedy. Presidente EEUU 1961-1963

[3] https://es.wikipedia.org/wiki/Liderazgo

[4] Adaptado de una intervención de Nuria Cuxart sobre la prescripción enfermera.

[5] Dwight Eisenhower-Presidente EEUU 1953-1961

ENFERMERÍA SIN FRONTERAS. Realidad Ibero-Latinoamericana

 

                       “La identidad es en parte herencia, en parte educación, pero principalmente las decisiones que tomas en la vida”[1].

Patricia Briggs.

                                       Dedicado a Susana Espino, inspiración y referencia de identidad enfermera ibero latinoamericana.

En mis dos últimas entradas he reflexionado en torno a la formación de enfermería en el contexto español. Aunque es cierto que en muchos aspectos existen coincidencias con la realidad docente e incluso asistencial de otros contextos internacionales, no es menos cierto que también son muchas las especificidades que marcan diferencias.

Este hecho, sin embargo, considero que lejos de ser un inconveniente o debilidad puede ser una gran fortaleza en la planificación y puesta en marcha de estrategias globales de crecimiento y visibilidad enfermera que hasta la fecha no han sido convenientemente identificadas y mucho menos desarrolladas.

La fascinación por la enfermería anglosajona (fundamentalmente británica, norteamericana y canadiense) nos ha mantenido alejados de cualquier otra realidad por considerarlas menores o que tenían poco que aportar.

Enfermería, a pesar de los importantes avances y logros alcanzados en las últimas décadas, aún no ha conseguido desprenderse de la influencia que, tanto la medicina como el racional-positivismo en el que se basa, ejercen sobre su desarrollo y autonomía. Influencia que afecta de igual modo en los contenidos curriculares de los planes de estudio como en la planificación y organización de los sistemas sanitarios, patriarcal asistencialistas, paternalistas, biologicistas, hospital-centristas… en los que los médicos basan su desarrollo científico profesional y en los que fagocitan al resto de disciplinas impidiendo o cuanto menos dificultando seriamente cualquier oportunidad de crecimiento desde otro paradigma que no sea el suyo.

A pesar de los intentos por desprenderse del secuestro intelectual y el magnetismo del poder de la medicina, enfermería sigue presa en muchos aspectos de esa influencia que le sitúa en una posición de permanente inestabilidad en su posición institucional y social y de clara indecisión por dar el paso que le permita desarrollarse plenamente desde el paradigma enfermero, lo que, por otra parte, no supone renunciar al necesario e imprescindible, para ambas partes, trabajo transdisciplinar.

Esta situación de provisionalidad científico-profesional hace que sigamos el dictado que las normas de la biomedicina marcan y de la que formal e institucionalmente formamos parte en una muestra más de fagocitación, lo que nos impide brillar con luz propia.

Y estas características, creo, en mayor o menor medida las compartimos las enfermeras españolas, portuguesas y las latinoamericanas con las que nos unen otros muchos vínculos que sin duda podrían y deberían ser incorporados como fortalezas en el desarrollo disciplinar, científico y profesional con independencia de la distancia geográfica y las diferencias culturales.

A pesar del poder que impone el idioma científicamente hegemónico, el inglés, que marca de manera clara y determinante la generación y difusión de conocimiento, las enfermeras ibero-latinoamericanas compartimos una lengua que nos ofrece un potencial que seguimos sin valorar adecuadamente en nuestro desarrollo.

Sin duda el mercantilismo impuesto por las empresas editoriales anglosajonas tienen secuestrado el conocimiento científico con unas normas de supuesta calidad científica, en base a la generación de un factor que han denominado de impacto, pero que está regido más, por razones económicas que de calidad y que mantienen rehenes de las mismas a las enfermeras, al menos en el ámbito universitario, al ser evaluadas por los criterios de las publicaciones denominadas biomédicas de impacto, en el logro de objetivos para su carrera académica. Aspecto en el que también participan las enfermeras latinoamericanas. Queda patente pues que no es tanto a quién lleguen nuestras aportaciones científicas sino en dónde se publiquen, aunque ello suponga que las mismas no las podamos compartir con quienes nos interesa sino con quienes les interesa a las revistas para mantener su impacto y con él sus beneficios económicos.

Ante este panorama compartido en el que una supuesta y aparente autonomía científico-profesional enfermera esconde realmente una subsidiariedad, más ligada a las técnicas y a la medicalización que a los cuidados y la humanización de los mismos en base al paradigma enfermero, las enfermeras ibero-latinoamericanas tenemos la oportunidad de unir nuestras fortalezas y vencer nuestras debilidades para lograr un posicionamiento y una visibilidad que lamentablemente tan solo son aparentes y que quedan desdibujados por la fuerza de la imposición científica, profesional, institucional, mediática e incluso social de la medicina.

La pandemia que estamos viviendo ha incorporado con gran fuerza la virtualidad en las comunicaciones y con ella la posibilidad de compartir conocimientos, pero también experiencias, vivencias y expectativas que hasta la fecha resultaban difíciles de llevar a cabo por la distancia geográfica que lo limitaba claramente. Las conferencias, seminarios, webinars, talleres, debates… online han sido y siguen siendo permanentes y permiten unir a enfermeras de muy diversos países en tiempo real, a pesar de las diferencias horarias, en el abordaje de temas que les son de interés y que permiten identificar estrategias de crecimiento conjunto.

Descubrir lo mucho que nos une e identificar oportunidades en ámbitos como la docencia, la investigación, la práctica profesional, las necesidades, las demandas, los recursos compartidos… convierte este gran contexto ibero-latinoamericano en un escenario de oportunidades reales para lograr vencer las resistencias impuestas por el modelo médico hegemónico y por la dictadura de un idioma que limita las posibilidades de cientos de miles de enfermeras que hablamos y entendemos, español y portugués, permitiéndonos generar un espacio de poder real, de crecimiento y posicionamiento, que nos distancie de contextos que nos son tan lejanos geográfica como culturalmente y de los que podemos seguir aprendiendo pero que deben dejar de ser exclusiva referencia si queremos lograr una identidad propia, diferenciada y específica que nos permita ser consideradas, por las/os decisoras/es políticas/os y sanitarias/os de nuestros países, como referentes en salud y no tan solo como recursos humanos necesarios desde una perspectiva exclusiva de mano de obra en beneficio de las necesidades de la medicina y sus profesionales y no de las personas, las familias y la comunidad a las que realmente nos debemos.

Descubrir que compartimos, además de una lengua, un lenguaje enfermero. Que valoramos la atención a las personas por encima de la técnica como acción profesional exclusiva. Que identificamos problemas de salud, que trascienden a la patología, en los que las respuestas humanas están por encima de la medicalización y la tecnología. Que participamos de objetivos comunes en el planteamiento de estrategias de intervención comunitaria desde una perspectiva de salud global. Que entendemos la enfermería como ciencia y como tal tenemos la necesidad de generar conocimiento propio. Que los determinantes sociales se configuran como los principales determinantes de salud. Que la promoción de la salud, la Educación para la Salud, los activos de salud… son ejes fundamentales de la acción enfermera en la intervención comunitaria y a través de la participación comunitaria. Que la humanización no es una moda sino parte de nuestra perspectiva profesional cuidadora. Que hay otras formas de investigar y de generar evidencias científicas, tan importantes y válidas, como las impuestas por el positivismo. Que tenemos ilusiones y metas comunes que podemos alcanzar con el esfuerzo conjunto… han sido tan solo algunos de los hechos, sentimientos, emociones, sensaciones, situaciones, preocupaciones, dudas… que hemos ido descubriendo a lo largo de este año en el que el confinamiento forzado ha propiciado los encuentros repetidos, permitiendo la identificación de sinergias que seguro facilitarán lo que hasta la fecha parecía algo inalcanzable, en un contexto que nos ofrece tantas oportunidades,

La Enfermería Global ibero latinoamericana, por tanto, es posible. Pero es necesario que trabajemos para lograr que la misma sea una realidad más allá de las palabras y de los deseos efímeros que pierden su efervescencia como una gaseosa una vez abierta.

Perder o cuanto menos apartar la atención exclusiva en la fascinación de aquello que nos resulta más lejano, menos comprensible, más exótico… para centrarnos en lo que, sin tener tanto glamour, es mucho más comprensible, cercano y, sobre todo, ofrece muchísimas más posibilidades para construir una identidad que, siendo igualmente enfermera, nos es propia. Evitando tener que adoptar, tan solo, el papel de boquiabiertos y pasivos observadores en esos otros contextos en los que se nos limita intervenir.

No se trata de olvidar ni de rechazar nada, en absoluto. Pero si de centrar nuestros esfuerzos, nuestros conocimientos, nuestras energías y nuestra voluntad en aquellos contextos en los que realmente podemos contribuir colectivamente a construir una realidad que nos es común o que podemos hacer común sin necesidad de renunciar a nuestra singularidad y que le dotará, si cabe, de mayor riqueza.

Pero para ello deberemos también, desprendernos de los tópicos y estereotipos que, a una parte y otra del Atlántico, seguimos conservando. La percepción de inferioridad o superioridad, la creencia de una diferencia insalvable, la interpretación subjetiva y distorsionadora… son tan solo algunos de los aspectos que actúan como barreras a la hora de avanzar hacia la construcción de esa realidad enfermera científico profesional ibero latinoamericana que se aleje de la utopía para instalarse en el plano real de lo posible y deseable.

No es lógico, atomizar, dividir, separar… cuando son muchos más los elementos que nos acercan que aquellos que nos alejan, ocupando esfuerzos, muchas veces estériles, en acercarnos a la luz del que consideramos astro rey, la medicina, para que enfermería pueda proyectar un poco de su luz, pero sin que ello evite nuestra cara oculta, como la de la luna. Un acercamiento que nos ciega y limita las oportunidades de conformar un gran espacio enfermero en el que investigar, crecer, desarrollar, experimentar… desde una identidad propia y reconocible que podemos compartir sin sentirnos inferiores, que podemos contrastar sin miedo a defraudar, que podemos proponer sin temor…

Está claro que hablamos todas/os de Enfermería y enfermeras, pero lo hacemos con visiones, miradas, observaciones, posiciones, e incluso interpretaciones diferentes configurando un calidoscopio que nos ofrece imágenes que si bien son llamativas y curiosas nos resistimos a entender. Pero no porque no podamos, sino porque nos obstinamos en mantener idéntica distancia científico profesional que la que tenemos geográficamente y que paradójicamente no hacemos con otras configuraciones que atraen nuestra atención y que, aunque no entendamos nos empeñamos en participar de las mismas. En esa permanente incongruencia seguimos manteniendo unas fronteras que impiden la migración de ideas, conocimientos, experiencias, vivencias… narradas en una misma lengua o en otra muy cercana, la portuguesa, que nos permiten unas posibilidades a las que nos negamos o nos resistimos a identificar y desarrollar.

Las Universidades, por ejemplo, en esa acepción de universalidad que tiene su denominación, muchas veces no la cumple o lo hace con idéntica fascinación hacia realidades “triunfadoras”, relegando a un segundo plano, en el mejor de los casos, a aquellas como el contexto ibero latinoamericano. Sin embargo, la Universidad, como ya he tenido ocasión de reflexionar en anteriores entradas, cumple un papel crucial en la identidad enfermera, por lo que las alianzas reales, más allá de los protocolarios y en ocasiones estériles convenios, entre universidades ibero latinoamericanas permitirían analizar y debatir sobre aspectos curriculares que aunaran dicha identidad enfermera y evitaran la generación de identidades diversas que acaban por desdibujar la verdadera aportación e imagen enfermera. En este sentido, la Asociación Latinoamericana de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALADEFE) puede y debe tener un papel fundamental.

Como ejemplo de esa fascinación, cabe reflexionar sobre la absoluta inacción a la hora de defender, desde las Facultades o Escuelas de Enfermería, las propuestas y concesión de Doctorados Honoris Causa a enfermeras ibero latinoamericanas en nuestras universidades. Se proponen pocas y se conceden menos. Pero las pocas que se conceden, salvo escasísimas excepciones, son a enfermeras anglosajonas, que siendo importantes no son las únicas que lo merecen o que han aportado algo importante para el desarrollo de la Enfermería. Es tan solo una muestra de nuestra cara oculta, a la que lamentablemente contribuimos, incluso en el año Nursing Now.

La generación de esa identidad, que no pretende ser monolítica ni teocrática, sino diversa, es lo que favorecerá el liderazgo enfermero en torno a los cuidados profesionales. Lograrlo, evitaría, en gran medida, la hemorragia constante de competencias, al dejar perder no tan solo actividades y tareas sino la responsabilidad sobre las mismas, causada por nuestra fascinación hacia la técnica, la tecnología y escenarios enfermeros que siéndonos extraños queremos emular olvidando lo que nos es propio y otorga identidad, los cuidados. Identidad sin la cual no lograremos un liderazgo enfermero propio que nos sitúe, al menos, al mismo nivel y con idéntica fortaleza del que ahora mismo nos fascina y somos subsidiarios.

Últimamente se oye que la tecnología ha venido para quedarse. No me cabe duda de que así será. Pero como enfermeras haríamos bien si aprovechásemos la oportunidad que nos brinda para configurar una identidad enfermera rigurosa y potente científicamente, referente profesionalmente, reconocible socialmente y respetada colectivamente.

No se trata de generar una competencia a la dominante Enfermería anglosajona, pero si de equilibrar realidades desde una perspectiva de respeto e igualdad que lamentablemente no existe en la actualidad y que provoca importantes inequidades que no pueden estar ligadas a territorios y mucho menos a la lengua que en los mismos se habla y sirve para vehiculizar nuestro conocimiento. Entre otras cosas, o principalmente, porque no hacerlo va en detrimento de la calidad de cuidados que prestamos.

Expresarse verbalmente o por escrito en diversas lenguas no puede ni debe constituir una barrera de crecimiento y reconocimiento y mucho menos una forma de monopolizar la ciencia con intereses comerciales que desvirtúan la misma y la convierten en pura mercancía.

La lengua forma parte de la cultura y de la construcción identitaria de los pueblos y es un derecho universal que hay, no tan solo que respetar sino también promocionar. Quienes compartimos una misma lengua tenemos la obligación de hacerla vehicular de nuestra ciencia y del conocimiento que de la misma emana para fortalecer nuestra identidad y prestar unos cuidados profesionales que también tienen clara relación con la cultura, la historia y las tradiciones.

Tal como expresara Erik Erikson “En la jungla social de la existencia humana, no hay sensación de estar vivo sin un sentido de identidad”[2].

Estoy convencido que seremos capaces de construir este importante espacio compartido que nos une más que nos separa y que nos identifica con luz propia, en ese necesario sentido de identidad enfermera.

[1] Escritora estadounidense (1965)

[2] Psicoanalista estadounidense (1902 – 1994).

ENFERMERÍA. Formación Profesional y Universidad. Realidad disociada.

Hallarás la distancia que te separa de ellos, uniéndote a ellos.

Antonio Porchia[1]

 

Dedicado a Joan Manuel Pérez Vicens

 

En la estela de mi anterior entrada sobre ser y sentirse enfermeras, me parece importante y, además, así me lo trasladó Joan Manuel, no dejar fuera de foco, como habitualmente solemos hacer, la formación de Auxiliares de Enfermería (AE) o Técnicos en Cuidados Auxiliares de Enfermería (TCAE), que se lleva a cabo en el ámbito de la Formación Profesional (FP), en la que participan enfermeras como docentes.

En este sentido cabe destacar el “clasismo” generado con relación a la FP, pero también a la Educación Primaria y Secundaria en comparación a la Educación Superior o Universitaria.

Con la Educación Primaria, pasa como con la Atención Primaria en Sanidad. El hecho de llevar el apellido de “Primaria” en ambos casos, lejos de ser interpretado y valorado en base al impacto que, tanto esa primera educación como esa primera atención, tienen en una adecuada y eficaz formación y salud posteriores, lo es desde una perspectiva de descrédito y de minusvaloración por parte tanto de las/os docentes de otros niveles como de la propia sociedad. Como si lo que en dichos ámbitos se hace no tuviese mayor importancia o dificultad y no requiriese de una formación específica ni mucho menos especial. Cualquiera, parece que pueda ser maestra/o de primaria o enfermera de primaria.

La Educación Secundaria y la mal denominada Asistencia Especializada, por su parte, adquieren un mayor reconocimiento y valoración al tratarse de aspectos formativos y de asistencia específicos que requieren de una supuesta y más especializada preparación. Teniendo en cuenta que la especialización hace referencia a limitar una cosa a un uso o un fin determinados o a dar unos conocimientos especiales en una rama de la ciencia, arte, técnica o actividad, no tiene sentido que se limite dicha especialización al ámbito de la Formación Secundaria o de la Asistencia Hospitalaria, cuando, además, los hospitales no se crean para especializar a los profesionales ni los Institutos para hacer lo propio con las/os docentes, a pesar de lo que en apariencia pueda parecer, dado que son los profesionales los que crean la especialidad y con ella la fragmentación y no a la inversa. Pero estos ámbitos de formación y de atención tienen ya un reconocimiento mayor por parte de profesionales y sociedad. De partida, el hecho de considerar los diferentes ámbitos como niveles, ya les otorga una altura o un grado de desarrollo o de progreso que son identificados como diferentes desde una perspectiva de dificultad o especialidad, cuando realmente de lo que se trata es de enfoques, planteamientos, abordajes, análisis… adaptados a necesidades, factores, contextos, personas… que requieren de respuestas específicas y especializadas por igual en cada uno de los ámbitos, en función de la edad fundamentalmente.

Por último, en esa escala evaluativa en la que tanto nos gusta clasificarlo todo y a todos está la que se denomina Educación Superior o Universitaria. El simple hecho de situarla como superior ya le otorga un claro nivel de distinción y diferencia con relación a los otros dos ámbitos y, por tanto, ya de entrada, se le supone un valor mayor, tan solo por su denominación y con independencia de lo que la misma aporte de valor real.

Pero en esta clasificación tan caprichosa como perversa queda fuera la FP, como si de un reservorio para las anteriores se tratase, pero sin lograr incorporarse con un nivel que le otorgue valor y por lo tanto quedando relegada a una posición residual o menor y con un importante componente de estigmatización valorativa tanto por parte de las/os docentes como de la propia sociedad que la identifica como un mal menor en el conjunto del proceso educativo.

Lo dicho, por tanto, tan solo es una parte del grave problema que tiene el sistema educativo en nuestro país, favorecido por la falta, no tan solo de consenso y de voluntad política, sino por el permanente oportunismo político que antepone los intereses particulares al bien general, que impone las ideas en lugar de favorecer el que se puedan construir libremente, pretende maniatar el pensamiento, confunde educación con formación y ambas con aprendizaje, maniata la docencia con ataduras ideológicas e ideologizantes… en definitiva no considera la educación como un valor ajeno a la manipulación interesada y ligada a la hipocresía del bien particular.

Como consecuencia y centrándome en la FP que sistemáticamente queda excluida, o como mal menor, apartada o relegada del sistema educativo, quienes eligen dicho camino formativo son vistos, identificados y señalados como malos estudiantes, torpes o incluso problemáticos que acceden a ciclos formativos como si los mismos fuesen programas de rehabilitación en lugar de programas educativos de gran valor para la sociedad en múltiples sectores productivos y de servicios.

Centrándome en enfermería, en nuestro país, está fragmentada en base a la organización del sistema formativo que, en muchos casos no obedece a una planificación rigurosa sino a una distribución del conocimiento y de las competencias que no guarda la más mínima coherencia y que acaba por generar conflictos donde deberían plantearse planes articulados que promocionasen una formación longitudinal y continua en la que la Universidad no fuese percibida como un objetivo indispensable para el logro de la identidad, el reconocimiento y el valor que a la FP se le niega de manera sistemática y que provoca claras distorsiones, no tan solo en las dinámicas de aprendizaje, sino también en la coordinación entre las/os tituladas/os de ambos niveles de formación que posteriormente se trasladan e incorporan en las dinámicas laborales en las que trabajan unas/os y otras/os, generando situaciones de enfrentamiento y de percepción de intrusismo o bloqueo de competencias según se hagan por parte de unas/os u otras/os.

Otro factor importante es el hecho de la denominación, ya que las palabras no son inocentes y están cargadas de intención dependiendo de quién las utilice o las interprete. Es por ello que auxiliar puede identificarse como negativo, cuando la primera acepción que tiene en el diccionario es la de la persona que auxilia y, por tanto y en el caso que nos ocupa, que cuida. Sin embargo, se tiende a identificarla como la capacidad subalterna o subsidiaria hacia otras/os, incluso por parte de ellas/os mismas/os, lo que les hace buscar denominaciones diferenciadoras aunque estas acaben siendo acrónimos que pocos entienden, TCAE. En otros países no existe tal diferenciación semántica, aunque si exista a nivel de competencias en función del nivel de formación, experiencia, investigación, acreditación que permite tener un nivel u otro de competencia profesional con la denominación única de enfermera, estando perfectamente regulado por los Colegios Profesionales a diferencia de lo que sucede en nuestro país, que se dedican a otras muchas cosas que no les corresponden y lo que debieran hacer no lo asumen.

De igual forma en otros países no se establece un “foso” o una brecha formativa en Enfermería entre diferentes niveles de formación, al estar toda la formación en el ámbito de la Universidad o regulada de tal manera que no se identifican como barreras para el desarrollo profesional posterior en base al lugar dónde se hayan formado. Son posteriormente los Servicios de Salud y los Colegios Profesionales quienes establecen los criterios que permiten ir avanzado en una planificada y coherente carrera profesional y acreditaciones que facilitan una convivencia sin recelos y sospechas constantes entre unas/os y otras/os desde la percepción permanente de sometimiento o subsidiariedad, de unas/os, o bien por el constante posicionamiento de vigilancia ante lo que se identifica como invasión de competencias, de otras/os.

Por su parte las enfermeras que desarrollan docencia en FP son sistemáticamente olvidadas o valoradas de manera discriminatoria y negativa con relación a las que ejercen competencias docentes en la Universidad, lo que no deja de ser un fiel reflejo del “clasismo” existente en los diferentes ámbitos educativos en general y los de FP, en particular, por parte tanto de estudiantes, docentes, políticos y sociedad en general, que ven en los segundos un ámbito residual. Generando una clasificación que en el imaginario común establece como docentes de primera o de segunda en función del ámbito en que desarrollen su actividad.

Se ha generalizado e interiorizado en la población la cultura de la universidad como éxito u objetivo principal en el desarrollo educativo, interpretando como fracaso cualquier opción que no llegue a alcanzar dicha meta. La consecuencia es la desvalorización de la FP y la identificación de la misma como parte del fracaso comentado. Ambos factores conducen a que las opciones, a la hora de elegir la FP, se reduzcan significativamente o que se haga como mal menor y a que aumente la demanda de plazas en la Universidad, aunque la elección sea consecuencia más de un intento de adaptación a la expectativa social que al deseo real por acceder a la misma.

            El resultado de este escenario educativo supone una clara estigmatización de los estudios de FP que son identificados como menores, fáciles y secundarios, lo que automáticamente representa una clara y manifiesta asociación con las profesiones a las que dan acceso, que a pesar de la gran importancia que las mismas tienen no son valoradas al no haber sido desarrolladas en la Universidad, considerado el templo de la excelencia.

Esta situación provoca una importante disociación entre las titulaciones afines entre FP y Universidad, como es el caso de Enfermería, que se traduce en una clara insatisfacción entre quienes estudian FP, que finalmente deriva en reivindicaciones para que los estudios pasen a integrarse en la Universidad dado que es el ámbito educativo que entienden les proporcionará el valor que no encuentran en FP.

Por otra parte, no deja de ser una permanente contradicción el hecho de que, en Enfermería, por ejemplo, pero no solo en Enfermería, se hable de transdisciplinariedad, intersectorialidad, continuidad, trabajo en equipo… mientras FP y Universidad viven completamente de espaldas a dicha realidad, acabando por ser identificadas dichas características tan solo como un mantra teórico que no tiene reflejo en la realidad y que bien al contrario supone el germen de una confrontación que actúa de manera totalmente negativa en el desarrollo de la Enfermería, de los cuidados y de las/os propias/os AE, TCAE y enfermeras.

No existe comunicación alguna entre docentes de ambos ámbitos, no se plantean estrategias conjuntas que permitan abordar objetivos comunes para las/os estudiantes, no se diseñan actividades prácticas en las que abordar intereses compartidos, no se planifican contenidos docentes que complementen y eviten el solapamiento, la omisión o la repetición innecesaria de los mismos y que, al contrario, permitan una clara identificación de competencias y de trabajo colaborativo.

Tanto en FP como en la Universidad se desarrollan planes de estudio de Enfermería. En ambos ámbitos trabajan enfermeras que desarrollan, imparten y evalúan los planes de estudio. Las/os AE, TCAE y enfermeras acabarán coincidiendo en múltiples lugares de trabajo en los que van a necesitar entenderse y respetarse para poder prestar cuidados de calidad. Los cuidados que precisa la sociedad van a necesitar tanto de unas/os como de otras/os. No existe una Enfermería de AE y TACE y otra de enfermeras. Es exactamente la misma Enfermería, de igual modo que no hay diferencia entre la Enfermería de especialistas, generalistas, la de Práctica Avanzada o la de quien tiene doctorado. No hay, por tanto, Enfermería de 1ª o de 2ª, ni Enfermería de FP y de Universidad. Existe una única Enfermería que, en todo caso, se estudia en diferentes ámbitos educativos que van a permitir adquirir competencias diferentes pero complementarias a quienes estudian en uno u otro ámbito.

Seguir planteando una disociación entre estudios de FP y Universidad como la que actualmente existe tan solo perpetuará los conflictos existentes y conducirá a que los mismos provoquen serios problemas en el desarrollo de la Enfermería que compartimos unas/os y otras/os. Mientras nosotras/os nos dediquemos a pelearnos por lo que justamente debiera unirnos, el vacío que dejemos será ocupado por alguien que después demandará como propio lo que hemos abandonado, logrando las competencias por las que nos enfrentamos.

Resulta imprescindible un análisis en profundidad del actual planteamiento educativo de la Enfermería tanto en FP y Universidad, al que tampoco es ajeno el Sistema de Salud.

Las enfermeras no debemos seguir dando la espalda a una realidad que nos desangra y nos enfrenta. Docentes de FP y Universidad, pero también enfermeras, AE y TCAE del ámbito de la atención debemos aparcar diferencias que tan solo nos dividen, para aunar esfuerzos que permitan poner en valor el trabajo de todas/os con independencia de que seamos AE, TCAE o enfermeras. La Enfermería a la que todas/os pertenecemos lo merece y la población a la que atendemos lo necesita.

Las/os docentes de Enfermería, en FP o en Universidad, necesitamos encontrarnos, hablar, analizar, reflexionar, debatir, consensuar… pero necesitamos también respetarnos y valorarnos como principio fundamental de entendimiento y unidad de acción. Lo contrario supondrá que otros decidan por nosotras/os.

No se trata de mimetizar modelos de otros países, pero tampoco podemos ser ajenos a realidades que funcionan y de las que podemos aprender para adaptarlas a nuestro contexto. Pero, sobre todo, se trata de que como profesionales que somos de Enfermería la dignifiquemos y la pongamos en valor. Ser y sentir la Enfermería también pasa por esto.

[1] Poeta italo-argentino (1885-1968)

SER Y SENTIRSE ENFERMERAS. Mucho más que un título

Sentir es lo más valiente que hay. Requiere agallas.

Sergi Rufi[1]

Muchas veces cuando hablo de la importancia de ser y sentirse enfermera, de que ser enfermera es algo más que tener un título, que sentirse enfermera va más allá de lo que erróneamente se confunde con vocación y que durante tanto tiempo se asimiló a advocación, que actuar como enfermera no se limita a la aplicación de una técnica, que la mirada enfermera trasciende a la visión ocular, que hablar como enfermera no es utilizar únicamente la taxonomía o el lenguaje profesional propio… hay quienes creen y dicen que estoy obsesionado, que tengo fijación, que no tengo los pies en el suelo, que exagero… que a fin de cuentas, ser enfermera no deja de ser una profesión, una manera de ganarse la vida, nada más.

Reconozco la vehemencia en mis planteamientos, la convicción en mis creencias, la firmeza en mis posicionamientos, la constancia en mis mensajes, la motivación en mis ideas, la implicación en mis conocimientos… pero para nada los identifico como obsesión ni mucho menos como dogma de fe, que impidan la capacidad de pensamiento crítico, de análisis y de reflexión para admitir mis errores y cambiar el rumbo de mis planteamientos si me demuestran que estos son equivocados.

Sin embargo y lamentablemente, desde mi punto de vista, estamos inmersos en una visión de la enfermería que se aleja de la que a mí me trasladaron mis referentes y maestras cuando lograron que descubriese lo que era y significaba ser y sentirse enfermera, desde mi posición de ATS. Pero a lo peor es que ahora no se tienen, no se identifican o incluso se rechazan las/os referentes.

Dicen que las personas que se “reconvierten”, como las fumadoras o las alcohólicas, son las más firmes defensoras de su nueva condición y las que menos toleran las conductas que abandonan.

Yo, la verdad, no lo comparto. Soy exfumador y aunque me molesta el tabaco no tengo establecida ninguna cruzada contra quienes fuman. Pero ello no me impide que siga trabajando para que dicho hábito desaparezca o se reduzca de manera significativa. Son planteamientos diferentes.

Del mismo modo y aunque las comparaciones en sí mismas son odiosas y esta posiblemente lo sea aún mucho más, el hecho de abandonar mi condición de ATS, con todo lo que la misma significaba, para abrazar y hacer propia la condición de enfermera, con todo lo que la misma significa, en ningún caso supuso, ni supone un posicionamiento de intransigencia ni intolerancia hacia quienes piensan de manera diferente, lo que en ningún caso impide que mi posicionamiento sea vehemente, firme, constante, motivado, implicado… y siempre desde el máximo respeto.

Pero considero que no hay que confundir el debido respeto con tener que aceptar una realidad que claramente está alejada de lo que es ser y sentirse enfermera.

Confundir esta visión de la realidad que nos rodea es lo que nos está llevando, en muchas ocasiones, a perder la noción de lo que somos, enfermeras.

Como enfermera comunitaria que soy considero que, para poder hacer cualquier tipo de intervención, aunque la misma tan solo sea analítica o reflexiva como la que trato de elaborar, resulta imprescindible conocer el contexto y, por lo tanto, contextualizar. Y voy a centrarme en el contexto universitario por entender que el mismo es fundamental en el comportamiento y desarrollo de las futuras enfermeras.

Todas/os sabemos que la decisión para elegir estudiar enfermería está sujeta a múltiples factores e influenciada por importantes clichés sociales que son el inicio, muchas veces, de la falta de identidad con lo que se pretende ser.

Que la nota no alcance para estudiar medicina, ser el paso previo o pasarela para estudiar medicina, ser la tradición familiar, tener una idea equívoca de lo que es ser enfermera, confundir vocación con admiración, ser una forma fácil de tener un puesto fijo, confundir cuidar con curar… son tan solo algunos de esos factores que, ligados en muchas ocasiones a tópicos y estereotipos sociales que se reproducen y difunden, determinan una decisión que finalmente no cumple con lo que de la misma se esperaba o que acaban por “hacer” enfermera a alguien que ni quería se siente como tal.

Es cierto que resulta difícil eliminar estos factores que influyen en la decisión de quienes eligen estudiar enfermería, al menos a corto plazo, pero no es menos cierto que una vez están incorporados en el proceso de enseñanza – aprendizaje son otras/os quienes debemos trabajar para que sean capaces de identificar a tiempo, si existe, el error de su decisión. No caigamos en la trampa de pensar que es algo que no va con nosotras/os como docentes, pero, sobre todo, como enfermeras.

La docencia, como ámbito de actuación enfermera, es una posibilidad que las enfermeras tenemos la oportunidad de escoger. Es decir, como enfermera, ser docente universitaria/o es posible por el hecho de ser enfermera. Nadie tiene la opción de estudiar “profesor/a en enfermería” para serlo. Y esto, que puede parecer tan simple, es lo que conduce a algunas/os docentes a olvidar su condición de enfermeras para definirse como profesoras/es exclusivamente, olvidando u ocultando lo que son realmente, enfermeras.

Si quienes tienen que transmitir lo que significa ser y sentirse enfermeras, no lo son ni lo sienten, difícilmente se logrará, no tan solo sacar del error a quien ha hecho una equivocada elección, sino formar a enfermeras que adquieran competencias enfermeras y las sientan como tales. Por eso es tan importante que la docencia enfermera esté en manos de enfermeras que además de serlo se sientan como tales. Que sean otros quienes lo hagan o que lo hagamos nosotras sin transmitir ese sentimiento, abocará a las futuras enfermeras a la indefinición y con ella a ser prescindibles y subsidiarias.

Otro de los problemas que dificultan e impiden transmitir lo que es y significa ser enfermera radica en los planes de estudio. Planes de estudio que están claramente influenciados por un modelo patriarcal asistencialista, medicalizado, hospitalcentrista, paternalista, biologicista, tecnológico… como el del Sistema Nacional de Salud (SNS) y por derivación de los servicios sanitarios, que en nuestro país suman la cifra de diecisiete. Esta influencia determina no tan solo los contenidos de los planes de estudio y sus pesos en el conjunto de los mismos, sino también el mensaje, lenguaje y modelo que se transmite y que se aleja del paradigma enfermero, aunque se le añada la etiqueta enfermera.

La patogenia, la enfermedad, los signos, los síntomas, los órganos, los aparatos, los sistemas, la tecnología, la farmacología, la curación… tienen mayor peso que los sentimientos, las emociones, la comunicación, la salud, la promoción, la salutogénesis, los cuidados… Si a ello añadimos la fascinación que los primeros ejercen sobre los segundos en las/os estudiantes y la poca energía, convicción, fuerza, innovación… que sobre los segundos se ejerce por parte de muchas/os docentes para transmitirlos y que sean capaces de desviar la atención, o cuanto menos de equilibrarla, con la de los primeros, tenemos el escenario perfecto para deformar en lugar de formar en enfermería.

Por otra parte, la influencia del SNS y su modelo caduco induce a las universidades a formar profesionales tecnológicos que se adapten a las condiciones institucionales del mismo, pero que lamentablemente se separan cada vez más del paradigma enfermero y del cuidado profesional enfermero.

El cuidado enfermero requiere de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis. Sin embargo, cada vez tiene menos cabida en los planes de estudio. Como si el cuidado ya estuviese implícito en todo y no requiriese mayor atención ni dedicación. El hecho de que el cuidado, aparentemente al menos, forme parte inseparable de los estudios de enfermería no es suficiente para que sea transmitido como aspecto definitorio de la identidad enfermera. Pero es que, además, el cuidado es una realidad compleja, no lineal y en evolución constante que de no ser abordado, analizado, reflexionado, aprendido y aprehendido… acaba por ser identificado como secundario, subsidiario y prescindible, cuando no ligado al ámbito doméstico exclusivamente.

La carrera académica en la universidad, por su parte, es dura y está mal pagada, lo que provoca una clara resistencia de las enfermeras a incorporarse a la misma. Más teniendo en cuenta que en el ámbito asistencial se cobra más y la carrera profesional se limita a la antigüedad. Finalmente, como mal menor siempre está la opción de ser profesor asociado sin renunciar a la asistencia, lo que aporta poco a la academia para mantener una presencia enfermera real tan necesaria como cada vez más escasa. Se prefiere el SNS al esfuerzo que exige la universidad. Se prefiere la inmediatez del logro del SNS a la carrera de fondo, que supone una intensa preparación, para lograr los objetivos que marca la universidad. Posiblemente, ni lo uno, ni lo otro. Pero la realidad es la que es y, esta, sitúa a la docencia enfermera, para las enfermeras, en una encrucijada con riesgos que la convierten en incierta, difícil y peligrosa. Posiblemente las plazas vinculadas que los sistemas de salud se resisten a crear para las enfermeras, podrían contribuir a paliar un déficit cada vez más creciente y preocupante de enfermeras en la universidad, lo que dificulta y pone en peligro la transmisión del ser y sentir enfermeros, para dar paso a la fascinación de la técnica y la tecnología.

No hace mucho una estudiante me interpelaba a la hora de hacer una simulación sobre un afrontamiento de cuidados, diciéndome que a ella eso no le aportaba nada y que lo que realmente necesitaba era saber hacer una reanimación cardiopulmonar avanzada. Respondí a la estudiante diciéndole que tenía razón, pero que dado que en ese momento no podía cambiar la dinámica de mi docencia, la tendría en cuenta para siguientes cursos, y le pedí si podía participar en la simulación. Satisfecha con mi respuesta aceptó mi propuesta. La situación de cuidados era la de una cuidadora familiar que tenía una situación muy compleja que le desbordaba emocional y psicológicamente al no saber afrontarla. Acudía a la consulta enfermera con la excusa de recoger pañales para la incontinencia de su hijo con tetraplejia, con el deseo de que la enfermera, su enfermera de referencia, fuese capaz de identificar su estado, aunque no lo verbalizase directamente, sino a través de diferentes señales de alarma. A la estudiante le di la información sobre la situación que vivía la cuidadora, teniendo en cuenta que ella era su enfermera de referencia y por tanto ya conocía todo el proceso, aunque desconocía para qué había solicitado cita (como, por otra parte, sucede en realidad en la actividad diaria). Tras la simulación, la estudiante, que asumió el rol de enfermera, no supo identificar su estado y tras entregarle los pañales y entre risas y latiguillos verbales (no pasa nada, tranquila, todo se pasa, eso es normal…), despidió a la cuidadora, eso sí, diciéndole que estaba allí para lo que necesitase. Yo le pregunté si consideraba que su atención había sido la correcta, a lo que me respondió de manera inmediata y firme que sí. Tras analizar el caso, compartí con ella qué había pasado tras salir de su consulta (se trataba de un caso que había sucedido realmente). La cuidadora tras comprobar que nadie era capaz de identificar su situación (pues no era la primera vez que había acudido a su enfermera y a otros profesionales), fue a su casa, le dejó los pañales a su hijo a quien dio un beso, dejó una carta sobre la mesa y se tiró por el balcón del 7º piso donde vivía. Dirigiéndome a la estudiante le dije que ahora fuese y le hiciese la reanimación cardiopulmonar avanzada, cuando como enfermera no había sido capaz de identificar, entender y atender sus necesidades y prestarle los cuidados que requería. Concluimos que se pueden salvar vidas incluso sin hacer uso de la técnica.

En ningún momento pretendo trasladar que las técnicas no son importantes, lo son. La técnica forma parte de nuestra existencia, la cuestión es saber qué hacer con ella y como hacerla complementaria y compatible, que no excluyente, del cuidado, con el fin de situar finalmente la atención al nivel de la dignidad humana.

Por último, quisiera incidir en la sensación que tengo sobre el papel que las Facultades y Escuelas de Enfermería tienen con relación a la sociedad de la que forman parte. Cada vez se asimilan más a cadenas de producción de enfermeras para satisfacer la importante demanda de los servicios de salud, tanto propios como extranjeros, como si no hubiese ninguna otra opción de desarrollo profesional, como si no existiese vida más allá del hospital o del centro de salud. Esto provoca lo que algunos autores denominan como Teleopatía, es decir, la obtención acrítica de resultados, que acaban por instrumentalizar los cuidados en beneficio de la demanda.

Ante esto las/os estudiantes que, como decía anteriormente, tuvieron dudas a la hora de tomar su decisión de estudios, acaban por no entender realmente qué es ser enfermera y mucho menos que es sentirse enfermera. Por tanto, genera insatisfacción en las/os estudiantes que se traducirá en que terminen siendo, posiblemente, enfermeras tecnológicas o con una clara indefinición sobre lo que son o pueden aportar como enfermeras, con un importante déficit sobre lo que significa y supone la atención enfermera y la consiguiente prestación de cuidados que deberían, no tan solo conocer sino sentir.

Así pues, las/os estudiantes que logran el título que les habilita para ejercer como enfermeras no necesariamente son enfermeras, al no sentirse como tales. Son graduadas en Enfermería, que no es exactamente lo mismo, aunque lo parezca. Esto explica, en gran medida, la actitud de conformismo, inacción, inmovilismo o falta de ilusión de algunas enfermeras ante hechos que les afectan directa o indirectamente como tales. Esto explica que se olvide la condición de enfermera cuando se actúa desde posiciones que no requieren necesariamente ser enfermeras (docencia, política, empresa…), pero que aportarían un valor añadido fundamental a sus acciones. Esto explica que no identifiquen referentes. Esto explica tantas y tantas actitudes que impiden el desarrollo enfermero pero que impiden también una aportación específica tan necesaria como la que está en disposición de ofrecer la mirada, la escucha, la acción, la atención… de quien además de ser, es capaz de sentirse enfermera.

El contexto universitario es tan solo parte del problema, pero es el inicio posiblemente del mismo. Posteriormente el escenario incierto en el que se incorporan esas enfermeras, que no son capaces de serlo y de sentirlo como tales, actúa de manera agresiva, desafiante, incluso acosadora, provocando parálisis, miedo, incertidumbre… a manifestarse como enfermeras y aceptando lo establecido, hacer las cosas porque siempre se han hecho así, resistiéndose a ser críticas e incluso científicas, prefiriendo abrazar la técnica y abandonando el cuidado como refugio que les protege pero que, lamentablemente, les despersonaliza y finalmente les deshumaniza… cuando debieran ser quienes realmente humanizaran la atención con los cuidados profesionales con su claro sentimiento enfermero.

Hace más de cuarenta años que enfermería entró en la Universidad. Fue un hito logrado con mucho esfuerzo, ilusión, motivación, implicación y decisión por quienes eran y se sentían enfermeras. Nos toca, a quienes tenemos la responsabilidad y la capacidad de hacerlo, que las futuras enfermeras no tan solo las identifiquen, sino que las tengan como referentes y modelos a seguir como paso previo a la formación de enfermeras, para que no tan solo lleguen a serlo sino a sentirlo. Serlo se lo otorga el título obtenido. Sentirlo depende de quienes además de transmitir conocimiento tenemos la obligación, como enfermeras, de compartir su construcción para que se sientan parte del mismo y que, quien no es, o quien siéndolo no se siente enfermera, nunca hará. Porque es precisamente ese sentimiento enfermero el que permitirá transformar la atención prestada en acciones cuidadoras enfermeras y no tan solo en acciones profesionales o sanitarias, como lamentable y habitualmente se identifican, contribuyendo a invisibilizar los cuidados enfermeros.

Finalmente, para SER Enfermera, hay que ESTAR y ACTUAR como tal, con el fin de SENTIRSE Enfermera y no tan solo PARECERLO.

Algo podemos y debemos hacer para que las enfermeras del futuro no tan solo lo sean o lo parezcan, sino que se sientan como tales.

[1] Psicólogo, terapeuta y escritor.

COLEGIOS Y COLEGIADAS. Algo en lo que creer, algo por lo que luchar

                                 “Puede que los grandes cambios no ocurran de inmediato,                                           pero con esfuerzo incluso lo difícil puede ser sencillo.”

 Bill Blackman

Los medios de comunicación se han hecho eco recientemente de algunas irregularidades en el entorno DE LAS Organizaciones Colegiales de Enfermería y más concretamente en la figura de sus máximos representantes.

Sin restarle la más mínima importancia dada la repercusión mediática, pero, sobre todo, por la que tiene en relación a la imagen que de la profesión se proyecta a la sociedad, no deja de ser algo que, lamentablemente, se ha venido produciendo con cierta frecuencia. Todo ello sin menoscabo de la rechazable, inadmisible y supuesta conducta delictiva que los hechos sacados a la luz suponen y que deberán ser dilucidados por la justicia.

Sin embargo, todo parece formar parte del escenario de corrupción en el que está instalada nuestra sociedad en los últimos años, provocando cierta naturalización e incluso ausencia de asombro por lo que de habitual tienen tales hechos.

Pero más allá del impacto que pueda provocar en la sociedad, de lo que no cabe duda es del que debe generar en la profesión enfermera, tanto de rechazo, como de preocupación y de firme exigencia para que no se vea salpicada la imagen del conjunto de la Enfermería que tanto cuesta poner en valor.

No es razonable, ni admisible, que las enfermeras asumamos como natural lo que, además de ser posibles y graves delitos, es una falta de ética absoluta por parte de quienes son nuestros representantes, nos gusten más o menos. La mujer del César, además de ser honrada, debe de parecerlo.

Y aquí es donde considero que radica el principal problema. La colonización que del Consejo General de Enfermería y de algunos Colegios provinciales han hecho determinadas personas, perpetuándose al frente de las citadas instituciones, ha conducido, en muchas ocasiones, a que se produzcan hechos delictivos, o cuanto menos rechazables, que persiguen el enriquecimiento o el beneficio personal de quienes los realizan con el dinero recaudado a todas las enfermeras.

No seré yo quien justifique conducta alguna que se desvíe del estricto cumplimiento del servicio de representación de la profesión enfermera. Pero dicho esto se precisa hacer una autocrítica colectiva con relación no ya a las conductas delictivas que no pueden ser imputadas en ningún caso más que a quien las realiza, sino con relación a cuál es la actitud de las enfermeras sobre quién y cómo lleva a cabo la gestión de los Colegios.

Empezando por los Colegios más próximos, los provinciales, las Juntas constituidas lo son tras procesos democráticos convocados con la periodicidad que marcan los estatutos y a los que lamentablemente se presentan muy pocas candidaturas. Es cierto que, en algunos Colegios, quienes mantienen un rígido y opaco control de la institución para mantenerse en los cargos, están en permanente equilibrio con la legalidad haciendo, incluso, lecturas y aplicaciones muy interesadas a sus intereses de la misma. Pero no es menos cierto que no existe interés, no tan solo en la presentación de candidaturas o en participar en la elección de las que se presentan sino, tan siquiera,  en mantener cierto control sobre quienes ostentan el poder y sobre las decisiones que toman. De tal manera que se crea un escenario de impunidad en el que no es complicado crear entramados, cuanto menos sospechosos, a través de los cuales generar importantes beneficios económicos que no acaban revirtiendo precisamente en la institución y en quienes la sostienen.

Las Asambleas que por estatutos se convocan reúnen, la mayoría de las ocasiones, a un reducidísimo número de colegiadas/os, lo que facilita que se aprueben sin obstáculos cuantas medidas se plantean en las mismas. Todo aparentemente legal y democrático para hacer y deshacer como si realmente se estuviese trabajando para la profesión y sus profesionales.

Todo parece formar parte de una maniobra que impide o reduce la vigilancia de lo que se hace. Se crea una atmósfera de indiferencia y en base a la misma se logra reducir la participación de las/os colegiados y con ello su capacidad de control. Todo bajo control para ocultar el descontrol.

Los máximos representantes de estos mismos Colegios, por su parte, son quienes componen la Junta del Consejo General y, por tanto, quienes facilitan con su apoyo la gestión que ahora se sospecha fraudulenta. Por tanto, se trata de una perfecta maquinaria de conspiración y falta de transparencia, en la que los pocos Colegios disidentes son aislados o incluso acosados, con el beneplácito general del resto con el fin de seguir beneficiándose de los privilegios alcanzados.

Colegios y Consejo que, para empezar, ni tan siquiera utilizan la denominación correcta, dado que se denominan, la gran mayoría, de Enfermería. Los Colegios profesionales son, eso, de las/os profesionales, es decir de las enfermeras, y no de la Profesión, Enfermería. Son, por tanto, una excepción en el panorama colegial ya que los Colegios lo son de abogados, médicos, odontólogos, arquitectos… y no de Derecho, Medicina, Odontología, Arquitectura…

Todo esto es conocido por la mayoría, por no decir la totalidad de las enfermeras. La respuesta, sin embargo, no se concreta, salvo honrosas y aisladas excepciones, en posicionamientos firmes contra la impunidad y la nefasta gestión, sino en el conformismo y la indiferencia que tan solo se ven alterados por protestas de corrillo que no aportan absolutamente ninguna alternativa ni posibilidad de cambio.

La colegiación obligatoria es, como cualquier otra imposición, identificada como negativa y asumida con claro rechazo por quien debe pagarla, más aún cuando no percibe un beneficio de retorno que le haría identificarlo como inversión en lugar de como gasto. Pero supone una absoluta tranquilidad para los Colegios, que recaudan grandes cantidades de dinero sin el esfuerzo exigido de tener que convencer ni competir para ello. Esta circunstancia provoca una clara desafección de las enfermeras que ni se sienten representadas por “sus” colegios, al no reconocerlos como propios sino como impuestos, ni consideran en ningún momento que puedan hacer nada para revertir la situación perversa que se genera, al percibir que no existen posibilidades de modificar una situación que, incluso legalmente, cuenta con amparo para actuar como lo hacen.

Así pues, nos encontramos con una institución que aparentemente debe velar por las enfermeras pero que, sin embargo, las enfermeras no lo identifican así y lejos de representar un orgullo ser colegiadas/os, es una carga de la que desearían desprenderse.

Un colectivo de 316.094 enfermeras en España debería tener una enorme fuerza de influencia que, lamentablemente, no tiene y que se diluye en una representación, asumida como inevitable por casi todos, pero que no tiene consecuencias favorables para las enfermeras.

Llegados a este punto cabe preguntarse si tal situación es tan solo consecuencia de la codicia y las acciones para alimentarla de quienes sustentan un poder mantenido en el tiempo, o si la misma no es, en cierta manera, consecuencia de la falta de implicación por revertirla más allá de las permanentes, pero inútiles, protestas verbales sin impacto real alguno.

Ahora que afloran escándalos económicos y corruptelas o corrupciones en toda regla en el seno de instituciones colegiales, todas/os nos precipitamos a decir, “eso ya se veía venir”, “eso lo sabía todo el mundo”, “qué se podía esperar” y otros tantos chascarrillos que lo único que tratan es de lograr una cierta exculpación individual y colectiva que tranquilice las conciencias ante la vergüenza y el bochorno que provocan. Pero, sin embargo, lo que realmente encierran es un manifiesto fracaso colectivo por haber dejado que la situación llegase a este punto, ignorando una realidad que no nos gustaba y que identificábamos como, cuanto menos, sospechosa, pero en la que ni nos implicamos ni hicimos grandes esfuerzos por cambiar.

En otros países los Colegios profesionales son instituciones de prestigio y de gran influencia, respetados por todos. La pertenencia a ellos es identificada como un orgullo del que se presume y que dignifica el curriculum profesional de quien a ellos pertenece. En España son identificados como un mal que hay que asumir y del que, ni se presume ni genera identidad profesional. El Consejo General, por su parte, aún provoca menores simpatías y una capacidad de identidad casi residual.

Finalmente se junta el hambre con las ganas de comer.

Si a eso añadimos las disputas entre Colegios Provinciales y Consejos Autonómicos con el Consejo General nos encontramos con un entramado de poder en el que nadie quiere perder capacidad de influencia y mucho menos de representatividad. O bien, nadie quiere moverse para evitar no salir en la foto o que se le arrebate el sillón.

Ante este panorama, pocos o muy pocos, consideran necesarios los Colegios para sus intereses profesionales. No son capaces de identificar el valor añadido que les aportan o que les pueden aportar. Recelan de las acciones que llevan a cabo. Sospechan de la gestión realizada. Sus representantes, presidentes y miembros de Junta, no son valorados ni respetados. La capacidad de influencia en las instituciones es mínima y queda prácticamente reducida a la presencia decorativa que el protocolo determina.

Que los medios de comunicación se ocupen de los Colegios tan solo para informar de las irregularidades que en los mismos se producen y que los juzgados sean destino habitual de sus representantes, no tan solo no ayuda a que sean valorados, sino que contribuyen a generar una gran desconfianza y desafección.

Lo triste es que se ha logrado extender, como si de una mancha de aceite se tratase, esa valoración a todos los Colegios, con lo que ello significa de injusto hacia los que llevan a cabo una labor eficaz, eficiente y transparente.

No se trata de plantear si los Colegios Profesionales deben existir o no. Ese debate no es real ni tan siquiera oportuno. Se trata de analizar y reflexionar sobre qué son los Colegios Profesionales, qué pueden/deben aportar, qué deben cambiar para recuperar crédito y valor, qué esperan las enfermeras de los Colegios, cuál debe ser la implicación de las enfermeras con los Colegios, que mecanismos de control deben regir los Colegios, qué debe hacerse para sentirse parte de los Colegios, qué cambios son necesarios para adaptarlos a la realidad social y profesional… en resumen, se precisa un debate en profundidad que nazca de la propia profesión en un intento y un interés real por recuperar una institución que debe ser referente y capaz de generar sentimiento de pertenencia entre las enfermeras.

Seguir instalados en la bronca, la sospecha, la intriga, el descrédito… permanentes, nos paraliza como profesión y nos limita como referentes ante las instituciones y la sociedad.

Los Colegios deben recuperar su capacidad de influencia y de prestigio, no tanto por lo que son como por a quienes representan.

Los Colegios deben reinterpretarse, modernizarse y sanearse asumiendo las competencias que les corresponden y facilitando la articulación con otras organizaciones que lejos de ser vistas como competidoras deben serlo como aliadas de los intereses profesionales, laborales y científicos de las enfermeras.

Formar parte de los Colegios debe ser identificado como un orgullo y un mérito y no tan solo como una obligación impuesta.

Dirigir los Colegios debe ser una opción de crédito, servicio y capacidad que permita que, quienes lo hagan, sean referentes de las enfermeras, debiendo dar cuenta puntual y transparente de su gestión que, además, debería estar acotada en el tiempo para evitar perpetuarse.

Estamos en un momento de gran incertidumbre, pero también de gran oportunidad para dar un giro indispensable tanto en la imagen de los Colegios como en el servicio que deben prestar a la profesión. Depende básicamente de las enfermeras que lo logremos y por tanto necesitamos creer que los Colegios son activos fundamentales para nuestro desarrollo profesional. Para ello es preciso que todas/os nos impliquemos activamente en el cambio. Porque el compromiso, tal como expresara Jean Paul Sartre, es un acto no una palabra y lograrlo estará asegurado en el momento en que todas/os nos comprometamos con ello.

Permanecer en la abulia, el desánimo el conformismo, la protesta estéril, la inacción… tan solo contribuirá a que nada cambie que, lamentablemente, es lo que algunos quieren para seguir medrando a costa de las instituciones que representan y de las enfermeras que las sostienen, aunque sea por obligación.

No se trata de esconder la basura bajo las alfombras para aparentar que se ha limpiado, sino de retirar las alfombras y hacer una limpieza en profundidad de lo que debería ser identificado y sentido como la casa de todas/os y no tan solo de unos pocos.

Madurar profesionalmente también pasa por identificar y dar respuesta a esta necesidad enfermera. Apliquemos los cuidados que corresponden para lograr unos Colegios Profesionales sanos, saludables y dignos. Las enfermeras nos lo merecemos y, además, podemos y debemos hacerlo.

IGUALDAD DE LA MUJER. RESPONSABILIDAD Y COMPETENCIAS ENFERMERAS

                                                  “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que                                                                 puedas imponer a la libertad de mi mente”.

                                                                Virginia Woolf, escritora británica.

Un año más llega el 8 de marzo en el que se celebra el día Internacional de la Mujer. Debería ser un día festivo en el que poder celebrar colectivamente tanto el logro de objetivos sobre igualdad como la eliminación de barreras, dificultades o desigualdades que siguen concretándose en un número totalmente insoportable y denunciable en la violencia que sobre las mujeres sigue ejerciéndose como parte casi natural de la triste actualidad.

Así pues, se mantiene una fecha que sigue teniendo muchas más sombras que luces y en la que los propósitos de conciencia, las manifestaciones, los posicionamientos, los discursos y las promesas son claramente insuficientes, no ya para evitar esta lacra, sino ni tan siquiera para reducirla.

Las mujeres siguen siendo noticia más por las injusticias, las presiones, las desigualdades o los ataques que de toda índole sufren, que por los avances en alcanzar sus derechos o por las aportaciones relevantes que realizan. Derechos que parecen ser más un premio o algo a añadir de manera esporádica e incluso anecdótica, que algo que les corresponde disfrutar como personas y ciudadanas que son de cualquier sociedad. No es tanto lo logrado como lo evitado, lo que sin duda sigue situando a la mujer en una posición de clara y manifiesta desigualdad en el entorno de una sociedad que no suelta lastre del machismo que impregna su cultura y su educación, aunque trate de disimularlo. Teniendo en cuenta que la cultura no hace a las personas, sino que las personas hacen a la cultura y por tanto son las personas las que deben cambiar para que cambie la cultura.

Ante esta tozuda y cruel realidad me pregunto, ¿Por qué no hay días internacionales, o cuanto menos nacionales, contra la hipocresía, el cinismo, la mentira, la indolencia, la inmoralidad, la displicencia, la permisividad, la indiferencia, la incredulidad, la intolerancia, el desprecio, la invisibilidad, la impunidad, la culpabilidad, la resignación, la demagogia… que rodean a la a la mujer?, ¿Cuántos años más vamos a tener que celebrar este día de la vergüenza, el oprobio, la sin razón, el dolor, el sufrimiento, la muerte en femenino?, ¿Cuándo sabremos diferenciar que el género está entre las orejas y no entre las piernas?, ¿Cuándo entenderemos que lo que nos pasa, como país, como cultura, como comunidad, como sociedad, es que carecemos de la más mínima conciencia de cambio, de respeto, de igualdad, de tolerancia, de educación en valores y de respeto, que vayan más allá de identificar las diferencias en función del sexo y de las normas sociales que siguen encorsetando una normalidad que se presenta muy alejada de lo que pretende aparentar pero que resulta evidente no logra?

            Seguimos instalados en la permanente apariencia de los gestos inútiles, aunque puedan ser o parecer muy bien intencionados, en los discursos de denuncia que se diluyen en el estruendo de una realidad escandalosa, en las manifestaciones que tan solo recuerdan muertes, en las discusiones estériles de quienes debieran defender la igualdad, en los enfrentamientos que resucitan desigualdad, en los gestos que enmascaran la realidad, en las promesas que paralizan soluciones, en los hechos insuficientes que perpetúan la violencia, en la privacidad que oculta el acoso, en la indiferencia que apuntala la tragedia, en la excusa que acompaña a la muerte. Todo ello aderezado con negacionismos lacerantes a la vez que irritantes o censura manifiesta disfrazada de veto parental, con el argumento de una libertad y una democracia en la que ni creen ni respetan, quienes las utilizan para lograr sus fines desestabilizadores como si de cargas de profundidad se tratase. Hasta la pandemia se ha contagiado de ese peligroso virus machista atacando con desigualdad a las mujeres. Contribuyendo a que aumentase la violencia, aunque quedase oculta en un cómplice confinamiento o abocándolas al paro en mucha mayor medida que a los hombres. Todo acaba confluyendo en ese acosador machismo.

            Seguimos creyendo que por mucho repetir que no somos machistas, lo mismo que homófobos o xenófobos, se va a convertir en una realidad. Realidad que las víctimas, muertas o vivas, nos recuerdan día a día que estamos muy lejos de que sea una certeza que nos devuelva la dignidad como sociedad.

            No poder manifestarse, concentrarse o reunirse el día 8 por razones obvias, no significa en ningún caso que la fuerza, la razón o el valor de una reivindicación, que debiera ser un derecho ya consolidado, pierda sentido. Al contrario. Hay que trascender a los gestos o las apariencias para situarse en los hechos concretos que dejen en evidencia a quienes están claramente en contra de los avances por la igualdad. Los gestos son importantes, sin duda, pero las acciones son fundamentales. Los lemas llaman la atención, por supuesto, pero las ideas y los argumentos logran vencer las resistencias y cambiar los comportamientos.

            En este triste escenario social las enfermeras, además de ser parte de esa sociedad, muda, sorda y ciega, somos profesionales que tenemos la obligación, que no la opción, de contribuir a que la lacra machista no siga ocasionando dolor, sufrimiento y muerte.

Las enfermeras no podemos ni debemos mirar hacia otro lado. No podemos ni debemos, permanecer impasibles esperando a que otros solucionen el problema. No podemos ni debemos creer que, curando un hematoma, vendando una pierna o un brazo, suturando una herida… estamos cumpliendo con nuestra competencia y responsabilidad profesional. Porque un hematoma, una fractura, una herida, son tan solo signos superficiales de un gran problema de salud al que las enfermeras debemos prestar cuidados profesionales.

            Cualquier indicio, sospecha, signo, alarma, palabra… debemos estar en condiciones de observarlo, captarlo, indagarlo, seguirlo, atenderlo, para acompañar a la mujer en momentos de duda, miedo, incertidumbre, negación… para que sea capaz de identificar que nos importa, que no rehuimos, no rechazamos, no obviamos su situación que oculta por vergüenza, que niega por temor o que rechaza por orgullo. Ninguna herida duele más que la que provoca la sensación de no ser entendida ni atendida, aunque esté siendo asistida. Pensar que lo que le pasa no es problema nuestro, no nos corresponde, no es nuestra competencia, no, no, no… es negar la responsabilidad que tenemos y que queremos eludir amparándonos en las débiles e inadmisibles excusas de respetar la privacidad o el silencio. Porque la privacidad la determina la mujer y no nosotras y porque el silencio puede ser el más desesperado grito de socorro que pueda emitirse.

            Pero no tan solo en los efectos que la violencia provoca en la mujer se concreta nuestra necesaria prestación cuidadora. Es más, me atrevo a decir que esa es tan solo la mínima parte, aunque no por ello menos importante. La identificación, el seguimiento y el acompañamiento en la violencia, sea del tipo que sea, tan solo responde a la los efectos de aquello sobre lo que debemos trabajar para que desaparezca. Trabajar en la raíz del problema supone la verdadera y necesaria apuesta por la que debemos apostar las enfermeras en cualquier ámbito de actuación, pero de manera muy particular en Atención Primaria de Salud.

            Las intervenciones comunitarias, con especial significación en las escuelas e institutos, conjuntamente con los agentes de salud comunitarios que en cada caso correspondan, deben constituir un objetivo prioritario de cara a desarrollar estrategias que modifiquen conductas, hábitos, comportamientos, relacionados con la igualdad de la mujer. Tan solo desde la educación y la alfabetización en salud seremos capaces de erradicar aquello que alimenta la diferencia, la desigualdad, la falta de respeto, el desprecio y la violencia, sobre todo en niñas/os y jóvenes que replican y perpetúan, sino es que refuerzan, idénticos patrones de comportamiento machista para adaptarse a los requerimientos que sigue marcando una sociedad que sitúa en la resignación y la culpabilidad el rol de la mujer. Intervenciones que deben ser mantenidas en el tiempo desde una planificación rigurosa en la que se marquen claramente los objetivos, pero también los indicadores que permitan evaluarlas. Intervenciones participativas, trasndisciplinares e intersectoriales que impliquen a toda la sociedad en el logro común de erradicar tópicos y estereotipos, de vencer a la intransigencia cultural, de asumir responsabilidad individual y colectiva, de vencer tabús que paralizan, de derribar las barreras que impiden ver la realidad, de construir puentes de diálogo, de rechazar la indiferencia, de anular la intransigencia, de denunciar la intolerancia, de acabar con la mentira, de valorar la diferencia, de luchar por la igualdad, de vivir sin miedo. Porque como dijera Michelle Bachelet[1], “la igualdad de género ha de ser una realidad vivida”, porque es más que un objetivo en sí mismo, es una condición previa para lograr una sociedad mejor.

            Las enfermeras en general y las comunitarias en particular debemos liderar estos procesos de intervención y partición comunitarias que se alejen del patriarcado asistencialista como única respuesta a la desigualdad y la violencia.

            No se trata de un discurso más, de una promesa añadida, de un deseo anhelado, de una propuesta puntual, de una anécdota. Se trata de una necesidad que las enfermeras debemos interiorizar y asumir desde la responsabilidad y la competencia cuidadora que tenemos con la sociedad. No es una cuestión de mujeres. Ni tan siquiera un tema de mujeres maltratadas. Se trata de un problema de salud pública y comunitaria que nos afecta a todas/os con independencia del sexo o de cualquier otro factor, que debemos afrontar con urgencia, con determinación y con implicación para cambiar la realidad social que está contagiada de prejuicios y condicionantes que perpetúan las conductas machistas, que impregnan comportamientos y acciones, pensamientos e ideas, acciones y omisiones, que alimentan la ignorancia sobre la que se construye la desigualdad.

            No podemos seguir pensando que todo depende de otros. Que no es posible tener capacidad de iniciativa. Que es algo que no es de nuestra competencia. Que no lo determina el protocolo. Porque pensar de esta manera, actuar desde la omisión, cuidar desde la ignorancia o hacerlo desde la rigidez insalvable de un protocolo, va en contra de la ética profesional, nos devalúa como enfermeras y nos sitúa en el conformismo paralizante que contribuye a alimentar aquello por lo que deberíamos esforzarnos en combatir.

Nosotras que como enfermeras hemos luchado y seguimos luchando por lograr y mantener nuestra autonomía e identidad propias, deberíamos ser conscientes de lo mucho que esto cuesta mantener y lo frágil que resulta sin un compromiso firme y decidido. Por eso, con mayor motivo si cabe, debemos luchar por lograr la libertad que afianza la igualdad. Desde el respeto que no es lo mismo que el miedo. Desde la humildad que no significa pobreza. Desde la solidaridad que no supone pérdida de referencia.

            No eludamos nuestra responsabilidad argumentando que es cuestión de especialistas, de juristas, de políticos, de sociólogos, de psicólogos… es cuestión de todas/os y muy especialmente de nosotras por ser enfermeras. Negar esta evidencia es negar la propia identidad profesional, es renunciar a lo que nos identifica, es rechazar nuestra esencia cuidadora para situarnos en la subsidiariedad asistencialista, técnica y falta de conocimiento propio, que no contribuye a solucionar el problema de salud.

            ¿Cuántos 8 de marzo más vamos a tener que celebrar con la losa de las muertes, las agresiones, los maltratos, los huérfanos… anuales en forma de estadísticas, datos, números, cifras… impersonales y fugaces que no se solucionan con silencios institucionales, ni con manifestaciones ciudadanas, ni con leyes ambiguas?

            Quiero, deseo, anhelo, un 8 de marzo en el que, lo que celebremos sea los logros de las mujeres, sus conquistas, sus metas, sus aspiraciones cumplidas, en igualdad y con respeto. Quiero un 8 de marzo en el que las niñas no sean identificadas ni etiquetadas socialmente como futuras cuidadoras, limpiadoras, madres, esposas, amantes… por el hecho de haber nacido niñas, sino simple y principalmente como futuras mujeres, como personas con identidad propia y con idénticos derechos a los de cualquier otra. Quiero un 8 de marzo en el que los hombres no se sientan superiores por el simple hecho de serlo. Quiero un 8 de marzo en el que la política acabe con las ambigüedades, la hipocresía y el cinismo apoyados en tradiciones, costumbres, creencias o normas dogmáticas que se utilizan contra las mujeres. Quiero un 8 de marzo en el que no se utilice a las mujeres como arma partidista y oportunista. Quiero un 8 de marzo en el que no se identifique la defensa de las mujeres como doctrina sino como derecho. Quiero un 8 de marzo en el que la violencia, la muerte, el maltrato y la desigualdad sean tan solo recuerdos, malos recuerdos, de un pasado que debemos superar cuanto antes, sin que ello signifique que se tenga que olvidar.

            Como ciudadano, como enfermera y como hombre quiero que la desigualdad y la violencia contra las mujeres deje de ser algo naturalizado en nuestra convivencia para convertirse en un hecho aislado que nos inquiete y refuerce nuestra posición contra las mismas de manera decidida y continuada y no tan solo supeditada a la celebración de un día al año.

            Hoy estamos a tiempo. Mañana, a lo peor, ya habrá una nueva víctima que hubiésemos podido evitar con nuestra intervención enfermera. ¿Queremos asumir esa responsabilidad o asumimos la que nos corresponde?

 

[1] Política chilena.

APRENDER DE LO DESAPRENDIDO

 

Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y volver a aprender.

Alvin Toffler.

La verdad es que se ha hablado mucho sobre qué, cómo, cuándo, dónde, debe hacerse y menos sobre quiénes deben hacer, en este año de pandemia que llevamos. Pero se ha centrado todo en cómo controlar los contagios, qué medidas aplicar, qué actividades poder realizar, qué situaciones evitar… pero poco, muy poco, a mi entender, sobre los efectos de todo ello, fundamentalmente sobre determinados contextos que resultan vitales para la sociedad, aunque en apariencia no sean identificados o considerados como tales.

De entre esos contextos me gustaría hoy detenerme en el de la docencia universitaria en general y el de la docencia de enfermería en particular.

Tras el confinamiento, hubo consenso generalizado sobre la importancia de mantener la docencia en las aulas de colegios e institutos. Se establecieron criterios sobre flujos de entradas y salidas, de circulación, de ubicación y de comportamiento y se trasladó el mensaje de que las aulas eran entornos seguros que protegían a niñas/os, jóvenes y profesorado.

La Universidad, sin embargo, que también se apresuró a hacer los deberes llevando a cabo adaptaciones curriculares, incorporación de tecnologías para la docencia online, elaboración de protocolos de actuación… siempre ha estado en el ojo del huracán.

Pareciera como si las aulas de la Universidad fueran entornos completamente diferentes a los de colegios e institutos y por ello no pudieran tener la consideración de seguros y saludables.

Llegados a este punto cabe preguntarse si, en el “manejo” de escolares y jóvenes de institutos es mayor el grado de obediencia y menores los peligros derivados de su permanencia en las aulas, que la que pueden tener las/os estudiantes universitarias/os que, recordemos, son mayores de edad. Es decir, ¿acatan unos, por ser menores de edad y por obediencia debida y los otros, por la libertad derivada de su mayoría de edad, no son controlables? ¿Se trata del número de estudiantes que acude a los recintos? ¿Son diferentes las medidas de protección, higiene y prevención aplicadas en unos u otros contextos? ¿Son más eficaces dichas medidas en colegios e institutos que en las universidades? ¿Se entiende que existe menor implicación del profesorado en uno u otro contexto? ¿Se trata tan solo de una cuestión de no poder mantener a las/os niñas/os en casa en contra de lo que sucede con el estudiantado universitario? ¿No tienen que desplazarse escolares y jóvenes de instituto desde sus casas como lo hacen las/os universitarios? ¿No es posible hacer adaptaciones seguras para la presencialidad en lugar de hacerlas exclusivamente para la docencia online? ¿Solo existen dificultades de acceso a las tecnologías por parte de escolares y estudiantes de institutos? ¿Es más seguro un centro comercial que un campus universitario? ¿Qué centros escolares o institutos disponen de servicios de prevención y de comités de seguridad y salud como disponen por ley las universidades? ¿Se ha contado durante todo el proceso de la pandemia con la opinión, cuanto menos, de dichos centros de prevención? ¿Se han intentado coordinar con los servicios de salud pública y de atención primaria de salud? ¿Se han identificado como recursos comunitarios que apoyen a los saturados servicios del Sistema Nacional de Salud (SNS)? Y, sobre todo, ¿se ha pensado en algún momento en hacer partícipes a las/os estudiantes de las estrategias de prevención y seguridad en lugar de trasladar únicamente “órdenes y prohibiciones” y la idea de que son los principales culpables de tantas cosas en la pandemia por el hecho de que existan acciones aisladas que se magnifican? ¿Son mayores de edad para asumir la responsabilidad de “su culpa” pero no para que se les implique en la toma de decisiones que les afectan?

La presencialidad, por tanto, se ha cuestionado y restringido drásticamente en la Universidad española sin que existan evidencias claras de que la misma, debidamente planificada y controlada, pueda tener idénticos resultados a los que están teniendo las escuelas y los institutos.

A ello hay que añadir la estéril, artificial e interesada polémica sobre los exámenes presenciales vs online que, desde mi punto de vista, merecen un análisis más preciso que su mera identificación.

En muchos países la modalidad de exámenes online no ofrece la más mínima duda ni sospecha sobre su legitimidad y seguridad. Entre otras cosas porque culturalmente está muy interiorizado que copiar es algo totalmente rechazable y ni tan siquiera se contempla como posibilidad por parte del estudiantado al entenderlo como un fraude. Pero en España esta cultura aún no ha sido capaz de desplazar a la de la picaresca y el engaño en cualquier momento o situación que se precie, sin que suponga ningún tipo de sentimiento de culpa o de remordimiento. Más bien al contrario, el salir victorioso de la estratagema supone un trofeo que incluso es admirado y aplaudido por el colectivo.

Ante esta tesitura plantear exámenes online con importantísimas dificultades técnicas de seguridad y que se complementen con la debida y exigida protección de datos, supone un gravísimo inconveniente que es aprovechado por unos cuantos como elemento de falsa reivindicación de protección a la salud y de prevención del contagio, llegando incluso a los tribunales y sin descartar el insulto y la descalificación como argumentos para sus peticiones o exigencias.

Se trata de unos pocos, que, sin embargo, no suelen esgrimir idéntica resistencia y protesta ante las concentraciones descontroladas y sin medidas de seguridad que se llevan a cabo y entre quienes a veces están los mismos que reclaman los exámenes online. ¿Son más seguros los botellones que los exámenes presenciales?

Nuevamente cuestionar la seguridad de los escenarios universitarios es demagógico y oportunista, aunque lo diga el propio ministro de universidades en contra incluso de sus rectoras/es.

Estas son tan solo algunas de las múltiples interrogantes que me planteo desde que se iniciara la desescalada y se reanudara la docencia con desigual planteamiento en función del contexto.

En cualquier caso, no es mi intención obtener respuestas a las mismas en estos momentos. Pero sí, cuanto menos, plantearlas como elemento de análisis y reflexión.

Pero más allá de estas dudas razonables y razonadas, aunque no contestadas, existe un aspecto mucho más específico en este tema que me preocupa y ocupa como enfermera, como docente y como ciudadano susceptible de tener que ser cuidado profesionalmente en algún momento.

Me refiero a la docencia de enfermería.

El grado de enfermería, ha sido objeto de idénticas medidas al de cualquier otro grado en la universidad española, sin reparar en la especificidad, no tan solo de sus estudios, sino de su incorporación futura en el ámbito laboral.

Hay que recordar que en España la mayoría de la Universidades, sobre todo las públicas, son de modalidad casi exclusivamente presencial. Esta circunstancia hace que la adaptación tanto metodológica como instrumental resulte muy compleja y más aún si se tiene que llevar a cabo en un tiempo récord marcado por la irrupción de la pandemia.

Los estudios de Enfermería, como los de otros grados, están sujetos a una serie de requisitos por parte de la Comunidad Europea que obligan a su estricto cumplimiento para que las Universidades puedan expedir los títulos que dan licencia para el ejercicio laboral, es decir, para poder trabajar como enfermeras.

Entre estos requisitos está el de la obligatoriedad de las/os estudiantes de realizar una parte muy importante de créditos del plan de estudios, a través de los prácticums, en servicios, centros o unidades de atención sanitaria, sin los que no es posible obtener la titulación. Para ello resulta imprescindible la presencialidad en dichos servicios de salud. No es posible adaptar dicho aprendizaje a la modalidad online.

Imponer unas medidas estándar en una titulación que no se ajusta al esquema o pauta de la mayoría de las titulaciones es atacar directamente a la línea de flotación de la calidad de la enseñanza y de los resultados esperados y esperables en unas/os profesionales, como las enfermeras, que deben responder ante situaciones de crisis, riesgo, urgencia, incertidumbre, alarma… en las que está en juego la vida de muchas personas, su futuro profesional y el prestigio y crédito de las instituciones sanitarias.

Pero, además, se han venido planteando permanentes contradicciones en las decisiones adoptadas. Así, mientras se impide que las/os estudiantes acudan a los centros sanitarios a realizar sus prácticums argumentando una hipotética garantía para su seguridad y la de las personas con las que deben interrelacionarse, se plantean contrataciones de estas/os mismas/os estudiantes para servir como auxilio o apoyo a las/os profesionales superadas/os por la situación de la pandemia. Como si el contrato laboral fuese la más poderosa EPI contra la COVID 19 o la realización del prácticum la actividad de mayor riesgo existente.

Por otra parte, competencias interpersonales como la capacidad para una comunicación efectiva, la capacidad para permitir que los pacientes y sus cuidadores expresen sus preocupaciones e intereses, y que puedan responder adecuadamente, la capacidad para representar adecuadamente la perspectiva del paciente y actuar para evitar abusos, la capacidad para usar adecuadamente las habilidades de consejo, la capacidad para identificar y tratar comportamientos desafiantes, la capacidad para reconocer la ansiedad, el estrés y la depresión o la capacidad para dar apoyo emocional e identificar cuándo son necesarios el consejo de un especialista u otras intervenciones, entre otras, resulta de todo punto imposible adquirirlas a través de la docencia online.

Docencia online, por otra parte, para la que, actualmente, ni está preparada la Universidad Presencial, ni lo están las/os docentes, ni tampoco las/os estudiantes. Lo que no resta el más mínimo valor a la innegable y loable implicación y el indudable esfuerzo de todas/os las/os implicadas/os para tratar de adaptarse a una situación tan atípica como crítica.

Docencia online que, en muchas ocasiones, supone que las/os docentes den clase desde el aula. Clases en aulas vacías, ante una pantalla de ordenador tras la que se intuye puede haber estudiantes, porque mantienen en todo momento sus cámaras apagadas y que raramente interactúan y si lo hacen utilizan el chat como único canal de comunicación. Una situación cuanto menos esperpéntica y que influye de manera significativa en la calidad de la enseñanza. Una enseñanza en la que es primordial la interacción de los sentidos, las emociones y los sentimientos, sin la que la docencia enfermera pasa a ser un aprendizaje “enlatado” de conocimientos que se consume precipitadamente para posteriormente “vomitarlo” en un examen, generalmente tipo test, desde el que es, de todo punto imposible, valorar la adquisición de determinadas competencias y mucho menos a través de una escala numérica que anula cualquier valoración cualitativa.

Estamos ante la realidad de formar a las enfermeras que, de manera inmediata, dada la carencia existente, se incorporarán en los servicios de salud para afrontar situaciones complejas para las que posiblemente no se les haya podido formar adecuadamente. Una responsabilidad que recae tanto en quienes toman decisiones, en aras a una supuesta seguridad, contradiciendo la seguridad futura, como en quienes llevan a cabo una docencia que incumple los principios básicos en los que se sustenta y que resulta imprescindible respetar. Una responsabilidad que nos viene impuesta y que pesa como una losa.

Estamos ante una realidad que pone en riesgo la seguridad de atención enfermera ante una cuestionable formación, por mucho que exista una extraordinaria buena voluntad por parte de quienes participan en la misma.

Estamos ante una exposición innecesaria al miedo y a la incertidumbre de unas futuras enfermeras que no han podido acceder a la formación que les corresponde.

No cabe duda que la tecnología, cierta tecnología, ha venido para quedarse. Pero ello no puede ni debe significar nunca que haya venido para desplazar a aquello que continúa siendo insustituible en la docencia enfermera. No se trata, por tanto, de incompatibilidad sino de complementariedad.

Esta grave situación epidemiológica que estamos sufriendo debe servirnos como punto de inflexión para reflexionar sobre la docencia de Enfermería, sus fortalezas y debilidades. El contexto social, económico, político, sanitario, de salud… que quedará tras la pandemia obliga necesariamente a plantear cambios en profundidad tanto en el fondo como en la forma de la docencia enfermera. Creo que la pandemia nos ha permitido aprender, pero también considero que hemos desaprendido, aunque espero que no hayamos olvidado y sepamos reaprender.

En la medida en que todas/os nos impliquemos en ello lograremos dar respuesta a los retos de presente y de futuro tanto de la comunidad como de la disciplina/profesión. La formación enfermera debe ser algo más que formar enfermeras para el SNS. Debemos comprometernos a formar enfermeras excelentes para la comunidad, teniendo presente que hacerlo supone asumir riesgos.

ENFERMERÍA, ENFERMERAS Y CIENCIA

Día mundial de la mujer y la niña en la ciencia

Las ciencias aplicadas no existen, sólo las aplicaciones de la ciencia.

(Louis Pasteur)

La ciencia es un sistema ordenado de conocimientos estructurados que estudia, investiga e interpreta los fenómenos naturales, sociales y artificiales. Por su parte el conocimiento científico se obtiene mediante observación y experimentación en ámbitos específicos.

Es decir, la ciencia y el conocimiento científico, no excluyen en ningún momento a nadie, cualquiera que sea el ámbito de estudio y, por tanto, cualquier disciplina forma parte de dicha ciencia y del conocimiento científico del que se nutre a través de la generación de preguntas y razonamientos, formulación de hipótesis, deducción de principios y leyes científicas, y la construcción de modelos científicos, teorías científicas y sistemas de conocimientos por medio de un método científico.

Pues bien, esto que inicialmente parece muy claro, al menos teóricamente, a nivel práctico no lo es tanto. Y no lo es básicamente porque cuando se habla de reconocer o premiar aportaciones científicas estas quedan circunscritas a determinadas ciencias que por influencia del racionalismo y el positivismo fueron siendo identificadas como tales, al tiempo que aquellas que sus paradigmas no encajaban con dichos planteamientos científicos quedaban excluidas e incluso minusvaloradas.

Se acuñó la división de ciencias y letras como si las segundas no pudiesen tener la categoría de ciencia. Además de generó la cultura, interiorizada popularmente, de que las ciencias son complejas, útiles, científicas, prestigiosas y las letras fáciles, inservibles, sin influencia. Pero es que además hay un tercer apartado en el que se agrupan aquellas disciplinas que no son consideradas ni ciencias ni letras y mucho menos científicas, como por ejemplo trabajo social, sociología, enfermería…

Podríamos decir, por tanto, que estamos ante una evidente falta de equidad científica en la que, como suele suceder en todas las inequidades, existen ricos y pobres que a pesar de convivir en una misma sociedad, la científica en este caso, la accesibilidad, la igualdad de oportunidades, la libertad de acción… no son idénticas para unas ciencias que para otras.

Con la Investigación, pasa algo similar. La investigación es una actividad orientada a la obtención de nuevos conocimientos o, a ampliar estos su aplicación para la solución a problemas o interrogantes de carácter científico. La investigación científica, por su parte, es el nombre general que obtiene el complejo proceso en el cual los avances científicos son el resultado de la aplicación del método científico para resolver problemas o tratar de explicar determinadas observaciones. Pues bien, la investigación parece como si tan solo fuese posible en las disciplinas encasilladas en “ciencias” y que el resto de disciplinas bien de “letras” o bien aquellas que parece que ni son ciencias ni letras, no tuviesen la capacidad ni la necesidad de investigar. Una vez más la influencia de la investigación positivista anula e incluso desprecia temas de investigación que se alejen de los patrones marcados por esa “ciencia” o cualquier otro diseño de investigación como el cualitativo y no digamos ya aquellos que no quedan claramente encuadrados en ninguno de estos diseños como la investigación acción participación.

Pero es que además organismos internacionales de tanto prestigio como por ejemplo la UNESCO, deja fuera de la consideración de Ciencia, a la Enfermería, de tal suerte que quienes investigan en dicha ciencia tienen que identificarse en el código de Ciencias Médicas, aunque está claro que no es una disciplina de la Medicina. O que cuando se concurre a alguna convocatoria no aparezca como descriptor de Ciencia, Enfermería, y que el proyecto a presentar deba registrarse en el epígrafe de Biomedicina. O que Medicina se autoexcluya de las Ciencias de la Salud por considerarse una ciencia superior o cuanto menos diferente.

En este sentido, por tanto, llama la atención que organismos como la OMS, que está haciendo posicionamientos claros en favor de las enfermeras como la declaración universal del año de las enfermeras y matronas, no se posicione junto al Consejo Internacional de las Enfermeras (CIE), por ejemplo, para que se eliminen de una vez por todas este tipo de exclusiones en organismos internacionales como la UNESCO. Un claro anacronismo científico que se mantiene más allá de la razón y el sentido común.

Todo lo apuntado, aparte de ser un despropósito, que lo es, es una claro y manifiesto atentado a la razón y a la propia ciencia, además de ser una muestra evidente de autoritarismo científico que fagocita, coloniza e invisibiliza a cualquier otra ciencia que no sean las que establece la norma o las que dictan las ciencias dominantes.

Desde este planteamiento de jerarquía científica se producen clarísimas desigualdades que atentan contra la singularidad y especificidad de determinadas ciencias que son ignoradas y despreciadas por organismos oficiales que se someten al dictado de las citadas ciencias dominantes y excluyentes.

La ciencia y el conocimiento científico derivado de las investigaciones queda circunscrito a un microscopio, una probeta, un enzima, un microbio, una sustancia química o una centrifugadora, excluyendo de manera sistemática el valor a investigar sobre sentimientos, emociones, afrontamientos, confianza, empoderamiento… ligados a los cuidados.

Un claro ejemplo lo tenemos en el hecho de que las enfermeras deban someterse a la evaluación de sus aportaciones científicas bajo los criterios de las ciencias biomédicas para lograr acreditarse o alcanzar tramos de investigación en su carrera académica. Esto supone quedar sujeta a parámetros que no son propios de su ciencia o paradigma y tener que competir con otras disciplinas para las que están diseñados de manera expresa y específica dichos criterios de evaluación. Cuestión que pervierte la ciencia al tener que “adulterarse” en esa forzosa adaptación que se quiere vender de manera eufemística, cínica y totalmente alejada de la realidad como un intento de equiparar las ciencias con idénticos parámetros de evaluación. Los sesgos que se incorporan son evidentes y tan solo se mantienen por intereses de poder científico ligado a determinadas disciplinas.

Son múltiples los certámenes y convocatorias de premios que reconocen las aportaciones a la ciencia por parte de investigadoras/es. Algunos de ellos de gran prestigio internacional. Pero la mayoría, circunscritos a las ciencias, dijéramos de primer nivel o reconocidas como tales, quedando excluidas el resto de ciencias como las ciencias políticas, las humanidades, las sociales…o aquellas que ni tan siquiera se enmarcan en ningún genérico científico.

De tal manera que resulta muy complejo, no por dificultad científica sino por evidentes barreras de acceso, el optar si quiera a los citados certámenes o convocatorias de premios, que se diseñan a imagen y semejanza de las citadas ciencias de élite, lo que provoca una clara vulnerabilidad científica que empobrece los resultados de dichas ciencias, no por falta de aportaciones sino por imposibilidad de acceso a su reconocimiento.

Sería por tanto deseable que en los Premios de investigación o de ciencia que se convoquen se contemplen aportaciones de valor por parte de ciencias como la Enfermería y que las mismas no queden olvidadas, ocultas o inclusive fagocitadas por otras ciencias.

Se puede argumentar que existen determinados investigadores y científicos enfermeros, por ejemplo, que son capaces de asimilar su producción a la de las ciencias biomédicas con los criterios comentados, por lo que se podría deducir que quienes no lo hacen es porque no quieren y prefieren adoptar un posicionamiento victimista y de permanente sentimiento de persecución. Una vez más nos encontramos con un discurso que trata de descalificar y desviar la atención del verdadero problema. Siendo cierto el planteamiento de acceso de algunas/os investigadoras enfermeras/os a estos criterios, no lo es menos, que en muchas ocasiones deben sacrificar determinados planteamientos disciplinares para adaptarse, como se decía, a las normas impuestas, lo que sin duda provoca una adulteración evidente de la ciencia propia para aproximarse a la dominante que, finalmente, es la que marca el cómo, el cuándo y el dónde.

Si a todo lo dicho sumamos las dificultades que las mujeres tienen para investigar en igualdad de condiciones que los hombres y ser reconocidas sus aportaciones con idéntico valor que ellos, nos encontramos con un inconveniente añadido en el caso de las enfermeras.

Enfermería es una profesión eminentemente femenina tanto por el número de profesionales que la integran (80% más o menos) como por la condición de género femenina de la propia profesión al estar ligada claramente a una evolución histórica, social y profesional con un claro paralelismo a la perspectiva de género de nuestra sociedad, sufriendo idénticos inconvenientes, acosos, dificultades, obstáculos y barreras que las mujeres para lograr su plena identidad e igualdad en una sociedad patriarcal y machista que, en el caso de la enfermería, estuvo permanentemente subsidiada, controlada e incluso maltratada, por la disciplina médica, claramente masculina y machista en su comportamiento interdisciplinar y en su desarrollo, al margen incluso, del aumento de mujeres que acceden a la medicina al interiorizar éstas, idénticos comportamientos profesionales masculinos y machistas.

Si al tardío desarrollo profesional, claramente inducido por la dictadura franquista, unimos las barreras para permitir su desarrollo disciplinar universitario, nos encontramos con un clarísimo elemento de dificultad a la hora de asimilarse al resto de la comunidad científica. Sin embargo, las enfermeras hemos sido capaces en menos de 40 años de situarnos al mismo nivel académico que cualquier otra disciplina, aunque el nivel científico, por razones obvias, aún esté lejos del que acumulan ciencias con siglos de capacidad científica. Si, además, tenemos en cuenta que lo hemos tenido que hacer con idénticos criterios de quienes llevan dicho bagaje científico acumulado, por una parte, y que, en base al mismo, marcan las reglas del juego como si todos partiésemos del mismo punto, es evidente la clara desigualdad de oportunidades y la consiguiente inequidad científica.

Hoy se ha conmemora el día mundial de la mujer y la niña en la ciencia. Lamentablemente se tienen que seguir celebrando estos días en los que se pone de manifiesto que se mantienen desigualdades en función del género en cualquier ámbito de nuestra sociedad, en la que el científico no es una excepción. La mujer ha sido históricamente relegada por la ciencia a través de los hombres que la han capitalizado de manera exclusiva y excluyente. Hasta el punto de expropiar las aportaciones científicas hechas por mujeres, en condiciones de quasi clandestinidad, para asignárselas como propias.

Día de la mujer y la ciencia en el que aún cuesta encontrar referencias a enfermeras como consecuencia de la invisibilidad de sus investigaciones y de sus aportaciones científicas, en un área, el de los cuidados profesionales, que sigue manteniéndose, en muchos casos, en el ámbito doméstico.

La Enfermería como ciencia y las enfermeras como integrantes de dicha ciencia, a la que debemos alimentar y cuidar, tenemos el compromiso de avanzar para posicionarnos como investigadoras y científicas en igualdad de condiciones a las de cualquier otra disciplina, para aportar nuestras contribuciones específicas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas, las familias y la comunidad.

Por su parte, la sociedad, en su conjunto, pero muy particularmente las organizaciones e instituciones encargadas de reconocer y difundir las aportaciones científicas deben acabar de una vez con la idea de que la ciencia es patrimonio exclusivo de unas pocas disciplinas. Para ello resulta fundamental que se apoyen y reconozcan las investigaciones y los resultados derivados de estas, de investigadoras/es que no son parte de las disciplinas con carácter de exclusividad.

Continuar manteniendo un posicionamiento tan reduccionista tan solo contribuye al empobrecimiento de la ciencia en general y a limitar el acceso de la población a importantes aportaciones para la salud y el bienestar aportadas por parte de ciencias que siguen sin ser reconocidas como tales.

La ciencia no puede seguir siendo acrítica e irreflexiva como efecto de la manipulación interesada que de la misma hacen determinadas disciplinas que la tienen secuestrada para su particular interés. Ello tan solo provoca una visión distorsionada que se traduce en la limitación de posibles beneficios de conocimiento que reviertan en mejoras para la salud, el bienestar o el buen vivir.

PÉRDIDAS Y GANANCIAS

 

“La vida no juega con cartas marcadas, ganar o perder es parte de ella”.

Paulo Coelho.

La pandemia que todo lo envuelve, que todo lo oculta, que todo lo anula, parece que tan solo nos esté generando pérdidas. Pérdidas en salud, en vidas, en convivencia, en tranquilidad, en confianza, en seguridad, en confort, en comunicación, en relaciones, en conocimiento, en tolerancia, en respeto… como si de una hemorragia de vida se tratase por la que se escapa aquello que, tan solo, o hace tanto, porque el tiempo es relativo, constituía y considerábamos como normalidad.

Una normalidad que ya no identificamos. Que ha palidecido y se ha debilitado tras tantas pérdidas que no hemos sido capaces de restituir hasta ahora. Lo que la mantiene en un estado de permanente indefinición. Hasta el punto, que ya hablamos de una nueva normalidad, dando por perdida la que se desangra irremediablemente por causa de la pandemia, pero también, no nos equivoquemos, como consecuencia de nuestras propias actitudes, acciones, inacciones, omisiones, dudas, reproches, descalificaciones, incredulidad, desconfianza, aislamiento, enfrentamientos, intolerancia… pero también, reconozcámoslo, por la pérdida, sobre todo, de nuestra capacidad de afrontamiento colectivo y del egoísmo permanente al utilizar cualquier situación en favor del interés particular, aunque hipócritamente, en muchas ocasiones, se revista de interés y servicio a la sociedad.

Y sin darnos cuenta, o sin quererlo hacer, dejamos que esa normalidad en la que vivíamos, sea reemplazada por la naturalización del dolor, del sufrimiento y de la muerte como algo consustancial a esta realidad impuesta por la pandemia y que tanto nos cuesta, no ya de entender, sino de asumir, aunque sepamos, o nos digan que debemos saber, que es por nuestro bien. Como si fuésemos niños a los que hay que imponer las normas de comportamiento sin tan siquiera explicarlas para que sean entendidas, entendibles y cumplidas, porque así lo manda la autoridad competente. Ese patriarcado y paternalismo asistencialista a los que han hecho acostumbrarse a la ciudadanía a fuerza de usurparle la capacidad, tanto de pensar por sí misma, como de actuar en consecuencia tomando decisiones. Se hace lo que la autoridad sanitaria/política dictamine, porque para eso tiene el conocimiento, la autoridad y el poder. Y la respuesta, es el aparente y aprendido acatamiento que, en muchas ocasiones, es tan solo la escenificación de una obediencia que persigue, realmente, transgredir la norma impuesta como mecanismo de rebeldía por la propia imposición sin razonamiento ni consenso y como forma de responder a la permanente sensación de estar siendo insultada su inteligencia. Como si fuese incapaz de pensar, analizar, reflexionar y decidir por si misma. Es una aproximación permanente de la ficción distópica descrita magistralmente por George Orwell en 1947, en la novela política 1984.

De tal manera que si la ciudadanía obedece la autoridad traslada mensajes de reconocimiento por su acatamiento vigilado, en un comportamiento claramente conductista para que continúe obedeciendo, al tiempo que ella se atribuye el éxito obtenido. Pero, si no lo hace, se generan discursos de culpabilidad y de irresponsabilidad exclusiva ante el fracaso de las medidas impuestas. Es decir, los éxitos son siempre de la autoridad y los fracasos siempre de la comunidad.

Cabe preguntarse, por tanto, si la realidad y con ella la normalidad perdida, hubiesen sido diferentes si se hubiese dado oportunidad a la ciudadanía de participar en el afrontamiento ante la pandemia, en lugar de relegarla a la permanente pasividad y docilidad a la que se le somete, desde un discurso falaz y demagógico, en aras de la seguridad, la protección y la libertad, que, paradójicamente, están siendo coartadas de manera sistemática. Pero, mientras el discurso siga anclado en la identificación de la ciudadanía como problema en lugar de como solución, tan solo la imposición coercitiva y punitiva será capaz de asegurar el cumplimiento de aquello que unilateralmente se ha decidido que es lo mejor.

Se ha perdido la oportunidad de favorecer la participación comunitaria real y efectiva en la identificación de los problemas, la planificación de las estrategias, la ejecución de las acciones y la evaluación de los resultados. Una pérdida que, lamentablemente, no podremos evaluar dado que no tendremos datos que nos permitan comparar lo obtenido por presión con relación a lo alcanzado por consenso.

Finalmente, todo es consecuencia del modelo caduco imperante en el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y en la Atención Primaria de Salud (APS), en particular. Modelo que la pandemia ha desnudado impúdicamente, dejando al descubierto las múltiples vergüenzas que en forma de carencias la “vestimenta” que las cubría tan solo era capaz de ocultar o disimular, pero no de eliminar.

Nos encontramos pues ante una pérdida que debe identificarse como posible ganancia si la visualización de dicha desnudez conduce a confeccionar las ropas adecuadas que, no tan solo tapen, sino que sean capaces de cumplir el cometido que de las mismas se espera. El modelo del SNS, por tanto, requiere una urgente revisión y transformación que no se logra tan solo con la participación de la autoridad o los supuestos expertos, sino con la de todos aquellos agentes que tienen tanto que aportar.

Pero la pandemia también está dejando a su paso otro tipo de ganancias que, posiblemente, aún sea pronto para calibrar en su justa medida o de valorar su futuro recorrido.

Me voy a referir en concreto, porque sin duda habrá más, a las ganancias que afectan a las enfermeras.

Alguien podrá pensar o incluso opinar que lo que planteo no son ganancias o, al menos, no pueden o deben imputarse como efecto de la pandemia. Este es, precisamente, uno de los fines de estas reflexiones, que sirvan de base para el análisis y el debate. Porque creo que sentarse a esperar que llegue esa nueva normalidad que, como si de un paraíso se tratase, están trasladando, en un nuevo intento de mantener expectante pero pasiva a la ciudadanía, no es la mejor de las actitudes. Resulta imprescindible reflexionar sobre lo que está pasando y de cómo está influyendo en las enfermeras.

Desde luego la ganancia no se sustenta en la falsa, oportunista e inadecuada identificación de las enfermeras como heroínas, que fue más una maniobra de distracción ante las carencias que iban apareciendo que una manera real de reconocimiento y de respuesta a las necesidades que tenían para poder hacer su trabajo con calidad y, sobre todo, con seguridad.

Una de las ganancias que identifico es, sin duda, que la pandemia y su poder destructor han logrado que las enfermeras hayan sido conscientes del valor de sus aportaciones específicas, de su valor intrínseco. El dolor, el sufrimiento y la muerte acumulados en tan poco espacio de tiempo, tanto ajenos como propios, unidos a la soledad, el aislamiento y el miedo, han hecho posible que lo que durante tanto tiempo permaneció oculto, olvidado e invisible, emergiese con la fuerza de su propia aportación para ser identificado por las enfermeras como aquello que les visibiliza y reconoce de manera específica, singular e irremplazable, los cuidados profesionales. Transitar del ámbito doméstico al profesional y científico ha permitido situar la aportación enfermera en el paradigma propio, para, desde el mismo, prestar la atención integral, integrada e integradora que nos identifica, además de hacerlo desde la evidencia científica, la humanización necesaria y la utilización eficaz de la técnica.

De manera paralela, el valor del cuidado ha sido identificado y reconocido tanto por las personas atendidas como por sus familias y la sociedad en su conjunto. La simpatía, como valor casi exclusivo demandado por la población, quedaba enmascarado y era sustituido por un cuidado profesional que se identificaba como reparador, tranquilizador, sanador, cercano, empático, insustituible y necesario en momentos tan duros y en los que el aire y su incapacidad para respirarlo, no era lo único que ahogaba a las personas y a sus familias. La soledad, la incertidumbre, la ansiedad, la alarma, el miedo…requerían de algo más que oxígeno, antibióticos o incluso respiradores. El cuidado suponía una terapia que permitía mantener las ganas de vivir o acompañaban a la muerte. El tantas veces reclamado reconocimiento enfermero nos lo había facilitado, paradójicamente, la pandemia y sus efectos.

El machacón, repetitivo, exclusivo y excluyente mensaje informativo centrado en un único profesional y en una única disciplina, fue dando paso a la incorporación de las enfermeras como profesionales que no tan solo se identificaban como recursos humanos en las organizaciones sanitarias, sino como profesionales cualificados que aportaban valor, a la atención de las personas, las familias y la comunidad. La voz autorizada y rigurosa de las enfermeras empezaba a ser reclamada y difundida en los medios de comunicación tan habituados al sesgo médico, curativo y sanitarista. Su aportación específica y la identificación de competencias propias, durante tanto tiempo ligadas a la subsidiariedad, empezaban a ser relacionadas de manera clara y directa a las enfermeras. Se ha empezado a perder ese pudor irracional a llamarnos como lo que somos, enfermeras, aunque prevalezcan genéricos, como sanitarios, personal médico…tras los que aún nos parapetan algunos. La ganancia de los medios de comunicación, aun siendo incipiente, es importante por cuanto son la voz y la imagen que durante tanto tiempo ha estado alimentando tópicos y estereotipos que han impedido visibilizar la imagen profesional y científica enfermera. Es otra ganancia que la pandemia ha posibilitado.

Las/os políticas/os, posiblemente, estén siendo quienes más resistencia estén generando al valor de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes no tan solo los prestan, sino que los sustentan desde su ciencia propia. Es esta una ganancia que identifico como diferida. Diferida por cuanto el contexto de cuidados que la pandemia dejará tras de sí, les obligará a tomar decisiones en las que la aportación y la voz de las enfermeras resultarán imprescindibles. En la medida en que se facilite el acceso de enfermeras en los puestos de responsabilidad y toma de decisiones y de que se dote del número necesario de enfermeras para dar respuestas de calidad a las demandas y necesidades de cuidados que requerirá y reclamará la ciudadanía, la ganancia será una realidad o se quedará, una vez más, en el limbo de los discursos vacíos, oportunistas e hipócritas de quienes piensan que con poner una capa o dando un aplauso es suficiente para reconocer el valor de las enfermeras. Es, posiblemente, una de las ganancias más inciertas. Pero también es cierto, que las logradas, identificadas e interiorizadas, por las propias enfermeras, la población y los medios de comunicación, dejarán poco espacio a la indecisión de las/os políticas/os a la hora de concretar tanto la participación como la valoración de las enfermeras.

No trato, en ningún caso, de establecer una cuenta de resultados con saldos positivos o negativos. Tan solo pretendo compartir aspectos que subyacen de una situación que merece análisis que vayan más allá de las incidencias, los rastreos, las hospitalizaciones, las vacunas o la inmunización comunitaria, que con ser importantes no pueden ni deben ocultar otros matices que en mayor o menor medida inciden e incidirán de manera muy significativa en aspectos sociales, profesionales, científicos, docentes, económicos… que merecen también la atención debida por ser inputs y outputs en esta balanza pandémica.

En cualquier caso, y teniendo en cuenta que serán muchas más las pérdidas y posibles ganancias a identificar en esta pandemia, no debe dejarnos impasibles lo que las ganancias descritas suponen para las enfermeras. Porque se trata de ganancias que requieren ser alimentadas desde la motivación, la implicación, el esfuerzo y la energía de las enfermeras con el fin de que no se queden en simples anécdotas o hechos puntuales que acaben desvaneciéndose con el paso del tiempo y mecidas en la complacencia y el conformismo. Se ha logrado algo muy importante, pero ahora se requiere la constancia y el rigor necesarios para que la ganancia se incorpore como algo definitivo que nos identifique y nos otorgue valor permanente. De nosotras, fundamentalmente, depende. No caigamos en el error de pensar que ya está todo conseguido o que son otros quienes tienen que trabajar o velar para que se consoliden dichas ganancias. Ganancias que, por otra parte, deben servir como punto de inflexión para la definitiva madurez de la enfermería y de quienes exclusivamente depende, las enfermeras.

Finalmente, todo esto me hace pensar si Nursing Now, no tan solo no se ha perdido, sino que ha logrado ganar. De manera diferente a como lo teníamos previsto, pero ha ganado.

DE ILLA A DARIAS Juego de tronos

“La política, la intriga. ¿Qué más da? Como me parecen algo hermanas, que las haga otro“.

Pierre-Augustin de Beaumarchais

dramaturgo francés 1732 – 1799[1]

 

Aún recuerdo cuando se anunció el nombramiento de Salvador Illa como ministro de sanidad. Un filósofo para una cartera prácticamente vacía de competencias, que se interpretó como una banalización ante la intrascendencia de un ministerio que acababa de ser fraccionado en tres (sanidad, consumo y bienestar social) dando respuesta al gobierno de coalición. Pocos, por no decir nadie, prestaron excesiva atención al nuevo inquilino de sanidad.

Salvador Illa empezó su andadura cogiendo el relevo de una ministra, Mª Luisa Carcedo, que había hecho los deberes y que dejaba hilvanado el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, a falta de que se llevase a cabo el cosido definitivo que permitiese cambiar, un modelo caduco, ineficaz e ineficiente como consecuencia de la falta de atención prestada hasta entonces por equipos ministeriales anteriores y por un Sistema Sanitario cuyo modelo paternalista, asistencialista, medicalizado, fragmentado y hospitalcentrista la había contagiado, desposeyéndola de sus principios básicos.

Ese fue su inicio. Presidir una jornada en la que los diferentes agentes, profesionales, ciudadanos y políticos, se reunían para analizar y reflexionar sobre el desarrollo de la estrategia que, por otra parte, ya dependía de las Comunidades Autónomas (CCAA). Un escenario de marketing sanitario que permitiese darle lustre a la estrategia propiciada desde el ministerio.

Parecía pues que el cometido tranquilo que, al menos en apariencia, se le había trasladado al Sr. Illa seguía un guión en el que éste se sentía a gusto como estratega y negociador político contrastado. Sus formas, su talante, su serenidad, su proximidad, su aparente timidez o cuanto menos ausencia de protagonismo tras unas gafas que, finalmente, se convirtieron en referente claro de su propia fisonomía y personalidad y que incluso, la forma en cómo las manejaba, se incorporó como parte de su lenguaje no verbal permitiendo identificar sus estados de ánimo.

A este hombre tranquilo, sin embargo, la tranquilidad le duró poco. La irrupción de la pandemia hizo que un ministerio prácticamente vacío de competencias y cuyo principal cometido era el de la articulación y la negociación entre CCAA, para lo que tenía especial habilidad el ministro, se convirtiese en el centro de un ciclón pandémico que provocaba una fuerza centrípeta que todo lo absorbía.

El ciclón fue adquiriendo cada vez más poder destructivo y de atención situando al ministro Illa en el centro de todas las miradas y también de todas las críticas que es como en política, lamentablemente, se afrontan las situaciones de crisis. Al entenderlas los oponentes políticos como oportunidades para su interés oportunista y partidista.

Sin duda la pandemia dejó al descubierto las vergüenzas y las carencias del que hasta ese momento siempre había sido identificado y difundido como uno de los mejores Sistemas de Salud del mundo. Y no es que la pandemia hubiese desprovisto al mismo de parte de sus virtudes, sino que sacó a flote las consecuencias de unas políticas que fueron sistemáticamente debilitando su fortaleza por la falta de inversión y el maltrato a su mayor activo, los profesionales, que no tan solo tenían unas condiciones de trabajo cada vez peores, sino que la sobrecarga a la que eran sometidos por unas plantillas totalmente mermadas y desfasadas se unían a la organización y gestión de un modelo que la pandemia vino a visibilizar que requería de profundos cambios e intervenciones correctoras y que, desde luego, no se arreglaban otorgando a las/os profesionales la categoría de heroínas/héroes.

Esta evidencia condujo a que se empezasen a generar discursos cada vez más frecuentes de la necesidad de acometer cambios urgentes y sustanciales en el SNS. Y el ministro asumió el reto y convocó en el mes de junio a 20 expertos para que de manera intensiva consensuasen una ponencia de cambio del SNS que meses después concluyó en un documento que debía asumir el ejecutivo como base para tan necesario como urgente cambio, junto a las conclusiones que derivaron de las comisiones de reconstrucción creadas al efecto.

Sin embargo la aparente y artificial normalidad que se quiso vender para salvar un verano que se presentaba aciago se encargó de que ese aparente interés por el cambio quedase enterrado o arrastrado por las olas de contagio que se sucederían tras un descanso estival que trató de aparentar una normalidad para la que aún no estábamos preparados y para la que aún no teníamos respuestas suficientes ni eficaces.

Todo quedó, por tanto, en una nueva escenificación coral a la que se arrastró, con medias verdades e incluso con mentiras, a quienes creyeron los cantos de sirena del cambio prometido por el hombre tranquilo. Como en la obra de Shakespeare, mucho ruido y pocas nueces, o más bien ninguna.

A todo ello hay que añadir el sangrado de “dimisiones” de altos cargos, que continuaba desde el anterior equipo de la ministra Carcedo, y que habían estado participando e impulsando de manera activa en las iniciativas de cambio comentadas anteriormente, lo que, cuanto menos, genera ciertas dudas sobre si las dimisiones no obedecieron a discrepancias con el silencio y ostracismo al que se sometieron dichas iniciativas.

El espectáculo estaba asegurado y en él, el jefe de ceremonias, trataba, desde su habitual y aparente serenidad, trasladar esa misma sensación a unos mensajes cargados de incertidumbre y de decisiones que modificaban la vida y convivencia de una ciudadanía cada vez más cansada, incrédula y olvidada.

El rescate de la navidad supuso un regalo envenenado que ni Papa Noel ni los Reyes Magos lograron paralizar y que dio paso a una 3ª ola que nos transporta a situaciones tan críticas o más que al inicio de la pandemia. Como si nada de lo hecho y perdido hasta entonces hubiese servido para aprender y aprehender.

Lo que viene después ya se sabe. Pero lo cierto es que ese hombre tranquilo en medio de tanta intranquilidad fue cada vez más cuestionado y criticado y con ello cada vez más aislado en una triste similitud con su apellido, Illa, que en castellano es Isla.

Su apellido fue refugio de su propia gestión quedando rodeado por todas partes del agua de las críticas y los oportunismos políticos y territoriales. Cada vez con menos posibilidades de que llegasen a su rescate en esa Isla en la que había quedado atrapado junto a un devaluado, acrítico y cada vez menos fiable Señor, que no Doctor, Simón. Isla desde la que oteaban una realidad tan diversa como preocupante en la que la vacunación sufría los efectos de una indudable falta de planificación tanto europea, nacional como autonómica y en la que, una vez más, no se contó con las enfermeras para su puesta en marcha, salvo para identificarlas como vacunadoras. Un nuevo y triste resultado de una visión sesgada, parcial, paternalista, asistencialista, excluyente y ausente de criterios homogéneos, de una pandemia que le acabó hurtando la serenidad al hombre tranquilo.

De repente apareció la balsa de salvamento en forma de elecciones en Catalunya e Illa fue rescatado como náufrago para ser trasladado a las costas catalanas donde emprender una nueva aventura desde su aparente tranquilidad.

Salvamento en el que una nueva y sorpresiva inquilina pasó a ocupar el espacio dejado por Illa. La ministra Darias de Política Territorial y Función Pública, pasaba a Sanidad, como si los trasvases ministeriales fuesen lo más normal del mundo. Luego nos quejamos las enfermeras de que se siga creyendo que servimos tanto para un roto como para un descosido.

El caso es que la Sra. Darias asume el reto de la pandemia en uno de sus peores momentos como consecuencia de los efectos devastadores de la 3ª ola y del proceso de vacunación.

Con Illa rescatado y Darias recién incorporada cabe preguntarse si va a cambiar algo o si por el contrario la pandemia va a continuar utilizándose como excusa permanente de la inacción y la falta de toma de decisiones.

Dudo que en ese trasvase que el Sr Illa ha querido revestir de tranquilidad y discreción, y que muchos han interpretado como huida silenciosa y a traición, se haya llevado a cabo algo más que la cesión de la cartera de piel, en la que, mucho me temo, no habrá mucho más que alguna carta de despedida. Es decir, las necesidades de cambio, en forma de documentos, dossiers o ponencias, habrán quedado definitivamente encerradas en el fondo de algún cajón sin que logren nunca ver la luz que los haga visibles. Y con la desaparición casi total de quienes los gestionaron desde el ministerio y, por tanto, capaces de propiciar algún cambio real, las propuestas e intenciones en ellos recogidos desaparecerán y se perderán. Una nueva, fallida y triste oportunidad desaprovechada que propiciará que el SNS siga anclado en un modelo tan caduco como inadecuado para las necesidades actuales y las que esta pandemia va a dejar tras su paso.

La ministra Darias, por tanto, ha ocupado el hueco dejado en ese juego de estrategia que se ha jugado en un ya devastado tablero político, en el que, además, había que dejar hueco para la “otra pieza” desplazada, el alfil Iceta.

Su incorporación no ha levantado ni entusiasmo ni excesivas expectativas en unos profesionales de salud demasiado cansados como consecuencia de los efectos de la pandemia y de las decisiones adoptadas, que tanto les afectan y tan poco les reportan.

Estaría bien que la Sra. Darias se rodease de profesionales y asesores que le hiciesen ver que más allá de la respuesta política que le toca dar, existen necesidades urgentes que no pueden seguir postergándose sine die. Que es preciso que identifique las carencias que existen y que eche mano de las fortalezas que representan los profesionales para, entre todas/os, buscar soluciones en lugar de continuar poniendo parches.

Que las respuestas no pueden ni deben continuar quedando en palabras de agradecimiento y de impostura diplomática. Que las enfermeras deben de dejar de ser vistas como mano de obra, como recursos humanos sin más, para pasar a ser identificadas, valoradas y reconocidas como profesionales fundamentales, tal como lo hacen los países en donde masivamente las contratan, con las consecuencias que ahora mismo estamos padeciendo. Que las recomendaciones de organizaciones como la OMS en el sentido de incorporar enfermeras en puestos de responsabilidad y toma de decisiones en todas las organizaciones e instituciones van más allá de los discursos interesados a los que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. Que el contexto de cuidados que deja la pandemia requerirá de una apuesta firme y decidida para otorgar el liderazgo que se le ha venido negando hasta ahora. Que si queremos seguir alardeando de un excelente SNS debemos abandonar la cola de países de la OCDE en número de enfermeras por cada mil habitantes. Que las evidencias científicas demuestran, de manera clara y rotunda, que el número de enfermeras contratadas y de excelente formación está directamente relacionada con un descenso claro de la morbi-mortalidad. Que las enfermeras no somos una amenaza para nada ni para nadie, sino una solución a la necesaria e imprescindible atención transdisciplinar. Que las enfermeras debemos ser oídas y tenidas en cuenta en cuantos foros, comisiones, reuniones o grupos de trabajo se hable de salud, desde cualquier perspectiva.

Para empezar, Sra. Darias, estaría bien que nos escuchase y evitase seguir con los mensajes vacíos, aunque elegantes y aparentes, con los que habitualmente tratan de engañarnos en un lamentable ejercicio de falta de respeto a nuestra inteligencia.

En su mano está el que su incorporación sea, una vez más, un ejercicio de intriga palaciega política que tiene como único objetivo el equilibrio de fuerzas del gobierno y del partido al que pertenece, o que realmente tenga la voluntad, y la valentía de tomar decisiones que definitivamente tengan como objetivo la salud del SNS y de las personas a las que, desde el mismo, deben ser atendidas y cuidadas.

Daría lo que fuese por creerme que usted, Sra. Darias, es la persona que realmente necesita este ministerio. Pero permítame que tenga serias dudas. Tan solo usted podrá ser capaz de despejar, en el tiempo en que pueda o le dejen ocupar un cargo que parece más un comodín de los movimientos políticos de quienes conforman los gobiernos que un puesto de la importancia que tiene la salud de las/os ciudadanas/os. Por mucho que la mayoría de las competencias estén transferidas a las CCAA, que normalmente mimetizan la incoherencia que muestra el ministerio, para, finalmente, escenificarla en el consejo interterritorial donde nadie les quiere como pareja de baile.

Darias, permíteme tutearte, darías una gran alegría a todas/os si dieras ese paso. Ojalá tu formación como abogada te permita comprender la importancia de tomar decisiones, no tan solo justas, sino ajustadas a derecho que te hagan ser recordada como aún lo es Ernest Lluch, u olvidada como prácticamente el resto de políticos que han pasado sin pena ni gloria por ese ministerio de circunstancias en que han convertido a la gestión de la sanidad y con ella de la salud, que es lo más triste y lamentable. No parece razonable, por tanto, seguir generando capítulos en este particular juego de tronos.

[1] Fuente: https://citas.in/temas/intriga/