En una sociedad totalmente mercantilizada y en la que la economía de mercado impregna cada aspecto, sentimiento, emoción, valor… transformando su verdadero sentido para adaptarlo a las reglas de mercadotecnia y consumo, se hace difícil poder llevar a cabo una gestión que no esté claramente “intoxicada” también de todos estos elementos nocivos.
Las organizaciones sanitarias, que es como han pasado a denominarse en la sociedad descrita en lugar de organizaciones de la salud, no son ajenas a la influencia ejercida por tan poderosa fuerza económica. De tal manera que ya no se habla de usuarios sino de clientes, no se habla de profesionales sino de recursos humanos, no se habla de salud sino de producto final, no se habla de atención sino de asistencia, no se habla de personas sino de enfermos, no se habla de cuidados sino de procesos, no se habla de comunicación sino de información, no se habla de atención domiciliaria sino de vista domiciliaria, no se habla de eficiencia sino de coste, no se habla de coordinador de equipo sino de jefe, no se habla de evolución del problema sino de productividad, no se habla de evaluación sino de cuenta de resultados. Pero toda esta perversión del lenguaje, que para nada es inocente, se trata de enmascarar, suavizar, edulcorar con planteamientos tan grandilocuentes como la humanización de la gestión. Es decir, se asume como cierto que se está llevando a cabo una gestión totalmente tecnócrata, aséptica, distante, desprovista de sentimientos, fría y calculadora, para tener que incorporar elementos de cambio tendentes a esa supuesta humanización que, en ningún caso, pasa por renunciar a ninguno de los aspectos de la gestión anteriormente enumerados. Por lo tanto resulta ciertamente complicado creer que la humanización es un deseo de los gestores, cuando realmente lo que se pretende es generar campañas de marketing que “suavicen” las estrategias de mercado.
Pero, entonces, ¿es posible otro tipo de gestión en el marco de la sociedad descrita? Mi respuesta es claramente positiva en este sentido. No tan solo es posible sino que es deseable.
Con independencia de las estructuras y dinámicas de mercado que marca la sociedad actual, desde las organizaciones de la salud se pueden desarrollar estrategias de gestión que pongan en valor a las personas, sus necesidades y sus demandas. No se trata de desplazar, sustituir o eliminar aspectos necesarios como los de la gestión económica, sino de compatibilizarlos con aspectos trascendentes de la gestión de cuidados.
Y en este sentido nos encontramos con la paradoja de que se dificulta, impide y penaliza el acceso de las enfermeras a puestos de gestión en los que se toman decisiones que posteriormente tienen clara incidencia en los aspectos económicos que tanto preocupan y ocupan a los políticos. Y se hace con criterios faltos de argumentos contrastados y basados tan solo en el proteccionismo permanente a un determinado colectivo como manera de mantener sus privilegios de exclusividad para acceder a tales puestos, sin que se hayan contemplado siquiera las capacidades y méritos de las enfermeras para competir en igualdad de condiciones a los mismos.
Así las cosas la gestión queda impregnada de un paradigma claramente medicalizado, biologicista, centrado en la enfermedad, hospitalcentrista y con clara primacía de la técnica, que encaja mejor con las reglas de mercado pero que ignora, cuando no impide, que se incorporen aspectos como la salud, los cuidados, la participación comunitaria, la multiculturalidad, la perspectiva de género, la atención a la diversidad… que tienen difícil encaje en las cuentas de resultados o se entiende pueden ser causa de desestabilización en los procesos asistenciales protocolizados al milímetro como si de reglas matemáticas se tratase.