SÍNDROME DE ESTOCOLMO

Diariamente llegan a nuestros correos peticiones para responder o difundir encuestas, para presentar proyectos, para publicar artículos… que hablen, traten o se refieran al invasor. Lo de menos es sobre qué y para qué. Lo importante es que hablen de la influencia del virus en cualquier aspecto de nuestras vidas por peregrinas que estas puedan ser.

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FIN DEL ESTADO DE ALARMA. ¿INICIO O REINICIO?

Tras más de tres meses de confinamiento y superado lo peor de la pandemia, la misma nos presenta un nuevo reto.

La situación vivida ha sido dramática y dolorosa por la gran cantidad de muertes producidas y los efectos que ha causado en miles de personas que han padecido la enfermedad directamente, pero también en profesionales tanto sanitarios como de otros sectores, en quienes sin padecer la enfermedad han sufrido las consecuencias o secuelas de la pandemia y en quienes han tenido que modificar su estilo de vida con serias repercusiones sociales, familiares o económicas.

Nadie puede ser ajeno a todo ello. Sin embargo, ahora que la pandemia ha podido ser controlada, que no vencida, tenemos ante nosotros el difícil reto de convivir con una pandemia latente que puede despertar en cualquier momento y situarnos, de nuevo, en un estado de alarma al que nadie queremos regresar.

Por lo tanto, se trata de adaptar nuestras vidas a una realidad que ni teníamos prevista ni para la que estábamos preparados. Pero una realidad que demanda un alto grado de responsabilidad por parte de todos. Y cuando digo de todos, no se trata de una simple expresión inclusiva, sino una necesidad que debemos interiorizar y respetar si realmente queremos lograr eso que se ha venido en llamar nueva normalidad.

Nueva normalidad que va mucho más allá del cumplimiento de las normas de seguridad y prevención, ya que la pandemia ha modificado no tan solo la forma en como nos vamos a tener que relacionar, sino aspectos muy variados en cuanto a la comunicación, la educación, el turismo, el ocio, el deporte, la sanidad… que, aunque puedan llegar a restablecerse en algún momento si se consigue la vacuna, ya no serán, posiblemente, como las recordábamos antes de la pandemia.

En este sentido es evidente que la sanidad, y en concreto el sistema sanitario en nuestro país, ha sido uno de los sectores que más ha sufrido el impacto de la pandemia.

Pero más allá de los efectos de colapso que la embestida violenta, sorpresiva y desconocida de la pandemia haya podido provocar en el que venía siendo reconocido como un extraordinario Sistema Nacional de Salud (SNS), lo que la pandemia ha puesto de manifiesto es la caducidad de un modelo que ya había demostrado serias deficiencias antes de que el COVID-19 irrumpiese en nuestras vidas.

Por encima de cualquier otra valoración más profunda que, sin duda, habrá que realizar si verdaderamente se quiere contar con un Sistema de Salud que responda a la sociedad actual y a la realidad de sus necesidades y demandas, considero necesario reflexionar sobre algunos aspectos relacionados con la enfermería y las enfermeras que deben ser, no tan solo analizados, sino abordados de manera seria, decidida e inmediata, si la voluntad política de cambio es real y no se han estado lanzando mensajes que tan solo perseguían mantener la calma y tranquilizar conciencias, sin ningún ánimo real de llevar a cabo lo prometido tanto antes como después de la pandemia.

De inicio cabe resaltar que antes de que se estableciese el Estado de Alarma como consecuencia de la pandemia, existía un compromiso firme, por parte de las/os responsables de los Ministerios de Sanidad y Educación, para celebrar la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria.

La irrupción de la pandemia, sin duda, ha supuesto una paralización del proceso que es perfectamente entendible, por dolorosa que sea, dado el tiempo de espera que lleva acumulado y que, salvo esta circunstancia sobrevenida, no tiene explicación alguna tras más de 10 años sin que haya existido voluntad política por resolverlo.

Superada la fase de crisis e iniciado el proceso de nueva normalidad, es exigible que se adopten las medidas urgentes que sean necesarias para que esta prueba se lleve a cabo. Utilizar de manera interesada la pandemia como excusa para no resolver el proceso, sería, además, de una grave irresponsabilidad por parte de las/os responsables políticos, una tremenda injusticia para las enfermeras a las que se ha venido engañando de manera sistemática con excusas peregrinas, falsas y manipuladoras durante muchos años.

La nueva normalidad, por tanto, debe comportar también una nueva toma de conciencia de aquellos temas que quedan pendientes por resolver y que son imprescindibles abordar desde el compromiso, la honestidad y el respeto hacia quienes se han estado lanzando loas y alabanzas por su innegable entrega durante la pandemia. Se trata, por tanto, en estos casos, de un reinicio que no de un inicio.

Por lo tanto, resulta fundamental que la nueva normalidad se construya, antes de emprender cualquier nueva aportación, con el cumplimiento urgente de aquellos temas que quedando pendientes no pueden quedar olvidados o relegados sine die. Cualquier reinicio sin este cumplimiento supondría una anormalidad sobre la que no sería posible la normalidad que se anuncia.

Dando por supuesto el cumplimiento de este y otros compromisos, resulta esencial analizar aquellos aspectos, temas o planteamientos que, relacionados con las enfermeras, será necesario tener en cuenta en la reconstrucción que, al menos políticamente, ya se ha iniciado

Inicio que, vaya por delante, no ha tenido muy buen comienzo dadas las dudas trasladadas en la configuración de la que ha venido en denominarse Comisión para la Reconstrucción del SNS, en la que ha habido que pelear mucho para que se incorporasen enfermeras entre sus miembros, dada la inicial ausencia y posterior resistencia a que las mismas formasen parte de su composición.

Vencidas las resistencias y lograda la incorporación a regañadientes de enfermeras, hay que decir que, la misma, obedece más a una concesión por presión que a un convencimiento de su oportunidad real y que, además, no se traduce ni en un equilibrio con relación a su peso cuantitativo, pero también cualitativo, en el SNS, ni en una proporcionalidad en cuanto a representatividad con relación al valor que, por ejemplo, aportan en Atención Primaria de Salud.

Sin embargo, tenemos la esperanza de que las propuestas serias, razonadas, necesarias y eficaces trasladadas por las enfermeras que nos han representado en la Comisión hayan sido entendidas y, en parte al menos asumidas, por las/os interlocutoras/es políticas/os, para que vayan más allá del escenario parlamentario concretándose en hechos que permitan impulsar los cambios estructurales, organizativos y de modelo que precisa el SNS y en los que las enfermeras van a tener que jugar un papel fundamental junto al resto de profesionales de la salud, de otros sectores, así como de la ciudadanía.

Pero resulta básico que esos planteamientos o propuestas que se trasladen no sean identificados o interpretados maliciosamente como reivindicaciones corporativistas, sino como aportaciones imprescindibles para el cambio. Lo contrario sería una nueva estrategia disuasoria para acometer la reforma que, no tan solo se reclama, sino que se debe exigir para garantizar una respuesta de calidad, segura, humanizada, participativa y equitativa.

Entre esos planteamientos o propuestas es fundamental que se visibilicen y pongan en valor los cuidados profesionales enfermeros en cualquier ámbito de atención, rescatándolos del ostracismo al que se han visto sometidos históricamente por parte de las instituciones sanitarias. La reciente pandemia ha permitido identificar, valorar y reconocer dichos cuidados como parte esencial en el proceso de atención de las personas contagiadas y de la población en general.

La puesta en valor de los cuidados, además, debe traducirse en un cambio radical para que los mismos tengan, no tan solo valor en cuanto a su reconocimiento, sino en cuanto a su aportación a la salud de la población, mediante una atención integral, integrada e integradora en la que la persona, que no el paciente, sea tanto, referencia de la misma, como protagonista de su proceso de salud – enfermedad.

Y para que ello sea posible resulta imprescindible acometer cuanto antes una reforma del SNS que genere una dinámica transformadora que, por una parte, se adapte a la sociedad en la que está inmersa para prestar servicio a la población y no ser tan solo referencia y modelo adaptado a las necesidades laborales, científicas e investigadoras de las/os profesionales que en el mismo trabajan y, por otra, que permita responder con eficacia y eficiencia a las necesidades reales de la población que, en esta nueva normalidad, requerirá, además, su participación activa en la toma de decisiones.

La pandemia y sus efectos obligan a todas/os a construir esta nueva normalidad si realmente queremos, que la misma, se desarrolle en espacios saludables, accesibles, solidarios, equitativos y de libertad, en los que la enfermedad deberá ser objeto de atención, pero en los que la salud deberá ocupar la mayor atención por parte de profesionales y ciudadanía. Lo contrario nos llevará, de nuevo, a padecer los mismos problemas que habíamos naturalizado en la anterior normalidad con claras deficiencias estructurales, organizativas y de atención.

Una normalidad, en la que los cuidados deben formar parte fundamental de cualquier proceso, en los que, las personas, las familias y la comunidad, sean identificadas, percibidas e incorporadas como parte de los mismos y no tan solo como sujetos pasivos de la acción fragmentada de las/os profesionales.

Pero en un contexto de cuidados en el que las enfermeras deben liderar su desarrollo y su respuesta transformadora junto a las cuidadoras familiares como verdaderas protagonistas de un cuido, tan importante y necesariamente sostenible, como el familiar. Tal como, al menos en parte, ha trasladado recientemente la Ministra de Igualdad al hablar de un “Estado Nacional de Cuidados”, en el que, como no puede ser de otra manera, las enfermeras coincidimos y apoyamos, pero para el que reclamamos nuestro liderazgo natural, el de los cuidados.

Esperamos que este reto anunciado no quede tan solo en un diálogo político que trascienda de la política para situarse en los ámbitos profesionales y sociales que den sentido a dicho estado en el que tanto tenemos y podemos aportar las enfermeras.

Por lo tanto, tan solo podremos hablar de nueva normalidad si en su configuración incorporamos a todos los agentes y recursos comunitarios de forma natural en un proceso de normalidad transformadora, alejada de protagonismos y personalismos de cualquier tipo.

¿Nos implicamos en construir la nueva normalidad o disfrazamos de novedad aquella de la que partíamos?

VIOLENCIA DE GÉNERO. NO HAY VACUNA

El último acto de violencia del género cometido en España, que ha provocado el asesinato de una mujer y sus dos hijos, ha sido declarado por parte del actual Presidente de la Junta de Andalucía como crimen familiar, en una nueva muestra de cinismo político.

Al contrario de lo que sucede con la pandemia de la COVID-19, para la violencia del género no existe posibilidad de vacuna, por lo que el riesgo es permanente y continuado. El virus que la provoca tan solo se elimina con la educación, la cultura y la lucha pacífica, pero permanente, contra quienes quieren perpetuarla como forma de hegemonía machista, ante la que las enfermeras tenemos mucho que ayudar.

CUIDADOS PROFESIONALES ENFERMEROS ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE

Para Assis do Carmo

Gran enfermero, mejor persona

 

En 1977 Steven Spielverg, adelantándose a su tiempo filmaba la que para muchos es una de las obras maestras de la ciencia ficción, Encuentros en la 3ª fase.

Muchos no saben de dónde viene el nombre de la película, y de hecho en el filme no se explica, pero está sacado de las investigaciones del doctor Allen Hynek[1] sobre los OVNIS. Según Hynek, que tiene un cameo en el filme, existe una clasificación. La fase 1 significa ver un OVNI en el cielo. La fase 2, tener una evidencia física. La fase 3 es la que supone tener un contacto directo con un extraterrestre. Los que hayan visto el filme ya sabrán por qué.

Tomando como referencia tan mítica película voy a tratar de establecer cierta semblanza con las fases descritas por el Dr. Hynek, en relación a lo que este fenómeno de la pandemia ha supuesto para las enfermeras y los cuidados profesionales enfermeros.

En una primera fase algunas enfermeras, una pocas, vieron en la pandemia una oportunidad para poder demostrar lo que los cuidados profesionales enfermeros podían aportar a una situación tan grave como la que se iniciaba y que iba a suponer una dura prueba para todos/as y muy especialmente para las/os profesionales sanitarias/os.

Sin embargo, como ocurre con el avistamiento de los OVNI (Objetos Voladores No Identificados), dicha percepción no fue creída ni tan siquiera creíble por parte de la mayoría de las enfermeras, más preocupadas por mantener su integridad ante la falta de equipos de protección y la escasez de personal y por atender de la mejor manera posible a las personas infectadas, que por la posibilidad de hacer visible su aportación específica de cuidados. Si a esto añadimos que la identificación como héroes/heroínas supuso, al menos inicialmente, una sorpresa por lo que de reconocimiento y valoración suponía, podemos entender que lejos de identificar la Observación Valorativa Necesariamente Identificable (OVNI) de los cuidados, estos quedaron nuevamente invisibilizados, o cuanto menos, ocultos, entre la maraña de secuencias, experiencias, vivencias… de incertidumbre, dolor y sufrimiento que la COVID-19 dejaba a su paso.

Los respiradores, los hospitales de campaña, los EPI, las medidas de prevención, las muertes y contagios masivos… impedían atender y entender el discurso de esas pocas enfermeras que estaban convencidas de la importancia de los OVNI avistados. Tanto es así que la insistencia en querer convencer a sus compañeras de tan importante descubrimiento hizo que incluso fuesen identificadas como raras o fuera de lugar. La técnica, nuevamente había logrado acaparar la atención en exclusiva y con ello desviar la atención de otras posibles alternativas, lo que prácticamente hacía imposible la identificación de los OVNI.

La pandemia no daba tregua y la cada vez más importante demanda de atención de unas personas que se veían privadas, no tan solo de su salud, sino de su entorno y, lo más importante, de sus seres queridos que, por seguridad, debían permanecer alejados de ellas. De tal manera que a la incertidumbre por lo que le sucedía se añadía la soledad en un entorno hostil y generador de ansiedad, cuando no de miedo. En esos momentos empezaron a tomar clara evidencia física los cuidados. No tanto porque las enfermeras los identificasen, sino porque las personas aisladas los reclamaron y fue en ese momento donde se produjo el encuentro con los OVNI de los cuidados. Por una parte, las personas aisladas de sus familias, lograron paliar sus miedos y ansiedad a través de los cuidados que recibían de las enfermeras que les atendían. Por su parte, las enfermeras identificaron el efecto terapéutico de sus cuidados profesionales al sacarlos del limitado círculo de lo afectivo, doméstico y privado e identificar las posibilidades de realización con que contaban al prestar dichos cuidados. Ese encuentro físico, pero también psicológico, social y espiritual, logrado a través de los cuidados enfermeros mediante la combinación de ciencia, humanización y técnica, permitió la identificación y, lo que es más importante, la valoración por ambas partes de los OVNI que hasta entonces habían permanecido ignorados.

La rebeldía a la consideración de heroínas/héroes, que inicialmente había sido aceptado con cierta satisfacción, al alimentar los egos individuales y colectivos, fue consecuencia también de los encuentros en esta segunda fase de la evidencia del cuidado. No se trataba de poderes sobrenaturales ni extraordinarios, sino de la fuerza del cuidado. Algo que no viene determinado por radiaciones, mutaciones o poderes especiales, sino por la importancia de ser y sentirse enfermera y ser capaz de identificar el valor de su aportación y los efectos que la misma tiene y es sentida por quien la recibe.

Sin embargo, los medios de comunicación, tan proclives al alarmismo y al sensacionalismo fáciles y rentistas, no se hacían eco del avistamiento de los OVNI, inmersos como estaban en el despliegue bélico que habían asumido como escenario contra el virus. Bastante hacían tratando de corregir su exclusiva denominación médica para sustituirla con esfuerzos, no exentos de constantes errores, olvidos o simplemente ignorancia, por la de profesionales sanitarias/os, pero incapaces de identificar la aportación específica de las enfermeras e integrándola como parte de la habitualmente denominada y difundida asistencia médica.

Por su parte, las/os políticas/os bastante tenían con tratar de no cometer errores, en unos casos, o identificar, manipular o inventar errores cometidos por los otros con el fin de lograr beneficio de los mismos, como para fijarse en lo que las/os profesionales sanitarias/os hacían o aportaban. Con sumarse al apoyo social y escenificarlo en los medios ya cubrían el expediente.

Así las cosas, los OVNI, continuaban siendo cosa de visionarios/as sin traslado real al ámbito mediático, político ni tan siquiera institucional. Es decir, los cuidados seguían sin identificarse ni valorarse. Tan solo se reconocía la entrega, no así lo entregado.

Pero la pandemia, a pesar de su aparente remisión, continua entre nosotros como ese gran invasor que no se ve, pero se percibe el peligro que comporta. El descenso de muertes, de contagios, de ingresos hospitalarios e incluso de los aplausos que diariamente jaleaban a las/os profesionales sanitarias/os, no impidieron que los OVNI identificados por muy pocas enfermeras e incluso ciudadanas/os en la primera fase y reconocidos en la segunda de manera mucho más numerosa, trascendiese a los ámbitos en los que debe ser reconocido y valorado sino quiere quedar archivado como algo no comprobable, como sucede habitualmente con los avistamientos de Objetos Volantes No Identificables (OVNI), que acaban en carpetas con el sello cinematográfico y efectista de TOP SECRET, que es tanto como decir que nadie sepa de que se trata.

Pero la tercera fase ya está próxima, y en ella los OVNI de los cuidados necesitan contactar con todos quienes, hasta el momento, no tan solo no los han identificado ni valorado, sino que los han negado sistemáticamente al ignorarlos.

La Pandemia ha dejado tras de si muerte, dolor y sufrimiento. Pero deja un panorama de futuro a corto y medio plazo de una nueva incertidumbre ante las secuelas que provocará en las personas, las familias y la comunidad como efectos colaterales que no sabemos, aunque sospechamos, cómo se comportarán ni en qué medida afectarán a la salud. Pero sin duda, lo que más falta va a hacer en esta tercera fase es acabar con la incredulidad, la ignorancia, la negación, la desvalorización de algo tan evidente ya como la necesidad de los cuidados profesionales enfermeros. Deben, por tanto, pasar de ser Observaciones Valorativas Necesariamente Identificables (OVNI) a ser Obvios Vitales, Necesarios e Imprescindibles en cualquier ámbito profesional, social, mediático o político.

La tercera fase se concreta en un contexto de cuidados en el que las enfermeras y los cuidados profesionales que prestamos, deben lograr conectar de manera definitiva con la sociedad. Resulta imprescindible, no tan solo que sean identificados, sino que sean entendidos, reconocidos y valorados como sucede en la película de Spielverg. Pero a diferencia de los extraterrestres de la película, las enfermeras tenemos un lenguaje mucho más complejo, y a la vez entendible, que la simplona melodía utilizada para comunicarse con la ciudadanía en la película. Nuestro lenguaje es el de la proximidad, el gesto, la mirada, la empatía, la escucha activa…que conecta con los sentimientos y las emociones de las personas en cualquier momento de su ciclo vital con el fin de afrontar las situaciones de salud y enfermedad con responsabilidad, autonomía y libertad. Un lenguaje que puede parecer sencillo, pero que tiene una enorme complejidad que tan solo las enfermeras saben entender y hacer entender.

Si en estos encuentros en la tercera fase somos capaces, finalmente, de conseguir que se deje de negar la evidencia de la importancia de los cuidados profesionales enfermeros. Si se logra entender que técnica y cuidados no tan solo son compatibles, sino que resulta imprescindible su asociación. Si abandonamos la creencia de que los cuidados no aportan valor a la atención. Si erradicamos la dicotomía curar – cuidar, para pasar a hablar de atención en la que tienen cabida ambos conceptos desde la técnica y desde el cuidado. Si conseguimos que se valoren los cuidados profesionales enfermeros por lo que realmente aportan a la salud de las personas y no a lo que social y culturalmente se asocian en forma de tópicos y estereotipos… entonces, posiblemente, logremos que en la nave en la que viajan, el Sistema Nacional de Salud, sean identificados y valorados, al menos, de igual manera a como se hace con una pastilla, una técnica, una vacuna o un diagnóstico médico.

Finalmente, se trata de una convivencia con los cuidados que permita una atención integral, integrada e integradora y no de una asistencia fragmentada, atomizada y despersonalizada, por mucho que se pretenda humanizar.

No estamos solos. Los cuidados profesionales enfermeros han venido para quedarse. No permitamos que vuelvan a irse, ocultarse u olvidarse. Posiblemente no haya 4ª fase.

 

[1] Josef Allen Hynek (1 de mayo de 1910 – 27 de abril de 1986) fue un astrofísico, profesor y ufólogo estadounidense.

SUERTE, SERENDIPIA Y MEDIOCRIDAD

A quienes crecen gracias a su esfuerzo y convicción

Se entiende por serendipia el hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.

Esto podría hacernos caer en el error de pensar que la serendipia y la suerte son sinónimos. Es decir, que alguien descubre o logra algo simplemente por una cuestión de azar, como quien compra lotería y le toca el gordo.

Louis Pasteur ya destacó que la observación es la mejor compañera del ingenio y de la ciencia, cuando decía: “En el campo de la observación el azar solamente favorece a las mentes preparadas”. Lo que viene a corroborar la diferencia entre serendipia y suerte.

Porque la suerte, es la guadiana de los necios y la fortuna la madre de los pesares. De hecho, la suerte es la mejor excusa de los mediocres o el pretexto de los fracasados.

Resulta por tanto muy irritante y cansino seguir oyendo de manera permanente que las enfermeras hemos tenido mucha suerte de estar donde estamos y haber logrado lo que hemos logrado. Es más, se trata de un mensaje que suele ir acompañado del que traslada una incomprensión por seguir demandando nuevos logros o aspirando a nuevas metas. Es algo así como “no te creas que la lotería te va a tocar dos veces en la vida”. Eso tan solo les sucede a políticos destacados que, ya sabemos, están a otro nivel del que tenemos el resto de los mortales.

Lo triste, es que dicho mensaje acaba calando en muchas enfermeras que llegan a interiorizar que con el hecho de haber llegado a serlo ya no es necesario hacer nada más y esperan tan solo a que la suerte reconduzca sus vidas para situarlas en la mejor zona de confort posible. O cuanto menos, aquella en la que considera podrá adaptarse según su particular visión del ejercicio profesional de la enfermería, lo que acaba por deformar, distorsionar y lesionar la imagen de las enfermeras y del ámbito en el que se instalan colonizándolos desde el conformismo, la inmovilidad, la inacción y la mediocridad. Lo que confirma la perfecta simbiosis existente entre suerte y mediocridad.

Y esa mediocridad, en muchos casos, no es sino la antesala del fracaso ya que tal como decía Pablo Neruda “la suerte es el pretexto de los fracasados”. El pretexto para no reconocer su absoluta negación a contribuir, no tan solo a su desarrollo profesional, sino al de la profesión/disciplina a las que pertenece, proyectando una imagen que tan solo obedece a un estereotipo que lamentablemente es interiorizado y naturalizado por la sociedad y utilizado de manera interesada para fortalecer posicionamientos en contra del desarrollo enfermero por determinados sectores corporativistas y políticos.

Pero la fuerza, o el deseo por mantener una posición cómoda y sin compromisos, hace que se recurra de manera compulsiva a la invocación de la suerte como remedio a los males que según algunas/os les acechan e impiden su particular manera de identificar el éxito, es decir, la mediocridad en la que se quieren instalar o bien lo transforman en fracaso desde un posicionamiento victimista para justificar su falta de suerte.

En este plan vital que trazan, en muchas ocasiones desde antes de lograr el título que les habilitará como enfermeras, se esfuerzan por recopilar, ordenar y argumentar las mejores excusas sobre las que justificar su decisión de fracaso programado y de adopción de la mediocridad.

Para dicho plan escogen entre un amplio abanico de excusas que pueden clasificarse, tal como describe Raimon Samsó[1] en:

Excusas de culpa: se trata de encontrar alguien o algo (eso es fácil) a quien culpar para no esforzarse en el logro de objetivos o metas profesionales que les demande determinado esfuerzo o compromiso. Así, por ejemplo, es muy socorrido acusar a la organización o a sus gestores, a las/os compañeras/os de profesión, a los médicos, a la falta de recursos o de tiempo, o a una supuesta y alimentada manía persecutoria por parte de todas/os que les impide trabajar mejor y justifica su posición inmovilista o incluso opositora.

Excusas de imposibilidad: se consigue elaborando una lista mental de suposiciones no contrastadas acerca de dificultades para adoptar otro posicionamiento más activo o proactivo. La verdad es que, en este sentido, el grado de ingenio e innovación para la elección de las barreras llega a ser de mérito y supone un verdadero reto para su habitual inacción. A pesar de la evidente falta de argumentos para sostener sus propuestas de contención al desarrollo o la implicación, lo que si logran es un grado de desgaste en el equipo, que debe discutir las mismas con el objeto de desmontar el plan, ocasionando malestar e incluso llegando a acaparar adeptas/os que apoyen su causa.

Excusas de invalidación: remover la memoria hasta dar con alguna historia pasada a la que responsabilizar de supuestos límites (también se puede inventar). Y es que, si todo el tiempo que utilizan en construir sus planes los dedicasen a trabajar y cumplir con sus competencias posiblemente saldrían de esa mediocridad que buscan con tanto empeño y en la que quieren instalarse de manera permanente como modelo profesional en el que alcanzar su jubilación. Lo de menos es cómo afecta al equipo, a la organización, a la población que atienden o a la profesión/disciplina a la que pertenecen. Lo importante es cimentar en dichas excusas su plan de vida.

Excusas de no responsabilidad: Son aquellas que se elaboran para hacerlas responsables de su supuesta frustración o fracaso. La mala enseñanza obtenida en la universidad, el/la tutor/a que le marcó negativamente de manera indeleble durante sus prácticas, el entorno poco propicio, la presión familiar… cualquiera que finalmente pueda ser la receptora ideal para eximirse de la responsabilidad personal en cuanto a sus desfasadas aptitudes y su conformista actitud.

A las citadas excusas descritas por Samsó, yo añadiría:

Excusas de comparación o de envidia: son aquellas que se elaboran identificando los éxitos o logros de compañeras/os para transformarlos en golpes de suerte o de oportunismo (designaciones directas, confianza de las/os responsables…) con el fin de contraponerlos a su falta de fortuna o de animadversión hacia ellas/os que les aboca a adoptar irremediablemente su posición como mecanismo de defensa. Y es que la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.

No suele darse tan solo uno de los tipos de excusas descritas, sino que combinan de manera extraordinariamente eficaz los cinco tipos para reforzar su posición y anular cualquier atisbo posible de acusación a una premeditada actitud en la misma.

Estas actitudes de inmovilismo que tanto daño hacen a la Enfermería y al conjunto de las enfermeras, paradójicamente, suponen una relajación, abandono o negación, por parte de quienes las adoptan, de la disciplina hacia la Disciplina.

Entendiendo la disciplina como el conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado y Disciplina entendida desde su significado como ser “discípulo de una idea” que se ama, ya que nadie puede ser discípulo de algo en lo que no cree,en base a lo cual  podemos entender que, quienes actúan como he comentado, la única disciplina que practican consiste en lograr la máxima mediocridad que, lamentablemente, va en contra de aquello en lo que ni creen ni aman que es en la Diciplina Enfermera a la que no tan solo perjudican sino que ponen en evidencia, además de suponer una clara muestra de desprecio hacia ellas mismas ya que, la pertenencia a la Disciplina, debiera suponer la más alta expresión de autoestima.

Si en lugar de persistir en su empeño destructivo, hacia ellas mismas como enfermeras y hacia la Enfermería como Disciplina, afrontasen el problema que supone su incomodidad o rechazo a ser enfermeras atreviéndose a responder a algunas preguntas sencillas que les permitiese superarlo, y que tienen que ver con la formulación de las excusas anteriormente expuestas como mecanismo para atrincherarse en la mediocridad y el fracaso, se podrían revertir las situaciones planteadas.

Para contrarrestar y eliminar las excusas, las preguntas que podrían o deberían formularse son:

 

¿De dónde procede esta excusa?

¿Es verdad o es solo una excusa?

¿Cómo es mi vida profesional con esta excusa?

¿Cómo sería mi vida profesional sin esta excusa?

¿Cuál es la verdad que esconde esta excusa?

 

Formuladas de manera serena, reflexiva y crítica serían capaces de ayudarles a descubrir que la mayoría de las excusas ni son ciertas ni nunca lo fueron. Tan solo se plantearon como hipótesis sin contrastar, en un intento de convencerse y convencer sobre aquello que decidieron emprender. O bien fueron asumidas como propias cuando, realmente, corresponden a opiniones sin fundamento de otras personas, con otras realidades y otros planteamientos, que se asumen sin más como una verdad probada, entrando en una espiral de autoconvencimiento de su posicionamiento y de autodestrucción como enfermeras, que acaba repercutiendo en el resto de profesionales y de la profesión/Disciplina.

Sin embargo, los mediocres también son codiciados por otros mediocres para ayudarles a mantener su alto nivel de mediocridad e ignorancia ocupando puestos de gestión, desde los que amplifican su incompetencia y salvaguardan la de quienes los han elegido. Y es que finalmente, no hay nada más peligroso que un/a mediocre o un/a tonto/a activo/a.

Cosa bien distinta es cuando alguien en el desarrollo de su actividad profesional, sea en el ámbito que sea, lleva a cabo un hallazgo u obtiene un resultado no esperado ni planteado inicialmente, pero que, en ningún caso, puede ni debe identificarse como causa de la suerte, sino como consecuencia del esfuerzo que, en un momento determinado, hizo que estar en el lugar y el momento indicados condujese a dicho hallazgo o logro.

En el caso de la serendipia, la disciplina está más que comprobada en cuanto al seguimiento permanente y ordenado de las normas que permiten alcanzar resultados en forma de motivación, esfuerzo e implicación, aunque puedan ser los no esperados, y en perfecto equilibrio con la Disciplina, desde la que se está haciendo y a la que, no tan solo, respetan, sino a la que se sienten orgullosas de pertenecer.

Tratar de considerar como suerte el descubrimiento de la penicilina por Fleming, de América por Colón, de la molécula del benceno por Kebulé o del principio de Arquímedes por quien le da nombre, entre otros muchos, sería tanto como negar su autoría o trasladarla a la mera fortuna, que como indicaba al principio, es la madre de los pesares.

Y es precisamente en los pesares o los lamentos, en los que muchas veces se refugian quienes no tan solo niegan la capacidad de desarrollo de las enfermeras, sino que intentan impedir que otras lo consigan con su disciplina y por la Disciplina.

Sin embargo, no me gustaría concluir sin constatar que este problema no es exclusivo de la Enfermería y de las enfermeras, sino que forma parte de la propia evolución de las profesiones y sus profesionales. Otra cosa es que, al identificarlo en nuestra Disciplina, podamos creer que nos afecta en mayor medida a nosotras o que lo padecemos de manera crónica.

Lo que debemos llevar a cabo son respuestas, propuestas y acciones que traten de neutralizar a quienes se refugian en la mediocridad y el fracaso que circunscriben al ámbito exclusivo de la suerte sin querer ver que es su actitud consciente, premeditada y permanente la que favorece y alimenta dicho estado de resistencia, inmovilidad y conformismo destructivo.

Sería deseable que quienes no logran encontrar las respuestas esperadas en el desarrollo profesional de la enfermería buscasen otros caminos o refugios en los que sentirse más identificados o en los que su mediocridad afecte menos a la salud de las personas, las familias y la comunidad a las que deben prestar sus cuidados y que, además, persistan en su actitud ligándola incluso a una vocación profesional. En su defecto, sería también deseable que intentásemos, desde quienes gestionan hasta quienes comparten actividad con estas enfermeras, evitar naturalizar sus comportamientos y actitudes considerándolos como inevitables o un mal que hay que asumir. Lo contrario supone un riesgo evidente de contagio que puede arrastrar a otras enfermeras, al identificar que, dichas actitudes, comportan menor responsabilidad, peligro y conflicto, que actuar como enfermeras competentes y comprometidas con la Disciplina y ellas mismas, sin que les sea reconocido ni agradecido, lo que puede acabar provocando el peligroso “Síndrome del imbécil” en el que por menor que sea el esfuerzo e implicación se genera idéntica respuesta de recompensa.

[1] Escritor y Coach especializdo en formar a Expertos con conciencia.

PREMIO A LA CONCORDIA PRINCESA DE ASTURIAS

Ayer se anunciaba la concesión del Premio Princesa de Asturias a la Concordia a las / os Profesionales Sanitarias / os que se encuentran en primera línea en la lucha contra la covid-19, por su entrega, dedicación e implicación profesional durante la pandemia.
Pues bien, hoy nos despertamos con la noticia de que un grupo de sanitarios que han decidido erigirse en representantes y portavoces de todas / os las / os profesionales sanitarios / os, que son quienes han sido receptores / es del Premio, rechazan el premio. ..

 

CUIDADORAS FAMILIARES Y CONFINAMIENTO

ENTREVISTA EN RADIO VILLENA, con motivo de las jornadas organizadas por la Sede de la Universidad de Alicante en Villena y por la Asociación de Mujeres y Salud, también de Villena. Un placer compartir estos momentos a través de las ondas.

https://www.ivoox.com/ciclo-salud-mujer-2020-cuidados-familiares-y-audios-mp3_rf_51560553_1.html?fbclid=IwAR0dcXPeJ4_GkCp0LeexlDd3lSFy5SBQ2n5LB5gcVtVc_QHpyMYEDlkcvco 

PASADO, PRESENTE Y FUTURO. DÉJÀ VU

Para un Gigante: Jorge Enrique Liz Ome

 

Tengo la permanente sensación de llegar a determinados puntos en los que parece que no haya posibilidad de retorno. Pero en los que tampoco haya posibilidad de mayor avance.

Sin embargo y, aunque la sensación se repite como en un déjà vu, nunca me ha paralizado, ni me ha echado para atrás, aunque tampoco me he lanzado al vacío sin más.

Esta sensación la tengo sobre todo o casi en exclusiva con relación al desarrollo vital que he compartido con la enfermería y que me ha hecho valorar la importancia de ser y sentirme enfermera.

No ha sido, sigue sin ser, fácil el avance de la enfermería en un contexto dominado por la medicina y por los médicos. No se trata de un reproche, ni tan siquiera de un lamento. Es únicamente la constatación de una realidad que nos ha marcado como disciplina y como profesión.

Cada vez tengo más claro que ni la medicina ni los médicos pueden ni deben ser señalados como responsables de nuestra evolución. Al menos no de manera directa. Al menos no como únicos responsables como se ha querido señalar durante tanto tiempo, resistiéndonos a abandonar la idea. Y es que no por mucho repetirla se va a convertir en realidad.

Tanto la medicina, como los médicos, han sido y han estado presentes en la sociedad a lo largo de la historia. Y lo han estado, siendo dueños de su destino y de su desarrollo. Más allá de cómo lo hicieran o de las condiciones en que lo hicieran, lo bien cierto es que lograron situarse como referentes sociales, profesionales y científicos, utilizando para ello todo aquello que tenían a su alcance y que identificaban como recurso o medio idóneo para lograrlo. Alcanzaron notoriedad y prestigio en base a sus aportaciones a la salud de la población en un escenario totalmente aséptico de cualquier otro profesional que pudiese ser identificado como un obstáculo o aparente competidor a sus competencias.

Su evolución, como la de cualquier disciplina, tampoco fue sencilla y las rencillas, enfrentamientos, disputas y diferencias entre sus miembros fueron y me atrevo a decir que siguen siendo permanentes, lejos de esa unidad férrea que en muchas ocasiones quiere trasladarse. Pero también esto forma parte de su propia evolución y crecimiento.

No es mi intención convertirme en relator de la historia médica, ni mucho menos en defensor de su causa, entre otras cosas, porque no les hace falta alguna.

La Enfermería y las enfermeras como profesión y profesionales respectivamente no se incorporaron en el escenario sanitario, creado a imagen y semejanza de quienes lo habían construido, hasta bien avanzado el siglo XX en nuestro país. Aunque los historiadores de Enfermería identifiquen la figura de la enfermera mucho antes. Pero en ningún caso como profesionales. Por lo tanto, la relación médico-enfermera a nivel profesional no se produciría hasta los movimientos, propiciados por los propios médicos, mediante los cuales se creaban las primeras escuelas de Enfermería o incluso las primeras especializaciones a través de becas para estudiarlas en países que, como EEUU, llevaban un claro recorrido previo en este sentido. Aspecto poco conocido o cuanto menos reconocido.

Dichos avances de profesionalización iniciaron una relación que, es cierto, estuvo marcada por una clara subsidiaridad hacia la clase médica que identificaba a las enfermeras como medios útiles para su desarrollo profesional y no, en principio, como obstáculo al mismo.

Por lo tanto, se avanzó en la profesionalización y se llegó a un punto que permitía identificar muestras de desarrollo propio. Sin embargo, la guerra civil supuso, no tan solo la parálisis del proceso iniciado, sino incluso un claro retroceso que sumió a las enfermeras en una clara invisibilidad y una absoluta sumisión a la clase médica. Pero dichas circunstancias estaban más ligadas a cuestiones de género que de desarrollo y competencia profesional.

Lo bien cierto es que se inició una travesía por el desierto de la sanidad médica que nos impidió avanzar profesionalmente durante casi todo el periodo de la dictadura.

Pero en ese recorrido del que hablaba, hubo una serie de enfermeras que no se paralizaron ante la dominación médica, que actuaba replicando el comportamiento autocrático, paternalista y machista que imponía el régimen político. Lograron aglutinar el sentimiento de muchas enfermeras para conseguir finalmente que las enfermeras pudiesen formarse en la Universidad.

Una vez más, lo que parecía una vía muerta o un camino sin posibilidad de avance, fue modificado por la voluntad férrea de quienes creyeron en la enfermería como profesión y en las enfermeras como profesionales, aunque se presentase un camino complejo a partir de ese momento.

La entrada en la universidad, sin duda, supuso un punto de inflexión trascendental para el futuro científico profesional de las enfermeras. Pero también se iniciaba un proceso de reconstrucción en el que los conflictos internos y los recelos, ahora sí, de una clase médica acostumbrada a caminar bajo palio y sin absolutamente ninguna resistencia, generaron importantes desencuentros que actuaron como barreras en el iniciado avance.

Ese periodo fue determinante para el desarrollo profesional enfermero, a pesar de la barrera que suponía no poder acceder al máximo nivel académico, doctorado, por estar encorsetada la titulación en una Diplomatura sin posibilidad de desarrollo en un 2º ciclo. Esta circunstancia unida a las disputas entre ATS, DUE y quienes a través de otras titulaciones alcanzaban el grado de Doctor/a, supusieron el principal caldo de cultivo para el crecimiento de gérmenes que ocasionaron graves “infecciones” que eran aprovechadas por quienes, como los médicos, nos veían como una amenaza, cuando realmente la amenaza la teníamos nosotras mismas en nuestra falta de visión, misión y conciencia enfermera. Estábamos situados en un camino intermedio entre la técnica y el cuidado y no éramos capaces de unirlos a la ciencia incipiente enfermera.

Nuevamente estábamos en ese que parecía final de término sin capacidad de avanzar porque aparecía el vacío de lo desconocido y lo temido y con riesgo de retroceder y perder lo logrado, aunque no fuese lo esperado o lo deseado.

Pero siempre hay quienes han creído de manera tozuda, al tiempo que rigurosa, en el crecimiento de la Enfermería y la dignificación de las enfermeras. El Espacio Europeo de Educación Superior supuso una oportunidad para dar el salto y romper el techo de cristal que nos impedía acceder en igualdad de condiciones al máximo nivel académico.

Logrado este avance quedaba por resolver la adaptación de tan importante desarrollo a los ámbitos de la atención y de la gestión. La investigación, a través del doctorado, ya se constituyó en un hecho y la docencia ya estaba lograda, aunque cada vez más devaluada, en un escenario universitario claramente mercantilista y en clara desventaja ante la investigación que ha sido elegida “la niña bonita” para lograr el, cada vez más complicado y desigual, desarrollo académico.

Pero es en esos ámbitos en los que más resistencias se iban a generar tanto por parte de las enfermeras, que no siempre estaban dispuestas a asumir la responsabilidad que suponía dar ese paso, como de una parte de los médicos que veían peligrar competencias propias, más desde una posición infantil de posesión exclusiva que desde una posición racional y de necesaria interrelación.

Los avances fueron lentos y las paradas prolongadas, aunque no existieron importantes retrocesos.

Sin embargo, se incrementó la percepción de una resistencia, cuando no ataque, permanente por parte de la clase médica. Lo que falta por determinar es, hasta qué punto, el ataque o la resistencia médicas son reales o si son el resultado de la propia debilidad enfermera. Debilidad que se identifica en el lento desarrollo y capacidad de influencia de las Sociedad Científicas Enfermeras, en las posiciones de conformismo e inmovilidad de muchas enfermeras, en la ausencia del ámbito político, en la exclusividad de actuación en el sistema sanitario, en la aclimatación a zonas de confort, en asumir como logros la esclavitud de horarios imposibles, en aceptar la imposibilidad de la conciliación familiar, en la comodidad de la subsidiariedad, en el reduccionismo laboral, en la distancia con la investigación… que actuaban y actúan de manera significativa en contra de las propias enfermeras, asumiendo el victimismo como manera más sencilla, dramática y efectista, que no efectiva, de contrarrestar dicha debilidad. Y, para ello, nada mejor que utilizar al enemigo perfecto, el médico, que, dicho sea de paso, asumía encantado el papel que se le asignaba y lo llevaba a cabo de manera, en este caso, efectista pero también efectiva. De tal manera, que ya teníamos el escenario perfecto para representar el drama sanitario en el que unas, las enfermeras, eran el blanco de todos los ataques, mientras otros, los médicos, eran los ejecutores de los mismos. Aclarando, que ni unas ni otros, en su totalidad, eran conscientes del papel que estaban representando, pero lo asumían como parte del desarrollo establecido y guiados por las consignas de quienes verdaderamente les estaban utilizando. Todo ello en ese punto del camino que parece no tenga posibilidad de avance, pero, en el que el retroceso, aunque posible, no se contempla.

Pero como suele suceder en todas las contiendas, batallas, enfrentamientos… siempre hay personas de uno y otro bando que no se acoplan al plan establecido y se posicionan claramente en contra del mismo. Siendo llamados traidores a la causa, renegados o desertores. Fundamentalmente se trata de pensar por si mismos, tener y aplicar el pensamiento crítico y ser lo más pragmáticos posibles en beneficio propio y colectivo. Porque, no nos equivoquemos, el conflicto médicos-enfermeras, no beneficia a ninguna de las partes y, por el contrario, lo hace a quien alimenta, mantiene y potencia el mismo.

Quienes realmente manejan, de manera interesada, los resortes de esta representación, que sirve a sus intereses particulares, logran desviar la atención de los contendientes, de lo verdaderamente importante para situarlo en ficticios problemas en los que distraerlos. Consultas enfermeras, puestos de gestión, prescripción enfermera… son tan solo algunos de los ejemplos de los muchos que se han venido creando y que mantienen una disputa sin solución de continuidad, pues conforme se resuelve, bien por lisis, cansancio o, las menos de las veces, consenso, uno de los problemas, emerge inmediatamente otro que permita seguir manteniendo la distracción y la confrontación.

Mientras tanto, los “disidentes” acaban por darse cuenta que es mejor unir las fuerzas y desde el respeto mutuo tratar de avanzar y desenmascarar a los manipuladores, aunque ello suponga que además de disidentes sean identificados, señalados y acusados como traidores por cada uno de los “bandos” en contienda.

De repente ese vacío que se presentaba en el desarrollo académico, profesional y disciplinar, se torna en un espacio de posibilidades en el que, si bien, siguen existiendo los manipuladores, al menos, ya se ha sido capaz de entender que el avance depende de las propias enfermeras y no está en peligro por la existencia de los médicos. Por su parte los médicos identifican claramente que existe espacio para todos/as y que las enfermeras no suponen un peligro, ni una amenaza para mantener su largamente logrado reconocimiento y posición, pues el liderazgo y empoderamiento de las enfermeras está totalmente alejado del que ya hace mucho tiempo colonizaron los médicos.

Si finalmente las enfermeras somos capaces de identificar ese lugar de liderazgo y desarrollarlo en armonía, no exento de dificultades, con médicos y otros profesionales como farmacéuticos, psicólogos, fisioterapeutas… podremos centrarnos en lo verdaderamente importante, nuestro espacio y paradigma propio, y huir de inútiles, estériles y artificiales conflictos con quienes deben ser identificados como aliados y no como enemigos.

Tan solo si avanzamos de manera conjunta, sin posesiones irreales, subsidiariedades caducas, recelos infundados, competencias exclusivas… lograremos desenmascarar finalmente a quienes tienen intereses muy concretos de mantener estos conflictos, como, por ejemplo, la precariedad del Sistema de Salud, las ratios irracionales, los modelos caducos, las dependencias mercantilistas, la esclavitud del paternalismo, el secuestro de la ciudadanía, la supremacía de la enfermedad, la indiferencia ante la salud, la postergación de la salud pública, la primacía hospitalaria… que configuran el escenario en el que mueven a su antojo, a unos y otras, como soldaditos de plomo o de plástico, depende si son del hospital o de Atención Primaria de Salud.

Cuando seamos capaces de abandonar nuestro egocentrismo; de levantar la mirada de nuestro ombligo; de darnos cuenta de a quien tenemos al lado, enfrente o tras nosotras; de valorar nuestro potencial cuidador propio; de asumir responsabilidades con todas las consecuencias; de rechazar imposiciones; de identificar a los verdaderos enemigos, internos o externos; de asumir retos; de innovar; de empoderarnos en cualquier escenario; de ejercer un liderazgo real y propio; de aportar evidencia sobre nuestra aportación, de identificar y reconocer a nuestras líderes y referentes… estaremos en disposición de dar ese paso que nos permita dejar de ver un vacío peligroso, para avanzar y volar hacia una realidad tan posible como necesaria.

Tan solo entonces podremos despejar nuestros miedos atávicos contra los médicos y estos, a su vez, podrán entender que lejos de ser un peligro suponemos el mejor aval para lograr alcanzar objetivos comunes. Y desde esa reforzada alianza dejar sin argumentos disuasorios a quienes tan solo han tenido y tienen interés porque nada avance más allá de lo que pueda aportarles beneficio a ellos.

Y esta realidad muy centrada en nuestro contexto como país, es perfectamente trasladable y adaptable a cualquier otro contexto, fundamentalmente del ámbito latinoamericano. Si fuésemos capaces de salvar la distancia geográfica de un océano que nos separa para identificar la oportunidad que supone unir nuestras fuerzas, el avance hacia ese espacio enfermero común sería mucho más eficaz y menos prolongado en el tiempo.

No hay, por tanto, fin de recorrido. Los límites tan solo existen en nuestra mente y disposición por vencerlos y avanzar.

Dejemos de ver fantasmas y veamos al Gigante que, como profesión y disciplina, somos.

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