Dice el refranero popular, sabio a pesar de ello o precisamente por ello, que no ofende quien quiere sino quien puede.
A propósito de Melendi y su canción “Síndrome de Estocolmo” parece que el mediático artista no tan solo ha tenido voluntad de ofender, sino que ha utilizado su fama y su difusión para hacer daño.
La ofensa en sí misma puede ser el resultado de un mal momento, una discusión, un enfado o una borrachera. Sin embargo, utilizar la ofensa y difundirla masivamente de manera premeditada, consciente y alevosa, encierra en sí mismo una clara intención de hacer daño, o una gran ignorancia sobre aquello que se habla. En este sentido y parafraseando al gran Groucho Marx, hubiese valido la pena que permaneciese callado, y que pareciese tonto, que haber escrito esta canción, con la que ha despejado todas las dudas. Y es que el idiota grita, en este caso canta, el inteligente opina y el sabio calla, sin embargo, él ha permitido que su lengua corriese mucho más rápido que su lenta inteligencia.
Tal como dijo Glenn Doman, la inteligencia es consecuencia del pensamiento, no el pensamiento de la inteligencia. Y eso parece ser que es lo que le pasó a Melendi al escribir esta canción que, con su pensamiento, al realizar las rimas, dejó al descubierto su falta de inteligencia. Ya avisó Sir Francis Bacon de que no hay cosa que cause más daño que pasar por inteligente la gente astuta. Porque la capacidad o astucia de componer canciones, como la de hablar, no hace a nadie inteligente, a pesar de su deseo de parecerlo. Cuanto menos, ya que no hace algo inteligente, podría hacer lo correcto, es decir, callarse o informarse.
Posiblemente, al escribir la canción fue víctima de su propia canción. En la misma dice que en él se ve:
Solo un prisionero
De la envidia y de los celos
De los roles, de los miedos
Y ese prisionero, él mismo, de la envidia, de los celos y de los miedos a no se sabe qué, padece el síndrome con el que titula su canción, el de Estocolmo, al desarrollar una reacción de complicidad y vínculo afectivo consigo mismo que se tiene secuestrado y en ese delirio malinterpreta la ausencia de violencia de su letra con un acto de humanidad de la misma hacia él. Es decir, es víctima y agresor de su propia incoherencia.
No sé, tampoco me interesa demasiado, lo que a él le habrá costado ser cantante, que no buen cantante. Sin embargo, sé lo que cuesta ser buena enfermera, con independencia de las adicciones que puedan tener sus progenitores.
Nunca se me ocurriría decir que este señor tan solo es cantante de pop, dando a entender que es algo mucho menor que serlo de jazz o de ópera. Se es lo que se es porque, en la mayoría de las ocasiones, se desea serlo y no porque no haya podido ser otra cosa. A no ser que en su subconsciente lo que esté intentando decir es que a él sí que le hubiese gustado ser otra cosa y no ser tan solo cantante. Es lo que tiene padecer el Síndrome de Estocolmo y cantar sobre él utilizando a las enfermeras para tratar de esconder sus miserias.
Séneca decía que “Una persona inteligente se repone pronto de un fracaso. Un mediocre jamás se recupera de un éxito.” Y parece que a Melendi el éxito le ha hecho quedar secuestrado y no recuperarse, al no darse cuenta, como dijo Carmen Sylva que “La tontería se coloca siempre en primera fila para ser vista; la inteligencia detrás, para ver.” Y él, enseguida vio a la tontería y se quedó prendado de ella.
Esperemos que alguna vez Melendi se acerque a la inteligencia o mire tras de sí para descubrirla y deje de decir tonterías, dándose cuenta que su estupidez la confundía con inteligencia y sin percatarse que la inteligencia conocía bien a su estupidez.
Si alguna vez logra liberarse del Síndrome de Estocolmo que padece puede que le permita acercarse a la inteligencia y darse cuenta de que no duele, ni provoca reacciones adversas.
En cualquier caso, señor Melendi, a pesar de su malicioso y torpe intento por hacer daño, las enfermeras, llegado el momento que llegará, no dude que le cuidarán con la inteligencia, calidad y calidez que acostumbran, con independencia de su grado de estupidez o de quienes son y lo que hacen sus padres. Porque las enfermeras son profesionales inteligentes y muy bien preparadas, que eligieron ser eso, enfermeras, y no ninguna otra cosa, a pesar de la dificultad que supone lograrlo y practicarlo.
No estaría mal que hablase con James Rhodes, pianista británico, que recientemente ha dicho que las enfermeras españolas son las mejores del mundo. Punto.
Por último y tal como dijera Oscar Wilde “Elijo a mis amigos por su apostura, a mis conocidos por su buena reputación y a mis enemigos por su inteligencia.”, por lo que nunca podrá ser mi amigo, pero tampoco mi enemigo y dudo que, del resto de las enfermeras, tampoco. Tenemos cosas más importantes en que ocupar nuestro tiempo, incluso el libre.
Ahora parece que está “de moda” decir que tenemos que llevar a cabo una atención humanizada. Y, por supuesto, no es que esté en contra de la atención humanizada, sino que desde la perspectiva enfermera no acabo de entender que tengamos que plantearlo como una novedad, una propuesta o una mejora, pues ello supondría tanto como reconocer que hasta ahora no lo estábamos haciendo. No entiendo la prestación de cuidados deshumanizada, no serían cuidados enfermeros. En cualquier caso, considero, que la humanización no depende de las disciplinas o de las profesiones desde las que se presta atención, sino de los profesionales de las mismas.
Es tanto como decir qué fue antes, si el huevo o la gallina. ¿Estuvo siempre la Enfermería humanizada, o fueron las enfermeras las que la humanizaron? Creo, sinceramente, que entrar en este debate es una manera, como otra cualquiera, de perder el tiempo. Lo verdaderamente cierto es que hacer planteamientos de humanización en la Enfermería es como hacerlos de respeto en el Magisterio o de exactitud en las Matemáticas. Son inherentes a las propias disciplinas y a quienes deciden ejercerlas. No hacerlo iría en contra de los más elementales principios de las mismas.
Sin embargo, existen comportamientos, normas, costumbres, actitudes… que se incorporan de manera rutinaria en el trabajo de las enfermeras y que hacen que la prestación de sus cuidados quede devaluada no tanto por lo que hacen sino por las etiquetas con las que, lamentablemente y de manera totalmente naturalizada y normalizada etiquetamos a las personas a las que atendemos.
La RAE define etiqueta como la “pieza de papel, cartón u otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración, clasificación, etc. O como una “calificación estereotipada y simplificadora”.
Cuando sustituimos el valor de la persona a la que atendemos, su identidad, su individualidad, su intimidad por el de la enfermedad o la discapacidad que padece es realmente cuando estamos fallando como enfermeras. La cosificación en forma de etiqueta califica, clasifica y simplifica a la persona y la transforma en un número más que se incorpora a su grupo de mercancía sanitaria. La diabetes le convierte en diabético, la hipertensión en hipertenso o la discapacidad en discapacitado, anulando cualquier otra capacidad o rasgo de identidad que, como persona, pueda tener.
A partir de ese momento, la persona pasa a ser un objeto de estudio, de análisis, de observación en el mejor de los casos, que se mide, se pesa, se cuantifica y se diagnostica para poder ser tratada de manera estandarizada, con el objetivo de que se ajuste a los patrones establecidos, para lo cual posiblemente se le prohíba, prescriba, ordene… todo aquello que debe hacer para, teóricamente, recuperar la salud perdida.
Cuando una persona con diabetes pasa a ser diabética, deja de controlar parte de su vida para dejarla en manos de alguien que le dirá en cada momento que es lo que debe o no debe hacer, que puede o no puede comer, que deberá o no deberá hacer para mantenerse en los límites que marca la ciencia.
Si no somos capaces de anteponer la persona a la enfermedad, las emociones y los sentimientos a los signos y síntomas, las preocupaciones o las dudas a los parámetros de glucosa, tensión o colesterol a, la familia a la dieta o la comunidad a la insulina, el afrontamiento que esta persona tiene que hacer ante este problema de salud influido por la diabetes acabará por superarle a ella a su familia y a su entorno, generando dependencia, inestabilidad, ansiedad y miedo, además de provocar un mayor demanda de atención, un fracaso terapéutico…
Si, por el contrario, la persona se antepone a la diabetes, y como enfermeras somos capaces de escuchar cómo vive esta nueva situación vital, con qué recursos personales cuenta, qué soporte familiar y social tiene, qué le preocupa… podremos llegar a consensuar con ella los objetivos que le permitan afrontar con éxito y autonomía el proceso de salud-enfermedad de la diabetes de manera individualizada sin que tenga que renunciar a seguir siendo una persona y no una etiqueta. La diabetes, que como enfermeras también controlamos, ya ha sido diagnosticada y tratada por otro profesional que desde el paradigma centrado en la enfermedad habrá intervenido y que domina. Desde el paradigma enfermero, nuestra principal preocupación, por tanto, ya no será la diabetes sino cómo esta influye en la persona, su familia y su entorno y qué cuidados deberemos prestar para que sepa afrontar su situación.
Situarnos en el paradigma médico que ni dominamos ni nos es propio, para desde el mismo, llevar a cabo intervenciones enfermeras, conducirá irremediablemente a planteamientos fallidos, subsidiarios y delegados que no permitirán identificar el valor de nuestra aportación de cuidados.
Da igual que ello lo hagamos con la mayor de las sonrisas, siendo simpáticas y cercanas, porque nuestros cuidados no serán enfermeros, sino una prestación enfermera hecha desde un paradigma ajeno.
Pero el etiquetado no se circunscribe tan solo a las personas con enfermedad. Se generan y aceptan sistemáticamente más etiquetas.
Así, cada vez es más frecuente la utilización de nuevas etiquetas para ocultar problemas que nos molestan y a los que no queremos prestar atención por creer que los mismos no nos afectan profesionalmente. De esta manera, al etiquetar el problema pasa a ser una nueva clasificación indeterminada y anónima que nos permite ocultar a las personas que situamos tras la misma.
Últimamente tenemos un caso realmente preocupante. Hemos acuñado la etiqueta de los MENA (Menores Extranjeros No Acompañados). Etiquetados de esta manera ya dejan de ser niños con necesidades que podrían requerir de nuestra atención y nuestros cuidados. Pasan a ser un número, un problema, un dato a ser atendido en centros con condiciones deplorables en donde no reciben, muchas veces, la atención necesaria. Pero, sobre todo, lo que es mucho peor, es la total y naturalizada ignorancia a unas personas que pasan a ser una nuevo acrónimo estandarizado, despersonalizado, deshumanizado y reductor, que oculta un problema del cual no queremos saber nada. Nuestra actuación, en todo caso, se limitará a curar una herida, a poner una vacuna o a administrar una medicación, sin que hagamos nada por colaborar intersectorial y transdisciplinarmente en el abordaje de un problema humanitario a pesar de lo cual seguiremos diciendo que prestamos cuidados humanizados.
Sin papeles, migrantes, sintecho, acosadas, parados, desalojados… son otras tantas etiquetas de las muchas que utilizamos para ocultar a las personas que padecen paro, hambre, violencia de género, falta de trabajo… y que nos hace mirar para otro lado por entender que no va con nosotras como enfermeras, más preocupadas de la tensión arterial o del peso del hipertenso o diabético sistemáticamente citado que de las necesidades que muchas personas etiquetadas y anónimas sufren en la comunidad de la que como enfermeras somos responsables.
Este es, a mi modo de ver, uno de los principales motivos por los cuales deberíamos preocuparnos para dar sentido a nuestra denominación como enfermeras comunitarias, a nuestra perspectiva holística, a nuestros cuidados integrales, a nuestra atención humanizada. Lo contrario nos tendría que hacer plantearnos el por qué nos denominamos enfermeras y comunitarias.
La humanización, por tanto, pasa por eliminar las etiquetas y recuperar a las personas con sus preocupaciones, sus miedos, sus fortalezas, sus debilidades, sus oportunidades, sus familias, sus entornos… generando espacios de confianza y saliendo de nuestros nichos ecológicos en los mal llamados centros de salud para situarnos en la comunidad para trabajar con y por la comunidad, para ser identificadas como referentes de los cuidados, para articular recursos, para facilitar respuestas, para atender demandas y defender derechos fundamentales sin los que no es posible alcanzar la salud y mucho menos hacerlo con la humanización que tan oportunista como demagógicamente se anuncia. A no ser que se trate de crear una nueva etiqueta con la que ocultar a las personas a las debemos prestar cuidados enfermeros de calidad. No podemos ni debemos seguir pensando que las soluciones dependen de otros. La solución, las soluciones, pasan por actuar y no por ignorar la realidad, por mucho que la misma no nos guste.
Es para mí un verdadero honor poder presentar de nuevo estos Premios que vienen a reconocer el trabajo, el esfuerzo, la dedicación, la ilusión y el compromiso por la investigación, la docencia, la calidad de la atención y el compromiso con la enfermería y las enfermeras comunitarias.
La Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria ha venido trabajando, gracias al apoyo de la Universidad de Alicante, Ribera Salud y la Asociación de Enfermería Comunitaria, en este su segundo año de existencia, con decidida y renovada ilusión por visibilizar y poner en valor a las enfermeras comunitarias. Lamentamos que nuestro esfuerzo no siempre se vea acompañado por quienes tienen la capacidad última de tomar decisiones que las sitúen donde les corresponde, es decir, ocupando plazas de enfermeras comunitarias, sean de especialistas o de expertas generalistas. Pero también para que puedan participar, en igualdad de condiciones a otros profesionales con idéntica titulación académica, e incluso en ocasiones superior, a puestos en los que tengan capacidad de toma de decisiones y no únicamente como asesores que pudiendo ser escuchados no pueden decidir. No se trata de conceder tratos de favor, ni privilegios, ni puestos ad hoc, tan solo que se les den idénticas posibilidades en base a su capacidad y mérito. Esto, les recuerdo, es algo que va mucho más allá de lo que yo pueda desear y expresar. Esto, junto al aumento de plazas de enfermeras (sobre todo en Atención Primaria, es decir de enfermeras comunitarias) es lo que está solicitando que se haga alguien tan poco sospechoso como la OMS y la ONU en la campaña por ellas auspiciada, denominada Nursing Now. Campaña, por otra parte, que ha sido reconocida y a la que se han adherido los máximos representantes de las organizaciones gubernamentales nacionales y autonómicas de nuestro país. Por lo tanto, es justo solicitar que la adhesión vaya más allá de una firma y una foto y se traduzca finalmente en hechos constatables que demuestren el compromiso adquirido.
No sería justo, sin embargo, dejar en el olvido algunos esfuerzos realizados, que han dado sus frutos, como por ejemplo la elaboración de un Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria que facilite el necesario y deseado cambio de paradigma en el que tanto tienen que aportar las Enfermeras Comunitarias. Pero el Marco, señoras y señores, por bonito que sea, estará vacío sino somos capaces de poner la foto que corresponde para que realmente pueda reflejar lo que se pretende.
La Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, sigue siendo, la asignatura pendiente de las administraciones sanitarias a la que, más allá de esporádicas y testimoniales decisiones, no son capaces de dar soluciones que permitan articular coordinar y situar en las organizaciones sanitarias con perfiles claramente definidos y con una prueba excepcional, aún pendiente de resolver, que sigue generando retraso tras retraso a pesar de su anunciada resolución.
Me gustaría, en un día de celebración y alegría como hoy, tener otro mensaje que transmitirles. Pero creo que ocultar la realidad es contribuir a la parálisis que padece la Enfermería Comunitaria y, desde la Cátedra, tenemos el compromiso de trabajar, junto a organizaciones, instituciones, sociedades científicas, universidades y ciudadanía, para mejorar la calidad de la atención que permita una de nuestras máximas, que es mantener sanos a los sanos. Y para ello hace falta poner negro sobre blanco para que pueda ser leído y escuchado por todas/os.
No se trata, en cualquier caso, de una simple reivindicación, sino de la manifestación clara y evidente de una necesidad profesional, organizacional y social a la que, entre todos, hay que dar respuesta. Celebremos pues la ocasión que nos ofrece este acto para que las palabras y lo que de deseo expresan, dejen paso a los hechos para darles cumplida respuesta. Estoy convencido de que todo ello es posible y por eso lo expreso y lo traslado.
Los trabajos y aportaciones que hoy se premian, junto a las muchas que lamentablemente no han obtenido dicho reconocimiento a pesar de su calidad, demuestran lo mucho y bueno que aportan y pueden aportar las enfermeras comunitarias. Pero, siendo importante este reconocimiento, lo verdaderamente importante es que las pruebas y experiencias se pudieran trasladar al ámbito de la atención con el fin de lograr una mejora en la prestación de cuidados enfermeros. El merecido aplauso que hoy obtengan de su parte, debería poder tener continuidad con el reconocimiento a su esfuerzo y aportación por parte de las administraciones sanitarias. Dejar escapar esta oportunidad es convertir estos premios en una efímera alegría que debiera tener continuidad.
Gracias de nuevo a todas y todos por su presencia y espero que disfruten del Acto tanto como nosotros lo hemos hecho durante todo este año de trabajo.
Para Carles Francino con todo mi aprecio y admiración
Ayer, con ocasión de la entrega de Premios de la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria, se emitió en directo el programa la Ventana, presentado y dirigido por Carles Francino, desde el Salón de Actos de la Facultad de Educación de la Universidad de Alicante.
Tuve la ocasión de participar en el mismo junto a Francis Mojica, microbiólogo, investigador y profesor español titular del Departamento de Fisiología, Genética y Microbiología de la Universidad de Alicante. Sin duda un profesional relevante en varias ocasiones propuesto al Premio Nobel.
Dicen que las comparaciones son odiosas, sin duda, y posiblemente esta no escape a esta afirmación. Sin embrago no me resisto a reflexionar sobre ella.
Lo primero que diré es que no tan solo no pongo en duda la capacidad, mérito y aportación del Profesor Mojica, al contrario, considero que es muy importante destacar sus contribuciones a la ciencia y a sus posibles aplicaciones a la salud comunitaria con sus investigaciones sobre el CISPR (lustered regularly interspaced short palindromic repeats-Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas).
Dicho lo cual parece que mi presencia en el coloquio quedaba empequeñecida por tan reconocido científico. Carles Francino quiso conectar nuestra concurrencia en la improvisada cabina radiofónica del salón de actos, planteando la interrogante de ¿qué relación podía existir entre una sonrisa y una bacteria? La sonrisa la ponía yo como enfermera y la bacteria el Sr. Mojica como científico.
La cuestión no tendría mayor trascendencia sino fuese porque, una vez más, se trata de establecer una relación tan desigual como fallida, entre los paradigmas, representados por ambos contertulios, tan diferentes como necesarios, entre los que siempre existe una clara sublimación hacia el que se centra en la bilogía, la medicina, las bacterias, la enfermedad… frente al que lo hace en los sentimientos, las emociones, el afrontamiento, las necesidades humanas, la salud… De tal forma que siempre se acaba por sucumbir a su encantamiento.
Y esto es lo que sucedió ayer. En el reduccionismo a sonrisa y bacteria de dos trabajos, disciplinas, ciencias, profesiones… ganó la bacteria que acaparó mayor atención, generó mayor debate y suscitó mayor admiración que la sonrisa de las enfermeras comunitarias.
El CISPR, acrónimo tan extraño como esperanzador, rastrea bacterias en las salinas de Santa Pola para editar o corregir el genoma de cualquier célula, mientras los cuidados rastrean en las necesidades de las personas para que estas sean capaces de afrontar sus procesos de cuidados y que sean más autónomas, responsables y saludables.
Pareciera que, si no existen bacterias, virus, microorganismos, signos, síntomas, enfermedades… no tuviese importancia lo aportado para lograr promocionar o mantener la salud de las personas. Como si tan solo desde la biología se pudiese investigar o actuar.
En un momento de tan interesante entrevista Carles Francino se interesó por la financiación que tan importante proyecto recibía, a lo que el profesor Mojica respondió que muy poco. No pongo en duda que las aportaciones recibidas serán de todo punto insuficientes, pero en ningún momento se planteó por parte de los contertulios presentes preguntar si nosotras, las enfermeras, sufríamos penurias financieras similares para nuestras investigaciones, ni tan siquiera si investigábamos y sobre qué. Y aquí es donde radica la diferencia entre la bacteria y la sonrisa. Para la bacteria sí que se identifica de inmediato la necesidad, e incluso la urgencia, de investigación y de financiación, pero para la sonrisa, con tenerla y ejercerla ya se da por hecho que no se precisa ninguna investigación y aún menos financiación. Aunque intervine para decir que, si parecía poca la financiación para el CISPR, que se imaginasen la que teníamos las enfermeras para investigar, por ejemplo, sobre las necesidades de las cuidadoras familiares, lo que arrancó un alentador aplauso del público, lo que sigue prevaleciendo en el imaginario popular es que las enfermeras con ser simpáticas ya tenemos suficiente y que para eso no hace falta investigar. Porque sino, no se entiende que siendo representante de una Cátedra Universitaria no se me preguntase por las investigaciones que desde la misma se están apoyando y se centrase el interés en lo que somos las enfermeras comunitarias porque no está claro. Y aquí, es preciso hacer un ejercicio de reflexión y autocrítica. Porque si después de más de 35 años de enfermería comunitaria, que aún a día de hoy se nos siga interpelando por lo que somos y no por lo que aportamos, quiere decirse que algo debemos estar haciendo mal, algo no sabemos transmitir, algo no sabemos visibilizar para que nos sigan identificando con una sonrisa tan solo. Estoy convencido que tras esa importante sonrisa hay mucho más. Y a todo esto, no entiendo por qué solo las enfermeras debamos mantener una sonrisa permanente de simpatía y que no se les exija de igual modo a los investigadores de bacterias, por ejemplo, esa simpatía, mediante una sonrisa. Será que las bacterias no necesitan que les sonrían.
En cualquier caso, lo que queda de manifiesto, una vez más, es el largo recorrido que nos queda por delante si queremos que las aportaciones de las enfermeras no queden permanentemente reducidas a la simpatía y la sonrisa que utilizamos para hacerla patente, sin que ello signifique que debamos renunciar a ella, claro.
Pero la interrelación con Francino dio más de sí. Él comentó que actualmente estábamos instalados en el capitalismo rentista, es decir, en la creencia en prácticas económicas de monopolización de acceso a cualquier clase de propiedad (física, financiera, intelectual, etc.), que permiten obtener cantidades significativas de beneficios sin contribuir a la sociedad[1]. A lo que yo añadiría que no tan solo sin contribuir a la sociedad, sino que sin que a esa misma sociedad se la haga partícipe en ningún momento de esa estrategia, para lograr así mayor beneficio que es a lo único que obedece este capitalismo. Y a esto hay que añadir, según sus palabras, la política de calculadora a la que le cuesta mucho mover un dedo sin hacer suya antes esta relación del coste beneficio.
Y esto lo decía en su agradecimiento por haber recibido el premio de la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria, para destacar que en esa sociedad rentista y con esa política, tenía mucho mérito que profesionales como las enfermeras nos levantásemos todos los días para seguir siendo y sintiéndonos enfermeras.
Y esto que está muy bien, al igual que su compromiso por seguir haciéndolo visible o audible, a través de la radio, no debe quedar nunca, en mi opinión, en un hecho puntual, anecdótico, causal o, en ocasiones oportunista. Esto, al contrario, debe integrarse en el análisis, reflexión, debate… habituales, cuando se hable de salud, de cuidados, de sanidad, de necesidades de salud… en y por los que las enfermeras estamos permanentemente implicadas y por los que nos levantamos cada día para tratar de conseguir una sociedad más saludable. Y para ello debería estar presentes en todos los foros donde se hablase de ello sean de radio, televisión, o cualquier otro medio de comunicación, para opinar y aportar sus conocimientos que permitan que esa misma sociedad nos identifique por algo más que por nuestra sonrisa.
Está muy bien y agradecemos el esfuerzo por alabar y visibilizar nuestra imagen, pero quedarse ahí es una forma más de capitalismo rentista, al dar voz tan solo a quienes se sigue identificando como protagonistas exclusivos de la salud e incluso de la vida. Sin duda, su aportación es fundamental, pero es tan solo una parte, y no siempre la más importante, en todo el proceso de salud enfermedad en el que, repito, las enfermeras seguimos sin contar en la última línea del coste beneficio de ese capitalismo rentista que nos invade y en el que subsistimos y en el que, sin darnos cuenta, quiero pensar y creer, muchas veces participamos perpetuándolo con nuestros posicionamientos, nuestras acciones e incluso nuestras decisiones.
A ello hay que añadir, como dice Carles, la política que no mueve un dedo y se instala también en ese capitalismo rentista. Y desde el mismo, toma decisiones con las que siempre acabamos perjudicadas las enfermeras, aunque luego traten de enmascararlo o maquillarlo con sus eufemísticas declaraciones de alabanza hacia nosotras y nuestras aportaciones. Finalmente, se limitan a situarse en esa última línea del coste beneficio en el que las enfermeras siempre somos identificadas como coste.
Gracias Carles, de todo corazón, por tu aportación a la visibilización enfermera. Ahora tan solo queda que esa visibilización se haga efectiva más allá de la relación diaria que mantenemos con las personas a las que prestamos nuestros cuidados para que nuestra sonrisa tenga, cuanto menos, igual importancia que la bacteria en la promoción y mantenimiento de la salud en este capitalismo rentista y en esa política del conocimiento y la salud en el que también nosotras las enfermeras subsistimos.
Últimamente he tenido la oportunidad de hablar en diferentes países a los que me han invitado sobre enfermería comunitaria y atención primaria. Sin duda, nuestro sistema de salud es un referente para muchos países que están intentando modelar sus propios sistemas de salud. En particular, además, la atención primaria suscita el interés de estos mismos países y en concreto la aportación que las enfermeras comunitarias llevan a cabo en la misma en cuanto a competencias, autonomía y relación con la comunidad.
Al preparar los talleres, seminarios o conferencias que tenía que impartir no me generaba duda alguna la teoría que sustenta todo el proceso de atención enfermera comunitaria, al igual que no me la generaba la teoría del modelo de atención primaria. El conocimiento y lo que el mismo aporta a los temas sobre los que trabajaba me generaban sensaciones de satisfacción y de autocomplacencia ante el dominio de los conceptos, las ideas, las teorías, los planteamientos… que se encuentran recogidos de manera muy precisa, al tiempo que profusa, en la literatura científica. Me sentía, por tanto, bien “alimentado” para afrontar el compromiso adquirido y con la seguridad de que lograría hacerlo con éxito dado el dominio adquirido con el estudio sobre los temas a abordar y de la docencia que vengo impartiendo al respecto desde hace años. Así pues, fui capaz de alcanzar una alta autoestima y una tranquilidad cercana a la relajación.
Dispuesto como estaba a trasladar mis conocimientos a quienes así me lo habían solicitado, durante una de mis clases con estudiantes de 4º de grado de enfermería se generó un rico debate con las/os estudiantes sobre el tan manido, pero al mismo tiempo actual dilema entre teoría y práctica, la brecha permanente que no tan solo no logramos cerrar, sino que ni tan siquiera somos capaces de salvar tendiendo puentes entre los precipicios que se abren a ambas partes. De repente surgió un tsunami en mi mente que me hizo dudar ante el planteamiento que había realizado en mis cuidadas presentaciones sobre enfermería comunitaria y atención primaria. No porque desconociese la realidad del contexto ni la de las enfermeras que en el mismo trabajan, sino porque la comodidad del contexto docente, en muchas ocasiones, te hace olvidar o cuanto menos ver desde otra perspectiva, la realidad vivida años atrás en el escenario del trabajo enfermero comunitario, lo que me hizo reflexionar sobre cómo afrontar esa necesaria articulación entre ambos lados de un mismo territorio, el enfermero, pero tan aparentemente lejanos y recelosos entre sí.
La longitudinalidad, la continuidad de atención, la equidad, el autocuidado, la participación comunitaria, la intersectorialidad, la atención integral, integrada e integradora, la persona, la familia y la comunidad, el trabajo transdiciplinar en equipo, las necesidades sentidas, los activos de salud, la toma de decisiones, la interrelación profesional, los cuidados, la promoción de la salud, la salutogénesis e incluso la propia salud, son conceptos conocidos, manejados y dominados. Son como piezas de un gran puzle que hay que encajar perfectamente para que finalmente se vea clara la imagen que las mismas componen, pero para ello se necesita voluntad de quererlo hacer y paciencia para lograrlo sin desistir en el intento.
Pero, además, existe otra cuestión que muchas veces no tenemos en cuenta y que resulta determinante en el encaje de las piezas. Una cosa es conocer los conceptos y otra cosa bien diferente es quién los maneje y dónde lo haga. Y esto es lo que habitualmente sucede, que las piezas son siempre las mismas, pero quien trata de construir el puzle tiene visiones, planteamientos, competencias e incluso intereses completamente diferentes que pueden llegar a ser antagónicos con otras formas de plantear su ejecución, lo que, finalmente, hace prácticamente imposible encajar las piezas. De esta manera tenemos encima del tablero un montón de piezas valiosas pero que de manera aislada no representan ni dejan ver nada, y alrededor del tablero a quienes intentan montarlo sin ponerse de acuerdo en cómo hacerlo o qué piezas debe poner cada uno de ellos, o, lo que es peor, imponiendo tan solo una forma para llevarlo a cabo, en la que el resto de participantes puede que asuma, por comodidad, por ignorancia o por presión, a hacerlo, pero sin que ello permita lograr el objetivo final, que es componer entre todas/os la imagen completa, sin que falten ni sobren piezas.
En Atención Primaria y Comunitaria (APC), que resulta ser el puzle que hay que construir, intervienen “jugadores” situados en paradigmas con diferentes competencias, miradas, acciones… que deberían tener el objetivo común de construir el puzle de salud comunitaria para no tan solo dejar a la vista de todas las personas, las familias y la propia comunidad, la visión de dicha salud comunitaria, sino que incluso se les permitiese participar en su ejecución desde los diferentes paradigmas en los que están instaladas/os las/os “jugadoras/es” denominadas/s profesionales de la salud.
Con independencia de la valiosa aportación de otras/os profesionales, los médicos y las enfermeras son los/as principales profesionales que constituyen los Equipos de APC. Pero los médicos están formados en el paradigma médico centrado en la enfermedad y su curación y las enfermeras en el paradigma enfermero centrado en la salud y su cuidado. Ninguno de ellos es, o debiera ser, mejor o peor que el otro, y ambos son necesarios y compatibles. Pero, sin embargo, uno de ellos tiende a impregnar de manera casi exclusiva la atención que se presta anulando o minimizando al otro, bien por imposición de una de las partes o bien por inacción y conformidad de la otra.
Ante esta situación, las enfermeras comunitarias o quienes trabajan como tales dada la nefasta planificación de las organizaciones sanitarias con concesiones irracionales y caprichosas para que determinadas enfermeras se incorporen, por motivos extraprofesionales, como comunitarias en un ámbito que ni conocen, ni aprecian, ni les interesa, muchas veces llevan a cabo sus actividades, que ni tan siquiera sus competencias, situadas en el paradigma médico y renunciando por comodidad al que les corresponde, es decir, al enfermero.
Ante esto, lo que sucede es que la atención enfermera no es tal, sino que se trata de una atención médica prestada por una enfermera.
Una persona con diabetes, es vista desde el paradigma médico centrando la atención en la enfermedad, sus signos, síntomas, tratamiento, secuelas… lo que, sin duda, resulta totalmente necesario para la eficaz evolución de la citada enfermedad y su control fisiológico y farmacológico. Es evidente que el paradigma médico responde perfectamente a esta asistencia.
Esa misma persona con diabetes, si es vista por la enfermera desde el paradigma médico, realizará una atención deficiente dado que ni tiene las competencias para hacerlo ni dará, por tanto, las respuestas que la persona necesita para afrontar su problema de salud, lo que le llevará, en la mayoría de las ocasiones, a duplicar actuaciones u omitir las que, desde su perspectiva enfermera, sería preciso realizar. La enfermera comunitaria, por tanto, desde este paradigma ve a la persona, y la nombra como diabética, lo que ya de entrada supone usurparle su dignidad personal y etiquetarla con la enfermedad que pasa a ser más importante que ella misma. Además, al hacerlo desde ese paradigma en el que está como visitante, ya que no es el propio, se limitará a la realización de determinadas técnicas (determinación de glucemia, toma de Tensión Arterial, pesar, medir, controlar la dieta…) y derivar de nuevo a su médico del que forma una imperfecta simbiosis en la que existe un claro dominador de la atención en detrimento de la otra parte, sin que necesariamente el dominio sea ejercido por voluntad del dominador sino por dejación del aparentemente dominado, porque realmente no lo es, sino que es fagocitado por inacción voluntaria de este último. Y de esa relación, quien sale perjudicada es la persona que tiene diabetes, a la que se le priva de la necesaria y diferenciada atención enfermera. La ética de mínimos se incorpora como principal característica de la atención enfermera, para lograr la tranquilidad de haber hecho “lo que toca” sin implicarse ni, por supuesto, asumir la necesaria responsabilidad en la toma de decisiones de sus actuaciones autónomas, al actuar tan solo por delegación.
Si, por el contrario, la persona con diabetes es atendida por la enfermera comunitaria situada en el paradigma enfermero, dicha persona será el centro de la atención, pasando la diabetes a un segundo plano. La enfermera tratará de identificar, valorar y contrastar el afrontamiento que dicha persona puede llevar a cabo de su diabetes y cuáles son los recursos personales (fortalezas), familiares, sociales y comunitarios, con los que cuenta y cómo coordinarlos entre si cuando sea preciso a través del necesario consenso con la persona para plantear los objeticos y las actividades para lograrlos, así como la evaluación de los resultados que permitan alcanzar su máxima autonomía y autoestima, sin olvidar la intervención en su núcleo familiar que se verá afectado por el problema de la persona atendida y en su contexto comunitario (social, laboral, educativo…), en el que vive y convive. Si además, se identifica que para una mejor respuesta es necesaria la intervención de recursos comunitarios o la participación de otros profesionales, la enfermera comunitaria, coordinará, facilitará y articulará conjuntamente con ellos las intervenciones necesarias y no utilizará la derivación en la que la persona se convierte en una “pelota” que va de mano en mano sin que sepa por qué ni para qué.
Hecha la aportación enfermera desde su paradigma profesional la aportación médica no tan solo será eficaz, sino que se verá reforzada al complementarse ambas intervenciones y conseguir la necesaria integralidad, sin que ello suponga, en ningún caso, el dominio de una sobre la otra.
Las enfermeras comunitarias, por lo tanto, deben conocer las piezas de las que consta el puzle, tanto las que ellas van a manejar como las que van a ser manejadas por los médicos. Tan solo desde ese profundo conocimiento, pero también de la plena convicción por hacerlo serán capaces de situar en el lugar correcto las piezas para que encajen con las que los médicos y otros profesionales sitúen con idéntica perspectiva y con el resto de piezas que deban manejar como enfermeras comunitarias.
Tras esta reflexión, compartida con las/os estudiantes, llegamos a la conclusión de que si bien es necesario un planteamiento muy riguroso, académico, técnico científico… de los planteamientos teóricos de la enfermería comunitaria, no es menos cierto que hace falta también una clara apuesta por un cambio radical en la identificación de lo que somos y queremos ser como enfermeras comunitarias y, sobre todo, en dónde nos queremos situar a la hora de ejercer como tales. Para ello es importante, fundamental, que quienes tienen capacidad de decisión, enfermeras o no, hagan una apuesta clara por ello, pero no es menos importante, si no más, que quienes tienen que hacerlo efectivo y real, las enfermeras comunitarias, no estén siempre esperando que sean otros quienes arreglen los problemas, sino que tomen la iniciativa decidida de querer cambiar el escenario con su aportación enfermera.
Y esto, como sucedía con la complementariedad de ambos paradigmas, pasa con la complementariedad de los ámbitos docentes o teóricos y prácticos o profesionales.
En un laboratorio en donde se esté investigando sobre una determinada sustancia se hace en condiciones ideales para obtener el mejor resultado y que finalmente pueda ser analizado en un contexto en el que las interacciones, los efectos secundarios, las contaminaciones… nos aporten los datos que permitan adaptar finalmente dicha sustancia en ese medio hostil. En el aula pasa algo similar con las futuras enfermeras, a las que se intenta trasladar lo que debe ser una excelente enfermera. Una vez salga del aula, que es el laboratorio en condiciones controladas y seguras, para incorporarse a los inciertos escenarios de trabajo en los que se encontrará con importantes efectos agresivos, será el momento de tener que asumir la responsabilidad de la coherencia, de la ética, del conocimiento, del rigor… para situarse en el paradigma que le corresponde, asumiendo su responsabilidad, para hacer compatible lo aprendido en el aula, en la sala de simulación o en los seminarios, con lo aportado en la consulta enfermera, el domicilio familiar o en la comunidad.
Si a esto añadimos otros factores que influyen de manera muy significativa en el planteamiento de una verdadera atención enfermera, como el hecho de que se siga permitiendo que la APC sea el aliviadero al fracaso de las condiciones laborales de las enfermeras de hospital, ni que se trate de reconvertir los recursos de atención enfermera, como las consultas enfermeras, en aliviadero de las consultas médicas, ni que la atención comunitaria y de promoción de la salud sean desplazadas por la realización de técnicas diagnósticas que se derivan desde el hospital con la excusa de acercarlas a la población, ni que la cronicidad siga siendo abordada tan solo desde la perspectiva médico asistencialista, ni que la participación de la comunidad siga centrándose exclusivamente en aquello que los profesionales decidimos que debe realizar la comunidad… posiblemente podamos evitar entre todas/os, seamos docentes o enfermeras asistenciales, que la brecha siga siendo una excusa de acción y logremos entender que podemos saltarla, cerrarla, eliminarla… con el compromiso compartido que permita darnos cuenta que nada cambiará desde paradigmas que nos son ajenos, por mucho que sigamos empeñados en pensar y defender que nuestros conocimientos, técnicas, prácticas, planteamientos… son fantásticos al margen de nuestro paradigma propio, el enfermero.
Tras esto mis aportaciones en otros países, pero también en el mío, se refuerzan y consolidan y me permiten afrontar el tsunami con seguridad y confianza.
Para Rosamaría Alberdi, que fue quien logró fundamentar magníficamente este tres en raya.
Me encuentro delante de la pantalla con el “folio” de Word en blanco, sin saber que escribir. No porque no tenga ideas o reflexiones que compartir, sino porque no sé si voy a saber expresarlas adecuadamente. Y esta situación de confusión o de parálisis creo que está provocada por todo lo que está pasando en nuestra sociedad, a lo que, sin duda, no somos ajenas las enfermeras.
No es mi intención ponerme trascendente, ni querer establecer paralelismos forzados, ni generar discursos dialécticos artificiales y artificiosos. Pero considero necesario, tras haberlo pensado mucho, el reflexionar sobre lo que pasa y cómo nos afecta. Pero, sobre todo, tratar de analizar sobre lo que, como enfermeras, podemos y debemos hacer.
Siempre he dicho que nada es casual, que todo es causal. Y la parálisis política, social, cultural y de pensamiento en la que nos hemos sumido, no es una excepción.
No me creo, que de repente, se haya producido un cambio radical de pensamiento. Que casi, de la noche a la mañana, afloren sentimientos de odio, rechazo y repulso hacia determinados colectivos, derechos y libertades. Que de manera casual una parte muy importante de la población se haya posicionado de manera tan repentina como inconsciente en el radicalismo.
Creo que lo que ha sucedido, es una respuesta al hartazgo institucional y político, a la falta de coherencia, de vaivén ideológico, de ausencia de diálogo, de desprecio a la diferencia, de enrocamiento, de partidismo, de egocentrismo… es decir causal. Y en esa causalidad se sitúa la respuesta de parte de la sociedad que responde de manera reaccionaria apoyando posiciones en las que no cree, pero que utiliza como forma de castigo contra quienes identifica, no tan solo como responsables de lo que está sucediendo y no comparte, ni entiende, ni comprende, sino, sobre todo, como incapaces de poder solucionar los problemas que les afectan directamente a su trabajo, educación, convivencia… y muy particularmente y agravado por todo ello a su salud.
Por lo tanto, no creo, de hecho, estoy convencido de ello, que se trate de un cambio ideológico, sino de una reacción. Lo malo de dicha reacción es que va más allá de una pataleta o de un castigo. La reacción conduce a situaciones tan poco deseables como poco saludables física, mental, social y espiritualmente.
Y llegados a este punto es donde las enfermeras, sin duda, debemos responder de manera clara y mucho más allá de nuestra ideología política, libre y respetable, con competencia política.
Ahora que las enfermeras centran su aprendizaje y su desarrollo profesional en la adquisición de competencias, entendidas como la forma en que se incorporan las habilidades, conocimientos, actitudes y valores, para las que se deben tener en cuenta la cultura, la estrategia, la estructura y el contexto[1], debemos incorporar de manera clara e inequívoca la competencia política. Competencia política que según define Rosa María Alberdi es “la capacidad para intervenir en la redacción, desarrollo y gestión de las políticas públicas con el objetivo de cambiar las condiciones que producen inequidad”[2].
Porque las enfermeras deben responder a las necesidades humanas de las personas, familias y comunidad con las que se interrelaciona. Necesidades humanas que están íntimamente relacionadas con las condiciones sociales, económicas, políticas, culturales, medioambientales… de los contextos en los que se incorporan y a los que, bajo ninguna circunstancia, pueden ni deben ser ajenas las enfermeras. Porque no se trata de un riñón que fracasa, de una hiperglucemia, de unos bronquios obstruidos, de una úlcera tórpida, de una fractura de cadera… se trata de las causas que generan o agravan dichas enfermedades, pero sobre todo de la manera que las personas, las familias y la comunidad tienen capacidades para afrontarlas y qué tipo de respuestas y recursos, personales, familiares, sociales o comunitarios tienen para hacerlo de la manera más eficaz y eficiente posible tanto para ellos como para la organización y la sociedad en su conjunto. Se trata, pues, de respuestas individuales, imposibles de estandarizar, que deben ser identificadas y atendidas por su parte. Respuestas que, por otra parte, no tan solo obedecen a la anomalía, deterioro o desequilibro de órganos, aparatos y sistemas que generan los signos y síntomas de las patologías, sino de algo que va mucho más allá y que tiene que ver, como ya he comentado, con las respuestas humanas derivadas de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones (de género, infanto-juvenil, doméstica…), el paro, la pobreza, el cambio climático, la multiculturalidad, la globalización, la sexualidad… que provocan afrontamientos tan diversos y diferentes como personas podamos atender en función de su propia identidad y comportamientos individuales y familiares (con independencia de su estructura) y del contexto en el que se enmarcan, que va a tener mucho que ver con las condiciones que, en cada circunstancia, se estén generando y que van a tener que ver con la situación política imperante en cada momento.
Las enfermeras ante esta realidad o mejor, realidades, no podemos ni debemos escudarnos en nuestra ideología. Debemos trascender a la misma para, desde nuestra competencia política, que no ideológica, generar políticas, que no política, de equidad, igualdad, respeto, libertad, participación, inclusión… que garanticen o, cuanto menos, faciliten la capacidad de afrontamiento de las personas, familias y comunidad, en base a la identificación de sus fortalezas, activos de salud y sus propios recursos y no en base, únicamente, a la identificación de problemas, y riesgos. Que contrarresten las tendencias a sustituir la atención universal por la beneficencia, la violencia de género por la violencia doméstica, la inclusión y el respeto por asumir con reparos las diferencias de raza, religión, sexualidad… que tan solo conducen al odio, la división, la confrontación, el rechazo… y como consecuencia el deterioro de la salud.
Así pues, las enfermeras tenemos el compromiso ético y moral de responder desde la competencia política a las necesidades y demandas sentidas de la población a la que atendemos.
Escudarse en planteamientos ideológicos propios o ajenos para transformar o deformar la realidad y con ello la respuesta de cuidados que nos corresponde como enfermeras, es situarse en un plano de fraude o malversación profesional que debemos evitar a toda costa.
La violencia de género, la migración, la pobreza, la inequidad, la libertad… no son interpretables. Son lo que son y tienen consecuencias devastadoras en la salud individual y colectiva, que más allá de las respuestas políticas que en cada momento estén dando con mayor o menor acierto los representantes políticos elegidos, las enfermeras debemos desplegar nuestro saber ser, saber estar y saber hacer de la competencia política que nos corresponde asumir.
Cada cual que asuma su ideología y responda en consecuencia a la misma a la hora de elegir a quienes considere deben ser sus representantes, pero que cada cual también asuma su condición de enfermera con la responsabilidad y la ética que como tal le corresponde a la hora de dar las respuestas que se le piden por parte de las personas, las familias y la comunidad. Ninguna enfermera debe evitar, manipular u ocultar, la realidad que se le plantea para adaptarla a su ideología, su zona de confort o su tranquilidad.
Posiblemente haya que insistir, en la formación de las enfermeras, en que ser Enfermera no es sencillo, al contrario, es muy complejo y supone asumir un claro compromiso con los derechos y libertades de las personas. Porque no hacerlo es ir en contra de la salud de las mismas y contribuir, por tanto, a la generación de comunidades poco saludables, además de desiguales.
Una vez rellenado el espacio en blanco que se me resistía, considero que es cada vez más necesario que las enfermeras seamos capaces de transcender a los escenarios de incertidumbre para desde la resiliencia y la competencia política ser capaces de, conjuntamente con la comunidad, generar políticas saludables que venzan a la intransigencia, el paternalismo, la manipulación interesada, la inequidad, el rechazo a lo diferente…
Cada vez estoy más convencido de que quien no esté en disposición de asumir esa competencia política debería plantearse muy seriamente su condición como enfermera. No se puede ser enfermera tan solo para ganar un sueldo a fin de mes. Ser enfermera significa adquirir un compromiso con las personas, las familias y la comunidad, que esperan de nosotras escucha, acompañamiento, responsabilidad, implicación, respeto y no tan solo consejos y respuestas estándar. Ser enfermera, sin sentirse enfermera, es hacer un uso y abuso de la enfermería para su exclusivo beneficio propio, con lo que posiblemente ni tan siquiera sienta absolutamente ningún tipo de satisfacción más allá de la triste remuneración que logra mensualmente, siendo esto, en sí mismo ya, un claro indicador de la falta de autoestima y, por tanto, de menoscabo para su propia salud.
Con independencia de que me guste más o menos la situación política actual y sus responsables, lo que tengo cada vez más claro es que para mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad lo que hacen falta son enfermeras con competencia política añadida al resto de competencias necesarias, que va mucho más allá de lo que, lamentablemente y de marea muy reduccionista, interpretamos por política.
A partir de aquí que cada cual saque sus propias conclusiones, pero que antes de responder de manera reactiva o como ejemplo de castigo mal entendido, piense en las consecuencias que dicha acción puede tener para toda la sociedad. Las decisiones no tienen, en la mayoría de las ocasiones, tan solo consecuencias individuales y las que se provocan colectivamente deben ser valoradas de manera muy detenida, porque lo contrario es ir en contra de la Salud Pública.
Como dijera Jean Paul Sartre, la libertad individual termina donde empieza a de los demás. Y ahí es donde debemos situarnos como enfermeras. No se trata de compartir las ideas o comportamientos de los demás, pero sí de respetarlos.
Y es que este es el principio fundamental que rige a toda persona en cualquier parte del mundo; porque el simple hecho de ser libre y no estar condicionado por ninguna diferencia es fundamental. Por eso como personas, y para lograr mantener esta máxima humana, debemos comprometernos a luchar permanentemente y con todas nuestras fuerzas, a no ser castigados y ni tan siquiera señalados en razón o justificación de nuestras creencias, raza, situación económica, preferencia sexual o, en definitiva, lo que nos caracteriza como seres humanos, el simple hecho de ser diferentes unos de otros e iguales al mismo tiempo. Pero, además, como enfermeras debemos redoblar nuestros esfuerzos para que eso no suceda y afecte de manera significativa y directa a la salud de las personas, las familias y la comunidad, que es, en definitiva, una manera más de pérdida de libertad.
No se trata de una quimérica o utópica igualdad, como algunos pretenden hacer ver como argumento a su planteamiento, contrario a la libertad haciendo uso de la libertad que se les da, sino a la búsqueda de la verdad a través del ejercicio de la dialéctica y de la acción enfermera en la prestación de cuidados. Eso que ahora ha venido en quererse etiquetar como cuidados humanitarios de manera novedosa y que es consustancial con el cuidado desde siempre y más allá de modas interesadas u oportunistas. Cuando nos descuidemos nos querrán hacer creer que la libertad, la salud o los cuidados también son etiquetas a utilizar en campañas de márketing.
Pensar, sentir y actuar como enfermeras, es promocionar, atender y cuidar de la libertad de todos, porque la pérdida o deterioro de la salud es una forma, en sí mismo, de pérdida de libertad que está en nuestras manos y en nuestras competencias evitar.
[1] Sanz Muñoz ML, Delgado Ruiz E, García Sanz LA, Álvarez Cámara MV. Modelo de competencias de enfermería en un área de salud con gestión integrada. Gest y Eval Cost Sanit 2015;16(1):43-58.
[2] Alberdi Castell, RM. La competencia política enfermera. Contexto, conceptualización y ámbitos de desarrollRev ROL Enferm 2019; 42(1): 24
Día de elecciones, de dudas, de ilusiones, de decepciones, de esperanza, de pesimismo, de emociones, de sentimientos encontrados, de pasión, de conformismo… pero, ante todo, de realismo y de sentirse partícipe de la democracia.
Realismo entendido como la conducta o forma de ver los hechos o las cosas tal como son en realidad, sin ningún idealismo. Porque lo que finalmente suceda será eso. Otra cosa, bien diferente es como del realismo de los resultados que se obtengan de las urnas se conforma la realidad. Esta realidad sí que estará impregnada de idealismo, entendido como la tendencia a considerar el mundo y la vida de acuerdo con unos modelos de armonía y perfección ideal que no se corresponden con la realidad.
Nuevamente nos tratarán de vender, sean quienes sean los que finalmente ganen o pierdan menos, una realidad que difícilmente encajará con la que cada cual, individual pero también colectivamente, cree, sueña o espera. Será una realidad influenciada por muchos factores, presiones, condicionantes, resistencias… contra los que no siempre se puede, en el mejor de los casos, o no se hacen los esfuerzos necesarios para eliminarlos o vencerlos la mayoría de las veces. Y como resultado nos encontraremos de bruces con una realidad que apasiona a muy pocos, ilusiona a una minoría y resulta decepcionante a la mayoría. Y lo peor de todo es que esa realidad se configura como resultado de la inacción, de la falta de diálogo, de la ausencia de debate, del reproche permanente, de la sospecha constante, del egoísmo, de la envidia… que se genera en contraposición a lo que debiera ser la búsqueda del bien común más allá de ideas, posiciones, actitudes o discursos de quienes han sido elegidas/os como actrices/actores de la acción política. De una acción que se encalla en el partidismo desde el que resulta imposible ver cuáles son las necesidades y demandas reales de la sociedad a la que dicen servir y que es quien les ha elegido para hacerlo. Servicio entendido como el beneficio que se le hace a dicha sociedad y no como el desempeño de un cargo o una función durante un turno de trabajo determinado, haciendo de la política una funcionarización mal entendida y peor interpretada.
Y ante este panorama muchas/os ciudadanas/os deciden abstenerse, no votar, al entenderlo como parte del derecho a decidir que todas/os tenemos. Pero la abstención es una forma cobarde de entender dicho derecho. Ni tan siquiera puede ser entendida como una forma de ejercer su derecho porque realmente no lo ejercen. Ni una rebeldía o protesta porque no representa nada ni a nadie y beneficia, posiblemente, a quien menos lo merece. La abstención se ampara en la comodidad, el conformismo, la alienación, la ausencia de reflexión y de pensamiento crítico, para convertirse en una forma abstracta, incoherente y pasiva de comportamiento. Y como casi siempre sucede con los análisis positivistas pasarán a ser tan solo un porcentaje de silenciosos que nadie sabe interpretar más allá del manido inconformismo ante lo que sucede, cuando realmente de lo que se trata es de una muestra más de la alienación cautiva de nuestra sociedad. No piensan y por tanto no participan. Y al no participar contribuyen de manera clara al deterioro de la democracia que, es cierto, les da esa opción de abstención, pero que debiera posibilitar que fuese residual y no mayoritaria. Algo pues está fallando.
Pero, este discurso ¿a qué viene y qué relación tiene con la enfermería y las enfermeras? Pues nada y todo. Trataré de explicarme.
Las enfermeras solemos ampararnos en una abstención permanente en todos aquellos foros en los que podemos elegir a nuestros representantes. Entendemos que ya está todo el pescado vendido, qué total a “mi no me representan” o que da igual quien entre porque todos son iguales. Hacemos pues de la abstención la elección mayoritaria cuando se nos ofrece la posibilidad de elegir entre diferentes opciones.
Sería deseable, es cierto, que fuesen más los ámbitos en los que se pudiera elegir a quienes nos representan o dirigen, pero teniendo en cuenta lo que participamos en los ámbitos en que podemos hacerlo es poco probable que pueda cambiar nada.
Ahora bien, luego nos sumaremos a las voces mayoritarias de la protesta, la crítica, cuando no el llanto fáciles, por lo mal que lo hacen quienes están. Atacaremos, reprocharemos, criticaremos a quienes han accedido a los cargos de representación, desde nuestra cómoda, cobarde, irreflexiva e irresponsable posición abstencionista. Y llegará el momento de un posible cambio y seguiremos esperando a que sean otras/os quienes den un paso al frente y decidan presentarse a unas elecciones para que tan solo una minoría les vote y salgan ganadoras/es, repitiéndose la misma historia una y otra vez.
Los colegios profesionales, las sociedades científicas, los sindicatos… son un claro ejemplo de lo dicho. Es cierto que existen diferencias significativas en los intereses, posicionamientos, acciones que unos y otros llevan a cabo y en la forma de hacerlo. No es menos cierto que no todos juegan con idénticas reglas de juego reguladas por las leyes o normas, lo que hace que la visión que de las mismas se tiene sea muy desigual y la implicación en ellas esté sujeta, en gran medida, a la obligatoriedad o no de pertenecer a las mismas.
Pero de lo que no cabe la menor duda es que quienes se sitúan al frente de dichas organizaciones representan a las enfermeras y, en muchas ocasiones, deciden por ellas o en nombre de ellas, gracias a sus votos o por la ausencia de los mismos, lo que supone un grave riesgo para el desarrollo, visibilidad o respeto de la propia profesión y de quienes la constituimos, es decir, las enfermeras. Porque en este caso no podemos argumentar, como hacemos en ocasiones, a que lo que nos pasa o deja de pasar es consecuencia de lo que otros deciden por nosotras. Lo que sea que pase, será única y exclusiva responsabilidad de quienes como enfermeras hagamos o dejemos de hacer.
Pero es que más allá de la abstención como “opción” de elección de representantes, son innumerables las ocasiones, momentos, circunstancias, situaciones… en las que actuamos de idéntica forma abstencionista. Cada vez que una enfermera no reacciona con su voz ante una injusticia, una actuación basada en la ausencia de evidencia, una asunción conformista de la costumbre hecha norma, un silencio cómplice de invisibilidad enfermera, una postura de camuflaje de la imagen enfermera, un servilismo complaciente como respuesta a la falta de responsabilidad… está ejerciendo el abstencionismo que impide que la opción del cambio, del desarrollo, de la elección libre y razonada de la enfermería.
Por lo tanto, la abstención no tan solo se ejerce decidiendo no depositar una papeleta en una urna o no eligiendo una opción on line. La abstención se ejerce de manera consciente, por acción u omisión, al abstraernos de nuestra responsabilidad como enfermeras en cualquiera de aquellas situaciones en las que nuestra postura puede ser determinante para decidir qué opción es la que merece prevalecer en base a planteamientos objetivos que nos permitan construir una realidad en la que sentirnos realizadas y reconocidas, en lugar de situarnos en una realidad artificial inducida por el conformismo, la desidia o la decisión de quienes no queremos reconocer como referentes sin haber hecho absolutamente nada para evitarlo.
Hoy tenemos una oportunidad de ejercer nuestro derecho al voto. Mañana quienes lo hayamos hecho, más allá de que nos guste la realidad que salga de las urnas, nos sentiremos orgullosos de haber contribuido a que la democracia siga siendo una realidad imperfecta, pero capaz de permitirnos la convivencia. Quienes hayan preferido delegar su responsabilidad a través de su abstención tan solo tendrán la opción de la protesta inútil y, sobre todo, gratuita. Nada debiera darles el derecho de otra cosa que asumir la realidad que se conforme como consecuencia de su abstencionismo vacío e inútil, democráticamente hablando.
Hoy tenemos también la oportunidad de interiorizar las enfermeras la necesidad de reaccionar ante el abstencionismo profesional en el que tan fácil como reiteradamente caemos. Sería positivo el que identificásemos la importancia de posicionarnos siempre para poder decidir cuál es el camino que deseamos para la enfermería y las enfermeras. No hacerlo, no tan solo supone contribuir al riesgo de que quienes nos representen no sean las mejores enfermeras, sino de que ni tan siquiera sean enfermeras.
Si decidiste ser enfermera, no dejes que nadie decida por ti, implícate y participa activamente en la toma de decisiones para que nuestra profesión sea cada vez más digna, respetada y visible.
Cuando digo enfermería, digo sentimiento. No el sentimiento de sufrir, o disfrutar, sino el sentimiento de ser, entender, vivir, pensar, analizar, reflexionar… como enfermera sin que ello suponga sentirme inferior a nada ni a nadie, sin que mi opinión, mi planteamiento, mi posicionamiento sean cuestionados, relegados o ignorados, sin que valgan menos que las opiniones, planteamientos o posicionamientos de cualquier otro profesional. Sin que nadie hable por mí, sin que nadie elija por mí, sin que nadie decida por mí.
Hemos estado demasiado tiempo expuestas a que otros pensasen, hablasen y decidiesen por nosotras. Quiero tener la libertad de hacerlo por mí misma. Quiero asumir el reto de equivocarme, pero también de acertar. Quiero la responsabilidad de tomar decisiones. Quiero ser conocida y reconocida por lo que hago y aporto y no tan solo por lo que obedezco. Quiero ser evaluada y no tan solo juzgada. Quiero disentir, debatir, razonar y no tan solo asentir.
Por eso, cuando digo que me siento enfermera, va mucho más allá de ser enfermera.
Soy y me siento enfermera por condición y convicción. Sin que ello quiera decir que soy mejor que nadie. Pero, desde luego, sabiendo que por el hecho de serlo no soy peor. Soy tan solo o sobre todo enfermera. Y al serlo asumirlo y sentirlo me transforma la visión, la escucha, la percepción, el sabor e incluso el olor de todo cuanto me rodea. No porque se transforme la realidad que me rodea, no porque mis sentimientos tengan más valor, ni más sensibilidad. Tan solo es que son diferentes. Diferentes miradas para una misma realidad. Distintas formas de entender las mismas palabras. Diversas formas de percibir idénticas emociones. Y desde esa diversidad y diferencia poder sumar en lugar de restar. Poder aunar en lugar de confrontar. Poder crear en lugar de destruir.
Entiendo y participo de esa gran pluralidad de miradas, pensamientos, razonamientos, posiciones…que integran, participan, facilitan, articulan… y permiten contrarrestar posicionamientos paternalistas, egocentristas, de poder y, sobre todo, dominación.
Y todo esto lo digo porque he visto, oído, sentido, olido y paladeado la indiferencia, el desprecio, la desigualdad, la falta de libertad, la ausencia de respeto, la docilidad, la obediencia, la culpabilidad, la ignorancia, la sumisión… como elementos de convivencia profesional en ambientes hostiles, de presión, acoso y desigualdad.
Pero además vengo de un entorno machista en el que mi masculinidad me protegía del hostigamiento y el maltrato, pero sin que me dejase crecer. Desde mi condición masculina observaba la diferencia y la indolencia de quienes se sentían dueños y señores de todo y de todos por tener un título, de quienes presumían de un grado del que no disponían en la mayoría de las ocasiones, de quienes eran hombres o pertenecían a un entorno de hombres, de quienes despreciaban todo aquello que no entendiesen, de quienes ahogaban cualquier intento de respirar otro aire que no fuese el que ellos generaban, de quienes castigaban a quien pensase de forma diferente a ellos.
Pero desde esa misma condición masculina también observaba a unas mujeres enfermeras que se revelaban ante la injusticia, la desigualdad, el desprecio, la ignominia, la dominación… y lo hacían como mujeres y como enfermeras.
Y fue desde esa visión de resurgimiento, de defender su realidad ante la que les era impuesta, de luchar por un espacio propio y autónomo, de plantear vías de desarrollo y crecimiento… desde la que descubrí lo que era enfermería y lo que significaba ser enfermera. No sin resistencia, en esa lucha entre mi masculinidad y la feminidad de la realidad que asumía, y de dolor al interiorizar una feminidad, la de la enfermería, que, de algún modo, hería mi masculinidad y me desproveía de mi principal defensa, la masculinidad de lo que me enseñaron a ser, Ayudante, Técnico y Sanitario.
Fue, posiblemente mi primera toma de conciencia feminista. Pero también fue mi primer contacto con la enfermería y todo lo que ello supuso para mi personal y profesionalmente.
Y resulta que, pasado el tiempo, en el que tantas enfermeras y tantas mujeres han padecido discriminación pura y dura, se empiezan a escuchar ciertos discursos, a nivel profesional y público en general, que sitúan esa dolorosa y traumática transición hacia nuestra identificación como profesionales en la que se ha tenido que luchar muchísimo y en la que tantas renuncias ha provocado, en “un no es tanto ni para tanto”, “ni fue tanta la discriminación como la que se dice”. Y lo peor de todo es que el discurso acaba calando incluso en quienes conforman las nuevas generaciones de enfermeras.
Hace poco en un país latinoamericano alguien me preguntó porque habíamos dejado de usar cofia, porque renunciábamos a ella y porque la rechazábamos con tanta vehemencia. Tras un momento, en el que no sabía si lo que iba a decir se entendería en un contexto en el que se sigue utilizando, finalmente le dije que creía que los defensores de la cofia han aprendido a darle un barniz cautivador a su uso que, sin embargo, representa la misma estructura de siempre la que impide la igualdad y limita nuestros pasos, conquistas e ideas, porque la cofia, finalmente, forma parte de la identidad de todo aquello que nos sometió y paralizó. Y es que la cofia no nos da identidad, sino que enmascara y oculta nuestra verdadera imagen. Como símbolo que es de todo aquello que nos ha sometido como profesionales y como mujeres también.
Quitarse la cofia fue un símbolo de cambio, de rebeldía y de decir basta a todo aquello que se nos imponía y nos impedía crecer. Pero hay muchos tipos de cofia, no todas son visibles. No dejemos que nos la vuelvan a imponer.
Porque hay muchas formas de diferenciar e identificar sin necesidad de humillar o discriminar como lo hacía la cofia. Yo quiero que se me identifique como enfermera por mis cuidados y porque me sienta orgullosa de presentarme como tal, y no por un trozo de tela ridículo y almidonado con claras connotaciones de discriminación.
Y son precisamente esas sensaciones de olvido, de silencio, de exageración, de recelo, de desconfianza… las que me hacen escribir estas líneas.
Estoy convencido de que habrá quien diga que se trata de un ejercicio de dogmatismo, de no asumir el paso del tiempo, de no valorar lo que tenemos, de buscar fantasmas… como hacen también con otros recuerdos que se quiere permanezcan enterrados, silenciados y silenciosos en aras de una supuesta, malversa y malsana convivencia, que nunca será posible desde ese planteamiento tan mezquino y perverso.
Para nada busco revancha, ni reproche, ni culpa… tan solo busco y persigo una realidad sin la que no es posible avanzar y sin la que es muy fácil retroceder y perder lo logrado.
Nada, absolutamente nada de lo logrado nos ha sido regalado, ni tan siquiera prestado. Todo, absolutamente todo lo alcanzado ha sido gracias al esfuerzo, el trabajo, la perseverancia, el razonamiento, el rigor, la implicación de muchas enfermeras lamentablemente anónimas. Anonimato al que hemos contribuido con nuestra conformidad y la pasividad de quienes no han querido visibilizar su aportación y poner en valor sus nombres.
Ahora resulta imposible, en la mayoría de los casos, recuperar sus nombres. Pasarán a formar parte de las “tumbas en las que descansan las enfermeras desconocidas”, aunque, al contrario de lo que pasa con los soldados desconocidos, nadie se acuerda de ellas ni les pone flores o una corona de laurel una vez al año.
Escribo esto porque quiero y necesito poner nombre, cara, vivencias, sentimientos… a las enfermeras que siguen construyendo la identidad enfermera, quienes permiten que podamos sentirnos orgullosas de ser y sentirnos enfermeras, sabiendo lo que han tenido que trabajar y luchar, sin esperar a que se lo tengamos que hacer a título póstumo y sin que sean olvidadas en la fosa común de las enfermeras desconocidas.
Por eso creo firmemente que hay que romper con todo aquello que pone en peligro lo logrado y paraliza lo que nos falta por conseguir.
Sé que puede parecer perverso, pero tengo la sensación de que hay quienes se alegrarían de que las enfermeras volviésemos a serlo de los médicos en lugar de serlo de las personas, las familias y la comunidad.
Nada es casual y nuestra sociedad, lamentablemente, tiene síntomas de retroceso que lo impregnan todo y que cuando menos nos demos cuenta, quienes han estado agazapados, a la espera, reaparecerán y tratarán de recuperar sus posicionamientos de poder para situarnos a sus órdenes y su servicio.
Y no podemos caer en la trampa de la alienación, del pensamiento único, de la ausencia de pensamiento crítico. Porque hacerlo supondrá empezar a perder nuestra identidad como enfermeras, de no saber de dónde venimos y lo que nos ha costado llegar.
Y me pregunto, ¿por qué somos solo las enfermeras las que tenemos que resistir en esa defensa de la identidad? ¿por qué otros profesionales nunca se la plantean? ¿por qué debemos llevar cofia solo las enfermeras y solo las mujeres enfermeras? Finalmente, las respuestas, todas las respuestas, conducen a un mismo lugar. Al lugar de la intransigencia, el machismo y la prepotencia de los nostálgicos, mayores, pero también jóvenes, ante una supremacía que anhelan y ven posible recuperar de nuevo.
No queremos volver a un espacio de invisibilidad. No, una vez que hemos tenido acceso al conocimiento. No nos conformamos con un crecimiento y una autonomía acotados y que se nos otorgue una herencia de falta de libertad e igualdad. Queremos la libertad absoluta de nuestro futuro y nuestro destino.
Cuando digo enfermería, digo sentimiento, libertad y feminismo. Porque hoy más que nunca sentimiento, libertad y feminismo están amenazados de ser ocultados con la cofia.
En el marco de las X Jornadas Nacionales de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) se presentó el cuento «De mayor quiero ser Enfermera Comunitaria» de José Ramón Martínez Riera e Ilustraciones de Isabel Moreno Galindo, estando patrocinado y avalado por Ribera Salud, Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria y Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC).
Poco a poco las/os niñas/os van dándose cuenta de las diferencias entre las personas. Normalmente lo toman como algo natural. Somos los adultos quienes no lo hacemos. Este cuento, con unas ilustraciones preciosas, ayuda a desmontar tópicos y estereotipos. Pretende ayudar a normalizar el lenguaje y a entender su significado, al tiempo que clarifica de manera concreta, sencilla y cercana lo que es ser enfermera comunitaria, ayudando a aceptar realidades poco conocidas o diferentes. Se trata de una historia que gira en torno a la realidad. No está basada en mundos fantasiosos o inexistentes. Sus imágenes son reales y sencillas, le permite crear seguridad en él/ella. Aborda una historia sencilla y concreta, adaptada a la edad del/la niño/a, fomentando valores como el diálogo, la libertad, la igualdad, la empatía y el respeto. Ayuda al/la niño/a a construir orden mental y a comprenderse y entender el mundo que le rodea.