EL CORONAVIRUS SE SUMA AL NURSING NOW

            Todas/os nos las prometíamos muy felices en el denominado año de las enfermeras y matronas. Nursing Now iba a posibilitar el que este reconocimiento tuviese visibilidad a través de múltiples actividades, actos, homenajes, congresos, conferencias, artículos… en un despliegue sin precedentes, aunque con una clara incertidumbre sobre los efectos que los mismos pudieran tener a la hora de dar valor al trabajo de las enfermeras en cualquier ámbito.

Pero nadie contaba con que apareciese el ya famoso y despreciable coronavirus, no tan solo a contagiar, sino a impregnar y modificar nuestras vidas y nuestro modo de actuar y comportarnos, bien voluntariamente, bien por imposición.

            Poco a poco, con cierta incredulidad no exenta de una inicial distancia con respecto a lo que estaba empezando a suceder en la, aparentemente, lejana China, el coronado virus fue avanzando y superando fronteras. La incredulidad entonces se tornó en sorpresa pero sin que se identificase como un peligro cierto que nos tuviese que inquietar. La sorpresa dio paso a la alarma cuando empezaron a aumentar los casos y se produjeron las primeras muertes. La alarma, finalmente, condujo al miedo irracional al que contribuyeron de manera muy directa y significativa algunos los medios de comunicación que identificaron esto como un vodevil con el que obtener mejores cuotas de audiencia.

            Una situación sobrevenida, de la que poco o casi nada se conoce, que avanza silenciosa pero implacablemente, atacando al conjunto de la ciudadanía, aunque cebándose en los más débiles.

            Una pandemia que se aprovecha de nuestra cultura del tacto, contacto y proximidad, demostrada con abrazos y besos para avanzar e instaurar la distancia, el miedo al otro y el aislamiento.

            Una crisis que socaba la economía y pone en evidencia la supuesta fortaleza de los sistemas políticos y financieros.

            Una realidad que vence tradiciones, cultura, educación, ocio, transporte, turismo… e incluso pone a prueba a un sistema sanitario fuerte, resolutivo, universal y muy bien valorado dentro y fuera de nuestras fronteras.

            Parece como si no hubiésemos aprendido nada de las epidemias de cólera, peste o el más reciente VIH, como si la transición epidemiológica cobrase de nuevo una singular notoriedad, cuando pareciera que habíamos alcanzado la inmunidad universal, despreciando la globalización y la propia epidemiología. Con actitudes de desprecio a la ciencia y los expertos por parte de algunos denominados líderes políticos que lo único que lideran es su ego y el rentismo.

Así pues, instalado el virus y el miedo, entraron en escena los expertos, científicos, políticos y, sobre todo, los profesionales.

            Las enfermeras se convirtieron entonces en un valor fundamental para hacer frente a lo que ya era una verdadera crisis sanitaria antes que la OMS la decretara como Pandemia.

            Es cierto que nadie desea que suceda algo así, pero no es menos cierto que es en situaciones como estas en las que se pone de manifiesto el valor y la aportación singular e insustituible de las enfermeras, junto al de otros profesionales, sanitarios o no, que trabajan en la sanidad pública española.

            Las enfermeras están participando de manera activa en la elaboración de guías, protocolos, recomendaciones… a través de las sociedades científicas y en colaboración con las instituciones sanitarias, como nunca hasta la fecha lo habíamos hecho. En igualdad de condiciones al resto de disciplinas. Aportando nuestro conocimiento, experiencia y valor para combinarlo con el del resto de aportaciones con el objetivo de dar la mejor respuesta posible y estando siempre al tanto para modificarlas, en función de la evolución constante de la situación.

            Las enfermeras están dejando lo mejor de sí mismas para atender a la población que demanda cuidados. Cuidados ante el virus y sus consecuencias, pero también cuidados para tranquilizar, informar, prevenir, promover… ante tanta incertidumbre y miedo disparado por el fuego informativo cruzado que hiere tanto o más que el propio virus.

            Las enfermeras, a pesar de las irracionales ratios que tenemos en nuestro país, están cubriendo con eficacia las necesidades y demandas que se disparan de manera exponencial generando un estrés que luchan por minimizar, pero que va minando la firmeza que se precisa para hacer frente a este gigante que no tan solo ataca la salud de las personas sino la de los entornos en los que vivimos. A pesar de la falta de material, de los servicios saturados, de la demanda exigente, del cansancio acumulado, que las exponen a un importante riesgo de contagio. A pesar de la pérdida de permisos, de formación, de descanso, de vida personal y familiar. A pesar de que en muchos ocasiones su aportación queda invisibilizada, anulada o fagocitada por los estereotipos y tópicos que impregnan la información que se traslada.

            En el año de las enfermeras y las matronas, el coronavirus ha venido a demostrar que no es posible hacer frente a una situación crítica como la que estamos viviendo sin la aportación de las enfermeras. Pero también a poner de manifiesto que hace falta que, superada la misma, se tengan que revisar y modificar los parámetros de asignación de enfermeras si se quiere contar con un sistema de salud público capaz de mejorar los parámetros de morbi-mortalidad y la salud comunitaria de las personas, familias y comunidades, como ponen de manifiesto importantes evidencias científicas. Ahora echaremos de menos a tantas y tantas enfermeras que tuvieron que irse a otros países porque aquí no se les valoraba, en donde, sin duda, estarán contribuyendo a paliar los efectos del coronavirus.

            En el año de las enfermeras y las matronas, las enfermeras y las matronas están demostrando hasta qué punto es necesaria su aportación y su presencia.

            Tan solo cabe esperar que cuando remitan los efectos del coronavirus y la situación se normalice, nadie olvide lo que han aportado las enfermeras para lograrlo. Que superada la crisis los tomadores de decisiones identifiquen la necesidad de que la población cuente con el número adecuado de enfermeras para promover, mantener y recuperar su salud.

            Son crisis como esta las que nos tienen que hacer ver la importancia de una Sanidad Pública fuerte y protegida frente a la insaciable voracidad mercantilista de una Sanidad Privada que se esconde e inhibe ante las mismas por no identificarlas rentables para sus intereses y a la espera de recoger los efectos que provocan para hacer caja.

            Nursing Now, a pesar o apoyada por el coronavirus debe ser identificada como una campaña necesaria para la conciencia política, profesional, científica y social de la importancia de las enfermeras y las matronas.

            Muerto el coronavirus que no se acabe con la valoración de quienes habrán contribuido de manera tan decidida a hacerlo. Que podamos decir claro y alto, ¡¡¡el coronavirus ha muerto vivan las enfermeras!!!!

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER. Ser mujer y enfermera

Un nuevo año y un nuevo 8 de marzo en el que se celebra el día internacional de la mujer. En esta ocasión la ONU Mujeres ha elegido como lema Soy de la Generación Igualdad: Por los derechos de las mujeres.

Que en el siglo XXI aún tengamos que estar reivindicando los derechos de las mujeres de manera diferenciada a los derechos humanos, nos sitúa claramente en una posición preocupante, muy preocupante. Porque no se trata de que no sea importante que se reivindiquen, que lo es, sino de que se tenga que hacer porque siguen siendo diferentes, menores, peores, irrelevantes, invisibles… a los de los hombres, lo que las sitúa en inferioridad y desigualdad ante estos.

Que esto se produzca en todo el mundo, desde los considerados países más desarrollados y ricos a los que lo son menos y pobres, es también un claro indicador de que algo no se está haciendo bien, más allá de niveles culturales, sociales, económicos… que en ocasiones tan solo sirven como excusa para enmascarar o disimular los fracasos de tan patética situación.

Que las diferencias salariales, la dificultad para acceder a puestos de responsabilidad, los estereotipos sexistas, la penalización por maternidad, la discriminación en la ciencia, la desigual atención sanitaria, el mayor peligro de pobreza y cómo les afecta, la asignación social de tareas, la estigmatización sexual, el acoso en todas sus formas causante de muerte y mucho sufrimiento… sigan siendo asignaturas pendientes en sociedades que, como la nuestra, se dicen avanzadas, progresistas, democráticas, libres y defensoras de los derechos y la igualdad, no deja de parecer una cierta incongruencia, cuando no una clara hipocresía y lamentable cinismo.

Que tengamos que seguir celebrando un día internacional de la mujer es otra muestra de las carencias que en derechos tenemos y mantenemos. No porque la mujer no merezca un reconocimiento anual, sino porque el día sigue siendo necesario, no para celebrar, sino para condenar. Y cuando se tiene que seguir haciendo patente la condena es porque no hemos sido capaces de avanzar para lograr aquello que, al menos en teoría, se pretende por considerarlo justo y necesario.

Que lejos de disminuir el número de muertes por violencia de género, estas sigan aumentando. Que los comportamientos machistas en lugar de disminuir aumenten y lo hagan cada vez más en población muy joven. Que los comportamientos sociales sigan perpetuando patrones de discriminación y acoso. Que la imagen de la mujer siga utilizándose como un objeto con el que mercantilizar. Que la libertad de las mujeres sea diferente a la de los hombres por el solo hecho de ser mujeres. Que las mujeres tengan que demostrar su valía en mucha mayor proporción que la de cualquier hombre para hacer exactamente lo mismo… demuestra claramente la nula o mediocre capacidad de cambio que socialmente tenemos para atajar un problema como el de la falta de derechos de la mujer.

Y en esta batalla por lograr la igualdad de derechos, tenemos todas/os responsabilidad. No se trata de una cuestión exclusivamente política, administrativa, gubernamental… es una cuestión comunitaria. De todas y todos las/os que conformamos las comunidades en las que vivimos y nos relacionamos. Comunidades que siguen siendo claramente machistas aunque se trate de disimular con actos puntuales, pancartas, lazos, minutos de silencio, manifiestos… porque tan solo enmascaran y maquillan la verdadera desigualdad social que día a día se sigue manifestando con miles de pequeños gestos, actitudes, acciones, omisiones… que acaban por mantener la firmeza y fortaleza de desigualdad. Aceptar como normales la recepción o envío de fotos, chistes, dibujos… vejatorios para las mujeres; naturalizar expresiones que discriminan, cuando no insultan, a las mujeres; asumir como lógicos la asignación de juegos, juguetes, colores, personajes, profesiones… en función del sexo… son tan solo algunos ejemplos que permiten seguir conformando el escenario machista de nuestra sociedad, al que contribuyen determinadas organizaciones religiosas, políticas, culturales, deportivas… con sus posicionamientos, dogmatismos, normas, comportamientos o vetos… aunque, paradójicamente, todas/os ellas/os se manifiesten claramente defensoras/es de los derechos de las mujeres e incluso participen en algunas de las esporádicas representaciones de repulsa que sistemáticamente se organizan para protestar, y a las que acuden, aunque previamente hayan contribuido, por acción u omisión, a que el suceso por el que se protesta se haya consumado, lo que les hace cómplices del mismo.

Y, es que está muy mal visto no manifestarse defensor de las mujeres, pero se contribuye poco a que esa defensa sea algo más que un eslogan, una pose o un disfraz.

Y en este desolador panorama, porque lo es, ¿qué hacemos las enfermeras? ¿Nos posicionamos claramente? ¿Miramos hacia otro lado? ¿Pensamos que no va con nosotras? ¿Podemos/debemos liderar la defensa de estos derechos?

Teniendo en cuenta nuestra historia y nuestra evolución como profesión, disciplina y ciencia, deberíamos tener claro cuál debe ser nuestro posicionamiento.

La Enfermería ha sufrido a lo largo de su historia similares comportamientos a los que ha sufrido la mujer, en una sociedad patriarcal y machista en la que el modelo medicalizado y biologicista, como modelo masculino, subyugó, acosó y maltrató a la enfermería, como profesión femenina, no permitiendo su desarrollo científico-profesional. Tuvieron que pasar muchos años para que las enfermeras lograran liberarse de la subsidiariedad y consiguieran un desarrollo acorde a su ciencia, aunque permanezcan vivos determinados comportamientos corporativistas que pretenden seguir perpetuando la inferioridad y la falta de igualdad con otras profesiones en muchos aspectos científico-profesionales.

Es por ello que deberíamos estar más concienciadas a la hora de afrontar un problema de tantísima gravedad como la desigualdad de derechos de las mujeres y las consecuencias que la misma tiene en su salud.

Como enfermeras debemos mantener una posición firme en favor de las mujeres y en defensa de sus derechos. Pero esta posición va mucho más allá de la violencia de género, a la que debemos combatir con nuestra actuación directa, decidida y autónoma, para identificarla y afrontar sus consecuencias. No vale, únicamente, con seguir un protocolo. Nuestras competencias en cuidados y fundamentalmente en el autocuidado, la autonomía, la autorresponsabilidad, la promoción de la salud y la educación para la salud, deben conducirnos a desarrollar estrategias educativas que modifiquen hábitos y conductas en las personas, las familias y la comunidad a las que atendemos. Y lo debemos hacer con responsabilidad y corresponsabilidad con otros agentes de salud y otros sectores comunitarios. La participación comunitaria y la intersectorialidad deben, por tanto, impulsarse, articularse, coordinarse, para desarrollar las intervenciones que modifiquen comportamientos, actitudes y hábitos sexistas, machistas o patriarcales en el conjunto de la sociedad sin que sean identificadas como adoctrinamiento, sino como procesos educativos que permitan generar una sociedad más libre, democrática, igualitaria, tolerante, respetuosa y saludable, al margen de la ideología, religión, condición social, raza… que individual o colectivamente se tenga. Lo contrario es perpetuar las diferencias, las desigualdades y la confrontación que alimentan el machismo y propician sociedades enfermas.

Las mujeres deben poder identificar en las enfermeras a unas aliadas firmes y decididas en las que confiar para afrontar situaciones tan complejas, humillantes, peligrosas y dolorosas. Para vencer la parálisis del miedo y el silencio del acoso. Para lograr recuperar la autoestima y la libertad. Para sentirse mujer sin necesidad de tener temor a ser acosada. Para posicionarse sin miedo a perder a sus hijos, su dignidad e incluso su vida. Para hablar sin tener que controlar su denuncia. Para actuar sin tener que disimular su valor. Para negar cuando quieran y lo que quieran sin necesidad de dar más explicaciones que la que emana de su voluntad. Para hacer lo que quieran, cuando quieran, donde quieran y cuando quieran. Para decidir con libertad y sin miedo. Para, en definitiva, ser igual a cualquier ser humano libre, al margen de otro tipo de consideraciones, factores o características.

Pero si importante es el comportamiento que como enfermeras tengamos con las mujeres para lograr la igualdad de derechos, no menos importante es también el posicionamiento que, también como enfermeras, hagamos en relación a la defensa de nuestros derechos profesionales, disciplinares y científicos, con el fin de que logremos el máximo respeto e igualdad con el resto de profesiones, disciplinas y ciencias.

Lograr el acceso al doctorado es, sin duda, un gran hito, lo mismo que lo fue la incorporación de la mujer al mercado laboral, por ejemplo. Pero con ello tan solo logramos dar un paso a la igualdad científico-profesional, porque siguen perpetuándose clarísimas desigualdades que nos impiden acceder en igualdad de condiciones a como lo hacen otros profesionales con idénticos estudios, preparación o experiencia a determinados puestos de responsabilidad y toma de decisiones. La diferencia estriba tan solo en que nosotras somos enfermeras y eso supone una penalización a nuestro desarrollo, lo mismo que lo supone el cuidado de hijos, por ejemplo, para las mujeres, por el simple hecho de serlo. Las enfermeras seremos aquello que queramos ser más allá de las amenazas, las barreras, las limitaciones… que nos quieran imponer. Tan solo desde la firmeza, el rigor, la determinación, la implicación, el convencimiento, seremos capaces de avanzar y lograr lo mismo que cualquier otro profesional, sin necesidad de tenerlo que demostrar siempre en mayor medida. Necesitamos hacerlo para vencer nuestras dudas y nuestras limitaciones, venciendo el pasado pero sin renunciar a él porque forma parte de nuestra historia y nuestro recorrido vital como enfermeras. Porque lo necesitamos y merecemos las enfermeras, pero también, porque lo necesitan y lo merecen las mujeres en particular y la sociedad en su conjunto.

El día de la mujer debe ser, tan solo, una fecha en el calendario, una llamada de atención, un recordatorio, pero, nunca, debe identificarse como una celebración esporádica y puntual que finalice con el inicio del día siguiente al de la conmemoración.

Que cuanto antes seamos capaces de conseguir que el hecho de ser mujer o enfermera no represente un inconveniente o una limitación, ni tampoco una diferente, estereotipada, interesada o maliciosa mirada o actitud, ni mucho menos una discapacidad, como sucede actualmente, que pone en peligro nuestra libertad, nuestra dignidad e incluso nuestra vida.

Este año es nuestro año, Nursing Now, y en el mismo debemos ser capaces de sentar las bases para el logro de esa igualdad que nos siguen negando con argumentos peregrinos, corporativistas y patriarcales.

Que Nursing Now, al igual que el día 8 de marzo, no sean únicamente declaraciones de intenciones que tan solo logren una fugaz claridad tras la que regresen las tinieblas de la desigualdad para las mujeres y también para las enfermeras. En nuestras manos está contribuir a mantener la luz que las despeje definitivamente, no perdamos la ocasión de hacerlo, porque la sociedad lo necesita y nosotras tenemos la obligación de dar respuestas.

VIOLENCIA DE GÉNERO. No te saltes las señales

María Mateo Pavía, Andrés Mateo Soler, Francisco Murcia Torres, Javier Núñez Sevilla y José Antonio Mellado Salinas, estudiantes de 4º curso del grado de enfermería de la Universidad de Alicante de este curso 2019-2020, nos hacen reflexionar sobre la violencia de género en este vídeo elaborado por ellos.

PASAPALABRA ENFERMERA

Alted López, Maria Salud, Amat Bordonado, Almudena, Aragonés Esteve, Paula, Baldó Calatrava, Marina, Benesiu López, Sergio y Blasco Mora, Susana, estudiantes de 4º de Grado de Enfermería en la Universidad de Alicante (2018-19), hacen un repaso a las competencias de las enfermeras comunitarias a través del juego de Pasapalabra. El rigor no debe estar nunca reñido con el sentido del humor.

VIRUS MONÁRQUICOS Y MONARQUÍAS VÍRICAS

            Pareciera como si los virus, o quien los genera, estuviesen esperando a que se iniciase el año de las enfermeras y matronas para diseminarlo por todas partes y que la campaña Nursing Now quedase oculta tras una mascarilla y en cuarentena.

Sin duda la irrupción del virus coronado, rebautizado como COVID-19, como si de un monarca se tratase, ha supuesto una verdadera revolución sanitaria, económica, política, informativa e incluso profesional, que ya se ha tornado en crisis. Curiosamente el auriga romano en “Asterix y la carrera de carros”, publicado en 1981, ya se denominaba así. Debe ser cosa de la herencia monárquica que viene de lejos por lo que se ve.

            El reinado de tan insigne monarca ha logrado en un periodo de tiempo muy corto lo que ningún otro posiblemente haya hecho hasta la fecha. Se trata de un monarca de todo el pueblo, como suelen autoproclamarse todos, pero que en este caso podemos decir que lo está demostrando al querer por igual a hombres, mujeres, jóvenes, viejos, ricos o pobres… siempre con claras limitaciones que ni la propia monarquía puede evitar, como tener una mayor querencia por los más débiles, a quienes incluso arrebata la vida.

            Se trata, además, de un monarca cuyo origen es un país donde no existe monarquía, aunque tampoco existe democracia y la información es controlada, acotada, manipulada, ocultada… con el objetivo de dar una apariencia de control de la situación que finalmente se desborda y trasciende las fronteras. Todo ello a pesar de las grandilocuentes muestras de poderío, construyendo hospitales de 1000 camas en dos semanas. Mientras, los gobernantes orientales se preocupan y ocupan para que tan inoportuno monarca no deje al descubierto las debilidades de la potencia económica, a pesar de lo cual sigue implacable el acercamiento al pueblo que, siendo consciente del impacto mediático, decide traspasar las fronteras del inmenso país para conquistar nuevas culturas, territorios, economías… en las que instalarse de manera más sigilosa pero no por ello menos invasiva, en su intento colonizador.

            Todos sabemos que las monarquías son muy dadas a la notoriedad y a concentrar la atención allá donde reinan, acaparando toda la información y provocando grandes especulaciones informativas en torno a sus constantes devaneos o relaciones, lo que provoca que las especulaciones, las intrigas, las insinuaciones… se conviertan en foco informativo permanente ante cualquier gesto, palabra, mirada, acción que el monarca pueda realizar para que de inmediato lleve a la interpretación informativa y al sensacionalismo o incluso la alarma de sus súbditos que comprueban con preocupación como los efectos de sus acciones pueden afectarles de manera muy directa.

            Tanto es así que el virus coronado lejos de verse amedrentado y limitar su expansión internacional, adquiere un mayor protagonismo y como si de un pavo real se tratase extiende su plumaje vírico infectando a nuevos pobladores que a su vez se encargan, sin quererlo ni saberlo, de trasladar a países en los que inicialmente el monarca no había ni tan siquiera reparado que pudiese asentar su reinado.

            Por su parte los gobernantes de países en los que poco a poco el monarca va sentando sus reales observan con preocupación cómo son incapaces de detener a tan mediático personaje, que sigue acaparando los focos de medios de manera continua y permanente, lo que hace que la población se sienta cada vez más amenazada por el poder del “rey” COVID-19, y la información líquida de las redes acompañe a los medios más tradicionales en una locura informativa que convierte en espectáculo el descontrolado poder monárquico, lo que lleva a situaciones de histeria colectiva y de confusión comunitaria que hacen que aumente el consumo compulsivo de productos tan poco habituales normalmente como las mascarillas o las soluciones hidroalcohólicas, con las que algunos desalmados, productores y comerciantes, hacen el negocio del siglo, sin que su uso sea necesario de manera universal.

            El mercado bursátil acaba infectado por el virus y su, frecuente debilidad, hace que los efectos de la infección supongan un verdadero y peligroso estallido sintomático, con evidentes pérdidas en los dividendos y claras muestras de astenia económica que no responde a las terapias de quienes, desde los despachos, se han visto superados por la potencial pandemia, no tanto vírica como informativa del miedo y el sensacionalismo. Y con ellas se resiente todo el dinamismo económico industrial, de servicios… que también han sido contagiados por la celebridad real.

            Mientras tanto el monarca sigue su implacable avance y pone en tela de juicio la pericia de los expertos que se esfuerzan por redactar guías que permitan a los profesionales afrontar los envites reales y los más peligrosos si cabe de las noticias que surgen, como si de una hemorragia masiva se tratase, de las televisiones, las radios, las redes o los diarios, que apostan periodistas en todos aquellos lugares en los que esperan poder obtener una primicia, en forma de nueva infección, contagio o incluso muerte, provocados por el monarca, que les permita ganar audiencia o ser más influencer que nadie.

            La OMS y otros organismos de salud pública tratan de poner cordura, pero con tal cautela ante la convulsión que es capaz de ocasionar el coronado, que no logran trasladar un mensaje contundente que genere tranquilidad y sentido común en una sociedad ya muy contaminada informativamente, que no tanto víricamente.

            Así pues, nos encontramos con una potencial pero todavía no confirmada pandemia vírica cuya morbi-mortalidad y extensión territorial de COVID-19 está lejos de indicar, racional y científicamente, que realmente lo sea, pero que existe ya una evidente pandemia mediática, ante la que difícilmente va a ser posible instaurar tratamientos de choque y mantenimiento, si la carga viral de las informaciones no se reduce drásticamente. Las coronas y quienes las portan, en esta frenética diseminación tóxica, acaban ocultando realidades diarias que causan muchas más muertes que el rey COVID-19, pero que son, sin duda, menos mediáticas y más incómodas social y moralmente, como las guerras, la migración, los refugiados y hasta la violencia de género que pasan a ocupar, como máximo, un segundo plano informativo por ser más corrientes y menos rentables. Por no hablar de muchas más informaciones que quedan en el olvido por su falta de “gancho” informativo.

            Nos encontramos, por tanto, ante un claro enfrentamiento entre el COVID-19 y las nuevas monarquías víricas en que se han convertido los mass media por ver cuál de las “dos monarquías” es capaz de obtener mayor prestigio. Si quien infecta víricamente o quien lo hace informativamente. Pero teniendo en cuenta que ambas coinciden en hacer patente por encima de todo, la enfermedad, la muerte, la dimensión, la extensión… y no tanto el sufrimiento, el dolor, la ansiedad, la preocupación… de quienes sufren la infección y la noticia que la misma genera, directa o indirectamente.

            Mientras tanto, políticos, empresarios, profesionales de la salud… atropellados por la irrupción de COVID-19 se olvidan de la monarquía vírica informativa de los medios de comunicación y les dejan actuar sin darse cuenta del gran poder de contagio del miedo, la alarma, la estigmatización, la duda, la confusión… con efectos devastadores en la población que, aunque al menos teóricamente, no causa muertes como su aparente oponente COVID-19, los efectos que genere sean mucho más tóxicos, dañinos y permanentes. Pero posiblemente en ambos casos se entenderá que son inevitable efectos colaterales que no pueden distraer la atención de lo que verdaderamente les importa.

            Así pues, estamos ante una lucha real y ante un real problema ocasionado por quienes sin ser reyes portan corona e inoculan de manera totalmente absolutista su carga viral.

            Los medios tienen una importancia fuera de toda duda, pero no pueden ni deben actuar como “coronanews” o monarquías víricas que lejos de ayudar a combatir invasiones como la del rey COVID-19 acaban por convertirse en aliados accidentales pero letales.

            En algún momento los profesionales de la salud y las enfermeras comunitarias en particular, deberán darse cuenta de la importancia que tiene trabajar con los medios de comunicación como recurso comunitario fundamental para el desarrollo de estrategias de intervención comunitaria saludables. De igual a igual planificándolas y llevándolas a cabo. De igual manera, los medios de comunicación deberían identificar claramente la oportunidad que ofrece contar con profesionales como las enfermeras comunitarias a la hora de hacer abordajes objetivos, integrales y eficaces ante cualquier problema de salud que afecta a la comunidad. Lo contrario conduce a que los medios usen, o al menos lo intenten, a los profesionales para sus intereses mediáticos y que los profesionales usen, o al menos lo intenten, a los medios para sus intereses profesionales o corporativos. En ambos casos los resultados se alejan claramente de lo que deberían ser objetivos para la salud comunitaria.

             No creo que debamos esperar a que se logre una pócima mágica para vencer al coronavirus, como en el cómic de Astérix y Obélix.

            ¿Continuamos jugando a reyezuelos y monarquías víricas? o planteamos sistemas más participativos y efectivos. A lo mejor, o mejor a lo peor, el próximo rey vírico que irrumpa, se le bautice como se le bautice, no deja ni tan siquiera capacidad de respuesta y logra su objetivo destructor antes de que queramos darnos cuenta.

            Cada vez tengo más dudas de los beneficios que aporta la monarquía a la sociedad y es que ni los virus escapan al glamour que siempre le acompaña.

NOTICIAS ENFERMERAS

Raquel Mora, Gemma Ortega, María, Adrián y Gonzalo Ortega Soler, estudiantes de 4º de enfermería de la Universidad de Alicante, nos presentan este vídeo en formato de noticias para visibilizar el trabajo de las enfermeras comunitarias.

DISCURSO POLÍTICO vs DISCURSO ENFERMERO Opción vs Obligación

La verdad es que últimamente se acumulan las noticias y asuntos sobre los que reflexionar.

Lo triste es que la mayoría de ellos no suelen provocar reflexiones especialmente positivas o esperanzadoras, dado el discurso mezquino, oportunista, populista, descalificador, revanchista y, lo que es peor, mentiroso y falto de argumentación con que se defienden las posturas políticas desde las que se tamizan los mismos. No dejan excesivo margen al análisis sereno y racional que se precisa para poder reflexionar sin caer en posturas revanchistas o de enfrentamiento, violencia verbal y falta de respeto como las que utilizan quienes, en teoría, dicen defender valores universales como la salud, la educación, la libertad…

Pero si malo es entrar en la dinámica centrípeta que se utiliza actualmente por una parte importante de la clase política, peor es inhibirse del mensaje que encierra ese discurso destructor y ausente de propuestas que contrasten o sustituyan a las del “enemigo” político que es como se identifica al otrora contrincante. Y es que ese es el problema. Que, al posicionar al otro como enemigo, el discurso tan solo tiene la idea de la destrucción en lugar de la construcción, de la descalificación en lugar del contraste ideológico, de la mentira en lugar del argumento contrastado, de la falta de respeto en lugar de su salvaguarda como principio básico del debate político. Pasan, por tanto, de oradores a hooligans políticos, con la única diferencia con los futbolísticos en que los primeros gozan de inmunidad y se creen con la libertad de poderla utilizar de cualquier manera, porque finalmente entienden que el fin justifica los medios.

Así pues, las cosas, quienes actuamos como observadores de esta lucha de gladiadores en la arena del circo parlamentario, caemos en la tentación de sucumbir a ese cruento e inútil ejercicio dialéctico o huir para refugiarnos en otros menesteres menos desagradables. Y al hacer esto último, sin pretenderlo, o si, nos alejamos del ejercicio democrático para situarnos exclusivamente como sujetos pasivos de voto útil cada cuatro años.

Esta reflexión, sin embargo, adquiere una dimensión diferente si quien la hace, como es mi caso, es enfermera. Y la reacción inhibitoria de la que hablaba tampoco es igual para cualquier ciudadana/o que para las enfermeras.

Y aquí es donde quisiera centrar hoy mi reflexión. En el hecho de ser y sentirse enfermera del que en tantas ocasiones he hablado y del que ni podemos ni debemos intentar escapar como se hace con el discurso político, como forma de liberación, abstracción o incluso defensa, ante tanta incompetencia, mediocridad, hipocresía y cinismo.

¿Qué tenemos las enfermeras que no tengan el resto de ciudadanas/os? ¿Por qué las enfermeras no podemos inhibirnos? ¿Cómo debemos actuar por el hecho de ser enfermeras? Son interrogantes que podrían quedar resueltas con la respuesta que la propia pregunta encierra, por el hecho simple, o complejo, según se mire, de ser enfermera.

No es que las enfermeras seamos especiales, diferentes o exclusivas. Es que, como enfermeras, nuestra posición ante la libertad, la democracia, la equidad, el respeto… no son una opción, son una obligación. Obligación que debe escapar a cualquier planteamiento ideológico, doctrinal, culpabilizador o descalificador.

Como enfermeras comunitarias, al margen de nuestras respetables y deseables ideas políticas, tenemos la obligación de defender la salud como derecho fundamental y actuar para que esta sea accesible y universal, con una acción de abogacía por la salud, desde un abordaje integral y un enfoque de equidad (desigualdad, diversidad, género, vulnerabilidad…).

Tenemos también la obligaciónn de hacer una indicación social de recursos comunitarios y activos en salud, que disminuya la medicalización, favoreciendo la eficiencia del sistema, la racionalización de los recursos y la optimización de los resultados en salud.

Así mismo estamos obligadas a habilitar, mantener, participar… en espacios de encuentro intersectoriales del distrito, barrio, zona básica… que permitan o favorezcan redes y acciones de participación conjunta entre profesionales y la comunidad.

Tenemos también la obligación de lograr la participación y empoderamiento de las personas en nuestra práctica profesional, tanto a nivel individual como familiar y colectivo, a través de la relación de ayuda centrada en la persona y en la toma de decisiones compartidas.

Y todo ello tenemos la obligación de hacerlo sin imponer nuestro criterio y sin emitir juicios diciendo lo que tienen o no tienen que hacer, abandonando el paternalismo y respetando los principios de autonomía y beneficiencia.

Debemos dejar de culpabilizar a las personas de su estado de salud y sus estilos de vida, al no depender exclusivamente, ni siquiera principalmente de ellas, sino de los condicionantes socioeconómicos, culturales y ambientales sobre los que también tenemos la obligación, como enfermeras, de intervenir.

Es necesario que abandonemos la creencia de que somos protagonistas exclusivos y pasemos a contar con las personas, las familias y la comunidad en todos los procesos y en todas sus etapas, pues no son meras receptoras de actividades diseñadas por nosotras.

Y todo este trabajo comunitario, insisto, es una obligación que debe alejarnos, de manera definitiva, del voluntarismo, de la formación o de la ideología, para incorporarse como parte fundamental e irrenunciable de nuestro trabajo como enfermeras comunitarias. Aportando aspectos desmedicalizadores y la creación de relaciones y vínculos sociales. Porque estas opciones de intervención enlazan la atención individual con el contexto social, con la dimensión de lo común y con la superación de las dicotomías que limitan y relativizan nuestra acción enfermera.

Y digo que es una obligación porque no podemos esperar a que otros digan lo que nos corresponde o no hacer como enfermeras comunitarias. Podrán establecer diferentes formas de llevar a cabo nuestra actividad, pero nunca debemos permitir que modulen nuestro compromiso profesional, recogido y amparado por el código deontológico enfermero, pero también, y es muy importante, por nuestra voluntad de ser y sentirnos enfermeras comprometidas con la salud.

No hay fuerza más poderosa que el convencimiento de lo que se es y se debe hacer para modular, cambiar y establecer los principios básicos que rijan nuestro quehacer profesional, basado en sólidas pruebas científicas que avalan nuestras decisiones.

Este y no otro, debe ser nuestro discurso, el de los hechos, el de la acción enfermera, el de la respuesta a las necesidades sentidas, el de estar al lado de las personas, las familias y la comunidad, el de fortalecer la salud como la mejor manera de vencer la enfermedad, el de la solidaridad, el de la equidad, el de la igualdad, el del respeto a todas y todos con independencia de su ideología, credo, sexo, raza… porque nada es como parece y todo es como aparece ante nosotros, como enfermeras comunitarias.

Si somos capaces de llevar a cabo este discurso del cuidado compartido, consensuado, cercano, saludable, creíble… a la vez que profesional y científico, nada ni nadie podrá cuestionar nunca nuestra aportación cuidadora única e indispensable a la sociedad, que finalmente será quien determine nuestro valor y nuestra presencia indiscutible.

Esta es nuestra valiosa aportación desde la competencia política que como enfermeras todas tenemos y la única que tenemos la obligación de hacer valer para que la intoxicación del discurso manipulador, demagógico, populista, doctrinario y paternalista utilizado por gran parte de la clase política no acabe por determinar también nuestra aportación enfermera intoxicándola, ideologizándola o adaptándola a sus intereses partidistas y rentistas.

Es pues, nuestra la obligación hacerlo, defenderlo y transmitirlo a través de nuestros cuidados. Dejemos que esos mismos cuidados sean, finalmente, los que logren acallar el ruido de una batalla política alejada de los intereses de la población y centrada tan solo en la defensa de unas ideas que han perdido aquello que las sustenta, la ideología, para impregnarse tan solo de intereses oportunistas para los que no dudan en utilizar banderas, territorios, patrias, lenguas, culturas, creencias, valores… con los que determinar diferencias, bandos, clases… en función de dicotomías, rojos o azules, derechas o izquierdas, nacionalistas o nacionales… que lo único que logran es instaurar una dicotomía global en la sociedad, basada en el enfrentamiento en lugar del debate, en la idea categórica e inmutable en lugar del pensamiento crítico, en la unicidad en lugar de la diversidad, en la descalificación en lugar del respeto, en anteponer la realidad parlamentaria a la realidad social, en ignorar las necesidades para conocer tan solo los intereses propios, en utilizar la voluntad popular de los votos como excusa para actuar impunemente amparados en una inmunidad vergonzosa, en utilizar la ideología para gestionar la economía, la salud, la educación, la justicia… generando enfrentamiento y limitando, hasta casi anular, la capacidad de una convivencia basada en el respeto a la diferencia y al diferente que impide el consenso en aspectos fundamentales para el bienestar y la vida saludable, logrando trasladar la toxicidad de su discurso a la esfera social y a los diferentes organismos, instituciones… que replican sus comportamientos y actitudes de confrontación permanente.

Comprenderán, pues señorías y resto de políticos, que las enfermeras comunitarias tengamos la obligación de vencer tanto activo tóxico como generan, empezando por ustedes como políticos, tratando de incorporar activos de salud que permitan crear espacios saludables, incluso los espacios políticos e ideológicos que ustedes se han encargado de degradar.

Tan solo esperamos y deseamos que alguna vez sean capaces de dejar de utilizarnos, como suelen hacer con todo y con todos, para sus intereses partidistas y realmente se den cuenta de la importancia que las enfermeras en general y las comunitarias en particular tenemos para que esta sociedad que es de todas/os sea saludable. Nos encantaría poderlo hacer desde el compromiso y la implicación del trabajo compartido. Nosotras, mientras tanto, cumpliremos con nuestra obligación como enfermeras para atender las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a las que nos debemos.

En su mano y en la manida pero necesaria voluntad política está. ¿Serán capaces de entenderlo, asumirlo y hacerlo?

CÁTEDRA DE ENFERMERÍA FAMILIAR Y COMUNITARIA DE SHAKESPEARE y OSCAR WILDE a CERVANTES

            Las enfermeras en general y las enfermeras comunitarias en particular, somos conscientes de lo mucho que cuesta ganar visibilidad y conseguir que se valore nuestra aportación cuidadora.

            Cualquier paso que se da en este sentido supone un esfuerzo enorme. A pesar de ello muchas enfermeras están dispuestas a llevarlo a cabo con dedicación, motivación e implicación. Sin embargo, no siempre los resultados de dicho esfuerzo se ven recompensados con resultados que permitan mantener el grado de ilusión necesario para continuar avanzando.

            Son muchos los ejemplos que nos vienen a la memoria y que identificamos día a día en este sentido. Ante esto nos preguntamos ¿qué es lo que hacemos mal para que no se crea en nosotras? ¿qué es lo que no logramos trasladar a los políticos, gestores y sociedad en general para que se sigan perpetuando actitudes que no tan solo no nos dejan avanzar, sino que en ocasiones suponen retrocesos? ¿qué es lo que no entienden los políticos, gestores sanitarios, empresas privadas… del papel que desempeñamos las enfermeras? ¿qué es lo qué no alcanzan a entender del valor aportado por las enfermeras a pesar de que los principales organismos internacionales insisten en ello? ¿qué obsesión existe en impedir a toda costa que las enfermeras ocupen puestos de responsabilidad en los organigramas de las administraciones sanitarias? ¿qué les impide tener al menos la decencia de conocer qué somos y qué aportamos más allá de considerarnos un recurso humano con el que actuar en sus juegos rentistas?

            Estas y otras muchas interrogantes se plantean repetidamente día a día sin que nadie sepa o quiera dar respuestas mínimamente argumentadas, serias y ajustadas a una realidad que ni entienden ni quieren entender más allá de los parámetros políticos o economicistas en los que se mueven. Con tal de no salir en los papeles u obtener el máximo beneficio económico, todo vale.

            En este vodevil en el que se ha convertido la política sanitaria y quien ella actúa en nuestro país, los ambientes de enredo se repiten, generando situaciones ridículas, engaño, conspiración y asentadas en el absurdo. Situaciones que si no fuera por el contexto donde se producen y por las consecuencias que las mismas conllevan darían lugar a pensar que son argumentos de comedias aptas como guiones de cine de barrio.

            Pero la salud es algo con lo que no se puede ni debe jugar. En política, en su más amplia acepción, debe dejar de valer cualquier actitud, respuesta o decisión irresponsable tomada o hecha desde la ignorancia o el desprecio. La salud cuesta mucho de mantener y mucho más de recuperar para que a cualquiera se le dé la oportunidad de gestionarla desde la mediocridad que no es capaz de ocultar ningún cargo, por importante que este sea o el respaldo político o económico que el mismo tenga.

            Y ante tanta incompetencia y mediocridad, de vez en cuando, surge algún hecho, decisión o resultado que, cuanto menos animan a la esperanza.

            Hace dos años, sin ir más lejos, se constituyó la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria de la Universidad de Alicante con el patrocinio del Grupo Ribera Salud y el aval científico de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC). Se trataba de la primera Cátedra de Enfermería Comunitaria en España.

            Durante los dos años en los que ha estado activa la citada Cátedra, han sido muchas las actividades que se han llevado a cabo y que han permitido visibilizar y poner en valor a las enfermeras comunitarias.

            Como en el sueño de una noche de verano, del dramaturgo británico William Shakespeare (1564 – 1616), se pensó que “El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas” entendiendo en este caso el amor como la relación que propiciaba que la Cátedra fuese una realidad y que quien la sustentaba económicamente lo hacía por convicción y no por interés exclusivamente. Así pues, se estableció una especie de fábula en la que la luz de la Cátedra da la impresión de vencer las tinieblas en que muchas ocasiones parece estar sumido el desarrollo de las enfermeras y su relación con las entidades provadas, para convertirse en una poderosa fuente de imaginería como la que traslada Shakespeare en su obra. Así mismo como sucede en la comedia con los cuatro mundos renacentistas, la Cátedra logra que convivan en armonía los diferentes escenarios en los que las enfermeras comunitarias desarrollan su actividad (docencia, asistencia y gestión) y el contexto público-privado en donde se ubican, a través de una gran cantidad de acciones que articulan la trama para concluir con el final feliz, en este caso, de la entrega de premios anual, que ejemplifica el final del dramaturgo en su obra con la boda de los protagonistas.

            Sin embargo, como en toda fábula que se precie, se trata de una breve historia o anécdota que alberga una consecuencia aleccionadora que casi siempre aparece al final en forma de moraleja o adfabulación. Y eso es precisamente lo que ocurrió con la cátedra, que se convirtió en una fábula o en una semejanza a otra de las obras de Shakespeare como es “Mucho ruido y pocas nueces”, al poder asimilar en ambas la conclusión o moraleja de que “Jamás estimamos en su precio el bien que gozamos; pero si lo perdemos, es cuando exageramos su valía”.

            La cátedra, entendieron las enfermeras, que era ya un bien que había llegado para quedarse, sin percatarse que los intereses profesionales siempre son menores y más prescindibles que los económicos. Y eso es lo que sucedió, que finalmente quien aportaba sustento de supervivencia económica imprescindible para la continuidad de la Cátedra, decidió que ya no le interesaba y retiró su apuesta inicial dejando en la cuneta un proyecto exitoso. Es lo que tiene el interés rentista de quienes disponen del capital para sostener lo que ni el conocimiento ni la voluntad pueden hacer. Poderoso caballero es don dinero. Y lo que parecía una historia de idilio eterno acabó en una trágica y prematura muerte, en este caso, no anunciada, aunque todo hay que decirlo, tampoco insospechada.

            En la obra de otro importante autor, en este caso el irlandés, Oscar Wilde (1864 – 1900), “La importancia de llamarse Ernesto”, en la que la dualidad entre la palabra earnest, que significa serio en inglés, y el mismo nombre de Ernesto, la palabra enfermera y lo que la misma significa, genera atracción a la vez que confusión.

            En el caso de la Cátedra, se finge tener interés por las enfermeras y se seduce con financiación y apoyo incondicional. Esto dura hasta que identifica la importancia de llamarse y ser enfermera y lo que ello supone al ego rentista del supuesto cortesano, que abandona el idilio a pesar de descubrir, o precisamente por hacerlo, lo bueno e importante que es llamarse enfermera.

            Y en este recorrido literario en el que los enredos acaban por dejar compuesta y sin novio a la Cátedra, la conclusión que podemos sacar es la de casi siempre, es decir, que las enfermeras somos capaces de grandes cosas cuando nos dejan y nos dan oportunidad de demostrarlo, pero que cuando lo hacemos se disparan las alarmas de un pánico tan irracional como sistemático, que provocan reacciones de contención o demolición para que no se identifique, visibilice y valore lo conseguido. Aunque para ello se tengan que inventar justificaciones sin fundamento que traten de sostener las decisiones adoptadas.

            Si Shakespeare y Wilde fueran contemporáneos nuestros tendrían un filón para escribir obras con las aventuras y desventuras de las enfermeras.

            Pero más allá de los símiles literarios, lo que verdaderamente trasciende es la dificultad que las enfermeras tenemos para lograr iniciar, desarrollar y mantener proyectos innovadores, creativos y eficaces que visibilicen y pongan en valor a las enfermeras, dadas las trabas financieras, políticas, administrativas, legislativas… con las que de manera sistemática tenemos que luchar para que, al menos, no se diluya totalmente nuestra aportación.

            Nada es lo que parece, ni nadie es lo que trata de aparentar, sino lo que finalmente es y se es. Caer en la trampa del engaño y la apariencia con el único objetivo de beneficiarse lleva al desengaño, pero nunca al abandono.

            Como expresara nuestro más universal escritor, Cervantes (1547-1616), en su no menos universal obra El Quijote, “Cambiar el mundo amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia”. Y ahí estamos las enfermeras, aunque muchos quieran tildarnos de locas.

            Por eso seguiremos en el empeño de mantener un proyecto como la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria.

“Los desafíos son lo que hacen la vida interesante
y superarlos es lo que hace que la vida tenga sentido.”
Joshua J. Marine

NEGACIONISMO, POSITIVISMO Y MUJERES CIENTÍFICAS

            Últimamente se ha instalado, fundamentalmente entre los políticos y quienes tienen poder de decisión, el discurso de la negación.

            La negación al cambio climático, a la violencia de género, a la pobreza, a la inequidad… se han convertido en la respuesta inmediata a cualquier planteamiento que sugiera la existencia de problemas derivados de estas realidades.

El negacionismo es exhibido por individuos que eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda o perjudicial a sus ideas o intereses. De acuerdo al autor Paul O’Shea, «es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable”. Es, en esencia, un acto irracional que retiene la validación de una experiencia o evidencia históricas.

Así pues y tal como describe Didier Fassin[1], el negacionismo es un posicionamiento ideológico de quien reacciona sistemáticamente contra la realidad y la verdad. Por su parte Mark Hoofnagle[2], sostiene que el negacionismo es el empleo de tácticas retóricas para dar la apariencia de argumento o debate legítimo, cuando en realidad no lo hay.

El problema, con serlo y muy importante, se magnifica cuando los discursos de estos individuos logran que una gran parte de la sociedad haga suyo su discurso. Tal como afirma el autor Michael Specter[3] el negacionismo grupal sucede cuando «todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable».

El discurso negacionista llega a calar tanto en el pensamiento y actitud de quienes lo aceptan como válido que incluso logra que el discurso que se niega, a pesar de las evidencias, sea sospechoso de poseer motivaciones ocultas.

Sería pretencioso por mi parte tratar de incluir en el ámbito del negacionismo ciertos discursos, en contra de las enfermeras, que se mantienen más allá de las evidencias científicas existentes. Pero no me resisto a hacer un ejercicio de aproximación a tan nefasta estrategia por entender que el discurso que se utiliza y se mantiene como cierto va en contra, no tan solo de la evidencia, sino de la propia enfermería como ciencia, disciplina y profesión, con el ánimo de generar duda, rechazo y sospechas entre la comunidad científica y la propia sociedad, con el único objetivo de mantener los privilegios de quienes se siguen considerando protagonistas exclusivos del sector sanitario, al entender que el reconocimiento a “otros”, las enfermeras, es una amenaza a su hegemonía científica, disciplinar y profesional.

Durante mucho tiempo la clase médica, masculina y machista en su concepción y actitudes, identificó a la enfermería, femenina y sometida, como una ayuda a su saber y acción desde un planteamiento exclusivamente técnico, sanitario y alejado de cualquier planteamiento científico o crítico. Esto fue, sin ir más lejos, lo que condujo a transformar la profesión y disciplina enfermera, que empezaba a despuntar como profesión durante la 2ª República, en un oficio a la sombra de la medicina y a las órdenes de los médicos, con la implantación de los estudios de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), que suponían un primer y determinante paso en el negacionismo de la enfermería al eliminar cualquier vestigio de la misma en un plan de estudios hecho a imagen, semejanza y utilidad de quienes lo idearon e implantaron.

Con dicha estrategia lograron, por una parte, tener fieles, dóciles y eficaces ayudantes a sus órdenes que contribuyesen a su desarrollo y reconocimiento, impidiendo que existiese ninguna posibilidad de pensamiento crítico, autonomía o capacidad de decisión en relación a su actividad, ya que la misma era totalmente subsidiaria a la médica.

Pero con ser grave este control en beneficio propio y mayor “gloria” de quien actuaba como exclusivo protagonista, no fue lo peor de tan estudiada estrategia. Porque lo realmente grave fue, sin duda, borrar del imaginario colectivo cualquier vestigio que pudiese conducir a identificar la enfermería como profesión o disciplina, convirtiendo una realidad como la enfermería, que tenía referentes científicos y profesionales indiscutibles en otros países, en una mentira denominada ATS, que aún perdura en nuestros días.

Se trató, por tanto, de un claro ejercicio de negacionismo. Porque lo que se negaba no era una nueva realidad sin fundamento, era una realidad fundamentada que resultaba incómoda para los intereses de quienes dominaban en exclusividad la actividad sanitaria, adaptando todo aquello que les rodeaba para el desarrollo de su saber y su hacer. Los hospitales se organizaron, en contra del sentido común, la eficacia y la eficiencia, en la fragmentación médica de órganos, aparatos y sistemas y los cuidados quedaron relegados a acciones llevadas a cabo por sus ayudantes técnicos sanitarios.

Los cambios en los planes de estudio y la incorporación de los mismos en la Universidad, supusieron un cambio sustancial, aunque no definitivo, para rescatar la imagen y el sentir de la enfermería y de las enfermeras, aunque fuese bajo unas siglas que seguían ocultando la enfermería, DUE (Diplomados Universitarios de Enfermería) y limitando el desarrollo académico al no permitir el acceso a estudios de 2º ciclo (licenciatura y doctorado). Por lo tanto, persistía, en cierta medida, el negacionismo de la enfermería y de las enfermeras que pasaron de ser reconocidas como ATS a serlo como DUE, en cuanto a denominación, pero manteniendo oculta la ciencia enfermera en la que se fundamentaba su acción, lo que mantenía el ideario común de subsidiaridad médica.

Europa, que ahora genera tantas dudas e incertidumbres, auspició el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), en el que Enfermería logró que, finalmente, se rompiera el techo de cristal que le impedía el máximo desarrollo académico y la recuperación de nuestra identidad enfermera, al menos teóricamente.

Quedaba, eso sí, que lo logrado en el ámbito académico tuviese traslado en el ámbito asistencial. Y de nuevo resurgió el negacionismo al impedir que las enfermeras tuviésemos las mismas oportunidades de acceso a todos los puestos de responsabilidad al situarnos de manera totalmente arbitraria, interesada y caprichosa en un subnivel con relación a quienes siguen negándonos valor, reconocimiento e igualdad de oportunidades, con argumentos que no se sostienen pero se mantienen por quienes tienen capacidad y voluntad política para modificarlo, lo que les convierte en claros cómplices del negacionismo enfermero.

Si a todo esto añadimos que el “virus” del negacionismo tan bien diseñado ha sido capaz de inocular su dañino efecto en las propias enfermeras, negándose a sí mismas, la cuadratura del círculo es perfecta. Porque a pesar de que existen muchas enfermeras que han logrado generar resistencia a tan nefasto virus, las devastadoras consecuencias que el mismo ha generado son difíciles de vencer, aparte que los “virólogos” ya se encargan de mutar el virus de tal manera que sea capaz de atacar cualquier resistencia que aparezca.

Pero con ser grave esta epidemia creada, mantenida y apoyada durante tanto tiempo, no lo es menos el hecho de que se manipule un discurso supuestamente liberador, emancipador e igualitario para tratar de trasladar una imagen mucho más amable de lo que realmente sigue sucediendo en nuestra sociedad.

Porque claro, se habla de la importancia de las mujeres en la ciencia, que no la voy a discutir ni poner en duda, pero sin embargo se hace olvidando a aquellas mujeres que mayoritariamente han contribuido con su trabajo, su implicación y su resistencia a que la ciencia enfermera aporte importantísimos beneficios a la salud de las personas, las familias y la comunidad, pero excluyéndolas como científicas, lo que es tanto como continuar con el negacionismo.

Negacionismo, en este caso que se apoya en el positivismo. Positivismo que afirma que todo conocimiento deriva del método científico, desde una perspectiva de monismo metodológico que determina que hay un solo método aplicable en todas las ciencias. Es decir, la explicación científica ha de tener la misma forma en cualquier ciencia si aspira a ser ciencia y por tanto la Enfermería, entre otras, se niega y se excluye. Sin tener en cuenta la incapacidad del considerado exclusivo método científico por conocer otras realidades como la creación de significado, al hacerlo desde las leyes universales impuestas que ignoran aquellos elementos, factores o determinantes que no pueden ser generalizados en base a dichas leyes, lo que genera el interesado debate en contra de la investigación cualitativa frente al positivismo de la cuantitativa, considerada menor o no científica por quienes quieren seguir manteniendo el negacionismo de parte de la ciencia y quienes la componen.

Así pues, nos encontramos ante un claro dilema que trasciende a la ciencia y se sitúa en la hegemonía machista. No se trata tanto de que las mujeres sean o no científicas, que lo son, sino de las posibilidades que a las mismas se les deja para que logren situarse como tales, más allá de la ciencia desde la que lo hagan. El problema está también en que, como ya he repetido en diferentes ocasiones, las disciplinas también tienen género y en función del mismo su visibilidad, reconocimiento e importancia es graduado social y científicamente por quienes establecen los criterios para que sean tenidos en cuenta y, desde los mismos, darles un valor u otro.

Todo ello sin minusvalorar, sino todo lo contrario, la aportación masculina que los hombres hacen a las disciplinas femeninas en general y a la enfermera en particular, que resulta fundamental para el desarrollo de las mismas.

Es importante que fijemos el foco en aquellas disciplinas en las que el número de mujeres es muy bajo. Pero no lo es menos el que demos valor a aquellas disciplinas en las que siendo las mujeres mayoritarias no reciben la misma atención ni reconocimiento al incorporar un negacionoismo tan irracional, incomprensible y acientífico como el que se lleva a cabo sin que se haga nada, o muy poco, por eliminarlo.

Si no se combinan ambos discursos, estaremos ante una nueva puesta en escena efectista, oportunista e ineficaz, que lejos de favorecer a las mujeres contribuirá a perpetuar las desigualdades y el negacionismo existentes.

Las mujeres son científicas, por tanto, más allá de la disciplina en la que estudien, investiguen y aporten evidencias. Se trata, sobre todo, de lograr lo que no existe sin olvidar aquello que ya existe.

[1] Didier Fassin (1955), Antropólogo, sociólogo y médico francés.

[2] Médico estadounidense

[3] Michael Specter (1955), Periodista estadounidense

CAPERUCITA Y LAS ENFERMERAS COMUNITARIAS

La utilización del famoso cuento de Caperucita Roja, sirve a Ángela Rodríguez Espinosa, Gema Salas Galán, Laura Mª Sánchez Andrés, Vicent Serra Labrador y Belén Zubía Mora, estudiantes de 4º grado de Enfermería 2018-2019 de la Universidad de Alicante, de base para trasladar el papel tan importante que tienen las enfermeras comunitarias.