Lo recogido en este libro es la recopilación del blog “Enfermeras Comunitarias”, que pretende ser un lugar en el que reflexionar y compartir ideas, pensamientos, vivencias y experiencias sobre las enfermeras comunitarias y la Enfermería Comunitaria. Mis años como enfermero comunitario en la atención, la gestión, la docencia y la investigación, me permiten tener una visión amplia de la enfermería comunitaria y de su evolución, desde su incorporación en el denominado nuevo modelo de Atención Primaria allá por el año 1985, con la puesta en marcha de los primeros centros de salud. El ser testigo, por tanto, de ese recorrido me ha permitido acumular una gran cantidad de vivencias que, en muchos casos, fui plasmando en diferentes reflexiones, unas publicadas y otras no, que fui compartiendo en el blog y que ahora traslado en este libro. Siempre he pensado que lo que seamos y queramos ser como enfermeras depende de nosotros y para ello debemos construirlo en base al análisis la reflexión y el debate.
El libro de Darwin, El origen de las especies, en el que designa el principio de la selección natural como el principal motor del proceso evolutivo, supuso el inicio del Darwinismo y la etapa del pensamiento evolutivo.
Este trabajo planteó por primera vez la hipótesis de la selección natural mediante cinco afirmaciones fundamentales que pueden explicar, de alguna manera, lo que está sucediendo con las enfermeras en nuestro país, sin que con ello quiera equiparar a las enfermeras a una especie animal o vegetal, vaya por delante, ante posibles y malintencionadas o casuales interpretaciones en este sentido. Tan solo se trata de un juego comparativo sin mayores pretensiones científicas ni literarias.
Las cinco afirmaciones referidas sobre las que voy a tratar de fundamentar mi analogía son:
1.- Todos los organismos producen más descendencia de la que el ambiente puede sostener.
Aunque es cierto que los principales organismos internacionales insisten en la necesidad de que los sistemas sanitarios aumenten significativamente el número de enfermeras y de que España siga siendo uno de los países de la CEOE con menor número de enfermeras por habitante, no es menos cierto que la formación de enfermeras por parte de universidades públicas y privadas está muy por encima de lo que pueden absorber las instituciones sanitarias o de la capacidad innovadora de las enfermeras para generar autoempleo. Esta situación genera, por una parte, el masivo exilio profesional a otros países con gran demanda de enfermeras, que se benefician de la situación al contratar enfermeras muy bien formadas y a coste cero para dichos países, lo que podría denominarse como “enfermeras low cost”. Por otra parte favorece la precariedad del empleo tanto en instituciones públicas (contratos por días o incluso horas sin estabilidad alguna) o privadas (contratos precarios y abusivos en residencias de la 3ª edad, por ejemplo).
La falta de planificación y el aumento descontrolado de escuelas o facultades de enfermería son las principales causas de este fenómeno de falta de “sostenimiento de la descendencia enfermera”.
2.- Existe una abundante variabilidad intraespecífica para la mayoría de los caracteres.
Nuestra reciente historia ha propiciado que en los últimos 50 años hayan coincidido hasta 5 tipos diferentes de enfermeras. Practicantes, enfermeras, Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS), Diplomados Universitarios de Enfermería (DUE) y Graduados de Enfermería (Enfermeras). Esta variabilidad sin duda ha generado enfrentamientos, dudas, pérdida de identidad, invisibilización, falta de reconocimiento profesional y social, ausencia de autoestima profesional, incertidumbre disciplinar, estancamiento en el desarrollo académico y científico… entre otras consecuencias. Todo ello ha supuesto evidentes barreras para la enfermería y las enfermeras a pesar de las cuales, en los últimos años ha dado un salto cualitativo importante en el ámbito disciplinar que sin embargo no ha ido en paralelo al desarrollo profesional, lo que sigue generando variabilidad intraespecífica enfermera que podríamos resumir en la tan manida, pero cierta, brecha entre docencia y asistencia.
3.- La competencia por los recursos limitados lleva a la lucha «por la vida» (según Darwin) o «por la existencia» (según Wallace).
La precariedad de los empleos por una parte o la ausencia de oferta por otra conducen a que la lucha por conseguir trabajo se convierta, en muchos casos, en una razón de supervivencia o de frustración ante las permanentes dudas que genera en las enfermeras el hecho de serlo y no poder ejercer como tales, es decir, el de la existencia.
A esto hay que añadir la cada vez más creciente confrontación con otros profesionales como médicos, farmacéuticos, psicólogos, técnicos, auxiliares… que intentan copar ámbitos competenciales compartidos de manera exclusiva y no desde la transdisciplinariedad. Todo ello como consecuencia, por una parte de una alarmante falta de definición de puestos de trabajo y competencias y, por otra, de la ausncia de planificación en la organización de los servicios que obedecen más a presiones corporativas que a criterios de calidad, oportunidad y racionalización en lugar de racionamiento.
La competencia generada, que en otros casos puede ser positiva para el desarrollo profesional, en este caso se convierte en una verdadera lucha de supervivencia de “especies”.
4.- Se produce descendencia con modificaciones heredables.
Pero los cambios o mejor dicho, la evolución de las enfermeras, en todo este tiempo han propiciado que las nuevas generaciones de enfermeras vayan generando modificaciones importantes tanto en lo que significa ser enfermera como en el actuar como tal y con ello cada vez existen enfermeras mejor preparadas y con mayor capacidad de para ser referentes “heredables” que facilitan y favorecen poner en valor la enfermería y a las enfermeras.
5.- Como resultado, se originan nuevas especies.
Finalmente, esta evolución permite identificar nuevas enfermeras con competencias muy definidas y con un valor intrínseco que hace que sean reconocibles y reconocidas.
Pero en la teoría de la evolución, además, hay que destacar la adaptación, que es el proceso mediante el cual una población se adecua mejor a su hábitat y también el cambio en la estructura o en el funcionamiento de un organismo que lo hace más adecuado a su entorno.
Y también en este sentido las enfermeras se comportan siguiendo los principios básicos de esta teoría al adecuarse a los diferentes hábitats sanitarios y comunitarios en los que actúa, bien para sentirse más cómodas o bien para defenderse de los peligros que en dichos hábitats existen. El peligro de esta adaptabilidad está, por una parte, en que se adecúe tanto a él que sea prácticamente imperceptible, por lo que prácticamente es como si no existiese. Y por otra en que dicha adaptabilidad pase a convertirse en conformismo como consecuencia de su acomodación en la zona de confort que elije en el hábitat. En ambos casos los resultados, las consecuencias no les asegura su supervivencia como “especie”.
Este tipo de adaptación, además, puede suponer la pérdida de funciones ancestrales de las especies, que en el caso de las enfermeras se pueden identificar en la pérdida, en muchos casos, de los cuidados básicos o incluso de la humanización. Pero también puede suponer la aparición de rasgos que hasta entonces no le habían sido propios y que, en la mayoría de los casos, suelen aparecer por mimetismo con las especies que conviven, fundamentalmente la especie médica y que lejos de ofrecerle una identidad propia acaban siendo una especie debilitada y con muchas más posibilidades de extinción.
Otra cosa es que, en lugar de adaptación, lo que hagan las enfermeras sea adquirir “adaptabilidad” como describía Theodosius Dobzhansky, es decir el estado de estar adaptado, y por tanto el grado en que las enfermeras no tan solo son capaces de vivir, pasando desapercibidas, en los hábitats en los que se encuentran, sino que además pueden hacerlo desarrollándose y creciendo en los mismos
En los hábitats la interacción entre especies puede producir conflicto o cooperación. Cuando interactúan dos especies diferentes, como un patógeno y un hospedador, o un depredador y su presa, la evolución de una de ellas causa adaptaciones en la otra; estos cambios en la segunda especie causan, a su vez, nuevas adaptaciones en la primera. Este ciclo de selección y respuesta recibe el nombre de coevolución. Y esta coevolución es la que se produce entre las especies médica y enfermera, en la que una, la médica, actúa como depredadora, y la otra, la enfermera lo hace como presa.
Todo este proceso evolutivo puede llevar finalmente a la extinción, que es la desaparición de una especie entera.
Las causas de la extinción determinan su impacto en la evolución. La mayoría de las extinciones, que tienen lugar continuamente, podrían ser el resultado de la competencia entre especies por recursos limitados (exclusión competitiva).
En el caso de las enfermeras con otras especies, la competencia no lo es tanto por los recursos limitados en los hábitats sanitarios y comunitarios, que también, sino por la colonización de territorios y su consecuente lucha de poder, en los mismos. En estos casos juega un papel muy importante el que se haya producido adaptación o adaptabilidad para que el equilibrio entre las especies no conduzca a la extinción sino a la selección de las mismas en función de los diferentes territorios y las acciones que en las mismas lleven a cabo cada una de ellas.
Pero esta evidente evolución histórica de las enfermeras ha sido, en muchas ocasiones, negada o cuestionada de manera dogmática por parte de la comunidad científico – profesional, fundamentalmente de la medicina, al igual que siguen siendo realizando objeciones a la evolución enfermera actual, acercando sus posiciones al negacionismo exhibido por determinadas personas que eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda. De acuerdo al autor Paul O’Shea, «es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable.
Dicho negacionismo, basado en la mayoría de las ocasiones en la manipulación, el oportunismo y el egocentrismo pueden llevar a que se traslade más allá del grupo que lo propicia para que sea interiorizado por toda la sociedad como una verdad contrastada. Es lo que Michael Specter define como negacionismo grupal, es decir, «cuando todo un segmento de la sociedad, a menudo luchando con el trauma del cambio, da la espalda a la realidad en favor de una mentira más confortable».
A pesar de todo o precisamente por todo lo comentado, la evolución de las enfermeras es un hecho incontestable que las sitúa, en los contextos en los que actúa, como “especie” dominante, que no depredadora, ni exclusiva, ni excluyente, en busca del equilibrio que favorezca un ecosistema saludable en el que aportar lo mejor.
Hoy no voy a abordar ningún tema relacionado con nuestras diferencias, carencias o reivindicaciones. Hoy quiero compartir la alegría de una celebración muy especial que significa mucho para mi tanto a nivel personal como profesional, pero que, además, considero trasciende a estos sentimientos individuales al tener una gran repercusión social, científica y profesional.
Hoy quiero hablar en positivo, sin reproches, sin lamentos, sin recelos. Quiero hablar con el corazón sin dejar que el cerebro deje de ser su guía. Quiero hacerlo con pasión, con vehemencia, con emoción y con sentimiento. Pero quiero hacerlo sin abandonar el rigor, la coherencia y la razón. Hablar de experiencia y vivencia, que es como hablar desde el recuerdo del pasado, pero sin olvidar el presente ni dejar de mirar al futuro.
Hoy quiero hablar de quienes están, quienes estuvieron y quienes se fueron. De todas y todos las/os que contribuyeron a que hoy pueda hablar de ello. Y lo quiero hacer desde el cariño, el respeto y el agradecimiento por todo cuanto aportaron y por todo lo que trabajaron. Pero lo quiero hacer sin nombrarlos. No hace falta para identificar su valentía, su valor, su responsabilidad y su entrega como referentes, ponerles apellidos ni nombres. Todas/os las/os identificamos. Hoy la AEC, que existe gracias a ellas/os, es el único nombre que citaré.
Hoy quiero hablar de lo mucho que significó, significa y seguirá significando para las enfermeras comunitarias. Del orgullo que representa ser parte de esta ilusión, de este compromiso, de este colectivo que, tras un equipo, un logo y unas siglas logran mantenerte vivo, activo, inconformista, despierto, implicado… para seguir creyendo que trabajar y luchar por esta profesión y por lo que representa no tan solo vale la pena, sino que es un orgullo y una enorme satisfacción.
Hoy quiero hablar con generosidad, con gratitud y con alegría, sin que ello me haga perder la visión de las dificultades, barreras e inconvenientes que aún existen. Pero sabiendo que nada ni nadie será capaz de doblegar la voluntad, el tesón y la energía que otorga pertenecer a la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) para, no tan solo afrontarlos, sino vencerlos, como se ha hecho siempre desde que hace 25 años naciera.
Hace 25 años, un grupo de enfermeras se reunía bajo unas acacias en los Jardines del Real de la ciudad de Valencia y compartía sus inquietudes, incertidumbres, deseos, ilusiones, para que la Atención Primaria, en su incipiente caminar como nuevo modelo de Atención, no se convirtiese en un nicho profesional de las enfermeras, en vista de ciertos acontecimientos y hechos que se estaban produciendo en su contra, que con tanta motivación se habían incorporado en los Centros de Salud.
De esa reunión informal, aunque rigurosa, surgió un deseo compartido, crear una Asociación de Enfermería Comunitaria. Y de ese debate nació la AEC, como Asociación científico profesional para el ámbito autonómico de la Comunidad Valenciana.
La redacción de estatutos, elección de logos, configuración de la primera Junta Directiva, inscripción en el registro de Sociedades Científicas, dieron paso a las primeras acciones y actividades.
Su irrupción e impacto fue tan importante que su eco traspasó los límites de la Comunidad Valenciana y provocó la incorporación de enfermeras de otras comunidades autónomas como La Rioja o Canarias. La AEC, acababa de nacer, pero no tenía tiempo para jugar ni entretenerse. Maduró rápidamente y empezó a dar pasos con firmeza y determinación.
Sus Jornadas y Congresos se convirtieron en un referente nacional en los que participaron importantes referentes enfermeros de todo el ámbito nacional e internacional.
Se fue generando un ambiente de crecimiento, de desarrollo, de referencia, de calidad que atraía a nuevas enfermeras de todos los puntos de la geografía española. De esta manera lo que empezó siendo un movimiento muy local se convirtió en la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria en España, con vocalías en todas las Comunidades Autónomas.
La especialidad de Enfermería Comunitaria (EEC) fue desde el principio un objetivo prioritario para la AEC. De hecho, fue la AEC la que redactó la primera propuesta de programa de formación de la especialidad. Lo que significó un gran paso en el camino que a partir de ese momento se iba a tener que recorrer.
Los vaivenes políticos y con ellos los que se trasladaban a las administraciones, tanto nacional como autonómicas, no contribuyeron a que la especialidad fuese una realidad, lo que en ningún caso significó un abandono en el trabajo permanente de la AEC por lograrlo.
Pero la AEC no tan solo surgió, creció y trabajó para desarrollar la EEC. Para la AEC, la Enfermería Comunitaria y las Enfermeras Comunitarias, eran su principal objetivo de trabajo, con o sin especialidad, y lo que su aportación significaba para las personas, familias y comunidad. Por lo tanto, y al contrario de lo que sucedió con las Sociedades Médicas, la AEC no nació como consecuencia de una especialidad (caso por ejemplo de la Sociedad española de Medicina Familiar y Comunitaria –SEMFyC-), sino que nació desde y para las enfermeras comunitarias y fueron ellas las que trabajaron para que la EEC fuese un hecho, pero nunca exclusiva ni excluyente del desarrollo de la Enfermería Comunitaria, al entender que más allá de la especialidad hay vida, necesidades, demandas, expectativas, ilusiones… a las que se puede y debe y dar respuestas por parte de las enfermeras comunitarias, especialistas o no. Esta es una de las grandezas y fortalezas de la AEC y es desde ese posicionamiento firme, coherente, fundamentado y fundamental desde el que la AEC ha adquirido valor, prestigio y, sobre todo, identidad. No se trata de inmovilidad o conformismo en ese posicionamiento, sino de convicción en los valores de la Enfermería Comunitaria. La AEC siempre ha estado abierta al diálogo, al análisis, la reflexión, el pensamiento crítico, el debate, que permitiesen adaptar su posicionamiento a las realidades sociales, científicas y profesionales, cambiantes. Por lo tanto, la adaptabilidad ha sido una constante para la AEC, de igual modo que ha sido una constante su negativa a modificar sus principios fundacionales, basados en la ética, la transparencia y el servicio a las enfermeras comunitarias y a la sociedad.
El compromiso científico de la AEC le llevó a convertir su boletín de noticias (BEC) en la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC) que cumple 10 años de existencia como vehículo de comunicación científica de la AEC al servicio de todas las enfermeras comunitarias de manera abierta y con una progresión de calidad que le ha permitido estar indexada y con expectativas muy importantes de crecimiento.
Los grupos de trabajo, proyectos de éxito indiscutible como AVATAR, la web, los documentos de trabajo… fueron incorporándose en esa construcción sólida y capaz de ser un referente indiscutible no tan solo de la Enfermería Comunitaria, sino de la Salud y la Sanidad en nuestro país y fuera de él a través de su internacionalización, fundamentalmente del ámbito iberoamericano.
Finalmente, la especialidad fue una realidad. Realidad que no coincidía con los planteamientos que siempre defendió la AEC para la misma y por ello se posicionó, nuevamente, para lograr modificar lo que entendió se convertía en una mimetización de la especialidad médica tanto en su modelo formativo como en su denominación que pasó de ser la de Enfermería Comunitaria a Enfermería Familiar y Comunitaria. De poco sirvieron los informes razonados y argumentados emitidos para variar estos y otros aspectos de una especialidad que junto a otras seis configuraban la formación especializada enfermera. Y ante esta tesitura la AEC se planteaba si era mejor retirarse y no participar en el desarrollo de la especialidad, tal como las urgencias y los compromisos políticos habían establecido, o implicarse de manera decidida a que ese planteamiento de especialidad fuese lo mejor posible con la presencia activa y directa de la AEC. Y la AEC, aceptó el reto, a pesar de su disconformidad, de trabajar por la especialidad. Para ello se incorporó, no sin importantes resistencias profesionales y sindicales, en la Comisión Nacional de la Especialidad, desde la que se redactó el Programa Formativo actualmente vigente.
La especialidad arrancó con las primeras plazas convocadas y la AEC se posicionó nuevamente de manera enérgica y decidida para que se dignificase, en contra de otros planteamientos demagógicos y populistas que abogaban por una especialidad “descafeinada”, exclusiva y excluyente. Posicionamiento que mantenía la coherencia de la AEC, en contra de las posiciones interesadas y oportunistas prevaleció, aunque el mismo supusiese cierto desgaste e incomprensión de una parte de las enfermeras comunitarias que creyeron los cantos de sirena que se generaban en torno a la especialidad y que el tiempo demostró que tan solo eran eso, cantos de sirena.
Y todo este recorrido, difícil y con importantes obstáculos que hubo que salvar, ha permitido que actualmente la AEC esté presente en todas las comisiones de trabajo del ministerio y de las consejerías de salud, en los foros científico profesionales nacionales e internacionales más importantes, en actividades científicas, debates… en los que las enfermeras comunitarias tienen mucho que aportar. Todo ello sin dejar de lado la permanente vigilancia para reclamar, denunciar o reivindicar cualquier aspecto que pueda significar un ataque, menosprecio, olvido o manipulación de la realidad enfermera o de la respuesta que damos a las personas, familias y comunidad.
La pertenencia a una Sociedad de referencia en Salud Pública como las Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS), es otra muestra del peso específico alcanzado por las enfermeras comunitarias y su valoración por parte de otras disciplinas.
Cuesta mucho resumir en tan poco espacio 25 años de camino recorrido y mucho más aún de las experiencias, vivencias, sentimientos y emociones, que más allá de los logros alcanzados, se han vivido y compartido.
Pero no podía, ni quería, dejar de hacer una referencia a modo de agradecimiento y gratitud hacia la AEC en el Blog. No tanto por lo que ha significado para mí, que también, como por lo que ha aportado al desarrollo y visibilización de la Enfermería Comunitaria y las Enfermeras Comunitarias.
Sirva pues este pequeño relato como tributo a la AEC y a sus 25 años. Como recuerdo entrañable hacía cuantas enfermeras han participado de manera tan intensa como desinteresada a construir la AEC, sin ninguna de las cuales, hoy sería posible este aniversario. Como homenaje póstumo, pero vivo, permanente y sincero, a quienes ya se fueron, pero dejaron la huella indeleble de su paso y aportación. Y finalmente como llamada a quienes deben continuar con este camino recorrido, las enfermeras jóvenes que, con su dinamismo, innovación, capacidad y competencia, deben impulsar a la AEC para que siga siendo el referente científico profesional de las enfermeras comunitarias, en cualquier ámbito científico, profesional o social.
Hoy quiero trasladarte mi felicitación AEC por tu 25 aniversario. Felicidades también a RIdEC por tus 10 años de recorrido y gracias por todo lo que habéis logrado, por la gran proyección alcanzada y por el enorme y gratificante futuro que nos dejáis preparado a las enfermeras comunitarias.
En Valencia tendremos ocasión de celebrarlo, pero dicha celebración no debe quedar tan solo en una fiesta, sino que esta debe ser el punto de inflexión, la palanca y el trampolín que nos permita llegar tan lejos como queramos y creamos.
Desde que en 2005 se publicase el RD de Especialidades de Enfermería la formación de especialistas y su incorporación como tales a los servicios de salud de nuestro país ha sido ciertamente desigual al tiempo que decepcionante.
Centrándome en la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria (EFyC) cabe destacar que, si bien es cierto que, tras la aprobación del Programa Formativo en 2010, se convocaron de inmediato las primeras 132 plazas de Enfermeras Internas Residentes (EIR) de la especialidad de EFyC, que fueron incrementándose de manera progresiva hasta las 521 que se han convocado en este año 2019, no es menos cierto que este aumento tan solo ha servido para incrementar, en idéntica o en mayor proporción si cabe, la desilusión, el desánimo y la frustración de quienes han ido engrosando la lista de especialistas sin plaza específica y, lo que es peor, sin una perspectiva clara que permita ser optimista al respecto.
Al mismo tiempo se ha dilatado hasta límites, tan incomprensibles como inadmisibles, la convocatoria de la prueba excepcional de acceso a la especialidad solicitada por más de 40.000 enfermeras, lo que genera situaciones tan poco deseables como paradójicas como el hecho de que las Residentes sean tutorizadas por enfermeras “no especialistas”. Entendiendo que no lo son por el hecho de no disponer del preceptivo título que las acredita como tales y no porque no tengan la capacidad, las competencias y la experiencia para serlo.
Estos ingredientes han ido macerando y fermentando en un clima de absoluta falta de voluntad política, tanto por parte de la administración central, que no ha tomado las medidas necesarias hasta hace aproximadamente año y medio para que la situación de la prueba excepcional se desbloquease, como por parte de las Comunidades Autónomas (CCAA) que no han tomado las decisiones necesarias que permitiesen la incorporación de las especialistas que desde sus respectivas administraciones han formado con dinero público, abocándolas al paro o a la contratación en puestos de trabajo ajenos, en la mayoría de las ocasiones, a su ámbito de especialización y, en cualquier caso, nunca como especialistas. Y la fermentación ha llegado a tal punto que lejos de generar un caldo de excelente calidad y equilibrio entre el tiempo transcurrido en “barricas” (la inacción política en la toma de decisiones) y su “degustación” (la aportación que las especialistas pueden/deben realizar como tales), que se ha picado y convertido en un vinagre de muy mala calidad y de aroma y gusto totalmente rechazables que incluso está provocando que la excelencia de las “añadas” (enfermeras comunitarias expertas) anteriores empiecen también a perder sus cualidades y a producir un rechazo importante a la degustación de dichos caldos (los cuidados tanto especializados como generalistas). Lamentablemente el símil no queda tan solo en eso, sino que es una triste realidad que se mantiene mucho más allá de lo deseable y razonable.
En una profesión como la enfermera tan dada a los procesos de atomización, individualismo y cainismo, esta situación no viene sino a aumentar la confrontación, la confusión, la falta de credibilidad y la desunión.
Sin embargo y como suele suceder en cualquier situación, todo tiene su lado positivo. Y en este caso y aunque cueste identificarlo, también lo tiene.
De todos es sabido que el desarrollo de la enfermería comunitaria primero y de su especialidad después, condujo a una división profunda entre las dos sociedades científicas (SSCC) españolas de Enfermería Comunitaria, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP), como ya sucediera en su momento con las Sociedades Médicas de Atención Primaria a pesar de su supuesta madurez y trayectoria. Pareciera que estuviésemos condenadas a mimetizar los procesos de los médicos, en lugar de aprender de sus errores y no repetirlos.
Esta división provocó una herida tórpida en la Enfermería Comunitaria con efectos colaterales importantes y resistente a los remedios que se intentaban aplicar y que lejos de solucionar el problema lo agravaba mucho más.
Sin embargo, la situación descrita, y el oportunismo que de la misma hacían las Administraciones, condujo a generar un punto de inflexión en el que se aparcaron las diferencias y se buscaron los puntos de encuentro que, todo sea dicho de paso, eran muchos más que los de desencuentro. De tal manera que se inició un proceso de unidad de acción tendente a trasladar una única voz en lo relativo al abordaje y desarrollo de la especialidad.
Los resultados no se hicieron esperar y esta estrategia, fundamentada en el respeto y la confianza mutuos, condujo a que las/os responsables sanitarios cambiasen su actitud y sus respuestas o, cuanto menos, valorasen las propuestas que se les trasladaban de manera conjunta, concretándose finalmente una fecha para el examen de la prueba extraordinaria, anunciada por la propia Ministra para finales de este mismo año.
Además, la acción conjunta de ambas SSCC, con propuestas previamente consensuadas en los grupos de trabajo del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria fue otro de los aspectos a destacar, lo que propició que en el citado documento se recogiesen aspectos importantes por los que siempre hemos trabajado las enfermeras comunitarias y que condujo finalmente a su publicación en el BOE en abril de este mismo año.
Estos signos de madurez en el abordaje de los problemas de la Enfermería Comunitaria y de la Atención Primaria por parte de ambas SSCC hacían presagiar un nuevo tiempo de trabajo, análisis, reflexión, debate y consenso.
Sin embargo, la dicha dura poco en la casa del pobre. Y en este caso el pobre es la Enfermería Comunitaria.
Si no teníamos suficiente con los ataques de farmacéuticos y médicos a través de las farmacias comunitarias de los primeros y el egocentrismo centrípeto de los segundos reclamándolo absolutamente todo en exclusiva (actividad física, prescripción, cuidados, gestión…), surgieron determinados colectivos enfermeros que actuaban de manera atomizada e individualizada, pero disparando directamente a la línea de flotación, quiero entender que sin ánimo de hundir la nave, pero con una gran temeridad en su actuación que provocaba el riego de hacerlo.
Por una parte, los denominados ESTOS (Especialistas sin Título Oficial), en un remake de lo que en su momento, de nuevo, llevaron a cabo los Médicos a través de los MESTOS (Médicos sin Título Oficial), en un alarde de poca imaginación y con argumentos cuanto menos de dudosa validez, reivindicando una prueba extraordinaria por no haber podido presentarse en su momento al acceso a la que está pendiente de realizar. Es decir, cuando todavía estamos a la espera de celebrar la que por imperativo legal corresponde, se reclama otra para quienes, teniendo oportunidad de realizar el EIR y por tanto la especialidad por la vía normativa vigente, solicitan una vía excepcional que no se contempla en ninguna norma. Y todo ello al margen de las Sociedades Científicas a las que consideran enemigas de su “causa”, incorporando un importante y peligroso elemento de discordia en el ya complejo panorama existente.
Por otra parte, aparecen asociaciones, organizaciones o agrupaciones oportunistas de especialistas, al margen de las SSCC por entender que estas no les representan. Lo que conduce a un claro, manifiesto, incomprensible y torpe posicionamiento de radicalidad y confrontación, que es justamente lo que menos falta nos hace en estos momentos.
En uno u otro caso, quienes abanderan una hipotética, aunque muy parcial y dudosa defensa de las enfermeras comunitarias, olvidan, por una parte, que lo que ahora reivindican con tanta vehemencia como falta de argumentación sólida, no lo podrían estar haciendo sino fuese por las SSCC que desde hace 25 años vienen trabajando de manera constante, permanente y continuada por todas las enfermeras comunitarias y por la especialidad. Pero con la diferencia, con respecto al oportunismo empleado por estos, de que las SSCC, han considerado siempre a la especialidad como un elemento de mejora profesional y para la prestación de cuidados de calidad y como nexo de unión y cohesión entre todas las enfermeras comunitarias, entendiendo que todas, especialistas o no, son necesarias, válidas y eficaces y no como un elemento de división y enfrentamiento, como hacen estas enfermeras, posiblemente muy mal asesoradas.
Por último, pero no por ello menos importante, están las negociaciones para regular las bolsas de trabajo de acceso a plazas en los servicios de salud. En dichas negociaciones se utilizan, muchas veces, criterios de supuesta igualdad de oportunidad para acceder a las plazas tanto de interinidad como en propiedad, sin que se contemplen ni las especificidades de las plazas, ni las competencias específicas a desarrollar, ni los requisitos académicos y de formación que sería deseable cumplir, lo que genera, un efecto contrario al supuestamente planteado. Es decir, se anteponen los méritos (meritocracia) y la antigüedad (que no la experiencia con relación a la plaza ofertada), a criterios de idoneidad científico-técnica, con el único fin de beneficiar a los colectivos más numerosos, pero provocando graves perjuicios tanto a los equipos donde se incorporan, como al desarrollo científico-profesional de la especialidad o ámbito de actuación concreto. Y esto contribuye, de manera muy significativa y potencialmente peligrosa, al enfrentamiento entre enfermeras y a la calidad de los cuidados prestados.
Hacer de la especialidad un arma arrojadiza, un elemento de ruptura, una división de clases o un elemento de negociación interesado, es tan mezquino como peligroso y tan solo beneficia a quienes tienen interés en que la especialidad en particular y la enfermería comunitaria en general no avancen.
El análisis, la reflexión, pero sobre todo el consenso, deberían ser los elementos fundamentales del discurso enfermero y de las organizaciones que representan a las enfermeras, a todas las enfermeras, pero teniendo en cuenta su capacitación, formación, especificidad, singularidad y experiencia, más allá de su antigüedad y de mantener el equivocado discurso de que una enfermera sirve para todo. Las diferencias de planteamiento son lógicas y necesarias, pero utilizarlas como barreras en las que parapetarse argumentalmente tan solo conducirán a una guerra fratricida que perjudicará tanto a la profesión como a las personas, familias y comunidad a las que, como enfermeras comunitarias, nos debemos. Seamos especialistas o no.
La especialidad tan solo tendrá capacidad de crecimiento, valorización y visibilidad desde la unidad de acción. Lo contrario conducirá al obscurantismo, la languidez y el total ocultamiento de su aportación.
Estamos a tiempo de hacer planteamientos serios y rigurosos a la vez que generosos y razonables. Tan solo es cuestión de sentarse y hablar, en lugar de darnos la espalda y atacarnos. El enemigo no podemos ni debemos consentir que sea el mismo al que supuestamente estamos diciendo defender con nuestra posición errática, tozuda e inflexible.
Para hacer un buen caldo se precisa de las mejores uvas, de los mejores vendimiadores, de excelentes enólogos y de un inmejorable reposo en excelentes barricas y bodegas, todo ello en perfecta armonía. Si alguna de estas propiedades falla el resultado será un vino “peleón”, sin aroma, sin sabor y sin prestigio.
Para obtener una especialidad de calidad y con reconocimiento se necesitan profesionales implicados, motivados, inconformistas pero generosos, respeto, diálogo, consenso y unidad. Lo contrario conducirá a una reyerta permanente con el resultado de una división que nos abocará a la parálisis y el descrédito profesional. Pero sobre todo se precisa de una línea común fuerte y rigurosa que se centre, fundamentalmente, en la creación de plazas específicas y con perfiles claramente definidos de especialistas, con el fin de que se establezcan los criterios claros de acceso a las mismas y se articulen y coordinen sin distorsiones en los Equipos. Cualquier otra tentativa aislada tan solo conducirá a alimentar la inacción de los decisores políticos y sanitarios, al darles argumentos para ello.
En nuestras manos está. Es cuestión de pensarlo, decidir y actuar.
El Señor Ignacio Poblador, vicepresidente de la Coordinadora de Médicos Internos Residentes (Comir), entre otras lindezas ha manifestado “en muchas ocasiones delegamos esta tarea en otros estamentos profesionales (Enfermería, auxiliares) e incluso en los familiares» y, en su opinión, «esta labor nos correspondería a los médicos, al menos una parte de ella»
Ante esta manifestación cabe aclarar primero y contestar después.
Cuando el Sr. Poblador dice que se delega esa tarea, refiriéndose a los cuidados, demuestra una clara ignorancia de lo que son y significan los cuidados, porque desde luego, no son tareas. No es momento ni lugar para ilustrar al vicepresidente de COMIR sobre Cuidados, pero sí al menos que sepa diferenciar entre funciones, tareas, competencias…
Asimismo afirma en sus declaraciones que “en muchas ocasiones delegamos esta tarea en otros estamentos profesionales (Enfermería, auxiliares) e incluso en los familiares». De nuevo demuestra este señor su total ignorancia. Enfermería es ciencia, profesión o disciplina y como tales no se les puede delegar nada, porque nada pueden hacer. Quienes prestan cuidados de calidad son las enfermeras a quienes no hace falta que se les delegue nada porque los cuidados son su seña de identidad profesional y disciplinar desde siempre y como tal los planifican y prestan con plena autonomía. Por su parte las auxiliares lo son de Enfermería y junto a las enfermeras gestionan y prestan los cuidados.
Cuando en tan lapidaria como desafortunada frase remata diciendo que «esta labor nos correspondería a los médicos, al menos una parte de ella», está, posiblemente sin pretenderlo, haciendo un intento de reivindicación de los cuidados al decir que les correspondería. Y al hacerlo está cometiendo una malversación sanitaria al intentar apropiarse de algo que estando a su disposición no les corresponde.
La frase la culmina, en un ejercicio de total soberbia, diciendo “…e incluso en los familiares”, lo que denota además de la ignorancia comentada un desprecio absoluto hacia quienes asumen el 80% de los cuidados. Cuidados que además se han intentado usurpar, precisamente por quienes ahora los reclaman con tanta vehemencia como torpeza, durante los últimos 50 años en los que se determinó que “el médico” era el único valedor de la salud y la enfermedad, lo que significó que se diluyesen en el tiempo los saberes populares que a través de los cuidados habían servido durante siglos para atender a los familiares en sus casas.
Pero todo esto se hubiese evitado si, por ejemplo, se hubiese leído la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS) y de manera muy especial el Artículo 7, donde se recoge muy claramente de quien son competencia los cuidados.
No deja de ser curioso la avalancha de despropósitos con los que últimamente se están despachando diferentes sectores del colectivo médico en los que, no sé muy bien por qué, están recuperando el discurso de las décadas de los años 80/90 en las que veían fantasmas donde tan solo existían profesionales comprometidas, motivadas y altamente preparadas.
Coincido, sin embargo tan solo en parte, cuando el Señor Poblador dice «falta información formal sobre la importancia de los cuidados dentro de la sanidad». Es cierto que los cuidados no están institucionalizados y no se les da el valor que los mismos tienen. Dicho lo cual hay que señalar que los primeros que nunca han dado valor, ni visibilización, ni reconocimiento a los cuidados han sido los médicos, que los han situado mayoritariamente en el ámbito de lo doméstico. Tan solo ahora que las enfermeras han logrado que los cuidados sean identificados con el valor científico y social que tienen, es cuando se reclaman de manera peregrina y sin argumentos como acción exclusiva de los mismos, como vienen haciendo con la actividad física, la alimentación, el duelo… en una clara muestra de absolutismo.
Los cuidados trascienden a su intento colonizador y fagocitario. Los cuidados enfermeros son responsabilidad tan solo de las enfermeras y los cuidados familiares lo son de las personas y sus familias a través del autocuidado que es asumido a través de los cuidados que las enfermeras prestan para lograr que sean personas autónomas y responsables de sus propias decisiones, de tal manera que no tan solo puedan recuperar la salud y atender sus procesos de enfermedad sino que logren mantener sanos a los sanos, algo que realmente les cuesta entender dado su reiterado empeño por dominarlo absolutamente todo, sin analizar y reflexionar sobre prácticamente nada. Y es que el fin, Señor Poblador, no justifica los medios.
Lo cierto es que tan solo a través del trabajo transdisciplinar seremos capaces de dar la mejor atención a las personas a las que atendemos. Cada cual aportando lo que sabe y tiene competencia para ofertar y no malversando aquello que alguien considera que le es propio por el mero hecho de tenerlo próximo y creerse con el poder absoluto para hacerlo.
Publicado en Redacción Médica el 07/10/2019 https://www.redaccionmedica.com/opinion/malversacion-6702
Muchas veces tengo la impresión que nuestra historia, la de Enfermería, está muy relacionada con la literatura infantil, tan plagada de princesas, amores, desamores, desencantos, tópicos y estereotipos. Y no porque piense que nuestra historia sea un cuento, en absoluto, sino porque creo que los cuentos, algunos cuentos, hacen una utilización de las mujeres semejante a la que la propia historia ha hecho de las enfermeras en nuestro país.
Resulta difícil elegir entre los muchos cuentos existentes. Los elegidos no son ni mejores ni peores que otros muchos, pero creo que pueden servir de ejemplo de lo que quiero plasmar en esta reflexión.
No trato, en ningún caso, de ridiculizar, minimizar o caricaturizar nuestra historia. Tan solo hago un análisis a través de una muestra de la literatura infantil clásica y que continua vigente en nuestros días.
Cenicienta
Cenicienta era una niña feliz que empezaba a alcanzar cierta madurez hasta que se murió su madre y su padre se casó de nuevo con la que vino en denominarse en el cuento la madrastra que, a su vez, tenía dos malvadas y caprichosas hermanas y entre las tres detienen su feliz desarrollo, una vez muerto también el padre, para someterla a la docilidad, la sumisión y la obediencia, denigrándola y reduciendo su existencia a ser su servidora, según nos transmitió Charles Perrault en la versión de la historia transmitida mediante tradición oral.
La enfermería viene a ser la Cenicienta de Perrault que durante la 2ª República vio con esperanza y alegría como se desarrollaba hacia una incipiente profesionalización, hasta que muere la República y es sustituida por una dictadura que a modo de malvada madrastra paraliza su desarrollo y la somete al ostracismo, la invisibilización y el servilismo hacia la Medicina que actuando como su hermanastra acompaña y refuerza las actitudes impuestas por la tiranía de su madre.
Cenicienta, tiene que esperar hasta que apare un príncipe que la desposa y rescata de su esclavitud para ser feliz. Enfermería no logra al príncipe soñado ni se tiene que desposar con él, pero al menos, se libera de la madrastra, aunque tenga que seguir luchando con la hermanastra que se resiste a reconocer a su hermana como una mujer libre, capaz e independiente. El final del cuento en el caso de la Enfermería aún no se conoce y sigue generando incertidumbres sobre su evolución.
Caperucita Roja
El prolífico Perrault adaptaría también una tradición oral europea al famoso cuento de Caperucita Roja, aunque existen otras versiones entre las que la más popular es la de los hermanos Grimm. En el relato se marca un claro contraste entre el poblado seguro, y el bosque peligroso. La historia es por todos conocida, aunque el final es infeliz en la versión de Perraul y feliz en la de los hermanos Grimm.
Enfermería encarna a Caperucita Roja en forma de las enfermeras recién graduadas que tienen que pasar del confort de las aulas a un entorno mucho más incierto y peligroso en el que el lobo pasa a encarnar, en este caso, las “fieras”, de diferentes especies y de la misma especie, que acechan a Enfermería. (Caperucita Roja). Pero este “cuento” que se transforma en realidad plantea algunas interrogantes:
¿Qué tipo de formación se da a las futuras enfermeras (caperucitas rojas) en las facultades/escuelas (madres de las caperucitas) que, conociendo los peligros que acechan en el escenario comunitario/sanitario (bosque), manda a sus hijas (enfermeras recién graduadas) a un escenario que no conocen y ni tan siquiera se les ha explicado convenientemente?
¿Cómo el lobo (fieras de la propia especie –enfermeras- como de otras especies –médicos, gestores…-), que son dueños y señores del bosque, no atacan a las niñas (enfermeras) en sus dominios sino que las esperan en sus consultas, unidades… (centros de salud, hospitales…)?
¿Cómo se explica que la enfermera no sea capaz de reconocer las diferencias, que sí nota, entre un/a compañero/a (abuela) y una bestia disfrazada?
Quizá la más sarcástica es la que hace hincapié en las continuas preguntas de la enfermera (Caperucita) al/la compañero/a (lobo) sobre sus actitudes y acciones (el tamaño de su cuerpo o, al menos, el gran tamaño de algunas parte de su cuerpo). Esto se debe a las diferencias entre un/a compañero/a experimentado/a, conformista, defensor/a de su espacio de poder…y una enfermera recién graduada.
Interrogantes que siguen, en muchas ocasiones sin tener respuesta, lo que supone que los finales, como en los cuentos de Perrault y Grimm, sean diferentes en función de cómo finalmente las “Caperucitas Rojas” afrontan situaciones tan peligrosas en el bosque en el que se adentran.
Blanca Nieves y los siete enanitos
Los hermanos Grimm fueron los encargados de hacer mundialmente popular la historia de Blancanieves. Una guapa adolescente que, tras la muerte de su padre, es condenada por su malvada madrastra a ser sacrificada, aunque finalmente su verdugo arrepentido la deja escapar y es cuidada por 7 enanitos mineros.
En este caso Blanca Nieves es Enfermería que huye para que su madrastra (Medicina) no la mate al enterarse, por el espejo mágico que posee, de que Blanca Nieves es más bella que ella. Medicina, a través de algunos de sus miembros y organizaciones, temen que la capacidad (belleza) de Enfermería sea mayor que la que ellos creen tener en exclusiva. Ante esta revelación del espejo mágico –la propia realidad social- decide que lo mejor es deshacerse de ella. Por su parte los enanitos representan a la masculinidad de la Enfermería. Los hombres, menos numerosos que las mujeres (de ahí que sean enanitos), están aislados en el mundo de las técnicas (la mina) y recelan muchas veces de la Enfermería (Blanca Nieves) aunque finalmente la acogen e incluso, la mayoría, acaba queriéndola. Sin embargo, la ira de la madrastra (medicina), furiosa por la belleza de Blanca Nieves (Enfermería), le lleva a utilizar engaños para acabar con ella. Pero Enfermería siempre encuentra nuevas oportunidades de recuperarse, aunque no sea con un beso principesco como le sucede a Blanca Nieves, lo que propicia que todos, enanitos incluidos, sean felices y coman perdices.
También en este caso se plantean interrogantes:
¿Por qué se establecen luchas de poder entre médicos y enfermeras cuando no se trata de competir sino de que cada cual ocupe el lugar que le corresponde?
¿Cómo es posible que ciertos sectores médicos continúen creyendo a su particular espejo mágico haciendo que se mantenga una permanente, estéril e incomprensible batalla contra las enfermeras, al creer que está en peligro la primacía de su “belleza”?
¿Qué sentido tiene la diferente concepción de ser enfermera en función de ser mujer u hombre?
¿Por qué esperamos que siempre tenga que llegar un príncipe a salvarnos?
La Bella y la Bestia
Aunque son muchas las versiones del cuento “La Bella y la Bestia”, la de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, es la que ha servido de referencia a las versiones más actuales y conocidas en nuestros días.
Bella es una guapa e inteligente adolescente (estudiante) que tiene muchos pretendientes a los que no hace caso por tener otros intereses en su vida. En un momento dado, y sin saber muy bien por qué, queda atrapada en un castillo encantado (Universidad) lleno de enseres animados (técnicas) donde habita una Bestia (Enfermería), de terrorífico aspecto externo, que la corteja y llena de atenciones. Bella, en principio, se siente asustada y reacia a establecer una relación de amistad y cercanía con La Bestia quien, a pesar de ello, sigue cortejándola. Con el paso del tiempo Bella sucumbe a los encantos de la Bestia que transforma su imagen y se convierte en un apuesto príncipe (referente enfermero) de quien ya no se separa, al igual que el resto de enseres del castillo que pasan a adquirir vida y sentido (los cuidados).
¿Por qué sigue existiendo una imagen tan distorsionada de la Enfermería y de los cuidados?
¿Qué hace que se rompa el miedo a ser enfermera y asumir lo que significa?
¿Cuándo se descubre realmente la “belleza” de la Enfermería y se descarta a la “Bestia” que muchas veces se ve en ella
¿Por qué cuesta tanto identificar y valorar referentes enfermeros?
En fin, tan solo son cuentos o son cuentos que nos adentran en la realidad, o es la realidad transformada en cuento, o es una forma, como los propios cuentos, de edulcorar una realidad que no nos gusta y queremos ocultar. En cualquier caso no pasan de ser apuntes de algo que siempre me preocupa como es la imagen que la Enfermería y las enfermeras proyectamos. Las princesas y los príncipes azules, los encantamientos, las hadas, las brujas, las bestias… no representan a la Enfermería ni a las enfermeras, pero pueden servir como ejercicio de reflexión sobre cómo podemos ser identificadas en ocasiones a pesar de nuestros intentos por desprendernos de dichos roles tan ridículos y estereotipados. Tampoco es cuestión de pasar a asumir un rol asimétrico como reacción e intento de contrarrestarlo, sino de asumir el que nos corresponde desde la realidad de nuestra disciplina y profesión y sin renunciar, en ningún caso, a lo que somos y representamos para la ciencia, la disciplina/profesión enfermeras y las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos nuestros cuidados.
Ni la vida es un cuento, ni nosotras somos personajes de los mismos. Pero los cuentos reflejan muchas veces aspectos de la vida que, aunque distorsionados y adaptados, pueden reflejar ciertas situaciones en las que fijarnos. No como ejemplo de moralejas, sino como ejercicio de reflexión de lo que los mismos significan. El hecho de que la mayoría de ellos tengan tradición oral y escrita de muchos siglos, nos tiene que hacer pensar en que algo tendrán para que hayan logrado mantenerse a pesar del tiempo transcurrido y los cambios ocurridos.
Precisamente en esa tradición oral y de imaginario popular es en la que se asientan determinadas configuraciones de nuestra disciplina/profesión, arcaicas y estereotipadas, apoyadas y reforzadas por instituciones que, además de recoger lo que el pueblo piensa y verbaliza, deberían velar porque fuese lo más próximo a una realidad que no puede ni debe quedar circunscrita a la verbalización popular. Lo contrario contribuye a mantener y reforzar imágenes distorsionadas de una realidad que no se debería obviar. La riqueza de una lengua, más allá de la transcripción oral popular, debe contribuir a la aproximación real del lenguaje. Mientras esto no suceda las enfermeras, como las mujeres, seguirán ocupando lugares imaginarios que deforman su imagen, valor, aportación y derechos, por mucho que se traten de edulcorar con cuentos de princesas, hadas, magia, encantamientos y príncipes azules.
Ni los hospitales o centros de salud son castillos, ni las enfermeras princesas, ni los médicos madrastras o brujas malvadas, que configuren historias clasistas, machistas, paternalistas o excluyentes, aunque a veces la realidad llegue a superar la perversidad de los cuentos.
Se trata no tanto de buscar cuentos con final feliz, sino ser feliz sin tanto cuento.
Solemos pensar que nuestra realidad, en este caso la enfermera, es muy particular y exclusiva con relación a la de otros contextos internacionales. Creemos que nuestros errores y aciertos, males y bienes, virtudes y defectos, fortalezas y debilidades, no se corresponden con los de las enfermeras de otras latitudes.
Sin embargo, la Enfermería, por mucho que nos cueste admitirlo a veces, es universal y única. Lo que cambia, diferencia e identifica es el contexto en el que las enfermeras desarrollan la Enfermería. El contexto y los múltiples factores culturales, históricos, sociodemográficos, epidemiológicos, demográficos… son los que hacen que existan necesidades y demandas de salud diferentes, pero también hacen que existan diferentes miradas para idénticas realidades como pueden ser la salud, la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la familia, la muerte, la comunicación… y por lo tanto los cuidados.
Así pues, la Enfermería, como disciplina y profesión, es la misma en todas partes. Su paradigma, sus teorías, sus principios, sus valores, su identidad, su valor… son universales.
Durante mucho tiempo se ha trasladado que la enfermería era muy diferente según países y que esto provocaba que no tuviese un desarrollo, reconocimiento y visibillización como los que tienen otras profesiones. Esto no tan solo no es cierto, sino que es una clara manipulación o una absoluta ignorancia, de la realidad.
Las enfermeras, con independencia de su raza, religión, condición sexual, nacionalidad o idioma, ejercen la Enfermería. Es decir, no ejercen una enfermería diferente según los casos, sino que son diferentes enfermeras ejerciendo la Enfermería.
Y esta diversidad lo que provoca, no es una distorsión de la Enfermería como en ocasiones se quiere hacer pensar, sino una riqueza en la construcción enfermera a través de las diferentes aportaciones realizadas y de las diferencias contextuales en las que se enmarca.
Resulta importante, por tanto, que valoremos a la Enfermería como la disciplina/profesión que nos une e identifica y no como el elemento que nos diferencia. Somos, repito, diferentes enfermeras, pero lo que nos hace serlo es la Enfermería.
Sé que este planteamiento puede ser interpretado como pueril, innecesario o superfluo por algunos y dogmático, excluyente o adoctrinador por otros. Pero yo considero que es necesario, real y oportuno que no se ponga en duda la universalidad de la Enfermería, porque de lo contrario contribuimos a desvalorizarla, acallarla y ocultarla bajo la sospecha de la duda y la incertidumbre, situándola en el ámbito del oficio exenta de ciencia y conciencia colectiva.
Mucho se está hablando de la campaña Nursing Now y de la oportunidad que la misma puede suponer para las enfermeras. Se plantean recomendaciones para situar a enfermeras en puestos de alta responsabilidad en la toma de decisiones. Se generan discursos de unidad de acción. Se desarrollan actividades de visibilización bajo el paraguas de la campaña internacional. Y todo esto está muy bien, pero si no somos capaces de entender e interiorizar que nada de todo esto será posible alcanzarlo sin asumir y creer firmemente que lo que realmente nos une es la Enfermería, no lo lograremos. Pero no porque lo debamos hacer como un acto de fe, en absoluto, sino como una acción consciente y científica de que la Enfermería es lo que nos puede dar la fortaleza, la justificación y los argumentos para que las enfermeras logremos esos objetivos.
Tratar de colonizar, desde planteamientos tan débiles como ausentes de rigor, contextos diferentes al nuestro con “nuestra” enfermería, es tan grave como dejarse colonizar por lo que se interpreta como una enfermería mejor por el hecho de que provenga de un contexto diferente en el que se habla una lengua dominante. Por el contrario, se trata de analizar, reflexionar, debatir y consensuar puntos de encuentro sobre las diferentes miradas que como enfermeras desarrollamos la Enfermería y cómo esto repercute en la salud de las personas, las familias y las comunidades a las que atendemos.
Los cuidados enfermeros no tienen raza, ni religión, ni sexo, ni hablan lenguas diferentes. El cuidado enfermero es universal, aunque la forma en como las enfermeras lo podamos prestar pueda variar. Pero lo que les define como cuidados enfermeros, la Enfermería, es única.
Así pues, las enfermeras somos claramente identificadas como profesión por la población. Otra cuestión es que la identificación esté distorsionada, subjetivizada, manipulada o adulterada. La sociedad tiene una imagen que se ajusta a la representación de la enfermera a través de su hacer, aquí y en todo el mundo, pero no de la Enfermería. Y este hecho es de suma importancia porque desde ese conocimiento social de las enfermeras puede y debe resultar mucho más sencillo construir la identidad, sin renunciar a lo que nos la otorga, la Enfermería, y que pretendemos que sea transformada en reconocimiento.
El abordaje que una enfermera española, costarricense, norteamericana, africana, canadiense, alemana o sueca, hagan ante una persona con idéntico problema de salud, tan solo variará en función de dónde se encuentre dicha persona y cuál sea su familia y su entorno. Identificadas y valoradas, desde las diferentes miradas de esas enfermeras, las necesidades de esa persona, las respuestas que consensuarán con ella, vendrán determinadas por sus expectativas, valores, normas y conductas y no por la Enfermería que cada una de esas enfermeras aplique, porque la Enfermería de todas ellas es la misma, es decir, la que por todas es conocida y reconocida como ciencia que traslada a su profesión enfermera las pruebas y evidencias que justificarán una u otra respuesta de cuidados. Tratar que los cuidados, en función de cada una de las enfermeras, justifique la Enfermería, va en contra de los más elementales planteamientos científicos y, por tanto, deben ser descartados como argumentos para determinar la diferencia de actuación que, en todo caso, tan solo puede ser entendida y aceptada desde la investigación y la generación de pruebas que lo sustenten, pero siempre, de nuevo, partiendo de la realidad universal de la Enfermería.
Los cuidados, por su parte, son claramente identificados por todo el mundo. Al menos en su aspecto más cercano o doméstico. El paso del cuidado natural al profesional ha estado mediatizado por múltiples factores entre los que cabe destacar la división sexual del trabajo extrapolada del núcleo familiar, que ha dificultado la identidad con la Enfermería que los profesionaliza y hace científicos.
Cuando compartimos en Congresos, Simposios, Reuniones, Redes… las experiencias que como enfermeras realizamos en nuestros ámbitos de actuación lo debemos hacer con el ánimo de enriquecer el discurso enfermero y no con el de querer imponer una forma de entender los cuidados desde una perspectiva reduccionista y acientífica. Resulta imprescindible que lo que traslademos y asumamos de otras aportaciones sea tamizado por el filtro del contexto particular de cada una de las propuestas o experiencias con el fin de que realmente lo que se vaya a aplicar sea lo que emana de la ciencia enfermera y no de los factores que la modulan en cada uno de los contextos.
Pero quienes no asisten a Congresos, Simposios, Reuniones, Redes… y, por tanto, ni comparten ni asumen experiencias deben plantearse igualmente que su Enfermería no es estática y que no puede ni debe argumentarse su actuación por la repetición sistemática de una actuación que acaba convirtiéndose en norma sin ningún tipo de justificación científica y, por tanto, privando a los cuidados que prestan de la Enfermería, situándolos en un ámbito acientífico y doméstico que, más allá de los aspectos afectivos que pueden aportar satisfacciones muy dignas, no pueden y no deben quedar relacionadas tan sólo a ellos. Si tan solo se reivindica como éxito y valor de los cuidados las satisfacciones subjetivas estamos limitando al círculo de lo afectivo, doméstico y privado el espectro de posibilidades de realización con que cuenta todo ser humano y, por lo tanto, limitando las posibilidades de realización con que cuenta la Enfermería. Desde esta perspectiva acabamos caminando todos hacia el anonimato, aunque como dice Jorge Luis Borges, los mediocres llegan un poco antes y distorsionan la realidad.
La cultura disciplinar/profesional finalmente se manifiesta en los significados que la gente atribuye a diversos aspectos de la disciplina/profesión; su manera de concebir la disciplina/profesión y su rol en él, sus valores, sus creencias e incluso su imagen. Así pues y si tal como afirma Lluís Duch[1]
la palabra supone para el ser humano la construcción de su realidad, parece evidente que ejercer como enfermera, con independencia de dónde se haga, equivaldría, de hecho, a dar consistencia verbal a nuestra realidad. Definir lo que entendemos por Enfermería, debería permitir delimitar con precisión el marco en el que las acciones enfermeras van a tener lugar, así como las relaciones teóricas entre los elementos implicados que pueden establecerse no sólo para explicarla, sino para entenderla, comprenderla y practicarla.
[1] Duch LL. Mito, interpretación y cultura. Barcelona: Herder; 1998
El último fracaso de la política española y de sus representantes, ha puesto de manifiesto muchas carencias en el deseado diálogo entre quienes habían sido elegidos por la ciudadanía para que lograsen entenderse. Porque no se trata tanto de quienes ganaron o perdieron en las elecciones, sino de a quienes les concedimos el privilegio, con nuestros votos, de representarnos y con ello de llegar a acuerdos que permitiesen lograr el principal objetivo que tenían encomendado, es decir, conformar un Gobierno que afrontase las necesidades y demandas de la población.
No es mi intención convertirme en politólogo, ni en analista político, ni mucho menos en tertuliano, que tan de moda está, con independencia de que quien lo haga esté en condiciones de aportar algo realmente positivo.
Pero resulta que el fracaso al que se ha llegado, más allá de las culpas que unos u otros puedan tener, aunque no las asuman ni reconozcan, viene determinado por algo que pareciendo simple es de una complejidad evidente a la vista de los resultados. Me estoy refiriendo a la comunicación y al esperado y deseado consenso al que, a través de ella, debiera llegarse.
Pues bien, resulta que, en la comunicación, se basan de manera muy importante los cuidados enfermeros. Cuidados enfermeros que son habitualmente ignorados o cuanto menos muy poco valorados, empezando por las instituciones en las que se prestan. Los cuidados enfermeros no están institucionalizados, es decir, no se les otorga el rango de importancia que tienen y que suponen para la salud de las personas. Básicamente las instituciones entienden que los cuidados están, sin más. No se les presta mayor atención ni se les da el verdadero valor que tienen.
Las enfermeras, las buenas enfermeras, saben la importancia que para sus cuidados tiene una comunicación directa, rigurosa, respetuosa, próxima y abierta. La escucha activa, la empatía, la asertividad, la retroalimentación… deben incorporarse en su justa medida y de manera personalizada con cada una de las personas o familias con las que interactúan. Por eso la comunicación va más allá de las técnicas en las que se encasilla habitualmente. No es algo que se adquiera por simple repetición o adiestramiento, sino que precisa de un aprendizaje continuo y continuado centrado en el otro y no tan solo en la destreza que quien, dice practicarla, incorpora. La comunicación, vista desde esa perspectiva técnica, puede entenderse como una herramienta de persuasión, cuando no de manipulación, para lograr del otro lo que uno quiere o entiende que es lo mejor. Bueno, es una opción, pero desde luego no es la que se incorpora en la prestación de los cuidados.
La comunicación en los cuidados enfermeros precisa, además de un perfecto conocimiento de la misma. De generosidad, entrega, disposición, humildad y fortaleza, combinadas de tal manera que logren alcanzar el consenso con las personas, las familias y la comunidad a quienes se prestan. Consenso que permite, por una parte, respetar la posición “del otro” y por otra favorecer que se incorpore de manera activa y participativa en la toma de decisiones sobre su salud, aunque a la enfermera pueda, en un determinado momento, no gustarle su decisión.
A las enfermeras, las personas, no nos eligen, como profesionales, para que digamos qué es lo que tienen que hacer, cómo lo tienen que hacer, dónde deben hacerlo o con quién o qué deben hacerlo. Tampoco nos eligen para que les demos consejos ni lecciones. Nos eligen para que, a través de nuestros conocimientos y competencias, seamos capaces de que ellas sepan elegir la opción que mejor se adapta a sus necesidades y demandas con los recursos con los que cuenta o con los que puede obtener o acceder a los mejores resultados para ellas. Para eso, se requiere, escuchar y establecer una comunicación permeable con la persona que genere confianza con la enfermera, pero también con ella misma, a fin de poder identificar entre los dos la mejor respuesta y valorar su puesta en marcha a través de las acciones que se consensuen entre ambas partes. No se trata, por tanto, de imponer desde el paternalismo y la arrogancia profesional, sino desde el respeto y el conocimiento que requieren los cuidados, para que los asuman con dignidad, pero también con satisfacción. Es decir, el autocuidado, surgido del cuidado profesional enfermero.
Por eso es tan difícil cuidar, al contrario de lo que se piense o se diga desde diferentes ámbitos, incluso desde la propia profesión. Y esto sucede al situar el cuidado tan solo en el ámbito doméstico que, sin desmerecer su importancia, trasciende al mismo para situarse en la ciencia y el conocimiento enfermeros. De ahí que sea tan difícil ser una buena enfermera. Porque ser enfermera, como ser arquitecto, médico, filósofo o geógrafo, es relativamente sencillo. Se trata de estudiar y aprobar para obtener la “licencia” que el título otorga para trabajar como tal. Lo verdaderamente difícil, es ser una buena enfermera, es decir, aquella que debe observar, identificar, valorar, compartir, evaluar con cada una de las personas con las que se comunica con el fin de poder llegar al mejor consenso para su problema de salud, tanto individual como colectivamente (con su familia y comunidad) en base a su contexto particular. De tal manera que existen tantas respuestas como personas atendidas, por lo que resulta imposible establecer estándares, vademécums o consejos de cuidados.
Esto es lo que diariamente hacen las enfermeras en sus centros de trabajo, sin alharacas, noticias sensacionalistas o demagogias. Lo hacen, porque saben, pueden y quieren hacerlo y las personas esperan eso de ellas, aunque luego no se reconozca el valor de lo aportado en su justa medida por quienes siguen contemplando los cuidados como algo totalmente circunstancial, banal e intrascendente.
No deja de ser paradójico que en una sociedad que lo que más reclama y necesita son cuidados se sigan despreciando estos de la manera que se hace en favor de una asistencia medicalizada y tecnológica que ha demostrado claramente su fracaso en el Sistema Sanitario en general y en la Atención Primaria y Comunitaria en particular.
Todo lo dicho justificaría por sí mismo la necesidad de tener referentes enfermeros en los organigramas de las diferentes organizaciones de salud a través de puestos de máxima responsabilidad en cuidados. Y aquí es donde viene la confusión y el intento de justificar la ausencia de enfermeras.
En una reciente reunión con una Consejera de Salud, al comentarle la importancia de crear una Dirección de Cuidados, respondió evasivamente con el débil y manido argumento de que lo importante es que las enfermeras puedan acceder a puestos de responsabilidad y no crear puestos específicos para ellas. Ante esto, la respuesta no podía ser otra. No se está demandando una Dirección General de Cuidados Enfermeros, sino de Cuidados que es lo que más necesita actualmente nuestra sociedad. Las enfermeras entendemos que los cuidados no son de nuestra exclusividad, pero sí que entendemos y sabemos que quienes mejor sabemos de cuidados en general somos nosotras y, por tanto, quien en mejor disposición está para ocupar una Dirección General de Cuidados es una enfermera. Pero mucho me temo que este argumento aún cuesta de entender y admitir por parte de quienes durante tanto tiempo han despreciado el valor de los cuidados y de quienes los prestan. Aunque algo empieza a cambiar y ya algunas Consejerías han incorporado dichas Direcciones Generales de Cuidados lideradas por enfermeras.
Y volvemos a donde habíamos empezado, al fracaso de la política y los políticos. Posiblemente también en Política hagan falta enfermeras que trasladen la importancia de los cuidados y del consenso que se precisa para lograr obtener resultados que, aunque no nos satisfagan, sean los que mejor se adapten a las necesidades de cada momento. Mantener la intransigencia, anteponer los intereses propios a los colectivos, creerse en posesión de la verdad absoluta, no respetar la diferencia de criterio, tratar de imponer en lugar de tratar de acercar posiciones, crear falsas expectativas o mentir con palabras disfrazadas de verdad, utilizar las falacias, los eufemismos o la demagogia o, utilizar las redes sociales como canal casi exclusivo de comunicación es tan poco social como fácil de enredar… tan solo puede conducir al fracaso y la inoperancia.
Hablar no es suficiente para comunicar, hay que saber establecer una comunicación que favorezca el consenso sin planteamientos previos inamovibles y con el respeto, la humildad, la sinceridad y la generosidad que se espera de quienes tienen en sus manos algo tan importante como la convivencia ciudadana a través de la política y de hacer política, que es una manera como otras muchas de generar salud. Política salutogénica, podríamos bautizar. Para ello tan solo falta que los políticos se conviertan en verdaderos activos de salud y no tan solo en determinantes de salud en el mejor de los casos, cuando no en factores de riesgo o activos tóxicos.
Las/os políticas/os, además, deberían tener en cuenta que en la comunicación el lenguaje no verbal es más importante que el verbal, por lo que llega a comunicar. Por lo tanto, sus actitudes, poses, miradas o la ausencia de ellas, decisiones… deberían tenerlas en cuenta a la hora de comunicar no tan solo con sus oponentes políticos sino también, o, sobre todo, con las/os ciudadanas/os. Es una forma más de mantener unos cuidados tan ausentes como necesarios en la política. Y es que la salud y los cuidados lo impregnan todo, hasta a la política.
En un mundillo como el de la política en el que las/os asesoras/es están tan demandadas/os no estaría mal que recurriesen a alguna enfermera que les trasladase la importancia de la comunicación y el consenso. Y si además de escucharles, les hicieran caso, a lo mejor empezaban a cambiar ciertas cosas.
En definitiva, se trata de llevar a cabo una política de cuidados para que dejemos de estar permanentemente alerta y con cuidado con la política y quien la ejerce.
El pasado día 11 de septiembre se presentó en el Ministerio de Sanidad la Oficina Ejecutiva del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria. Un paso más en el camino que, el actual equipo ministerial en funciones, ha decidido llevar a cabo a pesar de todos los inconvenientes, barreras, incertidumbres, dudas, impedimentos… que ha generado en algunos colectivos profesionales, por razones corporativistas, y en algunas Comunidades Autónomas, por simple revanchismo político. Pero a pesar de todo el proceso sigue su curso y ahora de lo que se trata es de que todas las partes miren por el bien de las personas, las familias y la comunidad y no tan solo por el bien particular, corporativo, partidista o interesado. No se trata de quién se pone la medalla, sino de quienes logramos que la Atención Primaria y Comunitaria sea, realmente el ámbito de atención, el contexto de participación, el espacio de transdisciplinariedad… que se necesita para lograr la adecuada intersectorialidad y equidad que se requiere.
Sea como sea, el caso es que el Marco está y la Oficina para desarrollarlo también. Ahora toca que no quede tan solo en gestos, fotos, intenciones y expectativas. Pero para ello hace falta que todos los implicados asumamos que no podemos ni debemos esperar a que sean otros los que hagan los deberes. Todos tenemos deberes y todos debemos de hacerlos de la mejor manera posible para lograr un resultado óptimo que permita configurar una Atención Primaria y Comunitaria amplia, abierta, participativa, eficaz, eficiente, accesible, resolutiva, cercana y saludable.
Está claro que en este cometido todos debemos arrimar el hombro y hacerlo de manera generosa y humilde, tanto en el trabajo aportado como en la disposición para con todos. Remar todos en una misma dirección y hacerlo sin protagonismos tan innecesarios como perjudiciales. Y todo ello sin que signifique que no podamos discrepar, todo lo contrario. Discrepar es bueno, siempre que se haga desde el análisis, la reflexión, el pensamiento crítico y la disposición al diálogo y al consenso.
Pero el Marco Estratégico debe recoger las “fotografías” de los 17 servicios de salud existentes en España para que queden expuestas y a la vista de todos en la Oficina donde se quiere impulsar y también en cualquier rincón donde pueda ser visible. Para ello es necesario que las correspondientes administraciones dejen de utilizar la salud y la sanidad como arma arrojadiza contra el contrincante político y se dediquen a adaptar su particular foto autonómica a la realidad de su contexto sin que desentone con el conjunto. La diversidad y especificidad de cada una de ellas tiene que configurar finalmente una imagen de conjunto en el que no haya distorsiones, ni retoques artificiales que traten de enmascarar la realidad. Para ello será preciso acordar el enfoque, la luminosidad, el brillo, los detalles, la profundidad… que permitan resaltar lo mejor de cada una de las fotografías y configurar un conjunto armónico, atractivo y real que se recoja en el Marco elegido. Las/os fotógrafas/os (consejeras y consejeros de salud), por lo tanto, deben tener claros los parámetros a emplear en sus respectivas fotografías y no querer convertir las mismas en carteles publicitarios engañosos e interesados. Al fin y al cabo, se les han encargado las fotografías para que recojan la realidad, por compleja que esta sea, no para que se luzcan con filtros, retoques o trasformaciones. De ellas/os se espera, por tanto, que sepan captar y aportar esas imágenes.
Pero, sin duda, en la realización de esas fotografías no tan solo intervienen las/os fotógrafas/os, sino que existen una gran cantidad de personas que participan activamente para lograr la fotografía deseada. Y sin duda las enfermeras tenemos un papel muy importante en la realización de las fotografías. Bien sea acompañando al/la fotógrafo/a en puestos relevantes o bien sea como parte indispensable del escenario a fotografiar.
En el primero de los casos, si lo son como enfermeras que ocupan puestos relevantes, tienen la responsabilidad de que todos los aspectos relacionados con los cuidados y la salud comunitaria queden adecuadamente combinados, resaltados, compuestos, iluminados… para que puedan ser identificados, valorados y registrados en la foto final junto al resto de aspectos, componentes y participantes del escenario a fotografiar.
En el segundo de los casos, las enfermeras comunitarias, deben posicionarse para no quedar ocultas, voluntaria o involuntariamente, en el escenario o tras otros protagonistas de la foto. Deben hacerlo además sin que su imagen acabe por ocultar lo verdaderamente importante, el contexto que se pretende recoger en la fotografía. No se trata de figurar, sino de ser visibles sin que dicha visibilidad suponga, en ningún caso, eclipsar la realidad. Finalmente, la imagen captada tiene que aportar la suficiente credibilidad a quien la visione y el necesario equilibrio con el resto de fotografías.
Las personas, las familias y la comunidad deben formar parte imprescindible de dichas fotografías y poder identificar claramente en las mismas los detalles que les trasladen, seguridad, confort, empatía, humanidad, tranquilidad, calidad y, sobre todo, la necesidad sentida de formar parte de dicho escenario, es decir, que no se sientan como figurantes, sino implicados e imbricados en el mismo, junto a todos los participantes.
Serán muchos los disparos que deberán hacerse para poder obtener la fotografía deseada. Pero eso no debe ser un inconveniente sino una constante en la búsqueda de la fotografía que mejor refleje la realidad de cada uno de los contextos, para que puedan situarse de manera ordenada y estable en el Marco elegido.
En cualquier caso, sabemos que las fotografías recogen un momento, una instantánea, una composición que responde al momento en el que se hace, pero que en ningún caso puede pretenderse que la misma vaya a responder a una realidad tan dinámica como cambiante. Es por ello que la alternancia de fotografías en el Marco debe ser una constante, lo que supone tener que estar permanentemente alertas para recoger, en cada momento, lo más importante. De ahí que no se trate de un posado tan poco natural como irreal, sino de captar aquello que de sentido al Marco en el que van a ir situándose. Por lo tanto, no se trata tanto de que cada cual genere su propio Marco, que finalmente tratará de destacar del resto, sino de situarse todos en el mismo, el de todos.
Al margen de la metáfora fotográfica y volviendo a la realidad que tanto nos preocupa y a veces asusta, debemos tener clara nuestra responsabilidad como enfermeras. No descubro nada si digo que las enfermeras estamos en disposición de dar las mejores respuestas a lo que la sociedad necesita en general y en la Atención Primaria y Comunitaria en particular. No de forma exclusiva e independiente, pero si desde la especificidad de nuestras competencias y la autonomía de nuestra ciencia. Para ello tenemos de tener claro que nuestra aportación debe llevarse a cabo allá en donde mejor podamos hacerlo y no en donde consideremos que vamos a estar, aparentemente, más cómodas. Porque si finalmente de lo que se trata es de encontrar nuestra zona de confort en lugar de aportar la mayor calidad de cuidados en base a nuestra capacidad y capacitación, estaremos fracasando y decepcionando como enfermeras. Este comportamiento nos conducirá indefectiblemente a la pérdida de valor, a la ausencia de reconocimiento y a la mediocridad profesional. La Atención Primaria y Comunitaria que pretende recoger el Marco Estratégico necesita de enfermeras comunitarias competentes, capaces, motivadas, implicadas y comprometidas en el desarrollo de un nuevo paradigma.
Pero el análisis no quedaría completo si no se identificasen las dificultades, barreras e inconvenientes que el sistema en general y los diferentes servicios de salud en particular, propician con unas decisiones que no responden a las necesidades de la sociedad sino a las de determinados colectivos u organizaciones con intereses exclusivamente personales u organizacionales. No es lícito que para tratar de responder a la precariedad de determinados puestos de trabajo en el hospital se recurra a una fuga en estampida hacía la Atención Primaria con el objetivo exclusivo, en la mayoría de las ocasiones, de incorporarse en un escenario de aparente tranquilidad y confort que no obedece en ningún caso a la realidad.
Por otra parte, como ya he comentado en más ocasiones los responsables de los servicios de salud, pero también de las enfermeras, deben plantearse, de una vez por todas, la necesidad de definir perfiles específicos de puestos de trabajo enfermeros que respondan a las necesidades de los mismos y que requieran, por lo tanto, de competencias especiales y específicas para poder ocuparlos y no tan solo de antigüedad en la organización como si la misma fuese garante suficiente de competencia profesional. Las enfermeras deben dejar de ser el peón que cantaba Mecano y que decía “Negro, bajito y cabezón Sólo pude ser peón de negras Lo más chungo en ajedrez” Ya no somos lo más chungo en el servicio sanitario. Ya hemos dejado de ser aprendices de todo y maestros de nada. Ya no servimos para un roto y un descosido. Pueden y debe haber enfermeras generalistas que trabajen en equipo con enfermeras especialistas, pero en ambos casos deben hacerlo en aquellos puestos para los que estén más preparadas y sean más competentes. No hacerlo es una clara irresponsabilidad de las administraciones y sus representantes. Consentirlo es una clara irresponsabilidad de las enfermeras y sus representantes. Y para ello no creo que sea necesario seguir la letra de Mecano “Pero, de peón La única salida es la revolución”. Creo que el sentido común, la planificación, la responsabilidad, la competencia, la ética… deben imponerse para facilitar que el tablero en el que se sitúen las fichas deje de ser un juego de buenos y malos, de importantes y secundarios, de clases y clasismos, de ataques y muertes, vencedores y vencidos, de conspiraciones y jaque mate, para pasar a ser un espacio de colaboración, trabajo en equipo, responsabilidad… porque la salud no es en ningún caso ni un juego ni un trofeo y todos aquellos que intervienen en su promoción, mantenimiento o recuperación deben abandonar la revolución y dedicarse a la evolución.
Pretender que el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria sea un éxito sin abordar estos planteamientos con el rigor y la seriedad que precisan es tanto como tratar de construir un edificio en un terreno de arenas movedizas. Se puede iniciar la construcción, pero, más pronto que tarde, los cimientos cederán y se caerán, y con ellos las ilusiones y expectativas de todos cuantos habían creído, una vez más, que el cambio era posible. Y ya no estamos para vivir en cabañas, con el cambio climático que nos acecha.
Volviendo al mítico Mecano no hagamos como cantaban “porque a ninguno le interesa escuchar. Aunque en foto aparentemos más somos sólo tres polillas” Porque a todos nos interesa escuchar y porque no somos solo tres polillas sino todo un colectivo, el de las enfermeras, que debemos sentirnos orgullosas de serlo y de hacer lo que hacemos, pero en donde verdaderamente y no por egoísmo podamos hacerlo con plenas garantías. Solo así lograremos salir en la foto con la claridad y la posición que nos corresponde.
Nos encontramos ante un panorama ciertamente incierto, valga la paradoja.
Un país en funciones que habla más que actúa, que discute más que debate, que se enfrenta más que consensua, que se descalifica más que se respeta… porque al fin y al cabo el país no es más que la suma de sus ciudadanas/os y, por tanto, acaba siendo reflejo de ellas/os a través de representantes, líderes o simplemente voceros.
Y nadie, ni nada, somos ajenos, ni mucho menos inocentes, a esta situación por mucho que intentemos convencernos de lo contrario diciendo que estamos hartos, que esto no va con nosotros, que nos han engañado o que nos están tomando el pelo. Porque todo puede ser verdad, pero también todo es responsabilidad de todos. De quienes provocan la parálisis y de quienes contribuyen a que la provoquen. Nadie queda indemne y todas/os somos víctimas y verdugos. La mediocridad, por tanto, pasa a ser un estilo de vida o una zona de confort en el que muchas/os se sienten cómodas/os. Se ha interiorizado colectivamente el comportamiento de dirigentes, profesionales, gestores, políticos… hasta naturalizarlo y convertirlo en algo cotidiano. Algo similar a lo que sucedió con la corrupción, por ejemplo.
Centrándonos en salud y en sanidad, conceptos diferentes aunque permanentemente se confundan y se mal utilicen como sinónimos entre sí, estamos asistiendo a un estéril, demagógico y permanente enfrentamiento entre quienes, en teoría y solo en teoría visto lo visto, son sus máximos representantes, los profesionales de la salud, que, entre otros muchos errores, se creen dueños y protagonistas exclusivos de la salud, su gestión y su “prescripción”, y que en la mayoría de las ocasiones lo que realmente persiguen es conquistar espacios de poder que les permitan seguir manteniendo sus privilegios y su influencia sobre la población, a través de órganos de representación que precisan de una profunda regeneración. Regeneración que tan solo se producirá si existe un verdadero compromiso de las propias enfermeras para que se produzca y no, como sucede hasta ahora que, en la mayoría de las ocasiones, tan solo nos limitamos a protestar por lo que hacen o no hacen, por lo que piensan o no piensan, por lo que dicen o no dicen, pero llegado el momento de poder cambiar nos quedamos en la zona de confort desde la que seguimos protestando, criticando o llorando. Y, claro está, lo que deberíamos sentir, percibir y defender como órganos de representación acaban siendo vistos como representantes inorgánicos, incapaces y mediocres para la profesión en su conjunto. Pero ojo, unos y otros, representantes y representados, tenemos idéntica culpa. No nos equivoquemos. A lo mejor tenemos que hablar, analizar, reflexionar, pensar, debatir, negociar y, sobre todo, ser respetuosos, generosos y humildes, para consensuar lo que deben ser y defender los verdaderos órganos de representación en el que todas nos sintamos incluidas, aunque existan sanas discrepancias.
Y en esta situación solemos caer en la tentación de pensar que son “los otros” siempre los culpables, según desde la orilla desde la que se observe. Siempre tienen la culpa los de la orilla contraria. Pero lejos de tender puentes que permitan pasar de una a otra orilla para hablar, compartir, reflexionar, analizar… preferimos seguir en nuestro “territorio”, desde el que increpamos, descalificamos o agredimos verbalmente, de momento, a quienes consideramos como contrarios, enemigos o potencialmente peligrosos, aunque sean de nuestra propia “especie”. Realmente es un escenario selvático en el que la lucha por la supervivencia se convierte en algo habitual ante los permanentes ataques tanto de otras “especies” como de los de la propia “especie”.
Entretanto, desde ambas orillas las personas observan con incredulidad e impotencia, lo que sucede mientras dejan de ser atendidas sus necesidades y demandas, aunque oigan repetidamente que todo cuanto hacen unos u otros es siempre en beneficio de ellos, a quienes llaman pacientes, denominación que adquiere todo el sentido ante la situación generada.
A pesar de la lamentable situación política y social en la que nos encontramos, como resultado de la incapacidad absoluta de quienes debieran encontrar fórmulas de entendimiento y consenso para lograr avanzar y dar respuesta a las múltiples necesidades económicas, sociales, laborales, profesionales… de manera puntual se produce algún intento de mejora a través de propuestas que tratan de lograr el consenso de las partes. En el caso que nos ocupa de la salud y la sanidad. Y cuando se produce, en lugar de aprovechar la ocasión para mejorar, las partes se enfrascan en un permanente enfrentamiento en el que, lo que prima, es lo que cada cual puede sacar de beneficio. Pero no un beneficio colectivo, sino individual y de exclusividad que blinde la imagen de grandeza que se han encargado de crear o que quieren lograr y tratan de mantener o visibilizar a toda costa. De tal manera que, como dice el sabio refranero popular, entre todas la mataron y ella sola se murió, la salud comunitaria y la sanidad. O bien el uno por el otro, la casa sin barrer, con lo que ello significa para la salud pública.
Pero a pesar de todo o, a lo mejor, gracias a todo lo sucedido, las enfermeras supimos encontrar finalmente nuestro espacio, nuestras referencias y nuestra identidad como “especie” en esa metafórica selva de la que hablo. Pero al mismo tiempo empezamos a recelar entre nosotras y a mimetizar comportamientos de otras “especies” que nos llevaron a generar “subespecies” que entraron en permanente disputa entre ellas, lo que ocasionó un grave problema de convivencia. Y ocupadas como estábamos en defendernos de ataques propios y ajenos, nos olvidamos de lo importante y nos acomodamos en zonas que identificábamos como más seguras o cómodas, aunque realmente no lo fuesen, porque lo que estábamos haciendo, consciente o inconscientemente, es volver a ser una “especie” en peligro de extinción o con muy poca relevancia en el hábitat que compartíamos.
Pero pasando de la metáfora a la realidad, aunque a veces cueste diferenciarlas, podemos identificar que a pesar de los indudables e importantes logros alcanzados, volvemos a tener graves problemas de convivencia profesional entre nosotras mismas y con otros profesionales.
Esta situación no es que sea exclusiva de las enfermeras. Tampoco hace falta que estemos fustigándonos de manera permanente con el látigo de la culpabilidad. Pero, en nuestro caso tiene una importante carga de falta de madurez profesional que viene determinada por múltiples factores y que provoca una permanente rebeldía propia de la adolescencia profesional que se traduce en falta de identidad, inconformismo con nuestra imagen, responsabilidad, competencia… incapacidad para identificar nuestras fortalezas, pensamientos recurrentes de persecución propia y ajena, llanto permanente, pesimismo enfermizo, quejas sistemáticas… que provocan una inmovilidad de acción y una parálisis en el desarrollo que, como profesión, debemos lograr para alcanzar la madurez.
Es cierto, sin embargo, que dicha adolescencia es desigual en función del ámbito en el que las enfermeras se encuentren.
De esta manera podemos observar que las enfermeras en el ámbito universitario, el disciplinar, han madurado y logrado alcanzar unos niveles de convivencia mayores que les han permitido eliminar muchos de los efectos de la adolescencia descritos, aunque se encuentren con otros propios de la citada madurez que deberán afrontar para seguir su desarrollo. Sin embargo, dicha madurez no se ha alcanzado de igual manera en las enfermeras asistenciales que no se han visto contagiadas por ese desarrollo y padecen aún graves problemas entre ellas mismas y con quienes lograron madurar. Como lo que sucede entre hermanas con diferentes edades y estados de madurez. Celos, rebeldía, desconfianza…
Pero con preocuparme esta situación, lo que verdaderamente me genera inquietud e incertidumbre es que la adolescencia aludida se prolongue en el tiempo más allá de lo que debería considerarse como “fisiológicamente” entendible y “psicológicamente” deseable y se convierta en una adolescencia crónica que incluso alcance grados de infantilismo.
Cuando empiezan a existir indicios de cambio importante en algunas administraciones que incorporan en sus organigramas puestos de responsabilidad y capacidad de toma de decisión para que sean ocupados por enfermeras, nos encontramos con algunos casos en los que “asusta” la responsabilidad, en el mejor de los casos, o se rechaza sin más, dejando que dichos puestos sean ocupados por otros profesionales.
Pero no se limita el problema de la madurez a la asunción de responsabilidades de gestión o política. Porque, como ejemplo muy clarificador, ahora que se ha iniciado un cambio con el marco estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria, las enfermeras no podemos ni debemos quedarnos al margen, ni en segundo plano en su desarrollo. Las enfermeras debemos demostrar que ya hemos superado nuestros miedos, nuestras desconfianzas, nuestra falta de identidad, nuestros lamentos… y desde la determinación de nuestra profesión y nuestra aportación científico-profesional intervenir de manera decidida para que el cambio que se propone en el citado marco sea real y responda a lo que la sociedad espera y necesita. Es evidente que el asistencialismo, la medicalización, el paternalismo, la tecnología… no lo ha logrado. Los cuidados, la participación comunitaria, la promoción de la salud… deben incorporarse como elementos fundamentales del cambio de paradigma liderado por enfermeras.
No es una cuestión de querer arrimar las ascuas a nuestra sardina exclusivamente, sino de tratar de distribuir dichas ascuas de tal manera que todas las sardinas queden bien asadas y permitan satisfacer “el hambre” de la población.
Ha llegado el tiempo de la madurez de razón, conocimiento, criterio, de la decisión meditada, de la valentía que no la temeridad, del rigor científico, de la determinación que no de la tozudez, del orgullo que no la altivez, de la ilusión que no de la utopía, del respeto que no la docilidad, de la generosidad que no la sumisión, de debatir que no obedecer… de ser y sentirse enfermera para ofrecer lo mejor a la comunidad, las familias y las personas desde cualquier ámbito o puesto en el que nos incorporemos. Pero también para el compromiso que no la conformidad, la implicación que no la indiferencia, la motivación que no desánimo, el crecimiento que no la parálisis, el pensamiento crítico que no el pensamiento único, la discrepancia que no alienación, del liderazgo que no de la tiranía… para convivir, trabajar, construir… entre nosotras con el fin de ofrecer lo mejor para la disciplina/profesión y alejándonos de personalismos, protagonismos y enfrentamientos tan estériles como tóxicos para todos.
Tanto que hablamos de generar espacios saludables, resulta difícil de entender que puedan lograrse si nuestra propia relación, nuestro propio espacio, nuestra propia convivencia, nuestra propia imagen no tan solo no lo son, sino que puede, incluso, llegar a ser altamente tóxico. Si pretendemos generar salud las primeras que debemos comportarnos como verdaderos activos de salud debemos ser las enfermeras.
Los escenarios en los que nos movemos seguirán siendo inciertos y peligrosos, como la selva, pero en la medida que seamos capaces de madurar y ser identificadas como una “especie” fuerte, que no agresiva ni peligrosa, y con identidad, seremos respetadas. Para ello, sin embargo, lo primero que debemos lograr es respetarnos a nosotras mismas. Es decir, madurez y respeto van indefectiblemente unidos.
De nosotras depende que sigamos siendo una “especie” débil e insegura en la selva de la mediocridad en la que, lamentablemente, convivimos en la actualidad.