Tal como cantaran Liza Minnelli y Joel Grey en la fantástica Cabaret, el dinero hace girar el mundo… Money, money.
Aunque cualquier historia, por triste, desgarradora o patética que pueda ser, resulta susceptible de ser musicada, como por ejemplo sucede con la comentada Cabaret, lo que estamos viviendo con la pandemia no creo que nunca pueda llegar a ser ni musicado ni cantado. Bastante haremos si somos capaces de que sea contado con la objetividad que merece y no con la crispación con que se está afrontando por parte de unos y otros.
Como ya todos sabemos, porque lo sufrimos, lo vivimos, lo escuchamos y lo vemos, la pandemia va mucho más allá del contagio, la enfermedad y la muerte que el virus coronado genera. La pandemia en su voraz apetito destructor está ensañándose, además de en la salud, en la economía.
Es evidente el impacto que la pandemia está ocasionando en amplios sectores sociales y que, como suele suceder siempre, afecta de manera totalmente desigual a los diferentes estratos que configuran dicha sociedad. Sociedad que, por mucho que nos empeñemos o se empeñen en hacernos creer, no es ni igualitaria, ni equitativa. Por tanto, los efectos de la pandemia, tanto en salud como en economía, afectan de manera totalmente desigual a pobres o a ricos, o como eufemísticamente se traslada a clases altas, medias o bajas, como si de una clasificación deportiva se tratase.
Y es que, la vulnerabilidad social es un concepto ampliamente aceptado para valorar las situaciones de injusticia social y de desigualdad, en oposición a la noción de integridad. Sin embargo, empieza a consolidarse en el panorama científico y político actual, un debate acerca del uso de los términos “vulnerado” y “vulnerable”, siendo difícil identificar los argumentos a favor y en contra de cada uno de ellos. Schramm y Kottow diferencian estos conceptos considerando que “vulnerado” hace referencia a una situación de daño que requiere de acciones afirmativas y reparadoras hacia su integridad, mientras que “vulnerable” evoca una fragilidad potencial de cualquier persona o colectivo que requiere de una protección equitativa contra daños para impedir una lesión a su integridad [1], [2]
Así pues, desde este planteamiento, la pandemia está generando daños individuales y colectivos que necesitan de medidas que solucionen o, al menos, palien sus necesidades y que lamentablemente no se prestan de la misma manera a aquellas personas, familias o comunidades que previamente a la pandemia tenían evidentes diferencias en la promoción y protección de su salud.
Por lo tanto, los efectos de la pandemia y los problemas colaterales o secundarios que genera no son para todos los mismos y provocan un aumento considerable de la desigualdad en función del grado de vulnerabilidad.
Como ya ha quedado claro y se ha comentado en anteriores entradas en este mismo Blog, la pandemia ha dejado al descubierto las importantes carencias de las que adolece nuestro SNS a pesar de ser considerado excelente. Un Sistema que presume de equitativo y universal, pero que las sucesivas crisis y las políticas restrictivas que le han acompañado han mermado tales virtudes, para quedar finalmente más en un deseo que en una realidad que, se empeña en demostrar, la existencia de claras diferencias tanto en el acceso como en la atención prestada, a las que acompañan, por ejemplo, una inexistente perspectiva de género, que también la pandemia se ha encargado de poner en clara evidencia.
Ante esta situación, nos encontramos con dos claros posicionamientos. Por una parte la urgente necesidad de adoptar medidas que modifiquen esta tendencia mediante un cambio de modelo del SNS y muy especialmente de la Atención Primaria de Salud, ya iniciada con la publicación del Marco Estratégico de Atención Primaria Comunitaria, pero abruptamente interrumpida, por efecto de la pandemia y del abordaje medicalizado que de la misma se ha hecho situándola, en el nivel de subsidiariedad y dependencia hospitalaria que venía desempeñando antes de la pandemia, sino la ha potenciado mucho más.
Por otra parte, un incremento exponencial de la sanidad privada que ha identificado la situación pandémica como un nicho de oportunidades de crecimiento y enriquecimiento, tal como se identifica de manera muy sencilla a través de los espacios publicitarios tanto en medios de comunicación como en espacios públicos, en los que se traslada una atención de calidad que, sin decirlo expresamente, se contrapone a las deficiencias del Sistema Público.
En cuanto a la primera de las consecuencias y a pesar de las cacareadas pero ineficaces comisiones de reconstrucción y de alguna otra iniciativa perdida en el sueño de los dioses o en los cajones sin fondo de las administraciones, las respuestas reales de intervención para iniciar el cambio de modelo que precisa el SNS han sido inexistentes. Esta pasividad e inacción, en ningún caso debería ser justificada por la presencia de la pandemia, que se ha convertido en la excusa perfecta para, precisamente, no hacer nada o hacer justamente lo contrario a lo que se debería. La pandemia, por el contrario, debería ser el acicate o la justificación más potente para que la voluntad política despertara de su eterno sueño e iniciara acciones tendentes al cambio del SNS que pasa ineludiblemente por el cambio de paradigma y con él el cambio de modelo actual que se ha mostrado no tan solo claramente ineficaz e ineficiente, sino con una evidente inequidad. Las respuestas urgentes e inmediatas que precisa la población ante los ataques de la pandemia, pueden y deben compatibilizarse con las acciones y estrategias que permitan iniciar ese necesario cambio.
Por lo que respecta a la segunda y sin dejar de reconocer el derecho lícito a la expansión de la empresa privada, no se pueden obviar factores coadyuvantes a la pandemia que están beneficiando claramente dicho crecimiento en detrimento del sector público. Por una parte, destacar la desigualdad e inequidad apuntadas anteriormente, como elementos claramente diferenciadores que provocan una clara tendencia a la contratación de servicios privados por parte de aquellos que pueden permitírselo, lo que aún empobrece mucho más a quienes no tan solo no lo pueden hacer, sino que además tienen serias dificultades para ser atendidos por el sistema público. Por otra parte, la pandemia, básicamente genera enfermedad, que es la base del crecimiento de la sanidad privada desde el paradigma de medicalización, asistencialismo y tecnología en el que se basa el SNS actual, pero que difícilmente puede competir con este por razones de economía de mercado que determinan finalmente la oferta y la demanda y con ellas las desigualdades de atención a la población en base a su clase social y a la oportunidad de acceso a dichos seguros privados.
En este último sentido, hay que destacar que la empresa privada siempre va a centrar su atención en la enfermedad. Aunque trate de disfrazar su oferta de salud y de cuidados, lo que realmente les interesa y les da beneficios es la enfermedad. Por eso la pandemia se presenta como una excelente oportunidad de negocio en la que incorporan los cebos de teleasistencia, inmediatez, coberturas… Y en este negocio, claro está, quienes se enriquecen, a parte de las multinacionales que las sustentan, son los médicos con “su” modelo biologicista, fragmentado y tecnológico en el que la empatía es sustituida por simpatía y la humanización por hostelería. Las enfermeras, en este modelo, se incorporan como meros recursos subsidiarios y sin capacidad de autonomía profesional, al servicio de la técnica aislada de los cuidados y de quien la domina y mercantiliza. Eso, sin entrar a valorar otros aspectos no por ello menos importantes como las condiciones de precariedad tanto económica como laboral. Tan solo hay que oír, ver o leer, lo que dichas empresas ofrecen como servicios, en los que, en ningún caso se habla de cuidados profesionales enfermeros de excelencia o de estrategias de cuidado enfermero o de especialistas en algún ámbito. Todo lo más sirven como elemento de marketing a través de una sonrisa o una cara bonita para los reclamos publicitarios.
Ante este panorama se corre el riesgo de generar una sanidad para pobres, el SNS, y una sanidad para ricos, la sanidad privada, que además se lucra a costa de las carencias de la primera al subcontratar servicios que no quiere o no puede prestar. Si a ello añadimos la falta de inversión en sanidad que nos sitúan más de dos puntos por debajo de la media de los países de la OCDE con un escandaloso desequilibrio en las inversiones entre hospitalaria y Atención Primaria y las nefastas políticas de personal del SNS que, por ejemplo, sitúan a España en el puesto 28 de los 36 países de la OCDE en número de enfermeras por 1000 habitantes (más de 3 puntos por debajo de la media y a 12 puntos de Finlandia que ocupa el primer puesto), podemos darnos cuenta de la precariedad con que funciona el denominado excelente SNS español. Pero, además, hay que destacar la falta de motivación y desincentivación que genera en sus profesionales, poniéndolos en la línea de salida para pasarse a la segunda, en el caso de muchos médicos, o bien la migración forzosa al extranjero, en el caso de las enfermeras. Si a dichas políticas añadimos los criterios para establecer las ratios profesionales, sobre todo en el caso de las enfermeras, que generan una clarísima suboptimización, nos encontramos ante un panorama que difícilmente va a poder competir con la oferta de lujo de la sanidad privada. Por último, cabe destacar la subsidiariedad a la que el modelo medicalizado y asistencialista de la sanidad privada somete a la salud en favor de la enfermedad y la curación y la nula importancia que concede a los cuidados profesionales enfermeros en favor de cuidados centrados casi exclusivamente en el ámbito doméstico.
En este panorama, en el que los modelos del SNS y de la sanidad privada, son idénticos, la competencia es claramente desigual y descaradamente favorable a la segunda, lo que aún genera mayor diferencia en la atención percibida por parte de la ciudadanía, aunque esta se valore, en muchas ocasiones, tan solo en base a criterios de hostelería, y todo ello contribuye tanto a que persistan las personas, familias y comunidades vulneradas y vulnerables.
Es por todo lo dicho que las enfermeras nos tenemos que posicionar claramente por un modelo equitativo, igualitario, universal, con perspectiva de género y en el que la empatía, la accesibilidad, la atención integral, integrada e integradora, la intersectorialidad, la transdisciplinariedad, los cuidados de calidad y el respeto a las/os profesionales, desde una perspectiva salutogénica y con participación ciudadana permitan generar espacios saludables en los que promover la salud, prevenir la enfermedad y atender con calidad los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad, sean la seña de identidad del SNS como modelo diferenciador con la sanidad privada, mercantilista e interesada en el lucro que genera la enfermedad en contraposición a la salud, en la que se deberá trabajar para que los cuidados profesionales enfermeros se incorporen también como referente de dicho modelo, permitiendo romper la subsidiariedad y la precariedad que actualmente sufren las enfermeras.
Finalmente, no se trata de ir en contra de la sanidad privada, sino de impedir que esta crezca en detrimento del SNS y que la ciudadanía elija uno u otro modelo en base a criterios que no se basen en la vulnerabilidad.
Money money Money money It makes the world go round! |
Dinero, dinero Dinero, dinero ¡Hace que el mundo siga girando |
[1] Schramm Fermin Roland, Kottow Miguel. Principios bioéticos en salud pública: limitaciones y propuestas. Canalla. Saúde Pública [Internet]. Agosto de 2001 [consultado el 13 de octubre de 2020]; 17 (4): 949-956. Disponible en: http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0102-311X2001000400029&lng=en.https://doi.org/10.1590/S0102-311X2001000400029 .
[2] Morais TCA de, Monteiro PS. Conceitos de vulnerabilidade humana e integridade individual para a bioética. Rev Bioét. agosto de 2017;25(2):311-9.