HUMILLACIÓN Y MÁRTIRES

A Fernando Riera Giner

Por creer en la gestión y en las enfermeras

 

Ayer me llegó la amarga queja de una enfermera que me trasladaba lo humillada que se sentía. Y se sentía así porque había sido desplazada desde el centro de salud, donde trabajaba como enfermera comunitaria, al servicio de respiratorio de un hospital, donde no había trabajado nunca.

La situación, parece ser que así lo exigía ante la falta de personal y el peligro de colapso del hospital en cuestión, en detrimento de la Atención Primaria en donde estaba atendiendo a la población en una importante fase de contención que evitase, precisamente, el colapso que sirvió de excusa para su traslado.

Pero, asumiendo que dicho traslado pudiese conllevar una ayuda para la atención a las personas afectadas por el COVID-19 y a la descongestión del hospital, se daba por bueno.

El problema, en el que centra la humillación quien me trasladaba la misma, son las actividades que no competencias, que le tocó realizar y para las que fue trasladada. En concreto limpiar material tras las exploraciones realizadas por el médico y tomar tensión y temperatura, según orden médica.

La cuestión no es ya que la enfermera no pueda limpiar material, que lo puede hacer y lo hace. El tema es por qué no lo puede hacer el médico de igual manera, ya que es material por él utilizado y que al igual que no es competencia suya tampoco lo es de la enfermera.

Si no hay posibilidad de personal auxiliar que pueda realizar estas actividades, utilizar a una enfermera para ello es un despilfarro y una muestra de tremenda ineficacia e ineficiencia en la gestión de quien lo haya hecho que, en principio, imagino, sería la directora enfermera. Me da igual si es por iniciativa propia o por indicación de algún/a otro/a directivo/a. Si lo es por iniciativa propia demuestra muy poca o nula capacidad de gestión y una elevada falta de respeto hacia las enfermeras. Si lo es por obediencia debida, demuestra una total falta de personalidad y posicionamiento como enfermera y como gestora. En cualquiera de los casos reprobable, por mucho que sean casos aislados, que lo son.

Esto, es una muestra de lo que lamentablemente aún sucede en nuestro excelente sistema de salud. Actitudes se sumisión, subsidiaridad, incompetencia, autoritarismo… que finalmente se resumen en mediocridad.

Dicho lo cual también es de recibo que se ponga énfasis en la actitud de la enfermera que lo que hace es protestar, es decir, llorar, pero poco más. Porque para que haya humillación tiene que existir una parte que la intente o lo lleve a cabo y otra parte que la asuma para que la misma se consuma. He dicho en muchas ocasiones que debemos ir “lloradas” de casa. Que no se soluciona nada llorando, que hay que actuar, posicionarse, rebelarse… desde el conocimiento, el saber y la dignidad. Lo contrario nos lleva a perpetuar situaciones por muy lamentables que estas sean, al esperar que sean otras/os las/os que den las soluciones o respuestas. Sin darse cuenta que al hacerlo otras/os, casi seguro que lo harán en base a premisas falsas o, lo que es peor, a indicaciones interesadas.

Resulta imprescindible que se diga NO a determinadas acciones, órdenes, indicaciones… que van no tan solo contra el sentido común, sino contra la ciencia, el conocimiento y el saber en general y enfermero en particular. Porque tal como dijera George Orwell[1] “El poder radica en infligir dolor y humillación”.

Pero claro, en un excelente Sistema de Salud que cuenta con uno de los menores porcentajes de enfermeras por habitante de todos los países de CEOE, que inciden de manera muy significativa en el funcionamiento de las organizaciones y en la salud de la población, cuando sobreviene una situación de crisis sanitaria como la de la pandemia del COVID-19, las consecuencias ya son de escándalo y se tiene que recurrir a contratar a estudiantes mientras se ha dejado escapar a miles de enfermeras que huían del excelente Sistema Sanitario español, para poder trabajar en el extranjero donde las recibían con los brazos abiertos, Lo que no deja de ser una forma también de humillación profesional. O se comete un fraude de ley al malgastar fondos públicos en una formación especializada de la que luego no se obtiene beneficio al no contratar a las especialistas formadas por no crear plazas específicas. Siendo esta otra clara humillación.

Es decir, se mire por donde se mire, se está cometiendo una humillación permanente y sistemática con las enfermeras, a pesar de los elogios interesados, cínicos y oportunistas que se manifiestan siempre que se considera oportuno y beneficioso para el/la político/a de turno o por sus fieles vasallos gestores.

Centrándonos en la pandemia que todo lo ocupa hemos asistido como, con impávida actitud, como por parte de algunos/as políticas/os y gestores/as se dejaba que profesionales sanitarios/as actuasen con alto riesgo sin que los/as mismos/as contasen con los medios de protección adecuados, lo que ha provocado un alto número de contagios y muertes, muchas de las cuales se hubieran podido evitar.

Sin embargo, en este sentido, como en casi todos, no es razonable ni éticamente asumible el pretender que toda la culpa o responsabilidad de lo sucedido sea tan solo imputable a una de las partes, aunque ya se sabe que cada una de ellas expresará, convencida, que la culpa siempre es de la otra parte.

Pero, más allá de culpas, lo bien cierto es que, en este baile de cifras, datos y estadísticas, las muertes forman parte importante del mismo. Un baile macabro, pero morboso por lo que en sí mismo significa y lo que algunos interpretan.

En cualquier caso, de la cifra global se ha hecho mucho hincapié en dos grupos de población. Por una parte, en la población de adultos mayores, a la que ha esquilmado, fundamentalmente, en residencias con unas condiciones, en muchas de ellas, penosas y lamentables y en las que las/os profesionales que les atienden lo hacen, igualmente en condiciones precarias. Por otra parte, en las/os profesionales sanitarias/os, en ocasiones por la indudable importancia que las/os mismas/os están teniendo en todo el proceso y, en otras, por lo que se ha querido trasladar a la opinión pública desde diferentes sectores, en algunos casos por cuestiones meramente informativas y en otros, por la utilización que de dichas muertes se hace como arma arrojadiza contra las/os responsables políticas/os y científicas/os.

Sin embargo, cabe destacar el alto número de médicos entre los profesionales fallecidos. Algo que también se está resaltando, no siempre y tan solo como dato informativo, sino con una intención insana, desde mi punto de vista, al quererlo utilizar para resaltar su entrega profesional, que está fuera de toda duda sin necesidad de hacer esta utilización corporativa y que, en ocasiones, además, parece hasta competitiva con las producidas en otros colectivos profesionales. Si, si, pero yo más…

Teniendo en cuenta, además, que estas incomprensibles y, como siempre, odiosas comparaciones no las llevan a cabo las/os profesionales implicadas/os, que bastante tienen con ocuparse de su seguridad personal, sino por quienes quieren aprovecharse de las mismas.

Me gustaría destacar que ya se han llevado a cabo algunos estudios en este sentido. En ellos, por ejemplo, se demuestra que el menor número de contagios/muertes se produce entre las enfermeras a pesar de que son las/os profesionales que realizan más maniobras de riesgo y las que más en contacto están con las/os personas contagiadas. En los mismos estudios se concluye que son las enfermeras las que hacen un mejor manejo de las EPI y las/os que mantienen unas medidas de higiene mayores, como el manejo de teclados, la eliminación de guantes y mascarillas usados… lo que evita que sean ellas/os mismas/os quienes actúen como vectores de transmisión. Pero además se ha identificado en el estudio que la mayoría de los contagios se produce en el entorno social interno de los hospitales (entre compañeras/os) y los que se han producido por contacto con las personas contagiadas, se ha demostrado que se deben, en muchos casos, a una deficiente retirada de los EPI, a pesar de haber recibido formación para ello.

Que nadie pretenda sacar conclusiones precipitadas, interesadas u oportunistas de mis palabras, o como dicen las/os políticas/os, sacar de contexto las mismas.

Tan solo expongo hechos constatados y hago, eso sí, la reflexión personal de si realmente merece la pena, si es lícito, ético, estético o moral, si tiene algún sentido jugar con los sentimientos, las emociones, el sufrimiento y el dolor que ocasionan la muerte… y tantas otras cuestiones que no acabo de entender ni de obtener respuesta para las mismas.

La muerte de una persona, con independencia de cualquier característica, clase o condición, siempre es lamentable. Nunca la muerte debiera ser utilizada como instrumento, herramienta o arma con los que obtener ningún beneficio, contrapartida o para utilizarlos contra alguien. En si mismo, el solo pensamiento es mezquino y despreciable.

Por eso he querido plasmar estos datos, otros más en este tedioso acúmulo, que contrastasen con algunas declaraciones tendenciosas, alarmistas y con objeto de obtener una torpe renta de no sé qué tipo.

Nunca la muerte debiera ser moneda de cambio, ni exhibirla como trofeo, ni asociarla a una condición de mártir.

Habrá que depurar responsabilidades si las mismas se han producido por una relación directa de causa efecto derivada de la falta de EPI y otros medios de protección. Pero también tendremos que analizar, una vez más serenos los ánimos y tranquilo el espíritu de contradicción que nos invade, las causas que el propio interés por ayudar, socorrer, atender, curar o cuidar hayan podido causar descuidos involuntarios que lamentablemente provocaran el contagio que finalmente les condujo a la muerte.

Pero ni tan siquiera por eso, ni por su entrega, ni por ser de una u otra profesión, debiera ser excusa para utilizarlo de manera totalmente inadecuada y rechazable.

Lo mismo que se debe erradicar el imaginario social construido, con segura buena voluntad, de héroes/heroínas, debe serlo, igualmente, el pensamiento de tratar como mártires a quienes mueren en el ejercicio de su profesión.

Porque la definición de mártir es la de la “persona que sufre o muere por defender su religión o sus ideales”, lo que está fuera de lugar en el caso que nos ocupa. O bien, “persona que padece sufrimientos, injusticias o privaciones por alguien o por algo, especialmente si los padece con resignación”, porque, aunque el sufrimiento pueda estar implícito en la atención que se presta, no así las injusticias o privaciones entendidas en el sentido que encierra la palabra y mucho menos con resignación, ya que no existe una aceptación, sin más, realizada con paciencia y conformidad, por adversa y perjudicial que la pandemia pueda resultar. En todo caso, se asumen riesgos por ética y responsabilidad profesional, lo que forma parte del propio desarrollo y desempeño profesional. Y ello nunca debe ser atribuido a una condición de mártir. Y, yo como Voltaire[2] “soy muy amante de la verdad, pero de ningún modo del martirio.”

Por lo tanto, creo que ni la humillación ni el martirio deben formar parte de este proceso pandémico que, por momentos, nos transforma y sitúa en posiciones que tan solo contribuyen a enrarecer aún más la convivencia en un Sistema Sanitario que más allá de su supuesta excelencia con lo que cuenta es con extraordinarias/os profesionales que no se merecen a algunas/os dirigentes/gestores o defensoras/es de no se sabe bien que planteamientos o actitudes, manejadas para obtener una notoriedad que no merecen.

[1] Escritor y periodista británico (1903 – 1950)

[2] Escritor, historiador, filósofo y abogado francés (1694 – 1778)

HACIA UNA “NUEVA” REALIDAD, DESDE VIEJOS COMPORTAMIENTOS

Ayer hablaba de normalidad normativa, al reflexionar sobre la realidad que tenemos que configurar entre todas/os tras esta pandemia que nos ha afectado de manera tan terrible.

Comentaba que esa realidad que deseamos de normalidad, sea esta la que sea, la debemos construir desde la solidaridad, la participación activa, la libertad, el respeto, el consenso… en la que también tenga cabida la crítica constructiva, leal y sincera.

Sin embargo, cuando aún tan solo se están planteando las normas de esa normalidad, nada de lo anterior se tiene en consideración. La solidaridad se transforma en individualismo, la participación activa en unilateralidad, la libertad en restricciones, el respeto en desprecio, el consenso en discrepancias… y se traslada a través de un discurso mezquino, falaz, demagógico, destructivo, corrosivo, rencoroso, descalificador, autocomplaciente, sin rigor… por parte de quienes, en teoría, deberían ser quienes sienten las bases de esa realidad. La población que mantiene ese ejemplar confinamiento, mientras tanto, contempla perpleja el bochornoso espectáculo del parlamento convertido en un circo romano en el que se lleva a cabo una lucha a muerte entre gladiadores para ver quien salva el pellejo hasta la próxima función.

Da lo mismo que el país se está hundiendo, que haya casi 28.000 muertes, que el número de contagiados sea escandaloso, que las/os profesionales sanitarias/os estén pagando con su salud y su vida el afrontamiento de esta pandemia, que mucha gente esté dando lo mejor de sí para ayudar a quien lo necesita… porque nada de esto, realmente, les interesa. Tan solo la posibilidad de herir, de tener su minuto de gloria, de anteponer su idea, aunque sea a costa de todo lo comentado, de despreciar el bien común en favor del bien individual o de partido… son los intereses que los llevan a vociferar, insultar y mentir para lucirse ante quienes les apoyan y aplauden, no por lo que dicen, sino porque así se les indica. Patético, realmente indignante que tengamos que asistir a un espectáculo tan bochornoso como prescindible en una cámara de diputados casi desierta, por exigencias sanitarias, pero igual de mediocre que cuando, extrañamente, estaba llena.

Tras estas escenas tan ilustrativas de la voluntad política que trasladan, por sacar a este país adelante de una crisis sin precedentes, querrán que la población siga comportándose con esa ejemplaridad que agradecen y resaltan desde la hipocresía y el cinismo, aunque sea de manera controlada y vigilada. Querrán que no existan comportamientos de rechazo exacerbado, de discusiones acaloradas, de insultos hacia aquellas/os que tratan de mantener un orden necesario, de rechazo hacia quien tan solo va a su casa para descansar un poco tras horas interminables en el hospital o el centro de salud por entender que es un foco de contagio, de posicionamientos encontrados ante las normas que se dictan y ver los mensajes que les llegan desde esa cámara de representantes de no se sabe qué o quién… es decir, todo muy constructivo.

No pretendo que el Congreso se convierta en un recinto donde esté ausente el análisis, el debate y la crítica, en absoluto. No entendería una cámara en la que no se controlase a quien tiene la capacidad de decisión, dándole carta blanca para que hiciese lo que quisiese. Rechazaría la complacencia sin oposición y sin planteamientos alternativos. No concebiría la renuncia a las ideas, sean las que sean.

Es realmente doloroso ver como se guarda un minuto de silencio por las víctimas de la pandemia y que concluido el mismo se emprenda una carrera por ver quien los utiliza de la manera más rentista para sus intereses particulares, con un absoluto desprecio hacia su memoria y al dolor de sus familiares y amigos. Es indignante que se esgriman argumentos falsos, manipulados, engañosos, alarmantes, con el único objetivo de derribar al enemigo. Es deplorable que se tenga tan poca memoria al utilizar datos contra el adversario que son, en muchas ocasiones, consecuencia de gestiones realizadas con anterioridad por quien las esgrime o por el partido a quien representa. Resulta bochornoso comprobar como se construyen discursos huecos de contenido propositivo y llenos de odio y desprecio al enemigo político. Asusta comprobar como nada hay más lejano e imposible de conseguir que un pacto por la nación, la patria, el pueblo, el estado… o como quieran llamar a este país desde sus planteamientos ideológicos y alejados del compromiso social con el mismo. Porque el pacto lo convierten en una especie de parto distócico y de alto riesgo que nadie quiere afrontar, con el peligro de muerte que conlleva desentenderse del mismo.

Mientras tanto las Comunidades Autónomas juegan su estrategia particular al margen de la realidad y necesidad común, situándose en el mismo nivel de insolidaridad y generosidad que los representantes nacionales. Es tanto como, sálvese quien pueda desde el egoísmo político de a mi nadie me tiene que decir que es lo que tengo que hacer y pretendiendo imponer sus criterios particulares como si de transferencias políticas se tratase, sin caer en la cuenta o despreciando, la realidad de la pandemia que no conoce de territorios, fronteras o ideologías.

Han intentado hacernos ver que la pandemia es una guerra que estamos librando, cuando realmente es una epidemia masiva, letal e incontrolada. La guerra, realmente está instalada en esa arena política manchada por la infamia, el descrédito, el egocentrismo, la hipocresía, la mentira, la descalificación, el insulto, en la que se lidia una batalla fratricida que divide, resquebraja, enfrenta, separa… a la sociedad que dicen representar.

Cada nuevo repunte de muertes, contagios o ingresos es utilizado como arma política, en lugar de argumento para la cohesión y el consenso. La incertidumbre es usada como excusa para el ataque transformándola en incompetencia. El error se convierte en ariete para abrir brechas por las que invadir la seguridad del adversario. Los aciertos son identificados como simples consecuencias casuales y no causales de las intervenciones llevadas a cabo. Las propuestas se descalifican por principio. Las manifestaciones se analizan con lupa para que se conviertan en munición contra quien las realiza. La prudencia se convierte en acusaciones de mentira y ocultación de la verdad. El diálogo se transforma en una perversión de la comunicación desde el que descalificar.

En un momento en el que la recuperación de una cierta normalidad requiere de toda nuestra atención, compromiso, implicación y sobre todo generosidad y humildad – no confundir con candidez y subsidiariedad- quienes tienen la responsabilidad de planificar y llevar a cabo las estrategias que permitan afrontar con la mayor eficacia y la mejor eficiencia posibles, la pandemia, se distraen en luchar por conseguir mantener o recuperar un poder que no les corresponde, porque tan solo lo tienen prestado por voluntad popular para que actúen en su nombre y no en su contra.

Pero el COVID-19, del que tantas cosas se desconocen, parece ser que también tiene la capacidad de contagiar esta mediocridad política y hacerla extensible a otros países e incluso a otras organizaciones supranacionales como la comunidad europea.

Determinados dirigentes, desde su egocentrismo e ignorancia, disfrazada de ironía, desprecian a la ciencia y a quienes la poseen, poniendo en peligro a naciones enteras. Otras/os, se posicionan en contra de ayudas para quienes las necesitan, en un comportamiento egoísta y usurero, bloqueando la posibilidad de acuerdos que permitan sacar del pozo a quienes dicen son sus socios.

Y en base a esa realidad es sobre la que, hipotéticamente, se quiere construir lo que han venido en llamar eufemísticamente nueva normalidad. Porque ni puede ser nueva con planteamientos tan caducos como reaccionarios, ni puede hablarse de normalidad cuando precisamente lo que se está llevando a cabo es una ruptura absoluta de lo que debería ser norma de comportamiento, convivencia y solidaridad, para convertirse en puro revanchismo político.

A la población, mientras tanto, se le sigue utilizando con mensajes que tan solo pretenden captar su voto, para posteriormente jugar con ellos en beneficio propio. En esta pandemia convertida en guerra política, han situado, en todo momento, a la población durante el confinamiento necesario y útil, en figurados refugios antiaéreos o en trincheras desde las que tan solo tuviesen opción de asistir, con comportamiento ejemplar, al fuego cruzado de acusaciones y reproches que provocaban quienes tienen la misión de resolver la situación provocada por el COVID-19. De nuevo la población queda cautiva por la clase política impidiendo su participación activa para ser parte de la solución y no, tan solo, receptora de las medidas, que se determinan y lanzan, en forma de ataques sorpresivos por parte de los frentes de batalla del Congreso. Porque se hubiesen podido mantener las mismas medidas de seguridad y protección con personas que participasen desde Atención Primaria, tal como se propuso, en acciones de intervención comunitaria para favorecer la información, disminuir la ansiedad, minimizar la incertidumbre y contener la pandemia. Pero se prefirió, en aras de una seguridad que no se daba ni a las/os profesionales, que la población siguiese cumpliendo las órdenes de confinamiento y silencio del mando único.

En esa denominada nueva normalidad, no debería caber, ya no, tanta incompetencia y mediocridad política, sea del signo que sea, si lo que pretendemos realmente es construir una sociedad que incorpore o recupere valores que le permitan vivir, pero también convivir. La política, no puede continuar siendo un vulgar espectáculo de lucha en el barro o de lucha libre, en las que la espectacularidad de los combates son, realmente, un engaño para entretener, pero nunca para solucionar lo que realmente importa e interesa.

Pero lo que posiblemente no se han parado a pensar, algo que realmente hacen con muy poca frecuencia, es que todo esto que en teoría hacen para proteger a la población de los ataques del virus, lo que va a provocar es, unas consecuencias para la salud que, aunque ahora mismo son difíciles de pronosticar, van repercutir de manera directa e indirecta en las personas, las familias y la comunidad, en un momento en el que, más que nunca, se tendría que estar trabajando de manera conjunta en la generación de nuevos espacios saludables en los que poder rediseñar la realidad de convivencia. Pensando en cómo remodelar también un Sistema Sanitario que precisa de un cambio de paradigma que permita dar respuestas eficaces y que sean, al mismo tiempo, eficientes. Permitiendo y facilitando que las/os profesionales sean las/os verdaderas/os protagonistas de dicho cambio y no tan solo las piezas con las que, nuevamente, jugar políticamente sin que se resuelvan los graves problemas, no tan solo estructurales sino de organización y de planteamiento, por los que atraviesa un Sistema caduco y poco resolutivo por mucho que quieran vendérnoslo, de manera políticamente interesada y oportunista, como excelente, mientras se recorta, se raciona, se privatiza y se maltrata a las/os profesionales.

Pero, para ello haría falta que también la clase política fuese confinada para intentar desprenderse del contagio que padecen y que les impide llevar a cabo aquello que de ellas/os se espera y desea. Tan solo cuando fuesen capaces de generar los anticuerpos que les protegiesen de la mediocridad, el arribismo, la prepotencia, el egocentrismo, la falsedad, la hipocresía… debería poderse iniciar una desescalada por fases que les permitiese salir del confinamiento gradualmente, asegurando a las/os ciudadanos/os que no vamos a tener peligro de padecer sus males.

Pero mucho me temo que esto no va a ser posible y que seguiremos asistiendo atónitos a este juego de tronos en sucesivos e interminables capítulos y temporadas, dado el éxito de audiencia que siguen teniendo.

Continuará…

DE LA NORMALIDAD NORMATIVA A LA NORMALIDAD SALUDABLE

“La normalidad es un equilibrista sobre el abismo de la anormalidad.

¡Cuántas ocultas demencias contiene el orden cotidiano!“

Witold Gombrowicz[1], libro Ferdydurke

 

La verdad es que durante todo este tiempo de pandemia hemos estado tan pendientes del día a día, de la inmediatez, de lo que nos deparaba cada instante de esta terrible pesadilla de la que todas/os queremos despertar, que tan solo pensábamos en recuperar la normalidad.

Pero en todo momento se nos ha estado recordando que nada va a ser como antes. Que no vamos a poder recuperar una normalidad como la que aún recordamos y anhelamos. Que vamos a tener que adaptarnos a una normalidad con normativas, que nos marque cómo podemos/debemos comportarnos, relacionarnos, divertirnos, trabajar, estudiar, viajar… al menos durante el tiempo que nos garantice una seguridad de no retorno al pasado inmediato.

Esta normalidad, normativa, por tanto, va a determinar también la visión, misión y valores de nuestras vidas y de cómo las compartimos con el resto de la comunidad de la que formamos parte.

Pero antes de seguir, considero importante que reflexionemos sobre lo que consideramos como normal.

Se entiende como normal todo aquello que se halla en su estado natural, todo aquello que sirve como norma o regla, todo aquello que se ajusta a normas fijadas de antemano; todo aquello que es común, usual o frecuente. También se aplica a las situaciones que son estadísticamente rutinarias o muy similares a la rutina. Pero también se considera normal todo aquello que no presenta problemas de salud y/o todo aquello que no se sale de lo establecido, siendo todo ello subjetivo, porque va a depender de quien lo interprete y cómo lo interprete. Todo lo cual encaja en lo que hasta hace bien poco veníamos haciendo en nuestras vidas sin reparar en ello. Aunque la perspectiva de normalidad en relación con la salud adquiere en estos momentos una especial dimensión.

Ante esto, se me plantean dudas sobre si seremos capaces realmente de adaptarnos. De cambiar nuestros hábitos y conductas. De respetar ciertas normas. De modificar comportamientos tan ligados a la cultura y educación que nos ha modelado tanto individual como colectivamente. En definitiva, si no se deberá reformular el comportamiento humano tras la pandemia.

Pero esto, considero deberá ser analizado, estudiado y debatido conforme evolucione dicha normalidad, que me resisto a denominar como nueva, pues entiendo que no nos va a resultar posible desprendernos de todos aquellos elementos que conforman nuestra idiosincrasia particular, por mucho que se quiera normativizar.

Pero, ¿esta normalidad normativa tendrá repercusión en nuestra salud? Y también, ¿la ruptura de lo que, hasta que se inició la pandemia, considerábamos como normalidad habrá afectado a nuestra salud? (sin contar a quien se contagiase, evidentemente).

Sin duda estas interrogantes deben ser consideradas a la hora de afrontar la normalidad a la que nos debemos adaptar. No hacerlo sería obviar necesidades sentidas y demandas de la población, lo que generaría importantes consecuencias para la salud.

Empezando por la segunda interrogante, sin duda, la ruptura de lo que considerábamos nuestra normalidad, tanto personal como colectiva, va a tener consecuencias en la salud, también, individual y colectivamente hablando. El aislamiento social, el confinamiento domiciliario, la transformación de nuestra rutina, los cambios en la comunicación, la abstracción informativa, la adaptación laboral, las dinámicas familiares, la percepción del riesgo, la proximidad de la muerte… son tan solo algunos de los factores que han estado incidiendo durante todo este tiempo de confinamiento en nuestras vidas. Y aunque, inicialmente, nos pueda parecer que no van a tener consecuencias en nuestra salud, de una u otra forma inciden en el necesario equilibrio para mantener ese concepto polisémico al tiempo que unívoco en los límites de lo que establecemos como salud normal, que según la definición de Jordi Gol sería “aquella manera de vivir que es autónoma, que es solidaria y que es feliz”, alejándose de la más académica, oficial y en cierta forma normativa y algo utópica de la OMS que determina que es “el perfecto estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad”. Entendiendo, por otra parte, que no a todas/os les va a influir de igual manera y que, ni tan siquiera, será percibido como tal afectación de la salud por todos.

En cuanto a la primera pregunta, la respuesta es igualmente afirmativa, pues cualquier cambio genera resistencia y la resistencia supone una alteración de aquello que veníamos contemplando como normal y como consecuencia puede alterar la salud de las personas, las familias y la comunidad en la que viven.

Pero, esa normalidad normativa de la que hablo, considero que también va a afectar a nuestra actividad profesional como enfermeras. No podemos abstraernos a la misma, porque en sí misma configura el cómo vamos a cuidar como enfermeras, el cómo vamos a interrelacionarnos como profesionales en un Sistema de Salud que también debe cambiar, para adaptarse a una realidad que de la que hace tiempo estaba alejada y en base a una normalidad caduca en la que está instalado desde hace mucho tiempo e incluso el cómo vamos a ser percibidas por una sociedad que debe asumir el cambio, pero que ha tenido oportunidad, durante la pandemia, de descubrirnos desde otra perspectiva desde la que habitualmente lo hacía.

Resulta necesario, por tanto, que las enfermeras identifiquemos claramente que vamos a tener que desarrollar nuestra actividad en un escenario incierto, que tratará de adaptarse a esa normalidad normativa en la que nos vamos a tener que instalar todas/os. Lo contrario supondría mantener una normalidad que ya no responderá a las necesidades que se generarán por efecto de la pandemia, del confinamiento, del desconfinamiento y de la adaptación a todo ello. Posiblemente más que nunca será necesaria la atención integral, integrada e integradora que trate de evitar la pérdida de información necesaria y de articular todos los recursos a nuestro alcance para que las respuestas sean capaces de restablecer el equilibrio perdido.

Pero también más que nunca será preciso alejarse del asistencialismo, el paternalismo y la técnica, para centrarnos en la atención directa a través de una escucha activa, la participación real de las personas en la toma de decisiones sobre sus procesos y en la humanización de la atención, sin que ello signifique, en ningún caso, que la técnica tenga que ser relegada, sino integrada en dicho proceso de atención. Que, por otra parte, requerirá la observación del entorno como factor determinante en la salud y la intervención igualmente participativa para transformar los entornos que hasta ahora interpretábamos como normales, en entornos saludables. Tendremos que identificar a las personas y poblaciones vulneradas por efecto de la pobreza, del hambre, de la migración, de la violencia, del acoso… olvidadas y apartadas, aún más si cabe, por efecto de la pandemia. Tendremos que recuperar la atención a la cronicidad, la soledad, la discapacidad… desde una perspectiva distinta. Porque la normalidad normativa no puede situarnos de nuevo en el lugar que abandonamos cuando se inició la pandemia, repitiendo exactamente los mismos errores.

Los cuidados profesionales enfermeros deberán, así mismo, escapar de la percepción doméstica y sin valor en que se habían normalizado, para responder, desde una perspectiva científica y del saber enfermero, a las necesidades que la normalidad normativa generará y que, requerirán cuidados profesionales enfermeros diferentes a los que, hasta entonces, teníamos establecidos, en muchos casos, como estandarizados y rutinarios.

De igual manera, las relaciones que las enfermeras teníamos establecidas como normales entre nosotras mismas, con el resto de profesionales sanitarios y con las personas a las que atendíamos, también deberán ser revisadas. La individualidad, el personalismo y el protagonismo que hasta ahora imperaban como normales en la interrelación profesional generando actitudes corporativas, jerárquicas o posesivas, precisarán ser modificadas por otras que abandonen una rígida y encorsetada disciplinariedad para situarse en la aportación profesional diversa, que se desarrolles desde la horizontalidad de las relaciones a través de flujos permanentes de información en todos los sentidos y que se descarten las interpretaciones posesivas de unas/os sobre otras/os en base a percepciones caducas de subsidiaridad. Porque la normalidad normativa requerirá de estas nuevas actitudes si queremos que las respuestas de equipo sean eficaces y eficientes.

Por último, las organizaciones que componen el Sistema Sanitario también deberán abandonar su percepción de muralla inexpugnable de resistencia ante la comunidad. Las/os profesionales deberán salir de sus nichos ecológicos de trabajo o zonas de confort, desde donde, como si de atalayas se tratasen, dominaban el escenario en el que, contemplaban a la sociedad como un tablero de ajedrez, en el que movían a las personas como si fuesen las fichas del juego, determinando en todo momento los movimientos, las acciones e incluso la muerte de estas, sin que las mismas pudiesen hacer nada más que llevar a cabo los movimientos que la normalidad de dichas/os profesionales habían determinado.

La normalidad normativa requerirá, por tanto, de un juego mucho más dinámico y en el que los jugadores ya no serán tan solo las/os profesionales sino todas/os aquellas/os que se mueven en ese nuevo escenario, requiriendo para ello, consenso para tomar las decisiones tanto en los lances del juego como en su resolución. Y, en el que las normas, ya no serán inmutables, sino que se deberán adaptar a los cambios sociales, económicos, políticos… que serán parte del entorno en el que se lleve a cabo el juego. Todo lo cual deberá generar una ciudadanía más comprometida con su salud, más responsable con su promoción y mantenimiento, menos dependiente del sistema, más autónoma y más satisfactoria.

De cómo la norma regule, encorsete, paralice o inmovilice la normalidad, dependerá también la adaptación de la población para que conviva en ella sin querer transgredirla permanentemente ni respetarla, exclusivamente, por estar obsesivamente vigilada y amenazada de sanción.

Tenemos que ser capaces de hacer de la distancia proximidad, del gesto abrazo, de la mirada complicidad, de la palabra solidaridad, de la actitud compromiso, de la acción responsabilidad, para lograr recuperar aquello que, ahora, tanto echamos en falta y que cuando lo teníamos tan poco supimos valorar.

Entiendo que debemos construir entre todas/os una normalidad en la que las normas las marquemos colectivamente, para que seamos capaces de mantener la salud desde el respeto, la libertad, la solidaridad y la equidad, propiciando contextos en los que poder recuperar gran parte de las costumbres, tradiciones, valores y creencias que nos definen como comunidad. Lo contrario supondría una desnaturalización progresiva de nuestras relaciones que nos conducirían a la permanente inestabilidad, con los riesgos que la misma genera.

Entender que cierta recuperación de la libertad perdida por la pandemia supone la incorporación a la normalidad que aún guardamos en nuestra memoria nos trasladaría a una fase inicial, de la situación terrible por la que estamos atravesando. No se trata tanto de comportamientos ejemplares, sino de actitudes positivas que nos conduzcan a caminar de la mano de la, al menos durante un tiempo, normalidad normativa, para llegar a alcanzar una normalidad saludable.

[1] Novelista y dramaturgo polaco (1904 – 1969)

DESCONFINAMIENTO Y RESPIRADORES

Ser, y nada más. Con eso basta.

Respirar: basta.

¡Alegría, alegría por doquier…!

Walt Whitman[1]

 

Tras casi mes y medio de confinamiento, ayer empezó una cierta apertura del mismo, al permitir la salida de las/os niñas/os de sus casas acompañadas/os de un adulto durante una hora al día.

La medida, a todas luces deseada y necesaria, comportaba ciertos riesgos que se decidieron asumir, tras analizar pros y contras de la misma, y en base a los datos que apuntan a una cierta recuperación de la pandemia.

El largo confinamiento que nos hemos visto obligados a cumplir y que ha sido considerado como ejemplar, ha afectado de muy diferente manera a las personas en función de múltiples factores como la vivienda, el número de convivientes, el contexto en el que se ha vivido, el aislamiento… pero, sin duda, la población infantil ha tenido que renunciar a una parte fundamental de su etapa de desarrollo como es el juego, el aire libre, las relaciones… lo que hacía la medida, si cabe, más lógica de adoptar.

Aunque la pandemia muestra indicadores de una cierta remisión y, por tanto, de alcanzar el objetivo inicial de contención que permita acabar con el confinamiento, no podemos fiarnos. Todo lo alcanzado hasta ahora con gran sacrificio por parte de la población, con sufrimiento por parte de muchos profesionales y con dolor por parte de quienes lamentablemente se contagiaron, no debería irse al traste por una actitud inconsciente producto de la relajación, por entender que ya está todo superado.

Ayer, en esa “libertad condicional” que se brindaba, hubo actitudes irresponsables que, sin duda, ponen en peligro todo lo logrado hasta ahora. Caer en la tentación de culpar a las/os niños/os de su comportamiento, tan solo incorporaría nuevos elementos de preocupación, pues quienes deben controlar dicho comportamiento, para ajustarlo a las condiciones que, desde hace más de una semana, vienen repitiéndose, no pueden ni deben eludir su responsabilidad como padres/madres o tutoras/es de las/os niños/os.

La pandemia, tan solo está en fase de cierto reposo y en cualquier momento podría despertar con una reacción imprevisible que nos pondría en peligro a todas/os de nuevo. Por lo tanto, será mejor que pongamos todas/os de nuestra parte para no despertarla.

Como decía, hasta ahora, se ha mantenido un comportamiento que ha sido definido como ejemplar en cuanto al cumplimiento del confinamiento. Pero también es cierto que el mismo ha sido en todo momento vigilado por las fuerzas de seguridad del estado y por el ejército, con sanciones económicas muy duras para aquellas/os que entendían que no iba con ellas/os. Es decir, ha sido, reconozcámoslo, una concienciación en al que ha habido un gran componente punitivo que la ha mantenido en ese grado de ejemplaridad. Lo que no quita para que se reconozca.

Llegado el momento de asumir responsabilidades propias de contención y ante un panorama menos amenazador, la ejemplaridad se olvida y se da rienda suelta a una libertad tan ansiada como esperada. Lo que pasa es que esa supuesta libertad, realmente, va en contra de la verdadera libertad que todas/os deseamos disfrutar y que tan solo ha sido coaccionada, no lo olvidemos, por el COVID-19.

Porque si llegado el momento se produjese un repunte, que nadie desea, a alguien se le podría ocurrir que la culpa es de quienes, en su momento, permitieron ese desconfinamiento, teniendo en cuenta la mezquindad de quienes vienen utilizando esta pandemia como arma política contra el gobierno.

En vista de lo acontecido ya se ha avisado de que se endurecerán las medidas tanto de vigilancia como de sanciones para lograr que la ejemplaridad vuelva a instalarse en el comportamiento de la ciudadanía, también en el disfrute de cierta libertad para las/niñas/os. Con lo que podemos calibrar cual es el grado de responsabilidad real que asumimos.

Sin embargo, considero, que lo sucedido ayer, como muestra de lo que puede suceder en futuras y previsibles decisiones de desconfinamiento, debería hacernos pensar sobre nuestro verdadero grado de compromiso con una situación tan grave como delicada. Se han roto las costuras de un hipotético y aireado comportamiento ejemplar dejando las vergüenzas del compromiso social al aire. Esperemos estar a tiempo de remendarlas y que la apariencia recupere su ejemplaridad.

Si consideramos que nuestra responsabilidad debe modularse en base a vigilancia y castigo, va a resultar muy difícil poder llevar a cabo un proceso de vuelta a cierta normalidad.

En este sentido desde el principio de la pandemia se debieron tomar medidas de intervención comunitaria desde los centros de salud con el fin de identificar, por una parte, las necesidades de información/formación de la población con relación a la pandemia y la forma en que, de manera autónoma y participativa, pudiera contribuir para la contención de la misma y el control y seguimiento de su evolución. Pero se decidió que esto no formaba parte del abordaje a desarrollar y se descartó de manera sistemática a pesar de las reiteradas ocasiones en que se trasladó desde diferentes sociedades científicas la oportunidad de llevarlo a cabo.

Posteriormente la Atención Primaria de Salud pasó a tener un papel secundario, cuando no irrelevante, en todo el proceso de contagio generalizado y colapso de los hospitales. Decisión que se ha demostrado equivocada y que hubiese permitido un mejor control de la pandemia, como ya se ha apuntado en alguna ocasión.

Superada esta primera fase con una descongestión evidente de los centros hospitalarios y una reducción importante y progresiva del número de contagios y muertes, se entra en una fase de vigilancia y control para evitar repuntes que pudieran devolvernos al punto de salida. Como si estuviésemos jugando a la oca o al monopoly y cayésemos en la casilla que nos obliga a iniciar el juego. Por lo tanto, no actuemos con la salud como si de un juego de azar se tratase, no vaya a ser que perdamos.

Por todo ello, considero que una vez recuperada, al menos discursivamente, la importancia de la Atención Primaria de Salud, se debería contemplar, ahora si, llevar a cabo las intervenciones comunitarias anteriormente comentadas. Pero, en este caso, con un enfoque diferente que permitiese, a través de la participación activa y real de la comunidad, desarrollar acciones de información que facilitasen minimizar la incertidumbre, despejar las dudas, aumentar la autoestima y que la población se sintiera partícipe del proceso y no tan solo contemplase desde la pasividad y la inacción, la evolución de aquello que tan directamente le afecta.

Para poder llevar a cabo esta estrategia, coordinarla y articularla con los diferentes recursos comunitarios, las/os profesionales que tienen las competencias específicas, las mejores aptitudes y actitudes y la capacidad para llevarlo a cabo son las enfermeras comunitarias. Ellas, con la participación del resto del equipo de Atención Primaria en la medida en que sea necesario, pueden planificar, desarrollar, ejecutar y evaluar intervenciones en la comunidad desde una perspectiva de promoción de la salud, salutogénica y participativa, que permita equilibrar los diferentes escenarios y las diversas situaciones para dar respuesta a las demandas y necesidades provocadas, tanto por la pandemia, como por los efectos colaterales que tanto el confinamiento como su posterior reversión van a provocar en la población.

Por otra parte, y como ya se planteó en la primera fase, la atención familiar en el domicilio, es fundamental, no tan solo para dar respuesta a los efectos directos del COVID-19, sino para todas aquellas interacciones que van a provocar o que ya han provocado alteraciones en las dinámicas familiares, en la manera de llevar a cabo afrontamientos desde los proprios recursos individuales y del resto de componentes de la familia, en la generación de dinámicas colaborativas y de apoyo…

Seguir desarrollando acciones exclusivamente desde el asistencialismo, la medicalización, la técnica o el hospitalcentrismo, que impregna al Sistema Nacional de Salud, ante esta pandemia, conduce a dejar de atender múltiples aspectos de la salud de las personas, las familias y la comunidad que resultarán determinantes en su evolución, reducción y consecuencias.

Ante este planteamiento, no serán comprensibles ni, mucho menos admisibles, respuestas que traten de argumentar la imposibilidad de llevarlo a cabo por el hecho de que no existen suficientes enfermeras comunitarias en los centros de salud. Porque este argumento es en sí mismo una falacia y una clara falta de voluntad política por resolver algo perfectamente fundamentado y posible.

Cuando la pandemia acuciaba y el sistema sanitario se vio en peligro de colapso, no se argumentó que no había más hospitales y que se tenía que actuar con los que existían. No, se inició una carrera por ver quién construía más y mejores hospitales de campaña, aunque después, algunos de ellos, no se hayan ni tan siquiera estrenado. No se planteó el tener que decidir quienes tenían derecho a respiradores o no. No, se compraron aquellos que hicieron falta o se fabricaron en empresas que reconvirtieron su producción para ello…

¿Por qué ahora, entonces, se podría argumentar que no hay suficientes enfermeras comunitarias?

Hay que recordar que muchas enfermeras comunitarias fueron derivadas a los hospitales para atender la fase de mayor colapso, y que ahora podrían retornar a dichos centros de salud tras el evidente descenso de la presión asistencial. Por otra parte, existen enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, que están trabajando en hospitales porque no se les ha contratado como tales en Atención Primaria. Las residentes que finalizan su periodo formativo de la especialidad de enfermería familiar y comunitaria a finales de mayo, se les quiere prolongar su contrato como residentes para que sigan trabajando como enfermeras profesionales con sueldo de residentes. Y podría seguir incorporando nuevos argumentos que desmontarían la hipotética pero previsible negativa planteada.

Está claro que cuando alguien tiene dificultad respiratoria y se ahoga, precisa de un respirador, porque lo contrario le provocaría una muerte casi segura. Pero no es menos cierto, que cuando una comunidad está asfixiada, por las dificultades sobrevenidas de una pandemia, no dotarla de los medios y profesionales, que le permita no ahogarse ante el afrontamiento que le quita el aire necesario para saber dar respuestas y manejar los recursos disponibles, es tanto como abocarle a una “muerte” social y privarle de un entorno y una vida más saludables.

Por lo tanto, ahora que se ha centrado el foco en la Atención Primaria de Salud para atender a esta nueva fase de la pandemia, sería deseable que se dotase a la misma de los recursos y profesionales suficientes y adecuados para poder dar las mejores respuestas de salud y, no tan solo, aquellas que tienen que ver con signos, síntomas y enfermedad.

Afrontar el desconfinamiento desde la vigilancia policial y militar y no desde la intervención y participación comunitarias que faciliten asumir a la ciudadanía la responsabilidad de las acciones que se van a ir implementando, en lugar de hacerlo por miedo a sanciones, es, ante todo, una clara muestra de desconfianza hacia la población para asumir dicha responsabilidad, al entender que tan solo lo hará si está vigilada y amenazada. Pero además es reiterar los errores inicialmente cometidos al negar a la Atención Primaria de Salud uno de sus principales cometidos, como es trabajar con la comunidad y no tan solo para la comunidad. Hacerlo sin contar con la valiosa aportación de las enfermeras comunitarias es privar a la comunidad del “aire” que las mismas pueden aportar para que siga siendo una comunidad viva y dinámica.

En estos momentos se está a tiempo de actuar. No hacerlo supondría la negación de aquello en lo que se dice creer, la Atención Primaria de Salud y las enfermeras comunitarias.

Hay muchos tipos de “respiradores”. Y los que ahora hacen falta no requieren de tecnología especial, reconversiones o compras que nunca llegan. Los tenemos al alcance y son de una gran calidad.

Como dice Adele[2], “Me encanta escuchar a mi pueblo respirar”.

[1] Poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense (1819 – 1892)

[2] Cantante, compositora y multinstrumentista británica (1988)

DESDE LOS BALCONES

“¿La gente está loca?

No, la gente está manipulada.”

José Luis Sanpedro

Escritor, humanista y economista español. (1917 2013)

 

Desde que empezara la pandemia y se decretase el Estado de Alarma, la población confinada en sus casas decidió de manera libre y voluntaria salir a los balcones a agradecer la labor y entrega de las/os profesionales sanitarias/os, aplaudiendo todos los días.

A los aplausos, posteriormente, también por iniciativa propia, se añadieron las consignas de héroes/heroínas, que se fueron extendiendo a otros colectivos por su dedicación y motivación en actividades tan diversas como transporte, limpieza, distribución de alimentos… y tan necesarias para poder sobrellevar el confinamiento.

Las prórrogas del Estado de Alarma, con su endurecimiento incluido, no supusieron en ningún caso el cese de la puntual cita en los balcones en todos los rincones de nuestra geografía. Si cabe, se redoblaron.

Pero el mantenimiento de una presión asistencial sin precedentes y en condiciones, muchas veces, no tan solo desfavorables, sino perjudiciales para la salud de las/os profesionales, ha ido incorporando, en estos, elementos que van desde el lógico y humano miedo al contagio, hasta el también lógico enfado, por lo que consideran es una dejadez de las/os responsables políticas/os y sanitarias/os, cuando no un desinterés a su integridad física, que no remedian las buenas palabras dichas en las comparecencias públicas o las promesas sistemáticamente incumplidas.

No seré yo, quien desde este Blog ponga, ni quite razón a quienes día a día están jugándose, literalmente, la vida tratando de salvar la de otras personas y cuidando a cuantas lo requieren. Creo que no hay nada que pueda justificar esta falta de respuesta, a lo que es una necesidad vital. No se trata de una reivindicación oportunista, como algunas/os quieren hacer ver, tampoco de una queja sin fundamento, ni tan siquiera de una demanda desproporcionada. Ya no se puede/debe hablar de una situación sobrevenida que ha pillado a todo el mundo desprevenido y sin recursos suficientes para atender la avalancha. Llevamos mes y medio de evolución de la pandemia y la situación, lejos de arreglarse es cada vez más insostenible.

A día de hoy son ya un total de 37.584 las/os profesionales sanitarias/os contagiadas/os, lo que supone el 18,1% del total de casos con PCR+, siendo un claro indicador de que algo no se está haciendo bien o, cuanto menos, no todo lo bien que se debiera. Y no tendría absolutamente ningún sentido, que alguien se adelantase a decir que posiblemente sean las/os propias/os profesionales quienes tienen la culpa de su contagio. Porque es algo que suele ser habitual cuando nadie quiere asumir responsabilidades.

Dicho todo lo cual, considero, sinceramente, que no se trata de señalar a uno/a u otro/a, sino de analizar seriamente qué es lo que está pasando y actuar en consecuencia.

Dejar pasar más tiempo sin hacerlo es, además de una grave irresponsabilidad, que afecta a la salud y la vida de muchas/os profesionales, poner en bandeja de plata la posibilidad de que sea utilizado de manera interesada, partidista o torticera por determinados sectores políticos o sociales, que buscarán la notoriedad, que, no son capaces de alcanzar por méritos propios, como arma arrojadiza contra el Gobierno o las/os responsables de gestionar la crisis pandémica.

Si bien es cierto que es lícito y necesario, que se critique a quien corresponda por una mala gestión en este o cualquier otro sentido, no es menos cierto que la crítica puede realizarse de muy diversas maneras y que, en un momento de tanta tensión e incertidumbre, sería deseable que la citada crítica se transformase en propuestas que facilitasen la solución del problema y no utilizándola como palos para meter en las ruedas de las/os responsables y hacerles caer, sin que realmente se hayan propuesto alternativas y tan solo se lancen acusaciones que en algunos casos, además, están apoyadas en falacias o fundamentos falsos o cuanto menos de una validez científica muy cuestionable.

Lamentablemente se está al acecho de cualquier cuestión que pueda ser utilizada en este sentido, pues hasta las muertes han sido ya esgrimidas como dardos envenenados contra el gobierno y sus colaboradoras/es. Es muy tentadora la utilización de un tema tan sensible en estos momentos como la seguridad de quienes han subido a la consideración de héroes/heroínas, como nueva artillería pesada contra el gobierno. Pero, en su habitual estrategia de acoso y derribo, quienes están altamente preparadas/os en estas lides, al contrario de lo que están para otras más necesarias y útiles, usan a la ciudadanía para que, a través de ella, se amplifique la protesta desde los mismos balcones desde los que se ha estado aplaudiendo a las/os profesionales.

La ciudadanía, en su buena fe de defender a sus nuevas/os ídolos, puede entender que es razonable sustituir los aplausos habituales por un silencio que se ha trasladado como signo de protesta, ante el número insuficiente de equipos de protección o la deficiente calidad de los mismos.

Lo mismo que no tengo nada que objetar a la espontánea manifestación de apoyo a las/os profesionales, aunque ya he expresado en más de una ocasión que ritualizarlo era contradictorio e incluso peligroso, no tendría absolutamente nada que decir si la protesta fuese un acto voluntario ante una situación anómala que se quiere manifestar públicamente por el medio y la forma que se considere y pueda llevarse a cabo. En este caso los balcones de sus propios domicilios.

Pero que se manipule la voluntad de la ciudadanía con intereses espurios y con un manifiesto oportunismo para atacar a quienes en estos momentos deberían estar apoyando, lo que no significa en ningún caso, un respaldo sin condiciones, es, cuanto menos, mezquino y de una inmoralidad que, si no sobrepasa la ética política exigible, al menos, lo hace de manera muy poco o nada estética, que resulta tan necesaria como la primera.

Lo que se está trasladando a través de las tan recurridas, engañosas y peligrosas redes sociales es algo que, en principio, es de justicia, pero que ni se sabe a ciencia cierta quien lo promueve y difunde, ni cuáles son exactamente las protestas que se quieren poner de manifiesto con la modificación de la muestra de agradecimiento habitual. Y, de hecho, ya existen organizaciones que han manifestado de manera pública, clara y rotunda, estar al margen de esta protesta dirigida.

Así pues las cosas, nos encontramos con un panorama que empieza a enturbiarse claramente a nivel político, con amenazas, inicialmente veladas, pero ya manifiestamente visibles y descalificadoras, que tratan de arrastrar a la opinión pública en una dirección u otra para obtener un rédito del que después poder hacer uso.

¿Qué será lo siguiente que se solicite a la ciudadanía que haga? ¿Con qué argumentos tratarán de convencerles de que es importante que se sumen a “su” protesta? ¿Cuánto tardarán en solicitar que se saquen banderas u otros símbolos como forma de reforzar su protesta?

Caer en la trampa de estas/os trepas oportunistas, con mensajes en los que, además, mezclan churras con merinas, tratando de confundir y de alterar el estado de la situación de manera artificial y forzada, es otra forma de contagio como la que nos está confinando. Evidentemente esta otra, no altera nuestro sistema inmunológico, pero claramente trata de modificar nuestra libertad, a través de la anulación del necesario pensamiento crítico, lo que tiene consecuencias gravísimas para nuestra seguridad, bienestar y libertad.

Sería deseable que los balcones siguieran utilizándose como plataformas de agradecimiento, apoyo y reconocimiento sinceros y que fuera de ellos se debatiesen aquellos temas que tengan como objetivo la mejora de las condiciones tanto de las/os trabajadoras/es como de la población en general. Pues como dijera Adlai E. Estevenson[1], “la libertad suena donde las opiniones chocan”.

La desestabilización teledirigida, venga de donde venga, tan solo puede contribuir a un empeoramiento en el abordaje de la pandemia.

Cuando escribo estas líneas, aún no es la hora de la habitual manifestación de aplausos. Por lo tanto, desconozco el alcance de la manipulación. Pero tengo claro que la ciudadanía entenderá que sus balcones, nunca van a ser sucursales de franquicias ideológicas, desde las que alterar el orden de los acontecimientos, desde la mentira y el engaño, utilizando como argumento y como ariete a quienes hay que seguir aplaudiendo, o no. Eso ya es una elección de cada cual.

Por último, decir, para tranquilidad de todas/os, que, para este tipo de contagio, del que hablaba antes, sí que hay vacuna. Se trata de una combinación de información, análisis, reflexión y pensamiento crítico, administrada con respeto. No tiene efectos secundarios y protege 100% contra la manipulación, y el engaño, generando defensas que permiten mantener el criterio, la coherencia y la opinión ante posibles ataques ideológicos.

¡¡¡¡VACÚNATE!!!!

[1] Político estadounidense Congresista por Illinois (1835 – 1914)

LA PANDEMIA A TRAVÉS DE MAFALDA

A mi mayor y única Heroína: Mafalda

           En esta pandemia que, entre otras muchas cosas, se ha empeñado en generar héroes y heroínas que ni lo son, ni lo quieren ser, creo que falta un poco de buen humor. No es que la cosa sea de broma, ni mucho menos, pero siempre he pensado que el rigor no tiene porque estar reñido con el humor. Así pues y de la mano de la que, si que considero una heroína, al menos para mí lo es, voy a tratar de hacer un rápido repaso, lo más riguroso posible, por esta situación de crisis sanitaria, pero también social, económica, educativa, política… apoyándome en las siempre sabias y profundas reflexiones de una niña como Mafalda y de sus leales amigas/os, Susanita, Libertad, Miguelito, Felipe, Manolito, sus padres y su hermano Guille.

Todos identificamos que la pandemia empezó en China. Un país milenario que hasta hace no tanto lo conocíamos por su muralla, su medicina tradicional y por pensadores que nos dejaban proverbios que aparecían en pastelitos o en sobres de azúcar.

Sin embargo, este inmenso país en todos sus aspectos, extensión, población, economía… se convirtió en una potencia mundial en competencia con el siempre omnipresente EEUU. Y en su inmensidad no iba a quedarse atrás tampoco a la hora de tener una epidemia que, finalmente, “exportó” convirtiéndola en pandemia y que algunos quisieron ver en ella una conspiración.

Sin embargo, este inmenso país en todos sus aspectos, extensión, población, economía… se convirtió en una potencia mundial en competencia con el siempre omnipresente EEUU. Y en su inmensidad no iba a quedarse atrás tampoco a la hora de tener una epidemia que, finalmente, “exportó” convirtiéndola en pandemia y que algunos quisieron ver en ella una conspiración.

Pero China queda muy lejos y a pesar de la gravedad de la situación y de su expansión y letalidad, pocos, por no decir nadie, creyeron que su avance traspasara fronteras y llegara hasta nuestros países.

Pero lo que parecía imposible, como suele suceder, se hizo realidad y el virus, al que se bautizó como COVID-19, llegó hasta Europa para “invadir” primero Italia y después España y desde ahí ya indiscriminadamente a otros múltiples países.

En España, a pesar de tener el ejemplo de Italia tan próximo, se reaccionó tarde y las medidas de confinamiento llegaron cuando ya había un gran número de infectados que complicó la situación general y la del sistema sanitario en particular, generando cierta alarma entre la población.

El caso es que el número de infectados fue creciendo de manera creciente y lo que empezaba como una sintomatología similar a una gripe, derivaba en la mayoría de los casos en la infección por coronavirus lo que obligaba al aislamiento domiciliario o los ingresos hospitalarios.

Ante este aumento de contagios se empezaron a imponer medidas de protección, como mascarillas y guantes, así como la higiene personal.

Lo que no impidió que la infección aumentase de manera muy preocupante, sobre todo en aquellas personas que habían entrado en contacto con personas previamente infectadas.

Ante este avance de la pandemia, finalmente se adoptaron medidas de aislamiento que empezaron con el cierre de los centros de enseñanza de todo el país.

Pero casi de manera inmediata y ante el cariz que estaba tomando la situación el gobierno barajó la posibilidad de decretar el Estado de Alarma, lo que suponía el confinamiento de la población en sus casas, pero no sin que previamente existiese un intenso debate en el que diferentes sectores sociales y económicos planteaban sus reservas por las repercusiones que tal decisión tendría en la economía española. El problema estaba en la ausencia casi total de información científica sobre el comportamiento del virus lo que complicaba la toma de decisiones.

Finalmente, el Gobierno tomó la decisión y el 14 de marzo hizo uso de la potestad recogida en la Constitución de decretar el Estado de Alarma por un período de 2 semanas, durante las que tan solo trabajarían los servicios esenciales. Los supermercados y tiendas de alimentación fueron centros de peregrinación de la población para abastecerse de víveres con criterios no siempre muy lógicos.

El Gobierno, mientras tanto, centró toda su atención en hacer frente a la pandemia no siempre con el acierto deseado, aunque había que entender la dificultad de tener que decidir en base a ensayo-error dada la falta de información sobre su evolución.

El confinamiento inicial no detuvo, como era de esperar, la curva ascendente de contagios, ingresos y muertes, lo que generó una gran alarma social que no siempre estuvo adecuadamente modulada por los medios de comunicación.

La pandemia acabó por “intoxicarlo” absolutamente todo y cualquier sector, aspecto, situación… era tamizada por el filtro del coronavirus y sus efectos, invadiendo los medios de comunicación de manera absolutamente exclusiva.

El confinamiento de la población supuso tener que modificar de manera radical las normas y comportamientos de las personas y las familias que tuvieron que aislarse en sus domicilios con claras diferencias en cuanto a los efectos de dicho confinamiento en relación a las condiciones de los hogares.

El tamaño de las casas, sus condiciones de iluminación, ventilación, higiene y el hacinamiento provocaba graves problemas de salud en las familias.

Además de propiciar crisis de relaciones, derivadas de tales condiciones y de un cambio en las mismas al tener que convivir de manera permanente durante tantos días.

Los desplazamientos en cualquier medio de transporte fueron inicialmente restringidos y finalmente anulados para evitar al máximo la propagación del virus.

La situación tuvo inmediatas consecuencias económicas con impacto en las bolsas y en el tejido productivo del país.

El empleo se resintió de manera muy significativa tanto en quienes lo tenían y lo perdieron, como en quienes no lo tenían y veían eliminadas todas las posibilidades de encontrarlo, lo que obligó al gobierno a tomar medidas tendentes a corregir todas estas desigualdades.

Por otra parte, muchas personas sin hogar tuvieron que ser reubicadas en espacios habilitados para ello con el fin de protegerlas a ellas y proteger al reto de la población de posibles contagios.

La pandemia obligó a redoblar los esfuerzos de las/os profesionales sanitarias/os que veían como el sistema sanitario se resentía y se situaba al borde del colapso. Tal actitud hizo que la población empezase a identificarlas/os como héroes/heroínas y a reconocérselo con aplausos diarios desde los balcones del confinamiento.

Como quiera que la situación empeoraba, el gobierno se vio en la necesidad de solicitar, ahora ante el Congreso, prórrogas del Estado de Alarma que fueron aún más restrictivas que la inicial al paralizar todo el sistema productivo en un intento desesperado por cortar el contagio. Pero en esta ocasión, el consenso alcanzado en la primera decisión de aislamiento, empezó a resentirse y los intereses partidistas se impusieron al beneficio general.

La situación que vivía el país y la las consecuencias que la misma esta produciendo en amplios sectores de la sociedad, unido a las discrepancias políticas hacían que la inicial solidaridad empezase a resquebrajarse con cuestionamientos e incluso con argumentos extraídos de los bulos que corrieron como la pólvora en las redes sociales.

A todo este panorama no contribuían determinadas formaciones políticas que radicalizaban su discurso e incluso lanzaban acusaciones muy graves en torno a la culpabilidad por las muertes que se estaban produciendo.

Discursos, por otra parte, que acababan calando en la opinión pública provocando las primeras reacciones en contra del gobierno y sus decisiones, aunque los mismos tuviesen poco o nulo fundamento ni político, ni científico, haciendo uso de los bulos para alimentarlos.

La gravedad en algunos sectores de la población como en las residencias de personas mayores hizo que saltasen las alarmas ante el elevado número de contagios y muertes entre dicha población.

Ante la falta de equipos de protección tanto para profesionales como para la población general y los intentos de algunas personas de hacer negocio de esta situación el gobierno tuvo que fijar precios máximos para tratar de cortar dichas prácticas ilegales.

Las sucesivas prórrogas del Estado de Alarma fueron incorporando nuevas alertas sociales y económicas que repercutían de manera significativa en la población.

La pandemia continuó avanzando y se extendió cada vez por más países, a pesar de que algunos de sus dirigentes hubiesen anunciado que nunca les llegaría.

Una sociedad excesivamente individualista, consumista y de gran competitividad, tuvo que enfrentarse a una situación sobrevenida que sacó lo mejor y lo peor de ella.

La ausencia de tratamientos específicos contra la enfermedad, pero, sobre todo, la falta de una vacuna, se convirtieron en los principales retos a lograr en el menor tiempo posible.

El desánimo entre la población y los profesionales sanitarios era otro de los problemas que debían evitarse, con el fin de mantener una situación lo más equilibrada posible.

Y mientras tanto, los políticos, hacen una utilización descarada de la pandemia en contra del Gobierno y con claros intereses personalistas de sus dirigentes y partidistas de sus formaciones.

Por su parte los medios de comunicación siguen monopolizando la información de la pandemia, no siempre con criterio y mucho menos con el respeto que merece la población a la que va dirigida.

En el resto del mundo las decisiones de los principales dirigentes de países con afectación de la pandemia no siempre siguen criterios de salud pública sino de economía y de intereses comerciales.

En la Comunidad Europea, mientras tanto, los países miembros discuten, entre los del norte y los del sur, para lograr llegar a acuerdos de recuperación económica en un escenario más parecido al de un patio de colegio o el de una bancada de cocina durante la preparación de un pastel.

En este contexto los especialistas, expertos, técnicos… continúan en una constante deriva de planteamientos, propuestas y planes, en contra del COVID-19, sin que lleguen a alcanzar los consensos necesarios.

Y, a pesar, de lo sucedido, o precisamente por lo sucedido seguimos pensando que nada va a poder con nosotros como humanidad y que seremos capaces de afrontar cualquier situación como la pandemia con éxito, sin darnos cuenta que existen otras amenazas que nos acechan y a las que, como al virus, menospreciamos o ignoramos.

En el contaje diario de contagios y muertes se hace permanente referencia a la edad, como si ello fuese una excusa o un motivo de alivio para el resto de ciudadanía que no entra, en principio, en lo que se consideran poblaciones de riesgo.

La evolución de la pandemia no es capaz de transmitir ilusión a la sociedad, que ve como la famosa curva no les permite retomar una normalidad que cada vez añoran y desean más.

El futuro, por lo tanto, es contemplado con cierto pesimismo, tanto por la enfermedad como por los efectos que la misma vaya a tener en la vida de las personas una vez superada la fase de contagio.

Y aunque es de esperar que la situación finalmente se normalice, se tiene la sensación que su duración se prolonga en el tiempo sin que existan indicios claros de un final concreto.

Además de otras muchas consecuencias, esta pandemia nos puede abocar a una mayor despersonalización y cosificación de las personas, si no somos capaces de anteponer las necesidades e identidad de estas a las de otros intereses.

Esperemos que al menos esta crisis sirva para darnos cuenta de nuestra fragilidad y de la necesidad de tener en cuenta el futuro que podemos dejar a generaciones venideras.

Que el sufrimiento y el dolor pasados durante esta pandemia permita que nos demos cuenta que desde el individualismo no seremos capaces nunca de afrontar con éxito situaciones que precisan de la solidaridad de todas/os.

HÉROES/HEROÍNAS SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS DE UN DESPROPÓSITO

A todas/os las/os profesionales de la salud por lo que son y no por lo que se les quiere hacer pasar.

           

La mayoría de los/as héroes/heroínas que el mundo del cómic primero y el del cine después nos han trasladado, fundamentalmente desde los EEUU, tienen ciertas características comunes que, de alguna manera, les arrastra a ser héroes/heroínas, pues realmente no es su intención inicial el serlo.

Existe otra característica común a todos los héroes. Esta, es su género. Realmente, todos los héroes son hombres, cumplen las normas y estándares sociales establecidos y se ajustan a los patrones de belleza y de imagen que establece también la sociedad en la que actúan como tales héroes. Es decir, todos son jóvenes, heterosexuales, moralmente intachables, guapos, altos, fuertes y con cuerpos muy bien moldeados. Las mujeres, en el caso de los héroes, cumplen también los roles sociales que se transmiten a través de las historias. Es decir, jóvenes listas, aunque no siempre inteligentes, guapas, pero cándidas e inocentes que se adaptan al héroe que las corteja o seduce con sus encantos y se limita a sufrir los ataques de los malvados que las utilizan como cebo para atacar a su vez al héroe, que normalmente acaba siempre por salvarlas. Hay que destacar que su condición social y económica suele ser de clase media-baja, lo que les ayuda a disimular sus poderes en un ambiente de trabajo y dedicación familiar. Aunque existe alguna excepción, que les sitúa en una situación de privilegio social y económico que utilizan para compensar su falta de poderes sobrenaturales con inversiones millonarias en instrumentos y complementos que les protejan de su condición mortal.

Son una réplica de los cuentos infantiles de príncipes azules y princesas desdichadas, pero adaptados a los tiempos del culto al cuerpo, la épica, la fuerza y la belleza.

La industria, en un intento por adaptarse a las corrientes feministas, lleva a cabo una réplica mimética de los héroes para presentar a las heroínas que modifican el “man” por el “woman” en un alarde de imaginación y de respeto a las mujeres. En esa réplica, por supuesto, se mantienen los estándares sociales establecidos para las mujeres prototípicas. A saber, guapas, esculturales a la vez que ágiles y fuertes, sensibles, heterosexuales y moralmente intachables, más que sus réplicas masculinas, si cabe. Aunque sus historias, como heroínas, tienen tan poca originalidad como atractivo, al ser miméticas a las de sus réplicas masculinas y estar edulcoradas por su condición femenina.

Otra característica que suelen reunir los héroes es su inadaptación social. Suelen ser personas con graves traumas psicológicos, producto de accidentes o violencia sufrida por sus progenitores o familiares directos. Lo que les convierten en seres resentidos y psicológicamente inestables. Suelen canalizar ese odio a través de la defensa de la ley y la justicia mediante la persecución del mal y de los villanos. Por otra parte, la mayoría de ellos, eran, inicialmente, personas normales, es decir, sin poder alguno, alcanzándolos, por fortuitos accidentes nucleares, estelares, experimentales o por transmisión animal, que les convierten en seres con poderes sobrenaturales, pero que son capaces de sobrellevar, con una aparente vida de normalidad rutinaria y de adaptación social, que no levante sospechas sobre sus poderes. Condición que ocultan mediante disfraces que impiden ser reconocidos y que, a la vez, les identifica como los héroes admirados por la sociedad en general, aunque con serias reservas por parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad que recelan de sus buenas intenciones y que, además, son identificados como una amenaza a sus competencias y un descrédito a su capacidad para mantener un orden que tan solo restablecen los héroes.

En este panorama, por supuesto, los héroes son claramente identificados, reconocidos, admirados y respetados, mientras las heroínas pasan sin pena ni gloria y ni tan siquiera se les conoce por sus nombres.

Pero más allá de estos/as héroes/heroínas del papel y el celuloide, existen otro tipo de héroes o, en este caso, ídolos cuyos poderes no son sobrenaturales, sino que se concentran en el ámbito del poder, la fama y el dinero en contextos normalmente artísticos o deportivos, al margen de cualquier valor cultural, científico o de conocimiento. En estos casos lo que se admira y se persigue imitar es una forma de vida ligada al lujo, la fama y la gloria, en la que los condicionamientos éticos, morales o de normas sociales no son necesarios, pues, lo que realmente prevalece es el poder que les otorga el dinero. Aunque si que se existe un claro patrón de comportamiento sexual ligado al género, en el que cualquier otra condición que no sea la heterosexual dominante es radicalmente ocultada y rechazada, al menos, públicamente.

En este caso, también, los ídolos masculinos eclipsan a posibles ídolos femeninos que practicando idénticas actividades tienen mucha menor aceptación, seguimiento y reverencia, quedando en un plano subsidiario, suplementario o residual con poco o nulo impacto mediático y social. Como sucede con sus sus compañeros, ellas deben seguir los patrones sexuales de comportamiento heterosexual, aunque en su caso, añaden un componente claro de objetos sexuales que se asimila al que cumple socialmente la mujer en general, a pesar de la hipócrita actitud de respeto que se quiere trasladar por parte de una sociedad todavía claramente patriarcal y machista.

Por otra parte, tanto héroes/heroínas como ídolos no requieren de conocimientos, ni preparación especial, pudiendo ser incluso ignorantes absolutos, lo que les otorga un valor añadido al logrado sin necesidad de más esfuerzo que el que les otorga su virtuosismo en un determinado ámbito o sus poderes sobrenaturales.

Con este patrón de héroes/heroínas e ídolos, la pandemia que estamos padeciendo ha contribuido a que la sociedad haya querido asimilar a las/os profesionales sanitarias/os, entre otras/os profesionales, a la condición de héroes/heroínas.

Y esta buena intención inicial de querer ensalzar a las/os profesionales a una condición que ni tienen, ni han solicitado, ni quieren, les sitúa en una posición de indefensión, pero también de fragilidad ante los múltiples riesgos, que la propia pandemia y sus efectos colaterales, les generan diariamente.

Las/os profesionales sanitarias/os no son y nunca lo han sido, héroes/heroínas, ni ídolos.

No tienen poderes sobrenaturales adquiridos por radiaciones nucleares, aunque a veces las reciban, ni por efectos estelares de otros planetas porque todas/os ellas/os son humanas/os, ni por efecto del ataque de algún animal que les haya contagiado sus condiciones o características propias.

No cumplen, en general, los patrones de belleza y condición física que ostentan los/héroes/heroínas, e incluso se apartan de ellos de manera muy clara.

Tienen comportamientos sexuales muy diversos que no esconden y de los que, en general, no se avergüenzan, asumiéndolos con naturalidad y respeto hacia cualquier otro comportamiento diferente al suyo.

No cumplen con estándares sociales ni morales preestablecidos o normativizados, formando parte de una población heterogénea.

No son inadaptadas/os sociales que les hagan reaccionar de manera especial ante el afrontamiento que, como profesionales, tienen que hacer ante la múltiple variedad de problemas de salud que se les presentan.

No necesitan ocultar su identidad con disfraces que aumenten sus poderes sobrenaturales, porque ni tienen dichos poderes, ni sus batas potencian absolutamente nada, más allá de ser una vestimenta que les identifica como sanitarias/os.

Configuran una población diversa en cuanto a edad, condición social, sexo… lo que les aleja del patrón de héroe/heroína o ídolo.

No son, en su inmensa mayoría, famosas/os, ni ricas/os, ni tienen notoriedad más allá, en todo caso, de su ámbito profesional.

No son objeto de admiración permanente y de réplica de sus imágenes en pósters, cromos, pegatinas… asumiendo su actividad diaria desde el anonimato y la naturalidad.

Están sujetos, permanentemente, al juicio por sus actuaciones y las consecuencias que de las mismas puedan derivarse.

En ocasiones, son objeto de rechazo cuando se les identifica y señala como posibles “contagiadores” a los que hay que mantener a distancia.

Padecen del mal del conocimiento y del saber, que adquieren a través de una clara adicción al aprendizaje y la formación continua.

Tienen la mala costumbre de investigar para avanzar y mejorar en aquello que mejor saben hacer, es decir, cuidar y si se puede curar.

No son objeto de entrevistas, sesiones fotográficas o reclamos publicitarios.

Son mortales como cualquier otra persona y se contagian y mueren al exponerse a los riesgos incluso en mayor proporción que el resto de la población al no contar con los recursos necesarios.

Tan solo hay una característica que comparten con los/as héroes/heroínas e ídolos, que es la clara discriminación existente en función del género. De tal manera que nos encontramos con que prevalecen los médicos, aunque ya el número de médicas sea superior. Que se invisibiliza a las enfermeras bajo el manto de su profesión/disciplina, Enfermería, o se masculiniza la identificación como enfermeros a pesar de que estos son una clara minoría. Se habla de celadores, administrativos, trabajadores sociales…  masculinizando a “héroes” tan solo. No se les identifica por sus nombres y quedan desdibujadas en una genérica y también masculina denominación de profesionales sanitarios.

Como en los cuentos infantiles y en los cómics o películas se conoce el nombre del príncipe, pero no el de la princesa, que, con serlo, parece que ya es suficiente, o el del héroe, pero no la heroína, o el del ídolo masculino, pero no el de su homóloga femenina. Todo un alarde de inclusión y respeto

Cuando todo esto acabe, que acabará, ningún/a niño/a cambiará el póster de su habitación, o los cromos de su colección o las pegatinas de sus carpetas, de su héroe/heroína o ídolo habitual, por el de un/a supuesto/a héroe/heroína de nuevo cuño que es enfermera, médico, auxiliar, científica/o… Básicamente porque no son tales héroes/heroínas. Pero también porque la memoria social tiene muy poco recorrido y resetea la información con suma facilidad, incorporando idénticos iconos a los que admiraba antes de la pandemia. Olvidará no tan solo a los héroes/heroínas a los/as que aplaudía diariamente, sino a lo que son y representan como profesionales sanitarias/os comprometidas/os con su profesión y con la población a la que han atendido, antes, ahora y siempre.

A las/os héroes/heroínas e ídolos les seguirán aumentando sus ya abultados sueldos y sus condiciones laborales para que puedan seguir manteniendo su fama, su poder y su prestigio. A los/as extintos/as héroes/heroínas se les seguirá regateando cualquier mejora tanto profesional como de condiciones de trabajo.

Esta es la realidad, no la disfracemos de una heroicidad artificial que tan solo logra enmascarar las vergüenzas de quienes deberían otorgarles la dignidad, el respeto y el reconocimiento que merecen más allá de los balcones o los atriles con micrófono.

DÍA DEL LIBRO. Aportación a la Enfermería

Ayer se celebró el día del libro. Una celebración que, como cualquier otra en estos tiempos de crisis sanitaria, impidió compartirla en las calles, librerías, cafés… teniéndonos que conformar con hacerlo en casa, en el mejor de los casos, pues muchas/os profesionales tuvieron que continuar escribiendo nuevas páginas de valor, entrega, motivación, riesgo, responsabilidad… en este libro vivencial de la pandemia que todos debiéramos recordar una vez se supere.

En este calendario repleto de celebraciones, entre las que hay algunas trascendentes, otras necesarias, algunas interesantes y otras tantas totalmente prescindibles, la del libro, sin duda, forma parte de las primeras.

Sin el libro, en genérico, nada o casi nada de lo que somos, hacemos, sabemos, disfrutamos… sería posible. Ni tan siquiera en la era de internet, de las redes sociales y de los espacios virtuales, el libro ha perdido su protagonismo y su importancia. Sigue siendo insustituible, a pesar de los intentos realizados hasta ahora.

Posiblemente, la pandemia, que tanto daño está haciendo, haya propiciado que la ciudadanía confinada en sus casas haya podido leer más o incluso que quien no lo hiciese habitualmente haya adquirido el saludable hábito de hacerlo.

Pero más allá de esta celebración y de los virtuales envíos masivos de felicitaciones por ello, al igual que de rosas convertidas en bits navegando por el ciberespacio, esta celebración, nos permite recordar la importancia que los libros han tenido, tienen y tendrán en la formación, la educación y el aprendizaje en general y en el de la Enfermería en particular.

A pesar, de que los primeros libros que se utilizaron en el proceso de enseñanza – aprendizaje de la enfermería no fueron escritos por enfermeras y que, por tanto, no se hablaba en ellos de enfermería, sino de medicina para enfermeras, bueno, realmente de medicina para enfermeras con el fin de ayudar a los médicos. Lo que, por otra parte, obedecía claramente a la denominación que se nos impuso para ocultar nuestra verdadera identidad como enfermeras, es decir, Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS). Ayudantes de otros, Técnicos para encadenarnos a la rutina de la técnica y no del pensamiento y Sanitarios, para circunscribirlo a un ámbito muy concreto de asistencia que no de atención, donde no existían los cuidados. Siglas que nos han perseguido hasta nuestros días en un en un placaje impecable que ha supuesto un pesado lastre para nuestro desarrollo disciplinar y profesional.

Algunas de las “joyas” que aparecían en estos textos, dan cumplida muestra de lo que se perseguía en esta formación, a través de estos libros que, desde luego, no merecen ser celebrados, pero si recordados como muestra de lo que nunca debió ser, pero fue y de lo que nunca debe volver a ser, aunque algunas/os lo desearían.

“Es la reverencia que un inferior debe tener a su superior. Ahora bien, el médico, es superior del ATS por dignidad y por ciencia, y por ambos motivos debe respetarle (…), siendo indulgente con sus derechos humanos y profesionales, defendiéndoles siempre ante los demás, enfermo o no enfermo, llegado el caso de proposiciones menos rectas, negarse rotundamente con muchísimo respeto”[1]

“El médico prescribe, dirige el plan; el ATS ejecuta lo mandado”[2]

“Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales”[3]

“Profesión femenina por esencia, porque femeninas son las cualidades necesarias para que sea la fiel imagen que de ella tiene el mundo” [4]

Y, es que como decía H.L. Mencken[5], estos libros debieron situarse entre “aquellos que nadie lee y los que nadie debería leer”, pero que lamentablemente nos hacían, no tan solo leer, sino aprender para poder ser ATS. Titulación “Frankenstein” que suponía unificar las titulaciones de practicante, matrona y enfermera, en un engendro que anulaba lo mejor de cada una de ellas, para obtener un “producto” que sirviera a los intereses corporativos de sus creadores. Que para rematar el invento plantearon una formación diferenciada entre hombres y mujeres, recayendo, la de mujeres, fundamentalmente en órdenes religiosas, en algunas de las cuales se establecía la siguiente regla nemotécnica para que quedase meridianamente claro lo que debía ser una enfermera (ATS):

Dócil

Inocente

Obediente

Sumisa

 

Los hombres, por su parte, reforzaban claramente su destreza técnica, abandonando cualquier atisbo de cuidado.

Tras muchos años con este tipo de “enseñanzas” y, por qué no decirlo, manipulaciones, la entrada en la universidad nos permitió tener libros escritos por enfermeras hablando y enseñando, enfermería. Además, de acceder a literatura científica que hasta entonces había estado oculta para las enfermeras. Porque lo que se pretendió es que fuésemos fieles servidoras y que pensásemos poco, para evitar que pudiésemos hacer lo que decía Jules Renard[6], que “cuanto más se lee, menos se imita”. Por eso nos limitaban los textos en los que pudiésemos aprender y dejar de imitar. Además, ya decía D. Enrique Tierno Galván[7] que “que cuantos más libros, más libres”, y libres precisamente es lo que no querían que fuésemos. Así que muy pocos libros y siempre ajustados a lo que se quería fuesen las/os ATS, según quienes los escribían con clarísima intención de adiestrar que no de enseñar.

Pero, cuando descubrimos que existía un conocimiento, paradigma, teorías, fundamentos, cuidados… propios, a través de los libros y de otras publicaciones, empezamos a darnos cuenta de la importancia de ser enfermera. Aunque ya se encargaron de enmascarar, de nuevo, nuestra identidad, bajo otro acrónimo indescifrable para la sociedad, DUE, que prefirió seguir llamándonos ATS, lo que contribuía de manera significativa a ocultar nuestra verdadera identidad enfermera.

Pero, como quiera que tal como planteaba William Somerset Maugham[8] “la lectura no da al hombre sabiduría; sino que le da conocimientos”, empezamos a construir conocimiento propio a través de la lectura que nos permitiera conducir nuestro propio destino, ya que como decía Santa Teresa de Jesús[9], “lee y conducirás, no leas y serás conducido”.

Porque, realmente, de lo que se trataba era de poder fundamentar nuestra disciplina y su trasvase a la profesión, a través de un aprendizaje metódico que nos permitiera no tan solo aprender sino también aprehender, de tal manera que pudiésemos ordenar y equilibrar nuestro desarrollo científico – profesional, pues ya Confucio[10] afirmaba que “el leer sin pensar nos hace una mente desordenada y el pensar sin leer nos hace desequilibrados” o como dijera Edmund Burke[11] que “leer sin reflexionar es como comer sin digerir”

Con un bagaje de conocimiento y de saber mucho mayores, que nos daban capacidad de construir ciencia, pudimos avanzar a pesar de las dificultades que seguían existiendo para ello y que nos impedían acceder al máximo nivel académico desde nuestra propia titulación.

Sin embargo, finalmente, logramos el objetivo de desarrollarnos plenamente en el ámbito de la universidad, accediendo al doctorado a través de los libros, porque siempre entendimos, como Ernst Wiechert[12] que “los libros no hacían daño a nadie; ya que un libro no es ni una ley ni un veredicto” que pudiesen limitar o encasillar nuestro futuro, sino los puentes que nos permitirían cruzar las barreras que nos impedían acceder a él.

Conseguido el objetivo académico nos queda poder hacer el trasvase al ámbito de la atención, de tal manera, que el conocimiento generado a través de los libros nos permita también alcanzar el desarrollo profesional que nos corresponde. Para ello es importante, entre otras cosas, que, parafraseando a James Rusell Lowell[13], entendiésemos que “los libros son abejas que transportan el polen de la sabiduría de una mente a otra”, de tal manera que la ciencia enfermera pueda ir extendiéndose y creciendo en cualquier ámbito o contexto, para evitar la anorexia intelectual que nos arrastre a la confusión, ya que como decía Miguel de Unamuno[14], “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”, por lo que hay que incorporar el saludable hábito de la lectura para evitar, tal como afirmaba Mario Quintana[15] que “los verdaderos analfabetos sean los que aprendieron a leer y no leen”.

Finalmente, como dejara patente Ricardo de León[16]  “los libros enseñan a pensar, y el pensamiento te hace libre”. Libertad que resulta imprescindible para poder elegir qué, cómo, cuándo y dónde en nuestro camino de desarrollo y construcción de la ciencia enfermera desde la responsabilidad y el conocimiento, imprescindibles para lograr la capacidad de decisión que nos haga dueños de nuestro destino, sin depender de lo que otras/os decidan por nosotras.

Porque finalmente los libros nos señalan el verdadero camino para reflexionar, analizar y discernir y no pueden ser sustituidos por otros medios que, teniendo su utilidad, no tienen la capacidad de enseñar y de que nosotras aprendamos, pues aproximándome a lo escrito por Oscar Wilde[17] “la diferencia entre ciencia y periodismo, es que el periodismo es ilegible y la ciencia no es leída”. Por eso resulta tan necesario que, como enfermeras, con independencia de en que ámbito desarrollemos nuestra actividad, seamos capaces de trasladar a las nuevas generaciones lo que Jules P. Levallois[18] planteaba al decir que “hay una cosa que os guardará de las deducciones y de las tentaciones mejor que las más sabias máximas: una buena biblioteca”.

Así pues, las enfermeras debemos celebrar este día del libro, aunque yo lo haga con retraso, por haber sido nuestro principal apoyo y baluarte para alcanzar unas metas que tan solo hace unos años hubiesen sido totalmente impensables, cuando no utópicas, como posiblemente haya sucedido con esta pandemia que nos acosa y que nadie fue capaz de prever y nadie esperaba que sucediese, posiblemente porque hayamos dejado de leer libros y nos creamos tan superiores que no identifiquemos los peligros que nos acechan.

En cualquier caso, en estos días de confinamiento creo que sería bueno que hiciésemos caso a un pensador y humorista, porque el rigor nunca tiene porque estar reñido con el humor, como Groucho Marx[19], cuando decía “encuentro la televisión muy educativa- Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y aprendo de un libro”

 

[1] P. CASTAÑEDA y A. PÉREZ, «Moral profesional», en Tratado del ayudante de medicina y cirugía, op. cit., vol. I, p. 83.

[2] J. REY, Moral profesional del ATS (Santander: Sal Terrae, circa, 1950), p. 119.

[3] P. CASTAÑEDA y A. PÉREZ, Moral profesional, en Tratado del ayudante de medicina y cirugía op. cit., pp. 82-83.

[4] J. M. CAÑADELL, «Idoneidad, conocimientos y destrezas», Pamplona: Eunsa, 1975, p. 32.

[5] Periodista, editor y crítico social, norteamericano, conocido como el «Sabio de Baltimore» (1880-1956)

[6] Escritor, poeta, dramaturgo, crítico literario y de teatro francés (1864 – 1910)

[7] Político, sociólogo, jurista y ensayista español, alcalde de Madrid entre 1979 y 1986.

[8] Escritor británico (1874 – 1965)

[9] Monja, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos (1515 – 1582)

[10] Pensador chino cuya doctrina recibe el nombre de confucianismo (551 ac – 479 ac)

[11] Diputado en la Cámara de los Comunes dentro de los Old Whigs (1729 – 1797)

[12] Maestro, poeta y escritor alemán (1887 – 1950)

[13] Poeta, crítico, editor y diplomático estadounidense, del movimiento romántico (1819-1891).

[14] Escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98 (1864 – 1936)

[15] Poetbrasileño (1906 – 1994)

[16] Novelista y poeta español (1877 – 1942).

[17] Escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés (1854 – 1900)

[18] Hombre de letras francés Secretario de Sainte-Beuve desde 1855 a 1859 (1829 – 1903)

[19] Actor, humorista y escritor estadounidense (1890 – 1977)

GLOBALIZACIÓN Y PANDEMA ENFERMERA

La pandemia, por propia definición, lleva implícita la globalización. Es decir, se trata de un proceso que se plantea desde una perspectiva global o universal.

Una situación de crisis sanitaria y de salud como la generada por el COVID-19, ha obligado, no tan solo, a los sistemas sanitarios a responder con todos sus recursos tecnológicos, de infraestructuras y de organización, sino que sus profesionales, de una manera abrupta y sobrevenida, han tenido que afrontar las consecuencias de su letal virulencia. Todo esto, sin contar con la información científica concreta de cómo, dónde ni con qué hacerlo. Se ha actuado, en muchas ocasiones, en base a respuestas de ensayo error, lo que, sin duda, dificultaba, tanto la prestación de atención a las personas y sus familias, como a la propia seguridad de las/os profesionales.

Al desconocimiento sobre cómo actuaba el COVID-19, se añadían las conjeturas, las suposiciones, las propuestas sin fundamento… que llegaban por todos lados de supuestas/os expertas/os, lo que provocaba aún más confusión e incertidumbre si cabe. Y en algunos países, dicha confusión, contaba con la inestimable colaboración de unos líderes prepotentes, egocéntricos, ignorantes y, lo que es peor, que desprecian al pueblo al que dicen representar, cuando realmente, tan solo se aprovechan de él.

Dicho estado de shok, lo sufrían también quienes tenían que tomar decisiones rápidas ante el avance de la pandemia para tratar de contenerlo y así mismo, se trasladaba a la ciudadanía, decretando un Estado de alarma que la confinaba en sus casas y paralizaba al país.

En este escenario, las/os profesionales pasaron a ser el centro de todas las miradas y también de todos los agradecimientos por su respuesta de entrega y la exposición a un riesgo que las cifras de contagios y muertes se encargarían posteriormente de acreditar.

Pero esta situación, esbozada de manera muy general, no es exclusiva de España. La globalización a la que aludía al principio, no tan solo globaliza la enfermedad y sus consecuencias, sino que también lo hace con relación a aspectos como, por ejemplo, la actuación profesional.

En el año de las enfermeras y las matronas declarado por la OMS, ha irrumpido este virus y ha logrado que la atención se desviase por completo de esta celebración. Sin embargo, lo que no ha conseguido el virus, sino todo lo contrario, es impedir que las enfermeras se visibilizasen como nunca antes lo habían hecho y que la sociedad empezase a identificar el verdadero valor que las mismas tienen y que tan oculto ha estado. Y todo ello, a pesar, de muchos medios de comunicación que siguen anulando, estereotipando, ignorando, cuando no manipulando, su acción, a través de informaciones tendenciosas, tópicas y sin criterio que confunden a la población, tal como ya he recogido en alguna de mis anteriores entradas. A lo que hay que añadir la apuesta decidida de las/os decisoras/es políticas/os por seguir ofreciendo un discurso demagógico y falso en el que por un lado halagan a las/os profesionales, pero por otro, ignoran a las enfermeras cuando hay que incorporar expertas/os que decidan sobre aspectos fundamentales en la gestión de la pandemia.

Y dentro de esa actuación profesional está la llevada a cabo por las enfermeras. Pero no tan solo de este país, sino de todos aquellos en los que el COVID-19 ha entrado arrasando y generando sufrimiento, dolor y muerte.

Tanto el año de las enfermeras y las matronas, como la identificación de su aportación es algo que se está replicando en todo el mundo, desde China a Corea, Italia, España, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, Brasil, Ecuador, Argentina, Chile, Colombia, Perú, México… Las enfermeras están siendo clave en la atención del coronavirus.

Es cierto, que la diversidad de contextos, de planes de estudios, de niveles académicos, de desarrollo profesional y científico, impiden comparar de manera exhaustiva y precisa la actuación de las enfermeras e incluso su percepción sobre la pandemia. Pero hay una cosa que no nos diferencia, ni distancia, ni discrimina. Todas somos enfermeras y esa identificación, por encima de cualquier otra diferencia, nos permite tener una clara visión de cuál es nuestra competencia de cara a prestar cuidados a una población que los precisa más que nunca y que, además, los precisará una vez superadas las primeras fases de la pandemia, como efecto de la misma en las poblaciones, sobre todo, aquellas más vulneradas y frágiles.

Es por ello que dudo que el movimiento Nursing Now, hubiese tenido mayor fuerza de identificación, referencia, identidad, posicionamiento, valoración, orgullo… que el que nos está dando el afrontamiento a la Pandemia. Porque si algo tenemos en común las enfermeras de todo el mundo, por encima de cualquier diferencia de idioma, escenario, contexto, organización… es el valor que damos a los cuidados enfermeros como respuesta a los problemas de salud y a las necesidades humanas a través de nuestros cuidados profesionales, que variarán en cuanto a las organizaciones en donde se presten, las legislaciones que los regulen o las personas a las que se atienda, siempre nos identificarán como enfermeras. Otra cuestión, bien diferente, es como nos valoran, nos identifican y nos respetan. Pero esto es algo en lo que debemos trabajar nosotras como enfermeras. No debemos esperar que sean otros/as quienes lo cambien, aunque no dependa directamente de nosotras la decisión. Porque lo que sí que depende de nosotras, es la determinación para que dicha decisión se lleve a cabo y podamos situarnos en el lugar que nos corresponde.

Las enfermeras, por lo tanto, debemos aprovechar esta situación global para, por una parte, dar lo mejor de nosotras mismas y demostrar a la sociedad la importancia de nuestros cuidados profesionales, singulares, específicos, cercanos y humanistas e insustituibles, los prestemos donde los prestemos. Y por otra para lograr establecer vínculos, redes, conexiones, alianzas… que nos permitan compartir experiencias, vivencias, conocimientos, problemas, dificultades… para hacer abordajes integrales y globales relacionados con nuestra profesión y su desarrollo.

En este mundo globalizado que nos presenta retos como la pandemia, debemos mostrar nuestra mejor disposición para aprovechar, el que la globalización, nos permite generar respuestas de crecimiento, entendimiento y posicionamiento igualmente globales.

Pero para ello debemos, globalmente también, abandonar paradigmas que no nos son propios y desde los que no va a ser posible desarrollar nuestras capacidades, aptitudes y competencias, sino hacerlas subsidiarias de otras disciplinas a través de la tecnología y la técnica que nos deslumbra y atrapa, haciéndonos olvidar nuestra concepción cuidadora. Debemos, por el contrario, situarnos en nuestro paradigma enfermero, que existe, que no hay que inventar, para potenciar nuestra aportación específica.

Esta migración, necesaria, no significa en ningún caso que se tenga que abandonar la práctica de la técnica o la utilización de la tecnología, sino hacerlas compatibles con el cuidado para enriquecerlas, darles sentido y humanizarlas. Lo contrario, nos convertirá en meros técnicos a través de la práctica tecnológica, que nos paraliza, distorsiona y desvaloriza como enfermeras.

La técnica, por difícil que sea, es una cuestión de rutina que acaba por interiorizarse y mecanizarse en una práctica, con independencia de la persona que tengamos delante. El cuidado, sin embargo, es único e individual para cada persona y resulta imposible, mecanizarlo, estandarizarlo o establecerlo como una rutina. Al refugiarnos en la técnica estamos renunciando a nuestra identidad enfermera en favor de la seguridad y la zona de confort que nos ofrece. El cuidado, sin embargo, nos sitúa en una dimensión en la que debemos afrontar tantas posibilidades de respuesta como personas atendamos. Esta es la gran dificultad de ser enfermera, pero también la grandeza se serlo y sentirse como tal.

La pobreza, la desigualdad, la inequidad, la educación, la soledad, la fragilidad, la vulnerabilidad… son problemas que las enfermeras de todo el mundo debemos abordar como generadoras de enfermedad que son. Es en ese ámbito, donde nuestro cuidado debe dar respuestas consensuadas con las poblaciones que las demandan y para generar espacios saludables que permitan generar y promocionar la salud individual y colectiva. Con independencia de que tengamos que incorporar la técnica, la clínica o la tecnología, el cuidado enfermero, es el que debe ser identificado como indispensable. No porque sea una opción, sino porque es una obligación. Y siempre buscando ser una referencia para las personas, las familias y la comunidad y no una interferencia que dificulte su crecimiento y autonomía.

Este debe ser el punto de inflexión global desde el que nos situemos todas las enfermeras del mundo. Planteando estrategias de intervenciones cuidadoras fundamentadas en pruebas científicas que nos permitan responder a los permanentes intentos de racionar en lugar de racionalizar las plantillas. Que nos habilite para tener discursos coherentes y relacionados con la salud global. Que nos sitúe como referentes indiscutibles de los cuidados enfermeros y de su trascendencia para mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad. Que canalice las acciones tendentes a mejorar nuestro desarrollo científico-profesional. Que dejemos de ser identificadas como elemento auxiliar de nadie ni de nada, para pasar a ser responsables en la toma de decisiones en cualquier nivel de las administraciones u organizaciones. Que consigamos que nuestra aportación sea visibilizada y valorada por encima de cualquier intento de ocultación. Que nuestro aprendizaje, nuestro saber y nuestra experiencia, sea considerado con idéntico criterio que los de cualquier otra disciplina/profesión. Que podamos acceder a cualquier puesto en base a criterios de capacidad y mérito en igualdad con otras/os profesionales. Que dejemos de ser consideradas una mera anécdota, una excusa, una asesora, una acompañante, pera pasar a tener el protagonismo que nos corresponde de manera autónoma…

Pero no quisiera que esto que planteo se considerase tan solo como una ensoñación o un discurso complaciente, sino como una realidad posible. Porque tal como ya dijera Don Quijote, “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura, ni utopía, si no justicia”. Y cambiar la enfermería y las enfermeras globalmente tampoco debe ser considerado como una locura, ni una utopía, si no como una justicia que nos corresponde perseguir y alcanzar.

No sé Nursing Now lo que nos hubiese podido aportar en este año de las enfermeras y las matronas. Pero estoy convencido de que la pandemia del COVID-19, puede y debe ser un punto de inflexión y una palanca de impulso para nuestro avance y cohesión a nivel global.

Generemos pues la pandemia enfermera que permita contagiar al mundo de los cuidados enfermeros. No habrá mejor vacuna para la salud global que la inmunización alcanzada a través de dicho contagio, por muy paradójico o contradictorio que pueda parecer.

INDIVIDUALISMO, ENFERMERÍA Y PANDEMIA

Esta pandemia ha hecho que nos tengamos que refugiar en nuestras casas y limitar al máximo las relaciones y los contactos.

Sin duda, esta medida se ha tomado para defender nuestra salud del ataque del COVID-19, pero al mismo tiempo está suponiendo un ataque a nuestra necesaria relación como seres sociales que somos, a pesar de que nosotros mismos fuimos los encargados de provocar una egoísta generación del yo, de la que ahora empezamos a ser conscientes de sus consecuencias.

Las normas y valores de nuestra sociedad han ido evolucionando y cambiando los comportamientos, las relaciones, los sentimientos y las emociones que se generaban en torno a nuestra interacción colectiva. Pasamos de una sociedad con redes muy conectadas de solidaridad, compromiso, implicación… coincidiendo con escenarios muy diferentes a los actuales, con clara influencia en las relaciones, a una sociedad absorta en el individualismo, la alta competencia, el aislamiento emocional… que sin duda configuran contextos de realidades diferentes cuando no encontradas con las de hace relativamente poco tiempo. Cambios que coinciden, o que tienen, como consecuencia de los mimos, importantes modificaciones en la estructura familiar, en los roles sociales, en la libertad, en la tecnología, en la independencia e interdependencia entre grupos sociales… lo que se traslada al comportamiento colectivo y configura nuevas formas de relación y comunicación.

A pesar de las evidentes diferencias, sin embargo, prevalecen aspectos culturales y educacionales que siguen marcando de manera significativa los comportamientos y las relaciones, como si formasen parte de nuestro ADN como ciudadanas/os y que se ven, en mayor o menor medida, influenciados por poderes mediáticos, sociales, religiosos… que modulan dichos comportamientos adaptándolos al nuevo contexto y haciendo que prevalezcan a pesar de los aparentes cambios generados. Así pues, el machismo, el paternalismo, la tradición religiosa… siguen presentes en una sociedad supuestamente más tolerante, abierta, respetuosa, libre… aunque posiblemente tales actitudes tan solo actúen como imaginarios velos que ocultan esa “nueva” realidad.

En cualquier caso, no trato de plantear comparación alguna entre ambos periodos temporales y sus formas de manifestarse socialmente. Tan solo pretendo establecer una referencia que nos permita reflexionar sobre el individualismo que vivimos y que en muchas ocasiones es utilizado para medrar a expensas de la propia sociedad. Individualismo que acaba siendo una exageración minimalista de nuestra propia existencia, lo que nos permite identificar conexiones entre nuestro comportamiento y el arte, por ejemplo.

En este individualismo que nos atrapa y del que nos resistimos a escapar, al encontrar un refugio de cierto bienestar y seguridad, estalla la pandemia del COVID-19 que, como decía, nos obliga a recluirnos en y con nosotros mismos. Y desde ese aislamiento forzado nos damos cuenta de lo importante que resultan las relaciones interpersonales, la solidaridad, la ayuda desinteresada, el esfuerzo compartido, las palabras sinceras y sencillas, el valor de los gestos, la energía que traslada un abrazo… a todo lo que, ahora que quisiéramos, no podemos acceder y cuando lo teníamos a nuestro alcance no supimos disfrutar.

Pero dicho individualismo, además, trasciende del ámbito personal y se asienta en cualquier estructura social, desde la familia a la más amplia que podamos imaginar, con independencia del número de personas que la compongan. Porque no se trata tanto del sumatorio de personas como de la individualidad del comportamiento que trasciende al grupo.

Un individualismo, maquillado con manifestaciones superficiales y falsas, que no son capaces de ocultar el egoísmo que trasciende y que supone un caldo de cultivo del que se enriquece el poder egocéntrico, para de forma arrogante, e incluso a veces violenta -no necesariamente física-, tratar de colonizar espacios de pensamiento y libertad a través de actitudes competitivas que persiguen alcanzar a cualquier precio los intereses individuales en contraposición a los objetivos comunes y compartidos.

No sé, si como se está repitiendo, el confinamiento y la propia pandemia configurarán una nueva realidad a la que deberemos dar respuesta desde otro posicionamiento personal y colectivo, o si tan solo se trata de una forma de afrontar el confinamiento con propósitos de enmienda que se sabe no irán más allá de dicho propósito, dada la capacidad que la sociedad tiene de olvido o de borrado intencional de la memoria, como si nada hubiese ocurrido.

En cualquier caso y ya situándome en la realidad enfermera más próxima, me gustaría reflexionar sobre dos aspectos sobre los que considero que el individualismo está influyendo de manera muy significativa.

Por una parte, desde esa perspectiva de egoísmo del que hablaba, somos incapaces de identificar y valorar, en su justa y necesaria medida, a nuestras/os referentes profesionales o disciplinares. Es una constante el desprecio que hacemos a la aportación que muchas enfermeras realizan en beneficio del desarrollo enfermero, ignorando o criticando, muchas veces sin mayor fundamento que el descrédito gratuito, a quienes se implican en dicho desarrollo. De tal manera que resulta prácticamente imposible que las nuevas generaciones de enfermeras incorporen en su memoria a dichas/os referentes.

Como decía Jean Cocteau[1], “vivimos en una época de tal individualismo que ya no se habla nunca de discípulos; se habla de ladrones”. Ladrones a quienes no les mueve otra cosa que no sea el medrar o alcanzar una fama tan artificial como efímera al sustentarse en la rivalidad y la competencia agresiva y violenta, que desplace o anule a quien se considera un enemigo en lugar de un/a maestro/a o referente, robando si hace falta su singular aportación científica, disciplinar o profesional para hacerla suya. Esta pobreza de reconocimiento individual y el permanente acto de sustracción intelectual, trasciende al colectivo empobreciéndolo e impidiendo que se nutra de sus mejores referentes. A ello, sin duda, contribuye, en gran medida, el contexto mercantilista, egoísta, envidioso y competitivo en el que se establecen las relaciones de desarrollo académico, profesional e investigador y del que tan difícil resulta escapar si lo que se pretende es el logro de la fama. y la inmediatez que platea la sociedad actual.

La ausencia de referentes, por tanto, acaba por generar movimientos de rebaño en los que no se sabe bien a dónde se va, pero en los que la trashumancia permite, al menos, el alimento para subsistir, aunque sea de manera totalmente dirigida y alienada en hospitales, centros de salud u otros servicios en los que hacer lo que siempre se ha hecho, sin pensar demasiado en si está bien o mal. Lo importante es repetirlo como forma de convertirlo en lo correcto.

Y a pesar de todo ello, existen excelentes enfermeras que luchan, trabajan, se esfuerzan, comparten, participan, colaboran… por lograr una mejor posición de la Enfermería y de las enfermeras en cualquiera de los ámbitos en donde desarrollan su actividad. Por lo tanto, no es que no existan referentes sino que no se reconozcan y valoren.

El segundo especto sobre el que considero está influyendo el individualismo en enfermería es el que tiene relación con las organizaciones enfermeras en sus muy diversas configuraciones. Colegios Profesionales, Sociedades Científicas, Sindicatos, Academias Científicas… con muy diversas competencias, pero también con intereses muy concretos, en base a los cuales, en muchas ocasiones, se establecen luchas de poder que impiden trasladar una imagen de cohesión y bien común, al instalarse el individualismo desde ese planteamiento corporativista que no corporativo.

            No es identificado en igual medida lo que puedan aportar como valor, tanto al colectivo que dicen representar, como a la sociedad a la que, teóricamente, se quiere beneficiar, como, realmente, acotar espacios de poder desde los que posicionarse y crecer individualmente, aunque paradójicamente sea a través de agrupaciones colectivas.

            Importan más las siglas, posicionarse, figurar, llegar antes que nadie -aunque no se sepa muy bien a dónde ni para qué-, empujar, desplazar o apartar antes que atraer, aunar y progresar conjuntamente. Y en esta carrera fratricida, donde la falta de identificación de referentes, el protagonismo, la obsesión por ser el primero o el único, por acaparar la atención y la notoriedad, dar la espalda al análisis, la reflexión, el diálogo, el consenso de fines comunes, mirarse constantemente el ombligo sin levantar la mirada para tratar de identificar realmente cuales son las necesidades y demandas tanto de los colectivos que representan como de la sociedad a la que finalmente van dirigidas las acciones, llevan a configurar una amalgama de propuestas que en ocasiones se solapan, en otras de obvian y en otras se contradicen. Y ya se sabe lo que pasa, que a río revuelto ganancia de pescadores, que evidentemente no son las enfermeras

            Estoy convencido, de todas maneras, que no es una práctica premeditada y planificada en este sentido. Seguro que se hace con la mejor de las intenciones. Básicamente obedece a estrategias que se fundamentan en esta sociedad del individualismo de la que estamos hablando. Porque cuando se han establecido paréntesis en los que se han abandonado los intereses individuales y se han incorporado los generales por parte de todos, el diálogo, el debate, la reflexión y el consenso han sido posibles y ha dado muy buenos resultados.

            Pero es que, además, estas organizaciones son fundamentales en el desarrollo enfermero y, por lo tanto, deben ser valoradas, en su justa medida, por parte de las enfermeras, exigiendo, eso sí, que cumplan con su cometido de manera totalmente trasparente y democrática como de hecho vienen haciendo la gran mayoría. La madurez de una profesión o disciplina, vienen determinadas por la fortaleza de estas organizaciones y su apuesta clara y decidida en defensa de los mejores estándares de calidad en cualquiera de los ámbitos de actuación de las mismas. Por lo que, todo ello, requiere de una compromiso que escape del individualismo y se centre en la implicación colectiva y de participación directa en ellas.

            Esta pandemia, y lo que está suponiendo y supondrá para las enfermeras, debe ser el punto de inflexión que permita identificar las fortalezas y las oportunidades para eliminar las debilidades y amenazas. Las diferencias existirán, siempre las hay, y es bueno en sí mismo que las haya, permiten construir desde la diversidad de pensamiento y de planteamiento. Pero si somos capaces todas/os de trasladar a la sociedad de manera unitaria lo que las enfermeras somos capaces de aportar de manera diferenciada, exclusiva, profesional y científica, tendremos la fuerza del reconocimiento y de la defensa de quienes son, al fin y al cabo, nuestros principales receptores de cuidados y, posiblemente y en lo que menos reparamos, nuestros principales aliados.

            Porque nuestro ámbito de influencia y de reconocimiento, está en la comunidad, con independencia del ámbito en que trabajemos (Primaria, Hospital, Sociosanitaria…). En la medida en que sepamos captar la atención de la comunidad y trabajar con ella en lugar de, exclusivamente, para ella, lograremos que se reconozca, valore y reclame nuestra aportación singular. A partir de ese momento, ya no hará falta que vayamos suplicando o exigiendo, me da igual, a las administraciones, porque será la propia población la que lo haga por nosotros, mientras nosotras trabajamos por mejorar cada vez más nuestra atención enfermera. Porque la sociedad, a pesar de lo que algunos tengan interés en trasladar no es tonta, y cuando identifica aquello que le hace sentirse mejor, lo demanda y además, demanda a quienes lo hacen de manera excelente.

            Si somos capaces de lograr desprendernos de ese nocivo y tóxico individualismo, conseguiremos también, identificar, valorar y reconocer a nuestras/os referentes y a que estas/os sean líderes de opinión a nivel profesional, científico, social y político.

            Hagamos de la pandemia una oportunidad de mejora y de imagen unitaria enfermera. Por triste y dolorosa que la misma esté siendo, debemos aprovechar la oportunidad que nos brinda. No hacerlo será quedar en deuda permanente con enfermería, con las enfermeras y con la sociedad.

[1] Poeta, novelista, dramaturgo, pintor, ocultista, diseñador, crítico y cineasta francés (1889 – 1963).