OBRAS SON AMORES Y NO BUENAS RAZONES

A todas las enfermeras especialistas de Enfermería Familiar y Comunitaria. Con título o sin título.

Desde que en 2005 se publicara el Real Decreto que regulaba las especialidades de Enfermería, después del fallido intento de 1987, y tras la Orden de 2010 que aprobaba el Programa Formativo de la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, la citada especialidad inició su andadura con la publicación de las primeras plazas convocadas para la realización de la residencia formativa en las Unidades Docentes Multiprofesionales de Atención Familiar y Comunitaria.

Quedaba pendiente la realización de la prueba excepcional de acceso a la especialidad de las enfermeras que acreditasen el ejercicio profesional y superaran una prueba de evaluación de la competencia, en los términos y por el procedimiento previstos en la disposición transitoria segunda del Real Decreto de 2005 de Especialidades de Enfermería.

No sería hasta 2009, 4 años después de la publicación del Real Decreto regulador, que se estableciera el plazo de presentación de solicitudes para la realización de la citada prueba y que establecía el 22 de marzo de 2011 como plazo máximo para la presentación de solicitudes

            En total 6 años para resolver tan solo la presentación de solicitudes.

            A partir de ese momento se establecía un proceso de evaluación de los expedientes presentados por más de 40.000 enfermeras que solicitaban el acceso excepcional. Para ello el Ministerio de Educación, de quien compete esta prueba, contaba con una funcionaria, como única responsable para la revisión de la totalidad de los expedientes.

Desde esa misma fecha de 2011, las Sociedades Científicas de Enfermería Comunitaria, iniciaron un periplo de reuniones, solicitudes, posicionamientos, escritos… con y hacia los máximos responsables del Ministerio de Sanidad, en concreto de la Dirección General de Ordenación Profesional, y con el Ministerio de Educación, con la Secretaría General de Universidades, que fueron cambiando conforme se producían los sucesivos relevos de Ministras/os correspondientes en ambos ministerios.

En las sucesivas reuniones siempre se obtenían idénticas respuestas de dilación y de imposibilidad de ir más rápido para evaluar los expedientes que permitiesen convocar la prueba. Pero realmente, lo que traslucía de todas esas excusas tan solo era una clara y notoria falta de voluntad política para resolver la cuestión. Todo ello a pesar de las ofertas que desde las Sociedades Científicas trasladamos consistentes en que miembros con la especialidad de ambas sociedades pudieran actuar como evaluadores externos para agilizar el proceso. Oferta que fue rechazada con argumentos peregrinos y que reforzaban el sentimiento de falta meridiana de voluntad política

Con el cambio de gobierno en 2018 y la incorporación de un nuevo equipo ministerial sostenido por una formación política diferente, se reiniciaron los contactos con los nuevos responsables ministeriales a los que se les trasladó idéntica oferta a la que ya se había hecho con los equipos anteriores. La diferencia fue que en esta ocasión la receptividad y disponibilidad fueron completamente diferentes y se comprometieron a estudiar la viabilidad de la oferta trasladada.

Y la respuesta no se hizo esperar y tras informe de la abogacía del estado, se dictaminó que era posible llevarla a cabo, lo que viene a corroborar las falta de voluntad política antes aludida. A partir de ese momento se iniciaron las propuestas de 10 expertas/os, por parte de cada una de las dos sociedades científicas, y se convocó la primera reunión evaluadora.

Mientras esto se llevaba a cabo la propia Ministra de Sanidad anunciaba públicamente la decisión de su ministerio y del ministerio de educación para llevar a cabo la prueba excepcional. Hecho que nunca antes se había dado y que comprometía claramente la celebración de la prueba.

Tras esta primera reunión, que aceleró de manera muy significativa el número de expedientes evaluados, se presentó un nuevo inconveniente al convocarse nuevas elecciones generales que, cuanto menos, ralentizaban el proceso.

La constitución del nuevo gobierno surgido de las elecciones no supuso cambios en las/os responsables de las direcciones generales competentes, lo que facilitó que el proceso continuase en el punto que quedó. Una nueva reunión de las/os expertos permitió concluir las evaluaciones y por tanto tan solo restaba cumplir el plazo preceptivo de subsanaciones remitidas a algunas solicitantes, para posteriormente proceder a la convocatoria de la prueba.

Pero parece como si la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria estuviese predestinada a sufrir una permanente paralización en el desarrollo de su implementación. Vamos, como si le hubiese mirado un tuerto, como decían nuestras abuelas.

A la ausencia de plazas específicas de la especialidad en los diferentes sistemas de salud autonómicos, que impide la incorporación como especialistas de las enfermeras que acaban su proceso formativo iniciado en 2011, se une la constante parálisis de la prueba excepcional que permitiera finalmente articular las plantillas de enfermeras comunitarias especialistas y no especialistas en los centros de Atención Primaria fundamentalmente, que normalizaría lo que es, a todas luces, un proceso irregular, tanto por lo que supone que las enfermeras que están tutorizando a las residentes no tengan la especialidad reconocida, como por la inconcebible pasividad de las diferentes administraciones en la definición de plazas de especialistas.

Y cuando todo parecía indicar que estaba próxima la convocatoria de la prueba excepcional, llegó el famoso COVID-19 que se encargó de tirar al traste con absolutamente todas las expectativas generadas. Al menos en el corto plazo.

Pero el COVID-19, trajo algo más que esa parálisis del proceso. En el desarrollo de la pandemia quedó manifiestamente claro el fracaso del Sistema Sanitario al no poder disponer de especialistas que había formado con recursos públicos y que hubiesen podido dar una respuesta excelente en momentos tan complicados como los que lamentablemente se están produciendo.

Aunque con ser grave, el hecho de que se tratase de utilizar a las/os residentes de esta y otras especialidades como mano de obra cualificada y barata aún lo, es más. Se intentó retrasar la finalización de su especialidad y que se incorporasen como enfermeras, pero cobrando como residentes. Fue, sin duda, una decisión tan desacertada como inoportuna, dictada a través de una orden el 15 de marzo ante la que se veía venir, una vez decretado el Estado de Alarma tan solo un día antes. La respuesta de las sociedades científicas, en este caso de todas las especialidades afectadas, logró que se paralizase la medida a través de una nueva orden de 15 de abril en la que se establece que las/os residentes puedan finalizar su formación en mayo como estaba planificado. Otra cuestión será, como ya venía siendo habitual, cómo son contratadas dichas enfermeras y para qué servicios o centros se les contrata, al no estar definidas las plazas de especialistas, al menos, en lo que a Enfermería Familiar y Comunitaria se refiere.

Así las cosas, lo que se prometía como una finalización a tan largo, penoso, como inadmisible proceso de la prueba excepcional, la pandemia se ha encargado de contagiar también su resolución y, con ello, dejar en suspense y suspenso el desenlace final.

En cualquier caso, no hace falta ser un adivino para saber que, al menos, la realización de la prueba va a sufrir una paralización total como consecuencia de las medidas actuales de confinamiento y las posteriores de desconfinamiento que no permitirán, en ningún caso, la concentración de profesionales que supondría su convocatoria ya que resultaría de todo punto imposible mantener las medidas preventivas que corresponden.

La incertidumbre de una total normalidad que tan solo se vislumbra posible con la inoculación masiva de una vacuna efectiva, impide saber cuándo se podrá regularizar una situación que hace muchos años que se debería haber resuelto.

En cualquier caso, ante esta situación sobrevenida y totalmente extraordinaria, se deberán plantear respuestas que no signifiquen un nuevo y desconocido plazo de resolución, a una situación que tan solo tiene un responsable, que es quien debe responder por ello, sin plantear excusas de herencias anteriores. Se está para las verdes y para las maduras.

Pero, al margen de esta prueba excepcional de acceso a la especialidad, que recuerda la obra de Michael Ende, La Historia Interminable, la situación que nos deja la pandemia y las manifestaciones públicas realizadas, tanto por parte del Presidente del Gobierno como de los responsables ministeriales, sobre la importancia que tendrá la Atención Primaria de Salud, para hacer frente a las necesidades y demandas que se van a generar en esa nueva fase de la pandemia, deberían plantear una incorporación inmediata de las enfermeras especialistas de Enfermería Familiar y Comunitaria en el citado ámbito primario de atención, como profesionales altamente cualificadas para responder con calidad y garantías a los retos tanto de organización como de planificación y ejecución de cuidados profesionales enfermeros que van a resultar imprescindibles.

No hacerlo supondría una nueva e inexplicable dejación en la toma de decisiones responsable y adecuada a las necesidades que la grave situación pandémica plantea tanto a corto como a medio plazo.

Las excusas, en forma de arma arrojadiza entre administraciones autonómicas y central, para no tomar esta decisión con anterioridad, en estos momentos, no tan solo, pierden absolutamente cualquier fundamento, sino que serían muy difícil de explicar a la ciudadanía, que aplaude todos los días a las/os sanitarias/os, el por qué, disponiendo de las/os mejores profesionales no se permite que presten la atención y los cuidados enfermeros profesionales para los que han sido formadas por la propia administración, que ahora, se niega a contratarles y a que la población pueda recibirlos.

Situaciones excepcionales precisan de respuestas excepcionales y no vale tratar de enredar con planteamientos legalistas que cuando se ha querido, se han solventado con decisiones normativas inmediatas para permitir dichas respuestas.

No se trata, por otra parte, de ninguna irregularidad, porque en sí mismo, la irregularidad es no permitir que las especialistas de enfermería familiar y comunitaria no puedan desarrollar sus competencias como tales en momentos que son tan necesarias.

No actuar en base a explicaciones económicas, ante la grave situación generada, sería un nueva y patética excusa sin fundamento por razones obvias que escapan a esta reflexión, pero que, inicialmente, no supone absolutamente ningún dispendio por parte de las arcas públicas.

Tratar de responder argumentando, que ahora no es el momento de reivindicaciones y que superada la crisis ya se valorará, sería un golpe bajo y una manifiesta hipocresía, con la clara y exclusiva intención de sortear la decisión a sabiendas de que no se retomará con posterioridad.

Seguir trasladando diariamente el agradecimiento a las/os profesionales sanitarias/os, en general y a las enfermeras en particular, tan solo será creíble si realmente se tiene la voluntad política y se toman las decisiones que permitan esta incorporación. Lo contrario pondrá de manifiesto que se trata tan solo de una manifestación protocolaria y rutinaria que tan solo persigue el que se mantenga elevado el ánimo de las/os profesionales.

Si, por otra parte, las manifestaciones de la importancia de la Atención Primaria, son también reales y no un brindis al sol, para que pueda dar la respuesta que de ella se espera se debe dotar de las/os mejores profesionales disponibles.

Las palmaditas en la espalda y las buenas palabras, tan solo son capaces de incentivar cuando, tras los gestos, se actúa con determinación y se toman las decisiones que permitan dar credibilidad a los mismos. Dicho en castellano más popular, obras son amores y no buenas razones.

DON QUIJOTE Y EL CORONAVIRUS

                                       Uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son.

Don Quijote de la Mancha (1605)

Miguel de Cervantes Saavedra

 

Estoy seguro que si el insigne Miguel de Cervantes Saavedra hubiese sido coetáneo nuestro, no hubiese desaprovechado la ocasión de utilizar su irónica, imaginativa y extraordinaria narrativa para escribir una novela satirizando la situación que estamos viviendo y aportando una importante crítica social, como ya hiciese en su celebérrima novela “Don Quijote de la Mancha”.

Pero, como esto lamentablemente no es posible, me he permitido la libertad y la osadía de utilizar frases de su novela para hacer un recorrido en torno a la pandemia y algunas/os de sus protagonistas.

Es evidente que no pretendo emular literariamente a nuestro más leído y traducido autor, sino tan solo aprovechar su legado como puente para la reflexión.

Y tal como empieza su novela, quiero iniciar mi reflexión. En esta ocasión adaptando sus palabras iniciales a la situación actual.

En un lugar de la Tierra, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un murciélago de los de alas amplias, dientes afilados, vista corta, voraz apetito, vuelo ágil y portador de un virus”.

Así al menos es como parece que empezó esta terrible pandemia que nos hizo ir recordando los nombres de aquellos lugares donde el COVID-19, logró expandir su letal virulencia y la torpeza de aquellos que se resistían a reconocer la gravedad de lo que acontecía.

Tal como le sucediera a Don Quijote, allá donde había molinos el viera gigantes, a pesar de las advertencias de su fiel escudero Sancho Panza. Y algo similar ocurrió con el COVID-19, que hubo quien tan solo quiso identificar gripe donde realmente había un nuevo, desconocido y peligroso virus, siendo las consecuencias de ataque similares a las que sufrió Don Quijote que “…arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando”. muy maltrecho por el campo”.

Se dice, que en este país todas/os tenemos un entrenador dentro que nos permite opinar, criticar o cuestionar lo que en torno al juego del fútbol se decide. Pues bien, en este mismo sentido, ahora que nos han dejado sin fútbol, todas/os nos creemos científicas/os y expertas/os para poder opinar sobre lo que fue y debió ser, sobre lo que se hizo y se debió hacer, sobre quien dijo y quien lo tuvo que decir, sobre si se acertó o se erró, en torno a quien ha sustituido a cualquier actividad, noticia o acontecimiento, el COVID-19 y sus efectos pandémicos.

Entre las cuestiones sobre las que más se opina está, sin duda, la decisión del confinamiento y su duración temporal.

Tal como dijese Don Quijote a su fiel escudero Sancho “El retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”.

Pero la decisión, que, aunque necesaria era difícil de tomar, llevaba emparejado un temor que condicionaba la misma en idéntica o similar medida que lo hacía la urgencia que precisaba.

El temor al miedo que pudiese provocar la decisión coincide con otra de las frases del hidalgo caballero Don Quijote, cuando dice “Uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son”.

Y es que, pocas cosas hay tan peligrosas, en situaciones como la pandemia en que la salud individual y colectiva se hallan en riesgo, que el miedo innecesario provocado, fundamentalmente, por una deficiente información, tanto en cantidad como en calidad, que pueda pasar a provocar un pánico mucho menos controlable y mucho más peligroso.

Así pues, en este sentido hubo que calibrar de manera muy precisa cuál era la mejor decisión y en qué momento había que tomarla. Pero no porque la decisión, en sí misma, generase miedo o precisase de valor, sino porque tal como nos recuerda Don Quijote “El valor se halla en ese lugar intermedio entre la cobardía y la temeridad”.

Pero la decisión no llevaba implícitas tan solo valoraciones científicas, sino que también se contemporizó por cuestiones de oportunidad política y económica, aunque esto nunca se llegará a reconocer, pero es una certeza y al mismo tiempo una torpeza al estar más pendientes de aquello que pueda ser utilizado en contra del decisor que de lo que realmente se considere acertado decidir por el bien común. Y es que “Mejor es ser admirado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios”, que finalmente es lo que sucede con la clase política que nos ha tocado soportar en esta crisis y que, sin duda, se incorpora como un elemento de distorsión en lugar de hacerlo como uno de cohesión o de colaboración para vencer la pandemia.

Así pues y como quiera que “Por la calle del ya voy, se va a la casa del nunca”, finalmente se decretó el Estado de Alarma, por coherencia científica, pero también porque tal como también dijera Don Quijote “Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas”, y en esas estamos todas/os, con la esperanza de que las medidas adoptadas y el cumplimiento de las mismas nos permita salir de una situación tan inesperada como de consecuencias tan imprevisibles.

El Estado de Alerta, el confinamiento, la paralización del país… y con ellas las dudas y los temores han ido alimentando situaciones que lejos de favorecer el afrontamiento coordinado de tan difícil situación han supuesto constantes palos en las ruedas con el consiguiente peligro de desestabilización y caída.

Y, aunque “El crédito debe darse a las obras no a las palabras” hay quienes han preferido poner los bueyes delante del carro, con lo que de parálisis supone tal actitud, pensando que, de esta manera, cuanto menos, lograban que se les prestase atención, creyendo que según las palabras del caballero andante “Ladran los perros, Sancho, luego cabalgamos”[1], aunque para ello, además, hayan hecho de la mentira y el bulo, su principal argumento para tratar de derribar a quien, en estos momentos, debieran apoyar con el fin de encontrar la mejor respuesta posible, sin percatarse o al menos, dándoles igual, el que “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”. Porque estar trasladando, permanentemente, a la opinión pública el pesar y el apoyo a las/os profesionales sanitarias/os por no disponer de los medios adecuados de protección, cuando quien lo dice representa a la formación que no tan solo redujo recursos, sino que los eliminó o vendió al mejor postor, es, cuanto menos, una terrible paradoja y demuestra una clara hipocresía. Pero claro, ya lo decía Don Quijote “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo: que el de la envidia no trae sino disgustos”.

Finalmente, la honestidad acaba prevaleciendo a la mezquindad de quien quiere sacar rédito de la desgracia, aunque esta sea utilizada como estandarte mezquino de su discurso. Porque, aunque pareciera loco, la cordura del hidalgo caballero queda patente en sus palabras cuando dice “Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe”, a las que apostillo yo diciendo que la indecencia y la obscenidad de las palabras son las que mejor definen e identifican la inmoralidad de quien las pronuncia o escribe. Y es que, amigo Sancho “Cada uno es hijo de sus obras”.

La progresión de la pandemia, con sus contagios y muertes, ha hecho que todas/os estemos pendientes de los datos, estadísticas y predicciones de su evolución, entendiendo, como como el caballero andante que, “Si algo se gana, nada se pierde” y, esperando que “Al bien hacer nunca le falta recompensa” aunque se sepa que siempre se yerra cuando hay que tomar decisiones, pero siempre es mejor hacerlo que esperar a que la suerte o la fortuna sean quienes guíen la evolución de los acontecimientos, pues ya sentenciaba Don Quijote que “Esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, y así no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba”.

Porque finalmente, y a pesar de que todas/os queremos lo mejor, muchas veces, no es tanto lo que se consigue como lo que cuesta alcanzarlo, pues no siempre se logra todo aquello que queremos o esperamos alcanzar. Es por ello que tal como dice Don Quijote “No le des importancia al resultado, valora el esfuerzo”.

Y en toda esta situación están siendo las/os profesionales sanitarias/os quienes están, de manera mucho más directa, e incluso dolorosa afrontándola al lado de quienes padecen los efectos del virus, con gran responsabilidad y atendiendo a sus necesidades con el fin de que perciban no tan solo la posibilidad curativa sino la calidez humana e imprescindible de unos cuidados profesionales, porque ya le comentaba Don Quijote a Sancho que “Esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se extiende y a todos alcanza, y aún hasta los encantados no perdona”, tratando de evitar al máximo las tristezas que la enfermedad y la soledad provocan en enfermos y familiares y que tal como expresara el hidalgo caballero, estas, “Las tristezas, no son propias de las bestias sino de los hombres, pero si los hombres las sienten en demasía se vuelven bestias”, de ahí la importancia de la atención humanizada que impida la magnitud de dicha tristeza.

Por otra parte, y manteniendo la terminología bélica, tan inapropiada como inoportuna según mi opinión, las/os profesionales de la salud, siempre han antepuesto la atención a las personas a su propia seguridad. Posiblemente, aunque también inconscientemente, porque entendiesen, como ya dijera el caballero andante, que “Más hermoso parece el soldado muerto en la batalla que sano en la huida”.

Sin embargo, la identificación del valor que se aporta en todo este proceso no es siempre y meritoriamente reconocido y, en muchas ocasiones, queda integrado en fórmulas retóricas e inclusivas que invisibilizan o anulan la especificidad y necesaria identificación de quienes lo aportan, quedando relegadas a la prestación valiosa de sus cuidados profesionales, pero no contando con su voz, saber, ciencia y experiencia para participar en la planificación de aquellas acciones tendentes a solucionar, lo antes y mejor posible, los problemas generados por la pandemia. Y con gran acierto comentaba a Sancho, su señor, que “De los mayores pecados que comete el hombre la soberbia es el mayor dicen algunos, pero el desagradecimiento es mayor, digo yo, porque la soberbia tiene una hija y es la ingratitud.”.

Y es que siempre acaban aflorando las clases o las distinciones y situando en niveles diferentes a quienes deberían estarlo en idéntica posición de partida para evitar que suceda como ya aventurara Don Quijote, que “Nunca el consejo de un pobre, por muy bueno que sea, es admitido”. Y es que las enfermeras tenemos que seguir demostrando más que nadie nuestra valía y la riqueza de los cuidados profesionales que, no tan solo son necesarios, sino imprescindibles para la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque de cuidados enfermeros quienes saben y pueden hablar científicamente con propiedad son las enfermeras, que, aunque en ocasiones nos consideren tontas, como muy bien sentenciara Don Quijote “Sabe más el tonto en su casa que el sabio en la ajena”.

Y aunque dijera Don Quijote que “No hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no consuma.”, espero y deseo que esta situación vivida y sufrida no se borre de nuestra memoria. No como recuerdo de sufrimiento, sino como experiencia para cambiar, mejorar y no despreciar a nada ni a nadie.

Porque como ya sentenciara el caballero de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor “Después de las tinieblas espero la luz”.

[1] En realidad, esta frase de Don Quijote no aparece en el libro, aunque siempre se le atribuye erróneamente. Sin embargo, sí aparece en la película El Quijote, dirigida por Orson Wells (1992).

CUIDADOS ENFERMEROS Y NECESIDAD/DEMANDA SOCIAL De la novela picaresca a la crítica social.

Para que la sociedad pueda tener acceso

a los cuidados enfermeros que merece

 

Hoy es domingo. En condiciones de normalidad, sería un día especial, de descanso o, cuanto menos, de ruptura de una rutina semanal que nos absorbe y aísla de cuanto sucede a nuestro alrededor. Desde la hora de levantarse, hasta la comida o las actividades a realizar. Lo que realmente es otro tipo de rutina incorporada como paréntesis de la anterior.

Son nuestras rutinas, las que diseñamos, aceptamos y vivimos cada cual en la medida de sus posibilidades y en respuesta a sus actividades, necesidades, gustos y costumbres.

Pero llegó el ya tristemente famoso COVID-19 y nos obligó a modificar estas rutinas, para incorporar otras que nos vienen determinadas e impuestas por algo que recoge la Constitución pero que nadie quería ni esperaba que se aplicase nunca más allá de controlar a los controladores como sucedió en 2010 y que nos afectó de manera muy desigual y con poca repercusión para nuestras vidas, más allá de estropear algunas vacaciones. Sin embargo, en esta ocasión, su aplicación va mucho más allá de resolver el problema generado por un colectivo, por determinante que este sea. Se trata de intentar controlar a algo de lo que prácticamente tan solo se conoce el nombre con el que se le ha bautizado. Poco más de momento. Invisible, silencioso, pero implacable, rápido y letal, ha obligado a medio mundo a quedarse en casa y a una proporción muy importante de ese mismo medio mundo a pasar por los centros sanitarios o a quedarse en ellos para tratar de superar el ataque del enemigo con la colaboración de las/os profesionales sanitarias/os, como ya hemos visto en otras entradas en este mismo blog.

Sin embargo, por ser domingo y tratando de incorporar un cambio, aunque sea mínimo, en esta tediosa rutina que no distingue entre días laborales o festivos, como si se tratase de una cinta sin fin que da la sensación de movimiento, pero que te mantiene siempre en el mismo lugar, he querido modificar, aunque sea mínimamente la perspectiva de mi reflexión.

Voy a tratar de centrarme en las personas que desde el día 14 de marzo han tenido que confeccionar una nueva rutina en sus vidas y las consecuencias que la misma puede, no mejor, va a tener en sus vidas.

Porque hablamos mucho de los servicios esenciales, de las/os sanitarias/os, de las/os militares, las/os bomberas/os, de los servicios de seguridad del estado, de las/os transportistas, las/os cajeras/os, las/os reponedoras/es… pero se habla poco de las personas que se han visto obligadas a recluirse en casa desde hace ya más de un mes.

Se traslada que el comportamiento de la ciudadanía está siendo ejemplar y que mantiene el confinamiento de manera ordenada. Pero como suele decirse, la procesión va por dentro y cada casa, cada familia, cada persona son mundos individuales con percepciones, sentimientos, emociones, necesidades diferentes que no cuentan, como habitualmente sucede, con paréntesis de respiro o de separación temporal, de una convivencia permanente que acaba por afectar a la misma.

Por otra parte, la ejemplaridad viene impuesta por la obligatoriedad a hacerlo, más allá de la concienciación que pueda existir como efecto de la situación concreta. Ya sabemos que si no existen medidas punitivas nuestra picaresca no conoce límites, como ya quedara patente en la novela anónima del Lazarillo de Tormes, que fue precursora de la conocida corriente de novela picaresca como crítica por un lado de las instituciones degradadas de la España imperial y por otro de las narraciones idealizadoras del Renacimiento: epopeyas, libros de caballerías, novela sentimental y novela pastoril. La diferencia en el caso que nos ocupa es que no se trata de una crítica sino de un intento de evasión del confinamiento, con lo que de riesgo supone para el conjunto de la población.

Así pues, nos encontramos con situaciones muy diversas que, de momento, quedan ocultas por lo que viene en denominarse el ámbito de la privacidad de cada casa. Esto me recuerda a cuando alguien elude su responsabilidad ciudadana de denunciar lo que se sospecha puede ser violencia de género, argumentando que lo que pasa en el interior de cada casa es problema de dicha casa y nadie puede inmiscuirse en su intimidad. Una forma como otra cualquiera de mirar hacia otro lado en un tema tan lamentable.

En el confinamiento, no se trata de que estemos pendientes de lo que hace cada vecino en su aislamiento. Pero sin duda, dicho aislamiento está incidiendo y afectando a cada cual de muy diferente manera y en muy distinta proporción, además de ser vivido de forma singular por cada persona o familia. Además, hay que tener en cuenta las condiciones de las viviendas que van a repercutir también de manera determinante.

Por lo tanto, no se puede hablar del confinamiento, como si tan solo hubiese uno. Hay tantos confinamientos como personas y familias. El hacinamiento, la ventilación, la iluminación, las condiciones higiénicas, el acceso a luz, agua, gas, alimentos… son tan solo algunos factores que inciden de manera muy diferente y que determinan consecuencias muy diversas que no pueden enmascararse con el apelativo de comportamiento ejemplar.

Más allá de las ayudas, importantes y necesarias, que determinados sectores de población están recibiendo por parte de organizaciones de voluntariado o medidas especiales por parte del Estado, existen otros sectores que quedan en tierra de nadie. Es decir, ni son indigentes o personas sin techo, pero tampoco tienen los recursos imprescindibles para cubrir sus necesidades básicas en condiciones saludables que les permitan mantener un mínimo equilibrio de bienestar inmediato que acabe provocando graves efectos secundarios en el medio y largo plazo que están quedando ocultos en medio de la “gran tormenta pandémica” y del halago permanente de ejemplaridad.

Lógicamente los contagios y las personas afectadas por el COVID-19 requieren de la máxima atención sanitaria y social. Pero esta realidad no debería ocultar otra menos evidente, pero no menos peligrosa, como es el confinamiento que, sin tener la carga vírica del virus, tiene una capacidad de destrucción física, mental, social y espiritual en las personas que lo están teniendo que padecer, aunque sea, repito, “de manera ejemplar”.

Más pronto que tarde, eso al menos esperamos y deseamos todas/os, la pandemia remitirá y con ella el número de contagios y de muertes. Pero su retirada, como el agua tras una tormenta, dejará al descubierto todo el mal que la misma provoca mientras cae o permanece estancada. El lodo, la destrucción, la miseria… quedan entonces visibles y su reconstrucción es lenta, costosa y dolorosa.

Y corremos el riesgo de pensar, erróneamente, que, porque la pandemia vírica remita, los problemas desaparecerán, dejando paso a que la atención se centre en temas como la economía. Que siendo importante tan solo, o básicamente, se haga, exclusivamente, desde una perspectiva mercantilista, sin entender que sus consecuencias sobre la salud individual, familiar y colectiva serán mucho más devastadores que los ocasionados directamente por el propio COVID-19. Por lo tanto, podremos debilitar al virus, pero no a los efectos de la pandemia.

Tras el confinamiento, sus efectos serán visibles de manera progresiva y la ejemplaridad se convertirá en demandas ante los problemas que irán afectando a las personas, las familias y la comunidad, y que no tendrán relación con los dolores musculares, la tos, la fiebre o la neumonía, sino con problemas que básica y fundamentalmente requerirán de cuidados.

Muchos de esos cuidados, serán prestados por el propio entorno familiar, como suele suceder siempre. Pero hay problemas que precisarán de cuidados profesionales, fundamentalmente enfermeros. Los fármacos no van a ser la solución, como no lo van a ser las pruebas radiológicas o analíticas, ni las de la alta tecnología.

Y en ese contexto de necesidad de cuidados generales y profesionales, entre quienes se ha decidido que determinen cómo se va a llevar a cabo el desconfinamiento no hay ni una sola enfermera que planifique, determine, decida, plantee… cómo pueden y deben articularse esos cuidados, de tal manera que puedan responder con garantías a los efectos que se esperan y que parece que nadie o muy pocos quieren, en estos momentos ver. Posiblemente por entender que los cuidados siempre están disponibles, que no existen carencias, como de mascarillas o respiradores, que no requieren de aparataje ni de conocimiento ya que los puede hacer cualquiera. Sin darse cuenta, ni valorar, que los cuidados enfermeros requieren de saber, conocimiento, ciencia, investigación para que los mismos sean prestados con las garantías que requieren las necesidades identificadas.

No se trata, tan solo, de contar con enfermeras que puedan prestar los cuidados. Se trata de contar con enfermeras que decidan cómo, cuándo, dónde, quienes y de qué manera prestarlos. Y sino se hace así se volverán a dar respuestas que no van a solucionar ni las necesidades ni las demandas de la población.

No es una cuestión de reivindicación profesional. Se trata de una necesidad social en la que, además, debe implicarse de manera decidida la propia población para llevar a cabo intervenciones participativas alejadas del paternalismo que impregna a nuestro sistema de salud.

De no hacerlo se colapsará el sistema sanitario al igual que estuvo a punto de colapsarse durante la primera fase de la pandemia. La diferencia será que ni los hospitales de campaña, ni las UCI, ni los respiradores, servirán de nada para que no se colapse. Harán falta intervenciones planificadas y participativas en las que la articulación de recursos comunitarios y de sectores sociales den respuestas integrales a los problemas que las enfermeras, como profesionales expertas en cuidados enfermeros, hayan podido identificar y priorizar previamente con la participación y el consenso de la propia población. Hará falta que las enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, de pediatría, de salud mental, de salud laboral, de geriatría y gerontología y las matronas, puedan aportar a la sociedad lo que esta ha invertido en su formación durante los últimos 10 años, sin que hasta la fecha hayan obtenido el retorno esperado. Habrá que definir los puestos de responsabilidad y toma de decisiones que permitan que las enfermeras sean quienes decidan y no tan solo se dediquen a ejecutar lo que subsidiariamente se les ordena.

Las poblaciones vulneradas, las/os migrantes, la pobreza, la violencia de género, la atención a las personas adultas mayores, la soledad, las consecuencias de la cronicidad, los efectos de entornos poco saludables… deben centrar la atención de las autoridades sanitarias, de las/os políticas/os, de las/os profesionales y de la propia comunidad, no como una opción, sino como una obligación a la que deben responder de manera colectiva, pero identificando que es imprescindible e irrenunciable para la salud global que las enfermeras tengan la presencia y la capacidad de decidir. Lo contrario nos llevará a situaciones de vulnerabilidad, sufrimiento y demandas insatisfechas que contribuirán de manera muy significativa a empeorar tanto la salud individual como la familiar y comunitaria.

Está pues en nuestras manos y en nuestra voluntad, la de todas/os, el que podamos responder con eficacia a los retos que la pandemia nos dejará tras su descarga vírica.

¿Seguimos discutiendo y peleando por saber si se cuentan bien los muertos o actuamos para evitar muertes futuras?

No esperemos comportamientos ejemplares eternos… sería un error, además de una temeridad.

Pero fundamentalmente quien tiene la capacidad de modificar la voluntad política que hasta la fecha ha estado abolida, es la sociedad, exigiendo cuidados enfermeros profesionales que permitan mejorar su salud.

Y quien tiene la responsabilidad de que la sociedad sea consciente de esta necesidad de cuidados somos las enfermeras. Volviendo a lo que significó la novela picaresca del siglo XVI, la sociedad, posiblemente, debiera plantearse una crítica, en este caso cinco siglos después, a las narraciones idealizadoras de un sistema de salud excelente y de profesionales heroicas/os, para poder exigir un sistema de salud que se adecue a la realidad actual y con enfermeras excelentes como las que ya tiene, pero sin necesidad de que tengan que actuar como héroes/heroínas o ángeles, sino simple o complejamente, como profesionales excelentes en cuidados profesionales.

Pero, pensar que la sociedad debe identificarlo de manera natural o espontánea, es tanto como creer que las/os políticas/os lo harán.

¿Podemos y debemos esperar?

Que cada cual responda lo que considere. Pero que cada cual también, asuma la responsabilidad de no hacerlo con la profesionalidad y el compromiso que exige el ser enfermera.

MIGRACIÓN Y ENFERMERAS COMUNITARIAS

Nueva entrada en Canal You Tube del Blog “Enfermeras Comunitarias”

Las/os estudiantes, Claudia Gosálvez Torregrosa, David Jiménez Sánchez, Sonia Beatriz Maribach Annaut, Aarón López Pascual y Sonia Espinosa Más, de 4º de grado de Enfermería de la Universidad de Alicante, nos presentan este vídeo en el que nos hacen reflexionar sobre la migración.

EXPERTAS/OS EN DESCONFINAMIENTO Triple salto mortal sin red

A todas aquellas enfermeras que

siendo expertas son ignoradas

Cuando los datos indican que la situación puede encontrarse en una fase de resolución, al menos en lo que se refiere en su fase crítica, el gobierno ya está planificando la famosa desescalada y su consiguiente desconfinamiento.

La desescalada que, por cierto, la Real Academia de la Lengua Española sugiere «evitar los calcos del uso del inglés» que nos ha llevado a implementar el término ‘escalada’, imitando el ‘to escalate’, y a cuyo retraimiento llamamos ‘desescalada’. Aboga en su lugar por la utilización de ‘reducir’, ‘disminuir’ o ‘rebajar

Así pues, haciendo caso a la RAE, sin que sirva de precedente, hablaremos de la disminución de la pandemia. Resulta que en esa incipiente, pero parece que real disminución, las enfermeras, con el resto de profesionales sanitarios, han tenido una incuestionable participación y un meritorio protagonismo, que como decía ayer en mi entrada, ha sido reconocido con aplausos de la ciudadanía, felicitaciones de los políticos y decisores y cierta visibilización de los medios de comunicación.

Por su parte, el desconfinamiento, que sí que está admitido por la RAE como “recluir algo o a alguien dentro de límites”, lo que nos viene a decir es que vamos a pasar de un confinamiento domiciliario a un confinamiento social con límites que están por conocer y que van a determinar una nueva convivencia en la que, sin duda, se deberán tener en cuenta determinados factores que tendrán efectos sobre la salud de las personas, las familias y la comunidad y que, desde luego, no estarán, exclusivamente, ni tan siquiera principalmente, relacionados con enfermedad. Los sentimientos, las relaciones, los afrontamientos, la ansiedad, la incertidumbre, la soledad, la discapacidad, la vulnerabilidad… van a marcar claramente comportamientos y actitudes que requerirán de la atención de equipos multidisciplinares entre los que, como ya sucediera con la pandemia y está pasando con su disminución, las enfermeras van a tener un papel fundamental, y desde luego no subsidiario, en que el nuevo confinamiento pueda ser controlado desde una perspectiva saludable y salutogénica y no tan solo desde la habitual medicalización que puede conducir a efectos indeseados e indeseables.

Pues bien, ante esta situación de disminución y desconfinamiento, el Gobierno, junto a las/os responsables de las Comunidades Autónomas (CCAA), han constituido una comisión de expertos que estará compuesta por un veterinario, una economista, una psicóloga, dos abogados y 18 médicos, se dice que expertos en desconfinamiento.

En este sentido y, antes de nada, no tenía conocimiento, hasta ahora, de que existieran expertos en desconfinamiento, como si esta acción fuese algo habitual en nuestro contexto y se precisase de experticia especial. Posiblemente sean como la reserva de los militares, es decir, se tienen en la recámara por si acaso surge la guerra y se precisa echar mano de ellas/os. Con lo cual nos situamos, de nuevo, en el escenario bélico que se han empeñado en crear para esta pandemia.

Pero parece ser que dicha experticia tan solo alcanza para que la adquieran determinadas disciplinas y una de ellas de manera muy clara y manifiesta, mientras otras como enfermería, se debe pensar que, como las enfermeras son expertas en cuidados, como que no tiene mucha relación con esto del desconfinamiento, aunque existan grupos de investigación como el Aurora Más de Investigación en cuidados que llevan años aportando evidencias al respecto.

Sin cuestionar la validez de las/os profesionales designados, llama la atención que se incorporen como expertos a dicha comisión un gran número de altos responsables de las consejerías de salud, fundamentalmente consejeras/os y directoras/es generales, casi todas/os ellas/os médicos de especialidades como digestivo, cirugía, documentación, anestesia, psiquiatría además de epidemiología, medicina familiar y medicina preventiva…abogada, economista y psicóloga clínica, completan la lista de expertos, supuestamente en desconfinamiento.

En ninguna CCAA, ni en el propio ministerio, han pensado en que una enfermera pudiese aportar algo a este denominado desconfinamiento. Posiblemente se deba a que, como no ocupan cargos de responsabilidad con capacidad de toma de decisiones, no son válidas para acceder a tan importante e ilustre comisión. El problema, como casi siempre, está en que no ocupan dichos cargos porque no les dejan hacerlo quienes ahora deciden los expertos que deben configurar la comisión, es decir, es lo que viene a denominarse una clara endogamia entendida como la “actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución”.

Pero más allá de la evidente endogamia, que es palmaria y evidente, la composición que se ha determinado viene a demostrar claramente que la actuación, sea la que sea que determinen, va a estar manifiestamente dirigida al modelo medicalizado de nuestro Sistema Sanitario, que ya ha tenido oportunidad de demostrar sus carencias y deficiencias antes y durante esta pandemia.

No se entiende, ni debería admitirse, que en una comisión de expertos en la que se va a analizar, reflexionar, y decidir sobre cuestiones que van más allá de la medicina, en cualquiera de sus especialidades, tan solo existan “las anécdotas” de un veterinario, una psicóloga, dos abogados y una economista, que curiosamente todas/os ellas/os ocupan altos cargos en las administraciones de sus respectivas CCAA, haciendo sospechar que su experticia no lo es tanto por lo que desde su disciplina pueden aportar, sino por el cargo que ocupan, requisito que cumplen, igualmente, el resto de componentes médicos, salvo alguna excepción.

En fin, toda una garantía para la tranquilidad de la población que puede confiar en que las medidas a las que se lleguen estarán avaladas por la alta experticia en desconfinamiento, como claramente indican sus perfiles. Por si alguien no lo ha percibido, irónicamente hablando.

El desconfinamiento, no es tan solo una fase más de este proceso pandémico. Es, en sí mismo, una fase determinante en el control y contención de la pandemia, para minimizar al máximo los riesgos de posibles repuntes de contagio que nos harían volver a posiciones iniciales. Pero es algo que va mucho más allá del contagio. Supone un afrontamiento a ese nuevo confinamiento con límites, aún por conocer, al que nos vamos a tener que acomodar y en el que, como comentaba, se generarán respuestas muy diversas con demandas y necesidades que deberán ser atendidas desde una perspectiva integral, integrada e integradora, así como desde acciones intersectoriales y transdisciplinares que la composición de la comisión no permite, no tan solo garantizar, sino, ni tan siquiera, tener la esperanza de que logren establecer las bases sobre las que planificar el desconfinamiento.

La política, que es lo que realmente ha determinado la composición de la comisión, tan solo pretende tener el control de la situación en sus respectivos territorios por criterios de poder que no de salud.

La composición de la comisión debería estar equilibrada en base a la complejidad de respuestas que hay que dar y de la diversidad de sectores que en la misma van a tener que intervenir. Desde una visión medicalizada, asistencialista y sanitarista exclusivamente, nunca se podrán garantizar afrontamientos efectivos, eficaces y eficientes.

La misma población que hasta ahora ha estado aplaudiendo por la actuación de las/os profesionales, tras el confinamiento va a esperar que respondan en idéntica medida, pero ya sin respiradores, intubaciones, canalizaciones… Porque lo que van a necesitar, básicamente, son cuidados que restablezcan el equilibrio perdido y que nada tienen que ver con niveles séricos, dificultades respiratorias, fiebre, dolor o cualquier otra manifestación clínica, sino con necesidades básicas y de patrones funcionales de cuidados que, además, se puedan afrontar en contextos de desigualdad o vulnerabilidad. Con respuestas que precisan de consenso y alejadas de “recetas universales” y que deben centrarse en la especificidad e individualidad que requieren y que exigen, además, articularlas con el ámbito familiar y el contexto comunitario, mediante intervenciones en las que los recursos comunitarios se racionalicen para permitir ofrecer las mejores prestaciones. Incorporando a la población en la identificación de sus necesidades sentidas y planificando intervenciones conjuntas que permitan su participación activa en la toma de decisiones. Incorporando a las/os profesionales de diversos sectores que, desde las diferentes miradas de una misma realidad, permitan atender de manera integral los problemas de salud en los que las dimensiones física, mental, social y espiritual sean tenidas en cuenta en una sociedad diversa, compleja y multicultural.

La construcción de hospitales de campaña, el aumento indiscriminado de UCI, el desmantelamiento de la atención primaria… son medidas, en algunos casos eficaces, pero en la mayoría de ellas efectistas y llevadas a cabo por las/os mismas/os “expertos” que se han elegido para situarnos en el desconfinamiento.

Politizar la salud es la primera medida para lograr que no la alcancemos. La salud es algo extraordinariamente importante como para jugar a negociar o usar como herramienta política y oportunista.

Sería muy de agradecer que aquellas/os que tienen la capacidad de decidir lo hagan pensando más en la población y en responder a sus necesidades que en sus partidos, sus territorios, sus deseos y sus intereses.

Para finalizar considero que es imprescindible poner de manifiesto lo que se demuestra es una tozuda y desagradable realidad. Pensábamos, ilusamente, que esta pandemia podía haber cambiado algo la percepción y valoración que hacia las enfermeras tienen los políticos y los decisores sanitarios. Pero, lamentablemente, una vez más, se ha demostrado que los halagos transmitidos hacia las enfermeras, como los que hacen cada vez que acuden a inaugurar un evento científico enfermero, eran simplemente oportunistas y puntuales. Como un estímulo para que continúen dándolo todo como siempre han hecho sin necesidad de falsas arengas. Pero que cuando se tiene la oportunidad de demostrar que realmente se considera a las enfermeras como profesionales altamente cualificadas, con capacidades, competencias y aptitudes fundamentadas en el saber y la ciencia enfermera, con actitudes responsables y alejadas de personalismos, con experiencia para dar respuestas eficaces y eficientes, con contrastados resultados en sus intervenciones, con la mejor preparación académica, con bagaje investigador… se acabe haciendo lo de siempre, olvidarlas, ignorarlas y someterlas a la invisibilidad y el ostracismo por efecto de las decisiones cegadas por el corporativismo, el paternalismo y el modelo caduco que tan solo es capaz de responder a sus propias expectativas, es decir, continuar mirándose el ombligo, como si el mismo fuese el centro del mundo.

Una nueva decepción, pero, sobre todo, un nuevo fracaso de la política y de los políticos en la tan urgente necesidad de plantear políticas de salud y no hacer política con la salud.

Una nueva demostración de despotismo ilustrado. Todo por el pueblo, pero sin el pueblo. Será por lo de la corona del virus que trae reminiscencias de las monarquías absolutas que lo implantaron desde las ideas filosóficas de la Ilustración, según las cuales, las decisiones humanas son guiadas por la razón. Faltaría saber qué tipo de razón es la que está guiando estas decisiones.

Pasen y vean, pasen… la función está a punto de empezar. Equilibristas que realizarán el triple salto mortal sin red. El riesgo como espectáculo del pueblo. ¿Quién da más?

¿HASTA CUANDO SEREMOS HEROÍNAS? Menos heroínas y más enfermeras

Para José Manuel Viturro Iglesias

Héroe antes, durante y después

 

Durante todo el tiempo que está durando la pandemia y con ella el estado de alerta, las/os profesionales sanitarias/os, han pasado de simples mortales a héroes/heroínas.

El cambio de percepción y adoración ha sido un efecto más de los que está produciendo el maldito virus coronado y en este caso viene determinado por la intervención decidida, inmediata y sin limitaciones de las/os profesionales para hacer frente al demoledor avance del COVID-19.

Las/os profesionales, evidentemente, no actuaron en ningún momento con el ánimo de ser reconocidas/os ni aplaudidas/os. Lo hicieron porque forma parte de su ADN profesional. Por lo tanto, no fue casual sino causal. Y la causa no fue otra que la de intentar proteger, cuidar y en la medida de lo posible curar a tanta gente como se estaba viendo afectada. Daba igual si eran profesionales de atención primaria, de hospital o de centros sociosanitarios. La respuesta fue unánime. Todo ello a pesar del gran desconcierto e incertidumbre que generaba el desconocimiento de a qué se estaban enfrentando. Conocían a quién, porque ya se le había dado nombre, COVID-19, pero faltaba saber el qué, cómo, cuándo, dónde… demasiadas interrogantes sin resolver que exponían a todas/os ellas/os a riesgos también inciertos, aunque sospechados.

El avance de la pandemia no hizo más que aumentar el mito que alguien propuso al identificarlos como héroes/heroínas y establecer un rito sistemático de agradecimiento diario en forma de aplausos desde los balcones del confinamiento decretado por el Estado de Alarma.

Aplausos que ya hay quienes entienden, se merecen, si se quedan en los centros sanitarios, porque rechazan que vuelvan a sus hogares a descansar por si son contagiados por sus héroes/heroínas.

Aplausos a los que se han sumado los reconocimientos diarios de políticos y responsables ministeriales en sus comparecencias públicas.

Aplausos que han intentado los medios de comunicación con desigual fortuna al trasladar en sus comunicados los permanentes tópicos y estereotipos que impregnan el sector sanitario y a sus profesionales y muy especialmente a las enfermeras.

No me cabe duda del mérito y el merecimiento de tal muestra, pero como todo acto repetido en el tiempo, acaba perdiendo su valor real para convertirse en una rutina que no se sabe bien a qué obedece, a quién se dirige y por qué se realiza. Salvando todas las distancias y teniendo en cuenta que todas las comparaciones son odiosas, pasa lo mismo con los minutos de silencio que se llevan a cabo tras cada nueva víctima por violencia de género, sin que dichas muestras, realmente, aporten nada más que simbolismo a una lacra social que requiere de intervenciones mucho más pragmáticas, integrales, intersectoriales y decididas, que ataquen el problema desde la raíz y no tan solo con retoques diplomáticos y decorativos que facilitan que se perpetúe o incluso empeore el problema que radica en la educación, cultura y concienciación de la sociedad y se aleja de ser un “simple” acto delictivo, por grave que este sea.

Volviendo a los/as héroes/heroínas, no es tanto lo que ahora se está haciendo como lo que sucederá tras la pérdida de heroicidad como consecuencia de una cierta normalidad en el funcionamiento de los centros y servicios sanitarios, por la remisión de la pandemia, que todas/os esperamos se produzca cuanto antes. Porque como sucede con todos/as los héroes/heroínas, realmente son humanas/os. Pueden tener poderes, pero tan solo los utilizan en situaciones concretas, tras las que recuperan su normalidad como mortales.

Así pues, y centrándome en las enfermeras, sin que con ello desprecie ni reste el más mínimo mérito a cualquier otra/o profesional, este súbito reconocimiento es muy de agradecer por lo que supone de visibilidad y de puesta en valor a aquello que las enfermeras hacían, hacen y seguirán haciendo, que es cuidar. Y destacando lo que para mí ha supuesto una lección aprendida y aprehendida de todas/os las/os profesionales, como es el valorar la importancia que tiene el trabajo en equipo por encima de cualquier ego o protagonismo personal o corporativo.

Pero ni antes se reconocía dicho cuidado, más allá de las consabidas referencias a la simpatía, ni en estos momentos se identifica realmente ese cuidado sino la actitud de entrega ante una situación tan crítica como la que estamos viviendo, ni, mucho me temo, se hará una vez la vida se desarrolle con una intensidad más rutinaria. No se trata de desmerecer lo que se está haciendo, todo lo contrario, pero considero que se debe situar en su justa medida.

Me conformaría con que la recuperación como enfermeras y no como heroínas conservase la identificación que durante tanto tiempo se nos ha negado o, al menos, se ha obviado. Que las agresiones que sufríamos por hacer nuestro trabajo desaparezcan. Que el cuidado sea valorado más allá de la simpatía. Que no se nos asimile como subsidiarias de ningún/a otro/a profesional. Que se reconozca nuestra aportación singular a la salud de la población en los centros y servicios donde trabajamos. Que se haga visible la contribución que realizamos como enfermeras gestoras. Que se nos permita acceder a puestos de responsabilidad y toma de decisiones en idénticas condiciones de capacidad y mérito como cualquier otra/o profesional con idéntica titulación académica. Que las plantillas se adecuen a criterios poblacionales y de necesidades de salud. Que nuestras competencias sean reconocidas y asimiladas a puestos de trabajo específicos que eliminen la rotación sin sentido. Que podamos desarrollar una carrera profesional en base a méritos perfectamente identificables y evaluables y no tan solo por antigüedad. Que se reconozca nuestra formación académica y continuada. Que se regularice la incorporación de las especialistas en puestos específicos… estos y muchos otros, serían, sin duda, los mejores aplausos que podríamos recibir tras la pandemia, tanto por parte de la población como de la administración y de los medios de comunicación. Cada cual en la medida que les corresponda en función de la acción enfermera que perciban y deban poner en valor.

Porque, desde mi punto de vista, las enfermeras, junto al resto de profesionales, no han sido tanto héroes/heroínas durante esta pandemia, como lo venían siendo antes de la misma.

Tener que trabajar viendo como se recortan de manera sistemática los recursos y los sueldos. Reduciendo las plantillas. Exigiendo cada vez más por menos. Debiendo responder a nuevas demandas sin un apoyo decidido de gestores y políticos. Viendo como se mercantiliza la sanidad y con ello se pierde calidad en lo Público. Teniendo que utilizar el voluntarismo como única manera de llevar a cabo proyectos en beneficio de las personas, las familias y la comunidad. Asumiendo responsabilidades que no corresponden. Impidiendo competencias que si corresponden y para las que están capacitadas. Accediendo a puestos de trabajo que no se corresponden con su capacitación profesional. No pudiendo acceder a puestos de trabajo para los que la propia administración las ha formado. Investigando en su tiempo libre, sin recursos, apoyo ni valoración por lo que se investiga. Limitando las posibilidades de formación y de asistencia a actividades científicas. Excluyéndolas de comisiones, grupos de trabajo o acciones formativas. Reduciendo al mínimo las posibilidades de conciliación familiar… son tan solo algunos de los factores, riesgos, barreras, dificultades, con los que día a día las enfermeras de este país han tenido que convivir y que sí que, yo sí, les conferiría el calificativo y reconocimiento como heroínas que, sin embargo, antes de la pandemia, paradójicamente, nadie les daba y por el que, lamentablemente, nadie les aplaudía. Y, a pesar de ello en ningún momento se cuestionaron responder como respondieron cuando se presentó el coronavirus como un elefante en una cacharrería. Sin pedir nada previamente, ni a posteriori, que no fuese medidas de protección que les salvase de un contagio que les está esquilmando. Sin preguntar cómo y de qué manera se les iba a retribuir el sobreesfuerzo. Trabajando en condiciones de presión permanente y con ausencia de recursos adecuados. Sin reparar en el estrés, dolor, sufrimiento, preocupación por quienes atendían, pero también por a quienes dejaron de atender, sus familias. Abandonando su autocuidado para llegar a situaciones límite que soportan con voluntad de hierro. Porque, como enfermeras tienen la convicción de que ese es su compromiso y lo que de ellas se espera, sin necesidad de que nadie las considere heroínas. Lo cual no quiere decir que no lo agradezcan.

Si lo vivido y reconocido durante la pandemia, sirviese, al menos, para sentar las bases de una serio análisis y rigurosa reflexión sobre el estado en que se encuentra, el denominado y difundido excelente sistema sanitario, que realmente sostienen, a duras penas, las/os profesionales, para tratar de minimizar las carencias y rescatar las fortalezas, las enfermeras podrían abandonar su heroicidad y situarse como profesionales reconocidas, valoradas y dispuestas a ofrecer lo que la población realmente necesita de ellas, sus cuidados profesionales.

De no hacerlo así las enfermeras se encontrarán con el problema de asumir unos poderes que no tienen ni se les pueden exigir, para tratar de responder a las necesidades que la pandemia va a dejar como secuelas de su paso por la sociedad en un escenario aún peor del que ocupaban antes de la crisis.

Resulta imprescindible, por lo tanto, que se deje de considerar heroínas a quienes tenemos que reconocer como enfermeras. Es lo que necesitan, desean y demandan.

Y esto lo tiene que hacer la propia sociedad, los decisores políticos y los medios de comunicación. Es una labor conjunta de reconstrucción de una imagen y un valor que históricamente se ha negado a las enfermeras y que es preciso llevar a cabo si realmente se quiere mejorar la salud de la comunidad.

Las enfermeras, por su parte, deben asumir el liderazgo del cuidado que de ellas se puede y debe exigir más allá de las unidades, servicios o centros sanitarios, como nichos ecológicos y exclusivos de su actividad, para participar activamente con la comunidad en su empoderamiento y en el logro de objetivos saludables.

La salud es demasiado importante como para estar en manos tan solo de profesionales sanitarios y, aún menos, en las de un solo colectivo. El trabajo transdisciplinar, la participación comunitaria, la intersectorialidad, la planificación, la toma de decisiones compartidas deben marcar el camino de un sistema sanitario de todos/as y para todos/as. Lo contrario, nos sumirá de nuevo en un contexto de incertidumbre y debilidad que requerirá en momentos puntuales de héroes y heroínas que no existen por mucho que nos empeñemos, entre todas/os, en identificarles como tales.

Es muy importante que empecemos a valorar la importancia que tiene contar con un sistema sanitario público potente que permita que nuestras/os profesionales actúen como tales dando lo mejor de sí y no como heroínas/héroes, expuestas/os a ataques de enemigos que no están preparadas/os para repeler como les sucede también a Superman, Spiderman, Batman y sus dobles women.

Aplaudamos por esta reivindicación que, seguro, será más reconocida y agradecida además de más efectiva en el corto, medio y largo plazo.

Si no lo hacemos, pronto los aplausos se tornarán en abucheos.

Menos heroínas y más enfermeras.

VAMOS A CONTAR MENTIRAS, TRALARÁ

“La verdad puede eclipsarse, pero no extinguirse.”

Tito Livio[1]

 Ahora que vamos despacio

Ahora que vamos despacio

Vamos a contar mentiras, tralará

Vamos a contar mentiras, tralará

Vamos a contar mentiras

 No deja de ser curioso que hace unos meses, cuando el coronavirus, entonces todavía sin bautizar, empezó a dar la cara y manifestarse por tierras asiáticas, por estos lares muchos veían con idéntica distancia que la geográfica, lo que allí estaba pasando e incluso se permitían difundir determinados comentarios, vacuos argumentos, chismes y diretes sobre las causas del contagio, algunas de ellas de tipo conspiratorio muy del estilo del cine de espías yanqui. Y es que hay algunas/os que ven mucho cine de policías y ladrones. Tralará

Cuanto más avanzaba la enfermedad del ya nominado virus COVID-19, los cinéfilos informadores de pelis de serie B o inferiores, cambiaron su argumentación. Pero no porque incorporaran evidencias que permitiesen fundamentar lo que estaba pasando, no. Sino cambiando de género cinematográfico para pasar al del cine de terror. Los murciélagos, claro icono de dicho género, aparecieron en escena para ser señalados como los principales culpables de la tragedia, al difundirse que servían de ingrediente en algunos platos consumidos por los habitantes de Wuhan lo que servía de base para afirmar que provocaban los masivos contagios en dicha ciudad. ¿Evidencias?, las mismas que otorgan a Drácula vida eterna y su conversión en murciélago vampiro para así poder acceder a los tentadores cuellos, habitualmente de jóvenes y atractivas mujeres, para convertirlas en su aren particular de sensuales vampiresas, lo que dista mucho de la celebérrima y ficticia novela de Bram Stoker, Drácula, que tan maltratada fue posteriormente por escritores y cineastas de medio pelo. Pero tanto esas secuelas literarias y cinematográficas, como las historias sobre la culpabilidad de los murciélagos herradura o, posteriormente, de los pingolines, se demostraron leyendas urbanas sin ningún fundamento que fueron rápidamente transformadas y expandidas en fantásticas noticias con “titulares neutrales y objetivos” del estilo de: “¿Cómo no van a contraer virus si comen gatos, perros, murciélagos, culebras y ciempiés?» tratando de justificar sus mentiras, tras conocerse que el mercado de marisco de Wuhan, en el centro de China, donde se comerciaba con animales salvajes de manera ilegal para su consumo, podría haber sido el foco de contagio del coronavirus, lo que indujo a generar noticias que relacionaban al COVID-19 con la gastronomía, alimentando el estigma contra la comunidad china. Y, aunque es cierto que, en determinadas ocasiones, los chinos consumen animales exóticos, ni se trata de una práctica generalizada ni la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha confirmado en ningún momento que ese sea el foco de la infección, ni es posible contagiarse solamente por consumir estas especies salvajes. Tralará.

Por el mar corren las liebres

Por el mar corren las liebres

Por el monte las sardinas, tralará

Por el monte las sardinas, tralará

Por el monte las sardinas

 Sucede que iniciada la senda de la mentira “un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias, de ningún modo es una media verdad”[2], por lo que ¿para qué ir con medias tintas? Se miente de verdad y ya está.

Las mentiras, iban alimentando el imaginario común y provocaban cada vez más incertidumbre y confusión. Pero la muerte siempre ha vendido mucho y ha estimulado la imaginación y con ella la capacidad de mentir y, como, al fin y al cabo, era algo que todavía estaba tan lejos, se empezó a elucubrar sobre nuevas mentiras que, por una parte generaran la suficiente alarma como para llamar la atención y aumentar las audiencias, y por otra, alimentar la idea de que era algo que tan solo podía sucederles a los chinos, recogiendo el magnífico argumento esgrimido por el líder mundial de los bulos y de la considerada primera potencia mundial, el ínclito Donald Trump, que vio la oportunidad ideal de atacar a su principal enemigo comercial, desde la atalaya de su prepotencia e ignorancia, fieles acompañantes del Presidente, al que se unieron para hacerle coro, mandatarios de similar discurso, como Bolsonaro en Brasil o López Obrador, en México. Tralará.

Salí de mi campamento

Salí de mi campamento

Con hambre de seis semanas, tralará

Con hambre de seis semanas, tralará

Con hambre de seis semanas

La progresión de la enfermedad y de los contagios se acercaba cada vez más e Italia fue el primer país de Europa en sufrir la arrasadora entrada del virus mientras se seguían trasladando noticias que cuestionaban las cada vez más apabullantes evidencias científicas que anunciaban una pandemia de proporciones hasta entonces inimaginables que, sin embargo, no sirvieron para detener las mentiras que, por ejemplo, de nuevo sirviendo de correa de transmisión del presidente de los EEUU, pronosticaban una detención de la letalidad del virus por efecto del calor, lo que, nos garantizaba casi no ser invadidos, dado que somos un país de sol y palya. Tralará.

La fe mueve montañas y la ciencia se encarga de devolverlas a su sitio. De tal manera que las profecías de mentirosos ilustres, palmeros o periodistas sensacionalistas y oportunistas, que casualmente suelen formar parte de los mismos equipos, fueron desmontándose una por una, hasta que, prácticamente sin darnos cuenta nos encontramos con el COVID-19 acompañándonos a sus anchas en todas partes. Mientras en Italia la situación era cada vez más crítica, a pesar de lo cual se mantenía una normalidad de convivencia que permitía alimentar al voraz virus, en un intento de trasladar tranquilidad a una población que batallaba entre los datos objetivos de los contagios y las mentiras de quienes no se resistían a sucumbir a la tiranía vírica. Tralará.

Aunque “ni la utilidad del mentir es sólida, ni el mal de la verdad perjudica mucho tiempo”[3], la mentira todavía mantiene su efecto en contra de la verdad.

En España, mientras tanto, cada vez más preocupada por lo que sucedía a la ya no tan lejana Italia, se continuaba sin reaccionar a pesar de que los datos indicaban que la probabilidad de replicar las situaciones de China e Italia eran cada vez mayores a pesar de las altas temperaturas de las que disfrutábamos y que habían sido anunciadas como destructoras del virus. Espectáculos culturales, deportivos, viajes, transportes públicos abarrotados, grandes desplazamientos e incluso manifestaciones. Y, de nuevo los mentirosos se apresuraron a buscar culpables. De todas las acciones de contacto descritas, la única que se identificó como causante de la plaga bíblica fue la manifestación del 8 de marzo conmemorativa del día de la mujer, a la que, curiosamente, acudieron todas/os las/os que posteriormente se apresuraron a levantar el dedo acusatorio por permitir su celebración. De tal manera que el feminismo, fue señalado como el principal causante del castigo divino, aireado por los mismos medios que previamente habían alimentado las mentiras previas. Tralará

Me encontré con un ciruelo

Me encontré con un ciruelo

Cargadito de manzanas, tralará

Cargadito de manzanas, tralará

Cargadito de manzanas

Ante la magnitud del problema se decretó el Estado de Alarma y con él, el confinamiento de toda la ciudadanía salvo los denominados servicios esenciales. Y la inexorable progresión de la secuencia contagiosa comenzó a provocar la famosa curva ascendente y acompañando a contagiados y muertos nuevas mentiras que alimentaban la curiosidad de ciudadanas/os cautivas/os ante la monotemática y exclusiva avalancha informativa del COVID-19 en cualquier ámbito, contexto o escenario, desde el deportivo, cultural, económico, educativo al claramente estrella como es el sanitario. Las compras de materiales, sus pérdidas, sus retrasos, sus defectos, la ausencia de protecciones personales, el a todas horas anunciado colapso sanitario, los respiradores, las muertes, los test, los aviones, los ERTE, las ayudas a particulares y empresas, las restricciones, incluso el sufrimiento, el dolor y la muerte… todo, absolutamente todo, era cebo ideal para modelar y lanzar nuevas mentiras, en forma de noticias, por parte de quienes, desde el paraguas protector de servidores públicos de la transparencia informativa, protegían también su identidad de carroñeras/os informativos al servicio, muchas veces, de los intereses de determinados sectores, para atacar a quienes tenían ante sí el difícil reto de acometer, contener y vencer a tan temible como invisible enemigo, muestra de un filibusterismo asociativo perverso, en una mala copia de los postulados de Maquiavelo en su obra El Príncipe[4]. Mientras tanto a la otra orilla del Atlántico, el inefable Donald Trump aseguraba que su país era el mejor preparado del mundo para hacer frente al virus y que nada malo les iba a pasar. En EEUU, a diferencia de Europa, no hacen falta los embusteros para difundir las mentiras, tienen el mejor y más potente altavoz para hacerlo, su presidente. Tralará.

Empecé a tirarle piedras

Empecé a tirarle piedras

Y caían avellanas, tralará

Y caían avellanas, tralará

Y caían avellanas

 Pero la mentira tiene las patas muy cortas y por eso se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo. Es por ello que emulando al gran dictador alemán se decide que “las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”[5]. Por lo tanto es mejor continuar alimentando la espiral del enredo, el engaño y la mentira. Porque finalmente siempre hay quienes aprovechan la ocasión para utilizar la confusión que inevitablemente generan las mentiras y el tiempo que se tarda en desenmascararlas, para que puedan servir como artillería pesada contra el enemigo político. Ya no se identifica a un presidente y su gobierno, ni tan siquiera una comisión de expertas/os de científicas/os, sino a un enemigo o a una comisión de supuestos expertos a quienes se acusa de mentir y hacer una pésima gestión de la situación, en base, paradójicamente, a las mentiras que ellos mismos generan o las que otras/os crean y utilizan de manera oportunista. Tralará.

Con el ruido de las nueces

Con el ruido de las nueces

Salió el amo del peral, tralará

Salió el amo del peral, tralará

Salió el amo del peral

 

Y en este totum revolutum, todo vale para seguir mintiendo al son de una canción infantil para amenizar la excursión pandémica. Las/os profesionales sanitarias/os a quienes teóricamente se ensalza y aplaude por su abnegado servicio y entrega absoluta, son igualmente manipuladas/os para responder a los intereses de quienes hacen de la mentira su principal argumento informativo. Utilizando historias que se deforman, adaptan o inventan con el fin de trasladar situaciones que provoquen indignación y rechazo hacia quienes gestionan, con mayor o menor acierto, pero seguro que, con total honestidad, la pandemia. Si para ello tienen que sacar muertos en primera página o la rabia de alguien que ha perdido a su marido para arremeter contra el poder establecido, no hay problema, se hace. Tralará.

Chiquillo, no tires piedras

Chiquillo, no tires piedras

Que no es mío el melonar, tralará

Que no es mío el melonar, tralará

Que no es mío el melonar

 Porque si algo aporta la pandemia, además de los devastadores efectos sobre la ciudadanía, son estadísticas, y como decía Mark Twain “hay tres clases de mentiras: La mentira, la maldita mentira y las estadísticas”[6], lo que aprovechan los magos de la mentira para sacar sus particulares conejos de la chistera.

Alcanzado ya el pico de la famosa curva, mientras en EEUU el COVID-19 pone en evidencia al señor Trump, matando a más personas que en ninguna otra parte del mundo hasta ahora, las/os carroñeros, tanto periodísticos como políticos, acompañan a la citada curva para nutrirla con nuevas mentiras que provoquen cuanta más confusión y caos mejor, en tanto en cuanto a unos les sirve para lograr sus fines mercantilistas y a los otros sus fines políticos, aunque vayan acompañados de muertes que también son utilizadas de manera desigual dependiendo de los intereses de unos u otros asimilándolos a la eutanasia, el abandono, la falta de atención o lo que se ocurra para hacer la mentira lo más rentable posible. Tralará.

Y es que, tal como dijese Alexander Pope[7], “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”.

Ahora que vamos deprisa

Ahora que vamos deprisa

No contamos más mentiras, tralará

No contamos más mentiras, tralará

No contamos más mentiras

 Las/os mentirosas/os acomodadas/os en el escenario que algunas/os se han empeñado en asimilar a la guerra, aprovechan para justificar su permanente actitud bélica amparándose en las palabras de Otto von Bismark, cuando decía que “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”[8].

No contamos más mentiras, tralará

No contamos más mentiras, tralará

No contamos más mentiras

 La excursión de la pandemia continua y la cancioncilla sigue machaconamente su evolución, como si entendiesen que, repitiendo muchas veces las mentiras, estas, acaben siendo o cuanto menos, pareciendo verdad, lo que comporta un claro desprecio a la inteligencia de las ciudadanas/os.

Sería deseable que en algún momento “el castigo del embustero sea no ser creído, aun cuando diga la verdad”[9] y que se traduzca en una renuncia a su continuidad tanto informativa como políticamente hablando.

[1] Tito Livio (Patavium, 59 a. C.-ibídem, 17 d. C.) Historiador romano.

[2] Jean Cocteau (1889-1963) Escritor, pintor, coreógrafo.

[3] Juan Luis Vives (1492-1540) Humanista y filósofo español.

[4] Nicolás Maquiavelo. El Príncipe. Ciencia Política/Alianza Editorial, 2006. Madrid.

[5] Adolf Hitler (1889-1945) Dictador de la Alemania nazi.

[6] Mark Twain (1835-1910) Escritor y periodista estadounidense.

[7] Alexander Pope (1688-1744) Poeta inglés.

[8] Otto von Bismark (1815-1898) Político alemán.

[9] Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.

DE LAS TERTULIAS DEL CORAZÓN A LAS TERTULIAS DEL CORONAVIRUS

Para Rafael del Pino Casado

Pensador, científico y enfermera

 

            Ayer en mi blog, hablaba, de pasada, de una figura que está alcanzando gran notoriedad en los medios de comunicación. Se trata de las/os pseudoexpertas/os que ocupan sillones en las tertulias que se emiten diariamente a través de todas las emisoras de radio y canales de televisión de nuestro país, hablando, como no podía ser de otra manera, de todo aquello que impregnan con la hemorragia informativa de la pandemia y del COVID-19. Lo mismo tiene que sea economía, educación, sanidad, justicia, seguridad, infraestructuras, deporte, ocio… todo, absolutamente todo, está contagiado informativamente de sus comentarios, postulados, opiniones, pareceres, profecías, visiones, cálculos, especulaciones, conspiraciones, pronósticos, comparaciones, reproches, advertencias, descalificaciones… que de todo y más hay.

            Muchos de los espacios dedicados, a lo que se conocen como magazines, con contenidos denominados “del corazón”, han pasado a ser, por obra y gracia del virus coronado, “tertulias del coronavirus”. Es decir, se ha pasado, de hablar de amores y desamores, separaciones, peleas, modelitos, parejas, hijas/os o amantes… desde la perspectiva de la más pura estupidez, intrascendencia, banalidad, falta de respeto, sordidez, inconsistencia, incoherencia… a hacerlo del coronavirus pero manteniendo, en muchas ocasiones gran parte de los calificativos que definen e identifican el discurso de quienes lo emiten con absoluta normalidad y tranquilidad. Algunas/os de las/os tertulianas/os han cambiado, no todas/os, que hay quien sirve tanto para un roto como un descosido. Pero las/os sustitutas/os, en su condición mediática de pseudoexpertas/os, mimetizan las cualidades del discurso sentimental aderezándolo con algunas cualidades que se adaptan al que asumen como supuestas/os expertas/os de una pandemia que nos mantiene en casa, hipnotizando y enganchando a muchas personas delante de las televisiones o con el oído atento a las emisiones radiofónicas, para ver y oír todo lo que al respecto de la misma trasladan como si fuera información veraz, contrastada, científica, avalada, cuando realmente se trata de informaciones totalmente tendenciosas, manipuladas, alarmistas, sensacionalistas, sin rigor… pero dichas con un insultante discurso de certeza irrefutable, que convence a muchas/os telespectadores y radioyentes que quedan cautivos con los mensajes transmitidos, provocando incertidumbre, inseguridad, confusión, e incluso confrontación, que en nada contribuyen al afrontamiento que debe llevarse a cabo con la serenidad y el conocimiento suficientes, para vencer a tan letal pandemia.

            Pero, parece que todo valga, que cualquiera pueda opinar, que no pase nada por ello. Que la audiencia prevalezca a la decencia. Que la decencia sucumba a la insolencia. Que la insolencia pase por encima de la ciencia. Que la ciencia brille por su ausencia. Que su ausencia no exija ninguna licencia. Que la licencia sea tan solo la audiencia. Que la audiencia no tenga prudencia. Que la prudencia limite la exigencia. Que la exigencia de paso a la indiferencia. Que la indiferencia admita incluso la negligencia. Que la negligencia se asuma con benevolencia. Que la benevolencia se confunda con falta de inteligencia. Que la inteligencia se ignore hasta la indecencia. Que la indecencia se tolere con paciencia… como secuencia, con discretos cambios de orden, con la que nos deleitan diariamente las/os pseudoexpertas/os en tan tristes tertulias conducidas, por otra parte, por permisivas/os periodistas que admiten, con absoluta indiferencia, la mediocridad de los discursos y la información transmitida.

            Ante una situación tan grave como la que estamos atravesando, que se utilicen espacios de información para jugar con la misma, tratando de hacer negocio, a cualquier precio y sin reparar en las consecuencias que dichas actitudes tienen o pueden tener en la audiencia, me parece cuanto menos mezquino.

            En momentos en los que el cruce de información, datos, estadísticas, ponderaciones, estimaciones… es peor que la circulación en un día de operación salida de vacaciones y que lo menos que puede pasar, producto de la temeridad y la distracción, es que haya accidentes de circulación. Por lo tanto, si aumentan considerablemente las acciones imprudentes, las actividades sin sentido, los diálogos incoherentes, las discusiones insolentes aumentarán igualmente las probabilidades de riesgo, las insensateces y los desmanes, de quienes se han limitado a admitir como válidas las opiniones vertidas por indocumentadas/os expertas/os que con absoluta naturalidad se permiten opinar sobre algo que ni conocen, ni dominan, ni realmente les importa, pero que les reporta famoseo, dinero y notoriedad. Convertir un tema de tanta repercusión para la salud individual y colectiva en un mediocre espectáculo circense en el que el riesgo innecesario, la payasada sin gracia, el sufrimiento gratuito o el contenido de mal gusto se imponen al exigible rigor y la necesaria seriedad de contenidos, tiene como resultado nefastas consecuencias.

Porque no todo es admisible para captar la atención de imprudentes seguidoras/es de estas tertulias del coronavirus, empapándoles de estupideces como forma de entretenimiento y de burla despiadada y ataque a la inteligencia humana, aprovechándose de una ignorancia que alimentan, promocionan y perpetúan, desde una falta de ética y honradez que raya, cuando no sobrepasa, la falta más absoluta de respeto y consideración.

            Confundir el entretenimiento con la manipulación informativa, la alarma innecesaria o la utilización interesada es básicamente reprobable y racionalmente denunciable. Creer que la intrascendencia, el glamur, el discurso vacuo, el debate zafio o la inconsistencia narrativa se pueden trasladar, sin más, de una tertulia del corazón, que pasea por la superficie de la tontería, profundiza en la insulsez, navega por la miseria, hurga en la intimidad, se hace acompañar por la envidia, se casa con la mentira y se escuda en la descalificación y el engaño, a una tertulia montada ad hoc aprovechando el tirón de la pandemia para beneficiarse de él sin escrúpulos y entendiendo que el fin siempre es capaz de justificar los medios, resulta no tan solo preocupante, sino altamente peligroso para la salud comunitaria.

            Que algunos Medios de Comunicación se conviertan en plataformas desde las que aprovecharse de la pandemia, del aburrimiento provocado en muchos casos por el confinamiento, de la avidez por el debate simplista y sin fundamento, del colapso informativo, de la incertidumbre política, de las dudas científicas… para lograr una mayor cuota de pantalla es tanto o más peligroso que el contagio del covid-19. Porque más pronto que tarde, se conseguirá una vacuna y se logrará vencer al virus. Pero el daño provocado a la inteligencia no tiene cura ni vacuna que inmunice, porque ya se han encargado de inocular tal grado de ignorancia que resulta imposible combatirla a través de medios como la educación, la cultura o la ciencia, que son sistemáticamente despreciados por estos mismos medios.

            Pero siendo grave todo lo abordado, aún lo es más, si cabe, el que las/os políticas/os hagan un uso interesado de dichas tertulias para convertirlas en lonas de combate donde escenificar su intento de noqueo al enemigo, que no adversario, en base a bulos, mentiras, descalificaciones, acusaciones… que no tienen ningún otro sentido que el rédito oportunista desde la hipócrita y cínica postura de defensa de los intereses generales, cuando lo único que persiguen es el suyo propio o el de las formaciones políticas que les amparan como única posibilidad de que sean identificadas/os como las/os líderes que ni son ni tienen capacidad de ser. Y todo ello a costa del sufrimiento, el dolor y la muerte de muchas personas que tan solo representan, para estas/os arribistas políticos, una oportunidad de lograr lo que no saben hacer por medio de propuestas y estrategias de estado. Convirtiéndose de esta manera en un/a tertuliano/a más de este escaparate del despropósito, aunque para ello utilicen otros lugares desde donde arengar que no sean los platós televisivos o estudios radiofónicos, con el vano intento de no ser identificadas/os como parte del espectáculo que, sin embargo, alimentan y aplauden como medio para lograr sus impúdicos fines.

            Ante esto, tan solo cabe esperar que, cuanto antes, el pensamiento crítico nos infecte en algún momento para poder eliminar de nuestros espacios de convivencia riesgos tan peligrosos como indeseables y a quienes los provocan.

Pero para eso, se requieren líderes políticos/as que realmente trabajen por el bien común, sin que ello signifique renunciar, en ningún caso, a la crítica y el control necesarios y exigibles. Por su parte quienes tienen capacidad de decisión política, deberían tener la voluntad de promocionar y reforzar los espacios en que el análisis, la reflexión y el debate se incorporen de manera transversal a través de políticas de consenso y de estado. Lo contrario, continuará animando a las alimañas de la comunicación a buscar la carroña informativa con la que alimentar a sus fieles seguidores y al oportunismo político a beber de las aguas putrefactas de dichos espacios, con las que calmar su sed de poder.

Aunque también tenemos que identificar las posibilidades que como profesionales de la salud en general y como enfermeras comunitarias en particular tenemos para tratar de revertir dichas situaciones con intervenciones públicas y directas a la comunidad con la que trabajamos. En tanto en cuanto seamos capaces de alfabetizar en salud a dicha comunidad, estos medios se quedarán sin espacio para sus tretas informativas, al quedar al descubierto tanto sus intereses espurios como su permanente ataque a la inteligencia.

            Para acabar me gustaría compartir un breve poema que viene a trasladar, en muchas menos palabras, y de manera mucho más poética lo que he querido compartir como preocupación social y sanitaria.

 

Rayo del alma pura,

descendiente de la honradez.

Atraviesas la noche oscura,

Soslayando la estolidez

Arribas en la cordura,

sustanciando la sensatez.

                                    Rafael Del Pino Casado

DOLOR, SUFRIMEINTO Y MUERTE Informativamente hablando.

            Uno no deja de sorprenderse de lo que da de sí esta pandemia.

            No porque su trascendencia no sea, por si sola, generadora de información constante y noticias en torno a la misma, sino por lo que genera por parte, sobre todo, de periodistas, políticas/os y pseudoexpertas/os transformados en tertulianos para llenar los espacios de exclusividad informativa sobre el COVID-19 en que se han convertido todos los programas y espacios de los medios de comunicación.

Como ya he comentado en alguna otra ocasión, parece como si ya no existiesen más noticias, acontecimientos, sucesos… de los que merezca la pena informar.

Hoy, sin ir más lejos, en una entrevista que le estaban haciendo al ministro Marlasca en la cadena SER, antes de despedirse, él mismo, ha solicitado poder decir algo que no tenía que ver sobre la pandemia y que no era otra cosa que anunciar que otra mujer, ya no recordamos el número de víctimas porque ha sido sustituida su importancia numérica y acumulativa por las ocasionadas por el COVID-19, había sido asesinada por su pareja en un nuevo acto de violencia de género. Ya no es noticia la violencia de género, tiene que solicitar un ministro poder informar sobre ello. Lo que no deja de ser curioso, porque siempre han sido las/os políticas/os las/os que dicen enterarse de las noticias que les atañen por la prensa. En este caso se giró la tortilla, siendo la periodista la que se enteró de la noticia por parte del político. Curioso lo que llega a provocar este virus.

La cuestión es que no sé si esto se producirá porque ahora no hay posibilidad de dejarse ver haciendo minutos de silencio o es que se ha establecido una escala oculta que mida la importancia que tienen el dolor, el sufrimiento y la muerte. Que, a todas luces, parece que supera, con creces, el coronavirus. Pero no tan solo la violencia de género, ya no es noticia tampoco la migración, la pobreza, la soledad, la salud… si no se relacionan con la pandemia claro. Todo queda oculto o bañado en coronavirus. No hay más.

Pero más allá de estas lagunas, que parecen desiertos informativos, existen otras muchas cuestiones que transforman, enmascaran, deforman, estereotipan, marginan, ocultan… la información que sobre la pandemia y sus “actores”, sean protagonistas o secundarios, se emite por las diferentes emisoras, canales, diarios o por internet, sin entrar en la que inunda las redes sociales y que merecen capítulo aparte.

Si algo está dejando esta pandemia, aparte de otras muchas cosas, es, como ya hemos dicho, dolor, sufrimiento y muerte.

Dolor, sufrimiento y muerte que no conocen de profesiones, sexo, religión, raza, condición sexual, pensamiento… aunque tenga predilección por algunos colectivos de edad, condición social y económica, fragilidad o vulnerabilidad, con quienes tiende a cebarse.

Sin embargo, diariamente tenemos que oír o ver como desde los diferentes medios de comunicación hacen su particular y anacrónica priorización en cuanto a quienes sufren por efecto de la enfermedad, al establecer clasificaciones que si bien pueden no ser intencionadas son intencionales, con el fin de crear una determinada atmósfera o escenario concreto en los que la noticia encaje de manera más llamativa para obtener mejor audiencia.

Son muchos los ejemplos que podrían citarse, pero no es esa la cuestión. Sin embargo, sí que quisiera detenerme en aquello que diariamente se produce en torno a los/as nuevos héroes/heroínas sociales, es decir, las/os profesionales de la sanidad.

Es cierto que la pandemia ha logrado visibilizar como profesionales sanitarios a quienes siempre han permanecido fuera de las ondas, tras las cámaras o en las rotativas, sin llegar a poder oírse, verse o leerse, es decir, a todas/os aquellas/os profesionales sanitarias/os que no son médicas/os. Enfermeras, fisioterapeutas, matronas, auxiliares, celadores, trabajadoras sociales… constituían la “comparsa” de quienes son identificados como únicos y exclusivos protagonistas de la sanidad, las/os médicas/os[1]. El resto, todo lo más era incorporado como parte de los equipos médicos. Sin que nadie, salvo quienes dicen informar, intervengan en este sentido.

Así pues, la pandemia supuso una extraordinaria respuesta por parte de las/os profesionales, más allá de cualquier protagonismo corporativo de ninguno de ellos, volcándose, desde el minuto uno, a dar lo mejor que cada cual podía ofrecer con el fin de atender a la ingente cantidad de personas que acudían a los centros y servicios sanitarios.

Los medios, ante la reacción espontánea de agradecimiento hacia todas/os ellas/os, empezó a modular su discurso y a hablar de profesionales sanitarios. Pero es tanta la inercia y son tan abundantes los tópicos y estereotipos que las/os periodistas se han encargado de replicar permanentemente, que en cuanto se descuidan o relajan, aflora de nuevo el discurso que tan interiorizado tienen y que supone una constante invisibilización o fagocitación de la imagen o del trabajo de otras/os profesionales que no sean médicas/os.

Y eso, también provoca dolor y sufrimiento a quienes no ven reconocido ni valorado su trabajo. Evidentemente es un dolor y sufrimiento completamente diferente al que ocasiona el contacto directo con la enfermedad y la muerte, pero no por ello deja de incorporar elementos de distorsión emocional en quienes perciben el desprecio sistemático con el que se les trata informativamente. Y es que no hay mayor desprecio que no tener aprecio.

            Por su parte, hablando de muerte, hoy en el informativo de máxima audiencia, de una cadena nacional de televisión, hablaban que el contagio de las/os profesionales sanitarias/os superaba ya la cifra de 25.000 sanitarios. Y que de ellos, habían muerto 29 médicos y otro número importante de sanitarios. Es decir, la muerte, también conoce de categorías profesionales y de reconocimiento, e incluso de cantidades, como si la muerte pudiese valorarse también al peso. Como si la muerte de un/a médico/a, fuese más importante, tuviese más valor o significase mayor pérdida que la de cualquier otro profesional que ni se identifica ni filia.

Esta perspectiva determina claramente la importancia que informativamente se otorga a la muerte en función de la profesión, excluyendo, además, a las/os médicas/os del colectivo de sanitarios como si no lo fuesen o fuese algo inferior a ser médica/o. Informativa y metafóricamente hablando sitúan a las/os médicas/os en panteones y a los sanitarios, es decir, al resto en una fosa común sin lápida que les identifique.

Puede parecer banal o identificarse como una pataleta sin sentido, pero, desde luego, ni lo es ni lo representa. Porque en una situación con tanta incertidumbre, angustia, ansiedad, estrés… el dolor y el sufrimiento tienen muchas caras y se manifiestan de maneras muy diversas. Y esta es una de ellas, por mucho que a algunas/os les pueda parecer irrelevante, porque deben pensar, que al fin y al cabo, todos los días ya se les aplaude a todas/os.

Pero ese dolor y sufrimiento no lo infligen tan solo las/os periodistas. Las/os políticas/os tan ajenas/os a lo que sucede en ámbitos como el sanitario, más allá de saber que existen hospitales, enfermedad y médicos, cuando se han tenido que enfrentar a una situación sobrevenida, sorpresiva y desconocida, se han dado cuenta de que su discurso no tan solo es reduccionista, sino que está totalmente alejado de la realidad de lo que es un sistema de salud, sus profesionales y lo que cada cual de ellos realiza y aporta a la salud de la población a la que permanentemente dicen representar.

Como ejemplo, hoy, el exministro Solana, hablaba en la principal emisora de radio de este país sobre lo que había supuesto para él la experiencia de su estancia en el hospital aquejado de coronavirus. Y queriéndose sumar a los agradecimientos que todas/os han incorporado como una constante a sus discursos, junto a lo de la excelencia de nuestro sistema de salud, ha destacado la importante labor del equipo médico al frente del cual estaba un médico mujer (sic) y sus colaboradores. Una clara muestra de lo que es y significa para este político, destacada figura de la política nacional e internacional, el trabajo de las/os profesionales y como lo reagrupa en una denominación tan inexacta como excluyente, como la de equipo médico.

Esto contrasta, por ejemplo, con las declaraciones que el primer ministro Boris Jonhson realizó tras su salida del hospital, dirigiéndose a todos sus conciudadanos, en las que agradeció públicamente al NHS (servicio público británico de salud) y a las dos enfermeras que estuvieron cuidándole las 24 horas del día y a las que se refirió por sus nombres, Jenny (neozelandesa) y Luis (portugués). Para posteriormente agradecer también a los médicos su aportación. Todo ello con la imagen de una figura de Florence Nightingale en un mueble situado tras él. Desconozco si la figura fue puesta para la ocasión o si por el contrario forma parte habitual de la decoración, pero en cualquier caso es un tributo a una enfermera universal. Un liberal de pro, apoyando al Sistema Público Inglés sin necesidad de decir que es uno de los mejores del mundo. Algo que ya destaqué en una entrada anterior en este mismo blog.

La diferencia está en cómo se identifica y valora a las/os profesionales y que, en el caso de España, día a día facilitan que nuestro sistema sanitario sea excelente a pesar de la ignorancia o torpeza de sus políticas/os e incluso, y aún más grave, de las políticas que llevan a cabo.

Dolor, sufrimiento y muerte, pueden tener muy distintas dimensiones y ser vividas, sentidas, exploradas y transmitidas de muy diferentes maneras. Pero los sentimientos y las emociones como el reconocimiento, sería bueno que se supiesen manejar en su justa y verdadera medida para no contribuir a desvirtuarlos en ningún sentido. Bastante dura es la realidad como para incorporar a la misma elementos que contribuyan a que sean más costosos de asumir, sobre todo aquellos que no forman parte de las respuestas que suponen un afrontamiento de los procesos de salud y enfermedad, sino distorsiones de la realidad que como profesionales nos corresponde a las enfermeras y al resto de profesionales sanitarios, incluidas/os, claro está, las/os médicas/os.

Es curioso como aquello que tanto critican y de lo que tanto hablan las/os periodistas, como son las Fake News, lo repliquen en el caso que nos ocupa, con lo que de distorsión informativa y confusión para la población supone. Finalmente todo es del color del cristal con que se mire.

Dicho todo lo cual, también hay que destacar los ejemplos de buen periodismo que se identifican, aunque aún sean, o al menos parezcan, escasos. En todas partes cuecen habas y en mi casa calderadas que dice el sabio refranero español.

Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra…

[1] Es curioso, porque siempre hablan de médicos sin dar explicaciones del uso exclusivo masculino (ya sé que es lo que dicta como genérico la discutida RAE) y que cuando hablan de enfermeras (que es como nos denominamos genéricamente las enfermeras con independencia del sexo de sus integrantes) siempre tengan que duplicar a enfermeras y enfermeros o directamente pasen a denominarnos enfermeros o lo que es peor, profesionales o personal de enfermería. No respetan siquiera la forma en como queremos denominarnos como profesionales, que es otra forma de invisibilizar o deformar nuestra identidad.

PANDEMIA Y GESTIÓN ENFERMERA Nada es lo que parece

A Jesús Sanz Villorejo y a ANDE

 

No me cabe la menor duda del gran valor que tienen y el papel que están desempeñando las/os profesionales sanitarios en general y las enfermeras en particular durante esta pandemia. Me uno a los aplausos diarios que reconocen su trabajo, motivación e implicación.

Sin embargo, poco o nada se está hablando de la gestión enfermera en esta pandemia. Las coordinadoras, supervisoras, adjuntas, directoras que día a día están, al igual que las enfermeras asistenciales, al pie del cañón. No vale, y en estos momentos menos que nunca, el dicho de enfermeras de zueco y enfermeras de moqueta.

A nadie se le debería escapar que muchas de las acciones exitosas, en todos los sentidos, que se están llevando a cabo en centros de salud, unidades, servicios… podrían alcanzarse sin una adecuada gestión que permitiese que las mismas puedan ser una realidad.

Las enfermeras gestoras, en cualquier nivel, están jugando un papel trascendental en momentos de tanta incertidumbre e incluso en ocasiones de crispación. La falta de materiales, ausencia de equipos de protección personal, decisiones que han de tomarse sin prácticamente tiempo para pensarlas, casi sobre la marcha, las fricciones generadas por las mismas, la templanza para poder equilibrar la tensión con la atención necesaria que precisa cada conflicto, la identificación de situaciones especiales o de riesgo, la proximidad ante el estrés, el manejo eficaz y eficiente de recursos tan escasos como necesarios, la organización de la actividad para racionalizar el esfuerzo, las aptitudes y las actitudes, el sufrimiento por no poder hacer más a pesar de desearlo con toda el alma, los sentimientos y emociones encontrados que deben dejar paso al rigor y a la razón a la hora de decidir… son tan solo algunas de las situaciones con las que día a día cientos de enfermeras gestoras tienen que enfrentarse y que son trascendentales en el manejo y control de una pandemia tan súbita, letal como de efectos tan imprevistos.

No es gestión de despacho. Es gestión de gran calidad que evidencia el alto grado de preparación que, en general, tienen las enfermeras gestoras.

Siempre he dicho que gestionar sin restricción de recursos y en situaciones de calma, lo puede hacer casi que cualquiera. El verdadero valor de la gestión y sus líderes, se pone de manifiesto en situaciones como la que estamos viviendo. Cuando los recursos son escasos o inexistentes, cuando las demandas son constantes, cuando el riesgo es alto, cuando la falta de personal pone en jaque la organización de un servicio, cuando hay que priorizar sobre la marcha y teniendo que cambiar en función de cada momento, dado lo cambiante de la situación, cuando la empatía se convierte en imprescindible para poder entender lo que está sucediendo y cómo se está viviendo, cuando la soledad de la gestión impone un peso insoportable que impide casi respirar, cuando la angustia por pensar que la decisión tomada puede afectar negativamente al personal o a las personas atendidas paraliza… en estos y en otros muchos momentos es cuando realmente se identifica la grandeza de la enfermera gestora, tan olvidada, oculta, denostada… pero tan necesaria que de no existir nada funcionaría. No es cierto que las cosas funcionan siempre a pesar de quien gestione. Pueden funcionar, si, pero no con la eficacia y eficiencia que lo hacen cuando una enfermera gestora se arremanga y se pone manos a la obra a movilizar recursos, tomar decisiones y buscar alternativas como nadie sabe hacer. Pero lo que realmente sucede es que, cuando una enfermera gestora está convencida de lo que hace y lo que tiene que hacer y se implica en ello, quienes tienen que llevarlo a cabo de manera operativa lo perciben y se implican en igual medida. Salvando todas las distancias, es como el/la niño/a que a pesar de que no le pueda gustar que su padre/madre le diga qué es lo que tiene que hacer, espera que lo haga, porque realmente precisa de esa figura paterna/materna, al igual que las enfermeras precisamos de líderes y referentes que gestionen y marquen cuáles son las directrices a seguir.

Como en otros muchos aspectos de esta terrible pandemia, con relación a la gestión enfermera, también habrá un antes y un después. Y si no lo hubiese habrá que plantearlo. Porque mucho me temo que cuando esta situación sea menos letal, requiera menos restricciones, permita una adecuada reflexión… nadie se acordará de lo que han hecho estas enfermeras gestoras. Su actitud y su extraordinario trabajo quedarán invisibilizados tras las figuras de relumbrón que, en muchas ocasiones, se aprovechan de su excelencia para adjudicarse el éxito. Y se seguirá negando la posibilidad a que ocupen puestos de mayor responsabilidad por el único y exclusivo motivo de ser enfermeras. Cuando precisamente el ser enfermeras es lo que permite que su gestión logre que todo se desarrolle con el menor coste humano y económico posible.

Sin embargo, es justo reconocer, existen algunas organizaciones que ya se han dado cuenta de la importancia que tiene el contar con enfermeras en puestos de alta responsabilidad y toma de decisiones, lo que sin duda supone un indicio de cambio que esperemos se generalice y permita aprovechar el potencial gestor de las enfermeras. Comunidades como Baleares, La Rioja, Asturias, Navarra o Castilla La Mancha han sido las primeras y los resultados no se han hecho esperar, tanto antes como durante la pandemia.

Cuando todo esto acabe a estas gestoras enfermeras también habrá que reconocerles su heroicidad, ya que ahora no se está haciendo. Porque es de heroínas y héroes el que estén haciendo todo lo que hacen sin levantar una voz, sin asumir protagonismo, sin esperar el reconocimiento que ya saben que casi nunca llega… tan solo por su responsabilidad como gestoras y sobre todo como enfermeras.

Cuando somos tan dados a la crítica fácil, a no reconocer el trabajo de los demás, a pensar que siempre lo que nosotras hacemos es mejor, más costoso y valioso que lo que hacen otros, a desprestigiar, a no apoyar lo que otros hacen, a criticar cualquier cambio, novedad o actividad sin ni tan siquiera analizar el por qué se solicita… cuando todo esto forma parte del día a día de una enfermera gestora que lo asume como parte de su trabajo, a pesar de que duela, y sin embargo mantiene la actitud de superación para llevar a cabo una gestión que redunde en beneficio de las personas y, por supuesto, también de las enfermeras y de la propia organización, la gestión se convierte en una carga dura de llevar que muchos tan solo ven como un privilegio otorgado y no como un mérito alcanzado. Pero la gestión, como cualquier otro ámbito de la actividad enfermera, cuando se siente y se cree en ella es capaz de superar cualquier adversidad. Y, es entonces cuando emerge la enfermera gestora con carisma, liderazgo y capacidad de innovación y superación permanentes. Porque finalmente nada es lo que parece, pero parece que poco o nada puede hacerse sin una excelente enfermera gestora.

Por eso quiero trasladar un mensaje no tan solo de apoyo sino de profundo y sincero reconocimiento y agradecimiento hacia todas las enfermeras gestoras que están haciendo posible que todo funcione a pesar de los inconvenientes, barreras, riesgos, negaciones, incomprensiones, luchas, carencias… con las que tienen que pelear día a día. Y todo ello sin que estén exentas, en ningún caso, de contagiarse, porque puede que pisen moqueta, pero que nadie dude de que lo hacen con los zuecos puestos.