Sinceramente creo que estamos creando, entre todas/os, un escenario incierto en el que, de no remediarlo, va a resultar difícil generar las confluencias de un deseado y necesario desarrollo disciplinar y profesional.
Empezando por la disciplina y en concreto su ámbito universitario, el panorama es ciertamente preocupante. Nada desearía con mayor fuerza que aportar una visión más amable y menos inquietante, pero la realidad es terca y no permite edulcorar la amargura de la misma.
Durante estos últimos 40 años en los que se ha construido la disciplina enfermera en la universidad española con gran esfuerzo y muchas dificultades, se ha conseguido algo que para muchas/os era impensable. Se llenaron las escuelas de enfermería de enfermeras, lo que sin duda supuso un valor y un avance cualitativo fundamental. Se cambiaron los planes de estudio para que diesen respuesta al paradigma enfermero. Se desarrollaron estrategias que permitieron visibilizarnos en el ámbito universitario en igualdad de condiciones con el resto de disciplinas. Se logró romper el techo de cristal que impedía el pleno desarrollo disciplinar enfermero. Sin embargo, la realidad, nos ha devorado.
Muchas de las enfermeras que en su día se incorporaron en la Universidad para llevar a cabo todo ese proceso, están, ahora mismo, a punto de jubilarse con la satisfacción y el orgullo de haber logrado algo difícilmente imaginable. El problema ha estado en que durante este tiempo la incorporación de enfermeras a la Universidad ha ido reduciéndose significativamente. Por una parte, porque el sistema sanitario absorbe, cuando no devora, a las enfermeras. Por otra la Universidad, contagiada por la propia sociedad a la que pertenece ha asumido, en ocasiones por exigencias de las crisis, pero también por mercantilismo empresarial puro y duro, las condiciones de precariedad laboral y salarial que emanaban de las políticas y la política imperantes, además de la dificultad cada vez mayor para tener acceso a plazas mínimamente estables. De tal manera que las enfermeras, cada vez más, fueron abandonando la idea de identificar la Universidad como escenario profesional, salvo para compaginar su labor asistencial con plazas de profesoras/es asociadas/os que los equipos de gobierno universitario utilizan, con más frecuencia de la deseada, necesaria y de manera arbitraria, interesada y con un altísimo coste de calidad docente e investigador. A todo ello hay que añadir las draconianas condiciones de acreditación y promoción impuestas por una Agencia de Evaluación que se ha situado por encima del bien y del mal, sistematizando unos criterios que claramente penalizan a las enfermeras que optan incorporarse a la Universidad.
Todo ello genera una situación de desertificación enfermera de los departamentos y facultades de enfermería al no existir enfermeras que quieran/puedan reemplazar las plazas que van quedando libres y con ello la incorporación cada vez mayor de disciplinas muy dispares para cubrirlas, tales como biología, farmacia, veterinaria y en menor medida medicina, al tratarse de profesiones con menores posibilidades de empleabilidad en otros ámbitos e identificar la Universidad como una posibilidad de “colocarse”. El problema es que su “colocación” provoca la lógica y consecuente “descolocación” de la disciplina enfermera que se ve claramente perjudicada y resentida en su desarrollo y con ello, la calidad de la docencia y de las enfermeras formadas, que claramente están involucionando hacia un ámbito asistencialista, técnico, medicalizado y desligado del paradigma enfermero. Cuando nos vayamos a querer dar cuenta en las Facultades de Enfermería la presencia de enfermeras será testimonial o anecdótica como sucedía en las escuelas de ATS que con tanto esfuerzo se lograron reconvertir.
Resulta muy difícil convencer, hoy en día, a una enfermera para que se incorpore en la Universidad. Ni le ofrece garantías de estabilidad económica, ni le genera alicientes de desarrollo.
Y en este panorama, sin duda, se está produciendo un claro enfrentamiento entre docencia e investigación que juega claramente en contra de las enfermeras como ya he abordado en otras entradas en este mismo blog. Enfrentamiento en el que se generan posicionamientos cada vez más radicalizados y menos reflexivos, que impiden avanzar en aras de lograr una solución a tan difícil situación. Todo lo cual, además, provoca una distancia cada vez mayor entre universidad y sistema sanitario o como se ha venido denominando siempre entre docencia/investigación y asistencia, que se ha visto agravado con las diferencias entre “sexenistas” (profesoras/es dedicadas/os casi en exclusiva al logro de sexenios de investigación) y docentes. Pero todo ello viene provocado claramente por una postura rígida, intransigente y poco razonable por parte de las propias universidades que claramente apuestan por lo que más rentabilidad les genera, la investigación y las derramas que suponen para sus arcas, en contra de una docencia que tan solo contemplan como captación de recursos financieros mientras dure la estancia “obligatoria” de las/os estudiantes en los campus, pero con poca o nula atención a su calidad y mucho menos al reconocimiento de la misma, y aún menos a lo que pueda suceder con dichas/os estudiantes una vez alcanzado y abonado su título. La promoción de talentos jóvenes que puedan desarrollar su disciplina en la Universidad brilla por su dolorosa y sangrante ausencia, quedando limitada a los programas de posgrado o doctorado que no pasan de ser nuevos reductos de captación de fondos con muy pocos alicientes para las/os estudiantes por integrase de manera activa y motivadora en la universidad como ámbito de desarrollo, lo que contribuye a la desertificación anteriormente apuntada. Es decir, estamos ante un claro “cambio climático” en la Universidad que a pesar de los estragos que provoca sigue negándose su existencia y los factores que lo provocan, generando escenarios muy poco saludables tanto para estudiantes como para profesorado, investigadores y personal de administración y servicios. Poner desfibriladores no es suficiente. Hay que poner, previamente, corazón.
Pero la Universidad es un ámbito que además de suscitar tan poco interés para las enfermeras como ya he descrito, no lo hacen en mayor medida las principales organizaciones de representación enfermera como colegios profesionales, sindicatos, sociedades científicas… que centran sus intereses en el ámbito profesional o asistencial, sin que, sin embargo, este quede exento de dificultades a la hora de configurar un escenario de mayor tranquilidad, confianza y unidad.
Es evidente que la sociedad ha cambiado y con ella las necesidades de salud de la población. Sin embargo, las estructuras sanitarias no han evolucionado al mismo ritmo que las demandas que dichos cambios generaban.
El desarrollismo hospitalario de los años 60-70 del pasado siglo, mantenido durante décadas con una organización a imagen y semejanza de los médicos, se acompañó, a finales de los 80, de la irrupción del que vino en denominarse como nuevo modelo, es decir, la Atención Primaria de Salud, que incorporaba una nueva y necesaria perspectiva en la organización sanitaria acompañada de la Ley General de Salud.
Las enfermeras se incorporaron masivamente en los hospitales desde las entonces escuelas de ATS que proliferaron masivamente y que con posterioridad se transformaron en Escuelas Universitarias y finalmente en Facultades. La APS, sin embargo, era vista con recelo cuando no con cierto desdén, más por el desconocimiento que sobre la misma se tenía que por motivos razonados sobre su aportación y la oportunidad que la misma ofrecía a nivel profesional.
El transcurrir de los años mantuvo prácticamente inalterables las estructuras hospitalarias y permitió identificar a la APS como un ámbito de desarrollo y autonomía profesional para las enfermeras, que sin embargo tuvo un progresivo deterioro por la desidia política, por el oportunismo de presentarla como un paraíso para la jubilación, por el conformismo profesional y el mimetismo hacia un modelo medicalizado, biologicista, paternalista y poco resolutivo como el hospitalario.
Ante este panorama el ámbito asistencial se presenta también como un campo de minas en el que se propician los enfrentamientos, se ralentiza la promoción profesional, se minimiza la innovación y se deteriora la calidad de la atención, todo lo cual acaba por repercutir de manera directa o indirecta en el valor de los cuidados enfermeros, en su reconocimiento y visibilidad que, además, se ven alimentados por las luchas que genera la nefasta planificación de personal, la ineficiente y caduca organización de los centros sanitarios, los egos de los representantes profesionales y sindicales y la desmotivación progresiva de las enfermeras.
Los pocos alicientes que pueden suponer la aparición de las especialidades acaban por convertirse en nuevas y mortales armas de destrucción masiva para las enfermeras, por similares causas que las ya apuntadas, a las que cabría añadir la incorporación de cierto clasismo entre especialistas defraudadas, enfermeras expertas desesperadas y/o agraviadas y enfermeras instaladas en su zona de confort a la espera de su jubileo. Mientras tanto los representantes científicos, profesionales, docentes, estudiantiles y sindicales siguen desojando la margarita de la unidad, como si de un idilio de amor se tratase, cuando de lo que se trata realmente es de una necesidad, una obligación, un compromiso y una decisión por lograr una unidad que, de no producirse contribuirá a que se mantengan, sino que aumenten, los conflictos interprofesionales y con ellos la parálisis del desarrollo disciplinar y profesional y la necesaria aportación enfermera al cambio que requieren las organizaciones sanitarias para adecuarlas a las necesidades y demandas de una sociedad que precisa, más que nunca, de los cuidados profesionales de las enfermeras. Y en esa lucha fraticida, mientras tanto, quedan sin atender cuidados básicos que no es que no existan, sino que son abandonados por las enfermeras y asumidos por otros profesionales. Cuando queramos recuperarlos, posiblemente, sea demasiado tarde y nos quedaremos sin la responsabilidad de algo que nos identifica, como son los cuidados.
Estamos pues, ante un escenario incierto. Aunque yo quiero percibirlo como esperanzador, por lo trascendente que resulta que se convierta en realidad y porque nadie entendería que finalmente no se produjese esa unidad que más que nunca nos hace falta para avanzar y afianzarnos como profesión y disciplina.
Es tiempo de abandonar los personalismos, las disputas particulares, los intereses corporativistas, los recelos, las envidias, los egoísmos, los rencores y ponerse a trabajar, desde la diferencia, en la construcción de un escenario común para las enfermeras en el que las diferencias sean aquellas que contribuyan a enriquecer, mejorar y visibilizar nuestra aportación y a minimizar, combatir o eliminar las dificultades o barreras que lo permitan. El debate, la reflexión, el pensamiento crítico, el análisis, deben incorporarse como elementos fundamentales para lograrlo, sustituyendo a la descalificación, el demérito o las intrigas que tan solo contribuyen a generar un ambiente de pesimismo que replica las males artes de la actual clase política que, por otra parte, es a quien debemos demostrar nuestra unidad de acción que no de pensamiento y que se fortalece desde la diversidad y la pluralidad disciplinar y profesional.
Que las siglas, los logos, los eslóganes… no sean motivo de enfrentamiento y que el único estandarte común sea el del interés general de las enfermeras que ya son suficientemente maduras para identificar quiénes y cómo les representan en cada caso, pero que también lo son para demandar un esfuerzo de todos los representantes, que permita el consenso y la unidad en temas de interés común.
El contexto en el que estemos no dependerá de nosotros, pero el escenario que en el mismo creemos sí que es responsabilidad de todos cuantos, de una manera u otra, en mayor o en menor medida, tenemos representatividad enfermera. Representatividad, por otra parte, que debe trascender al protagonismo, para situarse en el ámbito de la entrega, la implicación y el trabajo por y para las enfermeras a las que decimos representar.