TRAGEDIA Y ESTRATEGIA Actitud enfermera

                                                                                   “La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha.”

Aristóteles[1]

 

 Tras la tragedia que supuso la pandemia de la COVID, el tiempo transcurrido ha actuado como un inmenso borrador de lo ocurrido. La memoria humana es selectiva. Posiblemente como mecanismo de defensa ante acontecimientos dolorosos. Pero más allá de esa comprensible defensa, también existe una incomprensible actitud de olvido premeditado y consciente que nada tiene que ver con la protección individual y colectiva y sí, y mucho, con un intento por recuperar una falsa normalidad obviando e incluso eliminando cualquier vestigio de recuerdo sobre lo sucedido y el daño causado. Ni el dolor, la muerte, la soledad, la angustia, la falta de información, las negligencias, las omisiones imperdonables, las actitudes canallescas, pero tampoco los sacrificios, la empatía, los cuidados terapéuticos, la entrega, la solidaridad, la profesionalidad, aunque fuese mal asimilada con heroicidad… perduran en la memoria colectiva. Simplemente se ha pasado página, se ha corrido un tupido velo de olvido.

Hemos incorporado una terrible naturalización de los desastres a los que asistimos. Nos escandalizan, duelen, paralizan… durante los primeros momentos de su desarrollo, para pasar a ser parte natural e inalterable de nuestras vidas. Las guerras, las pandemias, los desastres naturales… se suceden como secuencias de una película de horror que inquietan pero que, una vez vistas, son eliminadas de nuestra memoria, hasta el siguiente estreno, palomitas incorporadas.

Asistimos, con parecida naturalidad a la descrita, al esperpento diario de la confrontación política, convertida en una lucha de fango, sin reglas ni treguas, por parte de quienes de autodenominan defensores públicos o protectores de una patria muy particular y exclusiva para algunos.

Mientras tanto, se producía un nuevo, desolador y trágico desastre natural que arrasaba pueblos enteros provocando destrucción y muerte en la provincia de València (España) y en otras provincias, aunque muchísimo menor efecto.

Un acontecimiento que, nuevamente, ha conmovido a la población general y ha puesto en evidencia determinadas actitudes y decisiones de las/os responsables políticas/os. Una nueva página que ha hecho pasar las de las guerras de Israel contra Gaza y Líbano o la de Rusia contra Ucrania. Es evidente que nos toca mucho más de cerca, pero ¿cuánto durará el recuerdo del horror activado inicialmente con esta nueva desgracia? Mejor no hagamos pronósticos ni apuestas al respecto.

Pero esta mención a la selectividad de nuestra memoria y también de nuestros sentimientos no trata de ser una denuncia, ni un reproche. Tan solo reflexiono sobre cuál es el tipo de sociedad, de comunidad, en que vivimos y convivimos.

Es en esta sociedad y comunidad en las que también trabajamos y prestamos cuidados las enfermeras. Y más allá de otras consideraciones me quiero detener en cuál considero es y debe ser nuestra respuesta como enfermeras, particularmente las comunitarias, en este nuevo escenario de sufrimiento, dolor y muerte.

No pretendo dar lecciones de nada ni a nadie. Tan solo comparto mis reflexiones sobre cuál es mi sentimiento como enfermera y cómo siento que deberíamos actuar.

No pongo en duda, en ningún momento, la respuesta sanitaria que se está dando desde el minuto cero par parte de las enfermeras en cada uno de los lugares afectados por la tragedia junto a la del resto de profesionales. Está siendo ejemplar como siempre que se producen situaciones de peligro para la salud de la población.

Pero me planteo si más allá de la asistencia sanitarista que se da como respuesta estándar, se plantean otro tipo de intervenciones.

Porque, está claro, que la asistencia a la supervivencia y a la prevención de riesgos que ocasionen más víctimas es prioritaria. Pero la situación de caos generada, la desesperación creada por la falta de información, el aislamiento, la incertidumbre, el miedo, la pérdida de enseres y vivienda… provocan un impacto y unos efectos sobre la población que no pueden ni deben ser relegados a un segundo plano. Resulta prioritaria la intervención comunitaria que permita atender con calidad y calidez las necesidades provocadas de manera tan abrupta por el desastre. Las enfermeras comunitarias deberían asumir la responsabilidad y la iniciativa de liderar estas acciones sin tener que esperar a que a alguien se le ocurra, que lamentablemente no se le va a ocurrir, cómo actuar. ¿Por qué entonces no se generan este tipo de respuestas?

Son múltiples las razones que podría plantear. Pero me quiero detener en analizar y reflexionar sobre la que considero es una de las principales.

La formación de las enfermeras, como la del resto de profesionales de la salud, está centrada en la asistencia a las situaciones de enfermedad en entornos con una supuesta y normotípica normalidad social y en el marco de las organizaciones sanitarias. Ya he comentado en múltiples ocasiones la focalización de la formación enfermera dirigida a la demanda generada por los sistemas sanitarios, olvidando el compromiso social que la universidad tiene con la comunidad de la que forma parte al no centrar sus esfuerzos y recursos a formar enfermeras para la comunidad. Para una comunidad que no podemos olvidar, es dinámica, cambiante y diversa y, por tanto, requiere de respuestas adaptadas a las necesidades que la misma genera y no tan solo a las que emergen de los sistemas sanitarios caducos en los que mayoritariamente se integran las enfermeras para sucumbir a la dinámica médico asistencialista que los impregnan.

Esta rutina organizativa conduce a que se anulen las posibilidades de acción, intervención e iniciativa ante hechos que no se incorporan en la formación reglada como estándares, normales o habituales. Se forma ante urgencias y emergencias, pero tan solo desde una perspectiva de asistencialismo ante lesiones, rescates, resucitación cardiopulmonar… pero poco o nada sobre cómo actuar en y con la comunidad para afrontar el desastre y sus consecuencias.

Por ejemplo, ante la situación provocada por la Dana en València. Más allá de la asistencia sanitaria, repito que necesaria y comprensible, ¿nos planteamos las enfermeras comunitarias, que tenemos datos de la población asignada, la situación de soledad, aislamiento, desprotección, miedo, ansiedad… de muchas personas con discapacidad o pérdida de autonomía y de sus familiares? ¿activamos las posibilidades de coordinar recursos comunitarios? ¿identificamos posibles riesgos potenciales tras el desastre como la aparición de infecciones por la falta de agua potable, el estancamiento de agua y lodo, la descomposición de cadáveres de animales…? ¿tratamos de coordinar acciones intersectoriales que respondan a la destrucción de recursos y activos para la salud elementales como escuelas, parques, centros sociales…? ¿impulsamos acciones de intervención comunitaria tendentes a organizar a la comunidad y que sea capaz de afrontar el inmenso problema al que se enfrenta? ¿pensamos en las consecuencias que para la salud mental tendrá un contexto tan terrible?… Son tan solo algunas posibilidades de acción que deberían formar parte de una respuesta inmediata y autónoma de las enfermeras comunitarias. Quedarse en los centros de salud, si es que no han sido igualmente destruidos por los efectos de la Dana, esperando a que vaya alguien a ser asistido no es la respuesta. Esperar, como decía, a que alguien les diga que salgan a la comunidad tampoco. Pero no lo hacen porque, por una parte, tienen miedo, por otra inseguridad y por otra generan resistencia.

No se trata de llevar a cabo actos de voluntarismo. Es una obligación la que, como enfermeras, tenemos con la salud comunitaria. Que nadie se confunda. Quien considere que su acción enfermera se limita a asistir la enfermedad o a actuar cuando se le diga, debería pensar seriamente en dedicarse a otra actividad que genere menos daño a la población y a la disciplina de la que se beneficia sin responder como la disciplina le exige.

Planificar, organizar, actuar, evaluar, liderar, son parte inseparable de la acción enfermera. Pero para ello hay que tener pensamiento crítico, asumir responsabilidad (que conlleva asumir riesgos) y responder autónomamente ante situaciones de cualquier índole.

Por su parte quienes, teniendo las responsabilidades políticas de tomar decisiones, no identifican como prioritario contratar o destinar a enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, que posiblemente tengan contratadas en hospitales, para llevar a cabo este tipo de intervenciones, están actuando con irresponsabilidad manifiesta. Se pide la intervención del ejército, de protección civil… pero ni tan siquiera se piensa en la posibilidad de que las enfermeras puedan aportar algo a esta situación, más allá, claro está, de la asistencia a heridos, desde una mentalidad alienada con el modelo asistencialista del sistema sanitario. Se despliegan psicólogos, pero se ignora la intervención de enfermeras de salud mental. Se abandona a su suerte a las residencias de personas adultas mayores sin reparar en la importante aportación de enfermeras especialistas en geriatría y gerontología.

Estamos ante una sociedad enferma. Cada vez tengo menos dudas y más certezas. Y la sociedad lo está porque quienes la rigen la contagian con sus actitudes y decisiones. Está enferma porque solo tiene mirada para la enfermedad en una supuesta y falaz búsqueda de la salud desde una perspectiva dicotómica y antagonista que no se ajusta a la realidad. Está enferma porque se actúa tan solo ante las consecuencias y no tratando de que no se produzcan. Está enferma porque se anteponen las necesidades de los lobbies a las de la sociedad. Está enferma porque el individualismo, el hedonismo, la inmediatez o la falta de solidaridad (salvo de manera puntual y excepcional), son los síntomas permanentes que configuran su cronicidad. Está enferma porque se anula la capacidad de pensar de la ciudadanía. Está enferma porque se silencia o se ignora constantemente la disparidad de criterios. Está enferma porque se priorizan los beneficios económicos a los de la salud y el bienestar. Está enferma porque destruye el entorno en el que se desarrolla y niega las consecuencias de su acción. Está enferma porque juega a los equilibrios imposibles y evita los imprescindibles. Está enferma porque se destruyen derechos y se limita la equidad en nombre de la libertad y la democracia.

Una sociedad enferma que precisa respuestas globales, atención integral, integrada e integradora, nuevos agentes de salud, participación ciudadana, toma de decisiones compartida, abogacía por la salud, ética y estética, humanización, cuidados profesionales y respeto por la dignidad humana.

. Una sociedad que necesita que se le dé la voz para tomar sus propias decisiones en lugar de obedecer o acceder con pasividad, desde la falsa creencia de hacerlo en libertad porque le dejan votar periódicamente. Una sociedad que debe concienciarse de la necesidad de cuidar su entorno para que sea saludable y no tan solo bonito desde un patrón urbano. Una sociedad que asume su destino con resignación en lugar de hacerlo desde la resistencia. Una sociedad que precisa que las universidades formen enfermeras para la comunidad. Una sociedad que requiere enfermeras que respondan a sus necesidades en lugar de hacerlo a la de las organizaciones sanitarias o a las de quienes las rigen y maniatan en un modelo caduco, ineficaz e ineficiente.

Las enfermeras, debemos entender, asumir e interiorizar que tenemos una responsabilidad con la población que no podemos eludir o ignorar. Que tenemos que posicionarnos clara, rigurosa y permanentemente ante situaciones que afectan la salud de las personas, las familias y la comunidad más allá de la biología humana. Que de nosotras y de nuestras decisiones depende que la calidad de los cuidados que prestamos sea real y no tan solo una actitud ligada a la simpatía. Que de nosotras depende que el afrontamiento ante el dolor, el sufrimiento y la muerte sea una prioridad de intervención individual y colectiva. Que de nosotras depende que las conductas, hábitos y comportamientos se traduzcan en resultados de salud y no tan solo en riesgos de enfermedad. Que de nosotras depende que respondamos con determinación ante situaciones de emergencia más allá de la asistencia.

Lo que está sucediendo en València no puede ni debe quedar tan solo en un impacto mediático que se diluya con el tiempo y con el entierro de las víctimas. Porque las consecuencias de lo sucedido perdurarán en las familias y requerirán que la memoria selectiva no elimine el recuerdo de las múltiples necesidades que demandará la comunidad. Porque, lamentablemente, ya no serán objeto de programaciones especiales, ni de intervenciones efectistas. Y ahí deberán estar las enfermeras comunitarias para atender, que no tan solo asistir, las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

Una tragedia que debe hacernos reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando las enfermeras de manera global y no tan solo local.

Está en nuestras manos y en nuestra voluntad llevar a cabo transformaciones radicales que permitan sanar a esta sociedad enferma en la que vivimos. Para ello, las enfermeras, tenemos una responsabilidad que debemos asumir desde una acción colectiva en un contexto iberoamericano de enfermería cada vez más necesario.

Que las lágrimas no nos impidan ver la luz de la realidad que demanda nuestra atención.

[1]  Filósofo, polímata y científico griego (384 a.c.-322 a.c.).

FUERZA ENFERMERA Cuando la profesión no solo va por dentro

                                                             Dedicado a Elvira Gras, Marta Gran, Pablo Serna, Andrés Climent,                                                                    David Bermejo, Daniel Giménez, Isaac Badía, Albert Llorens y todas  las enfermeras jóvenes que tienen la fuerza para generar el cambio.

 

“La medida más segura de toda fuerza es la resistencia que vence”.

Stefan Zweig[1]

 

Recién acabadas las Jornadas Nacionales de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)[2], celebradas en Ponferrada (España), me asaltan pensamientos y sentimientos tan diversos como, en ocasiones, divergentes.

Ha sido un espacio científico de gran nivel que me ha permitido reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra profesión enfermera que, a veces, damos por sabidos, entendidos o asumidos. Cuando en realidad distan mucho de ser, ni tan siquiera, conocidos. De ahí que se genere el torbellino al que hacía referencia, que provoca una fuerza de absorción y de atracción de la que resulta muy difícil escapar.

Pero lejos de ser interpretado como un peligro o amenaza, esa fuerza centrípeta, la identifico como una gran oportunidad de innovación, ilusión, compromiso, trabajo compartido, desarrollo, consolidación… de nuestra profesión, disciplina y ciencia, la Enfermería en general y la Enfermería Comunitaria en particular.

Dice el dicho popular que “la procesión va por dentro” cuando se habla de una persona que ante una situación difícil, disimula o no exterioriza el sufrimiento que está padeciendo. Haciendo un anagrama[3] con la palabra procesión, podemos decir que la profesión muchas veces, demasiadas según mi opinión, va por dentro. Es decir, las enfermeras solemos disimular o evitamos visibilizar nuestra condición profesional como enfermeras. Como si hacerlo nos situase ante una vulnerabilidad manifiesta o al asumir nuestra condición profesional nos generase sufrimiento o fuese una muestra de debilidad que tratamos de ocultar. Por eso no dejamos que la profesión vaya por fuera. Que sea, visible, manifiesta, perceptible, sensible.

Por tanto, esa introspección profesional hace que generemos resistencia al cambio, al desarrollo, a la innovación, al reconocimiento y en su conjunto al sentimiento de orgullo de pertenencia.

Necesitamos hacer un ejercicio de autoestima que devuelva, a quienes lo perdieron o nunca lo tuvieron, el sentimiento de orgullo, de ser y sentirse, parte de la Enfermería como enfermeras. No hacerlo nos invisibiliza y sitúa en una posición de vulnerabilidad producto de nuestra propia pasividad y conformidad. Se requiere un ejercicio de extroversión sin miedo ni reservas que nos haga sentir vivas, capaces y valientes para afrontar nuestro presente y nuestro futuro, siendo conscientes y agradecidas con nuestro pasado y sus principales referentes. Una valentía que, en ningún caso, supone ser temerarias, irresponsables e irracionales. Porque precisamente, de lo que se trata, es de ser coherentes y actuar con determinación científica.

Por eso, estas jornadas en las que acabo de participar, han supuesto una clara apuesta por la transformación radical que requiere nuestro sistema sanitario, nuestro modelo educativo, nuestra actitud ante las necesidades, nuestra imagen y actitud como enfermeras, nuestra aportación cuidadora… Apuesta que deriva de la gran aportación realizada y trasladada por enfermeras jóvenes, competentes, decididas, realizadas, rigurosas y, sobre todo, orgullosas de ser y sentirse enfermeras sin ningún tipo de reservas, miedos o complejos. Con la cabeza alta, la mirada firme, el pulso sereno, la voluntad audaz… en definitiva, empoderadas como enfermeras capaces de responder con rigor y humanidad a las demandas de salud de las personas, las familias y la comunidad, teniendo en cuenta los determinantes sociales y morales, la ética y la estética de los cuidados, la evidencia científica y la participación activa de las personas sanas y enfermas… como respuesta necesaria e imprescindible a su dignidad humana.

Una fuerza que, además, trasladan con humildad, que no con sumisión, con gratitud, que no subsidiariedad, con compasión que no insensibilidad, con reconocimiento, que no con desprecio, hacia quienes identifican como referentes y maestras/os.

Fuerza que logra impactar tanto en noveles como en seniors y saca del silencio, la inacción, la introspección, la lástima, la interpretación, los juicios de valor… a quienes retienen la profesión por miedo a hacerla patente.

Fuerza que permite identificar las fortalezas que, como enfermeras, tenemos y somos capaces de activar para prestar cuidados de calidad y calidez.

Fuerza que nos saca de la oscuridad para situarnos a la luz de la realidad de una sociedad dinámica que requiere de adaptaciones constantes para identificar las necesidades sentidas de salud y saber responder con rigor y proximidad.

Fuerza que nos empodera, pero no nos engola, dejando espacio a la participación comunitaria, al trabajo transdisciplinar, a la intersectorialidad, sin renunciar a nuestra identidad y especificidad.

Fuerza que moviliza nuestros recursos como profesionales para saber y poder identificar los de las personas, las familias, las redes sociales y de la comunidad, con el fin de articularlos y que sean capaces de aportar su potencial de salud.

Fuerza que, desde una perspectiva y posicionamiento, salutogénicos, permiten dar valor y coherencia a los activos para la salud. Pasando de los factores de riesgo a las oportunidades de salud, de la asistencia a la enfermedad a la atención a la persona y su salud, de la dependencia al autocuidado, del paternalismo al reconocimiento de la autonomía, de la imposición al consenso, de la pasividad a la acción.

Fuerza investigadora capaz de generar pruebas que sustenten la atención enfermera con argumentos contrastados y sustentados en la ciencia enfermera, sin renunciar por ello a la aportación de otras ciencias.

Fuerza para definir indicadores precisos que aporten datos de eficacia, eficiencia y efectividad de nuestra aportación específica a la salud, la satisfacción, la calidad… como impacto real de los cuidados enfermeros, anulando o minimizando los intentos de ocultación, ignorancia o silencio.

Fuerza para liderar equipos diversos en situaciones cambiantes y complejas con determinación y una firme preparación.

Fuerza para asumir la competencia política que nos permita contribuir, de manera clara y decidida, a que la salud forme parte de todas las políticas. Competencia política para realizar una abogacía por la equidad, la accesibilidad, la libertad, los derechos humanos… en definitiva una abogacía por la salud integral, integrada e integradora.

Fuerza que nos permite ser identificadas como bien intrínseco de salud, es decir, como aquellas/os profesionales que tan solo nosotras/os pueden dar respuesta a las necesidades de cuidados profesionales que requieren las personas, las familias y la comunidad.

Fuerza que nos sitúa mucho más allá de los sistemas sanitarios en donde se nos ha encasillado tradicionalmente. Dando respuestas allá donde las personas viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… para trabajar con y para la comunidad de manera global.

Fuerza que trasciende fronteras y nos sitúa en un marco de referencia iberoamericano desde el que dar respuestas de salud desde una nueva conciencia global con enfoque holístico para afrontar la desigualdad social desde la justicia social y la equidad. Incorporando a nuevos actores en el marco de una ciudadanía global comprometida y corresponsable capaz de tomar decisiones sobre su salud y la de las comunidades en las que están integradas. Identificando la diversidad y la diferencia de la multiculturalidad, de la pluralidad de valores, de la multiplicidad de normas, del conjunto de sentimientos, emociones, creencias… que configuran un contexto con muchos aspectos comunes y con diferencias que, lejos de crear diferencia, pueden y deben enriquecer la capacidad de respuesta de las enfermeras iberoamericanas.

Fuerza que no es casual y que como sucede con la energía ni si crea ni se destruye, se convierte. Porque la Enfermería ya está creada y no requiere recrearla como algunos pretenden y porque nadie va a ser capaz de destruir por pucho que se empeñen en ello. Otra cosa, bien diferente, es que seamos capaces, nosotras mismas, de convertirla, adaptarla, modelarla, estructurarla… sin perder nuestra esencia ni nuestra ciencia. Porque aseveraciones como las de «la enfermera es líder natural», o la idea simplista del emprendedurismo, sin profundizar, tan solo contribuyen a la creación de una falsa identidad que, además, suele dar respuesta desde paradigmas alejados del enfermero. Se requiere, por tanto, la fuerza del pensamiento crítico, del análisis, de la reflexión, para desarrollar una mirada enfermera autorizada y respetada que contribuya a llevar a cabo las transformaciones radicales que se requieren y que, lamentablemente, son constantemente paralizadas por la influencia de intereses corporativistas y mercantilistas de los grandes lobbies profesionales o de la industria.

Una fuerza libre de compromisos oportunistas, de condicionantes interesados, de ataduras impuestas, de restricciones normativas, de mordazas silenciadoras, de barreras que impidan avanzar. Pero una fuerza que seamos capaces de generar con autodeterminación, autonomía y libertad. No esperando que sea activada por otros.

Y es esa fuerza la que sin duda logrará que la realidad virtual que se presentó en una de las mesas de las Jornadas, precisamente la de “Enfermeras y futuro” (https://www.facebook.com/share/v/fd9fi9HX4Uo5cncg/?mibextid=WC7FNe), se transforme en una realidad tangible y sin artificios que logre esas transformaciones radicales que las enfermeras tenemos, por lo visto, escuchado y debatido en Ponferrada, más que claras. Porque como dijese Damian Marley[4] “quiero ser una fuerza de cambio.

Hacía mucho tiempo que no asistía a un evento científico en el que la juventud, no tan solo estuviese tan presente, sino que estuviese tan activa, participativa, implicada y comprometida con el futuro de las enfermeras y de la enfermería. Pero también de que tuviese tanta complicidad y estuviese tan aliada con las generaciones más veteranas. Una relación, sin duda, necesaria y que resulta imprescindible para lograr la retroalimentación en ambas direcciones. Si importante es la fuerza que traslada la juventud, no menos trascendente resulta la que, a través de la experiencia, proyectan las enfermeras seniors. La complementariedad en lugar de la exclusión, se configura como la principal herramienta para convertir la energía en fuerza de desarrollo, avance, y progreso de la profesión enfermera. Profesión enfermera que va tanto por dentro, como por fuera, para que la misma sea identificada, valorada y reconocida.

Ese contexto de oportunidad y fortaleza no es, por otra parte, casual, nada lo es. Se trata de un contexto que se viene construyendo desde hace 30 años por parte de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC). Contexto en el que confluyen realidades diferentes, sentimientos diversos, expectativas variadas, planteamientos desiguales, culturas múltiples, contextos alejados geográficamente, pero próximos en la identificación de una misma ilusión y un mismo objetivo… pero en el que se integran de manera natural para transformar la fuerza cuidadora de la Enfermería Comunitaria. Al igual que el contexto que representa y configura la Asociación Internacional de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALADEFE)[5], en un trabajo permanente, multinacional y diverso de consolidación de la fuerza enfermera. Son contextos diferentes con un mismo planteamiento, la construcción del contexto Iberoamericano de Enfermería, sin que el mismo oculte o elimine la singularidad de ninguno de ellos. Ambos necesarios, complementarios, capaces, reales y tangibles.

Estoy convencido de que en AEC y ALADEFE y desde AEC y ALADEFE, seremos capaces de hacer realidad lo que ahora tan solo vemos como una propuesta virtual o incluso utópica. Nadie, hace años hubiese creído que la realidad que vivimos, con todas sus limitaciones, fuese posible. Pero aquí está y lo está por la fuerza de quienes siempre creyeron que esta apuesta era tan necesaria como posible.

Gracias por ello a quienes lo hicieron, lo hacen y lo harán posible.

[1]  Escritor, biógrafo y activista social austríaco, posteriormente nacionalizado británico, en la primera mitad del siglo XX (1881 – 1942).

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/

[3] Cambio en el orden de las letras de una palabra o frase que da lugar a otra palabra o frase distinta.

[4] Cantante y músico jamaicano, ganador de tres premios Grammy, y artista de roots reggae y dancehall (1978)

[5] https://www.aladefe.net/

ASOCIACIÓN ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC) Alma, corazón y vida

“La gratitud silenciosa no es de mucha utilidad para nadie”.

GB Stern[1]

Era el año 1994 y hacía pocos años que se había iniciado el denominado Nuevo Modelo de Atención Primaria de Salud (APS). En el mismo, nos integramos las enfermeras con expectativa, ilusión, motivación, pero también con muchas dudas e incertidumbre. Se trataba de un espacio nuevo y desconocido que ofrecía oportunidades de desarrollo autónomo para las enfermeras. Pero para el que no estábamos formadas. Así mismo, era un contexto que encerraba amenazas, no por conocidas menos peligrosas, que trataban de impedir precisamente ese desarrollo que algunos identificaban como una amenaza a sus intereses.

La curiosidad, la innovación, la creatividad… , ante la falta de formación específica, fueron los motores que impulsaron la integración de las enfermeras en los primeros centros de salud, y que sirvieron para configurar el papel que debían asumir en los mismos junto a profesionales de otras disciplinas en un trabajo en equipo que, si bien era constantemente referido, nadie sabía cómo llevar a cabo realmente. Así pues, se trataba de un reto en el que las voluntades de sus integrantes no siempre eran coincidentes ni tan siquiera positivas, provocando fricciones y conflictos derivados de intereses corporativistas, protagonismos, desconfianza, ataques y demandas, que de todo había.

La falta de información, formación, criterios, organización… contribuían a que el funcionamiento de los denominados Equipos de Atención Primaria de Salud (EAPS) se basase fundamentalmente en el voluntarismo y adoleciese de bases normativas sólidas que avalasen las decisiones y garantizasen la consolidación de las acciones derivadas de las mismas.

La evolución de la APS, estaba acompañada de luces y sombras que impedían que progresase con la normalidad y regularidad que requería, generando funcionamientos dispares y relaciones no siempre estables y ni tan siquiera de respeto.

Esta situación de inestabilidad fue, precisamente, el detonante que propició el que enfermeras de APS de la Comunitat Valenciana decidiesen reunirse para abordar lo que estaba pasando y la difícil posición en la que se encontraban. Sin apoyo institucional y con una clara indefinición sobre su perfil y autonomía profesional.

La sombra de unas acacias en los Jardines de Viveros de la ciudad de Valencia fueron el primer, improvisado y natural espacio de reflexión y debate elegido por este grupo de enfermeras, del que surgió la necesidad de crear una Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria.

Mentiría si dijese que existía un planteamiento de base claro, firme y unánime sobre qué es lo que se debía de hacer. Las propuestas iban desde la creación de un sindicato, a la formación de grupos de presión sin una estructura clara y definida. Pero, precisamente, el análisis, la reflexión y el debate condujeron a que la opción de una Sociedad Científica tomase cuerpo.

No existía, por aquel entonces, experiencia ni presencia de muchas sociedades científicas enfermeras y mucho menos del ámbito de la APS que tan poco recorrido tenía todavía en nuestro país. Sin embargo, fue tomando forma lo que tan solo fue una idea y que acabó concretándose en lo que hoy es una realidad firme, consolidada y en permanente expansión.

Puede que haya quien crea que fue algo fortuito, casual, improvisado, sin fundamento. Nada más lejos de la realidad.

En ese momento en el APS la única realidad científica era la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC). Aunque, teniendo en cuenta los conflictos que la citada Sociedad estaba generando entre los médicos nos planteábamos si era la mejor opción de partida.

En cualquier caso, la aproximación nos sirvió, sobre todo, para saber qué es lo que no teníamos que hacer y lo que no debíamos mimetizar como tan acostumbradas/os estábamos a hacer las enfermeras con relación a los médicos.

Tras varias reuniones en lugares tan variopintos como parques, cafeterías, centros sociales… se decidió que la Sociedad Científica se denominase Asociación de Enfermería Comunitaria con el acrónimo de AEC. Determinamos pues, que las enfermeras que trabajábamos en APS fuésemos denominadas enfermeras comunitarias y no de APS como hasta ese momento se nos identificaba tanto a nivel institucional como profesional. No se trataba de una cuestión de imagen ni de un capricho. Fue una decisión meditada y con una clara visión de presente, pero, sobre todo, de futuro. No mimetizamos la denominación de la especialidad médica, aunque años después se nos impusiese, como en tantas otras cuestiones ha sucedido con nuestra profesión/disciplina. Determinamos que éramos enfermeras de la comunidad y que nuestra aportación cuidadora era por, para y con la comunidad. Entendiendo que la comunidad abarcaba tanto a la familia como a las personas de manera individual. A pesar del poco tiempo de desarrollo que llevábamos en APS, supimos diferenciar claramente lo que era un ámbito de atención, la APS, de lo que era una visión global de salud integrada en la salud pública y con vocación de servicio y de abogacía por la salud, como era la Comunidad en la que conviven, trabajan, estudian, se divierten…las personas tanto sanas como enfermas. Y era precisamente en y con la Comunidad donde las enfermeras comunitarias teníamos nuestro ámbito de atención más allá del centro de salud o de cualquier otra estructura sanitaria.

Definido el marco de referencia con y con el que nos identificábamos, redactamos los estatutos[2], los fines, la misión, los objetivos[3]… elegimos el logo que nos representa y, el 26 de noviembre de 1994 en Asamblea celebrada en Alcoi (Alicante) nos constituimos como Sociedad Científica. Eligiendo la que sería primera Junta Directiva de la AEC, tal como se recoge en el Acta Fundacional[4], presidida por la reciente y tristemente desaparecida Mª Jesús Pérez Mora.

La AEC iniciaba su camino en la Comunitat Valenciana, pero con una clara visión de crecimiento y desarrollo. De hecho, en su denominación no tan solo no se acotó al ámbito autonómico, sino que, ni tan siquiera, al nacional, con una visión de futuro que el paso del tiempo ha puesto de manifiesto.

La AEC pronto se dio a conocer y despertó el interés de enfermeras de diferentes comunidades autónomas como La Rioja o Canarias.

Las actividades científicas que se desarrollaron permitieron crear un foro científico de reflexión y construcción de la Enfermería Comunitaria, inexistente hasta ese momento, en el que participaron referentes nacionales e internacionales tan importantes y singulares como Mari France Collière, Rosa Blasco, Rosamaría Alberdi, Mª Victoria Antón… lo que propició que se fuesen incorporando enfermeras del resto de comunidades autónomas que conformaban ya una realidad nacional.

Su crecimiento, relevancia, pero también su espíritu de unidad, hizo que en el seno de la AEC se plantease la creación de una Federación de Enfermería Comunitaria que reuniese a las diferentes Asociaciones y Sociedades autonómicas de APS y Enfermería Comunitaria que habían ido surgiendo para, de esta manera, alcanzar una mayor cohesión. De dicho proceso surgió la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP). Lamentablemente el afán de protagonismo y la falta de consenso en cuanto a la organización de la citada Federación condujo a que la AEC se desvinculase del proyecto que ella misma había generado. De tal manera que a partir de ese momento coexisten, con diferencias no siempre conciliables, la AEC y FAECAP. La experiencia de la SENFyC, sin quererlo, la replicaba Enfermería.

La creación del que fue el Boletín de Enfermería Comunitaria (BEC)[5] como canal de comunicación con las/os socias/os y las enfermeras comunitarias en general dio paso al actual órgano de difusión científica, la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC)[6] que en la actualidad es ya una revista de referencia, indexada en importantes bases de datos nacionales e internacionales.

La AEC no perdió nunca su vocación de trabajo compartido, transdisciplinar, intersectorial y participativo y por ello se integró en la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) de la que forma parte, como única sociedad científica enfermera, logrando que las enfermeras comunitarias sean identificadas, valoradas y respetadas como profesionales de referencia en Salud Pública y Comunitaria en igualdad al resto de disciplinas que la integran.

La visibilidad, referencia, difusión, impacto… generados por la AEC han permitido que su presencia en instituciones, foros de trabajo, grupos de discusión, organismos públicos y privados… sea imprescindible.

Enumerar las acciones en las que ha participado la AEC y los logros derivados de las mismas supera con mucho el espacio de esta reflexión y tampoco es mi intención hacerlo. Pero no haría justicia con la historia sino hiciese una mención especial al papel relevante que tuvo en el impulso, concreción y desarrollo de la actual especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria aprobada y publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE) en 2005, en cuyo programa formativo también participó a través de la Comisión Nacional de la que formaron parte varias/os socias/os de la AEC[7].

La expansión de la AEC traspasó fronteras y actualmente tiene implantación internacional con nueve vocalías internacionales en Europa y Latinoamérica[8] que se suman a las existentes en toda España[9].

Es difícil, y posiblemente inexacto por las seguras omisiones, resumir en tan poco espacio lo que ha significado para mí la AEC en estos 30 años. Pero, a día de hoy no se puede pensar ni entender la Enfermería Comunitaria sin la existencia y aportación de la AEC.

Del 23 al 25 de octubre, en Ponferrada (España), durante las XII Jornadas Nacionales de la AEC[10], celebraremos el 30 aniversario de su fundación y habrá tiempo para el recuerdo sereno y emotivo.

Han sido 30 años muy intensos, en los que muchas enfermeras, con su trabajo, implicación y compromiso, han logrado que la AEC sea hoy lo que es. Una referencia Científica indiscutible a nivel nacional e internacional, tal como quedó patente, por ejemplo, en las muestras de apoyo que profesionales, políticos, gestores, ciudadanía… trasladaron ya en su 20 aniversario[11].

Durante estos 30 años en los que he sido arte y parte de la AEC he tenido la inmensa fortuna de participar activamente en su desarrollo. Primero como fundador y partícipe directo en diversas responsabilidades. Pero, sobre todo por la presidencia que, durante 12 años (2009-2022), asumí, como continuación de quienes tan magníficamente me precedieron, Desiderio (q.e.p.d.), Silamani, Gálata y Paqui, para posteriormente relevarme con garantía y seriedad la actual presidenta, Mª Isabel Mármol López[12].

Han sido 30 años de vivencias, experiencias, trabajo compartido, construcción, lucha, ilusión, tesón, rigor, determinación… en los que tampoco han faltado las dificultades, amenazas, incertidumbres, barreras… en definitiva, como en casi cualquier grupo, organización o sociedad, un recorrido con claroscuros.

Pero ni las luces me cegaron e impidieron que viera la realidad, ni las sombras me hicieron perder la referencia y seguir el camino iniciado en 1994.

Me resulta muy difícil identificar hechos, acciones, lugares, sensaciones… concretas. No porque no hayan sido relevantes, sino precisamente, por todo lo contrario. Porque han sido tantos que enumerarlos me llevaría, por un lado, a olvidarme imperdonablemente de alguno y porque establecer un orden me resulta de todo punto imposible ya que cada uno de ellos ha tenido importancia y me ha aportado siempre algo positivo.

Pero lo que sí que tengo que destacar es el honor que ha supuesto la convivencia personal y profesional mantenida con enfermeras de puntos tan diferentes y al mismo tiempo tan próximos profesionalmente hablando. El apoyo, ánimo, soporte… recibido de manera totalmente desinteresada, ha sido, sin duda, lo que me ha dado fuerzas siempre para estar al frente de esta Sociedad que trasciende la identidad científica y se convierte en una relación de sentimientos, emociones, valores… que están muy próximos a los de la familia y la comunidad en que se ha convertido la AEC. Sin que ello signifique haber perdido rigor científico, más bien todo lo contrario.

No puedo tener más que palabras de gratitud por todo lo que he recibido. Tengo la impresión, que es mucho más de lo que yo he sido capaz de aportar. En cualquier caso, nada hubiese sido posible sin el equipo humano con el que en todo momento he tenido la fortuna de trabajar. Equipo con una inmensa generosidad, lealtad, humildad, entrega… que han sido los verdaderos artífices de lo que es y significa la AEC. Yo tan solo he sido la imagen, el transmisor, que ha tratado de proyectar lo que entre todas/os ellas/os se construía con denodado esfuerzo, voluntad férrea, sentido común, coherencia y mucha generosidad. He sido protagonista por imperativo del guion, pero la AEC es una obra coral que tan solo se puede entender desde la participación activa y el trabajo compartido. Porque como dijera William Arthur Ward[13], “Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo”. Y yo quiero y necesito dar ese regalo que con tanto cuidado he envuelto en estos 30 años. Sin olvidarme de nadie y, para ello, resulta imprescindible no errar en una relación que resultaría incompleta e imperdonable, si me olvidase de alguien, no porque no fuese o sea importante, sino porque mi memoria me jugase una mala pasada. Por eso, todas/os y cada una de las personas con las que he trabajado, convivido, debatido o incluso discutido, forman parte de mi recuerdo y gratitud.

Llegados a este punto y tras 30 años fantásticos, me hago a un lado. No me oculto, no huyo, no desaparezco. Tan solo salgo del campo de visión para dejar paso a generaciones jóvenes que impriman energía y vigor acompañando a excelentes veteranas/os para seguir construyendo una realidad tan hermosa y necesaria como la de la AEC.

Engañaría si dijera que no me voy con emociones encontradas. Pero me engañaría a mí mismo si pretendiera perpetuarme y ser un jarrón chino que acapara la atención, más por su antigüedad que por su valor real, tal como sucede en algunos ámbitos políticos y sociales muy reconocidos y reconocibles. En palabras de Gabriel García Márquez[14], “No lloro porque ya se terminó, sonrío porque sucedió”. Y con esa sonrisa limito las lágrimas de emoción, que no de tristeza.

Quiero y necesito ser coherente con mis planteamientos y valores y creo que este es el momento de retirarme a una posición en la que siempre se me podrá encontrar si se quiere y requiere.

Nunca olvidaré a la AEC y lo que la misma significa y dignifica. Siempre tendré en mi memoria a las enfermeras que han sido referentes y se convirtieron en confidentes y amigas/os. A quienes se fueron dejando un vacío que tan solo su recuerdo y su aportación singular logran llenar, quedando grabados en mi memoria con toda mi admiración y cariño. Porque como dice la canción, “algo se queda en el alma”. Y lo que en la mía queda, aunque no sepa bien donde situarla, es muy importante, valioso y querido.

Así pues, querida AEC, alma, corazón y vida. Alma para recordarte, corazón para cuidarte y vida para vivirla cerca de ti[15].

Deseo lo que, sin duda, sé que pasará. Que la AEC seguirá siendo el faro imprescindible que guía, tanto en la tempestad como en la calma, a las enfermeras comunitarias. Para seguir aportando los mejores cuidados, individuales, familiares y comunitarios, para mantener sanos a los sanos y para que se recuperen quienes, no estándolo, requieren de nuestra aportación cuidadora profesional.

Nadie esperaba, y algunos no deseaban, que el camino iniciado en 1994 tuviese el recorrido que celebramos en Ponferrada. Brindemos por el mismo y para que le sucedan muchos más años más de éxito y visibilidad enfermera.

[1]  Escritora de novelas, cuentos, juegos, biografías y crítica literaria (1890 – 1973).

 

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/category/120/ESTATUTOS%20de%20AEC.pdf

[3] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion

[4] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/816-acta-de-constitucion-de-la-aec

[5] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/comunicados/1064-mportante-recuperacion-de-boletines-de-enfermeria-comunitaria#comment-34

[6] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/ridec

[7] De hecho, la AEC, redactó la primera propuesta de Programa Formativo de la especialidad, aunque el mismo, desgraciadamente, no tuvo recorrido en su implementación.

[8] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/vocalias-internacionales

[9] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/menu-principal-item-vocalias-territoriales

[10] https://aecponferrada2024.com/

[11] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/1042/PRESENTACIÓN_20_AÑOS.pdf

[12] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/1813-presidencias

[13] Escritor estadounidense (1921-1994)

[14] Escritor, guionista, editor de libros y periodista colombiano (1927-2014)

[15] Adaptación de la canción de Adrián Flores Alvan, alma corazón y vida, interpretada por diferentes cantantes.

FORMACIÓN ENFERMERA Decencia docente

“Una cosa es saber y otra saber enseñar”

Marco Tulio Cicerón[1]

 

                                                                        A la Asociación Internacional de Facultades y Escuelas de                                        Enfermería (ALADEFE) y a la Conferencia Nacional de Decanas/os de Enfermería (CNDE) por el relevante papel que tienen en el necesario cambio docente en Enfermería.

 

Llevo tiempo diciendo que es necesario analizar y reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando como docentes de enfermería en la Universidad.

Tras la supuesta reforma tanto de los planes de estudio como de la metodología de enseñanza aprendizaje impulsada por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), hemos entrado en una dinámica muy poco dinámica, si se me permite la reiteración. Y digo supuesta reforma porque, si bien es cierto, el EEES obligó a determinados cambios, más de forma que de fondo, al pasar de tres a cuatro años de estudio en los Grados y a la manera en que se computaban los créditos en base a los denominados European Credit Transfer System (ECTS), como exponentes máximos que no exclusivos de la reforma, no es menos cierto que no se acompañaron, como hubiese sido deseable, de un cambio en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto por parte de docentes como de discentes. Cambios que no pasaron desapercibidos en Latinoamérica y que sirvieron de base en muchos países para sus reformas curriculares.

Como enfermeras sabemos lo complejo que resulta el cambio de hábitos o conductas. En la docencia se naturalizaron muchos comportamientos que pasaron a convertirse en hábitos y conductas difíciles, no ya tan solo de modificar, sino incluso de plantear dicha modificación, por mucho que el espíritu y la filosofía del EEES dictase lo contrario, con claros mensajes de transformación en cuanto al papel que tanto docentes como estudiantes debían desempeñar en ese nuevo escenario.

Por una parte, al estudiantado ya se le había enseñado durante mucho tiempo, a lo largo de su formación, que su papel era el de oyentes, a lo sumo y en el mejor de los casos de escuchantes de una docencia magistral y protagónica del profesorado. De tal manera que la participación de unos y la iniciativa de los otros quedaron tan solo en el ámbito de la teoría planteada en esa supuesta reforma.

El estudiantado se resistía a asumir el papel de protagonismo que se le asignaba en este nuevo escenario. El profesorado, por su parte, se aferraba a un protagonismo del que, o no quería o no sabía cómo desprenderse.

Si a ello añadimos que el EEES irrumpió en tiempos de crisis económica, impidiendo acometer los cambios estructurales y de infraestructura que el nuevo modelo exigía para que el cambio fuese efectivo, puede ayudarnos a entender el porqué de unos cambios que quedaron a medio camino o al principio del mismo.

Ante esta situación se produjeron, cuanto menos, dos posicionamientos claros. Por una parte, aquellas/os que se resistían al cambio y eran críticas/os con el modelo propuesto. Por otra, quienes identificando y haciendo propio el modelo quisieron llevarlo a cabo sin contar ni con los medios ni con el apoyo de una estructura lenta, conservadora y tradicional como la de la Universidad, por mucho que quiera aparentar otra cosa. Por tanto, las resistencias de unas/os, las carencias de otras/os y la contención del contexto, llevaron a que el cacareado EEES, quedase, mayoritariamente, en un nuevo cúmulo de buenas intenciones que pronto se diluyeron para caer nuevamente en la rutina docente. Aunque la misma se revistiese de innovación.

El sistema educativo superior/universitario sigue siendo un pesadísimo y lento mecanismo, salpicado de experiencias voluntaristas que tratan de llevar a la práctica lo que la teoría trasladaba quedando, por tanto, lamentablemente convertidas en meras anécdotas que aun siendo plausibles e incluso excelentes ejemplos de cómo proceder, no tienen la capacidad de generalizarse y favorecer el cambio que el modelo planteaba. Es curioso, porque finalmente, sucede como en el Sistema Sanitario que el modelo medicalizado que lo impregna y los artífices y defensores acérrimos del mismo impiden que la voluntad de cambio quede precisamente, en eso, en una voluntad quebrantada permanentemente deseada y perpetuamente insatisfecha.

En este mar revuelto, nadamos y guardamos la ropa, sin que seamos capaces de avanzar y con la dificultad que supone tener que estar vigilantes para no perder la vestimenta. Es decir, inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido y tranquilidad.

Posiblemente este panorama, que describo muy superficialmente, pueda ser la excusa perfecta para que nadie hagamos nada. Los unos por los otros la casa sin barrer. El no quiero, con el no me dejan y el no puedo componen una ecuación en la que siempre existe una incógnita que parece, no pueda o quiera despejar nadie.

Lo bien cierto, es que el paso del tiempo no ha servido para cambiar nada. Más bien todo lo contrario. La rutina y la inacción han acabado apoderándose de la voluntad, la iniciativa e incluso la predisposición de quienes creyeron en el cambio propuesto. Alimentando aún más la pasividad de quienes nunca tuvieron la más mínima intención de asumirlo si quiera.

Es cierto que, en el caso de la docencia enfermera, muchos de los cambios propuestos en el EEES ya eran desarrollados por parte de algunas/os docentes, actuando el citado espacio europeo como aliciente a su ya innovadora acción. Pero ni era una tónica generalizada, ni tan siquiera era una actitud proactiva al cambio. De hecho, los nuevos planes de estudio mimetizaron errores pasados; perpetuaron metodologías caducas; reforzaron contenidos alejados del paradigma enfermero al tiempo que impedían la incorporación de otros nuevos que fortalecieran la disciplina enfermera autónoma; se introdujeron cambios semánticos que actuaron eufemísticamente sin que, en realidad, generasen cambio alguno (por ejemplo las prácticas pasaron a denominarse prácticums que tenían entidad propia de asignatura pero seguían manteniendo exactamente los mismos planteamientos de unas prácticas que en muchas ocasiones tan solo eran estancias improductivas, e incluso nocivas, en los servicios de salud para el aprendizaje de las/os estudiantes); se incorporó el Trabajo Fin de Grado (TFG) como intento de aproximación e interés por la investigación, consiguiendo el efecto contrario al inicialmente planteado, es decir, rechazo generalizado del estudiantado hacia ella y la percepción de una carga sobreañadida de trabajo por parte del profesorado que tenía que actuar tutorizándolos. En definitiva, se pasó de tres a cuatro años sin que sirviera realmente para un cambio real en la formación de enfermeras que diera eficaz respuesta a las necesidades de cuidados de la sociedad. Dando nuevamente respuesta a quienes, desde el sistema sanitario medicalizado y técnico, demanda enfermeras cada vez más tecnológicas y menos cuidadoras.

La pandemia puso en evidencia la insuficiencia de unos cuidados que se hicieron más necesarios que nunca a pesar del abordaje casi exclusivamente medicalizado y hospitalario que se decidió dar, como de manera errónea posteriormente se demostró, al dolor, la soledad, el sufrimiento y la muerte que causó.

Ni tan siquiera esta circunstancia fue suficiente para generar un cambio de actitud y de determinación en los planes de estudio de enfermería, que se mantuvieron inalterables en su visión sanitarista, asistencialista y alejada cada vez más del cuidado humanizado. Los cuidados permanecen presentes como etiquetas sin más valor que el de la apariencia y sin que los mismos sean realmente identificados, valorados, interiorizados o visibilizados como identidad enfermera.

La fascinación tecnológica y técnica del estudiantado, que incluso puede ser entendida que, no asumida, no se contrarresta o equilibra con una docencia que ponga en valor los cuidados y las respuestas enfermeras a las necesidades de salud o de afrontamiento a los problemas de salud desde el paradigma enfermero y en cualquier ámbito social o comunitario y no tan solo sanitario, como sistemáticamente se hace. La técnica, que tiene valor y debe ser integrada en el proceso de cuidados, no puede desdibujar, cuando no eliminar, la importancia de la respuesta autónoma enfermera. Se trata de situarla en el lugar que en cada caso le corresponda, pero evitando que la misma se convierta en la “estrella deslumbrante y cegadora” de la actividad enfermera. Todas/os quieren poner tubos en cualquier agujero del cuerpo humano, manejar la última tecnología, devolver la vida con técnicas de reanimación avanzada… olvidando o relegando al cuidado profesional, que les significa o debiera hacerlo como futuras enfermeras. La enfermedad es foco de atención e interés, mientras la salud ocupa un lugar residual que tan solo identifican como antagonista de una enfermedad con la que etiquetan a las personas convirtiéndolas en pacientes diabéticos, hipertensos, hiperlipidémicos, crónicos… que anula a las personas. La estandarización se impone y exige como seña de uniformidad que, se pretende hacer creer, facilita la atención, cuando realmente se elimina la individualización que se requiere. Las evaluaciones se convierten en indicadores de calidad o capacidad, cuando realmente son incapaces de identificar la adquisición de unas competencias que siguen planteándose como las actividades, tareas y funciones que posteriormente se les exigirán en los sistemas sanitarios que demandan este tipo de enfermeras. La comunidad se entiende como un sumatorio de individuos que no merece mayor atención ni interés en el estudiantado, al no ser capaz de relacionar la acción tecnológica con la que se sienten abducidos e identificados con las respuestas de salud que requiere dicha comunidad en forma de intervenciones, educación para la salud, estrategias de promoción… De tal manera que las asignaturas que abordan estos contenidos y las competencias que las integran, pasan a engrosar el catálogo de “marías”[2] en su particular clasificación de prioridades docentes. La memorización, por su parte, se convierte en el principal recurso de aprendizaje, desplazando al análisis, la reflexión y el pensamiento crítico, aunque paradójicamente las/os docentes que la incentivan con sus exámenes tipo test y sus metodologías de enseñanza-aprendizaje, fundamentadas en el karaoke del Power Point, se quejen de la poca capacidad analítica y reflexiva de su alumnado, trasladando la culpa a quienes sufren el castigo y no a quien lo infringe. Las simulaciones, tan queridas como temidas por el estudiantado, rara vez focalizan la atención en ámbitos comunitarios, acaparando nuevamente las técnicas toda la atención, tiempo y recursos. Por su parte la universidad, como institución, contempla con permisividad tales planteamientos y contribuye a mantener la formación de profesionales que respondan a las organizaciones sanitarias en lugar de incentivar, promocionar y apoyar la formación de profesionales que respondan a las necesidades de la sociedad de la que forman parte, ejerciendo una clara irresponsabilidad con la misma. Algo que ya están aprovechando algunas Universidades Privadas para plantear una formación enfermera totalmente virtual, en un claro posicionamiento mercantilista de la docencia enfermera. 

Las enfermeras asistenciales, por su parte, contemplan e identifican la docencia, desde las atalayas de sus hospitales y centros de salud, como un ámbito lejano, ajeno e incluso agresivo, provocándoles una indiferencia, cuando no un rechazo, cada vez mayor en su imprescindible implicación como formadoras/es de las futuras enfermeras. Se trabaja, pues, en dos realidades paralelas que no logran la intersección requerida para identificar objetivos comunes que sean capaces de integrar la teoría con la práctica.

Las/os estudiantes observan con asombro las diferencias entre la teoría y la práctica, asistiendo atónitos a las contradicciones entre docentes y enfermeras asistenciales que agrandan y ahondan la brecha entre los dos ámbitos. La asunción, casi obligada de las enfermeras asistenciales como formadoras, favorece la rutina insulsa y sin sentido en que acaban convirtiéndose los denominados prácticums. Cuya evaluación termina siendo una valoración de la actitud del estudiantado en cuanto a su simpatía, obediencia y buen comportamiento (es muy simpática/o, muy buen/a chico/a…), lo que acaba por estandarizar las calificaciones en una horquilla que va del sobresaliente a la Matrícula de Honor, salvo para quienes no se ajustan a esos parámetros de simpatía. Una sucesión de hechos que limita e impide que el estudiantado identifique a enfermeras referentes, al valorarlas desde la simpatía por la que son valoradas/os ellas/os. Desviando la atención y admiración hacia las técnicas o profesionales de otras disciplinas.

Las competencias no se dictan, no se implantan, no se aprenden. Se trabajan, analizan, construyen y aprehenden, para comprender su importancia y significado, para interiorizarlas, para transformarlas en habilidades que permitan saber ser y saber hacer como enfermeras.

Todo lo comentado, acaba reflejándose, en mayor o en menor medida, en los discursos que las/os representantes del estudiantado dirigen a un público entregado en los actos de graduación. Repletos de anécdotas, tópicos y estereotipos en torno a la técnica y las técnicas y con una referencia inexistente o insustancial a la verdadera identidad enfermera. Un espacio de exhibición, una pasarela de moda y un entorno de fiesta que rebaja a la simple anécdota la importancia de ser enfermera, que se traduce en una ausencia de sentimiento real por serlo.

Lamento ser tan crítico y dibujar un panorama tan triste como desolador. Pero es el que veo y el que sufro.

Desde mi posición como docente de Enfermería Comunitaria soy identificado por muchas/os como raro, disruptivo, incómodo… por plantear nuevas formas de docencia que relegan los mantras docentes descritos, como les sucede a todas/os aquellas/os que actúan de igual manera. Por incorporar el cine, las noticias de medios de comunicación, la lectura, el juego, el debate, la reflexión… como herramientas docentes que despierten el interés y la participación de un estudiantado que observa con perplejidad y recelo estas incursiones tan alejadas de la estandarización a la que se les somete. La incorporación de profesionales que apoyen con su experiencia profesional y vital los conocimientos que nos permiten construir, a estudiantes y docentes, una realidad enfermera diferente, la simulación de afrontamientos reales de cuidados, el contraste entre lo que se cree y lo que se logra ver, entre lo que se oye y lo que se escucha, entre lo que se mira y lo que se observa, entre lo que se memoriza y lo que se analiza o entre lo que se comprende e interioriza… configuran una visión diferente de lo que entiendo por docencia. Y si esto es ser raro y disruptivo, me alegro de serlo. Porque incorporarme en la rutina de la estandarización me da tanto miedo como rechazo me genera.

Al hilo de todo esto y como reflejo de lo expresado, el otro día tuve oportunidad de analizar el decreto de estructura y organización de la Atención Primaria y Comunitaria de la Comunitat Valenciana[3], para la implementación del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria aprobado por todas las comunidades autónomas en el Consejo Interterritorial[4]. Un documento que me produjo tanto miedo como inquietud. Por el planteamiento medicalizado que en el mismo se hace, y del que no es capaz de desprenderse, y en particular por el papel que se otorga a las enfermeras comunitarias. Enfermeras que quedan relegadas a ser un instrumento de apoyo y subsidiariedad para los médicos y pediatras que es para quienes se desarrolla, tal como literalmente se indica en tal decreto, con el fin de que les sea más atractivo escoger la especialidad. Toda una declaración de intenciones y un fiel reflejo del tipo de enfermeras que se van a seguir exigiendo a las Universidades para alimentar tan perverso como ineficaz e ineficiente plan. Como argumento de película de terror no tiene precio, como norma de organización es un arma de destrucción selectiva ideado de manera mezquina y claramente premeditada. Lamentablemente, este no es un caso aislado ni mucho menos fortuito.

Pero esta es solo una muestra de lo que está sucediendo de manera global en las Universidades Iberoamericanas. Porque, aunque referencie, por mejor conocimiento la realidad española, la del resto de países iberoamericanos no difiere mucho de ésta. Es nuestra triste realidad. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar por cantos de sirena que nos llevarán al naufragio.

Sinceramente creo que no hay tiempo que perder. O tomamos nosotras la iniciativa y asumimos el reto de formar enfermeras para la sociedad o pronto, mucho más de lo que posiblemente pensamos, será ya demasiado tarde para reaccionar.

Las enfermeras no nacen, se hacen. Y para hacerse, precisan de docentes enfermeras que sepan y quieran formarlas, desde la decencia docente, como enfermeras en toda la extensión de la palabra y del sentimiento y no tan solo como producto sanitario de consumo a demanda.

[1]  Político, filósofo, escritor y orador romano (106 a.c.-43 a.c.).

[2] Se denomina así a las asignaturas consideradas de poca importancia.

[3] www.san.gva.es/documents/337708/17518346/DECRETO+Nueva+estructura+SVS+CAS.pdf/29c4233e-9d5f-aa6b-3a7a-937149d511dc?t=1727245675048

[4] www.boe.es/boe/dias/2019/05/07/pdfs/BOE-A-2019-6761.pdf

SINESTESIA ENFERMERA Percepción de la realidad

“La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece.”

Philip K. Dick[1]

 

Tenemos por costumbre creer que la realidad es invariable, única, estática, normativa… en función de lo que política, cultural o socialmente está establecido y, por tanto, catalogado como normal. En base a dicha normalidad y sus patrones de comportamiento, todo aquello que se aleje o entre en conflicto con ellos, es considerado como anormal, dañino o peligroso. Por eso lo anormal se trata de ocultar, en el mejor de los casos, o castigar. Todo con el “bienintencionado” objetivo de recuperar la normalidad que se entiende perdida o, lo que es peor, abandonada.

Sería interminable tratar de enumerar todos aquellos comportamientos, actitudes, ideas, planteamientos… que en determinados momentos de nuestra historia han sido catalogados de anormales. Actuando sobre ellos como desviaciones patológicas o criminales que requieren de intervenciones terapéuticas o de correcciones punitivas, privativas de libertad o incluso de pena de muerte.

Pero a nadie se le escapan “anormalidades” que aún hoy son consideradas como tales, aunque se crean normalizadas legislativamente, pero que siguen siendo reprobadas cultural o socialmente por una parte importante de la población.

Son miradas diversas de una misma realidad. Pero, en función de quienes establezcan la normalidad, las miradas se consideran desviadas y maliciosas.

Aunque lo que voy a plantear no se enmarca exactamente en este tipo de normalidad vs anormalidad, considero que era un buen punto de partida para tratar de plantear mi reflexión.

Me voy a ceñir exclusivamente a la percepción que sobre la realidad enfermera se tiene. Tanto por parte de la propia Enfermería, como de otras ciencias, profesiones o disciplinas, como por parte de la sociedad en su conjunto. De tal manera que, en base, no ya a patrones de normalidad, sino de tópicos y estereotipos construidos, difundidos y admitidos se modifica la realidad para construir otra que la suplante. Realidad que, algunas/os, consideramos tiene la Enfermería, pero que contrasta y se aleja, en gran medida, con la que se proyecta y es considerada como normal.

Arrancaré con la realidad que la clase médica construyó en torno a la Enfermería y a las enfermeras. Para empezar, hay que destacar que la realidad que se construyó vino determinada por una relación claramente dominante, patriarcal y, sobre todo, machista, desde la que los médicos establecieron la relación profesional con las enfermeras que les interesaba y, desde la que controlaban cualquier intento de alejamiento de la normalidad por ellos impuesta. De tal manera que generaron una realidad en la que la Enfermería debía ser vista, entendida y valorada exclusivamente desde la perspectiva de subsidiariedad hacia la medicina y derivado de ello de las enfermeras hacia los médicos como dóciles, incautas, obedientes y serviciales (DIOS) ayudantes. Por eso anularon cualquier vestigio de Enfermería transformándola en un acrónimo, ATS, que venía a clarificar cuál era su intención, es decir, que fuésemos Ayudantes, de su actividad, pensamiento y conocimiento para evitar cualquier tentación de pensar por nosotras mismas y tener ideas propias; Técnicos, para alejarnos de cualquier planteamiento teórico o científico que pudiese suponer una refutación a sus dogmas cuasi teológicos; Sanitarios, para dejar claro cuál era el ámbito de nuestra actuación con el sistema que diseñaron, dominaban y controlaban, alejado de la Salud que ellos consideraban tan solo como un resultado o producto de su autoridad exclusiva sobre la enfermedad. Al mismo tiempo limitaron al ámbito doméstico a los cuidados, al desproveerlos de valor teórico y científico. Todo ello en un ambiente de dictadura política y de sometimiento de la mujer, que adoptaron como natural y propia, en una sociedad concebida, desde esos planteamientos, como la realidad que se consideraba y consideraban normal.

La sociedad, por su parte, bastante tenía, en su gran mayoría, con tratar de subsistir en esa sociedad de represión en la que todo venía dictado y obligado al acatamiento de la norma de la realidad impuesta. Por tanto, la imagen que se configuró, asumió y naturalizó de las enfermeras, que perdieron su identidad al identificarse como ATS, fue la de un oficio al servicio del médico y su obra de salvación próxima a la divinidad en una cultura católica aliada con la represión política y social y que, además, se erigió en formadora de las “nuevas” enfermeras para los médicos, que no para la sociedad. Por su parte los ATS masculinos eran formados y controlados por los médicos. Todo un plan con el que, la clase médica, lograra

 mayor gloria y poder y con ello el miedo que no el respeto a su figura. De ahí que la sociedad identificase claramente cuál era el mayor deseo para sus hijos varones. Que fuesen médicos. Asumiendo que sus hijas fuesen enfermeras como respuesta al patrón de normalidad y al rol social de cuidadoras y servidoras asignado a las mujeres y disfrazado de falsa vocación en la mayoría de los casos.

La juventud de la época, por su parte, en una sociedad clasista y con una clara división de género, asumía mayoritariamente con resignación cristiana, la vocación impuesta de servicio a los demás a través del dedicado a los médicos, en el caso de las mujeres. Por su parte los hombres, en una proporción mucho menor, elegían ser ATS, como forma de acceder posteriormente a los estudios de medicina, que era lo que socialmente estaba reconocido y lo que las familias deseaban. En caso de resignarse a ser ATS, la gran mayoría, lo asumían como la mejor manera para alcanzar cierta autonomía que, por su condición de hombres, no se concedía a las ATS femeninas. Siempre y cuando, eso sí, se mantuviese la distancia adecuada que no pudiese confundir a nadie sobre quiénes eran los que tenían autoridad moral, científica y profesional.

Este plan duró hasta que, en 1977, gracias a la “rebelión” pacífica y científica de unas cuantas enfermeras, los estudios de Enfermería se incorporaron en la Universidad. Aunque fuese con restricciones impuestas por los de siempre para evitar cualquier posible aproximación a una “prohibida” igualdad académica y profesional. Pero sin que se lograse recuperar la verdadera identidad enfermera, al quedar nuevamente relegada a un nuevo y confuso acrónimo, como el de DUE (Diplomado Universitario de Enfermería), que ocultaba nuestra denominación como enfermeras.

Llegados a este punto, se tuvo que iniciar un proceso de transformación de identidad que implicaba tanto a otras profesiones, a la sociedad y a las propias enfermeras que debían recuperar su identidad y lo más difícil, sentirse orgullosas de la misma.

No fue fácil, ni se nos puso fácil. No interesaba a la clase médica, que continuaba siendo dominante, aunque participase como lo hacía la sociedad de un proceso de transición de la dictadura a la democracia, con una aparente y engañosa normalidad que seguía reteniendo la libertad que se aclamaba.

Se convivía en una clara división profesional entre antiguas enfermeras, matronas y practicantes, con las/os reconvertidas/os ATS gracias al artificioso plan de unificación profesional y las recientes DUE, sin que existiese una realidad enfermera reconocida y aceptada. Porque dicha realidad, para empezar, aun existiendo estaba claramente intoxicada y devaluada y había sido sustituida por una hipotética realidad que no lo era y que lo único que pretendía era alimentar el ego de quienes generaron realmente la división.

Así pues, se debía, en primer lugar, configurar la citada realidad enfermera. Posteriormente había que hacer posible que dicha realidad fuese identificada como propia por parte de todas las enfermeras. Y finalmente debíamos ser capaces de proyectar esa imagen de identidad y realidad enfermera a toda la sociedad.

Y aquí, por tanto, radicaba y, lamentablemente, sigue radicando el gran problema de las enfermeras. Es decir, que sigamos siendo incapaces de sentirnos orgullosas de ser lo que somos, enfermeras. Ni Enfermería, que es ciencia, disciplina o profesión. Ni profesionales de Enfermería, porque como tales se identifican otros profesionales que, al menos en nuestro país, no son enfermeras, como las actuales Técnicos Auxiliares de Cuidados de Enfermería (TCAE). Ni Sanitarios que nos retrotrae a épocas superadas o en trámite de superar. Ni Profesionales de la Salud porque, aun siéndolo, nos invisibiliza si se utiliza como genérico exclusivo para denominarnos. Todo lo cual nos impide identificarnos, valorarnos y creer que sea posible ser y actuar como lo que somos, enfermeras.

Tristemente, aún hay quienes huyen, se esconden, renuncian o reniegan de su condición de enfermeras y prefieren utilizar denominaciones neutras y confusas, que oculten su verdadera identidad.

Y este, en sí mismo, ya es un serio problema que impide asumir la realidad enfermera. Al que acompañan otros que se heredan y arrastran como consecuencia de la identidad que se nos usurpó. Problemas que se traducen en una persistente subsidiariedad, falta de autonomía, ausencia de criterio, desvalorización del cuidado profesional que prestamos…

Algo que parece condenado a ser perpetuado y que se replica generación tras generación de enfermeras sin que seamos capaces de desprendernos totalmente de las ligaduras de contención impuestas. Porque no se entiende que, tras más de 47 años, no hayamos sido capaces de desprendernos de ellas y sigamos asumiendo con naturalidad las mismas. Incluso, en muchos casos, se sigan replicando como algo absolutamente normal que forma parte de nuestra realidad. Todo ello, a pesar de haber roto el techo de cristal al menos académico, que nos sitúa al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Pero que no tiene fiel reflejo en la atención directa o en la gestión, por ejemplo y que está muy diluida en la investigación que se aleja del positivismo imperante y fascinador.

Con diferencias, según los factores que encada contexto influyen en el desarrollo de la Enfermería en Iberoamérica, pero la realidad normativa, viene a ser muy similar y queda desdibujada, diluida, cuando no invisibilizada.

Esta situación, por tanto, nos sitúa en un estado de sinestesia[2] enfermera. Es decir, en una variación o variaciones no patológicas de la percepción enfermera por parte de algunas enfermeras.

En base a ello, las enfermeras sinestésicas tienen una vía sensorial o cognitiva en respuesta a actitudes, reacciones, planteamientos, ideas… concretos sobre la percepción de la realidad enfermera. Por ejemplo, pueden identificar una respuesta enfermera ante determinadas situaciones sociales, políticas, culturales… Estas respuestas son idiosincrásicas, es decir, cada enfermera percibe unas reacciones y sensaciones concretas y diferentes, que no tienen nada que ver con una mezcla de sentidos, ya que se trata de una clara especificidad profesional, es decir, lo que se identifica es real y sin negar lo que se percibe, que puede ser un síntoma, signo o síndrome, la sinestesia profesional percibe una sensación adicional que permite articular lo percibido realmente con lo sentido. Ven lo que todas las enfermeras ven y la mayoría naturaliza como realidad, pero, además, perciben una respuesta adicional que configura de manera más amplia la realidad enfermera, porque detrás de toda la cortina medicalizada que proponen los actuales sistemas sanitarios internacionales de diagnóstico y tratamiento existe un interés de unificación y control comportamental. Por ejemplo, las respuestas humanas ante determinados problemas de salud no se traducen, como habitualmente se hace, tan solo o sobre todo como un síntoma, signo o síndrome ligado a una enfermedad, sino que les permite identificar sentimientos, emociones, expectativas… ligados a dudas, incertidumbres, temores… de las personas que requieren de una respuesta enfermera diferente a la que habitualmente se da desde el paradigma patogénico, asistencialista y paternalista médico en el que se sigue configurando la realidad enfermera. No relacionan, por ejemplo, la muerte con el fracaso. Porque la asumen como parte del ciclo vital que requiere de cuidados profesionales enfermeros hacia la persona y su familia y no como la frustración que genera no haber salvado la vida, que se percibe e identifica como principal objetivo por parte de los médicos.

Algunos investigadores, sostienen la idea de que la sinestesia se debe a una activación cruzada de áreas adyacentes del cerebro que procesan diferentes informaciones sensoriales. Cruce que explican por un error en la conexión de los nervios en las distintas áreas cuando el cerebro se desarrolla en el interior del útero.

Tomando como base esta explicación científica para conocer las causas de la sinestesia, me permito la libertad no científica, sino narrativa, de extrapolar la misma a mi idea de sinestesia profesional.

De tal manera que dicha sinestesia profesional se trataría de un error de comunicación entre las diferentes enfermeras que se desarrolla en sus procesos de enseñanza – aprendizaje y de formación profesional inmediatamente posterior, que determina identificaciones diferentes de la realidad enfermera que se traducen en una clara disociación, confrontación y construcción de diferentes realidades, mezclando patrones de comportamiento de una supuesta y falsa normalidad con lo que son respuestas científicas de la verdadera realidad enfermera. Posteriormente, sino se es capaz de identificar esa realidad enfermera se asume la determinada como “normo típica” y se perpetúa a lo largo de su vida profesional.  Lo que acaba por configurar una división profesional que limita o anula el desarrollo y la autonomía de la Enfermería y de las enfermeras.

El problema, por tanto, no está en que la sinestesia identifique una realidad enfermera diferente a la normativizada o asumida como normal, sino en que, la misma, se valore como patológica, cuando no maliciosa, al entenderse que pretende imponer una realidad que no le corresponde a la Enfermería de la falsa normalidad. En lugar de intentar entender, articular y construir esa realidad. Cuestión que se ve agravada por la falsa creencia de que, asumir dicha realidad o lo que la misma significa, supondría abandonar la zona de confort en la que muchas enfermeras se han instalado a la sombra de la realidad impuesta. Desde esta clara y evidente ceguera científica, la asumen como propia, negando, anulando o criminalizando la verdadera y sinestésica realidad enfermera. Porque, la mirada sinestésica enfermera no está imaginando una realidad enfermera inexistente, sino que identifica y visibiliza la verdadera realidad enfermera que tanto molesta e incomoda.

Aunque cada vez hay más enfermeras sinestésicas, que no radicales, raras, dogmáticas, talibanes…como de manera mezquina se les cataloga, no es menos cierto, que las resistencias a su realidad siguen presentes y en ocasiones incluso atacadas irracionalmente por quienes se erigen en máximas/os representantes de las enfermeras en diferentes instituciones u organizaciones. Posiblemente, ante el temor a perder los privilegios y prebendas, adquiridos desde su falsa defensa enfermera.

No hay que tener miedo a identificar y asumir la verdadera realidad e identidad enfermera. De lo que hay que huir, lo que hay que impedir, lo que se necesita rechazar, es una realidad impuesta, artificial, mimética… que nos lleve a la indiferencia y la invisibilidad de la que hemos sido objetos a lo largo de nuestra historia y que sigue siendo una amenaza tan real como peligrosa que, fundamentalmente, depende de nosotras que no se repita. Porque como dijera Aristóteles[3], “la única verdad es la realidad».

Y acabo con una frase de Simone de Beauvoir[4] que recientemente compartió conmigo una enfermera sinestésica como Mª Paz Mompart[5], que decía: “que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”. La sustancia enfermera.

 

[1]  Escritor y novelista estadounidense (1928-1982).

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Sinestesia

[3] Filósofo griego (384 AC-322 AC).

[4] Filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa (1908-1986)

[5] Enfermera. Impulsora de la entrada de los estudios de Enfermería en la Universidad. Fundadora y presidenta de la Asociación de Docencia en Enfermería (ADE). Fundadora y coordinadora del Grupo 40. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Alicante.

EL CAMBIO DE MODELO El liderazgo Iberoamericano enfermero

“Si no te gusta algo, cámbialo. Si no puedes cambiarlo, cambia tu actitud”

Alan Cohen[1]

 

En mi reciente visita a México he tenido la oportunidad de compartir experiencias y conocimiento con enfermeras docentes, gestoras y asistenciales, así como con estudiantes de enfermería, en este caso, de la Universidad de Sotavento, adscrita a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la localidad de Coatzacoalcos del estado de Veracruz. Una enriquecedora experiencia que me ha permitido aproximarme, aún más, a una realidad enfermera que no dista, más allá de las lógicas diferencias del contexto en que se ubica, de la realidad de otros países de Iberoamérica que tengo la inmensa fortuna de conocer y de los que aprender y aprehender.

Ni tan siquiera los sistemas sanitarios en general y el sistema sanitario mexicano en particular, tiene diferencias sustanciales con los de otros países iberoamericanos. Comparten idénticas características y adolecen de las mismas virtudes que la gran mayoría de los sistemas. Con sutiles diferencias que no permiten identificar la excelencia de ninguno de ellos. El hospitalcentrismo, la dependencia, el paternalismo, el asistencialismo, el modelo patogénico… son señas de identidad plenamente reconocibles. El protagonismo sanitarista, la ausencia de participación comunitaria, la estandarización, la deshumanización… son, igualmente lo que les asemeja en su capacidad resolutiva y en la satisfacción que generan, al tiempo que comparten la clara caducidad de sus respuestas a las necesidades de la población a la que, supuestamente atiende, pero a la que únicamente asisten.

Existe, eso sí, una preocupación compartida por impulsar y desarrollar la Atención Primaria de Salud (APS). El problema viene determinado por el hecho de que dicha preocupación no se traduce en respuestas que supongan un cambio real de modelo. Básicamente porque cambiar el modelo de APS sin llevar a cabo cambios radicales en los Modelos Sanitarios en los que está integrado y que impregnan su organización y funcionamiento, tan solo son intentos fallidos, y no siempre bienintencionados, de cambio. Maquillajes que no son capaces de ocultar las carencias e intervenciones estéticas que no corrigen su deterioro, pero que, al menos, sirven a las/os políticas/os para distraer la atención y vender su supuesta voluntad de cambio, pero sin que la misma implique tomar decisiones valientes que realmente consigan generar el cambio necesario y deseado que, finalmente, queda enmarcado en nuevos fracasos o en intentos tan débiles como fallidos que acaban trasladando la decepción a la población y la desilusión a las/os profesionales.

Así pues, las preguntas que se me trasladaban hacían referencia, por una parte, al interés por conocer la realidad de la que consideran una situación “ideal” en España y, por otra, la de tratar de obtener respuestas que permitan el cambio deseado. Como si yo tuviese la “varita mágica” para que dichos cambios se pudiesen hacer reales con un toque de la misma o, como si mis respuestas pudieran despejar las tinieblas o iluminar el camino, a través de ellas, para lograrlos. Nada de ello, lamentablemente estaba en disposición de ofrecerles por razones obvias y evidentes. Tan solo el análisis, sereno, el pensamiento crítico, la reflexión y la experiencia de muchos años me permitía identificar y describir las debilidades y amenazas de la APS y compartir las fortalezas y oportunidades desde las que poder generar el citado cambio. Pero, evidentemente, esto no era suficiente para satisfacer su curiosidad, su interés y sus ganas por producirlo y ser, al mismo tiempo, artífices, cuando no líderes, del mismo.

En base a todo ello, lo que sí me gustaría destacar es la todavía arraigada y manifestada creencia de que México, al igual que otros países latinoamericanos, son auto considerados como tercer mundo o, en el mejor de los casos, países en vías de desarrollo. Cuestión que, sí merecía una respuesta firme por mi parte en el sentido de despejar dicha creencia por tratarse de una etiqueta que el denominado primer mundo, y en concreto los poderes fácticos y de poder que lo generan, trasladan como estrategia de subsidiariedad y sumisión de los primeros sobre los segundos. Este planteamiento de partida, supone en sí mismo, un punto de desigualdad tanto en el análisis de la situación como en la capacidad por identificar sus capacidades de respuesta. Algo que es totalmente falso. Son muchas las fortalezas y oportunidades con las que cuentan, pero como sucede con sus recursos naturales tienden a ser otros quienes los explotan, en base a esa supuesta supremacía que otorga el orden numeral en que quedan clasificados los países. Orden según el cual, por tanto, se establecen capacidades de desarrollo y de subsidiariedad que limitan finalmente, no tan solo sus acciones de mejora sino la identificación de los valiosos recursos propios con los que cuentan y que acaban por diluirse en el olvido con todo lo que ello representa. Un ejemplo claro es el gran potencial cultural, científico, profesional… que representan los procesos participativos de larga tradición que por la influencia de quien se identifica y asume como dominante, en base a la creencia y naturalización de su pertenencia al primer mundo, se van abandonando como elemento singular, específico, positivo y vertebrador, en favor de un asistencialismo centrado en la enfermedad y la técnica y alejado sistemática y progresivamente de la salud, el cuidado y su promoción. Quedando la Atención Comunitaria relegada a una etiqueta interesada y oportunista, pero con nulo sentido real. Pero, sobre todo, de espaldas a la comunidad, que se sigue identificando tan solo como un simple sumatorio de individuos a quienes no se les permite tomar decisiones sobre sus procesos de cuidados, salud, enfermedad o atención. Individuos a quienes se les niega su identidad como personas al etiquetarlos por sus enfermedades -diabéticos, hipertensos, hiperlipidémicos…- o lo que aún es peor, como usuarios/clientes en una relación mercantilista en la que se ignora la que se considera la principal premisa de relación con dichos clientes. Según la cual éstos siempre tienen la razón. Porque es evidente que en esa relación imperfecta entre clientes vs personas y la empresa sanitaria que les asiste, éstos no tienen capacidad alguna de intervención, participación y mucho menos de toma de decisiones, al ser y actuar tan solo como sujetos pasivos.

Ante estos planteamientos tan solo queda la posibilidad de intentar despejar las incógnitas que se presentan en una ecuación que se pretende no sea resuelta para mantener las bases del modelo caduco que impregna a los Sistemas Sanitarios y por extensión a la APS. Y para despejarla, lo primero es que se despojen de ese sentimiento de subsidiariedad y recuperen la autoestima que permita situarlos como activos potenciales de cambios transformadores. Situarse en un mismo nivel que corrija los artificiales órdenes de clasificación de países que permita desarrollar acciones globales que trasciendan fronteras y, sobre todo, contrarresten las presiones de quienes, desde el inmovilismo y el conservadurismo político, profesional, disciplinar y científico, tratan de impedir cualquier intento de cambio real. Abandonar la visión telescópica con aportaciones comunes para todas las personas con enfermedad, con los mismos consejos y los mismos recursos, que conducen a la estandarización, desde la que resulta imposible identificar las necesidades sentidas y reales de las personas. Planteando una visión calidoscópica con aportaciones únicas para cada persona, con realidades diversas, en entornos múltiples y con necesidades de aprendizaje diferentes, que exigen respuestas diversas y adaptadas a la individualización de la atención. Rompiendo barreras disciplinares que permitan superar las separaciones tradicionales entre conocimiento básico y aplicado como paso previo para trabajar desde la transdisciplinariedad para establecer y concretar colaboraciones que vayan más allá de la coordinación de interacciones entre diferentes disciplinas cuyo objetivo sea trascenderlas, moviéndose así más allá de los límites o barreras competenciales disciplinares. Promocionando habilidades para gestionar la atención centrada en la persona, realizando tareas complejas o generar la necesaria cultura positiva del trabajo[2].

Todo lo cual permita construir una APS centrada en los territorios desde una perspectiva de salud global como la planteada por el Dr. Álvaro Franco[3] en la que se identifiquen e integren nuevos actores en el contexto de una ciudadanía global cuyo eje de actuación se concrete en la justicia global y la equidad para hacer frente a la desigualdad social desde una nueva conciencia global y de participación ciudadana, en el contexto iberoamericano, desde un enfoque holístico en el marco de un sistema global de salud que facilite un efecto, igualmente global. Para ello resulta fundamental hacer frente a los constantes desafíos y retos, como las amenazas globales por el cambio climático, los desastres naturales, los conflictos y guerras; la falta de inversión en salud; los sistemas de información anticuados; las tendencias demográficas o las inequidades y falta de acceso, entre otros.

Reorientando los sistemas sanitarios hacia la APS como elemento vertebrador de la atención a la salud, los cuidados y las necesidades sentidas de la población. Un APS en la que los centros de salud den sentido y coherencia a su denominación como un recurso más, que no exclusivo ni muchas veces central, de la comunidad de la que forman parte. Siendo ejes generadores de salud del sistema en que se integran y de diálogo, coordinación y vertebración de los recursos comunitarios, de la comunidad a la que pertenecen.

Para ello es urgente reinventar nuestras instituciones educativas y organizaciones de salud y fortalecer la promoción de la salud y la salud pública para los desafíos actuales y futuros, que promocionen y fomenten el empoderamiento personal, comunitario y organizativo como paso previo a la corresponsabilidad de la población en salud a través de la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado.

Una APS en la que las/os profesionales abandonen los nichos ecológicos/zonas de confort en que convierten sus consultas o los espacios de los centros de salud. Saliendo a la comunidad donde la gente trabaja, convive, estudia, se divierte…para establecer alianzas y colaboraciones interprofesionales y entre sectores que permitan dar respuestas integrales, integradas e integradoras que logren mantener sanos a los sanos a través del trabajo compartido, pero también del desarrollo de investigaciones que se alejen de la exclusiva y excluyente visión positivista para desarrollar investigaciones en las que las personas dejen de ser sujetos pasivos objeto de investigación, como si de tubos de ensayo se tratasen, para pasar a ser sujetos activos y proactivos de las investigaciones previamente consensuadas a través de metodologías como la Investigación Acción Participación (IAP) en un ciclo interactivo de construcción de alianzas comunitarias y confianza, que identifique los problemas de salud desde la observación y la reflexión.

Pero claro, todo esto, requiere de un cambio de visión por parte de las universidades iberoamericanas sin el que el cambio no será posible. Y es que, la educación se erige como la piedra angular en la formación de enfermeras competentes y adaptables en entornos en constante evolución que requieren de nuevas miradas, pero también de transformaciones profundas, cuando no radicales, que permitan formar enfermeras que las lideren.

Seguir con los actuales planes de estudio anclados en el paradigma biomédico-tecnológico que forma las enfermeras técnológicas que demandan los actuales sistemas sanitarios, tan solo nos lleva a la intrascendencia y a la incapacidad para responder como de nosotras cabría esperar.

La Salud Pública y la Promoción de la Salud deben ocupar el centro de los programas de todos los profesionales de la salud y muy particularmente de los de las Enfermeras. Incorporando competencias que permitan utilizar eficazmente el Big-Data y la Inteligencia Artificial -no se trata de excluirlas sino de saber cómo utilizarlas para mejorar la atención profesional de cuidados enfermeros- Siendo expertas en tecnología digital y al mismo tiempo ágiles y compasivas culturalmente. Resolviendo problemas en base a pruebas y datos científicos. Desarrollando la comunicación intersectorial y la construcción de consensos. Liderando y trabajando en equipos diversos. Adquiriendo habilidades interpersonales. Siendo ágiles, flexibles y resilientes. Comprometiéndose con la inclusión, la diversidad, la equidad y la justicia, no como una opción sino como una obligación ética y estética. Actuando desde los determinantes sociales, pero también desde los determinantes morales en salud.

Esta es la respuesta que di desde el respeto a la diversidad y la admiración a la capacidad de respuesta en entornos complejos. Desde una visión que entiendo compartida y al mismo tiempo divergente. Desde una visión integral que contribuya a identificar necesidades comunes y específicas. Desde un compromiso por y con la sociedad global iberoamericana que permita generar un espacio abierto, dinámico, rico, multicultural… en el que desarrollar estrategias de liderazgo transformador para provocar los cambios, pero sin alterar totalmente todas las características esenciales de los actuales modelos. No se trata de entrar como elefante en cacharrería, pero sí de ordenar la cacharrería actual de los sistemas sanitarios.

Asumiendo, como enfermeras, la responsabilidad, de ser creativas, innovadoras, proactivas, asertivas, arriesgadas, optimistas y luchadoras por una sociedad más saludable, solidaria, autónoma y feliz. Procurando un liderazgo que sea capaz de dar respuestas exitosas a los retos del contexto iberoamericano y que, en razón de su integridad y de sus compromisos con los equipos en los que trabajen, logren la adhesión a dichos objetivos que no son de nadie por ser de TODAS/OS.

Este fue mi compromiso con las enfermeras de México y por extensión de Iberoamérica. Un compromiso de gratitud, de confianza, pero también de firmeza y esperanza en que pueda ser una realidad colectiva enfermera que aporte salud global.

[1]  Escritor y coach estadounidense.

[2] Perez-Cuevas, Ricardo; Savedoff, William D.; Nigenda, Gustavo; Vladislavovna Doubova, Svetlana; Sorio, Rita; Dal Poz, Mario. Toward the Future of Healthcare Workers: upcoming trends and challenges. IDB TN 2706 Inter-American Development Bank, 2023

[3] Álvaro Franco-Giraldo. Salud global: una visión latinoamericana. Rev Panam Salud Publica. 2016; 39 (2):128-136

EL PODER DE LAS PALABRAS Cómo se definen y entienden

                                                                                   “El verdadero significado de las cosas se encuentra al tratar de decir las mismas cosas con otras palabras.

Charles Chaplin[1]

 

He comentado ya en alguna ocasión la fascinación irrefrenable que nos genera todo aquello que viene del ámbito anglosajón. Parece que el simple hecho de venir de esos países de habla inglesa o que lo que venga de ese u otros países esté escrito en inglés les dé marchamo de calidad.

Pero más allá de esta fascinación tan irracional, hay otro hecho que viene a distorsionar la realidad. Se trata de las traducciones que del inglés de realizan.

La primera y más conocida y naturalizada, profesional y socialmente, es la no menos mala, interesada y engañosa traducción del término “Doctor” utilizado en inglés para referirse a los médicos, pero que no se asimila al término “PhD”[1] que hace referencia al grado académico de doctor. De esta manera han hecho suyo, de manera excluyente, un término que no se corresponde con nuestra cultura académica y científica, de tal manera que se atribuyen algo que ni son, ni les corresponde por el simple hecho de ser médicos. Pero ante esto ni se ruborizan, ni consideran que estén haciendo ningún uso indebido. Simplemente se aprovechan de ello. Imaginemos su reacción, si otra disciplina hubiese hecho tamaña tropelía. Por su parte las administraciones, instituciones y organizaciones lo refuerzan con su naturalización. Paradójicamente, la misma naturalidad con la que se resisten a que otras disciplinas de diferentes ámbitos, pero con especial incidencia en el de la atención, utilicen el término que, por derecho (por tener el grado académico de doctor), les corresponde.  

Así mismo pasó, por ejemplo, con la famosa medicine evidence based practice que se tradujo al castellano como medicina basada en la evidencia, lo que provocó no pocas controversias sobre su validez. Según el modelo de la comunicación de Roman Jakobson el lenguaje científico debe ser referencial, monosémico y denotativo y, por tanto, no interpretable[2].

El uso impreciso del lenguaje en las ciencias de la salud va más allá del purismo lingüístico, puesto que puede originar confusiones graves. Son numerosos los errores en la comunicación científica. Uno de los principales factores es la hegemonía del inglés en el campo científico a la que hay que añadir las inexactitudes lingüísticas, derivadas de las malas traducciones, que tienen mucho que ver con «falsos amigos»[3]. Por otra parte, como suele ser habitual, la mimetización se impone y se asimila el término a los de “Atención Basada en Evidencia” o “Enfermería Basada en Evidencia”, entre otros, replicando y reforzando el error inicial de la mala traducción y lo que la misma supone, pues no se puede pretender que el sentido común sea quien corrija o mejor adapte el concepto de lo que inicialmente está mal expuesto.

El término inglés evidence ha sido erróneamente traducido como «evidencia». Tal como ya han planteado numerosos autores[4], [5], [6]. Evidence significa «fundamento para una creencia o incredulidad, información sobre la que se basa la prueba o se establece la verdad o falsedad»[7], mientras que en español «evidencia» se define como «certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar»[8]. Por tanto, queda calo que ambos términos expresan conceptos muy diferentes. A pesar de ello, no se ha llegado a un consenso sobre cuál debe ser la palabra o palabras más ajustada/s para traducir evidence based medicine.

Términos propuestos como «indicios», «signos», «datos», «pruebas», «hechos indicativos», «datos sugestivos», «señales» y en el contexto legal «prueba», «testimonio» y «declaración» no han suscitado entre la comunidad científica suficiente aceptación.

El término «hallazgo» incluye las definiciones de «cosa hallada», y «acción y efecto de hallar». Por tanto, este término tiene la ventaja de eliminar las connotaciones de contundencia o grado de certeza de lo mostrado, otorgando un valor neutral, y más acorde al concepto de evidence. De hecho, ha sido una de las traducciones propuestas en el campo científico.

Por otra parte, la traducción de “based” como basado, tampoco es correcta, pues dicho término se define como «fundamento o apoyo principal de algo». Sería, pues, más correcto hablar de sustentado.  Aludir a sostén o apoyo, sin la connotación de principal, se aproxima mucho más a la filosofía y definición de la EBM, al sustentarse en los hallazgos científicos disponibles, pero con este término se amplían las opciones al entender relevantes otros aspectos, como la experiencia, el juicio profesional e incluso la importante opinión de las personas atendidas, a la hora de tomar decisiones.

Por tanto, la mejor acepción sería la de «medicina sustentada en hallazgos científicos». Pero, una vez más, el pragmatismo de la falsa concreción o simplificación choca con lo correcto.

En este mismo sentido podríamos enumerar otras desafortunadas traducciones que se alejan del sentido real de lo que se pretende decir o explicar. Pero, hay una en particular, que me resulta muy lacerante por lo que significa y trasciende. Me estoy refiriendo al término “Primari Health Care” traducido como Atención Primaria de Salud (APS).

Se trata de una nueva mala traducción, ya que el término original tiene una connotación de lo fundamental, esencial y prioritario (primary) y no de primario que, si bien en una de sus acepciones en el diccionario de la RAE recoge como principal, tiene también el significado de primitivo, rudimentario, tosco, rudo, atrasado. Por otra parte, se anula/sustituye la traducción de “care”, que no ofrece dudas en su traducción como cuidados, siendo suplido por el término, más ambiguo y confuso de Atención[9].

Así pues, la mejor traducción sería «cuidados fundamentales en salud» o «cuidados esenciales en salud». Pero dichas traducciones parece que resultan sospechosas de asimilarse a las enfermeras por la utilización del término cuidados. Al menos no se tradujo como Asistencia Médica Primaria, como posiblemente alguien plantease.

En cualquier caso, confundir la utilización del término cuidados como un intento de colonización enfermera es, no tan solo una torpeza, sino un claro despropósito. Aquí cabe hacer mención al refrán español que dice que se cree el ladrón que todos son de su condición.   

Para empezar los cuidados no son patrimonio exclusivo ni de las enfermeras ni de nadie en particular. Los cuidados son patrimonio universal de la humanidad, ya que cuidar es un hecho inherente a la fragilidad humana que justifica su existencia sin otorgarle propiedad alguna a nadie de manera individual o colectiva. Otra cosa bien diferente es cuando hablamos de cuidados profesionales y en concreto de cuidados profesionales enfermeros que son competencia de las enfermeras. Sería bueno que no se confundan las churras con las merinas y mucho menos, como hacen algunos, con las meninas.

Así pues, sospechar que existe una amenaza manifiesta de capitalización de algo que va mucho más allá de un planteamiento corporativista al que tan acostumbradas/os nos tienen desde diferentes sectores de la clase médica, por el hecho de utilizar el término cuidados, sitúa a quien lo plantea en un nivel de inteligencia y de fundamento científico manifiestamente deficientes.

En un sentido similar no hace mucho tiempo un jefe de servicio de Cuidados Intensivos, planteaba que se cambiase el nombre de Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por el de Unidad de Vigilancia Intensiva (UVI) ya que la utilización del término cuidados invisibilizaba, según este señor, la asistencia médica. Haciendo dicha propuesta, posiblemente, sin conocer que Vigilancia según la RAE significa: “Cuidado y atención exacta en las cosas que están a cargo de cada uno”. Es decir plantea la retirada del términos cuidados para introducir otro que los incorpora implícitamente. Todo un alarde de miopía científica.

Así pues, no me creo que la traducción utilizada de APS sea casual en un ámbito, como el del positivismo médico que impregna todos los sistemas sanitarios, que es eminentemente causal. Ni tan siquiera me creo que sea una mala traducción sin más. Porque admitirlo sería tanto como desprestigiar, de manera absolutamente gratuita e injusta, a las/os excelentes profesionales de la traducción. Otra cosa, bien diferente, es que luego se les haga caso y se acepte la traducción correcta por entender que la misma lesiona sus intereses o beneficia la de otras/os a quienes consideran una amenaza.

Ya bastante fue que se admitiese el término de Salud con el que, es evidente, no se sienten especialmente identificados. Tal como demuestra su resistencia a formar parte de las Ciencias de la Salud, al entender que oculta su condición de médicos o diluye la ciencia médica o por no mezclarse con otras disciplinas por ellos consideradas menores. Como ejemplo de ello, en la Universidad española, incomprensiblemente, se admite la existencia, en una misma universidad, de Facultad de Ciencias de la Salud y Facultad de Medicina, en una clara y manifiesta incongruencia científica que, sin embargo, es tolerada por quienes rigen dichas universidades.

De tal manera que como el que admite pulpo como animal de compañía y en un alarde de generosidad admitieron el término Salud. Pero por lo que no pasan es por aceptar cuidados en un ámbito en el que ellos vayan a trabajar. No sea que, se les confunda o, lo que es peor, se minimice su protagonismo en favor de otras/os.

Y, tiempo al tiempo. Los Centros de Salud pasaron a ser sucursales cautivas de los hospitales, convirtiéndose en Centros de Enfermedad, aunque conserven el término Salud, más como adorno o engaño que como realidad de lo que debieran ser.

La APS nunca llegó a ser fundamental, ni principal, ni esencial y desde el principio fue considerada como una atención subsidiaria y menor por parte de quienes se consideran los adalides de la Sanidad, que no de la salud, al identificar ese denominado “nuevo modelo” como una amenaza a sus posiciones de poder.

La Medicina Familiar y Comunitaria, nacida al albor de los postulados de Alma Ata, significó un hito importante para un cambio trascendental como el que se planteaba con la APS. Su aparición fue objeto de cisma interno al chocar los planteamientos salubristas y reformadores con el conservadurismo médico de la enfermedad. Su desarrollo propició avances importantes en la implementación y avance de la APS y en las relaciones multiprofesionales. Pero la presión de un modelo patogénico acabó por debilitar el modelo y a quienes trabajaban en el mismo, hasta llegar al punto en que hoy nos encontramos en el que año tras año aumentan el número de plazas que quedan vacantes para realizar la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria. Claro síntoma del desinterés que dicho ámbito despierta en una gran mayoría de médicos que han interiorizado y naturalizado la APS como un ámbito subsidiario y menor en el que no quieren trabajar por entender que no ofrece respuesta a sus expectativas profesionales. Expectativas que, por otra parte, son imbuidas en muchas facultades a los futuros médicos que cursan estudios de grado de medicina y en cuyos planes de estudio la APS, o lo que la misma significa, ocupa un espacio residual, cuando no inexistente.

Por su parte, las enfermeras en los inicios de la APS asumieron un evidente e importante liderazgo, a pesar de la clara falta de formación y de la negativa a crear la especialidad de Enfermería Comunitaria, logrando adquirir un rol autónomo que daba respuesta a muchas necesidades de salud. Todo ello, hay que destacarlo, a pesar del evidente acoso al que fueron sometidas con demandas judiciales constantes por parte del corporativismo médico, al considerarlas intrusas e invasoras de sus competencias.

Pero el tiempo, la presión, la falta de voluntad política, la organización caótica, la falta de planificación, la desidia, la falta de inversión… fueron diluyendo cuando no acabando con cualquier atisbo de esperanza de lo que pretendió ser la APS, convirtiéndola en un reducto del asistencialismo, paternalismo, dependencia… que caracterizan a los sistemas sanitarios. Todo ello a pesar de las recomendaciones de organismos como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) – Organización Mundial de la Salud de las Américas (OMS)[10] o el Consejo Internacional de Enfermeras (CIE)[11] que insisten en la necesidad de reforzar la y potenciar la APS y el papel relevante que las enfermeras deben desarrollar.

Por tanto, las malas traducciones, me temo, obedecen más a intereses muy concretos y a vanidades muy determinadas que, a un intento de concretar, simplificar o aclarar el significado de origen. Lo que finalmente acaba por determinar el desarrollo de su significado en un sentido u otro bien diferente.

Seguir anclados en las disputas permanentes de identidad, de protagonismo, de poder… paraliza y desgasta al tiempo que impide dar las respuestas de salud que requieren las personas, las familias y la comunidad. Ejercer presiones para modificar la semántica y el significado de los conceptos que representan una parte fundamental de lo que debe, posteriormente, traducirse en acciones concretas de salud, es un ejercicio tan mezquino como destructivo que deberíamos evitar a toda costa.

Dejémonos de ejercer la retórica de la confusión y demos valor a lo que realmente lo tiene, la salud comunitaria universal, accesible y equitativa desarrollada desde la transdisciplinariedad y la intersectorialidad, sin giros de significado ni adaptaciones oportunistas ante temores corporativos infundados.

Las palabras están cargadas de intención y nunca son inocentes. Permitamos pues que digan lo que realmente deben y no lo que deseamos que digan para preservar los intereses de unas/os u otras/os.

[1] Doctor of Philosophy; abreviado PhD, Ph. D. o DPhil) es un grado de doctorado especializado en investigación en áreas tan diversas como las ciencias sociales y económicas; áreas científicas, de la salud o de las humanidades.

[2] Jakobson R, Morris H. Fundamentos del lenguaje. Madrid: Ciencia nueva;1967, en: Acosta Artiles Francisco Javier. De «medicina basada en la evidencia» a «medicina sustentada en hallazgos»: una propuesta razonada de traducción. Rev. Esp. Salud Pública 2015 [citado 2024 Sep 22]; 89 (3): 339-342. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1135-57272015000300011&lng=es.  https://dx.doi.org/10.4321/S1135-57272015000300011.

[3] Los falsos amigos son palabras que se parecen en su escritura o pronunciación en dos o más idiomas, pero tienen significados diferentes. Pueden ser un obstáculo al aprender un nuevo idioma.

[4] Bravo R, Campos C. Medicina basada en pruebas (evidence-based medicine). Jano (EMC). 1997;53:71-2.

[5] Cuena R, Cuena MI. Medicina basada en la evidencia: un caso de pereza lingüística. Med Clín (Barc). 1999;113:518.

[6] Sanz A, Del Valle ML, Garavís M. Medicina basada en la evidencia: ¿no hay una traducción mejor? Med Clin (Barc). 1999;112:119.

[7] Collins English Dictionary. 5th ed. Glasgow: HarperCollins; 2001. Evidence; p. 539.

[8] Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid

[9] Atención Primaria de la Salud en Debate https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/828977/Gu_a_de_Estudio_APS.pdf

[10] https://www.paho.org/es/documentos/documento-marco-alianza-por-atencion-primaria-salud-americas-axaps

[11] https://icn.ch/es/noticias/el-cie-lanza-una-nueva-declaracion-de-posicion-y-un-documento-de-debate-que-plantean-una#:~:text=El%20Consejo%20Internacional%20de%20Enfermeras%20(CIE)%20lanza,Pr%C3%A1ctica%20Avanzada%20(Red%20EAD/EPA)%20en%20Aberdeen%2C%20Escocia.

TECHO DE CRISTAL: RETOS Y VETOS ALESCE: la imprescindible unidad enfermera

“Estar unidos no es sinónimo de ser iguales ni de estar siempre de acuerdo.”

Lucas Leys[1]

 

Se dice, creo que muy acertadamente, que la madurez de una profesión/disciplina, viene determinada por la fortaleza de sus sociedades científicas.

Enfermería, como ciencia joven que es, ha tenido que avanzar grandes recorridos en un espacio de tiempo muy reducido, con el fin de situarse al mismo nivel de cualquier otra ciencia. Ha sido una prueba de fondo sin precedentes en el ámbito científico que ha permitido que, en estos momentos, la disciplina enfermera haya roto el techo de cristal que le impedía desarrollarse.

Se trataba de un techo difícil de romper. Que impedía seguir avanzando por las limitaciones que existían para ello. Se trataba de un techo invisible, pero real, ya que no existían leyes o dispositivos sociales establecidos y oficiales que, teóricamente, impusieran una limitación explícita en la carrera científica de la Enfermería y por derivación de las enfermeras. Se trataba de una discriminación de tipo vertical, frente a la desigual distribución de las enfermeras en los diferentes ámbitos disciplinares y científicos de tipo horizontal.

La entrada de Enfermería en la Universidad en 1977 fue, sin duda, el punto de inflexión desde el que comenzó el trabajo para lograr romper ese techo de cristal que algunos se esforzaban en blindar para impedir que fuese traspasado.

Se trataba de avanzar para, en primer lugar, salir de la pasividad y la subsidiariedad que se nos impuso a las enfermeras. Iniciada la acción había que acelerar para recuperar el tiempo perdido y las opciones que se hurtaron a las enfermeras para avanzar científica, disciplinar y profesionalmente.

Pero existía el riesgo de no controlar la velocidad que se necesitaba con el riesgo de agotarse en el intento y/o estrellarse estrepitosamente. Así pues, se requirió de velocidad, pero también de inteligencia, pericia y control para progresar con la mayor seguridad posible. Si a ello añadimos que la carrera emprendida no estuvo en ningún momento exenta de peligros, barreras, obstáculos… que trataban de paralizar o cuanto menos ralentizar el avance, nos podemos hacer una idea de lo difícil que resultó situarse al mismo nivel de cualquier otra disciplina.

Pero esa posición de igualdad tan solo nos permitía tener posibilidades para avanzar. Es decir, no suponía, en sí mismo, ningún logro ni mucho menos ningún privilegio. Tan solo o, sobre todo, nos ayudaba a avanzar sin limitaciones. Aunque siempre hayan existido y sigan existiendo, quienes se empeñan en establecerlas por cualquier medio.

Roto el techo de cristal, por tanto, se trataba de asumir idénticos criterios, normas o requisitos a los de cualquier otra ciencia/disciplina para seguir desarrollándonos y progresar científicamente. La diferencia estaba en el punto de partida desde el que lo hacíamos las enfermeras, que nos situaba en una posición de clara desventaja con relación a otras ciencias/disciplinas con un recorrido temporal muchísimo mayor al que se le concedió a Enfermería por las razones ya expuestas.

No se establecieron medidas correctoras o de beneficio para corregir la desventaja con la que se partía. Se trataba de lograr la igualdad desde la evidente desigualdad.

En este punto empezaron a emerger las primeras sociedades científicas enfermeras. Supuso asumir un reto que contribuyese a impulsar y dotar de dinamismo, contenido y sentido el recorrido disciplinar iniciado en la Universidad.

Reto que representaba un compromiso con la Enfermería, pero también con la comunidad científica y la sociedad de las que forma parte. Reto que obligaba a un permanente esfuerzo de superación y mejora para responder a las necesidades científico-profesionales de las enfermeras. Reto que significaba, en muchas ocasiones, tener que superar dificultades. Reto que requería la implicación de las enfermeras para afrontarlas, por difíciles que fuesen, constituyendo un estímulo y un desafío. Reto que permitiese lograr la madurez científica superando la adolescencia en la que se encontraba. Reto que partía de la falta de experiencia para acometerlo junto a sociedades científicas de otras disciplinas con amplio recorrido.

A pasar de ello o, precisamente por ello, se hizo con una gran carga de ilusión, implicación y compromiso. Entre los retos que se derivaban del reto de ponerlas en marcha, estaba el de fundamentar la necesidad de espacios de especialización enfermera conjuntamente con los ya consolidados como docencia, por ejemplo, que asumió ejemplarmente la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED) y que tanta importancia tuvo en este recorrido.

Sociedades Científicas como la de Salud Mental (AEESME), la de Enfermería Comunitaria (AEC), la de Directivos (ANDE), entre otras, fueron punteras y se sitúan actualmente como referentes.

Pero, ni el recorrido de todas ellas, ni la supervivencia de las mismas, como parte del reto inicial, ha sido sencillo. Lamentablemente hay quienes se han esforzado para que el sentido del reto se transforme en una provocación, un desafío, o incluso una amenaza, que convirtiese en incertidumbre la ilusión. En parálisis el estímulo. En preocupación, la confianza. Pasando el reto, como acción de superación, al veto como acción para impedir lo que ya es un hecho y que va en contra de la verdad y la objetividad.

El veto, puede ejercerlo quien tiene el derecho a hacerlo en su condición de dirigente o cargo electo, impidiendo o retrasando la vigencia de un acuerdo, una acción o una norma. Sin embargo, la decisión a practicarlo viene determinada en muchas ocasiones por las presiones de grupos de influencia o poder, tratando de mantener una hegemonía exclusiva que excluya lo que, desde dichos grupos, se identifica e interpreta como una amenaza a la misma. Se entiende o debería de hacerse, que dicho veto se practique cuando existan indicios o hechos contrastados y fehacientes que supongan una vulneración de derechos o un daño para la comunidad científica o la sociedad y no como concesión a intereses de determinados lobbies.

Por tanto, tener el derecho a imponer un veto no lo convierte, en sí mismo, en un derecho justo o ajustado a la realidad. Múltiples son los vetos ejercidos desde la imposición que otorga la fuerza o la mayoría en temas que suponen una clara injusticia o ilegalidad que, sin embargo, se mantienen precisamente por ejercer ese “derecho” de veto.

Incorporar la sospecha, la alarma, la manipulación, la intriga, la desconfianza, la confrontación… en la convivencia científica con fines poco claros, intereses espurios, oportunismos de conveniencia, demagogias manipuladoras o falacias perversas, convierten a quienes lo hacen, lo apoyan o lo permiten, en protagonistas de un complot que ni se entiende ni se sostiene, para perjudicar a una ciencia, una disciplina o una profesión y a lo que desde las mismas se puede aportar tanto a la comunidad científica como a la sociedad en su conjunto, con todo lo que ello significa e implica.

Ni la capacidad y mérito de las enfermeras demostrando con su trabajo, talento, conocimiento y autonomía su competencia científico-profesional para situarse al mismo nivel que el de cualquier otra ciencia/disciplina con idéntico nivel de exigencia y en un tiempo muy reducido. Ni la aportación indiscutible que las sociedades científicas han realizado para que Enfermería asuma su mayoría de edad científico-profesional. Ni la indudable calidad de los cuidados profesionales alcanzada gracias a las evidencias científicas logradas. Nada de ello ha sido suficiente para detener la permanente obcecación de acoso y derribo al que algunos sectores de la Medicina más conservadora, reaccionaria y clasista someten permanentemente a las enfermeras con argumentos falsos que tratan de proyectar una exclusividad que ni tienen ni les corresponde por muchas veces que lo repitan[2].

Ante este panorama que obliga a una constante posición de defensa para evitar que se instaure un nuevo techo de cristal que, por otra parte, es lo que se persigue con esa actitud belicosa disfrazada de victimismo profesional, resulta muy complicado avanzar.

Pero, más allá de la amenaza y riesgo consiguiente para el deseado y necesario avance, existe otro peligro mucho más importante, si cabe, que es el de provocar la división entre las enfermeras en general y las sociedades científicas enfermeras en particular. Porque esta división supone debilitar la acción y desviar la atención, precisamente, hacia donde, quienes nos atacan permanentemente, desean para tener un flanco de ataque mucho más efectivo.

Es en la unidad de acción, que no de pensamiento como algunos pretenden hacer creer, en la que tenemos que centrar nuestros esfuerzos, voluntad, capacidad, conocimiento y objetivos comunes. Las diferencias, existiendo y siendo necesarias como elementos de riqueza, en ningún caso deben ni pueden convertirse en armas arrojadizas contra nuestros propios intereses científico – profesionales. No caigamos en su trampa. Porque hacerlo es contribuir a nuestra debilidad.

Han existido algunos intentos de unidad que no han prosperado por cuestiones de protagonismos y egos que han dejado al margen lo importante, la unidad, para centrarse en lo superficial, la individualidad. El ejemplo más manifiesto es el de la denominada Unidad Enfermera, que siendo un objetivo planteado y liderado en su momento por las principales sociedades científicas enfermeras para integrar a otras organizaciones profesionales y sindicales, degeneró en una lucha de poder que acabó por desvirtuar su sentido y convertirse en un elemento más de fuerza para quienes se arrogan en exclusiva la representatividad enfermera.

Pero las sociedades científicas continuamos con el empeño de una unidad real que ha posibilitado que recientemente, no sin dificultades, se haya constituido de manera oficial la Alianza Española de Sociedades Científicas Enfermeras (ALESCE).

ALESCE la componen inicialmente siete de las principales sociedades científicas de ámbito nacional/internacional: Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME), Asociación Española Enfermería Pediátrica (AEEP), Asociación Española de Directivos de Enfermería (ANDE), Federación de Asociaciones de Enfermería Familiar y Comunitaria (FAECAP), Federación de Asociaciones de Matronas de España (FAME), y Sociedad Española de Enfermería Geriátrica y Gerontológica (SEEGG).

Nace con el objetivo de aunar las voluntades, iniciativas, estrategias, planteamientos… comunes que contribuyan de manera activa al crecimiento, desarrollo y fortalecimiento científico profesional de las enfermeras y la enfermería, en colaboración estrecha con otras sociedades, organizaciones o instituciones, con los siguientes fines:

  • Defender los intereses públicos en relación con los servicios enfermeros en todo aquello que sea de su competencia y/o fines y no esté atribuido legalmente con carácter exclusivo a otras organizaciones o instituciones.
  • Defender la presencia y participación activa de las enfermeras en los organismos públicos competentes en materia de planificación y resolución de problemas en el ámbito socio-sanitario de la población.
  • Promocionar relaciones con organizaciones y asociaciones científicas nacionales e internacionales, que beneficien el desarrollo de la profesión enfermera.
  • Fomentar el desarrollo de todas aquellas actividades docentes, de investigación, de gestión y asistenciales que redunden en beneficio de la profesión enfermera.
  • Favorecer el intercambio científico en el ámbito socio-sanitario entre las enfermeras y otros profesionales con intereses comunes.
  • Defender un carácter cualificado en la diversidad de los ámbitos de actuación de las enfermeras.

Estamos pues, ante un nuevo reto de ilusión y avance que esperamos y deseamos nadie lo pervierta convirtiéndolo en un reto, desde la perspectiva de la pelea o el enfrentamiento. Ni en un veto, como vienen haciendo quienes, parece ser, tienen miedo al avance de la ciencia enfermera.

Se pretende generar coherencia desde la cohesión, el respeto y la evidencia científica, sin renunciar al fortalecimiento de las competencias propias o la incorporación de otras nuevas que, como ciencia dinámica y activa que es la Enfermería, estamos en disposición de asumir las enfermeras, trabajando de manera transdisciplinar.

Por su parte, quienes tienen responsabilidades de representación en Enfermería deben entender que tan solo desde el trabajo colectivo y de unidad real, no tan solo como etiqueta, seremos capaces de evitar un nuevo techo de cristal que nos limite.

De nosotras, como enfermeras, depende. Exijamos, pero también contribuyamos, desde la unidad, a que sea una realidad.

[1]  Escritor argentino. (1972)

[2] https://colegiodemedicos.es/posicionamiento-cgcom-guias/

RESPIRA Serie de tópicos y estereotipos

 

“El lugar común es el dogma del necio”

Ricardo León[1]

El ámbito sanitario, que no el de la salud, ha sido siempre foco de atención y de interés para literatura, cine o televisión. Interés, todo sea dicho de paso, centrado casi exclusivamente en el rédito económico que se puede obtener con las narrativas, o guiones que sobre el mismo se realizan y no en su contexto profesional, económico o social.

La sanidad y sobre todo el contexto hospitalario centran la práctica totalidad de producciones. Y en el marco de dicho contexto la figura sobre la que se focaliza toda la atención es la de los médicos con un abordaje que muy excepcionalmente se ajusta a la realidad al distorsionar la misma desde la idealización o la mitificación de su profesión.

El éxito de tales producciones y los beneficios obtenidos de tan singular abordaje, hacen que se sigan generando nuevas entregas de una temática que, por otra parte, tiene muy buena aceptación por parte del público.

Como ya he comentado, el abordaje realizado sobre este contexto, hace que personalmente huya de su consumo por razones de salud mental. Dado el grado de irritación, perplejidad, rabia, indignación… que generan en mí como profesional de la salud en general y como enfermera y ciudadano en particular.

Es cierto que la gran mayoría de las aportaciones que en este sentido se ofrecen están centradas en ámbitos muy distantes, tanto geográfica como culturalmente, del nuestro, lo que provoca que se genere una imagen, tanto del propio contexto, como de las situaciones y las/os protagonistas que en el mismo trabajan, que dista mucho de nuestra realidad, generando una imagen paralela a la nuestra, en la que se espera encontrar idénticos comportamientos, con la consiguiente y nociva reacción negativa que en ocasiones induce a exigencias imposibles e irracionales.

A pesar de lo dicho, recientemente, he caído nuevamente en la trampa tendida por una plataforma televisiva que ha producido una serie nacional sobre una supuesta realidad nacional, en un hospital público. Todo presentado de manera muy atractiva y tentadora, lo que hizo engancharme a la serie RESPIRA.

Mentiría si dijera que tenía buenas expectativas al respecto, lo que me posicionó, desde el inicio, con una actitud, cuanto menos crítica, y con la vana esperanza de que mi predicción fuese errónea y el guion ofreciese una respuesta real, coherente y positiva.

Lamentablemente la trama expuesta se situó en las antípodas de la realidad tanto en su contenido como en sus formas.

Tristemente, lo único que se aproxima a la realidad es la trama de corrupción e intriga política, con intentos privatizadores de la sanidad pública en la Comunitat Valenciana que, salvados los toques de glamour con los que se rodea, se parece bastante a lo sucedido en esta comunidad autónoma hace unos años. A pesar que haya quienes consideran mentira todo lo que a este respecto se dice en la serie. Dando, sin embargo, crédito al resto. Los hechos lamentablemente son los que son y avalan lo que se plantea desde el punto de vista político.

Otra cuestión es el escenario que se presenta y los actores que en el mismo interpretan un guion de ciencia ficción. Nunca mejor dicho al hacer de las ciencias de la salud una trama tramposa, engañosa y alejada de la realidad, con toques artificiales y artificiosos que capten el interés y provoquen la dependencia de las/os espectadoras/es.

No pretendo hacer una crítica sobre la interpretación, ni aspectos técnicos o estéticos de la producción que deberán ser analizados por especialistas en la materia. Pero si que considero necesario e importante hacer, superada la tranquilidad tras el impacto inicial de su visionado, una reflexión sobre la sanidad y las/os profesionales que se presentan como falsa realidad.

La gran mayoría de la acción se desarrolla en el servicio de urgencias de un hipotético hospital de referencia de la ciudad de Valencia. Ni la configuración del servicio ni lo que en el mismo sucede se corresponde con nuestro contexto. Se ha mimetizado y trasladado una propuesta típica de las películas norteamericanas que simulan un caos permanente, con saturaciones que provocan una sensación apocalíptica constante. Todo ello aderezado de mucha sangre y escenas impactantes de heridas con accidentes mortales que se suceden en un carrusel continuo, que exige respuestas absolutamente improvisadas. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Aunque en la realidad puedan darse, como se dan, situaciones de colapso, estas son puntuales y se actúa de manera mucho más ordenada y profesional, en un entorno menos impactante y mejor planificado del presentado.

A partir de aquí, el guion está repleto de estereotipos y tópicos, cuando no de invenciones sin más, sobre lo que son, cómo se comportan, relacionan, responden… las/os profesionales que intervienen en dicho escenario.

Para empezar y como muestra un botón. Los uniformes de los profesionales se diferencian, como en las niñas y los niños, por ser azul para los médicos y rosa para las enfermeras. Puede parecer un dato sin mayor trascendencia, pero la tiene y mucha dado que se trata de un detalle estético con claras connotaciones sexistas y discriminatorias.

Las relaciones entre médicos y enfermeras se presentan desde una perspectiva de igualdad y respeto a través del tuteo entre todos como signo de compañerismo. Un espejismo que esconde una total superioridad de unos sobre otras y una subsidiariedad que se refleja en cada una de las escenas en las que intervienen unos u otras.

Todas las intervenciones se centran en la actividad médica. Las enfermeras aparecen como “actrices” secundarias, en el mejor de los casos, y como extras de relleno en la mayoría de ellos.

Nunca a lo largo de los ocho capítulos de la serie se presenta una sola situación de cuidados en la que alguna enfermera interactúe desde la autonomía y la competencia profesional enfermera con las personas a las que se atiende. Todo se circunscribe a dar y obedecer órdenes o peticiones tanto clínicas, administrativas como logísticas que, eso sí, se hacen con educación como signo de una igualdad artificial y caprichosa, que esconde un desprecio a la capacidad profesional de quien las recibe para acatarlas con diligencia. Como cuando, por ejemplo, una médico, en una de las reiteradas situaciones de desconcierto, se pasea por la caótica sala de urgencias diciéndole a un enfermero que ponga cubos en las goteras.

Por contra, se escenifican situaciones que son realmente anecdóticas o casuales como que en el momento del despertar de las persona previamente asistidas esté el médico para preocuparse por su estado y su bienestar, presentándolo como algo habitual. Las enfermeras, por supuesto, ausentes siempre.

La única enfermera que asume un cierto protagonismo en la serie, es presentada como una “organizadora” del caos y una supervisora de sus consecuencias. Trasladando mensajes poco profesionales de tranquilidad a las personas que se agolpan desesperadas y preocupadas en ese escenario confuso que se ha querido presentar como habitual o asumiendo una voluntad sindicalista descafeinada que tan solo responde a la defensa de quien se erige como líder a través de una clara manipulación. Otra de las que aparece fugazmente, se dirige a quien protagoniza el papel de Presidenta de la Generalitat Valenciana, con el apelativo supuestamente cariñoso de corazón y tuteándola como signo de proximidad o empatía. Esto es todo lo “bueno” que los guionistas han sido capaces de trasladar con relación a las enfermeras.

Por supuesto los médicos son presentados como salvadores de vidas y víctimas de un sistema que les oprime y les impide ejercer con calidad, con repetidas referencias explícitas en tal sentido,

Sin embargo, ese aparente compromiso profesional, también reiterado en los diálogos, está aderezado, durante toda la serie, con una clara falta de ética que tratan de justificar con argumentos peregrinos de defensas sociales y/o profesionales, incoherencias entre lo que se dice y se hace. Comportamientos que van en contra del citado compromiso y afectan a la asistencia prestada.

El plató en el que se escenifica toda la trama, además, se convierte en un torbellino permanente de sexo, drogas, intrigas, engaños, egos, traiciones… entre médicos exclusivamente, lo que contrasta con esa engañosa imagen de profesionales intachables y salvadores de vidas que se trata de proyectar. Algo, por otra parte, que resulta, al menos en teoría, difícil de entender y menos aún de admitir, pero que acaba por naturalizarse. Con el riesgo que eso tiene con relación a la proyección que, en torno a todo ello, se traslada a la opinión pública.

La defensa de la salud pública que se plantea, con una huelga sin servicios mínimos, es totalmente irreal por no ser posible. Justificar el incumplimiento de principios éticos básicos ante la situación planteada tras el suicidio de uno de los residentes, es emocionalmente entendible, pero absolutamente imposible de sostener. Salvo, claro está, en el guion como hilo del débil argumento que trata de responder a los intereses comerciales de la serie. Algo que intenta paliarse con la realización de un comité disciplinario al cabecilla de la huelga que, coincide con la figura del protagonista y médico referente y ejemplar. Resolviéndose favorablemente con estrategias pueriles basadas nuevamente en la falta de ética por parte de quien está siendo objeto de investigación, utilizando a su residente fiel y solícito que cree tener una deuda con él y que salda con un apoyo sentimental, almibarado y lacrimógeno en un acto de buenismo.

Por su parte, la dirección del hospital, protagonizada, como no, por un médico, es otro de los tópicos escenificados. Dirección unipersonal en la que no existe atisbo de trabajo en equipo y que obedece tan solo a criterios de amiguismo e interés político. Algo que, si bien en muchas ocasiones puede coincidir con la realidad, en el caso de esta serie se plasma con una frivolidad extrema que desvirtúa cualquier ejercicio de gestión.

Las agresiones a profesionales, también aparecen escenificadas. Aunque, de nuevo, se hace con una superficialidad manifiesta que carga la culpa exclusivamente en quien agrede, sin plantear las razones que pueden llevar a hacerlo y sin que ello suponga, en ningún caso, justificar la acción. Algo que se incorpora como un elemento más de victimismo de los profesionales en general y muy especialmente de los médicos que concentran la atención de toda la trama.

La serie RESPIRA, por lo tanto, se convierte en un cúmulo de estereotipos y tópicos que contribuye a su perpetuación. Traslada una imagen absolutamente distorsionada, falsa y peligrosa de la realidad del sistema sanitario, de la atención que en el mismo se presta, de las competencias que desempeñan las/os diferentes profesionales, de la ética y la estética profesional, de la sobrevaloración en unos casos e infravaloración en otros de las/os profesionales de la salud, de la ausencia absoluta del trabajo en equipo, de la invisibilidad a la que se somete a los cuidados profesionales… Todo lo cual conduce a que se traslade una imagen del sistema sanitario centrado exclusivamente en el hospital, la enfermedad, la curación, el protagonismo médico, el paternalismo, la dependencia… que son el mal endémico de nuestro sistema sanitario.

Este planteamiento novelesco burdo y engañoso que se quiere revestir de realidad, hace un daño irreparable entre la ciudadanía que acaba hipnotizada, cuando no fascinada, por ese conglomerado vertiginoso de acciones médicas salvadoras.

El problema no está tanto en quienes realizan este tipo de folletines, sino en que se aprovechen del analfabetismo sanitario y de la salud existente de la ciudadanía para captar su atención y generar una dependencia comercial de su producto.

Sería deseable que, más allá de las narrativas noveladas, las mismas se ajustasen a una visión, de la situación y los personajes presentados, que impida la distorsión y contribuyan a identificar la realidad que se traslada. Para ello existen profesionales, sociedades científicas, organizaciones profesionales… que pueden ofrecer asesoría científica y profesional que minimice al máximo la falsa e interesada idealización o el inculto e igualmente interesado ocultamiento de lo que es y significa la salud más allá de los hospitales y los médicos.

A quien se atreva a visionar la serie le recomiendo que tome aire y asuma su contenido con despreocupación. Lo contrario puede ocasionar serios problemas para su salud. Me imagino que, de ahí el título de la serie, RESPIRA.

[1]  Novelista y poeta español. (1877-193)

A PROPÓSITO DE LA PRESCRIPCIÓN ENFERMERA Dejémonos de cuentos

                                                       “En la contraposición de los cuentos de hadas y la realidad, prevalece el cuento de hadas, para la opinión pública ella siempre será más que yo.”

Emerald Lilly Fennell[1]

 Me despedía en mi última entrada en el Blog con la esperanza de que, al regreso de las vacaciones, las sensaciones, los posicionamientos, la realidad fuesen diferentes a lo vivido últimamente. Sin embargo, nuevamente, la realidad es tozuda y nos sitúa en el lugar que algunos se empeñan, con todas sus fuerzas, en que no se modifique lo más mínimo de aquella que han construido, de manera absolutamente distorsionada para adaptada a su exclusivo interés.

Cuando esto ocurre, además, utilizando la salud y a la población que tiene derecho a la misma, como elementos de exclusividad, de manipulación, de engaño e incluso de chantaje, el resultado es un deterioro evidente de aquello que, precisamente, dicen defender como garantes únicos de la misma.

Esta situación, que no es nueva, se está repitiendo en los últimos días como respuesta a la reciente publicación en el BOE de la “Resolución de 9 de agosto de 2024, de la Dirección General de Salud Pública y Equidad en Salud, por la que se valida la Guía para la indicación, uso y autorización de dispensación de medicamentos sujetos a prescripción médica por parte de las/los enfermeras/os: infección de tracto urinario inferior no complicada en mujeres adultas”[2],  como continuación a otras guías ya publicadas en este mismo sentido y que tal como recogía el principal medio de comunicación escrita en España, EL PAÍS[3], la población lo valoraba, no tan solo con absoluta normalidad sino como una “gran noticia” que facilitaría el acceso y la calidad de la atención. Sin embargo, los médicos, fundamentalmente a través de sus autodenominados máximos representantes en los Colegios profesionales, se han revuelto con rabia, indignación, ira y mucho desprecio hacia quienes dicha norma regulariza la capacidad y competencia de prescripción de medicamentos y productos sanitarios, las enfermeras, argumentando que la citada prescripción es de su exclusiva competencia. Premisa que en sí misma es un absoluta y rotunda mentira que tan solo persigue generar alarma entre la población. Porque la prescripción es una competencia de otros profesionales de la salud como los odontólogos o los podólogos, a los que con su burda afirmación están situando en idéntica y falsa ilegalidad.

Pero esta maniobra ya ha venido siendo utilizada de manera reiterada en otros muchos casos o situaciones en los que consideran que se ve mermado o amenazado su poder y su protagonismo. Los argumentos que esgrimen en sus manifiestos, más cercanos a panfletos dado su carácter difamatorio y agresivo, se sustentan en el alarmismo, el sensacionalismo. el miedo, el victimismo… sin mayor fundamento que la capacidad de difusión derivada de un poder desde el que se han dedicado, de manera sistemática, a atacar a todo aquel o aquello que identifican como una amenaza a su supremacía científico profesional de la que, por otra parte, se han querido hacer exclusivos valedores y propietarios. De tal manera que nada ni nadie puede evolucionar si no cuentan con su permiso, aunque ellos sean capaces de fagocitar, con idénticos planteamientos, cualquier competencia, actividad o acción que consideren contribuye a aumentar su poder y debilitar la de quienes consideran enemigas/os, que no compañeras/os.

Esta estrategia, sin duda, les ha funcionado durante muchísimo tiempo. No se les puede negar su depurada técnica y su permanente constancia ayudada, eso sí, por políticos y medios de comunicación que han actuado como valedores y difusores de sus causas, respectivamente. Ello ha permitido, fundamentalmente, que la población, aunque también algunas/os de sus supuestas/os enemigas/os que se alían con sus postulados más por interés o miedo que por convicción, hayan creído sus cantos de sirena. De tal manera que se han creído lo de su exclusividad y lo de que todos los demás profesionales no son más que piezas útiles pero prescindibles para su magna misión de curación.

Con su estrategia ha pasado como con los cuentos infantiles que durante muchos años han sido contados, transmitidos y admitidos como válidos y valiosos para las niñas/os a pesar de que su contenido esté plagado en muchos casos de machismo, violencia, discriminación, clasismo… De tal manera que la literatura infantil ha tenido que adaptarse a la evolución y la realidad social erradicando de sus contenidos todos aquellos tópicos y estereotipos creados a lo largo del tiempo como una verdad irrefutable que contribuía a crear en la infancia una realidad distorsionada, manipulada y falsa que tan solo se refería a ciertos sectores privilegiados de la población que se consideraba eran los únicos que tenían valor y valores.

 Los príncipes azules, los héroes invencibles, los reyes poderosos, las brujas perversas, las doncellas solícitas, las dóciles sirvientas… como protagonistas de unas relaciones de poder, acoso, odio, violencia y moralejas costumbristas y aleccionadoras de una cultura opresiva y represiva, dejan paso a unos relatos de equidad, igualdad, libertad, respeto… que permitan la reflexión, el pensamiento crítico, la curiosidad, la creatividad.

Sin embargo, los médicos o cuanto menos aquellos que dicen representarles, no se aplican el cuento y siguen creando argumentos de conflicto, enfrentamiento, descrédito… con el único objetivo, no nos engañemos ni nos dejemos seguir engañando, de mantener el estatus de privilegio que se han creado logrando que gran parte de la población asuma como cierto e invariable. Para ellos no vale el dinamismo, la innovación, la evolución, la adaptación… tan solo conservar privilegios a costa del inmovilismo.

Todo ello justifica las furibundas reacciones que se están produciendo con relación a la denominada prescripción enfermera que, considero, no es la denominación más acertada. Sino se habla de prescripción podológica u odontológica, por qué debe hablarse de prescripción enfermera, ni tan siquiera de prescripción médica. El problema está, nuevamente, en la exclusividad que se atribuyen los médicos sobre ella. Ya pasó, en su momento, con el diagnóstico que también esgrimían de su absoluta propiedad y que en la actualidad se asume con naturalidad que el diagnóstico trata de recoger y analizar datos para evaluar problemas de diversa naturaleza por parte de muy diferentes profesionales.

La naturaleza de la prescripción, por otra parte, viene a sustentar lo dicho hasta ahora. Teniendo en cuenta que según la RAE prescribir es preceptuar, ordenar, determinar algo, recetar u ordenar un remedio, podemos identificar como encaja en la imagen de poder, desde el que se ordena o impone, a la que hacía referencia.

Antes de que surgiera este absurdo, irracional y oportunista debate, las enfermeras ya consensuaban indicaciones. Porque cuando una enfermera consensua con una persona la realización de actividad física o la adecuación de una alimentación saludable, o la utilización de un recurso comunitario, o el afrontamiento ante un problema de salud… entre otras muchas, las enfermeras no están prescribiendo, sino indicando, desde el consenso que no de la orden o la imposición, aquello que se entiende puede dar mejor respuesta a los problemas de salud.

Por tanto, parecería más lógico y coherente que se planteara modificar la denominación de prescripción por la de indicación en referencia a cualquier propuesta por parte de profesionales de la salud en su relación con las personas a las que atienden. Lo contrario supone una relación desigual basada en el poder de unos y la sumisión de otros.

Pero nada de esto parece que vaya, ni tan siquiera, a ser contemplado por quienes siguen anclados en la tiranía de su ciencia, que se separa de las ciencias de la salud, por entender que la suya es otra cosa que, lamentablemente, no son capaces de explicar, concretar ni mucho menos fundamentar, pero que tienen la habilidad y el poder, para que sea admitida por académicos, profesionales y políticos con absoluta naturalidad.

En unos momentos en los que los problemas del sistema de salud derivan en una merma de la calidad de la atención que, por otra parte, se empeñan en hacernos creer que viene determinada por la falta de médicos, plantear un rechazo como el que están haciendo en relación a la indicación de medicamentos por parte de las enfermeras es no tan solo un claro engaño a la población, sino una maniobra para perpetuar sus argumentos de presión asistencial, que obedecen fundamentalmente a problemas de organización y estructurales que nadie afronta con la determinación, valentía y coherencia que precisan.

Argumentar que se debe prohibir la prescripción enfermera “por el grave riesgo que supone para la seguridad de los pacientes”, tal como hace el Presidente del Consejo de Colegios Médicos de Castilla y León[4], es mezquino, pero sobre todo, es absolutamente falso y malintencionado.

La incorporación de las enfermeras en el proceso de indicación de medicamentos tanto para procesos que realizan de manera absolutamente autónoma, como la atención a problemas de la piel, la incontinencia, las ostomías… como para aquellos que se realicen de manera colaborativa con los médicos a través de guías o protocolos que, cabe recordar, han sido consensuado con ellos mismos, disminuiría la presión asistencial que utilizan tan vehementemente como excusa para la generación de listas de espera o de la presión asistencial. Facilitaría el control y adherencia de los tratamientos. Disminuiría la demanda insatisfecha generada por la actual situación en la Atención Primaria principalmente. Facilitaría la optimización de la actividad enfermera y su relación con la población erradicando la interesada imagen de dependencia con los médicos que se empeñan en querer mantener. Disminuiría costes de atención y aumentaría la eficacia de los tratamientos, entre otros muchso beneficios.

Porque las enfermeras, tanto en el grado como en el posgrado y en la especialización, adquieren competencias específicas para afrontar con garantía, calidad, eficacia y eficiencia esta denominada prescripción enfermera.

En cualquier ámbito, pero mucho más si cabe en la salud, nadie es imprescindible y muchos son necesarios. Tal como me decía mi iaia Anna (abuela), “xiquet, els cementiris són plens d’imprescindibles” (nene, los cementerios están llenos de imprescindibles).

Situaciones como las descritas es necesario que dejen de producirse si, realmente, queremos que la sanidad y la salud adquieran trascendencia social y dejen de ser, como hasta ahora, tan solo o principalmente elemento de presión, interés, oportunismo o un poco de todo ello.

Para que llegue a ser una realidad y no tan solo un cuento, una ficción o una utopía, se requiere al menos:

Que los médicos dejen de creerse los protagonistas únicos y exclusivos del sistema sanitario y participen activa y colaborativamente en la construcción de la salud comunitaria de las personas, las familias y la comunidad. Hacerlo no les va a restar, sino todo lo contrario, notoriedad e importancia, pero les situará en un plano de naturalidad y normalidad que se resisten a ocupar.

Que las enfermeras dejen el papel de víctimas y asuman con determinación y decisión las competencias que les corresponden tanto de manera autónoma como de transdisciplinar con el resto de profesionales de los equipos. Seguir ancladas en la dependencia, el temor, la duda permanente, no contribuye a mejorar la salud de la comunidad y perpetúa los sistemas mediocres de atención al tiempo que impide la evolución científico profesional de la enfermería.

Que el resto de profesionales de los equipos identifiquen su papel en el seno de los mismos y contribuyan al necesario trabajo transdisciplinar que se centre en las necesidades y demandas de salud de las personas.

Que los políticos identifiquen y trabajen por la salud de la población sin las presiones de los lobbies de poder profesionales o económicos, para lograr la mayor equidad, accesibilidad y calidad. Que afronten los cambios legislativos que sobreprotegen a algunos y dejan en la indefensión a otros.

Que la población abandone su dependencia tanto del sistema como de sus profesionales y asuma su participación activa en la toma de decisiones, para lo que resulta fundamental que deje de someterse a la influencia de ningún grupo profesional. Tan solo desde su plena autonomía será posible lograr una salud comunitaria y una salud pública que respondan a sus necesidades.

Que los medios de comunicación sean capaces de desprenderse de la fascinación médica para identificar la importancia de la salud de manera integral y no tan solo como el producto finalista de un solo colectivo, a través de mensajes absolutamente distorsionados y alejados de la realidad social en la que vivimos.

Si todos ponemos de nuestra parte podemos construir una salud colectiva y participativa a través del consenso y el respeto. De lo contrario seguiremos con la mentira del cuento de los poderosos y sus súbditos, y la salud seguirá siendo tan solo una quimera disfrazada de curación heroica como rancia moraleja del mismo. Como dijera Alfred Adler[5] “Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa”.

[1] Actriz, guionista, productora, directora y autora británica (1985).

[2] https://acrobat.adobe.com/id/urn:aaid:sc:EU:81c1593c-3677-4f05-a5f8-b8d7e33a9207    

[3] https://elpais.com/sociedad/2024-08-24/las-enfermeras-podran-recetar-antibioticos-para-la-cistitis-ahora-tengo-que-ir-a-urgencias-y-esperar-horas-con-un-dolor-fortisimo.html

[4] https://www.lagacetadesalamanca.es/salamanca/colegios-medicos-castilla-leon-piden-sacyl-aplique-20240829193120-nt.html

[5] Psicoterapeuta austriaco (1870.1937)