Sísifo fue obligado a cumplir el castigo de empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez. Así se cuenta en la Odisea. También se dice que aun viejo y ciego seguiría con su castigo.
En cierta manera Enfermería parece estar castigada como lo estuvo Sísifo.
Para no remontarnos a tiempos perdidos en la memoria, que no en la historia, creo que puede ser buen punto de partida el que fue incipiente proceso de profesionalización de enfermería en España durante la segunda república. La aparición y desarrollo de las denominadas enfermeras visitadoras como precursoras de las enfermeras de salud pública en España, supuso un punto de inflexión en el necesario reconocimiento del trabajo de las enfermeras, hasta entonces invisible. El proceso iniciado con la formación de enfermeras españolas referentes en Estados Unidos a través de las becas Rokefeller, para incorporarse posteriormente como docentes en la Escuela Nacional de Sanidad, y formar a las que deberían ser las enfermeras visitadoras con funciones propias, se vio truncado con el estallido de la guerra civil.
Durante la contienda las enfermeras pasaron a ocupar papeles desiguales y reconocimiento muy dispar en función del bando que las utilizaba para sus propios intereses ideológicos difundidos a través de los carteles de propaganda bélica.
Concluida la guerra, la victoria del denominado ejército nacional, propició la instauración de un régimen dictatorial liderado por el general Franco.
En el nuevo escenario político, social y económico de la postguerra las enfermeras pasaron a ocupar un papel totalmente secundario y de sumisión como lo hizo la mujer en la sociedad española, y muy alejado de los planteamientos de profesionalización iniciados antes de la guerra.
Y es a partir de ese momento cuando se castiga a Enfermería a cargar con un pesado lastre que deberá arrastrar y con el que deberá avanzar en su intento de alcanzar la cima de sus objetivos profesionales, pero con la decepción de ver como cada vez que estaba a punto de llegar a la cima que suponía alcanzar alguno de sus objetivos, la carga (igualdad, reconocimiento, competencias, respeto, autonomía, ilusiones, metas…) rodaba irremediablemente por la pendiente de la sociedad patriarcal, machista, médicocentrista… hasta el punto de partida, desde donde debía de iniciar un nuevo y pesado ascenso con expectativas poco esperanzadoras de éxito, pero no por ello con menos fuerza para tratar de conseguirlo.
Los inicios como enfermeras alienadas en la sección femenina, en la que debían cumplir con los mensajes de higiene y comportamiento ligados al costumbrismo machista de situar a la mujer como fiel esposa y ama de casa que prestaba cuidados se compaginaban con la figura del practicante o ayudante de medicina y cirugía menor, como se les llegó a denominar también, que representaban, en muchos casos, la frustración de no poder ser médicos. Como fiel reflejo de la sociedad en la que desarrollaban sus profesiones, enfermeras y practicantes, tenían papeles totalmente diferentes en función de su sexo. Pero ambos, los hombres en menor medida y con diferentes planteamientos, seguían intentando ascender con su pesada carga.
En su ascenso desigual, enfermeras y practicantes, lograron que se unificaran sus titulaciones en una única denominada de Ayudante Técnico Sanitario (ATS). Con esta nueva denominación que eliminaba de un plumazo la identidad enfermera, unas y otros creyeron que habían logrado finalmente alcanzar la cima desde la que poder obtener su reconocimiento y desarrollo profesional. Pero nada más alejado de la realidad. La caída de la carga que pesadamente arrastraban les volvió a situar en el inicio del permanente ascenso. Aunque con una nueva denominación, ATS, que llevaba implícita la misión que se le continuaba asignando de subordinación y obediencia, como ayudantes de la clase machista dominante, los médicos. Las reconvertidas enfermeras pasaron a desempeñar papeles diferentes en función de su sexo. Y para ello nada mejor que fuesen formados de manera separada para así poder seguir perpetuando los roles masculino y femenino pero, eso sí, siempre sin olvidar la feminidad de la profesión que se ocultaba tras tan confusas siglas de ATS, la Enfermería y que permitía que perdurase el castigo del ascenso y descenso permanentes.
La Enfermería, a través de las/os ATS que ocultaban a las enfermeras, siguieron con su incomprensible castigo ascendiendo por la pendiente que les llevara a lograr el anhelado reconocimiento y lograron que finalmente unas y otros se unieran para empujar con mayor fortaleza y avanzar en el ascenso, logrando que los estudios de Enfermería se incorporasen el Universidad. Pareció como si se hubiese alcanzado la cima y ya por fin pudiesen descansar definitivamente de tan repetidos ascensos y descensos infructuosos.
Pero los Diplomados Universitarios de Enfermería (DUE), aun siendo un importante logro en el reconocimiento de la Enfermería, no logró alcanzar la cima. Unas nuevas y desafortunadas siglas sustituyeron a otras, ATS, para celebrar la entrada en la Universidad pero quedando lejos de alcanzar la cima de la Licenciatura, lo que les hizo descender de nuevo para intentar, desde la base, tomar el impulso que les permitiera alcanzar la deseada cima.
En el nuevo ascenso las enfermeras, disfrazadas de DUEs y de ATS, trataron de empujar con mayor ímpetu la pesada carga, pero en el camino se encontraron con importantes contratiempos en forma de desprendimientos naturales, en forma de leyes, normas…, o de ataques directos por parte de quienes veían como una amenaza el que finalmente la Enfermería alcanzase la cima y pusiese en peligro la hegemonía machista de la medicina. Aunque, todo hay que decirlo, no de todos los médicos, ya que algunos contribuyeron y apoyaron el ascenso de la carga.
En un nuevo y titánico esfuerzo se logró llegar muy cerca de la cima con el logro del Grado en Enfermería y la equiparación en igualdad de condiciones académicas a la del resto de disciplinas y por lo tanto a lograr el máximo desarrollo disciplinar con el acceso al doctorado desde la propia disciplina enfermera. Se lograba, al mismo tiempo, recuperar la denominación que nos identifica y reconoce como profesionales, es decir, enfermeras.
Ahora sí, ahora se había logrado llegar a la cima. Eso es lo que las enfermeras creímos, sin darnos cuenta que se trataba tan solo de un repecho que conducía a una nueva pendiente nos hacía descender por la pendiente sin haber logrado la verdadera cima. Nuevas dificultades se incorporaban en el repetido ascenso que parece no vaya a poder tener nunca un final. La denominada prescripción enfermera, la denominación enfermera, la unidad profesional, la ANECA, los colegios profesionales, las sociedades científicas, la clase médica… son escollos que se incorporan en el tortuoso ascenso que convierte a la Enfermería en el Sísifo mitológico griego.
Como Prometeo, parece ser que la Enfermería hizo enfadar a los dioses, masculinos y médicos ellos, por su extraordinaria astucia. Y como castigo, fue condenada a perder la vista, para evitar que los reconociese, y a empujar perpetuamente una pesada carga de esperanza e ilusión, hasta la cima del desarrollo y reconocimiento, sólo para que repetidamente volviese a caer rodando al principio, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.
Pero Enfermería no es Sífido ni es parte de la mitología. La Enfermería, y las enfermeras, son reales aunque haya quienes se sigan empeñando en situarnos como sujetos míticos en su creencia de dioses de un olimpo que ni existe ni pueden seguir manteniendo.
Las enfermeras ni estamos ciegas ni seguimos ascendiendo por la pendiente del castigo, sino que estamos avanzando por el camino de nuestro desarrollo profesional y disciplinar identificando los logros y aprendiendo de las dificultades pero ya nunca cayendo por la pendiente que tratan de imponer unos dioses tan míticos como irreales en los que ya nadie cree ni teme a pesar de que pueden seguir haciendo daño. Y como Ulises, Heracles o Hércules, la Enfermería, ha logrado deshacerse del castigo impuesto gracias a la perseverancia.
Ahora se trata de no caer en el paroxismo de los afectos desmedidos que nos conduzca a defender a toda costa nuestros intereses y derechos, sin tener en cuenta ni la justicia ni las implicaciones o perjuicios que pudiésemos causar a terceros. Es decir en idéntico corporativismo de quienes han sido instigadores durante tanto tiempo de nuestro mítico castigo, con el riesgo de creernos nuevos dioses del olimpo profesional.
Ni estamos en la mitológica Grecia, ni somos dioses, ni héroes… somos enfermeras sin mitos ni caprichos, que tan solo perseguimos ser reconocidas por lo que hacemos.