A quienes crecen gracias a su esfuerzo y convicción
Se entiende por serendipia el hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.
Esto podría hacernos caer en el error de pensar que la serendipia y la suerte son sinónimos. Es decir, que alguien descubre o logra algo simplemente por una cuestión de azar, como quien compra lotería y le toca el gordo.
Louis Pasteur ya destacó que la observación es la mejor compañera del ingenio y de la ciencia, cuando decía: “En el campo de la observación el azar solamente favorece a las mentes preparadas”. Lo que viene a corroborar la diferencia entre serendipia y suerte.
Porque la suerte, es la guadiana de los necios y la fortuna la madre de los pesares. De hecho, la suerte es la mejor excusa de los mediocres o el pretexto de los fracasados.
Resulta por tanto muy irritante y cansino seguir oyendo de manera permanente que las enfermeras hemos tenido mucha suerte de estar donde estamos y haber logrado lo que hemos logrado. Es más, se trata de un mensaje que suele ir acompañado del que traslada una incomprensión por seguir demandando nuevos logros o aspirando a nuevas metas. Es algo así como “no te creas que la lotería te va a tocar dos veces en la vida”. Eso tan solo les sucede a políticos destacados que, ya sabemos, están a otro nivel del que tenemos el resto de los mortales.
Lo triste, es que dicho mensaje acaba calando en muchas enfermeras que llegan a interiorizar que con el hecho de haber llegado a serlo ya no es necesario hacer nada más y esperan tan solo a que la suerte reconduzca sus vidas para situarlas en la mejor zona de confort posible. O cuanto menos, aquella en la que considera podrá adaptarse según su particular visión del ejercicio profesional de la enfermería, lo que acaba por deformar, distorsionar y lesionar la imagen de las enfermeras y del ámbito en el que se instalan colonizándolos desde el conformismo, la inmovilidad, la inacción y la mediocridad. Lo que confirma la perfecta simbiosis existente entre suerte y mediocridad.
Y esa mediocridad, en muchos casos, no es sino la antesala del fracaso ya que tal como decía Pablo Neruda “la suerte es el pretexto de los fracasados”. El pretexto para no reconocer su absoluta negación a contribuir, no tan solo a su desarrollo profesional, sino al de la profesión/disciplina a las que pertenece, proyectando una imagen que tan solo obedece a un estereotipo que lamentablemente es interiorizado y naturalizado por la sociedad y utilizado de manera interesada para fortalecer posicionamientos en contra del desarrollo enfermero por determinados sectores corporativistas y políticos.
Pero la fuerza, o el deseo por mantener una posición cómoda y sin compromisos, hace que se recurra de manera compulsiva a la invocación de la suerte como remedio a los males que según algunas/os les acechan e impiden su particular manera de identificar el éxito, es decir, la mediocridad en la que se quieren instalar o bien lo transforman en fracaso desde un posicionamiento victimista para justificar su falta de suerte.
En este plan vital que trazan, en muchas ocasiones desde antes de lograr el título que les habilitará como enfermeras, se esfuerzan por recopilar, ordenar y argumentar las mejores excusas sobre las que justificar su decisión de fracaso programado y de adopción de la mediocridad.
Para dicho plan escogen entre un amplio abanico de excusas que pueden clasificarse, tal como describe Raimon Samsó[1] en:
Excusas de culpa: se trata de encontrar alguien o algo (eso es fácil) a quien culpar para no esforzarse en el logro de objetivos o metas profesionales que les demande determinado esfuerzo o compromiso. Así, por ejemplo, es muy socorrido acusar a la organización o a sus gestores, a las/os compañeras/os de profesión, a los médicos, a la falta de recursos o de tiempo, o a una supuesta y alimentada manía persecutoria por parte de todas/os que les impide trabajar mejor y justifica su posición inmovilista o incluso opositora.
Excusas de imposibilidad: se consigue elaborando una lista mental de suposiciones no contrastadas acerca de dificultades para adoptar otro posicionamiento más activo o proactivo. La verdad es que, en este sentido, el grado de ingenio e innovación para la elección de las barreras llega a ser de mérito y supone un verdadero reto para su habitual inacción. A pesar de la evidente falta de argumentos para sostener sus propuestas de contención al desarrollo o la implicación, lo que si logran es un grado de desgaste en el equipo, que debe discutir las mismas con el objeto de desmontar el plan, ocasionando malestar e incluso llegando a acaparar adeptas/os que apoyen su causa.
Excusas de invalidación: remover la memoria hasta dar con alguna historia pasada a la que responsabilizar de supuestos límites (también se puede inventar). Y es que, si todo el tiempo que utilizan en construir sus planes los dedicasen a trabajar y cumplir con sus competencias posiblemente saldrían de esa mediocridad que buscan con tanto empeño y en la que quieren instalarse de manera permanente como modelo profesional en el que alcanzar su jubilación. Lo de menos es cómo afecta al equipo, a la organización, a la población que atienden o a la profesión/disciplina a la que pertenecen. Lo importante es cimentar en dichas excusas su plan de vida.
Excusas de no responsabilidad: Son aquellas que se elaboran para hacerlas responsables de su supuesta frustración o fracaso. La mala enseñanza obtenida en la universidad, el/la tutor/a que le marcó negativamente de manera indeleble durante sus prácticas, el entorno poco propicio, la presión familiar… cualquiera que finalmente pueda ser la receptora ideal para eximirse de la responsabilidad personal en cuanto a sus desfasadas aptitudes y su conformista actitud.
A las citadas excusas descritas por Samsó, yo añadiría:
Excusas de comparación o de envidia: son aquellas que se elaboran identificando los éxitos o logros de compañeras/os para transformarlos en golpes de suerte o de oportunismo (designaciones directas, confianza de las/os responsables…) con el fin de contraponerlos a su falta de fortuna o de animadversión hacia ellas/os que les aboca a adoptar irremediablemente su posición como mecanismo de defensa. Y es que la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.
No suele darse tan solo uno de los tipos de excusas descritas, sino que combinan de manera extraordinariamente eficaz los cinco tipos para reforzar su posición y anular cualquier atisbo posible de acusación a una premeditada actitud en la misma.
Estas actitudes de inmovilismo que tanto daño hacen a la Enfermería y al conjunto de las enfermeras, paradójicamente, suponen una relajación, abandono o negación, por parte de quienes las adoptan, de la disciplina hacia la Disciplina.
Entendiendo la disciplina como el conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado y Disciplina entendida desde su significado como ser “discípulo de una idea” que se ama, ya que nadie puede ser discípulo de algo en lo que no cree,en base a lo cual podemos entender que, quienes actúan como he comentado, la única disciplina que practican consiste en lograr la máxima mediocridad que, lamentablemente, va en contra de aquello en lo que ni creen ni aman que es en la Diciplina Enfermera a la que no tan solo perjudican sino que ponen en evidencia, además de suponer una clara muestra de desprecio hacia ellas mismas ya que, la pertenencia a la Disciplina, debiera suponer la más alta expresión de autoestima.
Si en lugar de persistir en su empeño destructivo, hacia ellas mismas como enfermeras y hacia la Enfermería como Disciplina, afrontasen el problema que supone su incomodidad o rechazo a ser enfermeras atreviéndose a responder a algunas preguntas sencillas que les permitiese superarlo, y que tienen que ver con la formulación de las excusas anteriormente expuestas como mecanismo para atrincherarse en la mediocridad y el fracaso, se podrían revertir las situaciones planteadas.
Para contrarrestar y eliminar las excusas, las preguntas que podrían o deberían formularse son:
¿De dónde procede esta excusa?
¿Es verdad o es solo una excusa?
¿Cómo es mi vida profesional con esta excusa?
¿Cómo sería mi vida profesional sin esta excusa?
¿Cuál es la verdad que esconde esta excusa?
Formuladas de manera serena, reflexiva y crítica serían capaces de ayudarles a descubrir que la mayoría de las excusas ni son ciertas ni nunca lo fueron. Tan solo se plantearon como hipótesis sin contrastar, en un intento de convencerse y convencer sobre aquello que decidieron emprender. O bien fueron asumidas como propias cuando, realmente, corresponden a opiniones sin fundamento de otras personas, con otras realidades y otros planteamientos, que se asumen sin más como una verdad probada, entrando en una espiral de autoconvencimiento de su posicionamiento y de autodestrucción como enfermeras, que acaba repercutiendo en el resto de profesionales y de la profesión/Disciplina.
Sin embargo, los mediocres también son codiciados por otros mediocres para ayudarles a mantener su alto nivel de mediocridad e ignorancia ocupando puestos de gestión, desde los que amplifican su incompetencia y salvaguardan la de quienes los han elegido. Y es que finalmente, no hay nada más peligroso que un/a mediocre o un/a tonto/a activo/a.
Cosa bien distinta es cuando alguien en el desarrollo de su actividad profesional, sea en el ámbito que sea, lleva a cabo un hallazgo u obtiene un resultado no esperado ni planteado inicialmente, pero que, en ningún caso, puede ni debe identificarse como causa de la suerte, sino como consecuencia del esfuerzo que, en un momento determinado, hizo que estar en el lugar y el momento indicados condujese a dicho hallazgo o logro.
En el caso de la serendipia, la disciplina está más que comprobada en cuanto al seguimiento permanente y ordenado de las normas que permiten alcanzar resultados en forma de motivación, esfuerzo e implicación, aunque puedan ser los no esperados, y en perfecto equilibrio con la Disciplina, desde la que se está haciendo y a la que, no tan solo, respetan, sino a la que se sienten orgullosas de pertenecer.
Tratar de considerar como suerte el descubrimiento de la penicilina por Fleming, de América por Colón, de la molécula del benceno por Kebulé o del principio de Arquímedes por quien le da nombre, entre otros muchos, sería tanto como negar su autoría o trasladarla a la mera fortuna, que como indicaba al principio, es la madre de los pesares.
Y es precisamente en los pesares o los lamentos, en los que muchas veces se refugian quienes no tan solo niegan la capacidad de desarrollo de las enfermeras, sino que intentan impedir que otras lo consigan con su disciplina y por la Disciplina.
Sin embargo, no me gustaría concluir sin constatar que este problema no es exclusivo de la Enfermería y de las enfermeras, sino que forma parte de la propia evolución de las profesiones y sus profesionales. Otra cosa es que, al identificarlo en nuestra Disciplina, podamos creer que nos afecta en mayor medida a nosotras o que lo padecemos de manera crónica.
Lo que debemos llevar a cabo son respuestas, propuestas y acciones que traten de neutralizar a quienes se refugian en la mediocridad y el fracaso que circunscriben al ámbito exclusivo de la suerte sin querer ver que es su actitud consciente, premeditada y permanente la que favorece y alimenta dicho estado de resistencia, inmovilidad y conformismo destructivo.
Sería deseable que quienes no logran encontrar las respuestas esperadas en el desarrollo profesional de la enfermería buscasen otros caminos o refugios en los que sentirse más identificados o en los que su mediocridad afecte menos a la salud de las personas, las familias y la comunidad a las que deben prestar sus cuidados y que, además, persistan en su actitud ligándola incluso a una vocación profesional. En su defecto, sería también deseable que intentásemos, desde quienes gestionan hasta quienes comparten actividad con estas enfermeras, evitar naturalizar sus comportamientos y actitudes considerándolos como inevitables o un mal que hay que asumir. Lo contrario supone un riesgo evidente de contagio que puede arrastrar a otras enfermeras, al identificar que, dichas actitudes, comportan menor responsabilidad, peligro y conflicto, que actuar como enfermeras competentes y comprometidas con la Disciplina y ellas mismas, sin que les sea reconocido ni agradecido, lo que puede acabar provocando el peligroso “Síndrome del imbécil” en el que por menor que sea el esfuerzo e implicación se genera idéntica respuesta de recompensa.
[1] Escritor y Coach especializdo en formar a Expertos con conciencia.